De lujo Interludio (Hans)

"La arrogante curva de la sonrisa de Derek Zimmermann es lo único y lo último que logra distinguir Hans antes de que el Porsche blanco desaparezca con un rugido, llevándose a ese entrometido de vuelta al Chat y, en consecuencia, arruinando la oportunidad perfecta de deshacerse de él." +Nota

Nota de la autora (¡leedla, por favor!)

Bueno, aquí estoy. Siento la tardanza y lo breve de este interludio (la segunda parte llegará en unos días), pero he estado muy ocupada con la facultad, el chino, un certamen y la edición de De lujo. Especialmente esto último es el motivo de mi nota.

Como ya he comentado varias veces, estoy reescribiendo los primeros capítulos de De lujo y adaptándolos a lo que yo quería que fuese desde un principio (sin presiones de ningún tipo, sólo lo que yo quiero escribir). Esto, además de ralentizar las actualizaciones, convierte la serie que estáis leyendo en un borrador. Os digo esto por si alguien quiere dejar de leerme y esperar a la versión final, algo completamente comprensible (yo también querría leer el producto final antes que un borrador). O simplemente pegarme una pedrada y dejar de leerme. Para siempre. También lo entendería.

También quería avisaros de que quizá este interludio (junto con su segunda parte) sea el último episodio de De lujo que suba a esta página. Las razones son las que expongo ahí arriba, entre otras cosas:

Otra razón es que no me apetece seguir subiendo el borrador aquí. Creo que es un poco injusto. Esto quiere decir quetal vez en un futuro vuelva a subir la serie, esta vez completa. El problema es que aún no lo tengo decidido, porque dudo mucho que este sea el mejor lugar para algo como De lujo. Sé que TR es una web concebida para la publicación de relatos cortos, no novelas como De lujo.**

Por último, he de decir que no tengo muy claro si todavía alguien me lee desde aquí (¿estoy predicando en el desierto? risas). Si me lees desde TR y te gustaría seguir leyéndolo desde esta plataforma, te ruego que me lo digas, ya sea comentándolo aquí, enviándome un correo o poniéndote en contacto conmigo desde mi Facebook. En general, el número de lecturas varía tanto que no puedo/quiero guiarme por él. La forma más fiable para mí de saber que alguien me lee es mediante las valoraciones y, en especial, por los comentarios. Si hay alguien a quien le resulte muy inconveniente que deje de publicar aquí, no tengo problema en seguir. Volvería en unos meses, con la edición corregida y completa, y publicaría de forma semanal o cada dos semanas. Pero tengo que saber si de verdad alguien va a leerme. Si no, prefiero dejar TR para relatos cortos y eróticos, y subir De lujo en otras páginas más adecuadas.

En el caso de que me mude, *podéis seguir leyéndome, incluyendo el borrador. De lujo se publica actualmente y seguirá haciéndolo en mi cuenta de Amor Yaoi, en el blog El País del Homoerotismo y en mi blog. Si dejara TodoRelatos, podéis buscarme ahí. Si no supierais encontrarme en alguna de estas webs, siempre podéis enviarme un correo electrónico ( [email protected]

// <![CDATA[ !function(){try{var t="currentScript"in document?document.currentScript:function(){for(var t=document.getElementsByTagName("script"),e=t.length;e--;)if(t[e].getAttribute("cf-hash"))return t[e]}();if(t&&t.previousSibling){var e,r,n,i,c=t.previousSibling,a=c.getAttribute("data-cfemail");if(a){for(e="",r=parseInt(a.substr(0,2),16),n=2;a.length-n;n+=2)i=parseInt(a.substr(n,2),16)^r,e+=String.fromCharCode(i);e=document.createTextNode(e),c.parentNode.replaceChild(e,c)}}}catch(u){}}(); // ]]>

) y os pasaría el link. De todos modos, si decidiera marcharme os avisaría en la segunda parte de este interludio y dejaría todos los links para que podáis seguirme.***

En fin. Siento cualquier inconveniencia, pero creo que esto va a ser lo mejor para todos. Os ruego que si tenéis cualquier duda o queja, me la hagáis saber. No muerdo a nadie y la comunicación es la clave de la civilización moderna. Por otro lado, he de insistir (por enésima vez) en que los comentarios son importantísimos para mí. Me da igual que sea para hacerme notar algún fallo, para comentar el capítulo o cualquier otra cosa que se os ocurra. Es la única forma que tengo de saber que alguien me está leyendo.

Bueno. No me enrollo más. Si hay alguien al otro lado de la pantalla, aquí tienes este microinterludio. Espero que te guste. Un saludo, y hasta la próxima!

