De Madrid…. Al Cielo (2)

Nuestra experiencia con una mujer madura y su hija

Al oír la voz, giramos la cabeza y nos quedamos petrificados. Me soltaron cómo si se hubieran quemado de repente y Lola dijo:

-Aroa, hija, ¿Qué haces aquí?

-¿Cómo que qué hago aquí? Habíamos quedado para comer hoy, ¿No te acuerdas?

-¡Joder, es verdad! Lo siento, hija, se me ha olvidado por completo. Mira, estos son Rosa y Juan, los inquilinos de los que te hablé.

-¡Hola! Dijimos casi a la vez con cara de circunstancias. Yo levanté la mano sintiéndome ridículo del todo.

-¡Hola! Encantada de conoceros, aunque haya sido así. Mamá, voy dentro a dejar la mochila y algunas cosas que he comprado.

-Vale, ahora mismo voy y preparamos algo de comer.

Aroa desapareció cómo había aparecido y Lola intentó tranquilizarnos:

-¡Vaya susto! ¿No? Se me ha ido la cabeza por completo y mira que casi todos los domingos viene a verme.

-Joder, tengo el corazón en la boca. Dijo Rosa poniéndose la parte de arriba del bikini.

-Espera –dijo Lola agarrándola del brazo- no te lo pongas todavía que estás llena de aceite, vamos a la ducha.

Según avanzaban hacia allí, yo las seguía con la mirada y con la polla en estado creciente, otra vez, después del bajón por el susto. La visión de cómo se aclaraban mutuamente no me ayudó mucho, la reacción fue instantánea, así que, me subí el bañador y me tiré al agua para que mi amigo se enfriase un poco y dejara de sufrir. Cuando terminaron se despidieron burlonamente de mí y se fueron de la piscina contoneándose a propósito para torturarme un poco más. Me quedó claro que la presencia de la hija de Lola no iba a ser inconveniente para que ellas dos se lo pasaran de puta madre con sus jueguecitos.

Cuando mi cuerpo regresó a la normalidad, rodeé la casa por la parte trasera y reuní a nuestras tres fieras, una labradora y dos, casi, labradores, para darles de comer. Sin buscarlo, esta acción me permitió ver lo que me esperaba a continuación. Rosa y Aroa estaban preparando la mesa para comer, en el patio de Lola, riéndose y gastándose bromas como si se conocieran de algo más que del puto susto que nos había pegado. De nuevo, el bendito carácter de mi novia había conseguido suavizar la tensión que se había generado con ella.

Yo estaba flipando, entre, desconcertado, nervioso y cachondo, de modo que opté por hacerme un porro antes de enfrentarme a las otras “fieras”. Con un par de caladas, mi amiga verde trepó hasta mi cerebro intentando calmarme. No lo consiguió del todo pero, por lo menos, me sentí más aliviado y dispuesto a controlar un poco la situación.

Salí al patio delantero y me dirigí hacia ellas. Entre los nervios y el globo que llevaba me sentí como un cristiano a punto de ser devorado por los leones en el coliseo romano. Las saludé y me senté en una de las sillas.

-¡Hola, chicas! ¿Cómo lo lleváis? ¿Os ayudo?

-¡Joder, cómo huele! ¿no? ¿Qué tal con “María”?  Me dijo Aroa medio riéndose por la cara de gilipollas fumado que se me quedó al oírla.

-Eh, bi..en, bi..en, ahí a lo suyo. Le contesté casi tartamudeando.

-¡Tranquilo, hombre! relájate un poco que estás más tenso que la cuerda de un arco. Me dijo tirándome la miga del trozo de pan que se iba a meter en la boca.

Aquí fue cuando ya me pude fijar bien en ella. Era evidente que no había heredado los atributos de su madre pero era una morena de ojos marrones muy guapa. Llevaba el pelo cortado a media melena con un lateral rapado casi al cero. Su piel bronceada destacaba sobre los “shorts” vaqueros, que le hacían un culo tremendo, y la camiseta blanca de tirantes que permitía apreciar el sujetador negro que albergaba sus, nada despreciables, tetas. Sus tatuajes llamaban la atención y le daban el aspecto de mis queridas y apreciadas “Suicide Girls” y eso hizo que mi corazón empezase a bombear la sangre hacia el sitio equivocado en el momento inadecuado.

