De lujo 7.5 (Interludio: amor fraternal)
El tener a Louis tan cerca por fin desentierra algunos recuerdos que Sacha creía olvidados. Como la gran intimidad que él y su mellizo Kolia siempre han compartido...
Nota de la autora
¡Criaturas!
Estoy de vuelta. Sí, he tardado un poco más (todavía), pero hice algunas modificaciones en el capítulo, y he necesitado algo de tiempo para poner en claro mis ideas. Éste capítulo se me ha atragantado de una forma terrible. No me puedo creer que esté acabado, de hecho, pero lo está, y yo no puedo ser más feliz ahora mismo. Espero que alguno de vosotros haya decidido esperarme, porque si no vaya esfuerzo más fútil risas.
Quería agradecer un millón y medio de veces los comentarios que me dejasteis en la nota aclaratoria y los emails recibidos. No sé muy bien cómo expresar mi inmensa gratitud, porque son unas horas intempestivas y yo he dormido unas dos o tres. Aun así, muchas gracias. Por esperar, si es que seguís ahí, y por el apoyo que me brindáis. Sigo estando segura de que no lo merezco en absoluto.
En cuanto al capítulo siete, éste es el final del interludio de Sacha. Es uno de mis personajes favoritos, así que me ha gustado mucho desvelar algunos de sus secretos, pero también es uno de los que más me cuesta escribir. Ojalá os guste, en serio. Me haría todavía más feliz corazón.
P.D. Algunas cositas. Por si acaso, querría aclarar que Kolia es el diminutivo del nombre ruso Nikolay, al igual que Sacha lo es de Aleksandr. En Rusia es muy común llamar a la gente cercana por su diminutivo (más o menos igual que ocurre en España con ciertos nombres). Por otro lado, suka *(o
Сука -no sé si saldrán los caracteres rusos, pero así aparece en el texto-), es un insulto; y drochila es la forma de decir "pajillero" en ruso.*
Hechas las aclaraciones, me llena de satisfacción dejaros con la segunda parte del capítulo siete sonrisa inmensa**
2ª PARTE
Sacha vuelve al cuarto de la Jaula arrastrando los pies. Una vez diluida la escasa emoción del sexo con herr Zimmermann, al ruso sólo le queda un poso agrio de insatisfacción que le nubla el humor, aunque peor todavía es la certeza que ha ocupado su mente tras el triste polvo y que se va afianzado a cada paso que lo acerca a su puerta.
Louis no va a venir. ¿Para qué? Sacha no tiene absolutamente nada interesante que ofrecerle a un escritor culto y serio y guay que seguramente está muy ocupado en nivel uno de la Jaula, haciendo a saber qué cosas con ese estúpido de Raymond. Ese estúpido y fascinante de Raymond.
Mierda. Cómo lo odia. Y cómo quiere evitar que Louis caiga en sus garras. La cuestión es cómo.
Las alfombras rojas del nivel cero ahogan sus pasos. En la puerta de la habitación contigua a la suya, un corrillo de mujeres en diferente grado de semidesnudez charlan animadamente, pero a pesar de lo amigo de los chismes que es Sacha, se limita a encogerse como una tortuga en su kimono y trata de abrir su puerta sin que ellas se percaten de su presencia. Lo último que le apetece ahora es que las zorras de sus compañeras de trabajo se ceben con él.
Por supuesto, las cosas no le salen como pretendía.
-Huy, Anita, mira quién es.
El tono estridente de esa voz llega hasta la materia gris de Sacha, golpea sus terminaciones nerviosas como un puñetazo y envía un calambrazo por su espina dorsal. Envarándose, él trata de responder a la señal de peligro y gira el pomo, pero es demasiado tarde: una mano empuja la puerta contra el marco y sus intenciones se esfuman con un ruido sordo. Él se queda inmóvil. Las opciones se han reducido de repente a una: bajar la cabeza y aguantar el chaparrón.
-Qué pronto vuelve la princesita de herr, ¿no?
Anita le saca casi una cabeza y media. No es que ella sea especialmente alta -el enano es Sacha-, pero el tener que mirar hacia arriba no es lo que intimida al ruso. Es el brillo maligno en los ojos de corte oriental de ella, que no encaja con su rostro marmóreo y angelical de veinteañera.
La mujer se pasa la punta de la lengua por los finos labios. Las yemas de sus dedos todavía se apoyan en la puerta, una larguísima cortina de cabello negro escurriéndose sobre el frente del picardías rosa que cubre ligeramente sus formas.
Sacha la mira de reojo. Anita es, con toda seguridad e incluso para él, la criatura más perfecta que se le ha cruzado nunca. Y aun así…
-A ver si va a ser cierto es cierto lo que se cuenta por los pasillos del nivel tres –ronronea ella, y Sacha fija la vista de nuevo en la puerta cerrada. Ni siquiera intenta empujarla. El grupo de Anita (que por cierto, ya se ha encargado de rodear al ruso como una jauría de hienas) ya debe tener noticias del desastre de la sesión con herr , y su mayor regocijo ahora, por supuesto, es hacer leña del árbol caído. Todo muy acorde con su actitud de adolescentes hijas de puta, pero él no puede hacer nada. Ya sabe que las represalias por ponerse gallito con ellas resultan en el ostracismo más absoluto. Lo descubrió por las malas, cuando todavía no era consciente del carácter depredador propio de la mayoría de trabajadores del Chat. Y ya tuvo bastante entonces, no quiere que hagan de su vida un infierno otra vez.
