De lujo 6.5 (Un gatito y la primera vez)

¿Qué hay más especial y único que esos nervios, que esos instantes que preceden a la primera vez? Nada. Y si no, que le pregunten a nuestro gatito favorito.

Nota de la autora

¡Muy buenas! Siento muchísimo el retraso, pero he tenido una semana horrorosa de trabajo y estoy agotada. Encima sólo puedo traeros medio capítulo, porque mañana me voy de viaje y no podré escribir hasta dentro de una semana (¡lo lamento mucho!).Aun así, espero que disfrutéis de la pqeuaña primera parte de la sexta entrega de De Lujo. Ha sido muy entretenida de escribir -if you know what I mean guiño-. Ya sabéis que podéis dejarme vuestras impresiones en los comentarios, escribirme a mi correo o incluso pasaros por mi blog (aunque de momento no hay gran cosa); aprecio muchísimo vuestras opiniones, sean las que sean. Así, querría mandar un achuchón de oso a todos aquellos que comentáis, puntuáis y os pasáis. Vuestro apoyo es la razón de ser de ésta serie sonrisa.

Por otro lado, tengo que pediros mil perdones en relación al capítulo anterior. Releyéndolo ya subido a la web, me di cuenta de que había mandado el borrador, y no la versión revisada con ¡la mayoría de los errores semánticos y sintácticos corregidos. Me pasé una noche entera dándome cabezazos contra la pared, pero os prometo que no volverá a pasar.

Y creo que eso es todo. Dentro de muy poquito os traeré la segunda parte, pero, de momento, os dejo con De Lujo 6.5:

6

El piso de Édouard estaba al otro lado de la ciudad. Era un regalo de sus padres, para cuando dejara la universidad; un ático diminuto, prácticamente pelado de muebles y con un tejado de zinc que, en veranos tórridos como aquel de dos mil seis, lo convertía en un auténtico horno.

Pero lo que aquel piso significaba para ellos iba más allá de las aquellas imperfecciones.

Sentado en un puf - uno de los pocos objetos de mobiliario del salón, y el más cómodo de todos, porque el sofá destartalado era una pesadilla de muelles sueltos-, Louis acercaba la cara al ventilador, los ojos cerrados y el calor pegándole la camiseta al cuerpo. La tarde se alargaba indefinidamente. No tenía nada en mente, sólo el zumbido del aparato, la agradable brisa en su cara…

-Eh, nene, no acapares el ventilador –… bueno. Y la mejilla de Édouard pegada a la suya. Y sus brazos rodeándole. Y su aliento cálido mezclándose con el suyo.

-A lo mejor si te despegaras de mí podríamos compartirlo y no estaríamos asándonos los dos -Louis sintió al argelino sonreír contra su cuello-. Pareces una maldita estufa.

-¿Y tú por qué crees que es eso? -los dedos de Édouard se arrastraron juguetonamente por debajo de la camiseta de Louis y él se retorció entre sus brazos, sin conseguir escaparse de las cosquillas. Forcejeó con él, riendo y suplicando, mientras aquellos dedos se adentraban en lugares prohibidos. En algún momento Édouard perdió el equilibrio y los arrastró los dos al suelo en un lío de piernas y brazos. En la refriega alguien tiró de una patada el ventilador. A ninguno de los dos pareció importarle ya.

Louis rodó en el suelo polvoriento y se arrastró sobre el vientre, pero Édouard lo agarró del tobillo y tiró de él hasta colocarlo otra vez bajo su cuerpo, igual que un felino que juega con su presa antes de devorarla. Efectivamente, el cuerpo de su compañero quemaba casi tanto como el aire ardiente de esa tarde de verano. Y encima del suyo quemaba todavía más. Una descarga de emoción le sacudió el corazón en el pecho cuando Édouard se recostó sobre él con cuidado y le acarició el pelo.

