De lujo 15.5, 3ª parte (Un gatito contra la pared)
(Última parte) Louis consigue escabullirse de la fiesta del Chat, pero lo que no sabe es que que Ray está esperándolo fuera para poner en peligro algo más que la integridad de su salud mental...
Nota de la autora (¡léela, por favor!)
Buonasera, criaturas! Ha pasado un siglo, y tengo algunas cosas que contar, así que al grano:
Estoy harta del quince. Así. Ha salido tan largo (20 páginas), que, aunque todavía quedan muchas cosas que contar, he decido cortarlo de una vez. Quería aglutinar todos los acontecimientos de la fiesta del Chat en un capítulo, pero está visto que la cosa se ha alargado más de lo previsto y va a ser imposible. Así que esta será la última parte del capítulo . Y hablando de la tercera parte... Dios. Ha sido tan difícil de escribir hasta la aparición de Raymond... A veces mi prostituto favorito me pone las cosas difíciles, pero esta vez ha hecho que la última parte del quince sea TAN, TAN DIVERTIDA. En serio. A lo mejor no os lo parece, pero hacía tiempo que no me lo pasaba tan bien escribiendo un capítulo . Hoy tenía que haber estado trabajando como si no hubiera un mañana, pero estaba tan absorta escribiendo que ni me he dado cuenta de que mi tiempo para estudiar se iba a tomar por culo. Oh, well. It can't be helped now.
Por otro lado, las palabras en otros idiomas que salen en este capítulo son todas insultos e improperios varios. No voy a traducirlas, porque algunas son muy evidentes y otras son animaladas demasiado gordas (Kankerhoen en particular), y me da mucha pereza risas. Pero bueno, el 99 por ciento de ellas puede ser encontrada por internet rápidamente sonrisa.
Y ahora, bad news* . Acabo de entrar en el infierno (académico) por la puerta grande. Este es otro de los principales motivos por los que decidí cortar el quince. A partir de ahora no tengo ni idea de cuándo podré escribir, pero haceros a la idea de que va a ser bastante tiempo. Mínimo, dos semanas . Alors, no sé cuándo terminaré el dieciséis. Puede que lo tenga para principios de Junio, pero lo veo altamente improbable.* No tengo nada claro aún, pero si veo que la cosa se alarga mucho, procuraré dejar una nota como he ido haciendo a lo largo de la serie. Lo siento mucho, pero de verdad que no he podido hacer nada. Después de que volviera de París todo ha sido caos y destrucción, y ahora todo va cuesta abajo.
Y... dos últimas cosas, menos relevantes:
Nos pilla un poco lejos ya (pensaba que iba a terminar este capítulo antes, gulps), pero el catorce de abril fue el cumpleaños de nuestro protagonista yaytira confeti y rueda sobre la cama. Como feliz regalo de cumpleaños a Louis, os dejo una canción y os dedico este capítulo a todos los fans del rubito: https://www.youtube.com/watch?v=jqYxyd1iSNk
Y por último, y no menos importante: Dedico también este capítulo a todos aquellos que alguna vez me habéis gritado vuestro deseo de que Raymond ponga a Louis mirando a Cuenca. Con toda mi poca vergüenza. Supongo que entenderéis la pequeña maldad al final del capítulo, pero aun así, no me odiéis sonrisabises.
Et c'est tout, mes amis. Si disfrutáis una cuarta parte de lo que he disfrutado yo escribiendo esto, puedo morir feliz.
Un abrazo!
15 (3ª parte)
Los clientes del Chat son caprichosos y nos hacen bailar mil cosas diferentes a Chiara y a mí, saliéndose incluso del tema de la fiesta. Entre el charleston, las copas que prácticamente me incrustan en las manos y el ritmo incesante de la música, empiezo a sentirme un poco mareado, pero de alguna manera me las apaño para mantenerme en pie. Necesito hacerlo, porque la recepcionista se encarga de ponerme al corriente, por fin, de su pequeña investigación, y, mientras me guía en un rápido quickstep, me habla de lo que ha descubierto del duque y de su relación con mi protégé. Yoprocuro escucharla y bailar sin perder el hilo, aunque, por desgracia, lo que tiene que contarme no es mucho.
