De lujo 15.5 (Un gatito que entra en acción)
(2ª parte)La gran fiesta de fin de año del Chat Bleu da comienzo, aunque esta vez con un invitado inesperado que promete poner patas arriba la paz del club.
Nota de la autora (¡léela, por favor!)
Bonsoir, criaturas! Cuando parecía que había muerto... aquí estoy de nuevo.
Este capítulo está sacando lo peor de mí, en serio os lo digo risas. Iba de maravilla, pero me entraron algunas dudas cuando llevaba más o menos la mitad de la segunda parte, me puse a darle vueltas, a tachar y a requetachar, y... caos. He necesitado unos días de reflexión para despejar la mente y aclarar las ideas, y ahora parece que la cosa marcha de nuevo, pero se me ha ido un mes en el proceso sin darme ni cuenta. Aunque bueno, seguramente muchos ya sois más que conscientes de lo lenta que soy con estas cosas...
Aaanyway. Al final he decidido alargar el capítulo quince y añadir un par de escenas eliminadas que me gustaban demasiado para dejarlas en la cuneta. Así me gusta más, aunque queda como un pequeño interludio, y espero que no me comáis por ello (más que nada porque no aparece nuestro prostituto favorito). Esto nos deja pendiente, en teoría, una última tercera parte del capítulo quince, que espero poder terminar este mes. Como siempre, no os prometo nada, especialmente porque...
Esta semana me voy a París YUJU**
Estoy demasiado sobreexcitada con respecto al viaje como para hablar de ello, so, resumiendo: tal vez no tenga mucho tiempo para escribir, pero, como esta vez no es un asunto de trabajo o estudios, procuraré trabajar en el capítulo quince todo lo que pueda ahora para no dejaros esperando eternamente (como, desgraciadamente, tengo la manía de hacer).En fin, os pido mil disculpas por la tardanza y por mi mala cabeza.
También me gustaría comentar una última cosa. Los capítulos que siguen al quince (incluyéndolo) van a ser realmente difíciles de escribir. Pasan tantísimas cosas en tan poco espacio que es absurdo, y a veces siento deseos casi físicos de tirarme por la ventana. Son episodios que me encantan, no lo dudéis, pero requieren un esfuerzo que me deja el cerebro seco (más todavía). Al mismo tiempo, insisto en que nos acercamos vertiginosamente al final de De lujo, y os adelanto que tal vez haga unos cambios en el modo de publicación de los últimos capítulos. Para empezar, el penúltimo y último capítulo serán necesariamente dobles (esto es, partidos), lo cual tal vez no parezca ninguna novedad, pero realmente lo es. Serán episodios muy largos, tanto o más que el quince, probablemente más, así que me llevarán más tiempo de escribir. Además, me gustaría sacar las partes de al menos el último capítulo con una semana de margen entre ellas, así que me esperaré a tener el capítulo completo antes de sacar la primera parte.
De lujo cuenta, por otro lado, con un epílogo, con lo que el capítulo final no es en realidad el final de la serie. Publicaré los títulos de los dos últimos capítulos y del epílogo, junto con las fechas aproximadas de publicación, dentro de poco, en una nota aparte.
Y... ya dejo de enrollarme. Os dejo con este pequeño entremés entre la parte uno y la tres, con la esperanza de que os guste y alivie el dolor de hígado que me ha provocado escribirlo.
Un abrazo fuerte, y hasta la próxima!
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15
(2ª parte)
Madrugada del 1 de enero de 2011, París.
Hace rato que la ciudad de París entró en el nuevo año, pero en el microcosmos del Chat Bleu, nadie es consciente de ello. En el Gran Salón, acondicionado para la ocasión, el tiempo se ha estancado en algún momento de la segunda década del siglo veinte, de modo que no hay momento para acordarse del turbulento dos mil once cuando el jazz se desliza alegremente entre los pies de los asistentes, ni cuando la luz de más de dos mil pequeñas bombillas en el techo se refracta y multiplica en los vestidos, copas y espejos.
Desde su posición privilegiada, al fondo de la sala con herr Derek y Ava Strauss, Sacha debería estar encantado. Adora verse en un puesto mucho más exclusivo de lo que Anita jamás llegará a encontrarse, y, en especial, le encantan sus zapatos brillantes y el elegante (y ceñido) traje blanco a medida, el que reservaba para la ocasión y que le sienta como un guante. Sabe que es el momento ideal para hacer lo que mejor sabe, lucirse, y sin embargo, no puede. ¿Cómo va a exhibirse, si Louis no aparece por ningún sitio?
