De macho alfa a puto insaciable 7. Victorioso

Jorge ha logrado ser el mejor chico de compañía y ahora lo está disfrutando

De macho alfa a puto insaciable 7. Victorioso?

Si!, finalmente… había logrado vencer a todos y conseguir ser el que más puntos obtuviera en la competencia de la semana. No fue fácil y tuve que esperar 7 meses para lograrlo pero lo conseguí.

Es domingo de madrugada y me encuentro rodeado de todos mis compañeros, mis amigos Daniel, Álvaro y Mario me felicitan. Siento la firme mano de Daniel tocando mis huevos con camaradería y el fuerte abrazo del musculoso Mario. Alex acababa de anunciar mi nombre como el ganador de la semana, con increíbles 33400 puntos. Y pensar que en mi primera semana quedé en último lugar…

Cuando me preguntaron qué premio eligiría, naturalmente elegí la opción A, con lo que automáticamente me quitaron un mes de contrato, el mismo que me habían agregado cuando quedé en último. Fue un poco extraño, quizá imaginación mía, pero apenas escogí la opción A, sentí un cambio en la atmósfera, de pronto ya no se escucharon tantos aplausos y de pronto varios parecieron perder el interés. Mis propios amigos, los sentí ligeramente más fríos… No, tonterías, seguro era sólo mi imaginación…

Fue un esfuerzo pero valió la pena. Tres días antes, el jueves, empecé la semana decidido a ser el campeón. La noche empezó floja pero pronto llegaron los clientes que esperaba: Un arquitecto y su pareja. A ellos ya los conocía y ellos a mí. Apenas llegaron, me apresuré a atenderlos (yo estuve de mesero esta semana). Mientras le servía un coñac al arquitecto, sentí la mano inquieta de su novio agarrar mis nalgas, que yo había apuntado con toda intención hacia él. Yo sabía que en un rato me mandaría llamar y tuve razón. Me ofrecieron 2500 puntos y 300 dólares para estar con ellos en una práctica que ya conocía, pues hacía unas semanas lo habíamos hecho:

Fuimos a un cuarto privado, donde ya estaban dispuestos los accesorios que necesitaríamos. Me desnudé (es decir, en la medida que puede decirse que quitarse un suspensorio es desnudarse…) y me puse en 4 patas, esperando lo que vendría. El arquitecto, Javier, tomó el primer accesorio, una especie de bozal de cuero que me colocó en la boca. Se sujetaba con una bola que me llenaba la boca y se ataba a la nuca. Lo interesante del artilugio era una tira de cuero larga, que unía ambos lados del bozal como si fuera una brida. A continuación, me colocaron en los tobillos unos grilletes que me afianzaban al suelo, para que no pudiera mover las piernas. Mis brazos quedaron libres, Finalmente, me colocó una especie de… silla, una silla de montar pero especialmente diseñada para mantenerse sobre la espalda de un hombre. Y empezó el juego.

La pareja de Javier, un muchacho de mi edad pero mucho más delgado, se montó en mí. Literalmente sobre mi espalda, en la silla que me había dado. Pero no me montó de frente sino viendo hacia atrás. Por supuesto, sus piernas alcanzaban a tocar el suelo pero no hacía ningún esfuerzo por apoyarse en ellas. Al contrario, se esforzaba para que la mayoría se su peso recayera sobre mí. Luego, Javier, un hombre fornido, peludo y de enormes muslos y brazos, de casi 50 años, se arrodillo, ya desnudo y me dejó ir su tranca en mi culo. Yo lancé un grito de dolor, acallado por el bozal. Empezó a cogerme con fuerza mientras besaba a su novio. A causa de sus embestidas, yo me movía de atrás a adelante, sin posibilidades de huir pues las piernas estaban atadas, y el novio parecía irse meciendo en mi espalda. Ese era el juego que ellos querían: Una cogida de caballo, le decían. La primera vez que los había conocido me pareció totalmente lunático. Ahora, por lo menos ya sabía de qué se trataba, aunque ese conocimiento no mejoraba la situación ni el dolor que sentía en mi culo.

Javier siguió cogiéndome y besando a su novio mientras yo estaba casi desfalleciendo por el peso de éste sobre mí. Sin embargo, pronto sentí un familiar toque en el culo, la verga contrayéndose espasmódicamente y liberando su leche en mi interior. Javier lanzó un fuerte gemido de placer y me dio un par de estocadas finales. Su novio se levantó de mi adolorida espalda. Yo caí de bruces y mientras recuperaba el aliento, ellos simplemente se fueron. Yo jadeaba exhausto, mientras me quitaba el bozal. Pero al menos tenía los puntos, pensé mientras me limpiaba el semen que escurría de mi culo.