Al parecer, Gareth Maidlow es un habitual casi religioso del Chat, pero prácticamente desde el inicio, sus visitas se limitan al primer nivel de la Jaula, a la habitación de Raymond. Lo introdujo en el mundillo su padre, copropietario de una empresa automovilística británica y toda una joyita aficionada a las lolitas y a la cocaína. Curiosamente, su hijo no tiene absolutamente nada que ver con él, con un historial intachable. Mientras el desgraciado de su padre pierde gran parte de su vida organizando orgías en el segundo nivel y amargando la vida al personal de limpieza, el duque se limita a acudir al Chat una vez por mes, pasar la velada con mi protégé y volver a Gales sin hacer mucho ruido. No hay más. Ni chanchullos, ni broncas, ni jaleos. Nada. Sólo una aburrida y mecánica rutina.
Es... casi decepcionante.
-¿Puede ser que realmente sólo se haya encaprichado de Raymond y esté intentado quitarme de en medio? -me pregunto en voz alta cuando termina la canción y me detengo a tomar aliento. Chiara, roja y acalorada, se aparta el pelo de la cara y se encoge de hombros.
-No sería el primero, ni el último -dice-. Aunque no lo creas, ocurre más a menudo de lo que parece, y es todavía peor con trabajadores como Anita o Ray, que están en lo alto de la tabla. Algunos clientes habituales se vuelven un poco locos y se obsesionan. Recuerdo que, cuando empecé a trabajar aquí, había dos tipos que no hacían más que tirarse de los peluquines por Raymond cada vez que se cruzaban. Había pelo postizo por todas partes. Fue horrible.
Yo frunzo el ceño, algo asqueado por la imagen mental y reacio a conformarme con esa versión. Por toda la parafernalia que ha montado el duque (soborno incluido), imaginaba que tendría motivos más profundos que un enamoramiento adolescente. Pero visto lo visto, creo que me equivocaba y el tal Gareth es menos serio de lo que pensaba.
Mientras yo rumio lo que me ha dicho Chiara intenta que sigamos bailando, pero a mí me vuelven a temblar las rodillas, y esta vez no tiene nada que ver con los nervios. Ella me mira con los brazos cruzados, hace rodar los ojos y se larga detrás de las faldas de una de las vedettes del club, entre refunfuños acerca de lo blandengues que somos los hombres. De pie y solo como un idiota, la veo marcharse, sus contornos algo borrosos, para después percatarme de que ya hay varias miradas golosas clavadas en mí. Con un estremecimiento, me escabullo antes de que algún cliente decida obsesionarse conmigo en lugar de con su prostituto de confianza, y desaparezco de escena.
El entramado de pasillos que desembocan en el gran salón son mucho más tranquilos en comparación y no hay nadie que me pida bailar, para alegría de mi cuerpo agotado. Como no tengo nada mejor que hacer, vagabundeo sin un rumbo fijo, procurando fijarme en las caras de los pocos rezagados de la fiesta con los que me cruzo. Albergaba la ilusa esperanza de cruzarme con Monsieur Maidlow por aquí, ya que no se ha dejado ver por el salón, pero es una pena que no tenga demasiada suerte y que al final termine en un corredor pobremente iluminado. Todavía me mantengo en pie, pero las luces tenues del club deslumbran mis retinas y mi cabeza burbujea, del mismo modo que el interior de una botella de Perignon, así que este sitio, silencioso y tranquilo, parece un buen lugar para descansar un rato.
O eso es lo que pensaba. Porque, como es habitual (más aún en mi estado), él es tan sigiloso que no lo oigo acercarse por detrás. Al menos no hasta que siento su aliento en mi nuca.
-Me pareció haber visto un lindo gatito en la pista de baile.
El que faltaba.
Yo siento el calor demasiado tarde. Sólo puedo resoplar al notar, como una serpiente sinuosa, su brazo aparecer por uno de mis costados y rodearme la cintura.
-Raymond. Las manos -gruño de mala gana, aunque tampoco hago un gran esfuerzo por deshacerme de él. Mintiéndome un poco a mí mismo, le echo la culpa al alcohol y me abandono al agradable contacto.
Mientras, esos dedos maliciosos se retiran (un poco) de mi entrepierna igual que la marea, medio a regañadientes, pero mi cuerpo no tarda más de una fracción de segundo en electrificarse cuando su aliento, denso y caliente, se cuela por el cuello de mi camisa y resbala perezosamente sobre mi piel.
-¿No puedes dejar pasar una sola oportunidad para acosarme sexualmente, verdad?