-Juan, ¿estás bien? Estás pálido, tío.

-Sí, sí, estoy bien, será por el porro que no me ha sentado bien. Le contesté a Rosa que me miraba, con los ojos entrecerrados, desde el otro extremo de la mesa con una ensalada en las manos.

Pero como ya sabéis, a ella no la engaño ni haciendo magia, así que asumí que, conociendo cómo me excitan este tipo de chicas, ya sospechaba que estaba con la polla bien dura haciendo guardia debajo del bañador.

-Venga, chicos a comer. Dijo Lola, que estaba radiante, sentándose en la mesa ejerciendo de matriarca.

La comida se desarrolló de una manera tan normal y agradable que sin darnos cuenta nos dieron casi las cinco de la tarde. Hablamos de todo un poco, nos reímos y bromeamos sobre las cosas que contábamos, sobre todo Ainara, Rosa y yo, creando ese ambiente que hace que el tiempo pase volando. Después del café, la hija, sin cortarse un pelo, dijo:

-A ver, hombre de la casa, ¿Por qué no me la presentas?

-¿A quién?

-A quién va a ser, a “María”.

-¡Ah, joder! ¡Eso está hecho! Le contesté levantándome para ir a por un poco de hierba.

-¡Mira, estos dos, Rosa! ahora se van a “colocar” juntos. ¡Pues yo también quiero, eh! Dijo Lola levantando la voz para que yo la oyera.

-Bueno, a mí, con un cigarrito ya me vale, que luego se me pone la cabeza como un bombo.

-Venga, mujer, un día es un día, no seas aguafiestas. Le contestó dándole un pequeño codazo cómplice en el costado.

Cuando regresé  hice dos porros para los cuatro y antes de encenderlos recogimos todo para disfrutar de la hierba sin ningún obstáculo. Lola preparó unos mojitos que, por cierto, estaban deliciosos y nos sentamos en la mesa. Al cabo de unos minutos, Aroa empezó a preguntarnos sobre lo que había visto al llegar:

-Bueno, bueno, ¿no me contáis nada de lo de antes?

-Ay, hija, no seas pesada, que no ha pasado nada. Le dijo Lola soltando el humo del porro.

-¡Hombre!, nada, nada, y si no preguntárselo a éste. Le respondió señalándome.

-Pues un calentón, chica, qué se le va a hacer. Intervino Rosa con los dos mofletes como Heidi por el efecto de la mezcla del mojito y la hierba.

-Ya, ya, pero creo que os debo una disculpa.

-¿Por? Dijo Lola intrigada.

-Porque os dejado a medias y os he cortado el rollo. Respondió con toda la razón Ainara.

-No te preocupes, no pasa nada. Le dije yo intentando ser comprensivo pero provocando que las tres me mirasen como si fuese un puto extraterrestre.

En ese momento, me sentí el hombre más pequeño del mundo, todo hizo efecto en mí, los mojitos, la hierba, el ambiente…. ¡todo! Me levanté de la mesa tambaleándome y me despedí de ellas. Necesitaba descansar de lo que me estaba pasando ese día. Cuando me tumbé en la cama todo me daba vueltas pero después de unos pocos minutos el sopor me envolvió entre sus brazos y me llevó a su territorio.

En medio de la película que se había montado en mi sueño gracias al cannabis, una sensación familiar me fue despertando poco a poco. Mi polla se erigió rebelde, a pesar de la inconsciencia, por el suave contacto de las yemas de unos dedos. Un escalofrío me recorrió la columna vertebral de cabo a rabo, nunca mejor dicho, cuando la punta de su lengua marcó su recorrido a través de mis hinchados testículos haciendo pequeños círculos sobre ellos para, al final, succionarlos con glotonería. Al mismo tiempo, sus uñas recorrían, de arriba a abajo y muy despacio, toda la longitud de mi pene que ya era plenamente consciente de la estimulación a la que estaba siendo sometido. No me hizo falta nada más, una contracción permitió el ascenso del semen que tanto había esperado para salir

-¡Madre mía, cariño! Tienes los huevos repletos de vida. Dijo Rosa con la mano presionando con fuerza la base del pene por debajo de los huevos mientras varios espesos goterones de esperma  descendían por el tronco.