Por si fuera poco, la discreta mano de Derek no deja de subir y bajar, subir y bajar... Él lanza un quejido angustiado, y su mecenas deja su conversación con Ava un segundo para llevarse un dedo de la mano libre delante de la boca. Sacha se muerde el labio inferior y trata de no retorcerse mucho, aunque es difícil. Los dedos expertos de herr rodean por debajo del pantalón el escandaloso bulto en su entrepierna, masajeando, acariciando y apretando por todas partes. Y a pesar de que los pequeños sonidos estrangulados que salen de Aleksandr quedan camuflados por la música, y esa mano que lo tortura no llega a verse, oculta tras una mesa, el rojo intenso en las mejillas del ruso es bastante delator.
Ni se te ocurra correrte. Tendré que castigarte si lo haces, ¿entendido? (le había susurrado al oído un rato antes, durante la cena, provocándole un escalofrío). No querrás ensuciar ese traje, ¿no?
Sacha no había entendido muy bien a qué se refería entonces, cuando las manos de su amo sostenían cuchillo y tenedor. Ahora, aquellos dedos suben el elástico de su slip y se posan sobre la erección tiesa y caliente del ruso. En público. En la fiesta cumbre del Chat Bleu.
Un violento hormigueo sacude el bajo vientre del ruso al asimilar todo aquello. Las luces brillantes bailan al ritmo de Django Reinhardt y lo hacen sentir mareado y abrumado de golpe. Oye vagamente la conversación entre Ava y Derek, el palpitar de la fiesta, pero no acierta a entender nada. Herr lo envuelve en toda su longitud, caliente y firme, moviéndose hasta la punta y frotando con el índice la piel sensible de su glande. Sacha se cubre la boca con la mano, un calor sofocante subiendo por su tripa, y hace rodar los ojos. Suplicante, mira a Derek, pero él todavía se encuentra enfrascado en la conversación con madame Strauss.
-Ya ha pasado la media noche, pero no veo a tu favorita por ningún sitio -está diciendo, con la vista sumergida en el mar de luces, y en particular en el vestido de corte japonés que revolotea como una mariposa en el centro de la sala-. Parece que las costumbres no cambian y Anita sigue monopolizando toda la atención.
Arriba y abajo. Apretando, sujetando y acariciando. Sacha gime, muy bajito, pero de forma lo bastante audible como para ganarse un pequeño apretón en los testículos.
Ava Strauss, por suerte a una distancia y en un ángulo poco propicios para verlo, se lleva la copa a los labios y enarca una ceja.
-Chiara vendrá, tarde o temprano. Tal vez no lo sepas, Derek, pero aunque tenga el tamaño de un chihuahua, posee el carácter de un rottweiler ebrio de esteroides -Derek se ríe ante la ocurrencia, algo que se traduce en un cosquilleo de placer sobre la piel de Aleksandr-. No tiene nada de gracioso. Es una característica encomiable. Chiara nunca se rinde, a pesar de que es perfectamente consciente de que Anita siempre juega con ventaja dentro del Chat .
Unos metros delante de ellos, las extremidades de la asiática se mueven al compás de la música, guiada por un tipo alto. Como es costumbre, ya tiene a un grupo considerable de admiradores que la contemplan hundidos en sus asientos.
-Noto cierto retintín en eso que dices.
-Me gusta Chiara. Tiene carácter, talento y es mucho más noble que cualquiera de los que estamos aquí. Ah, venga ya, no pongas esa cara. Esa chica sólo tiene mala suerte. ¿Sabes cómo llegó a la ciudad?
Sacha intenta escucharlos, pero no puede. Su amo lo está masturbando sin ninguna clase de pudor, de forma ostensible y obscena. Ojalá esta escena no fuera así. ¿Por qué no se lo lleva a su habitación y lo ata a la cama? Ese dildo enorme que tanto desconcertó a Louis en su primera visita al cuarto de Aleksandr está cogiendo polvo, ¿por qué no usarlo ahora? Ahora sería un buen momento. Aunque claro, Derek debe estar vengándose de Sacha por haber desobedecido su orden de traerle al escritor.