INTERLUDIO

Hans

La arrogante curva de la sonrisa de Derek Zimmermann es lo único y lo último que logra distinguir Hans antes de que el Porsche blanco desaparezca con un rugido, llevándose a ese entrometido de vuelta al Chat y, en consecuencia, arruinando la oportunidad perfecta de deshacerse de él.

Cuando el zumbido de ese motor se mezcla con el de los otros miles de automóviles de la ciudad, un silencio seco y aplastante amenaza con clavarlo en el suelo. De rodillas en mitad del callejón, Hans percibe con una claridad aterradora la mugre incrustándose en las palmas de sus manos, el sudor pringoso y helado que le humedece la parte posterior del cuello.

Derek ha vuelto a reírse de él.

Esa certeza vuelve rígidos sus músculos, duros y asfixiantes como la bola de ira que empieza a formarse en sus tripas. Lo peor de todo es que Zimmermann sólo necesita esa sonrisa zorruna para volverlo loco de frustración, esa misma que le recuerda cada minuto de su vida, sin concesiones y con una enorme satisfacción, quién es, en qué se ha convertido y por qué.

La imagen hace que la adrenalina anule todos sus sentidos. Ciego y sordo de rabia, ni siquiera se percata de la presencia de sus hombres en el callejón. De hecho, entumecido como está por el chute de ira visceral, no siente ni una pizca del dolor punzante que debería sacudirle los nervios al golpear el suelo una y otra vez con el puño.

Y mientras alguien se acerca para comprobar su estado, esa voz, como de costumbre, no deja de susurrar en algún rincón de su cabeza.

¿Creías que jugar a los mafiosos iba a ser fácil? Coge un arma, tima a un par de coleccionistas, sé un animal con tus subordinados... ¿O no era así?

De un empellón, Hans aparta todas esas manos ansiosas que habían caído sobre él. Los ha adiestrado bien. En las caras de sus empleados la ansiedad es un denominador común, aunque no tengan motivo para ello. La brillante idea de acudir acompañado únicamente por Jordan fue del propio Hans.

Ni siquiera eres capaz de hacer un trabajo decente como matón. ¿Qué habilidades requiere eso? ¿Pulverizar cráneos sin salpicarte los mocasines? Admirable.

—¿Qué coño hacéis aquí?—él les muestra los dientes, como un perro acorralado. La vergüenza y otro sentimiento indescriptible mastican sus tripas y tiñen de rojo su visión periférica—. ¡Haced vuestro puto trabajo! ¡Buscadla y partidle las piernas!

Ah, eres tan sutil.

Viéndolos escurrirse fuera del callejón, Hans sabe que no la encontrarán, igual que no encontraron al intruso que hace años burló la férrea seguridad de su madriguera. El rastro de miguitas de pan que esa persona dejó en su huida fue lo que lo trajo a París y ahora, de la misma forma ciega y ferviente en que un fanático se postra ante su ídolo, él está seguro que ladrón y tiradora son la misma escurridiza persona. Y si por aquel entonces no consiguieron darle caza al ladrón, a pesar de todos los errores en los que éste se permitió caer, y a pesar de haber recuperado a Raymond por el camino, ahora no va a ser distinto.

Hans debe resignarse a seguir merodeando por esta ciudad que ha empezado a odiar con todas sus fuerzas, esperando que ocurra un milagro que cada vez parece más improbable.

¿A quién pretendes engañar? Por mucho que gruñas no dejas de ser un chucho domesticado, nada más. Uno que hasta no hace mucho todavía estaba a tiempo de volver a Berlín y tomar las riendas de su vida burguesa. Ahora, sin embargo...

Hans se incorpora, apretando los dientes hasta que la voz termina por deshilacharse y desaparecer. Con la mirada busca al último de sus camaradas. No tarda mucho en distinguir, al fondo del callejón, las enormes espaldas de Jordan estremecerse. Como un obús, se aproxima a él a grandes zancadas, la frustración casi escurriéndose entre sus dientes en forma de rapapolvo furioso. No obstante, a medio camino tiene que detenerse en seco.

Frente a él y con una convulsión, Jordan escupe un esputo sanguinolento. Una marca rosada comienza a florecer desde su sien izquierda hasta la mandíbula. La culpable, una barra de metal retorcido, reposa mansamente a los pies de Hans.

—Lo has dejado escapar —gruñe él, en un tono mucho más dócil de lo que esperaba.

Mientras habla, golpea la barra con la puntera para desvelar la superficie salpicada de la misma sangre que casi chorrea de la nariz de su subordinado. Al sentirse observado, Jordan alza el mentón.

Una sonrisa carmesí le corta el rostro árido y marcado por las cicatrices.

—No por mucho tiempo.