Así que no hay forma de evitar la humillación. Sólo encogerse y aguantar el chaparrón.
Mientras él se prepara, el grupito de tres se cierra a su alrededor. Una vez que está segura de que Sacha no va a intentar escabullirse, Anita se aparta de la puerta y se lleva una mano al pecho, fingiendo consternación.
-¿Es verdad lo que dicen, Aleksandr? ¿Que Derek ya está aburrido de venir aquí y pagar para dar placer en lugar de recibirlo? ¿Que ya está cansado de… esto? –y señala el largo flequillo rubio con un gesto despectivo, lo que provoca una cascada de risitas. Sacha aprieta los dientes y parpadea con fuerza. Los ojos están empezando a escocerle peligrosamente. Pero no por sus regodeos; a eso ya está más que acostumbrado.
Es por De…
-¿Qué pasa aquí?
La puerta abriéndose de golpe tras se carga el hilo de sus pensamientos y su equilibrio, mandándolo derecho a los brazos de alguien.
Su acosadora arruga la frente, las acólitas se inclinan hacia él. Sacha levanta la vista.
Y casi le da un pasmo.
-¿Qué pintáis vosotras aquí? -pregunta Louis, y el ruso se estremece de arriba a abajo al darse cuenta de que está en sus brazos y que el suave rumor a su espalda corresponde a la respiración del escritor.
Anita les sonríe. Es un gesto encantador, pero Louis sólo gruñe. Eso y el pelo revuelto le hacen parecer un león enfadado.
-¿Y tú? -ella sacude la cabeza, y el larguísimo cabello negro se sacude suavemente- Ay, el novato, ¿no? Ya veo que nadie te ha advertido. Deberías saber que si quieres prosperar en el Chat, lo más sensato sería volver a tu puesto de perrito faldero de Raymond. Porque aquí hay ciertas compañías con las que es mejor que no te encuentren, querido, al menos si aprecias tu vida social.
Sacha, que aún no se creía muy bien lo que estaba pasando, se queda congelado, colgando de los brazos del escritor, mientras algo desagradable y frío comienza a descender camino de su estómago. Es similar a lo que sintió con Derek y consigue desvirtuar la increíble sensación de tener a Louis sujetándolo. No quiere que estos dos tengan un enfrentamiento. No quiere que Louis termine siendo un paria como él.
Por desgracia, la originalidad no es uno de los fuertes del ruso. Tampoco es un hombre de acción, dado que la mejor idea que tiene es volver a encogerse y bajar la cabeza en espera del chaparrón.
La voz de Louis le llega enseguida, vibrando en el oído de Sacha.
-Seré el nuevo, sí, pero no idiota -inspira. Su tono es plano y firme-. Chiara me ha hablado de vosotras. ¿No sois un poco mayorcitas para seguir con el rollo de animadoras resentidas de instituto? Y lo que es peor: ¿no es una pena que en un club tan prestigioso como el Chat se den tales comportamientos? ¿Debería informar a Ava? Quizá si lo hago pueda volver a congraciarme con ella. Porque no parecía muy contenta conmigo esta mañana, ¿sabes? ¿Tú qué crees, Sacha?
El chico da un respingo al oír su nombre, pudiendo sólo parpadear en respuesta sin llegar a entender bien lo que se le ha dicho. Está demasiado ocupado mirando a su salvador con los ojillos abiertos como platos. Es vagamente consciente de que Anita está diciendo algo muy grosero, pero su cara se encuentra pegada al pecho de Louis y lo único que es capaz de escuchar con claridad los latidos rítmicos del corazón del escritor. Es un sonido intoxicante, que ahoga todo lo demás. Sacha emite un suave quejido. No recordaba cómo se siente uno cuando alguien lo tiene completamente seducido, y lo gracioso es que no entiende ni cómo ha sido. Todo ha ocurrido tan rápido que todavía está intentando asimilar lo que le ocurre.
Un estampido y Anita gritando, ahora desde el otro lado de su puerta, lo arrancan de repente del trance.
-¡Pues vaya con el muñequito hinchable de Raymond!
Louis resopla en su nuca antes de soltarlo. Al rusito se le erizan todos los pelos de la nuca. Está en su cuarto, en la Jaula. Dios. El escritor está en su cuarto.
Gritaría de emoción, pero mamá vendría y le sacaría los ojos si su radar detecta que se está saliendo de la tangente, sin olvidar que ver a Louis derrumbarse en su sofá bajo la íntima luz de la lamparita lo deja sin aliento.
Así que… ¿ahora qué?
