De lujo 9, 2ª parte (Un gatito borracho)
La víspera de Navidad, Louis se cita con un editor para hablar de su manuscrito. Pero las cosas no salen como él esperaba.
Nota de la autora
http://3.bp.blogspot.com/-vFGzrDXb-xk/T_SkIVvD44I/AAAAAAAAAfQ/qPokgbIqK5w/s1600/Dobby.gif . Básicamente, la escena que se reprodujo en mi zulo el otro día en cuanto supe que no podía recuperar las páginas perdidas y que había olvidado comentaros una cosa en la primera parte de este capítulo. Mi vida es muy triste.
Anyway, la pérdida me ha permitido reescribir entera la segunda parte, arreglar algunas incongruencias y alargarla un poquito (tenía dos páginas y media en un principio). No es todo malo, al fin y al cabo, aunque he perdido algo de tiempo tratando desesperadamente de recuperarlas.
En fin. Ahora quiero comentar algunas cosicas. Primero, y como ya he dicho, olvidé mencionar algo en la primera parte. Louis se muestra muy irritado al descubrir las vistas de la consulta de su psicóloga porque éstas dan al barrio de Le Marais, donde se sitúa el centro de la vida homosexual en París. Eso no hace más que recordarle a nuestro protagonista por qué está en dicha consulta.
Segundo, y ahora centrándonos en este capítulo; la canción que se toca al principio existe y es ésta http://www.youtube.com/watch?v=rK0CEklVJKw (el título es He said he had a story, y el intérprete, The Dear Hunter). Siempre me pareció una canción tremendamente adecuada para el personaje de Ray, y estaba deseando hacer que la cantara. Quizá Louis esté demasiado borracho ahora mismo para entender lo que su protegido quiere decir, pero estoy segura de que alguno de vosotros sabrá cuál es la historia oculta. Si no, quedará más que claro en los capítulos venideros, os lo aseguro. (Además, es un grupo cojonudo).
Tercero. Yo también creo que Louis tiene un gusto horroroso en hombres, aunque la verdad es que estoy muy agradecida a Édouard por la cantidad de cabos sueltos que su aparición ha conseguido atar un aplauso para Édouard, por favor, incluso aunque luego todo el mundo vaya a odiarlo.
Cuarto. Quería dar las gracias a todos por vuestra comprensión y amabilidad tears of joy. Vuestros comentarios tienen la asombrosa capacidad de hacerme muy feliz. Gracias también (¡cómo no!) a todos los que me mandáis esos emails tan jodidamente adorables y a quienes me leéis desde la sombra. Una historia sin lectores no tendría ningún sentido, y la mía es muy afortunada de tener a los más monos corazón.
Quinto. "Tu churri me ha pegado, exijo una satisfacción" es una frase que tenía unas ganas absurdamente grandes de escribir. No me odiéis, por favor.
¡Y creo que eso es todo! Espero que esta segunda parte del capítulo nueve cumpla con vuestras expectativas, y si no, podéis gritármelo en los comentarios. Un abrazo smile**
P.S. Ayer encontré a Raymond haciendo una aparición estelar en una vieja agenda. No he podido evitar ponerlo aquí para que le digáis hola :3 http://31.media.tumblr.com/ebc464406f70509cac6029de8de09a87/tumblr_msqa22WLG01sejmkxo1_500.jpg
9
(2ª parte)
La música me ha atraído hasta aquí.
Bueno, la música, la botella de vodka que anda revolucionando mi torrente sanguíneo y la intención de reprimir la repetición del impulso suicida que me ha llevado a salir a la calle y tirarme a la calzada mojada. (Ningún coche quiso pasarme por encima, de todos modos).
Mi cerebro estaba trabajando a toda velocidad, algo descoordinado por el alcohol y empeñado en recordarme una y otra vez lo fracasado que soy. No lo soportaba más.
Sí, el editor no había venido, pero estoy bastante acostumbrado a que se rían de mí en mi cara. ¿Por qué habría de preocuparme más por esto?