-¡Joder, la madre que te parió! Dije levantando la cabeza mirándola.

-¿Qué pasa?

-Nada, que te voy a follar ahora mismo, nena.

-Pero si te has corrido ya.

-¿Y? ¿Has visto como la tengo? Le dije señalándole mi polla completamente hinchada.

-Sí, pues mira como estoy yo. Me replicó enseñándome los dedos que acababa de pasarse por su pringoso coño.

-¡Siéntate encima, cielo! Le ordené con la cara roja como un tomate por la excitación.

Os juro que viví su movimiento a cámara lenta, me ofreció sus manos para contrarrestar el equilibrio en la postura y situar la entrada de su coño sobre mi polla. Se dejó caer, muy, muy despacio, ensartándose sobre ella hasta su misma base. Apretamos nuestras manos entrelazándolas con fuerza mirándonos fijamente a los ojos en absoluto silencio. La sensación de estar en su interior, una vez más, fue increíblemente gloriosa.

De repente, comenzamos a escuchar unos pequeños gritos y gemidos, yo me quedé sorprendido pero al ver que Rosa sonreía supe que ocultaba algo.

-¡Uy! tú sabes que está pasando.

-Ummm, no sé, a lo mejor sí. Me dijo  incrementando el ritmo de las penetraciones.

-¡Venga, coño! No seas así, ¿Ha pasado algo mientras dormía? ¡cuéntamelo!. Le respondí acelerando aún más el movimiento incentivando el chapoteo de su coño al ser invadido.

-¡Espera que me voy a correr! ¡Sigue, sigue así!

Después de unas cuantas acometidas más, comenzó a temblar y sentí como su corrida me empapaba los huevos y se extendía por mis muslos mojándolo todo. Aguantó la postura, un par de minutos más, lamentando que mi polla no hubiera descargado aún su carga y poco a poco fue saliéndo de mí tumbándose, casi desmayada, a mi lado.

-Uff, joder, ¡Qué bueno!, cariño, ¡vaya polvazo! Pero tú no te has corrido. Dijo resoplando.

-No pasa nada, ha estado genial. Además ya me corrí antes. Contesté con los gemidos, todavía, de fondo.

-¡Vaya, cómo se están poniendo!

-¿Quién?

-¿Tú quién crees?

  • Joder, ¡y yo que sé! ¿Lola con su hija?

-¡Bingo!

-¡No jodas! ¿En serio? Le dije ya flipando del todo.

-Sí no me han mentido, están follando. Sentenció con seguridad.

-Bueno, sólo hay una manera de saberlo, ¡vamos a comprobarlo! Me levanté y salí disparado con la polla más dura que el acero.

-¡Espérame! Le escuché decir cuando ya salía de la habitación.

Salimos al salón y los jadeos y gemidos se hicieron más audibles, Rosa me sujetó.

-Espérate un momento, a ver si nos van a pillar y se mosquean.

-¡Qué no! Y si nos pillan, ¡qué! lo peor que puede pasar es que empatemos a cortes de rollo, ¿No crees? Le dije con una sonrisa en la cara mirando lo duros que tenía los pezones.

-Hombre, ahí llevas toda la razón.

-Pues, venga al lío.

Fuimos a la cocina y, con mucho cuidado, empecé a girar el pomo de la puerta que separaba ambas viviendas. El puto chirrido que se oyó al abrirla nos heló la sangre pero la excitación que sentíamos por verlas nos empujó a seguir adelante. Entramos y nos agachamos para continuar a gatas por la oscuridad de su vivienda. El volumen de los gemidos subió sustancialmente cuando llegamos al pequeño mostrador que dividía la cocina del salón. Me iba a asomar por encima de él cuando la puerta de una de las habitaciones se abrió y la luz del interior alumbró una parte del salón. Me agaché y saqué, un poco, la cabeza por el lateral.

-Ahora vuelvo, mamá, voy a por toallitas, pero tú quédate ahí, quietecita, eh. Dijo Aroa saliendo desnuda de la habitación.

-Vale, hija, pero date prisa que estoy a punto de correrme. Se oyó a Lola desde dentro.

-¡Joder, que pasada! Le susurré a Rosa al oído.

-¡Mira! Me dijo acercando a mi boca sus dedos llenos de flujo recién extraído de su coño.