-Ahora entiendo a qué te referías con lo de estar solo en el Chat –Louis, que no tiene ni idea del lío emocional de la cabeza de Sacha, se pasa una mano por la melena rubia. A juzgar por el nivel de despeine que lleva, ése debe ser un gesto que ha repetido mucho en lo que lleva de noche. Parece un Einstein más divino.
Sacha iba a empezar a disculparse muy atropelladamente por la mentirijilla de Chiara, pero se queda en silencio al verlo restregarse la cara, los hombros hundidos. Un dolor súbito le atraviesa el pecho.
¿Por qué parece tan derrotado? ¿Es por él?
Seguro que sí. El tonto egoísta de Sacha lo está molestando haciéndolo venir a su cuarto. ¿Y para qué? Para nada. Seguro que está perturbando el poco rato de descanso que tenga con Ray ahora que éste está ocupado en la Jaula.
Con el corazón encogido, se apresura a tomar asiento a su lado, con tanto ímpetu que casi los tira a los dos del sofá. Louis bufa algo parecido a una risa y le dice algo entre dientes, pero Sacha ni se da cuenta y, angustiado, se remueve en el sitio. Si cuando envió a Chiara de mensajera a dejar esa notita en la puerta estaba embargado por la emoción, ahora todo eso le parece estúpido e irresponsable por su parte. Algo de lo que, por supuesto, le encantaría disculparse. Y lo haría, de no ser por la tonta obsesión de su garganta a cerrarse y la tendencia de su francés a negarse a verbalizarse cada vez que levanta la vista para encontrarse con los iris azul eléctrico del escritor.
Tampoco es que ayude el hecho de que su expresión oral sea más bien mediocre incluso en ruso.
-Sacha. Eh, Sacha. Oye, ¿estás bien?
-Lo siento –gimotea él, aferrándose al brazo de Louis, los ojillos brillantes-. Soy tan molesto …
Su invitado parpadea despacio, desconcertado.
-No, qué va. No es culpa tuya que haya esa clase de inadaptadas sociales en el Chat –y levanta la mano libre para darle unas palmaditas en la cabeza-. Aunque deberías plantarles cara alguna vez. Y puede que no sea el más indicado para dar sermones, pero también tendrías que dejar de mentir compulsivamente –añade con el ceño fruncido, pero Sacha no tiene tiempo para preocuparse por eso ahora.
-No… son ellas. Es… no hacía falta que vinieras. Seguro que tienes cosas mejores que hacer y…
Aprieta los dientes. Le da demasiada rabia pensar en esas cosas mejores que hacer que pueden mantener ocupado a su adorado escritor. Esas cosas tienen colmillos brillantes y unos ojos verdes magnéticos contra los que él no puede competir. Mientras busca la forma adecuada de enmendar su error, Louis lo mira con los ojos ligeramente entornados, sin terminar de entender. Al final, y a falta de palabras, Sacha salta del sofá y tira de él.
-Te acompañaré a tu cuarto.
-¿Qué? ¡No!
El escritor lo toma de los hombros y lo hace sentarse otra vez con firmeza. De pronto se ha quedado un poco pálido. El ruso menea la cabeza y hace ademán de volver a levantarse.
-Eres muy bueno, pero no hace falta que estés aquí si no…
-No quiero volver arriba –corta el otro, sin soltar sus hombros. Sacha tuerce la cabeza-. No puedo volver a esa habitación, ¿vale? Estoy bien contigo. No sabes lo agradecido que te estoy por invitarme.
Estoy bien contigo.
Ha dicho eso, ¿no? ¿En serio lo ha dicho?
-¿De verdad quieres quedarte? –pregunta muy bajito, al tiempo que alarga la mano tímidamente para alisarle una arruguita de la camiseta.
La expresión de inquietud vuelve al rostro de Louis un instante antes de que su cara quede enterrada en las palmas de sus manos otra vez.
-Desde luego –farfulla-. Pero no sé si debería. No sería ético dejar mi trabajo y permitir que Raymond pulule por ahí a sus anchas. Ava se hará un sándwich mixto con mis tripas si se entera.
El tono resignado de Louis sorprende a Sacha, que pensaba que después de ver a su protégé en acción el novato… bueno. Se transformaría en un zombi baboso, como los demás, y se convertiría en la sombra inseparable de Raymond hasta que éste le chupara incluso el tuétano.
Pero parece ser que no. Y eso es todavía más alucinante que todas las cosas que han pasado esa noche desde que él entró en escena.
Sin poder contenerse, vuelve a abrazarse al bíceps de Louis y restriega la mejilla contra él. Que le follen a Raymond. O no, que seguramente es lo que le estén haciendo ahora mismo.
-Ray está castigado esta noche –dice, quizá con demasiada satisfacción. Louis lo despega un momento para mirarlo fijamente a la cara, haciéndole sonrojar.
-¿Cómo?
-Ava lo castigó por lo que pasó en la piscina –Sacha se escurre entre sus manos y consigue continuar con su proceso de arrumacos, temblando de emoción y sin terminar de creerse que Louis le permita hacer eso. También tiene que desviar la vista de la cara del escritor, porque su mirada lo perturba profundamente-. Ray no tiene más de tres clientes por noche, y hoy tendrá que trabajar hasta que salga el sol.