El viernes tuve otro golpe de suerte. Esta vez vino el licenciado Fabela, un gordo enorme y fofo y con una verga pequeña, apenas 14 cm. También había estado con él anteriormente e hicimos el mismo juego: Por 2100 puntos y 120 dólares, me desnudé y me llevé las manos a la espalda. Me esposó y me hizo montarlo. El chiste no era fácil: Debía montarlo hasta que se viniera, lo cual no era fácil ya que con su gordura y su pequeña verga apenas podía insertarme en ella. El juego se completaba con una cámara que colocaba a lado nuestro y una pantalla que transmitía lo que ocurría. Él miraba embelesado mis esfuerzos por clavarme en su diminuto pene, esposado y gimiendo y parecía que era eso más que la cogida lo que le gustaba… gente rara, pensaba yo, mientras gemía con gozo fingido.

Finalmente el sábado vino mi tercera victoria. Ya para entonces había acumulado una gran cantidad de puntos pues además de estos clientes especiales, había tenido otros bastante buenos, casi todos deseosos de jugar de una u otra manera con mi culo. Ya prácticamente no aceptaba mamadas a mi verga, la verdad es que me daban muy pocos puntos y dinero. Además, odiaba el dolor que me dejaba en las bolas sacarme toda la leche. Daniel, mi amigo, me había dicho también que era malo para la salud quedarse seco y que podía volverme impotente. Honestamente me asustó. Esa era la principal razón de que ahora sólo ofreciera mi culo.

Pues bien, el cliente especial del viernes era el licenciado Ruiz. Ese hombre era cliente no muy frecuente pero al parecer era favorito de la casa. Siempre que acudía, le saludaba alguna de las chicas en turno, ya fuera Karen, Melisa o Tania y le obsequiaban tragos y otros regalitos. Era un hombre en sus cuarentas. Siempre acudía vestido con trajes de marca, caros y elegantes, camisa blanca impoluta y corbatas de seda. Su rostro moreno estaba enmarcado por cabello negro muy bien peinado y con apenas algunas canas. El hombre emitía un aire de gran autoridad. A mí las primeras veces me pareció algo frío e incluso la primera vez que me miró me pareció que me miraba con odio, pero desde que empezaba a pedirme tragos constantemente para que yo los sirviera, tuve oportunidad de charlar con él y no era desagradable en absoluto. Las veces que me había mandado llamar siempre hacíamos la misma rutina, que era bastante simple como verán a continuación, y me pagaba muy bien. Ese sábado fueron 3800 puntos y 500 dólares.

El licenciado me hizo pasar a la habitación y me hizo quitarme mi “uniforme de trabajo”. Me coloqué una especie de muñequeras y tobilleras de cuero y me tendí en un diván totalmente tapizado de cuero negro, que tenía una barra de metal en la cabecera y otra en los pies. Alcé mis brazos por encima de la cabeza y el licenciado me ató las muñecas a la barra. Finalmente, hizo lo mismo pero con mis tobillos en la barra inferior. El juego comenzó. Tomó un aceite, por el color verdoso me imagino que era aceite de oliva. Me lo untaba en todo el cuerpo. Él se vestía con un mono de plástico desechable para no manchar su elegante traje. Le gustaba frotar especialmente mis pezones y la zona interna de mis muslos, cercano a mis huevos. Tenía unas manos hábiles que me provocaban una erección agradable. Ya que estaba duro, empezaba a masturbarme, lentamente, untando el aceite por todo mi fierro. Jugaba con la velocidad, con la presión, recorriendo todo el cuerpo, concentrándose en la cabeza o también trabajando los huevos. La primera vez que estuve con el licenciado, me pareció angustiante la forma en que me trabajaba el cuerpo. Yo había intentado mantener la compostura y no gemir, pues no quería dejar ver lo mucho que me gustaba ser frotado así. Al final no lo había conseguido y terminé gimiendo de gozo. Ahora sin embargo, ya no me contenía. Cada vez que me frotaba mis pezones, duros y sensibles, me estremecía. A veces los tomaba entre sus dedos y los masajeaba. Yo entrecerraba los ojos y me entregaba a sus caricias. En esta ocasión no fue la excepción. El licenciado trabajaba mi verga con maestría, acercándome lentamente al orgasmo. Cuando ya me tenía cerca, dejó de usar la mano. Apenas con la yema de un dedo me acariciaba la base del glande y la recorría hasta llegar a los huevos y al perineo. Y de nuevo. Y de nuevo. Era una sensación que se multiplicaba. Pero él se detenía. Volvía a los pezones. Frotaba uno con la yema del dedo y luego sin aviso lo pellizcaba fuertemente, haciéndome gritar, no sé si de dolor o de placer.

La sesión se extendió casi dos horas. Al final me tenía donde quería. Eso también lo había aprendido en sesiones previas. Le gustaba llevarme a ese borde del orgasmo hasta que me hacía suplicar. Mi cuerpo estaba tan sensible que incluso ya no frotaba mi verga. Una simple caricia en los muslos o en mi costado o cerca de mi axila me provocaban oleadas de placer. Me estremecía tratando de lograr el menor roce de mi verga. Yo actuaba conforme al guión, suplicando que me dejara venir y él reía con malicia.

