De Madrid…. Al Cielo (3)

Nuestra experiencia con una mujer madura y su hija.

Los ladridos de los perros terminaron de despertarme. La habitación estaba casi a oscuras pero los tenues rayos de luz que pasaban por los agujeritos de la persiana me permitieron ver sus siluetas. Rosa y Aroa dormían plácidamente pegadas una a la otra.

Salí de puntillas para hacer el menor ruido posible y al cerrar la puerta de la habitación su voz  me sobresaltó:

-Buenos días, ¡campeón!

-Buenos días.

-Cómo te has despertado, ¿no? Dijo mirándome de arriba abajo con las manos en la cintura.

-Sí, y si encima me encuentro contigo así, ¡Tú me dirás! Le contesté imitándola.

-Anda, ponte algo encima que estoy preparando café.

Salí de su casa y fui a vestirme. Me puse una camiseta y un pantalón corto y después de coger algo de ropa para Rosa volví a entrar en busca del ansiado café. Lola ya no estaba pero en el mostrador de la cocina encontré lo que me había prometido; café, tostadas, bollos y  zumo de naranja. Me serví una taza café con poco azúcar y me encendí un cigarro. De repente, el sonido de la ducha me indicó dónde estaba Lola y la idea de verla, en todo su esplendor, empezó a sobrevolar por mi mente. Me acerqué a la puerta y oí cómo canturreaba algo que no entendí muy bien. A pesar de todo lo ocurrido el día anterior, los nervios comenzaron a provocar el incremento del ritmo cardiaco y la consiguiente rebelión de mi fiel amigo que ya luchaba para liberarse de su prisión textil.

Giré el pomo de la puerta y abrí despacio. El vapor acumulado del agua caliente empezó a salir  por el hueco abierto y los sonidos, antes apagados, ahora eran perfectamente audibles. Me asomé y la vi. Estaba de espaldas enjabonándose, ¡Joder, menudo espectáculo de mujer! Los restos de jabón caían desde los hombros, atravesando su espalda, hasta el tremendo culazo que parecía ejercer de frontera hasta sus rotundas y apetecibles piernas. Sus tetas, que sobresalían por los costados bamboleándose sin control, terminaron por espolearme hacia otra potente erección. Tras unos segundos de duda, entré y cerré la puerta. Me apoyé en ella y la observé con absoluta devoción. Se puso de perfil y eso ya fue el detonante final para que la goma elástica del pantalón no pudiera contener el ataque de mi polla embravecida. Dirigió la “alcachofa” hacia el pecho y una avalancha de jabón comenzó a descender por todo el cuerpo dejando su piel totalmente aclarada. Sin, ni siquiera, mirarme, dijo:

-Te gusta lo que ves, eh.

-Sabes de sobra que sí, ¡eres maravillosa!

-Anda, anda, que no es para tanto. Dijo cogiendo una toalla para secarse.

-¡Joder, que no!

-¿Quieres terminar de secarme? Me preguntó ofreciéndome la toalla con una mirada que me derritió por completo.

Casi no esperé a que terminara la pregunta, la cogí  y fui explorando cada centímetro de piel de su espalda que, a pesar de su edad, era firme y tersa como la de una mujer mucho más joven. Desde atrás, pasé la toalla por delante y le sequé la tripa subiendo lentamente hasta las dos tetas que me tienen completamente perturbado. Mi polla ya descansaba sobre sus nalgas cuando tiré la toalla al suelo para sentir el suave tacto de sus inefables pechos. Tenía los pezones duros y muy sobredimensionados e incluso su gran areola oscura me pareció más grande de lo que ya era confirmando su creciente excitación. Elevé uno de ellos hacia su boca y ella comenzó a devorarlo con ansiedad concediéndome ese deseo. No sé el tiempo que estuve amasando, estrujando, acariciando y disfrutando de tan maravillosos atributos pero sólo los suspiros y gemidos de mi querida Lola me sacaban de la abstracción a la que me llevaban. Mientras tanto, ella restregaba su culo desnudo contra mí realizando movimientos lentos, laterales y circulares, bailando sensualmente haciendo que el pantalón se bajara cada vez más. Comencé a besarle los hombros y el cuello, pasando la lengua muy despacio, saboreando su piel y tratando de asimilar los grados de excitación que estábamos atravesando y superando. Puso la cabeza sobre mi hombro y arqueó la espalda presionando, aún más, su culo contra mi enfurecido colega y sacando las tetas hacia fuera que aumentaban su volumen con sus agitadas respiraciones. Hasta que, de repente, se dió la vuelta y comenzó a besarme apasionadamente. Nos enzarzamos en una dura batalla con nuestras lenguas húmedas traspasándonos nuestra lujuria contenida.