-Es difícil no hacerlo después de casi una hora viéndote menearte así -replica él, restregando cebolleta con su falta habitual y absoluta de vergüenza-. ¿Por qué nadie me dijo antes que eras capaz de abrirte así de piernas? Eso hubiera facilitado mucho las cosas. ¿Qué más sabes hacer, eh?
- Lap dance -balbuceo, muy serio, pero mi cuerpo me traiciona con una sonrisilla idiota. Ahora estoy seguro de que tanto champán está haciendo estragos en mi organismo, porque casi me alegro de verlo tan contento.
Pero sólo casi, ¿eh? Y por el champán. Nada más.
De forma un poco torpe, consigo librarme de su abrazo y me alejo hasta alcanzar la pared, sólo para sacudirme la sensación candente y hormigueante que estaba empezando a apoderarse de la parte baja de mi cuerpo. No obstante, cuando apoyo la espalda en el muro, cruzado de brazos y con el ceño fruncido, me doy cuenta de que he cometido un error.
Enfrente de mí, Raymond, todavía con el brazo que me rodeaba en alto, tiene un aspecto totalmente diferente a... bueno, a su pinta de desharrapado de siempre. Ava debe haberlo obligado a participar en la fiesta, porque viste unos pantalones de traje negros, camisa mal remetida, tirantes y un fedora azul oscuro. Al pillarme mirándolo, su lengua se escapa para recorrer la fina línea de sus labios en un movimiento rápido y nervioso antes de descubrir sus dientes.
Con verlo se me pone un poco dura.
... ¿Qué pasa? Uno tiene sus fetiches.
Definitivamente, el alcohol se me ha subido a la cabeza. Y no sólo el alcohol, también una oleada de sangre caliente que se me acumula en la cara, en el cuello, el pecho y todas partes. Cierro los ojos, en un intento de poner firmes a mis neuronas ociosas, pero entonces oigo pasos casi imperceptibles. Cuando levanto la cabeza, sus ojos me están perforando tranquilamente la piel. Y a mí el cerebro me hace un fundido en negro bastante dramático.
El pasillo solitario y el excelente humor de Raymond después de la fiesta. En un universo paralelo, tal vez este sería un buen momento para volver a intentar arrinconarlo y hacer que me hable de Maidlow y sus tejemanejes. De hecho, sería la ocasión perfecta de no ser por mi polla, que también ha decidido que este es el momento ideal para ponerse rígida como un bloque de hormigón armado.
-Me molestas -farfullo entre dientes, ya sin saber ni lo que digo, y entonces me echo a reír, como un gilipollas-. Me pones cachondo y eso me molesta, Raymond.
La sonrisa de depredador de Ray se ensancha lentamente, mientras la luz amarillenta arranca tonalidades misteriosas de verde a esos iris.
-¿Me haces una demostración? -ronronea, sin venir a cuento, y de pronto me agarra y me levanta en vilo, colándose entre mis piernas y aplastándome con su cuerpo contra la pared. De mí sólo escapa un sonido como de fuelle, al quedarme momentáneamente sin oxígeno, y luego tengo que agarrarme a él, sujetándolo por los tirantes, porque el castañeteo que hacen sus dientes al chocar con los míos me pone la piel de gallina y me acelera el corazón en un redoble furioso. Su lengua me invade la boca, hambrienta y sin dar concesiones, durante un minuto entero, hasta separarse de mí con un sonido húmedo-. De lap dance , digo -añade, con voz ronca y entrecortada, y su cara se encuentra tan próxima de la mía que puedo verme reflejado en sus ojos, despeinado y enrojecido como una langosta.
Tampoco puedo concentrarme mucho en lo que dice, o en lo que veo. Los contornos de la cara de Raymond se difuminan en los bordes, entremezclándose con el fondo en mi cerebro. Él, impaciente, me aprieta el culo, me levanta un poco más y su lengua marca el camino hasta mi oreja, deslizándose sobre el cuello. Yo sólo jadeo, atrapando su cabello revuelto y escurridizo entre los dedos y con la mente saturada por la sensación ardiente y delirante de esos dedos amasando mis nalgas.
Sólo por pura malicia, muevo las caderas en círculos sobre su polla enhiesta, apenas contenida por el pantalón de traje. No tardo en oírlo gruñir con frustración en mi oído, mientras presiona todavía más sus caderas contra las mías hasta hacerme sentir su pulso frenético directamente en mis bajos fondos.