-¡Estás súper cachonda, cielo! ¡Qué rico! Le contesté saboreándolos con gusto.

La chica regresó a la habitación con un paquete de toallitas en la mano. Entró y cerró la puerta pero no se debió de cerrar bien y se abrió un poco. La abertura permitía ver lo que pasaba en el interior. Nos acercamos sin temor porque con la calentura que teníamos ya nos daba igual que nos pillaran.

Lola, totalmente desnuda, estaba tumbada sobre el brazo de un sofá con el culo en pompa y con las manos esposadas por delante de la cabeza. Sus grandes tetas reposaban  sobre los cojines descargando la tensión que le ocasionaba esa posición. Aroa se acercó y le dio dos sonoros cachetes en la misma nalga que le hicieron soltar dos gemidos que reconocimos al instante.

-Zorra ¿Te gusta así? O ¿más fuerte? Le dijo amasando su culazo.

-Cómo tú quieras, soy toda tuya. Respondió con sumisión.

-¡Zas! ¡Zas! Se oyeron otros dos golpes más acompañados de sus correspondientes gemidos.

-Voy a hacer que te corras como la puta que eres, ¿Me oyes?

-Sí, hazlo ya, ¡por favor! Casi le suplicó a su hija.

-Quiero que pienses en la polla de Juan y en cómo le estabas pajeando, con la zorra de su novia, cuando os he pillado esta mañana. ¿Lo has entendido?

-Sí, cómo tú me órdenes. Le respondió mordiéndose el labio inferior con ansia.

Miré a Rosa sin creerme ni lo que estaba viendo ni lo que estaba oyendo pero con una erección que ya hasta me dolía de tanto incentivarla. Ella se puso la mano en su boca aguantándose la risa. Volvimos a mirar la escena cuando la chica cogió un bote pequeño de una especie de gel o lubricante y se impregnó los dedos con él. Comenzó a frotar el coño de su madre con ellos y poco a poco fue introduciéndolos, de uno en uno, hasta que, ante nuestra sorpresa, la mano entera desapareció en su interior. La lentitud de sus  movimientos rotatorios empezaron a volver loca a Lola hasta que ella misma inició la secuencia adelante y atrás para empalarse con el brazo de su hija. Tras unos minutos disfrutando de esa unión empezó a gritar:

-Aro, ¡Me corro! ¡Me corro, ya! ¡Prepárate! Le advirtió a la chica mientras se frotaba el clítoris por debajo con rapidez.

-¡Espera que me coloco! Le dijo poniéndose en cuclillas, separándole bien las nalgas y acercando la boca a su coño.

-¡Uoooh, toma, zorrita, toma, todo para ti! Se incorporó un poco y girando la cabeza pudo ver cómo un chorrito de flujo impactaba, de lleno, en su cara y ella lo recibía ansiosa por no dejar escapar ni una sola gota de su tan deseado néctar.

Cuando su coño paró de soltar líquidos, Aroa se retiró con la boca cerrada y con los mofletes hinchados, rodeó el sillón y sujetó la cabeza de Lola orientándola hacia ella. Le introdujo dos dedos en su boca y la madre la dejó abierta cuando los sacó. Se acercó y derramó el contenido que transportaba en la cavidad bucal de su progenitora. Al sobrepasar su capacidad receptora también le regó su cara con su propio flujo. El caliente morreo y los desesperados lengüetazos que se dieron para limpiarse marcaron el final de su apasionado encuentro. O eso creí yo.

Lola se incorporó y se recompuso un poco limpiándose con una toalla y unas toallitas húmedas. Se volvió hacia ella y la cogió del pelo con firmeza obligándola a que se arrodillara junto a ella.

-Mi niña ¿Has disfrutado lo suficiente? Le dijo acercándose a su cara.

-Sí, pero todavía me falta tu regalo. Le respondió con los ojos llenos de ilusión.

-¿Estás segura de que lo quieres?

-Sí, mamá, sí lo quiero.

-De acuerdo. ¡Rosa! ya podéis pasar.

Al oír esto, por casi me desmayó de la impresión. De repente, el corazón comenzó a golpearme el pecho con violencia hasta que Rosa se levantó y me ayudó a incorporarme. La miré entendiendo que, en todo momento, ella lo sabía y todo estaba preparado. Me agarró la polla, que seguía cómo una piedra, y, tirando de ella, nos metimos en la habitación que olía a sexo por los cuatro costados.