-No parece tan grave, teniendo en cuenta cómo es Raymond.
-Pregúntale mañana a su culo –replica él en mitad de una oleada de oscuro placer.
Louis suelta una suave risa y se frota un ojo. Por favor, sí que está realmente agotado. A Sacha le encantaría pedirle que se quedara a dormir, le ofrecería incluso su regazo como almohada. Menos mal que en el último momento recuerda el consejo de Chiara acerca de no parecer un acosador y se abstiene de hacer tonterías. Quizá si es perseverante eso salga directamente del escritor.
-Menos ganas tendrá de violarme entonces.
-No creo que su culo lo pare –gruñe él.
Louis suelta una suave risa y se frota un ojo. Por favor, sí que está realmente agotado. A Sacha le encantaría pedirle que se quedara a dormir, le ofrecería incluso su regazo como almohada. Menos mal que en el último momento recuerda el consejo de Chiara acerca de no parecer un acosador y se abstiene de hacer tonterías. Quizá si es perseverante eso salga directamente del escritor.
-Um... ¿Louis?
-¿Sí?
-Puedes venir aquí cuando quieras. Y, erm... siento lo de Chiara –Louis lo mira de reojo, un grueso mechón ondulado cubriéndole parte de la cara-. No quería mentirte –prosigue el ruso en tonto compungido. Lo lamenta de verdad y no, no era su intención principal. Pero estaba tan deseoso de proteger al escritor de Ray que la mentira salió sola. Era su último recurso, teniendo en cuenta su limitad capacidad verbal y lo difícil que resulta demostrar los estragos que la presencia del otro prostituto termina causando en la mayoría de los empleados y clientes del Chat que pasan demasiado tiempo en su órbita.
Louis se encoge como si le hubieran pinchado.
-¿Sabes? Yo tampoco quería hacerlo -empieza, mirándolo casi con vergüenza. Sacha tuerce la cabeza, inquisitivo-. Yo tampoco he sido del todo sincero contigo.
¿Qué? ¿Cómo?
-No soy escritor –Louis se encoge de repente, como si le hubieran pinchado, y dedica una mirada vacía a la lámpara del techo-. Bueno, no oficialmente.
-Pero…
El (no)escritor cierra los ojos.
-Sacha –corta-. Sólo quiero que sepas que seguramente no soy como tú crees. No hay un solo editor en este país que no se haya dado un gustazo metiendo mi manuscrito en una trituradora de papel. Casi prendo fuego a todo el barrio de Rivoli cuando trabajaba en un restaurante, y desde entonces toda la zona está empapelada con mi cara para que mis conciudadanos puedan reconocerme y pegarme con un palo cuando se me ocurra pasar de nuevo por ahí. No tengo dinero para alquilar una habitación siquiera, así que vivía de okupa en casa de una amiga de mi hermano hasta que ésta decidió que estorbaba más que otra cosa y me tendió una trampa para abandonarme aquí como a un anciano en una gasolinera. Y una vez en el Chat , ni siquiera…
La frase se corta abruptamente al hundir el escritor la cabeza entre los hombros con un resoplido. Sacha se tensa, pero todavía está intentando el principio de la perorata, no tiene tiempo de preocuparse por el final. En realidad, no puede siquiera centrarse en descifrar lo que pasó en Rivoli, porque Louis desvía su atención al levantarse lentamente. Con una fascinación insana, el ruso estudia los cuidados movimientos con los que Louis esquiva el caos de ropa desperdigada por el suelo, conteniendo la respiración.
La forma en que el otro sortea con sumo cuidado un par de botas verde lima, el movimiento sinuoso de sus hombros bajo la camiseta; todo en él provoca que algo se revuelva en sus entrañas con el vigor de un animal insatisfecho.
Tiembla, al mismo tiempo que ve a Louis torturando su frente a golpes contra el muro. Hasta este preciso instante, no había sido consciente de ése tirón en su estómago. No tenía ni idea de qué es exactamente lo que le atrae de Louis con tanta pasión, sólo se había dejado arrastrar alegremente por su campo magnético. Ahora sabe que lo que lo descoloca por completo es un anhelo tan profundo que lo atraviesa de parte a parte.
Le gustaría saber con exactitud qué es lo que tiene el nuevo que consigue escarbar en la memoria de Sacha para desenterrar el vívido y brillante recuerdo de Kolia. Es agradable y desgarrador al mismo tiempo.
Aunque casi siempre resulta mucho más placentero.
-No importa -susurra, de pronto justo detrás del proyecto de escritor. Desconoce cómo ha llegado hasta ahí. De todos modos, concluye que es un movimiento acertado de su subconsciente al sentir el suspiro de Louis cuando apoya las manos en su espalda.
-Ni siquiera ahora puedo olvidarlo.
El rusito desliza los largos dedos a través de los costados de Louis hasta llegar a su vientre, donde titubean un momento antes de entrelazarse, y la tensión en los músculos de su invitado parece relajarse un tanto. En el fondo, no son tan distintos. Seres de pequeñas, patéticas existencias, aferradas a un punto del pasado del que no pueden desprenderse.