Él siente el sudor, caliente y pegajoso, descendiendo por su espalda, pero aprieta los dientes. Pues bien. Soportará el castigo como pueda y seguirá adelante, como hace siempre.
-Chiara llegó aquí con dieciséis años, becada por su escuela. Ingresó en una de las academias de baile más exclusivas del país valiéndose sólo de sus méritos, con lo que te puedes imaginar el talento que se gastaba ya en aquella época. Yo la conocí en una actuación en la Ópera Garnier, y te puedo asegurar que era extraordinaria. De hecho, estaba decidida a esperar a que cumpliera los dieciocho y contratarla para el nivel dos de la Jaula.
-Y la contrataste -Derek aprieta la verga palpitante de su protegido, quien tiene que contenerse de verdad para no dejar que su cuerpo se descomponga en miguitas-, de asistenta. ¿Qué ocurrió?
Ava suspira. Por un instante, su voz suena genuinamente apenada.
-Ese mundillo es terrible, Derek, salvaje. Y más cuando uno se acerca a los niveles que alcanzó Chiara. Ahí no se mide a una persona por sus habilidades, sino por su capacidad para no vacilar ni un momento a la hora de despellejar a quien se interponga en su camino. Es bastante similar a nuestro universo, si lo piensas -se acerca la copa a los labios, como dándose tiempo para reflexionar sobre lo que acaba de decir. Su interlocutor aguarda con gesto paciente, mientras su mano se mueve de forma malévola dentro del pantalón de Sacha-. Chiara había obtenido un papel protagonista, y eso levantó ampollas entre el resto de la compañía. El clima era tal que, a la salida de los últimos ensayos, una de sus compañeras la empujó por las escaleras. Ella se rompió una pierna en la caída, pero ninguna de sus colegas movió un dedo por socorrerla, así que se las tuvo que apañar para pedir auxilio por sí misma. Se recuperó, pero nunca volvió a bailar de forma profesional. Ni siquiera yo pude convencerla para que bailara así en el Chat, aunque accedió a trabajar aquí de todos modos, para pagar sus estudios. Y cada año viene a la fiesta de fin de año y demuestra que sigue siendo la mejor, aunque los vestidos y los hombres bonitos de Anita desvíen todas las atenciones. Por eso, Derek, es mi favorita y lo seguirá siendo hasta que deje este club.
La pieza que estaba animando el ambiente muere, y Sacha casi se cae del sillón cuando siente desaparecer el contacto de su amo. Herr Derek, que ya se ha olvidado de él, tiene la cabeza algo ladeada, en dirección a la propietaria del Chat, yel ruso gime, sin decidirse por sentir frustración o alivio. No tiene que preocuparse mucho por ello, de todos modos, porque antes de que pueda elegir una cosa u otra, las puertas del gran salón se abren, y quienes emergen del umbral, irremediablemente, atraen toda su atención.
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-N-no estoy seguro de si podré hacerlo...
-Venga ya. Si te he convencido para que llegues aquí, es que puedes.
-Me tiemblan las rodillas, Chiara.
-No seas gallina. Toma, bebe y calla.
En mis manos vacías aparece de pronto una copa. Yo miro sin ver el contenido homogéneo y sin nombre antes de inclinar el vaso y engullirlo de un trago. El cuerpo me arde un par de segundos, y luego la angustia vuelve a helarme las tripas. Yo estiro la copa vacía hacia Chiara.
-Más.
La italiana me arrebata el vaso de un manotazo, con una risotada.
-Ni en tus sueños. Venga, mueve el culo y ciérrales el pico a todos.
Y después de arreglarse el cloché y cerrarse el largo abrigo cruzado,me arrastra hasta las enormes puertas de doble hoja y me arroja sin remordimientos al Coliseo, al infierno.
Y por un instante juro que soy incapaz de oír la música, porque la sangre se agolpa en mi cabeza, en un palpitar furioso. Me quedo inmóvil, en mitad de la nada, mareado, aterrorizado y con la vista clavada en mis zapatos. Intento recordar en qué maldito momento he decidido que esto era una buena idea, aunque estoy demasiado concentrado en no caerme redondo mientras Chiara me arrastra decididamente hasta el centro del salón.
A nuestro alrededor, un murmullo que resuena en mi cráneo. Puedo sentir la expectación arrastrándose sobre mi piel, y un sudor frío que resbala columna abajo, empapándome la camisa blanca.