De manera que, tambaleándome un poco, despegué la cara de la mesa y huí del ruido de conversaciones y de la gente feliz a mi alrededor para seguir aquel hilo tenue de música.
Y, tras recorrer de punta a punta el bar y cruzar una gruesa cortina negra, aquí estoy.
El cuarto tiene forma cuadrangular y está pobremente iluminado. A mis pupilas confundidas les cuesta unos segundos contraerse y luego dilatarse para poder captar al máximo la débil luz amarilla y distinguir las formas irregulares de varias decenas de cabezas. Unas treinta personas forman un círculo casi perfecto en torno a un grupito de tres. Apenas se oye un débil murmullo aparte de la música. Es la primera vez que veo un concierto tan silencioso.
Intrigado, obligo a mis piernas a abrirse paso entre los espectadores. La orden tarda un poco en ser procesada en la materia gris, pero poco a poco consigo acercarme a las primeras filas. Mientras, la música se vuelve tenue hasta finalizar por completo y una voz se hace oír en el silencio.
Una voz que hace que se me pongan los pelos de punta.
-Ahora voy a contaros una historia, ¿sí? ¿Qué te parece, Ellie?
El público responde con entusiasmo, enviándome de un empellón derecho al suelo, entre dos adolescentes con faldas demasiado cortas y una ropa interior tan fosforescente que brilla en la oscuridad. Mientras yo observo esas bragas sobre mi cabeza, deslumbrado, otra voz femenina se eleva por encima del barullo:
-Me parezca lo que me parezca, vas a hacer lo que te dé la gana, así que dale.
Dicho esto, se hizo un breve silencio cargado de estática. Casi puedo ver una sonrisa felina dibujarse en la cara de su interlocutor. Me estremezco, la cabeza dándome vueltas.
El estado de mi cráneo no mejora con el retumbar de un bombo de batería, que hace temblar el suelo, y la gente apiñándose a mi alrededor no me deja escuchar los primeros acordes de la canción. Las palabras consiguen llegar a mi cerebro, pero forman una amalgama sin sentido. Yo gimo.
Eh, cerebro, compórtate.
Hay casi un litro de alcohol barato dando vueltas dentro de mí.
Cerebro, es inglés. Sabes inglés.
¿Qué dices de tus pies?
INGLÉS.
Oh.
Mantengo esta breve conversación con mis sesos al tiempo que intento entender la música y meto la cabeza entre las chaquetas de cuero de dos tipos grandes como osos. Lo que veo en el centro es, sin lugar a dudas, bastante interesante.
En mitad del haz de luz que sale del techo hay una mujer tocando el bajo y con más tatuajes en el cuerpo que un pandillero de poca monta. En el otro extremo, un tío barbudo marca el tempo en la batería, pero mi interés, por desgracia, se ve irremediablemente atraído por la tercera persona en discordia.
La luz arranca destellos rojizos a su cabello castaño cuando se inclina sobre unas chicas. Lleva una sudadera con la cremallera abierta, y sus dedos se deslizan sobre los mismos acordes en un ritmo perfecto. La voz de Raymond no necesita micrófono, de alguna manera se introduce en las cabezas de los presentes y se impone sobre los demás instrumentos...
- She had disrobed and she was waiting on the floor.She asked me what it was I want, I thought that I wanted it all! - canturrea, con una sonrisa petulante, y en el mismo momento en que las palabras calan en mi cabeza, hago rodar los ojos.
¿En serio, Raymond? Hay algún momento de tu vida en el que no sea tu cabeza de abajo la que esté pensando en meterse en agujeros?
Ray se detiene, y en un absurdo instante de pánico pienso que me ha leído la mente, aunque antes de huir despavorido me doy cuenta de que sólo estaba dando pie a su compañera.
- What did you say? – interviene ella, en un movimiento brusco de cabeza que hace que su corta melena a lo garçon y la tonelada de pendientes que perforan sus orejas se sacudan.
Tiene una voz angelical, contrapuesta con su aspecto. Ray la escucha relamiéndose y con la guitara preparada para continuar, lo que provoca que una chica suspire a mi espalda. Yo pongo los ojos en blanco otra vez.