Sacha roza con la nariz la camiseta de algodón. La voz de Chiara retumba en su cabeza, pero él necesita eso, necesita el contacto humano como el respirar.
Y si es con el escritor, mejor.
-Yo tampoco -dice, en apenas un suspiro, y Louis lo toma con cuidado de las muñecas y se libera de su abrazo para enfrentarse a él. El cinturón de seda que tan recatadamente se ceñía a su cintura está desaparecido en combate. No es algo que le preocupe en este momento, de todos modos.
Louis deja caer los ojos sobre su piel. Da la impresión de que su cabeza está en otra parte, lejos, y cuando al final reacciona, lo hace sólo parpadeando parsimoniosamente. Parece algo perdido, pero ¿quién no lo ha estado alguna vez?
-Yo tampoco –insiste él, justo antes de que el (no)escritor lo silencie mordiéndole los labios.
Sacha levantó con el pie un extremo de la alfombra y deslizó perezosamente la aspiradora por debajo un milisegundo antes de volverse por enésima vez hacia la puerta con gesto ansioso. Como le ocurría con el resto de tareas domésticas, detestaba hacer la limpieza, pero todavía detestaba más aguardar de brazos cruzados las largas horas que pasaba Kolia en la universidad. A falta de nada mejor que hacer (porque Sacha y los estudios habían demostrado sobradamente que no se llevaban bien), sus desastrosos intentos de cocinar o poner lavadoras le mantenían la mente ocupada.
En aquel caso, no obstante, la espera se había prolongado durante más de una semana, y el síndrome de abstinencia tenía a la cabeza de Sacha un poco trastornada. Así, por más que intentaba concentrarse en toda clase de actividades banales, siempre se terminaba descubriendo a sí mismo con la aspiradora ronroneando inútilmente en la mano, a la espera de que él despegara la vista de la ventana empapada de su apartamento.
Olvidando momentáneamente su tarea, se detuvo en mitad del salón minimalista y dedicó otra mirada angustiada al reloj.
Kolia no era la clase de personas que llegan tarde a ningún sitio. De hecho, constituía el modelo del obseso de la puntualidad británica, un responsable enfermizo en ese aspecto. Su avión, proveniente de Moscú, había tomado tierra hacía ya casi una hora y tres cuartos, y Sacha no podía entender qué era lo que estaba haciendo que se demorara tanto en llegar, pero la espera le ponía enfermo de preocupación.
Mientras rumiaba las posibilidades –que oscilaban entre un accidente termonuclear y el inicio del apocalipsis zombi-, apagó de forma casi inconsciente el aspirador y se acercó al ventanal para contemplar el tráfico de San Petersburgo, que latía incesante a sus pies.
Le gustaban las vistas. Hacía apenas dos meses que su madre les había dejado a él y a Kolia aquel espacioso ático en el mismo corazón de la ciudad, y Sacha no le encontraba ninguna pega aparte de las odiosas vecinas que les espiaban desde el bloque de enfrente y no paraban de quejarse por su “conducta indecente”. Precisamente en ese mismo momento, unos ojillos malévolos y desaprobadores estudiaban su atuendo asomados tras una espantosa cortina de girasoles. Al verla, Sacha se pegó más al cristal, para que la miopía de la vieja no le impidiera perderse nada, y articuló un claro ZORRA, los labios rozando el frío vidrio. La respuesta inmediata fue un fruncimiento de la nariz ganchuda. Сука. La muy bruja parecía una versión moderna de Baba Yaga.
Él le sacó la lengua y volvió a centrar su atención en el maremágnum de coches. El tráfico era infernal, acorde con el tiempo. Sacha no podía distinguir el de Kolia entre tantos faros y con aquella cortina de agua salpicando su cristal. Gimió. No quería ponerse histérico, pero si Kolia era un ser equilibrado, Aleksandr se acercaba de forma irremediable a la neurosis. No podía evitarlo, nunca habían pasado tanto tiempo separados.
Estaba tan concentrado en amargarse la existencia con suposiciones aciagas mientras se congelaba la mejilla contra el vidrio helado que no escuchó el chasquido de la puerta. Tampoco oyó las pesadas botas de montaña haciendo crujir el entarimado, y para cuando acertó a ver el reflejo de una figura en el cristal, ya era demasiado tarde.
Unos brazos mojados le rodearon el pecho por detrás y lo estrujaron, levantándolo del suelo y arrancándole un gritito estúpido. Al principio Sacha se quedó paralizado, el corazón encogido de terror, aunque pronto algo húmedo le rozó la oreja y una voz deliciosamente familiar acarició su oído:
-Me parece que has olvidado la ropa que va debajo del delantal.
Toda la piel desnuda de la espalda de Sacha se erizó al instante contra el abrigo empapado de su atacante. Sí, se había olvidado de ella. Intencionadamente. Pero todas las contestaciones provocadoras que había ensayado para esa situación se deshicieron como castillos de arena, sepultadas por un alivio y una emoción inmensos y absurdos.