Le agarré con firmeza el culo con las dos manos y ella terminó de deshacerse del pantalón que cayó hasta mis tobillos. Esto hizo que mi polla quedase aprisionada entre sus apretados muslos, auto lubricándose con cada roce de su coño que ya rezumaba flujos.

-¡Fóllame! ¡Fóllame, por favor! Dijo, susurrándome al oído.

-¿Quieres que te folle? Volví a preguntarle.

-¡Sí, sí, hazlo! ¡Hazlo ya!

Elevé su pierna izquierda pasando el brazo por la rodilla y la penetré despacio para sentirnos intensamente. Al cabo de unos minutos, el ritmo lento y constante fue horadándola, rompiendo las últimas trabas para arrancarle de sus entrañas el primer orgasmo. Empezó a sufrir pequeños temblores y con un pequeño chapoteo, expulsó al invasor de su interior. Inmediatamente un chorrito de flujo comenzó a descender por el interior de sus muslos desatando un terrible escalofrío que recorrió todo su cuerpo y parte del mío. Pasó los brazos por mi cuello y apoyó su cabeza en mi pecho resoplando. Sus tetas se aplastaron contra mi pecho y  mi polla  presionó su abdomen.

Los golpes en la puerta nos sorprendieron.

-¡Pum, pum, pum!

-¡Mama! Abre, que nos estamos meando. Dijo Aroa desde fuera.

-Sí, por favor, abrir, que no me aguanto más. Continuó Rosa apremiándonos.

Me puse el pantalón con dificultad y Lola se puso una toalla. Abrió la puerta y salió para que entraran las chicas que irrumpieron en el baño desesperadas por mear.

Aroa al pasar por mi lado, se fijó en mi bulto y me dió un azote en el culo antes de meterse directamente a la ducha.

-Rosa, te cedo la taza, yo me meto aquí. Le dijo poniéndose en cuclillas.

-Gracias, joder, ya no aguanto más. Le contestó casi tirándose sobre la deseada taza.

Yo me quedé inmóvil, observándolas maravillado ante aquel espectáculo sublime. Aroa me miraba, directamente a los ojos, sonriendo, mientras un charco deforme de orina se extendía bajo sus pies y Rosa, con los ojos cerrados, disfrutaba sonriendo como su cuerpo se libraba de la incómoda sensación. Estaba súper excitado pero salí del baño para dejarlas un poco de intimidad.

Todavía era temprano pero después de todo lo vivido, mi cerebro pedía un poco de relax, así que salí a por un poco de mi estimada amiga verde que tanto buenos momentos nos proporcionaba. Además, el sexo con “maría” era una combinación casi perfecta para nosotros. Me duché, me cambié de ropa, unos vaqueros y una camiseta, y salí con el porro echando humo para regresar, de nuevo, a la casa de Lola. Al llegar, estaban charlando muy animadas planificando la comida de ese día que, por cierto, era el último de Rosa y Aroa. Los días libres se habían acabado.

-Si quieres yo te llevo a Madrid, encima casi vivimos al lado. Le decía Aroa a Rosa.

-Vale, así Juan no tiene que hacer el viaje de vuelta solo. Le contestó.

-Entonces esta tarde noche nos vamos para allá.

-Muy bien, chicas, ¿Nos arreglamos para ir a comprar algo de comida al pueblo? Les preguntó Lola dejando las tazas en el fregadero.

-¡Claro! Contestaron las dos a la vez.

-Yo os espero en el patio que creo que vais para rato, ¿no?

-Hombre, un ratito sí, nos tenemos que duchar y todo. Me dijo Lola mientras las abrazaba, por detrás, cogiéndoles un pecho a cada una.

-Ok, lo he pillado. Le contesté con una sonrisa y me salí fuera para disfrutar del día soleado, del porro y de mis perros.