- I said stand up and move your body to the bed. She quickly stood and slowly turned, and here’s exactly what she said…
La tal Ellie se inclina hacia los espectadores de mi zona antes de llevarse una mano al pecho y cantar, con voz afectada y dulce:
- Please, be soft and sweet to me, this life has not been good, you see.It’s hard with such a history buried in misery.
Desde un poco más atrás, el batería pregunta qué pasó a continuación.
- I broke a smile, reminding that I paid her well, and I felt his hands unbuckling my belt. Oh, it felt like heaven, but I’m sure she was in Hell. I made my money worth out of the goods she sell…
Mis músculos se agarrotan de golpe. De repente no me parece tan obvio que esté hablando de algún ligue. Algún rincón muy recóndito en el cráneo se me activa, una señal luminosa que grita algo desesperada, pero tengo un pote espeso como sistema nervioso. Ya me cuesta bastante tenerme en pie, mirar hacia delante y entender lo que está cantando mi protégé.
Break and bind yourself to me, deliver what you sold. You see that I will only take from you,
And use you up.
I'll use you up.
What was your name?
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-Ya decía yo que me parecía haber visto a un lindo gatito rondando la Madriguera.
Louis despega la cara de su mesa por segunda vez en lo que va de noche para contemplar, con una mueca, a su protégé dejarse caer casi encima de él en el sofá. Ray estira las piernas sobre las del escritor y se despereza como un gran felino al sol, controlando con un ojo entreabierto las reacciones del otro. Louis le dedica una mirada algo vidriosa unos segundos y luego vuelve a golpearse la cabeza contra la mesa, lo que hace sacudirse la botella vacía de vodka blanco.
-Genial –dice, arrastrando las sílabas hasta convertirlas en un sonido sin sentido apenas discernible del ruido ambiente-. ¿También vas a… acosarme aquí?
-Este es mi territorio desde hace años; has sido tú quien ha metido la patita dentro para oírme cantar –sin dejar de hablar (y sin hacer caso a Louis, que con voz vacilante trata de explicarle que ni de broma estaba allí para verlo a él), Ray alarga el brazo para alcanzar la botella-. ¿Qué celebramos?
-Si no desapareces en diez segundos… tu funeral.
Mientras dice esto, Louis trata de empujarlo de su regazo, pero sus reflejos lo traicionan y termina golpeándose el codo contra la mesa. El prostituto sonríe ampliamente al verlo maldecir de forma entrecortada. Su noche, que presumía ser otra víspera de Navidad escaqueándose de la fiesta del Chat y teniendo quizá sexo con su vieja amiga Ellie, ha mejorado sustancialmente de un plumazo.
-Vaya, vaya. Mi gatito se lo ha estado pasando bien. ¿Es tu primera borrachera, o ya te habían dejado catar el vino en el monasterio?
-No estoy borracho –le rebate el rubio, pero el color de sus mejillas y sus movimientos descoordinados dicen lo contrario-. Y cállate.
Ray inclina la botella y apura las últimas gotas. Después cruza los dedos en la nuca y se recuesta sobre el reposabrazos del sillón. Está disfrutando enormemente del gesto enfadado de Louis, que parece no darse cuenta de que tiene la mano apoyada justo en la entrepierna de su protégé.
-Venga, dime qué celebramos y te invito a otra –insiste y mueve las caderas con malevolencia para restregarse contra la mano de Louis. Quiere vengarse por lo de la semana pasada, cuando su protector utilizó unas esposas de Sacha para encadenarlo a la cama y azotarlo con un cinturón. Todavía le duele el culo y tiene el orgullo resentido.
El escritor frunce el ceño y se apoya con un poco más de fuerza sin darse mucha cuenta de lo que está haciendo.
-Deja de molestarme –le ordena con algo de esfuerzo-. No estoy de humor.
Todavía está gruñendo algo entre dientes cuando Ray se incorpora y le rodea el cuello con un brazo. No obstante, en lugar de sobresaltarse y enrojecer hasta la raíz del cabello, Louis entrecierra los ojos, cruzado de brazos. Él chasquea la lengua. Qué pena que su gatito esté perdiendo ese aura de colegiala virgencita.