-Si estás haciendo esto para quedarte con mi ventilador, que sepas que no va a funcionarte -dijo con un hilo de voz, la cara pegada al suelo. Su risa se había convertido en una espiración ronca y nerviosa. Su compañero le frotó la espalda con movimientos circulares, besándole la nuca.

-Me la sopla el jodido ventilador.

Louis soltó un resuello tembloroso, ofreciendo otra vez una desapasionada resistencia. A modo de respuesta, su compañero lo agarró del brazo y le dio la vuelta, y el más joven se encontró con la mirada oscura y amorosa de Édouard. Eso lo tranquilizó de alguna manera, incluso con la mano traviesa del argelino descendiendo por su bajo vientre. Últimamente a Louis le costaba saber qué estaba pensando el otro, especialmente cuando salía por ahí con sus compañeros de equipo, ésos que el más joven detestaba con todas sus fuerzas. Aunque sabía que el papel que interpretaba Édouard para el resto del mundo se quedaba en la puerta de aquel apartamento cuando ellos estaban juntos, no podía deshacerse del sentimiento incómodo que llevaba acosándolo desde hacía meses desde que comprendió que el argelino necesitaba encerrar bajo llave esos momentos preciosos con él para poder seguir viviendo su mentira.

Dolía, por mucho que Louis intentara comprenderlo.

-¿En qué piensas?

Louis parpadeó. Édouard tenía una mano invasora dentro de su pantalón, pero sólo movía el pulgar tiernamente contra su piel. Apoyado en un codo, lo contemplaba con una sonrisa casi imperceptible.

-Pienso que por mucho tiempo que pasemos juntos nunca es suficiente.

Madre mía, menuda cursilada. Con ése comentario podrías haberle provocado un subidón de azúcar mortal a un diabético.

-¿En qué piensas tú? –añadió rápidamente, para evitar que Édouard pudiera analizar la inmensa tontería que acababa de decir.

Mientras él hablaba, su compañero le rascó la mejilla con la nariz. El estómago de Louis dio un vuelco con el roce de sus dedos en el pubis.

-Pienso en el buen karma que debo tener para que el chico más listo de París me honre estando aquí tumbado conmigo.

Él casi se ahogó con su propia saliva.

-El estar contigo es precisamente lo que le quita mérito a todos mis logros académicos –carraspeó, a sabiendas de que su cara en ese momento su cara había adoptado un bonito tono rojo granate.

Édouard tarareó algo con los labios pegados a la línea de su mandíbula en lugar de contestarle inmediatamente. Después de salir casi un año y medio con Louis, los ataques del rubio ya no lo afectaban.

-Visto así, pues no, la verdad es que no es muy inteligente –se encogió de hombros, sonriendo-. Aunque siempre te quedará esa cara tan… violable.

-¿Violable? –Louis soltó una risotada-. Venga Édouard, déjalo ya. El calor te está trastornando.

Añadió un “deja de decir tonterías” que sonó mucho más débil de lo que le hubiera gustado, así que intentó arreglarlo con otro comentario ingenioso. Édouard, no obstante, estuvo más rápido y apretó los labios contra los de Louis, que se derritió un poco en su boca.

Pero muy poco, ¿eh?

-¿Sabes en qué más pienso?

Dijo esto después de abandonar su boca, levantándole la camisa mientras recorría el relieve de sus costillas con la lengua. Louis cerró los ojos, temblando en anticipación. Lo sabía. Lo sabía perfectamente.

Lo que no tenía claro es si estaba preparado para ello.

-¿Qué? –musitó aun así, sin aliento.

Durante casi un minuto entero no hubo respuesta para él. Édouard prefirió posicionarse entre sus piernas y dejar que su lengua siguiera su camino en el cuerpo de Louis, que permanecía tirado cuan largo era en el suelo, muy quieto. Temía que, de moverse, los enlaces que mantenían en su sitio cada molécula de su anatomía se rompieran y él se fundiera en la piel de Édouard para siempre. Aunque no podía decir que no quisiera que eso sucediera.

-¿Recuerdas el día de tu cumpleaños?