Joder. Joder. ¿Por qué estoy haciendo esto? Qué estúpido soy. Tengo que tener un aspecto ridículo ahora mismo y ni siquiera puedo salir huyendo. Al pensarlo siento el impulso de calarme todavía más el sombrero ante los ojos, pero el miedo escénico me paraliza en el sitio.
Respirando entrecortadamente, y sin atreverme a despegar la vista del suelo, empiezo a notar cómo se me cierra el estómago con ansiedad, en una náusea infinita. De pronto, y justo cuando mi imaginación amenazaba con desbocarse y a situarme en los peores escenarios del ridículo, la música languidece hasta morir y los pequeños y finos dedos de Chiara toman los míos. Su mano envuelve mi mano pegajosa y el mundo deja de tambalearse. Veo su abrigo hecho un ovillo en el suelo -una imagen que tarde en ser analizada en mi cerebro-, y luego su cara inclinada invade mi campo de visión. Esos ojos negros chispean furiosamente al son de los primeros acordes de la siguiente pieza.
-Respira, Louis -susurra-. Lo vas a necesitar si quieres seguirme el ritmo.
Y antes de que el terror vuelva a nublarme la vista, el contacto con su mano se convierte en un firme apretón y la italiana empieza a bailar. Yo tengo que alzar la mirada, y por suerte darme cuenta por fin de que realmente tenemos todos esos ojos clavados en nosotros ya no me produce tantas náuseas. Los flecos del vestido de Chiara, tachonados de lentejuelas, se sacuden reflejando la luz de las bombillas y devolviéndola en una nube de destellos dorados. Yo, fascinado al igual que el resto de espectadores, dejo que la recepcionista tire de mí y me arrastre al movimiento casi líquido de su cuerpo. Mis piernas empiezan a moverse solas, primero de forma un poco robótica y enseguida adaptándose a los gestos fluidos de mi compañera.
Y para cuando quiero darme cuenta, sujeto a la italiana como si llevara haciéndolo toda la vida, golpeando el suelo según exige el ritmo alocado de la música y en una combinación perfecta. Es una locura. No teníamos nada preparado, y aun así, bailamos una coreografía inexistente y frenética, que manda volando mi sombrero y hace aparecer rosetones en las mejillas de Chiara. El público, antes disperso, forma un corrillo a nuestro alrededor que termina constituyendo nuestra pista.
Quiero arrepentirme de esto, pero sencillamente ya no puedo.
Al final, sólo nos detenemos cuando la última nota de la canción ha dejado de rebotar en las paredes y se difumina entre chaqués y tacones de aguja. Nada más hacerlo, la multitud nos envuelve en un abrazo asfixiante y entusiasta, y una copa de champán se materializa en mi mano, mientras la otra es estrechada vigorosamente. Yo intento respirar, abrumado, y trato de no perder de vista a mi compañera, aunque eso no es difícil. Nuestros admiradores la aprietan contra mi pecho, incitándonos a un segundo baile.
Los ojos de la italiana brillan en una emoción que es casi contagiosa, pero cuando me agarra por los hombros puedo ver un destello malévolo en esas pupilas.
-¿Todavía te tiemblan las rodillas? -me grita, por encima del ruido de conversaciones, y yo gimo y arrugo la nariz como si me hubiera golpeado. Ella no me hace mucho caso-. Vamos a por otra, venga.
Y empieza a llevarme fuera de la maraña de gente, pero yo empiezo a gruñir. De repente acabo de recordar por qué estoy aquí, y me encargo de hacérselo saber:
-Oye, oye, ¿no te olvidas de algo? Tal vez una cosita que tenías que decirme, ¿ hein ?
Ella gira la cabeza, sus labios rojos curvándose lentamente.
-Te contaré lo que quieras de Gareth Madilow mientras bailamos, cher -replica, sin ningún atisbo de vergüenza, al tiempo que su cuerpo vuelve a moverse con la música.
Y yo no tengo más remedio que seguirla.
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-Eso ha sido toda una sorpresa.
Para gran agrado de Derek, madame Strauss se yergue en su asiento y prorrumpe en una carcajada musical, justo tras ver la cara que se escondía bajo el fedora del acompañarte de la recepcionista. Él la escucha reírse, satisfecho. Hacía una eternidad que de su vieja amiga no salía un sonido tan alegre, y siempre es agradable ver menearse el trasero de Louis Daguerre.