-Oye, Louis –ronronea en su oreja-. ¿Qué te parece si salimos por la puerta de atrás y te soluciono todos tus…?
-¿Louis?
Las cabezas de ambos se levantan al mismo tiempo, como activadas por algún misterioso mecanismo biológico, para encontrarse con un tipo alto y de aspecto marcial que se acaba de detener frente a ellos. Ray se inclina hacia delante, interesado, para observar con detenimiento su aspecto. El desconocido viste una americana debajo del abrigo salpicado de nieve, pero sus formas están bien lejos de las de los clientes del Chat. Piel canela, rasgos sureños, una melena de espesos rizos negros y ojos a juego, bordeados de gruesas pestañas.
Aunque no es exactamente una belleza, sí que resulta lo bastante llamativo como para que algunas mujeres de la barra le regalen miraditas de cordero degollado.
Pero el hombre en cuestión no está pendiente de las chicas que susurran a sus espaldas. Se encuentra mucho más ocupado mirándolos a ellos como si acabara de volver a ver a Ozzy Osbourne mordiéndole la cabeza a aquel murciélago.
-¿Louis? –insiste, con una mezcla de preocupación e incredulidad en la voz-. Dios, Louis, ¿eres tú?
El aludido (que todavía tiene las piernas de Ray cruzando su regazo) lo mira sin parpadear. Luego empieza a inclinar la cabeza, como si fuera a volver a golpearse contra la mesa de nuevo, aunque al final sólo se queda mirando fijamente su vaso.
-¿Por qué siento ganas de vomitar de repente? –farfulla, y sin dirigirle una sola palabra al misterioso desconocido, aparta a Ray de un empellón (¡qué maleducado!) y se tambalea hacia la puerta principal.
El extraño, sin embargo, lo intercepta a mitad del camino, agarrándolo por los hombros.
-¡Louis! Louis, yo…
-¡B-basta! –balbucea él, y para delicia de Ray (que sigue espatarrado en el sofá en la misma posición en que lo ha dejado Louis), se cuelga de los brazos del tipo y lo imita, con una risilla incontenible:-. Louis, Louis, Louis… Me vas a gastar el nombre… Mira, Ray, me va a gastar el nombre… ¿cómo me vas a llamar ahora, eh?
-Gatito –replica él al momento, acodado en la mesa mientras se regocija con la expresión de profundo desconcierto del recién llegado.
La risa tonta de Louis se corta abruptamente al oír aquello.
-Ahora quiero vomitar otra vez.
-¿Prefieres que te llame princesa, como al ruso?
-… Gatito me produce menos náuseas.
-Perfecto –sonríe él.
El nuevo se remueve, incómodo, y tras examinar con preocupación el peso muerto en sus brazos, fulmina con esos ojos negros a Ray, quien está disfrutando del momento como nunca.
-¿Quién eres tú y qué le has hecho? –suelta, con agresividad, pero el prostituto sólo se estira perezosamente y le devuelve la mirada, los párpados caídos.
-Se lo ha hecho él solito –obviando la primera pregunta, señala a Louis, todavía derrengado en los brazos del desconocido-. Mi gatito tiene tendencia a ponerse en situaciones muy graciosas por su cuenta. ¿Eres un exnovio celoso? –añade, curioso, y el recién llegado tuerce el gesto con acritud.
-Creo recordar que he preguntado yo primero.
Ray puede sentir su hostilidad como algo casi físico y denso que revolotea a su alrededor. Sonríe lentamente, mostrando al nuevo sus colmillos.
-Soy su chulo.
-Cállate, Raymond. No eres gracioso –gruñe Louis, pero nadie le hace caso. Las dos personas que lo acompañan están absortas examinándose con sumo detenimiento, como gallos de pelea.
Mientras ellos se miden sin palabras, el intento de escritor vuelve a sentir un arrebato de pena que en su estado se traduce como otra náusea, de modo que se aparta un poco del tipo que lo agarra para tomar aire. Al hacerlo, no obstante, se encuentra con la cara enfadada de éste, y algo parece ir terriblemente mal de repente.