El ventilador seguía ronroneando a un metro de ellos. El zumbido llegaba a Louis e interfería con el resto de sonidos en la habitación, igual que ruido blanco. Él tuvo que concentrarse con fuerza en eso para no lanzar un sonido estrangulado cuando esos largos dedos siguieron adentrándose bajo su pantalón y acariciaron la longitud de su pene.

-Édouard…

Sin hacerle caso, el argelino le besó el ombligo.

-Ya han pasado dos meses desde entonces –susurró con voz ronca-. Dos largos meses.

Louis tragó saliva, y algo duro pareció quedarse atascado en su garganta.

-Podríamos…

-Édouard –cerró los ojos, sorprendido por la firmeza de su voz. Aunque todas sus terminaciones nerviosas le gritaban que le dejara seguir su recorrido, no podía. Dar aquel paso era algo muy grande para Louis. Enorme. Y todavía no había recuperado toda la confianza que querría en Édouard como para permitirle romper la última de las barreras-. No. Ya sabes que no puedo, que… soy activo. Y de momento quiero seguir siéndolo.

-¿Y cuál es el problema?

Su amante se había incorporado para deshacerse de la camiseta con un fluido movimiento. Louis frunció el ceño.

-¿Qué quieres decir? –inquirió, y Édouard no dijo nada un instante antes de echarse a reír-. Yo no le veo la gracia.

-No me estás entendiendo, mon amour – replicó casi con timidez. Tomó a Louis suavemente de las muñecas y lo hizo levantarse. Luego se deslizó debajo de él y volvió a reír, esta vez con una nota de nerviosismo-. ¿Mejor? Venga, no me hagas decírtelo –se cubrió los ojos con un brazo-. Qué vergüenza.

Sentado sobre el vientre moreno de Édouard, Louis sintió que se mareaba.

-¿Me estás pidiendo que te folle?

Su compañero hizo una mueca de dolor y levantó un poco el brazo para mostrar un ojo negro como un pozo sin fondo.

-El que yo no quisiera decirlo en voz alta también podía aplicarse a ti.

Louis estaba demasiado en shock para hacer caso de minucias como ésa.

-Pero… ¿por qué?

-¿Por qué no? –Édouard le acarició el brazo con la mano que no cubría su cara-. Confío en ti, Louis. Sólo quiero que lo sepas.

-Yo pensaba que…

-Piensas demasiado, ése es el problema –agarrándole aquel brazo que le estaba acariciando, guió la mano de Louis hasta su pecho. El más joven sintió el corazón palpitante bajo su piel y notó cómo el suyo comenzaba a desbocarse-. Deja de comerte la cabeza. Quiero hacer el amor contigo, me da igual cómo. Si esta es la forma en la que te sientes más cómodo, que así sea. No me importa.

-¿Estás haciendo esto para resarcirte? Porque si es así debo decirte que no es necesario que llegues a tales extremos; yo me conformo con que me limpies a lametazos las botas.

El estómago de Édouard vibró en una profunda carcajada.

-No te tenía por un fetichista, mon amour –rió, y Louis quedó fascinado con la blanca perfección de sus dientes. No pudo evitar sonreír un poco también-. Venga, no me hagas suplicarte, sería patético.

Él inspiró hondo y comenzó a sacarse la camiseta, tapándose con ella para que su compañero no viera la sonrisa perversa que le había causado esa última frase. No obstante, al volver a encontrarse con la figura fibrosa de Édouard el nudo de nervios que se había instalado en su pecho creció hasta convertirse en un balón de rugby.

-Es la primera vez que lo hago –graznó, con la garganta seca. Recibió un paciente asentimiento a cambio-. No sé si… quizá… podría hacerte… daño.

El aludido, todavía tumbado y con un brazo sobre los ojos, no dio señales de vida durante largo rato. Luego, sin mediar palabra, hizo levantarse a Louis con la intención de quitarle los pantalones. Todo fue tan repentino que él apenas pudo hacer otra cosa que ver cómo sus vaqueros efectuaban un pequeño vuelo parabólico y aterrizaban sin más junto al ventilador.