-Bueno, no es para tanto, ¿no? -Maya, que se ha abierto paso hasta el sofá, junto a herr, tuerce el gesto como si acabara de chupar un limón. Normal, Anita y ella son buenas amigas, o eso es lo que dicen-. Quiero decir, míralo. Su estilo ni siquiera está pulido. Parecía un espantapájaros espasmódico.
De reojo, Derek mira a Aleksandr, que hasta entonces había estado acurrucado y hundido contra el respaldo, contemplando a su adorado rubio con fascinación. Ahora, el ruso lanza una ojeada venenosa en dirección a la mujer de los prismáticos.
Él vuelve a sonreír.
-Si se moviera como un espantapájaros espasmódico, no tendría a medio Chat intentando llevárselo a la cama ahora mismo, ¿no crees? -comenta, y señala con el vaso la nube de personas que rodea a monsieur Daguerre y lo atosiga con regalos y alabanzas. Maya casi se atraganta con su cóctel. Luego lanza un bufido, irradiando indignación, y con un taconeo se larga sin mediar palabra.
-Eres terrible, Derek -Ava le da una palmada en el hombro, pero el tono divertido en su voz no pasa desapercibido al alemán-. Sí, tú ríete. Si supieras los dolores de cabeza con los que me acuesto por tu culpa, no...
La frase se corta abruptamente, quedando para siempre en el aire aquello que la dueña del Chat iba a decir. Ava se ha quedado paralizada, con una expresión pétrea en el rostro, y cuando herr Zimmermann sigue la dirección de su mirada y descubre la alta y trajeada figura que acaba de atravesar el umbral del salón, su sonrisa también comienza a decaer.
-Esto sí que es inesperado -comenta , volviéndose hacia su amiga, pero Ava ya se puesto en pie y se dirige hacia su despacho con una resolución un poco funesta. Derek inspira hondo y se estira para dejar su vaso sobre la mesa.
Así que la fiesta ha terminado para Ava Strauss. Menudo desperdicio.
El alemán chasquea la lengua, decepcionado, antes de plantar la mano en la cabeza rubia de Aleksandr. El ruso está tan embobado con lo que ocurre en la pista improvisada que ni siente el contacto, pero Derek se encarga encantado de recordarle por qué está ahí, y sus dedos se cierran sobre ese pelo suave. Aunque sabe que no lo sujeta con la fuerza necesaria para hacerle daño, un leve temblor, casi eléctrico, sacude el pequeño cuerpo de Sacha.
-¿Por qué no subes a tu habitación y me esperas ahí? -le dice, en poco más que un susurro, e inmediatamente Aleksandr gira el cuello todo lo que su amo le permite, los ojillos brillantes. El ruso no se atreve a replicarle, pero su expresión suplicante hace curvarse los labios de Derek-. No es una sugerencia.
Aunque ahora vaya a encargarse de otros asuntos, no tendría por qué echar a Sacha de la fiesta; de hecho, normalmente suele dejar que el chico se pavonee toda la noche por el salón, como le gusta hacer. Pero esta vez es distinto. Derek quiere que aprenda la lección sin tener que ponerle la mano encima siquiera.
-Sube a la habitación. Tal vez así tengas más ganas de hacer lo que se te dice la próxima vez.
Todavía sujetándolo del cabello, deja que sus palabras calen en la cabecita hueca del rubio y después lo libera. Sacha sólo baja el mentón, rodeado de un aura triste, y su herr lo ve alejarse antes de dejar el sofá, vaso en mano.
No ha conseguido alejarse ni dos pasos cuando ante él aparece un hombre. El recién llegado a la fiesta muestra una media sonrisa igual de afilada que un cuchillo, cabello pajizo repeinado y ojos glaciales que recaen en Derek un instante antes de pasearse por la sala, como buscando a alguien.
- Herr Hans Herke -dice el pelirrojo, acompañando el saludo con un movimiento del vaso-. ¿Viene sin avisar a la fiesta, o es que Frau Strauss ha cometido el descuido de no poner todos los objetos de valor del club a buen recaudo?
La sonrisa de Hans se ensancha lentamente, pero hay un brillo férreo en esos iris azules. Él casi puede percibir el odio tratando de acuchillarle mientras se apoya en el reposabrazos del sofá.