Louis frunce el ceño, arruga la nariz. Y entonces la sangre vuelve a regar su cerebro y se da cuenta.
-¡Tú! -grita, desasiéndose de él, y se aparta hasta chocar contra la mesa-. ¿De dónde…? ¿Cómo... cómo te atreves a tocarme?
Para sorpresa de Ray, que acaba de atrapar al vuelo la botella en el momento justo de evitar que se estampara contra el suelo, el desconocido muda su expresión de digno enfado por algo parecido a un híbrido de angustia y vergüenza.
-Louis –comienza, otra vez repitiendo su nombre con voz vacilante-. No es lo que tú piensas… me he reunido aquí con alguien por trabajo…
Una sonrisa suficiente se esboza en la cara del prostituto al oír aquello.
-Si me pagaran por cada vez que me han dicho eso… Bueno, no sería mucho más rico de lo que soy ahora, pero estaría definitivamente podrido de pasta.
-¿Quién se reúne para trabajar en un sitio así? –gruñe Louis en tono afirmativo, lo que provoca que la cara de su interlocutor palidezca un poco, aunque al terminar de preguntar, se gira la cabeza con esfuerzo y le ladra a su protégé-. Y tú cierra el pico.
Ray mira al desconocido y se encoge de hombros mientras su sonrisa se transforma en una mueca malévola.
Viéndose en clara desventaja, el recién llegado retrocede un poco. Durante un instante Ray piensa que va a huir de un momento a otro y no puede evitar sentirse algo decepcionado (¡justo ahora que se iba a poner divertido!), pero entonces el tipo respira, cuadra los hombros y le dedica un gesto amenazador.
-Esto no va contigo –le advierte, en voz baja y peligrosa.
Louis ladra una carcajada tan exagerada y fuerte que gente de todos los rincones vuelve la cabeza en su dirección.
-¿Quién eres tú para decidir si él pinta o no en esto? –salta, arrastrando las palabras con un deje de agresividad que no pasa desapercibido a nadie. Ray se da cuenta, divertido, de que, si bien hace menos de un minuto lo estaba mandando a callar, ahora se contradice para poner contra las cuerdas al nuevo, incluso aunque para ello tenga que defenderlo precisamente a él. Mientras el prostituto se regocija, el nuevo hace ademán de hablar, pero su protector lo interrumpe ferozmente:- ¡Fuera de aquí, Édouard! ¡N-no me fui a vivir durante cinco años a la otra punta de París con esa bruja timadora para encontrarme ahora contigo!
Antes de que el nombre pueda calar en la mente de Ray, el desconocido-ya-no-tan-desconocido parece reunir el valor suficiente para agarrar a Louis del brazo y apartarlo del rincón. El rubio se deja hacer, sin tener mucho tiempo ni fuerzas para darse cuenta de lo que está ocurriendo, pero al ser un peso muerto no puede ser arrastrado demasiado lejos. La conversación llega hasta Ray nítida y clara a pesar de todo:
-Dejaste la universidad y desapareciste sin dejar rastro, ni siquiera pude…
Louis deja escapar otra risa histérica, aunque tras el velo de alcohol que le nubla la mirada hay algo oscuro y gélido flotando en el azul de sus iris.
-Eres todo un pieza, Édouard, viniendo ahora con reproches –balbucea, y se desase de él de un tirón. El otro compone una mueca de frustración y angustia, pero no se mueve del sitio. Ray se inclina sobre la mesa. De pronto acaba de recordar de qué le suena ése nombre. Sonríe, despacio, sin apartar los ojos de la escena-. M-me partiste el corazón de la forma más humillante y yo… creo que estaba en mi derecho de no querer verte la cara nunca más.
-Lo que ocurrió aquella noche… ¡No pude hacer otra cosa! ¡Tenía las manos atadas!
-Precisamente tú no eras quien tenía las manos atadas.