-Ven, cielo, colocaros aquí. Le indicó a Rosa que me llevaba como si fuera un puto zombi.

-Hija, aquí tienes tu regalo, ¡tú primera polla conmigo! ¡Y no veas que polla! ¿Verdad?

-Uff, ya ves, pero  no sé si podré con tanta carne. Le respondió relamiéndose los labios.

-Pero, ¿Tú no eras lesbiana? Le pregunté a la hija sin comprender la situación.

-Soy sexual, que haya estado casi siempre con chicas y que me gusten mucho más que los hombres, no significa que, de vez en cuando, me dé un homenaje con un buen pollón, cómo el tuyo, por ejemplo. Que una también se cansa de comer siempre lo mismo, ¿Me entiendes?

-¡Perfectamente, alto y claro! Le respondí con el miembro en todo lo alto.

Inmediatamente, Lola tiró, levemente, de su pelo indicándola que se moviera hacia el objetivo que la esperaba impaciente para sentir su deliciosa boca. Me pegué bien a la pared y esperé a que recorriera la corta distancia con el corazón completamente disparado de revoluciones. Se acercó y la miró con curiosidad, observándola y escrutándola, admirando la compleja distribución del entramado venoso que me proporcionaba esas tremendas erecciones. Empezó a palparme los huevos con suavidad, con calma y casi con cariño para no hacerme daño. Con la otra mano agarró mi polla y comenzó a restregársela por toda la cara dándose en los mofletes con ella. Sacó la lengua y comenzó a humedecerme el glande, mirándome fijamente a los ojos, hasta que, de golpe, reunió algo de saliva y escupió depositando un delicioso escupitajo sobre ella para lubricarla en condiciones. Entonces, abrió la boca todo lo que pudo y comenzó una de las mamadas más profundas, con alguna arcada de por medio, que jamás me hayan hecho. Empezó a salivar a lo bestia, embadurnándola de babas  para que su mano se deslizara con total libertad de movimiento.

Tras un par de minutos, cogió mis manos y las colocó alrededor de su cabeza para que  le follara su boca al ritmo que yo considerara oportuno; a continuación, situó las suyas sobre sus muslos para quedarse totalmente a mi merced. Inicié la follada bucal haciendo pausas para que ella pudiera descansar de mis reiteradas acometidas hasta que ella me rodeó con sus manos agarrándome los cachetes del culo con fuerza para meterse la polla hasta el fondo. Aguantó unos segundos y cuando ya no pudo más se libró de ella arrastrando un sinfín de babas con ella que se quedaron colgando repartidas entre el pene y su boca. Permaneció quieta, respirando con dificultad, intentando recuperar el aliento. Yo recogí todos los restos de su saliva con la mano y los esparcí sobre mi polla para comenzar una salvaje masturbación delante de su cara.

Mientras, un poco más atrás, Lola y Rosa disfrutaban masajeándose sus tetas mutuamente con los ojos cerrados dejándose llevar a un mundo exento de tabús y falsas moralidades. ¡Menudo espectáculo! ¡Qué preciosidad de mujeres! Me miraron buscando mi complicidad y vaya si la encontraron, comenzaron a besarse juntando y entrelazando sus lenguas como si estuvieran compitiendo para ver cuál de las dos era más diestra.

Al no querer correrme, cogí a Aroa y la giré para que pudiera ver cómo disfrutaban su madre y mi novia. La incliné ligeramente hacia delante y comencé a estimularle el coño para lubricarlo pero ya lo tenía completamente encharcado así que, apunté y se la clavé lentamente, follándola a conciencia, notando toda la calentura de su sexo. No sé el tiempo que estuve taladrándola sin descanso pero llegó un momento en que ya no pude aguantar más. La agarré del pelo y la obligué a que se pusiera de rodillas, de nuevo, para recibir toda la descarga que ya me era imposible de contener. Me corrí en su boca, en su cara, en su pelo y en parte de sus tetas. Me agarré la polla temblando por el terrible orgasmo que acababa de experimentar y me dejé caer al suelo.

Lo último que recuerdo, antes de cerrar los ojos, fue como Ainara se dirigía hacia ellas para compartir el semen recién obtenido.