-¿No querías una demostración? -las palabras se escurren fuera de mi boca, empujadas por el alcohol y a trompicones. Incluso Raymond se sorprende del tono caliente y lascivo.
El culpable es el Perignon, por supuesto.Pero a Ray no le importa lo más mínimo. Al menos no es eso lo que dice la chispa que acaba de inflamarle la mirada, ni sus dedos hundiéndose casi con crueldad en mi carne. Ni qué decir de la forma tremendamente erótica en que se mordisquea el labio, que hace que me duela la entrepierna sólo de verlo.
-Quiero una demostración. Contigo en bolas y mi polla bien hondo dentro de ti.
Intento responderle con una risa sarcástica, pero esa imagen en mi cabeza la transforma en un sonido quejumbroso. Cabalgar a Raymond en una pervertida sesión de lap dance . Con pensarlo me dan palpitaciones y un temblor de excitación me sacude el pantalón a la altura del bajo vientre.
Y, sin embargo, al mismo tiempo algo en mi pecho se estremece con un pinchazo de inquietud.
-T-tendrías que hacer méritos para conseguir eso, estúpido -acierto a gruñir al final, tratando de contener ambas emociones. Sin mucho éxito con todas, a juzgar por el desafiante bulto en mi pantalón.
Raymond me ignora de forma flagrante y hunde la cara en mi cuello.
-Deja de resistirte y ríndete -resuella, en parte por el esfuerzo de sujetarme en volandas contra el muro, pero principalmente por la tortura a la que lo estoy sometiendo, restregándome contra él.
-Jamás.
Y en venganza consigo colarme dentro de su camisa y le pellizco un pezón.
-Déjame desvirgarte... -insiste, aunque tiene que detenerse a gemir un instante, porque mis dedos lo están retorciendo como si metieran la llave en el contacto de mi viejo Citroën AX. Yo me estremezco al oírlo, gimiendo también-. Puedo hacerte gritar.
-Me haces gritar todos los putos días. Cada jodido minuto que ocurre algo en el club.
-Quiero follarte de tal forma que no puedas ni respirar, sólo pedir más -asegura, esta vez sus labios rozando los míos mientras habla. El ruido sordo, breve y vibrante de nuestras respiraciones parece algo físico en el reducido espacio entre nosotros. A mí me va a estallar la cabeza y algo más-. Quiero tenerte sudando y temblando y gimiendo mi nombre hasta dejarte sin voz. Quiero romperte el culo, Louis, me lo lleva pidiendo desde el primer día. ¿En qué idioma quieres que te lo diga?
Y como corroborando sus palabras, me pellizca el trasero y aprieta su entrepierna caliente y dura contra mí. Yo me quedo en blanco mientras lo hace, la imaginación se me ha vuelto salvaje y mi polla me suplica cosas que no sé si puedo satisfacer.
Una parte de mí está aterrorizada, pero apenas la oigo detrás del velo de champán y excitación que me embota los sentidos. Aun así, es esa misma parte la que consigue abrirse paso entre las guarrerías de Raymond y sus malévolas caricias, y me oigo a mí mismo replicar débilmente:
-Que no, pesado...
-¿Por qué? -pregunta, mientras se las apaña para sujetarme contra la pared con una mano y deja la otra pasearse libre por debajo de mi camiseta-. Dame un solo motivo.
Hay miles de motivos. Miles, no exagero. Se me ocurren tantos que podría hacerme dos bufandas con la lista, una para mí y otra para Sacha. Pero en el momento que abro la boca, con la confusión y el muy hijo de puta sobándome por encima del pantalón, va y sale la más estúpida de todas.
-Soy activo... idiota...
La respuesta inmediata es una risotada que retumba en el corredor. La pega es que no proviene de mi protégé , que ha vuelto la cabeza con fastidio. Yo me asomo por detrás, todavía sin aliento, para ver tras nosotros a un grupito de espectadores muy bien vestidos y elegantes, pero con escaso sentido de la decencia. Nulo, teniendo en cuenta la forma entusiasta en que una de ellos graba nuestra pequeña exhibición con su teléfono móvil.
-No me mire así, Monsieur Daguerre -me pide el autor de esa risa, un tipo joven con una sonrisilla irritante, ante mi odio fulminante-. No me diga que no era una broma.