Tras esas ásperas palabras, Ray ve cómo el escritor gira sobre sus talones de forma muy poco elegante (en el proceso está a punto de caerse encima de una camarera) y se aleja tambaleándose en dirección al fondo del local. Él abandona el sofá para caminar hasta donde su protector ha dejado al tal Édouard, que parece a punto de echar a correr detrás del rubio.
-Yo que tú no lo haría –le dice en tono confidente, un Marlboro apagado colgando de una de sus comisuras-. Es rencoroso y vengativo.
Édouard se vuelve para encontrarse con la sonrisa suficiente del prostituto. Ray estudia su expresión cristalina, una amalgama de sentimientos, mientras se pregunta qué será eso tan terrible que ha pasado entre ellos dos. Le gustaría saberlo.
Tiene pinta de ser tremendamente jugoso.
-Tú no lo conoces –el tipo frunce el ceño, pero el aspecto derrotado que ha adoptado de forma inconsciente desde que Louis le diera la espalda no juega mucho en su favor. Viéndolo así, con el aire de un cachorrillo abandonado bajo la lluvia, Ray no puede evitar pensar en el mal gusto en hombres que tenía el Louis adolescente.
-Cierto, no lo conozco. No a la persona, al menos –replica, las manos en los bolsillos y esa mueca tan narcisista en la cara-. Su culo, en cambio, me lo conozco perfectamente.
Édouard, que había dado la vuelta para seguir la estela de Louis, se detuvo.
Y si bien hace un instante el prostituto estaba pensando en lo pusilánime y patético que era éste, quizá tenga que replantearse esa imagen ahora que el puño del argelino acaba de encontrarse con su cara.
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Estoy hecho una mierda.
El callejón es frío y húmedo, pero no ayuda a atemperar mis nervios ni a mejorar el pote de mi cerebro. Frustrado, intento dar una patada a la nieve que se acumula contra el muro y en todas partes; desafortunadamente, la coordinación de mi sistema nervioso con las extremidades es escasa y termino de culo sobre el hielo. Ni siquiera intento levantarme, sé que sería un espectáculo muy triste también, de modo que me quedo donde estoy, congelándome el trasero, y aunque intento no pensar en nada, es imposible.
Siento que me ahogo.
¿Por qué ahora? ¿Por qué aparece justo ahora que mi vida empezaba a enderezarse? ¿Y por qué no se limita a desaparecer de mi vista y a dejarme en paz?
Si no podía recuperarme de aquella noche con su recuerdo acosándome, ¿qué voy a hacer con el Édouard de carne y hueso?
Con un gruñido, me golpeo la cabeza contra el muro medio helado y lleno de pintadas y mugre. Quiero volver al Chat y dormir hasta la primavera, pero ahora mismo no sé ni dónde estoy. La cabeza me da vueltas y el suelo parece tan estable como una cama de agua.
-Mierda –digo en voz alta, y un gato que estaba hurgando en un contenedor delante de mí levanta las orejas, vuelve la cabeza hacia donde estoy y sus ojos relumbran en la penumbra. Yo le hago una mueca-. No me mires así. Porque no creo que tú sepas por dónde queda tu primo azul, ¿verdad?
El gato, que con toda seguridad no tiene ni idea de dónde está el Chat, salta al suelo y vuelve a dedicarme una mirada indiferente antes de echar a andar con un movimiento ondulante del rabo, aunque no llega muy lejos.
La puerta trasera metálica del pub se abre con un estampido, y el animal da un bote y suelta un bufido, su orgulloso rabo convertido en una especie de plumero erizado, antes de refugiarse de un salto bajo el contenedor del que acababa de salir.
Y cuando veo a los dos que emergen de las sombras, me dan ganas a mí también de meterme debajo del contenedor. O dentro, directamente.
Mi protégé y Édouard están a punto de caerse rodando por los tres escalones que separan la puerta del suelo al intentar salir al mismo tiempo por el umbral. Ray tiene el labio partido, pero no parece muy preocupado al respecto. Al argelino se le ha alborotado el pelo y ha perdido su bufanda, que un tipo enorme y con cara de estreñimiento crónico se encarga de devolver arrojándosela a la cara.