Sólo ha sido una semana, tonto. Le recriminó una vocecita en su cabeza, y aun así no pudo evitar que el estómago le diera un vuelco cuando Kolia lo dejó en el suelo y le hizo darse la vuelta sin librarlo de su húmedo y frío abrazo.
Nikolay tenía las mejillas arreboladas y los labios agrietados por el frío, pero sonreía ampliamente mientras sujetaba a Sacha por la cintura. Él empezó a temblar, el agua traspasando la fina barrera de su delantal. Kolia pareció darse cuenta, porque se apartó un poco y le dedicó una mirada crítica, sus ojos de un gris idéntico al de los de Sacha relampagueando.
-No es un delantal muy bueno, ¿lo sabías? –arrulló, pero a juzgar por el movimiento de sus yemas por la espalda de Sacha, parecía satisfecho con el recibimiento.
Él abrió la boca, aunque no tenía en mente nada lógico que pudiera decirle. Debería estar enfadado con Kolia, tal vez, por haberle hecho pasar tan mal esos siete días de ausencia, y sin embargo no era capaz de sentir otra cosa que no fuera aquella intensa emoción sin forma ni nombre.
El pulgar del otro recorriendo su mejilla hizo que se esfumaran todas esas trivialidades. Sacha parpadeó, casi al mismo tiempo que el semblante de Kolia demudaba rápidamente. Él se revolvió y le dio la espalda enseguida. No soportaba la forma en que le retorcía el estómago aquel gesto de preocupación. Superponiéndose a la imagen nocturna de San Petersburgo, el cristal le devolvió el reflejo de su cara magullada.
A veces le sorprendía su habilidad para estropearlo todo.
-¿Todavía duele? –Kolia se acercó por detrás y volvió a rodearlo con los brazos. A pesar del gesto reconfortante, hablaba con cierta cautela. Sacha sacudió la cabeza-. Mamá preguntó por ti. Le dije que estabas enfermo, como acordamos.
Lo sabía. Ella había llamado más de veinte veces para saber cómo se encontraba en cada momento. Mentir le había hecho sentir enfermo de verdad, pero de algún modo eso se estaba convirtiendo en una faceta más de su vida.
-También la convencí para que no viniera a visitarte –Kolia se removió tras él. Sus dedos, que llevaban un rato distraídamente intentando deshacer el nudo del delantal, se detuvieron-. Sacha –murmuró-, ¿estás seguro de que no quieres...?
-¿Ella no vendrá?
Sacha oyó a Kolia aspirar con fuerza.
-No.
-Entonces está todo bien. ¿O prefieres preocuparte por ella ahora y pasar de esto?
Con un tirón resuelto, se arrancó el ridículo delantal del cuerpo y lo arrojó por encima del hombro de Kolia sin mediar más palabras. Lo último que buscaba en ese momento era pensar en su madre. Había pasado una semana a solas con el eco de la culpa retumbando en su cráneo y dando la vuelta a todos los espejos para no encontrarse con el moratón en su pómulo. Estaba cansado y desesperado. Sólo quería revolcarse con él hasta sentir que todo estaba en su sitio otra vez.
Nikolay permaneció un instante inmóvil, y Sacha llegó a temer que fuera a declinar la oferta de follárselo hasta dejarlo definitivamente tonto. Al final, Kolia apartó los restos del delantal con el pie con el ceño fruncido.
-Deberías plantearte buscar otro delantal mejor que ese –Sacha bufó indignado, los brazos cruzados sobre el pecho, y su gesto consiguió arrancarle la sonrisa definitiva a su hermano a su hermano-. Te he echado de menos.
- Pues no lo parece. Tonto –replicó él, con un mohín que Kolia se encargó de borrar de su cara estampándolo contra la ventana en un beso ansioso y torpe.
Sacha suspiró, aliviado, y agarró a su mellizo del cabello teñido para ganar estabilidad mientras éste lo aupaba. De repente, la ropa de Kolia acompañaba al delantal en el suelo y sus manos sobre la piel del rubio marcaban un extraño contraste con el frío cortante del cristal a su espalda. El chasquido de los labios marcaba el tempo desquiciado del beso y empezó a volver intrépidas a las manos de Kolia, cada vez menos centradas en sujetar a Sacha contra la ventana y más en explorar cada recoveco de su cuerpo. Aleksandr levantó la barbilla entre escalofríos y dejó que su hermano progresara lamiendo y cubriendo de besos cada centímetro de cuello y pecho.
Todo su cuerpo vibraba con necesidad, le ardía el pecho. De hecho, sentía como si un animal salvaje se revolviera y luchara por rasgarle la piel. Sujetaba la cabeza de Kolia y lo obligaba a levantarla periódicamente para meterle la lengua en la boca, jadeando entre sus labios.
Hasta que Kolia se detuvo, la mirada fija en algún punto por encima de la cabeza de Sacha.
-Ahí está.
Él se retorció para intentar ver por encima de su hombro.
-¿Q-quién?
-Baba Yaga.
Sacha gruñó una risotada y le dio un piquito cariñoso.
-Salúdala de mi parte.