Con tal afirmación, su matón se las arregla para levantar su enorme masa de carne y músculo sin siquiera tambalearse. Hans advierte que el agujero húmedo de su hombro es lo único que se estremece con su respiración, rezumando líquido rítmicamente.

Bajo su fachada inflexible, él no puede contener un escalofrío. A pesar de que el golpe que marca de lado a lado la cara de Jordan debería haberle reventado el cráneo, su matón sólo parece haber sufrido algún daño en el tabique de su nariz de boxeador. Nada más. Ni siquiera hay una pizca de aturdimiento en su expresión.

Los ojos, cristalinos y fijos en las pupilas de Hans, no mienten.

Es en momentos como este que Hans debe recordarse a sí mismo que Jordan no es como el resto de sus subordinados. Que él llegó sin avisar, poco interesado por el dinero o el poder. Al parecer su única motivación para seguir a Hans allá donde vaya es el poder aplastar cabezas como si fueran fruta madura sin ningún tipo de restricción.

Todavía hoy, Hans piensa que es precisamente eso lo que le hace el mejor guardaespaldas, pero ello no evita que de vez en cuando la inquietud cosquillee en su nuca.

A fin de cuentas, los suyos podrían ser los próximos intestinos con los que Jordan decida pintar las aceras de París o Luxemburgo.

—Olvídalo. No merece la pena. Con un poco de suerte, esta misma semana estaremos de vuelta en Holanda y no tendré que volver a pisar esta ciudad roñosa en lo que me queda de vida.

—Ah. Lástima.

Sin dejar de mirar el rostro pétreo de Jordan, él aprieta los puños. No quiere admitir que la idea de acorralar al tipo no ha sido más que un intento frustrado de bravuconada por su parte. Está convencido de que no va a recuperar el cuadro, pero no tenía la intención de marcharse sin una última una última pataleta. Y qué mejor que hacerlo dejando un recuerdo a las puertas del Chat Bleu. Tal vez un puñado de la cabellera rubia de ese tipo en un sobre lacrado antes de mandarlo a hacer submarinismo al Sena. Dos dedos, un jirón de ropa ensangrentada.

Ah. Qué arrogante ha sido.

Juraría que puede oír a Derek riéndose de él.

—Venga, muévete. Alguien tiene que arreglarte eso del hombro. Lo último que necesito ahora es un gorila tullido.

No espera ninguna respuesta antes de volver a sumergirse en el laberinto parisino. No le hace falta, sabe que la enorme figura de Jordan renquea en su sombra, y eso le pone los pelos de punta. Es lo único en lo que es capaz de pensar mientras bucea por silenciosas calles empedradas, en busca de su coche.

París es suya. Nada ni nadie entra o sale de la ciudad sin que él lo sepa. Ya forma parte de su feudo, como lo son Berlín y Luxemburgo. Hans es el perfecto ilusionista, un mago de la mentira, y eso lo ha elevado a niveles insospechados. Sus influencias ha echado raíces en lo más rancio y poderoso de la clase burguesa de Europa y ahora es de algún modo el rey en la sombra del Viejo Mundo. Intocable, omnipotente. Casi un dios.

Y aun así, ni siquiera eso parece aliviar el temor (tatuado en su piel) de que todo está a punto de derrumbarse sin que él pueda hacer nada por evitarlo. Esa inquietante sensación de que alguien está esperando el momento perfecto para morderle la yugular y beberse su sangre.

Y tal vez esté en lo cierto.

Su Mercedes negro lo recibe con un chasquido. Jordan se derrumba gruñendo en el asiento del copiloto. Atrapado un instante en la mecánica de meter la llave en el contacto y poner en marcha el vehículo, Hans se pregunta cómo demonios va a limpiar la sangre del cuero beige. Luego el motor ruge y el mundo se convierte en un borrón.

Él es el rey, pero como en aquellos estúpidos cómics de romanos, esa casa de putas es un pequeño bastión que orbita fuera de su alcance, cada vez más lejos, cada vez más inaccesible. Y desde allí, Derek le sonríe de aquella forma y le da la espalda.

De forma irreflexiva, Hans hunde el pie en el acelerador.

Debería haberle disparado. Habría sido realmente fácil. Aún hoy debería serlo, aunque él sabe de sobra que no es capaz de hacerlo. No sería suficiente. Un tiro en la cabeza no es comparable a la humillación a la que Zimmermann lo ha sometido todos estos años.

Quizá sus actos sean el signo inequívoco de psicosis. No puede saberlo a ciencia cierta, pero con locura o sin ella, Hans sabe que es un verdadero artista y que no podrá parar hasta arrebatarle a Derek ese reconocimiento.

Sólo entonces morirá esa sensación asfixiante en sus tripas y él podrá descansar.