Alrededor de una hora después, salieron las tres. Rosa, llevaba la ropa que yo le había acercado antes, los “levi´s” azules que le quedan de escándalo, una camiseta negra de “The Ramones” de tirantes que resaltaban sus ya destacadas tetas y unas sandalias de cuero. Aroa, se vistió con unas zapatillas, unas mallas y una camiseta “Nike” de entrenamiento que le daba el aspecto de una modelo a punto de realizar un anuncio comercial para promocionar la marca. Y por último, Lola se decantó por unos pantalones rojos ajustados y una camisa de gasa blanca que transparentaba el sujetador, también blanco, que custodiaba esas dos proezas de la naturaleza.  Estaban increíbles y yo, con mi colocon, ya estaba flipando con ellas. Aroa se dió cuenta.

-Juan, conduzco yo, anda, dame las llaves del Qashqai.

-¡A tus órdenes! aquí las tienes. Le dije subiéndome en la parte de atrás dispuesto a disfrutar de mi “globo” con un viaje tranquilo.

Lola se sentó conmigo y detrás de Rosa que iba de copiloto de Aroa. Nos pusimos los cinturones e iniciamos el viaje de 25 minutos de duración hasta el pueblo. Nos incorporamos a la carretera nacional y comenzamos el trayecto por las largas rectas que atraviesan la zona suroeste de la Comunidad de Madrid. La hija de Lola no dejaba de fijarse en las tetas de Rosa.

-¡Joder, Rosa, que tetas tienes, hija! ¡Me estás poniendo a mil, otra vez!

Rosa se empezó a reír, contagiándonos a los demás. Y Aroa se lo soltó:

-¡Sácatelas! Quiero ver, otra vez, esos pezones.

-¿Ahora? Si vas conduciendo. Le respondió sorprendida.

-¡Qué sí, tonta!, ya verás. Dijo Lola rodeando el asiento con los brazos y  levantándole la camiseta y el sujetador.

-¡Ufff, que hermosura, madre mía! Exclamó la conductora extendiendo su mano derecha para manosearle las tetas.

Lola me miró mordiéndose el labio inferior y comenzó a desabrocharme el pantalón. Me sacó la polla y los huevos, que estaban como dos pelotas de golf, y comenzó a masturbarme con lentitud con una mano mientras que la otra se ocupaba de los dos gemelos, amasándolos con cariño y ternura. Cerré los ojos disfrutando el momento y  engulló a mi amigo, casi por entero, sin pensárselo dos veces. Lancé un suspiro que me hizo abrirlos de nuevo. En ese momento, miré al espejo retrovisor y crucé la mirada con Aroa que me guiñó un ojo de manera cómplice mientras que Rosa, con las tetas colgando, le hacía un dedo por debajo de las mallas.

Estábamos a punto de llegar al pueblo cuando ya no pude aguantar más, me corrí en su boca sujetándole, con suavidad, la cabeza. Limpió mi polla magistralmente, me miró  y me dió un morreo que me dejó casi sin respiración, dándome a probar lo que  quedaba de mi líquido vital mezclado con su saliva. Rosa se guardó las tetas chupándose los dedos que habían ejecutado el deseo de la conductora y ésta se recompuso del “dedazo” que le había hecho en pleno movimiento.

Realizamos las compras y nos tomamos un pequeño aperitivo para recuperar un poco las fuerzas.

Al volver al coche para irnos, Rosa se pidió conducir y Aroa ejerció de copiloto mientras que Lola, antes de entrar en el coche, ya se había quitado los pantalones esperando su recompensa. Al ver las bragas negras metidas por su culo me empalmé de inmediato y cuando comencé a chuparle el coño, Rosa y Aroa ya nos observaban atentamente tocándose entre ellas.

-¡Joder, mamá, estás cachonda como una perra!

-Sí, hija, como vosotras, me estoy derritiendo del calentón que llevo.

-Yo, tengo el coño chorreando. Dijo Rosa metiéndose una mano por debajo de los vaqueros.

-A ver esos dedos, yo quiero probarlos. Le exigió Aroa.

-¿Sí?¡Pues, toma!

-Ummm, ¡Que rico! Te quiero comer el coño, ¡ya!

Entre suspiros, Lola le dijo a Rosa.

-Llévanos a casa volando, cielo.