-Ni se te ocurra volver a poner un pie aquí –le ladra el gorila, y Édouard se encoge un poco, aunque enseguida el de seguridad se olvida de él y apunta con un dedo regordete y amenazador a Ray-. Y tú, nada de peleas, ya lo sabes. La próxima vez te partiré la cabeza con tu guitarra, me da igual lo que diga el jefe.
Y dicho esto, la puerta vuelve a cerrarse con un estruendo metálico y mi protégé da la espalda a Édouard para componer un gesto de fingida sorpresa al verme sentado en la nieve.
-Eh, así que aquí se había metido mi gatito –arrulla, sonriente. Su labio partido ha empezado a chorrear un hilillo de sangre, que él señala-. Tu churri me ha pegado. Exijo una satisfacción.
Oigo a Édouard quejarse sonoramente tras terminar de recuperarse del susto de haber sido zarandeado por el gorila, pero no le hago mucho caso. Mi cerebro está intentando procesar la imagen del argelino golpeando a alguien. Es inverosímil.
-¡Se lo merecía totalmente! –está exclamando él cuando vuelvo en mí, al tiempo que señala a Ray como si éste fuera un chucho pulgoso-. ¡Estaba hablando mal de ti!
Parpadeo, y miro a mi protégé, que se lame la sangre del labio mientras, sin disimulo alguno, se arregla el paquete delante de un escandalizado Édouard.
Sí, seguramente se lo merezca. Sin embargo…
-¿Hablando mal? ¿No crees que sacas los puños un poco… tarde para eso? –digo, y me sorprende encontrar en mi voz un porcentaje mínimo de la rabia que burbujea dentro de mi cabeza-. Tarde… siempre tarde, Édouard…
-Puedo perdonar a tu churri si se me satisface como es debido –insiste Ray desde atrás, acariciándose el mentón, y mi antiguo compañero de cuarto lo fulmina con la mirada antes de acercarse y extender el brazo hacia mí.
-Louis, necesito hablar… disculparme, pero no puedo hacerlo con propiedad en tu estado –empieza, con voz suave y suplicante-. Por favor, déjame llevarte a casa y…
No. ¿Qué estás diciendo? ¿Es que crees que soy idiota? ¿Qué he borrado esa noche de mi registro?
Cierro los ojos, todo me da vueltas, y otra vez esa sensación asfixiante me cierra la garganta.
-¿Tienes siquiera la menor idea de dónde vivo? –corto. Édouard se queda congelado en el sitio, la mano todavía abierta cerca de mí. Al final se ve obligado a sacudir lentamente la cabeza, en silencio.
-Conmigo. En mi cama. Hasta que hice guirnaldas con sus gayumbos, ahora duerme en la bañera. La verdad es que no fue un movimiento acertado –añade mi protégé, sus blancos dientes destellando, lo que consigue arrancar una expresión de horror genuino a la cara del otro.
-No me puedo creer que estés con este… tipo –Édouard niega con la cabeza y vuelve a tenderme la mano-. Ven conmigo, por favor. Podemos hablar con tranquilidad en mi apartamento… Necesito que lo entiendas, Louis –suplica, pero yo lo aparto en un torpe manotazo, momento que aprovecha Raymond para acercarse felinamente por detrás de mi ex compañero.
-Yo tampoco puedo creerme que estuvieras con este subproducto de Tarta de Fresa. ¿Fue él quien te hizo monja, o venías así de serie?
Deja de meter cizaña, Raymond, nadie tiene la culpa de que no te dieran amor de pequeño.
-Oh, cállate –gimo yo, porque un dolor agudo que ha comenzado a gestarse en mis sienes me impide pensar nada más coherente-. ¿Es que ni partiéndote la boca cierras el pico?
-¿Por qué no vienes y me lo cierras tú?
Respiro hondo. El corazón me palpita dolorosamente fuerte en el pecho. Tengo el culo tan congelado que hace rato que dejé de sentirlo. Estoy lo bastante borracho como para sentirme más seguro con el culo helado en la nieve que de pie. Es patético. Sólo quiero irme a casa, de verdad.