En lugar de dirigirse a la mujer la mano de Kolia llegó a su entrepierna, pero él brincó y cerró de pronto las cortinas, no sin antes dedicarle un guiño a la mirona del otro edificio. Su hermano, la cabeza ligeramente ladeada en un gesto interrogativo que compartía con Aleksandr, arqueó una ceja.
-¿Qué pasa? –inquirió.
De un paso, Sacha salvó la diminuta distancia entre ellos y le tomó la cara entre las manos.
-Me acabo de dar cuenta de que la vieja seguro que se toca mirándote el culo.
-Ya.
-Pues tú eres mío y sólo yo puedo masturbarme con tu culo. O encima de él. O debajo.
Kolia rió y lo levantó en volandas.
-¿Y qué tal si me haces una demostración ahora? –propuso, y avanzó a trompicones hasta la habitación que ambos compartían con Sacha mordiéndole la oreja de manera casi feroz.
El cuarto estaba en penumbra, pero Kolia conocía el camino a la perfección y arrojó a Sacha justo al centro de la cama deshecha. El más joven rodó hasta quedar boca arriba, su cabeza rozando el borde, en el momento preciso para ver a su hermano coger algo de entre las sábanas.
A pesar de estar temblando de excitación, Sacha no pudo evitar lanzar una risita tonta cuando Kolia sacudió el objeto delante de sus ojos.
-Ya veo que te lo has estado pasando bien sin mí –dijo desde arriba, y le tiró el consolador, que Sacha atrapó al vuelo-. Drochila pervertido.
Iba a decir algo más, pero el otro empezó a lamer la silicona lila, mirándolo insolente, y aquello debió parecerle infinitamente más interesante. Cuando Sacha separó los labios para hacer envolver la punta, la polla de Nikolay ya se hundía en su mejilla.
-¿Te diviertes? –el rubio abrió la boca para que viera cómo su lengua recorría el falso glande del dildo en respuesta. El calor húmedo que desprendía el falo pegado a su mejilla lo estaba volviendo loco-. ¿No sería mejor probar con uno de verdad? ¿O prefieres que os deje a solas y vaya a machacármela delante de la ventana?
Kolia todavía tuvo que hacer fuerza para arrancarle el juguete de entre los dientes. Se dejó caer en la cama como un peso muerto y de un empellón obligó a Sacha a colocarse sobre él, mirando a su entrepierna.
El rubio se quedó a cuatro patas, maripositas rondándole el estómago al toparse con la perfecta visión de aquella polla. No es porque se tratara de su hermano mellizo ni nada, pero su pene era una obra de arte viviente. Normal que sintiera maripositas. Daban ganas de comérselo de primero, segundo y para el postre también.
-MiniKolia se alegra de verme –dijo estúpidamente, y le dio un besito en la punta-. Un montón.
Kolia resopló.
-¿Cómo no se va a alegrar, si eres su putito preferido?
Sacha dejó caer la cabeza entre los brazos para mirarlo.
-¿Ah? ¿Pero no soy el único?
-El único, el beneficiario exclusivo de MiniKolia. Y ahora come y calla.
Dicho esto, Nikolay recuperó el consolador baboseado y presionó con él el ano prieto de Sacha, quien emitió un sonido estrangulado. Preocupado, su hermano se detuvo en seco.
-¿Te hago daño? ¿Quieres que vayamos más despacio? –sugirió con voz suave y una mano que acariciaba su espalda, pero Sacha sacudió la cabeza y repasó con la lengua todo el capullo a su disposición a modo de instarlo a seguir. El suspiro que le llegó de atrás mandó un escalofrío por todo su cuerpo que se intensificó con el tacto suave de la silicona abriéndolo, invadiendo su cuerpo. Aunque intentó volver a enfrascarse en su mamada, los movimientos circulares con los que Kolia trataba de dilatar sus músculos le impedían concentrarse. Inconscientemente, arañó los muslos de Nikolay al mismo tiempo que éste terminaba de introducir el instrumento y, siempre lento y parsimonioso, retrocedía y volvía a empezar.
-K-Kolia, ah... –le sorprendió su vocecita, trémula y suplicante, como el resto de su cuerpo. El aludido no contestó inmediatamente, se entretuvo primero en sacar y probar a meter ahora un dedo junto al dildo lila-. ¡Kolia!
El oír su nombre de forma tan vehemente afectó a la polla de su hermano, que palpitaba furiosa contra la mejilla se Sacha. Él apenas la sentía, se mezclaba con el pulso furioso de su propio corazón.
-¿Qué quieres? –replicó al fin, la voz ronca, también entrecortada.
Su mano libre rodeaba el pene tieso de Sacha, pero no llegó a masturbarlo en ningún momento. Si temía que el rubio fuera a correrse con el más mínimo movimiento, estaba en lo correcto.
-A ti...
-Ya me tienes aquí –jadeó él, y sacudió un poco la cadera para golpearle con la polla en la cara.
-No... fóllame, Kolia...
Otro dedo pugnó por abrirse paso en su interior, y Sacha tuvo que cerrar los ojos. El mundo había empezado a dar vueltas a su alrededor y su sangre ardía en las venas.
-P-pídemelo.