Durante el camino, Lola se corrió dos veces sobre mi cara y yo, muy agradecido, degusté el manjar que me ofreció encantado de la vida. En ese momento, me vino a la mente la imagen de la mano de Aroa entrando en su cueva y me aventuré a repetirlo. Tenía el coño tan lubricado y tan abierto que, tras una breve resistencia, mi mano entró en su interior sintiendo un calor y un torrente de flujo increíbles. Al retirar la mano, me puso los asientos del coche perdidos con los chorros de corrida que emanaban de su sexo. Empezó a temblar y tras unos ligeros espasmos se acurrucó en el asiento, buscando mi abrazo, hasta que llegamos a casa.

Cuando Rosa apagó el motor,  yo me encargué de las bolsas y las chicas empezaron a cuchichear entre ellas. Estaba claro que maquinaban algo pero yo me hice el distraído y tras dejar la compra en casa de Lola fui con los perros olvidándome de la situación.

Al cabo de un rato, apareció Rosa. Se había cambiado de ropa y ahora  lucía uno de mis pantalones de deporte y  una camiseta sin sujetador. Sabía cómo calentarme, sabía cómo ponerme cachondo y por supuesto sabía que lo conseguiría. Me dio un morreo de escándalo y me dijo:

-Venga, cámbiate y ponte más cómodo que vamos a comer.

-Ok, en cinco minutos estoy allí.

-Vale, ¡ah! y me ha dicho Aroa que lleves un poco de “hierba” para el postre.

-¿Para el postre?

-Sí, tú llévala y ya está.

-Vale, vale, ahora voy para allá.

Entré en casa y me cambié de nuevo, me puse un pantalón corto y una camiseta y comencé a preparar el pedido de Aroa. Una vez acabado, encendí uno y fui al encuentro de las chicas. La mesa ya estaba preparada con variedad de platos para picar un poco de aquí y de allí. En ese momento, salieron Rosa y Aroa del interior, una sujetando otros dos platos de comida y la otra con una jarra de sangría.

-¡Hombre, ya estás aquí! A ver ¿Dónde está mi postre? Dijo Aroa soltando la jarra en la mesa.

-¡Aquí, mira! Le respondí mostrándole las dos “trompetas” que tenía hechas, a parte de la que me estaba fumando ya.

-¡Muy bien, así me gusta!

-Toma, prueba esta, es otra variedad. Le dije ofreciéndole el porro.

-¡Joder, es muy suave! ¿Qué variedad es? Me contestó soltando más humo que cuando Gandalf fumaba de su pipa.

-Se llama “Moby Dick”, “Moby” para los amigos y es cojonuda.

-¿Moby Dick? De qué habláis, ¿del libro? Dijo Lola llegando por detrás de su hija.

-No, mamá, hablamos de la hierba.

-Menudos nombres que se inventa la gente, pero ¿está buena o no?

-Está superior, te va a gustar. Le contesté a nuestra anfitriona.

-Pues eso es lo único que importa.

Nos sentamos y comenzamos a comer y beber, riéndonos y gastando bromas sin parar, convirtiendo esa comida en uno de los mejores momentos del fin de semana. La sangría entraba a muerte por nuestros gaznates y con el paso de los minutos, nuestras caras reflejaron el ardor del vino. Al final de la comida, los platos estaban casi vacíos y en la jarra de sangría apenas quedaban los trozos de fruta que Lola había echado.

-¿Quién quiere un cafetito? Preguntó Lola levantándose de la mesa para empezar a recoger.

-Yo, quiero. Respondí levantándome para ayudarla.

-¡Tu quieto ahí! Me ordenaron casi a la vez Rosa y Aroa.

-Nosotras nos encargamos de esto, tú vete preparando el postre. Dijo Rosa dándome un beso en la boca.

-Eso, eso, tu prepáralo que ahora venimos nosotras.

-¡Vaya dos os habéis juntado! Exclamó Lola desapareciendo, con unos platos, en el interior de la casa.

Cuando recogieron todo y nos tomamos el café, encendimos las “antorchas” y comenzamos a echar humo de verdad.

  • Pues sí, está muy suave esto. Dijo Lola sonriéndonos muy contenta.

-A mí, es la que más me gusta porque no te deja apalancado. Le contesté pasándole el porro a Rosa.