-Louis, ya va siendo hora de que seas un hombre y dejes de preocuparte por mariconadas –farfullaba entretanto el otro, atacando el labio inferior del rubio. A pesar de que sonaba muy seguro de sí mismo, Louis pudo percibir el leve temblor que le sacudía las manos al forcejear con sus bóxers. Enternecido, dejó a un lado sus propios nervios y el lastre de vergüenza y lo separó para terminar de desvestirse él solo. Con un sonido de aprobación (y de alivio), Édouard le dedicó una caricia y hundió la cara rápidamente en el cuello del chico.

-Mariconadas, ¿eh? Mal juego de palabras, si lo que quieres de mí es sexo.

- Hmph. No lo estropees ahora, nene.

Louis bufó, pero una mano de largos dedos en su entrepierna le cerró la boca. Un momento después, Édouard se las había arreglado para arrastrar al más joven hasta el destartalado sofá sin despegarse de sus brazos y con el pantalón de chándal enredado en los tobillos. Los muelles se lamentaron con un gañido cuando los dos se dejaron caer sobre ellos, levantando una nube de polvo. Algo puntiagudo pinchó a Louis en la espalda y él se irguió sólo para clavarse otra cosa dura en la tripa. Una cosa caliente y pegajosa que no tenía nada que ver con los muelles.

-Este sofá es una auténtica mierda –se quejó después de sacar la lengua  de la boca del argelino.

Édouard se apartó de él bruscamente y se tumbó bocabajo sobre uno de los reposabrazos, ofreciendo al chico una vista privilegiada de su espalda.

-¿Te preocupa el sofá teniendo esto esperándote?

La visión de sus músculos cambiando y deslizándose bajo la piel dorada era perturbadora. Louis aspiró con fuerza y tuvo que cerrar los ojos un momento, porque el mundo había empezado a dar vueltas y vueltas a su alrededor. De pronto temió abrirlos de nuevo y descubrirse en su cama en la residencia, con una erección de caballo dopado y sin consuelo. Por suerte, el dios del sexo que tenía delante de sus narices le hizo volver a la dulce realidad.

-Dios, Louis –suspiró, y él lo miró. Édouard tenía una expresión extraña en el rostro, y el chico creyó que el estómago terminaba de cerrársele.

No quiere hacerlo. Está asustado.

-¿Qué pasa? –murmuró, debatiéndose entre la decepción y la preocupación.

Con una sacudida de cabeza, el otro volvió hundir la cara en el reposabrazos ruinoso.

-Eres como un gatito –dijo en tono lastimero.

-¿Un qué?

-Un gatito. Todo adorable e irresistible –Louis enarcó una ceja, pero Édouard tenía la cara aplastada contra la tela apolillada-. ¿Por qué eres tan mono?

-¿Estás borracho? –se pasó una mano por la cara-. Mira, cállate. Se me está empezando a bajar el calentón por culpa de tus gilipolleces.

Era mentira, por supuesto –estaba más tieso que un palo, y sólo meter la polla en caliente iba a poder aliviarlo-, pero lo decía para darle un poco de seriedad al asunto. Al menos funcionó, porque su compañero prometió callarse las tontunas y dejarlas para luego.

Solo con sus pensamientos, trató ignorar el zumbido furioso de su sangre en los oídos. El silencio repentino entre ellos había revelado la tensión en sus cuerpos. Louis hizo lo posible por regular su respiración al mismo tiempo que rozaba con las yemas de los dedos la cadera de Édouard, quien respondió estremeciéndose un poco bajo su tacto.

-No te preocupes –saltó al instante-. Estoy tranquilo.

-Voy a ir muy despacio –le prometió Louis, y acarició la suave curva que marcaba el final de su espalda.