Sacha quiso levantarse y gritar que quién era el pervertido ahora, pero eso era físicamente imposible, no con el temblor de sus extremidades.
-Por favor... Por favor, Kolia, móntame.
-¿Montarte? –Kolia ladró una risotada nerviosa-. Ni que fueras un caballo.
-Seré lo que tú quieras que sea... –gimió él en respuesta, y su amante se quedó inmóvil un segundo antes de darle la vuelta y ponerlo de espaldas otra vez como a un gatito indefenso. Otro segundo más y se encontró con la cara de Kolia frente a la suya.
-Joder –farfulló-. Joder.
Agarró el consolador y tiró de él sin llegar a sacarlo. Sacha levantó las piernas y rodeó su cuerpo, dándole espacio para que Kolia se posicionara. En un par de rápidos empellones, su hermano consiguió penetrarlo con ambas cosas. Y dolía, vaya que si dolía, pero él procuró enmascararlo bien. Su propio miembro estaba tan rígido como una barra de hierro al rojo. Y todo por aquel dolor controlado. Era el pequeño secreto de Aleksandr, lo único que lo separaba irremediablemente de Nikolay.
Kolia bombeaba con fuerza acompañando con el consolador. La mano libre se había enterrado en el pelo rubio de Sacha y lo aferraba con fuerza ciega. Su hermano pequeño culebreaba con cada embestida, mordiéndose los nudillos para no gritar y gimiendo entre dientes. Dios. No había palabras que expresaran lo mucho que había echado de menos eso.
Cansado de utilizarlo, Kolia se deshizo pronto del pene de goma y centró sus esfuerzos en el movimiento cada vez más rápido de sus caderas. Sus dedos pegajosos acariciaron la mejilla herida de Sacha, de un rosa intenso que competía con el púrpura del moratón.
-Di mi nombre –pidió en su oído, casi sin aliento.
La voz áspera por el esfuerzo de Kolia en su oreja provocó que el rubio descargara sobre su vientre en rápidos trallazos, pringándolos a ambos pero sin que le importara demasiado a ninguno.
-Nikolay –suspiró con voz desmayada, y sujetó la cara de Kolia con ambas manos mientras éste también se corría dentro de él con un quejido.
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Sacha salió de la ducha con cuidado y, goteando, pasó la mano por el espejo empañado del baño. Se encogió un poco al ver su cara todavía marcada, y desvió rápidamente la vista. Después del polvo, y entre arrumacos, Kolia le había prometido que en cuanto se graduara y fuera un abogado por fin, se largarían “de aquel país de homófobos fundamentalistas” e irían a París. Sacha soñaba con la Ciudad de la Luz, pero aquellas palabras no lo hacían sentir mejor. Más que nada porque no había sido un grupo de jóvenes homófobos el que le había dejado la cara hecha un cuadro. Porque estaba mintiendo a Kolia, a su otra mitad, de quien jamás se había separado y en quien confiaba ciegamente. ¿Cómo se sentiría él si descubriera que Nikolay le hacía lo mismo que estaba haciéndole él?
El vaho había cubierto de nuevo el espejo. Suspiró. Se vistió en el cuarto de baño, sin hacer ruido y sin prestar demasiada atención a lo que se estaba poniendo, y salió arrastrándose. Kolia dormía acurrucado sobre un costado, casi sin emitir ningún sonido. Sacha cogió su gorro y se dispuso a salir de la habitación, pero al final no pudo resistirse y volvió para acariciar por última vez la cara de su hermano.
Para evitar hacer ruido, se puso las botas en el recibidor. No cogió el paraguas, aunque fuera la lluvia torrencial había arreciado. Sabía que Borya estaría esperando a la vuelta de la esquina, con el motor del coche encendido.
Justo antes de cerrar la puerta tras de sí, no obstante, se hizo una promesa.
Aquella sería la última noche que dejaba ese apartamento a hurtadillas.
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El coche de Borya era un Lada de un color entre gris y negro, casi tan feo como su dueño. Aquella vez, estaba haciendo anillos con el humo del cigarrillo, que se disiparon cuando Sacha entró y se acurrucó en el asiento trasero, mojándolo todo.
El rubio vio esos ojos claros volverse hacia él por el retrovisor. Sintió náuseas. Ya ni siquiera recordaba cuánto tiempo llevaba chantajeándolo el detective.
-Llegas tarde –gruñó éste. Sacha se mordió el labio. Por norma general, llegaba tarde a todas partes, daba igual a donde fuera, menos a sus citas con Borya. Su cara era un ejemplo de lo que sucedía cuando osaba retrasarse. Él ya estaba muy cansado de ese juego.
-Borya –comenzó, haciendo un esfuerzo por ignorar el leve temblor de su voz-. Yo... no voy a venir la semana que viene. Nunca más.
Borya se volvió para mirarlo. Tenía unos ojos pequeños, porcinos. Acto seguido, lanzó una risotada que retumbó dentro del coche, pero Sacha pudo ver que la mano que sujetaba el volante tenía los nudillos blancos de apretar el volante.
Sin duda iba a ser la noche más larga de su vida.