-Llevas toda la razón, estoy súper activa. Por cierto, que te gusta más: el yogurt, la leche condensada o la miel. Me preguntó Aroa, acercándose, con mucho interés.

-Mmmm, los tres, pero la leche condensada me encanta.

-¡Mira, he acertado! Dijo guiñándole un ojo a Rosa que era la que, lógicamente, le había pasado la información.

-¿De va todo esto? Pregunté intrigado.

-Cariño, vas a empacharte de leche condensada y coños. Dijo Lola riéndose.

-¡Mamá, acabas de jodernos la sorpresa! Le gritó su hija simulando estar enfadada.

-¡Lola, joder! Continuó Rosa dándole un pequeño toque en una teta.

-Bueno, no hay mal que por bien no venga, ¡Empecemos! Dijo Aroa cogiéndome de la mano para levantarnos.

Fuimos al interior de la casa y me sentaron en una silla que estaba en frente del sofá del salón. Se pusieron las tres frente a mí y se empezaron a desnudar entre ellas. Miré a mi derecha y vi los tres tubos de leche condensada encima de la mesa. No me pude resistir, abrí uno y apreté la base para que la leche dulce entrara en mi boca. ¡Qué buena estaba!

-¡Eh, ahí no, aquí! Dijo Rosa mientras Lola y Aroa le estiraban, suavemente, los labios de su coño y le chupaban cada una un pezón.

Me levanté de la silla con la polla más dura que una piedra y fui a complacerla. Apunté con el tubo y el líquido se desparramó pringando todo su sexo. Entre eso y las estimulaciones en sus tetas dió un respingo que hizo que mi nariz se estrellara contra su coño impregnado de leche. Comencé a comerla entera, recorriendo cada rincón de su cueva caliente, por fuera y por dentro, por arriba y por abajo, ayudado por las manos de la madre y la hija que la estimulaban el clítoris consiguiendo, entre todos, que se retorciera de placer, hasta que quedó reluciente y únicamente impregnada por sus propios fluidos que, por cierto, también degusté. Lola y Aroa le dejaron los pezones hinchados por las continuas succiones y chupeteos que le habían realizado.

Yo acabé con la boca, los labios y la nariz llenos de leche y flujos pero ni siquiera me limpié; me moví a la derecha y me lié con el coño de Aroa que ya estaba esperándome con las piernas bien abiertas. Cuando mi lengua comenzó a estimularle el clítoris puso una mano en mi cabeza y me empujó hacia ella hundiendo mi cara en su sexo. Casi no podía respirar pero aguanté unos minutos porque empezó a restregarse contra ella y mi boca pudo liberarse para coger aire. Era la primera vez que una chica se masturbaba con mi cara y sobretodo con mi nariz metida en su coño.

Lola no pudo esperar su turno y desde atrás me bajó los pantalones. Me cogió los huevos y se los guardó en sus manos, apretándolos con diferentes presiones, para calibrar  mi resistencia a esa sensación. Al instante, mi polla se endureció aún más y ella lo notó con satisfacción. Aroa empezó a temblar y con un gemido, que nos sobresaltó a todos, culminó su orgasmo. Cuando me soltó la cabeza, miré hacia arriba y vi como Rosa le obsequiaba con un morreo que le quitó la respiración que yo, poco a poco, comenzaba a recuperar.

-Mmmm, ¿te ha gustado, cielo? Le preguntó Rosa separándose de ella.

-Uffff, ¡Joder, Qué bueno! Respondió Aroa aún un poco sofocada.

Me levanté con el permiso tácito de Lola que aún tenía los gemelos entre sus manos y pedí ayuda.

-Chicas, ¿me ayudáis con Lola?

-¡Ahora mismo! Dijeron las dos sin pensárselo ni un segundo.

La verdad es que estaba muy excitado pero también muy cansado así que ellas dirigieron la acción sobre la matriarca. Aroa encendió el porro menos consumido y le dio una calada profunda. Se acercó a mí y juntó sus labios con los míos. Nuestras bocas se abrieron y el humo comenzó a invadirme amplificando el colocón que ya empezaba a desaparecer. A continuación, repitió la acción con Rosa y Lola y tras darle la última calada lo apagó en el cenicero.