El suspiro entrecortado que se le escapó a Édouard del pecho cuando él deslizó una mano entre sus nalgas hizo que la cabeza le diera vueltas al rubio. Sin detenerse a pensar, se masturbó muy despacio con la otra, al tiempo que presionaba muy ligeramente con un dedo aquella entrada secreta. El cuerpo debajo el suyo se arqueó y ofreció algo de resistencia, pero Louis siguió masajeando con mucho cuidado, inclinado sobre él y con los labios en su cuello. Ya no estaba asustado. El calor le cegaba, y aunque no era un experto, el instinto le decía lo que tenía que hacer.

Primero con un dedo tentativo, luego con dos, Louis fue dilatándolo muy despacio. La tensión en los hombros de Édouard no tardó en disminuir, más aún cuando su amante alcanzó a rozar su próstata y él casi se cae del sofá de un salto.

-L-Louis –exclamó, su voz llenando el espacio entre los dos. El corazón del chico pegó un brinco en el pecho. Él mismo tenía ya la respiración jadeante y un dolor de huevos considerable-. Louis, fóllame…

-Condones –respiró él, y Édouard hizo un vago gesto hacia su pantalón, que seguía abandonado en la otra punta de la habitación. Louis casi corrió a hurgar en los bolsillos y volvió luchando por abrir el envoltorio de plástico de un preservativo. Con dedos temblorosos, envolvió con él su miembro palpitante, y se colocó de rodillas en el sofá, el argelino entre sus piernas. Al poner la polla entre sus cachetes y al sentir su calor se echó a temblar con violencia. Miró a Édouard, que yacía mansamente con la cara pegada al sofá, y sintió algo grande e indefinible. Tan grande e indefinible que le asustó.

Y la voz suave como la mantequilla de su compañero instándole a que lo penetrara no arreglaba las cosas.

Sin dejar de acariciarle la espalda, Louis procedió despacio. Su glande se abrió paso con algo de dificultad dentro de Édouard, que jadeó contra el reposabrazos y levantó las caderas. Él retrocedió y esperó a que se acostumbrara a él antes de empujar de nuevo, esta vez llegando más lejos. Un hormigueo de placer se extendió desde el pubis hasta la punta de su cabello. Un milímetro más, una sacudida compartida. Sus sudores macerándose al compás del movimiento de Louis, hasta que por fin lo llenó por completo.

No sabría describir lo que le provocaba el tener a Édouard rodeándolo, ciñéndose a él; ni entendía por qué le dolió todo cuando el argelino se retorció sobre sí mismo para besarle en los labios. Sólo era consciente de las sensaciones que sacudían su cerebro, sólo sabía que ya no podía estar más unido a Édouard.

Y eso no había nadie que pudiera quitárselo.

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Aquel insidioso muelle llevaba un rato machacándole la espalda, pero Louis estaba demasiado molido para moverse. El peso de Édouard encima de su cuerpo se lo impedía, de todos modos, así que se limitó a seguir estudiando cuidadosamente cada centímetro de él, medio adormilado y con el runrún del ventilador todavía acariciando sus oídos.

-Te quiero –declaró uno de los dos, no se supo quién. Tampoco es que importara.

Édouard tenía una mano enterrada en su pelo húmedo, y tras aquellas dos palabras se acurrucó un poco más contra él.

-No he sido justo contigo últimamente.

-No.

-Lo siento. Con toda mi alma.

-No me apetece pensar en eso ahora mismo.

-Sólo quería que supieras que te quiero.

-Me lo acabas de decir, Ed.

-¿No has sido tú?

Louis gruñó.

Demasiado esfuerzo mental.

Édouard rió tiernamente y se incorporó para besarle, pero unos golpes en la puerta los sobresaltaron a los dos. Intercambiando sendas miradas de desconcierto, aguzaron el oído, y una voz que parecía más bien el bramido de algún animal salvaje les llegó desde fuera del apartamento.

Cuando Louis volvió a clavar los ojos en Édouard, éste se había quedado pálido como un muerto.

-Mierda -gimió-. Léo.