Bueno. Realmente hay algunas costumbres que no cambian nunca.
-Tan bocazas como siempre, Derek -escupe el otro-. No estoy dispuesto a malgastar mi tiempo contigo. ¿Dónde está Ava?
-Dale un respiro, Herke. No hay nada que puedas desvalijar ya en el Chat Bleu. ¿Por qué no pruebas a hacer un butrón en el Musée d'Orsay ? Seguramente no encuentres el cuadro que estás buscando ahí, pero los que exponen se acercan bastante a tus criterios, y tampoco creo que tengas ningún reparo en llevarte dos o tres nuevas adquisiciones debajo del brazo. A fin de cuentas, es tu pan de cada día, ¿no?
Hans entrecierra los ojos inmediatamente. Al volver a hablar, Derek tiene que aguzar el oído para entenderlo, porque su voz no es más que un gruñido áspero y peligroso que apenas se hace oír por encima de la música.
-Eres un buen perrito faldero de Frau Strauss, pero deberías tener cuidado con lo que dices. Tal vez debería buscarte un buen bozal.
Derek se ríe entre dientes y da un sorbo al contenido de su vaso. El tintineo del hielo es el único sonido que interrumpe el silencio entre los dos hombres durante unos segundos, tiempo que el pelirrojo dedica a paladear con deleite la bebida. Las amenazas veladas de Hans le producen una preocupación equiparable a la que siente al comprobar el pronóstico del tiempo cada día. Cercana a cero, vaya.
-¿Vas a azuzarme a tu matón deforme, o te lo has dejado atado en la puerta? -pregunta, al tiempo que posa su vaso sobre la mesa y salva la distancia entre los dos en un tranquilo paseo-. Siempre dispuesto a salpicarte los zapatos de sangre y vísceras, ¿eh? Qué pena. Sigues empeñado en demostrarme que sólo eres un perro rabioso, Hans, sin ningún tipo de los escrúpulos que precisa un verdadero amante del arte. Márchate de vuelta a Holanda con tu pataleta. Aquí no tenemos el cuadro que perdiste (y que no te pertenecía desde el principio), por desgracia.
En cuanto termina lo que quería decir, Derek hace un gesto de despedida con la mano y pasa junto al rubio, pero Hans es más rápido y sus dedos se enganchan en su hombro. Al inclinarse hacia él, su cabello rubio le roza la sien.
-Algún día haré que te tragues toda esa palabrería pedante, Derek Zimmermann, y no será algo limpio, precisamente. A este ritmo, la misma Ava tendrá que rascarte de sus bonitas alfombras persas.
Él lo mira de reojo, relamiéndose, y se desase del apretón de Herr Herke.
-No me hagas reír, por favor. Te recuerdo que yo no soy ese chico de diecisiete años al que tanto te gustaba sacudir. Y hablando de Raymond -sacude la cabeza, en dirección al centro del salón. La figura del prostituto destaca sobre la orquesta, tocando el violín-; te recomendaría que no dejaras que te viera por aquí. A no ser que quieras que termine arrojándose al Sena de una vez por todas, claro.
Y lo deja atrás, con paso seguro. El otro no vuelve a retenerlo, aunque Derek siente aquellos ojos fríos clavados en su nuca como sendos puñales de hielo. Es cierto que no tiene miedo de su viejo rival, pero una parte de él sabe que debería andarse con más cuidado. Sabe de sobra cómo es un Hans enrabietado, y cuál es la situación de Ava. El que Herr Herke haya decidido reaparecer en el club no hace más que confirmarle que a partir de ahora las cosas no van a andar tan tranquilas por el Chat . Pero bueno, Derek es un hombre de negocios. Y como todo excelente hombre de negocios, sabe a la perfección cuándo tiene que dejar que su rival ejecute la siguiente jugada.
Además, Herr Zimmermann tiene otro frente abierto ahora mismo que se presenta mucho más jugoso e interesante que el de Hans, y, sumergido en la multitud, estira levemente el cuello, buscando a su objetivo. No tarda mucho en encontrarlo. Esa silueta desgarbada y flacucha es inconfundible, y él sonríe al distinguirla entre la marea de trajes.
Ya que Sacha se niega a hacerlo, es hora de que él mismo dé el primer paso para atrapar a Louis Daguerre.