Me tumbaron en el suelo e hicieron que Lola se sentara a horcajadas sobre mi cara poniendo su coño y su culo a la altura de mi boca. En esa posición, ella controlaba mis movimientos agarrándome del pelo, dirigiéndome a su antojo mientras que yo luchaba, con las fuerzas que me quedaban, con sus labios y su clítoris. Al mismo tiempo, le propinaba algún que otro sonoro azote en su culo y las chicas disfrutaban jugando con sus tetas, que no dejaban de moverse según las manoseaban. No tardó mucho tiempo en correrse. Pero lo hizo con tanta intensidad que me aprisionó la cabeza con sus poderosos muslos obligándome a beber todo lo que salía de ese templo de placer y ya os digo que no fue poco.

Acabamos exhaustos, Rosa y Aroa en el sillón y Lola y yo en el suelo. Pero mi polla seguía en pie de guerra pidiendo a gritos expulsar toda la carga que tenían mis huevos. Me levanté y puse a Rosa a cuatro patas sobre el sillón. Hundió su cabeza en el cojín y su culo se elevó un poco más, entonces Aroa aprovechó para separarle las nalgas del todo mostrándome la espectacular vista trasera del cuerpo de mi novia. Me acerqué y le puse la polla al alcance de su boca para que me la lubricara con su saliva. Aroa aceptó de muy buen grado la invitación escupiendo, abundantemente, sobre ella y extendiendo sus babas por toda la superficie. Abrió la boca y se tragó la mitad sin inmutarse. La saqué, completamente, encharcada de saliva y se la metí a Rosa,  hasta el fondo, comenzando un bombeo implacable que hizo que sus glúteos se movieran, acompasados golpeándome los huevos, motivándome aún más durante unos buenos minutos.

-¡Sigue, sigue, Juan! ¡Dame más! Decía entre suspiros y jadeos.

-¡Vamos, cabrón, fóllatela! ¡Zas!, ¡Zas! Exclamó Aroa mirándome desencajada por el morbo y azotándola con fuerza.

Cuando se corrió, de nuevo, sentí que yo también iba a explotar y la saqué rezumando flujos por todos lados. Sin esperar ni un solo minuto, Lola se anticipó a su hija y se colocó igual que Rosa para que reiniciara la follada con ella.

-¡Mírala, qué lista! Pues ahora me vas a comer el coño mientras Juan te folla. Le dijo Aroa a Lola.

-¡Me encantan tus represalias, hija! Le respondió preparada para empezar a lamerla y chuparla.

Una vez colocadas, Rosa ocupó el lugar de Aroa y le separó las nalgas a Lola para tensar las dos entradas disponibles. La metí y la saqué, golpeándola los glúteos, preparándome para ensartarla. La penetré definitivamente e inicié el traqueteo con firmeza pero sabiendo que no iba a durar mucho.

Efectivamente, tras unos minutos de aguante extremo anuncié mi rendición.

-¡Chicas, me voy a correr, no aguanto más!

-¡Espera, que nos coloquemos! Dijo Rosa cogiéndole el brazo a Aroa para que se situara junto a ella.

-¡Ahora, cuando quieras! Me dijo Aroa abriéndome un cielo de placer.

Nada más situarme a su lado, el primer goterón de esperma saltó a la frente de Aroa, el segundo impactó en un moflete de Rosa y el tercero y el cuarto los repartí entre ambas pero Lola, con un  rápido movimiento, se situó entre las dos y comenzó a chuparles la cara recopilando los restos de mi abundante corrida para ofrecérselos, de nuevo, a través de sus tórridos y húmedos besos. Yo caí, casi desmayado, en el sofá admirando como se besaban mis tres preciosas reinas.

Cuando comenzaba a oscurecer, salimos de la casa de Lola para que Rosa se preparara para su regreso a Madrid. Yo me duché primero pensando en que aún no se había ido y ya la estaba echando de menos. Mientras esperaba a Rosa, sentando en el escalón de la entrada, tuve que recurrir a mi amiga verde para superar las siempre indeseables despedidas. Al cabo de un rato, nos despedimos de ellas con besos y abrazos y cuando se montaron en el “Clío” de Aroa para irse, Lola y yo, nos pusimos muy tristes pero nos alegramos e ilusionamos pensando en que sólo tenían que pasar cinco días para volvernos a encontrar.