Irme a casa y quitarme de encima la mirada de pena de Édouard.
Así que en un rápido movimiento, agarro a mi protégé del cinturón y lo atraigo hacia mí.
-No estoy con él –le aclaro a Édouard, señalando al otro-. Sólo soy su estúpida niñera en el trabajo.
-Me pagan cantidades ridículas de dinero por follar –asiente Ray, muy serio de pronto.
Antes de que a ninguno le dé por decir nada más, mi dedo acusador pasa a dirigirse al argelino y continúo.
-Y él no es mi churri. Y espero que se vaya ahora mismo.
Es oír esto y Édouard empieza a entrar en pánico.
-Louis, espera, te prometo que… ¿qué demonios haces?
La hebilla del cinturón de Raymond tintinea bajo mis dedos. Es un sonido intoxicante.
-Estoy compensando a mi compañero de trabajo por lo que le has hecho, o me lo estará recordando hasta el día del Juicio Final… -el argelino abre y cierra la boca sin llegar a emitir ningún sonido audible mientras yo meto la mano dentro del pantalón de Ray (a quien no parece sorprenderle en absoluto la situación) y libero su polla, totalmente tiesa. La bola de su perforación brilla ante mí, insolente-. ¿O es que echas de menos esto? –pregunto, descapullando a mi protégé, aunque sin mirar en ningún momento a Édouard-. Se siente… Es a lo que renunciaste cuando tuviste que elegir entre el armario o yo y te decantaste por el primero.
Y, dictada la sentencia, me meto la verga de Raymond en la boca.
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Sin duda ha sido una noche excelente.
Esto es, básicamente, lo que piensa Ray cuando llega a su cuarto en el Chat y tira a Louis contra su cama. Todavía siente un agradable y placentero resentimiento cerca del área de su piercing, así que sabe que ha merecido la pena que le hayan pegado un puñetazo en la cara y lo hayan echado a patadas de la Madriguera.
-Eres bueno, gatito –afirma en tono grave y solemne mientras se arranca la sudadera y la arroja a algún rincón de la habitación-. Deberías buscarte un futuro mejor en el club. Tengo clientes a los que les volvería majaras tener la cabeza de un rubito mono como tú entre las piernas.
Louis, desmadejado bocabajo en la cama y con la cara aplastada contra las sábanas, deja escapar un sonido de derrota.
-Me siento sucio.
-Bueno, eso es en parte porque todavía tienes parte de mi corrida en la cara.
-Genial. Creo que… que el día de hoy ha sido en sí el mejor regalo de Navidad de todos los tiempos, pero… tu lefa debe ser la guinda del pastel.
Ray sonríe, todavía saboreando su victoria, y le da una palmadita en la cabeza.
-Encantado de que te guste, gatito –ronronea-. Sólo una cosa más: ¿qué hizo Tarta de Fresa?
Louis permanece inmóvil largo rato, tanto que él comienza a pensar que ha entrado en alguna especie de trance cósmico.
-Me traicionó –susurra al final, sin despegar la cara del colchón, y entonces el vodka lo arrastra a un largo sueño, preludio de la bonita resaca de la que hará gala al día siguiente.
El prostituto lo deja donde está y se aleja en dirección a la ventana sin hacer el menor ruido. Su cabeza está trabajando a toda máquina, la imaginación sobreestimulada por todo lo que acaba de presenciar.
-Un traidor, ¿eh? –dice con voz queda, justo cuando pega la mejilla al cristal y cree distinguir una figura en particular al otro lado de la calle. Una figura de apariencia exótica y espesa melena de rizos negros que cruza una mirada desafiante con él antes de desaparecer en la noche parisina. Ray se relame despacio-. Esto va a ser interesante.
P.P.S. ¡Lo sé, lo sé, corté el sexo! Pero no he sido capaz de escribirlo, no me preguntéis por qué. Simplemente mi cerebro se plantó y se negó a escribirlo. Y he preferido cortar y dejar el folleteo para el diez (que tiene a raudales). Espero que sepáis perdonarme. Gomenasai!