-          Dime lo que quiero saber y tal vez te deje venirte – dijo en cierto momento. Yo ya sabía lo que esperaba pues había sido así en otras ocasiones

-          Por favor, Amo, permítame venirme. Soy un puto caliente que necesita sacar su semen ya –dije con toda la actitud. Una cosa que había descubierto era que tenía muy buenas dotes actorales. A estas alturas yo podía fingir cualquier tipo de reacción, pretendiendo que realmente quería todo lo que me dijeran.

-          Dime qué eres.

-          Soy un puto, soy solo eso, un puto -grité yo

-          Toma esto entonces, puto –dijo el licenciado, tomando mi necesitada verga y masturbándome frenéticamente.

A los primeros movimientos mi verga se descargaba, lanzando semen por todos lados, en el diván y sobre mi cuerpo. El licenciado seguía frotándome, a veces usando mi propio semen como lubricante. Yo grité de éxtasis primero, luego de frenesí, conforme el placer del orgasmo se convertía en esa sensación de tensión, dolor o lo que sea que todos hemos experimentado. Pero él no se detenía, seguía masturbándome sin detenerse. Yo me debatía, agitaba mi cuerpo pero ya sabía que no debía pedir que se detuviera. Esa era la condición, tenía que aguantar. Jadeaba, mi cuerpo estaba cubierto de sudor, de aceite y de semen cuando mi verga volvía a estallar por segunda vez. Ese orgasmo era mucho menos placentero pero era necesario. Normalmente era entonces cuando mi pene perdía la erección y el licenciado accedía a detenerse. Me dejó reposar unos minutos y luego me desató las muñecas. Y yo hacía la ultima parte del protocolo: Me desataba los tobillos, tomaba todo lo que pudiera recoger de mi semen, me lo llevaba a la boca y debía tragarlo. Finalmente, me debía arrodillar ante él y agradecer.

-          Gracias por darme placer, Amo –eran las palabras.

El licenciado siempre terminaba profundamente complacido y a veces me daba una propina adicional.

Con ese servicio, había finalmente logrado llegar al primer lugar y reducir mi contrato un mes. Volvía a estar como al inicio, con un contrato de 12 meses, de los cuales ya había cumplido 7. Me alegraba pensar que dentro de poco podría irme de ese lugar. Y aun asi… la semana siguiente a mi victoria, mis amigos Daniel, Mario y Álvaro me invitaron a salir para festejar. Ahí me sorprendí al saber que ellos habían entado trabajando más del año. Daniel era quien había estado más tiempo, ya casi llegaba a dos años. Y me sorprendí cuando dijeron que otros llevaban más tiempo aún.

-          Es por el dinero. Cuando ya te acostumbras a él, te das cuenta que puedes seguir en el negocio sin tanto problema – me decían.

Yo no me dejaba convencer del todo. Ciertamente era muy buen trabajo. De hecho yo ya tenía una gran cantidad ahorrada, podía imaginarme que ellos tendrían aún más. Sin embargo, no dejaba de pensar que por más acostumbrados que estuvieran, aceptaran tan fácilmente ser usados como objetos sexuales. Yo mismo ya había aceptado muchas cosas e incluso, aunque eso no se los dije, había ciertas actividades que hasta me gustaba hacer o que me hicieran.

-          Por ejemplo, ya sé que es sólo por dinero pero todavía me cuesta aceptar que se metan con mi culo –confesé-. Además es incómodo y si el tipo calza grande, también me duele.

-          Ahh pero eso se resuelve fácilmente. Hay un secreto que te ayudaría. Es más, estoy seguro que si conocieras ese secreto, llegarías a primer lugar cada semana –dijo Daniel en tono misterioso, viendo a los otros dos, quienes lanzaron sonrisas de complicidad.

-          Si, seguro que si lo supieras arrasas con el negocio. Nos dejarías sin trabajo porque todos te querrían a ti –bromeó Mario también.

Yo pensaba que bromeaban pero ellos no dejaban de reírse. Al final, empecé a dudar

-          ¿Es en serio? ¿Hay algún secreto que no me han dicho?

-          Pues… si. Amigo, ¿cómo crees que hemos hecho para seguir en esto tanto tiempo?

-          ¿Pero de que se trata? –pregunté con curiosidad. Si ellos tenían ese secreto, seguramente era algo bueno

-          Pues… no sabemos si debamos decirte – Dijo Álvaro con cierto recelo-. Verás, se supone que no deberíamos usarlo. Las chicas se molestarían mucho si supieran

-          Vaya, no sean cabrones y díganme –les increpé, enojado. Ellos se miraron entre sí, como debatiendo por decirme o no

-          Bueno… está bien. Te vamos a decir. Pero conste que debes de ser muy cuidadoso en que nadie se entere…

Lo que me dijeron a continuación me dejó boca abierto. Si era cierto eso, debía probarlo…


Como siempre, espero sus comentarios y sugerencias. Disfrutenlo.