Raymond se relame los labios enrojecidos, con expresión hastiada.
-Estamos ocupados.
-Circulando -les increpo yo, y me olvido instantáneamente de ellos, mirando a mi protégé con los ojos entrecerrados-. No es ninguna broma. No me gusta.
-¿Cómo vas a saber si te gusta o no si no lo has probado nunca? -su cara vuelve a adoptar esa expresión subida de tono y pervertida de hace un momento, y sacude las caderas, hundiendo su verga entre mis nalgas y provocándome a mí un respingo, una salva de discretas risitas a nuestra espalda-. En cuanto te ponga a cuatro patas cambiarás de opinión.
Yo noto cómo el calor me invade las mejillas, y no completamente por el momento de cachondez.
-Te estoy diciendo que no soy pasivo -balbuceo, y como respuesta recibo otra tanda de risitas del fondo norte. Esta vez, aunque los intento asesinar con la mirada no sirve de nada-. ¡A callar, voyeurs de pacotilla!
Iba a seguir con la retahíla de improperios, pero por suerte o por desgracia Ray levanta la mano libre y me introduce dos dedos en la boca, y de mi cuerpo no sale más que una especie de gemido ahogado.
-¿Eres consciente de que pareces exactamente eso ahora mismo? -me suelta, con una risa gutural y sustituye esos dedos largos y delgados por su lengua, haciendo que mis ojos rueden un momento dentro de sus órbitas. Por otro lado, la mano húmeda de mi saliva desaparece de pronto de mi campo de visión, y el pinchazo de pánico de antes se convierte en un temblor que sacude mis extremidades. No obstante, la lengua de Raymond es una taimada experta, y pronto no puedo pensar en nada que no sea la manera en que se enrosca alrededor de la mía y me deja sin aliento.
Y el cuerpo de Ray es caliente y sensual, y la seguridad con que me aplasta contra la pared no me deja poner pies en polvorosa, y yo ya no recuerdo qué era lo que me daba tanto miedo hace unos segundos y...
Y...
-Eh, ¿y esa?
-Viene hacia aquí.
-¿Qué hace con eso?
-¡Está loca, apartaos!
Estaba nadando en el séptimo cielo del placer cuando algo húmedo me abofetea con fuerza y comienza a escurrírseme por la cara y la espalda. Y ese algo está jodidamente helado.
- Godverdomme! -jadea un Raymond empapado, y de la sorpresa me suelta, con lo que yo resbalo contra el muro hasta quedar desmadejado en el suelo, con las piernas en alto, todavía medio enganchadas a sus caderas.
A nuestra izquierda, Chiara arroja la cubitera vacía al suelo.
-Se acabó el espectáculo -con un gesto impersonal, se dirige hacia nuestro grupo de boquiabiertos admiradores-. Despejen el pasillo, si no les importa.
Pero ellos se quedan quietos y mudos, viendo cómo la secretaria se agacha para recoger un puñado de cubitos del suelo.
-Sabía que no podía dejarte solo -me dice, antes de arrojárselos de uno en uno a Raymond, que parece estar tardando en recuperarse del shock-. Hombres -añade, en un resoplido enfadado-. Para uno decente que encuentras, es bobo como él solo.
El quinto cubito golpea la melena casi pelirroja de mi protégé, y la italiana, ya sin munición, se acerca, me agarra del brazo y me arrastra lejos de él. Sólo entonces Ray parece reaccionar y, tiritando, se vuelve hacia Chiara.
- Kutwijf -es todo lo que dice, entre dientes, pero parece suficiente para encenderla, porque ella me libera de golpe (y hace que mi cabeza golpee el suelo y yo vea todas las estrellas más una).
- Cretino! Sei uno stronzo, testa di cazzo!
Fascinados, los clientes y yo asistimos al cuadro único de la calabresa iracunda y gesticulante, lanzando insultos a cada cual más original; y a un Raymond encogido y erizado igual que un gato, respondiendo cosas en un idioma misterioso con el ímpetu de una serpiente escupiendo veneno.
- Kankerhoer!
- Figlio di zoccola, porco cane!
-Rot op, pokkenwijf!
- Vai a farti dare nel culo, sacco di merda!
Mientras ruge, Chiara me obliga a levantarme de un tirón y empieza a arrastrarme por el pasillo. Desde atrás, Raymond le replica algo que, si bien no tengo ni idea de lo que significa, suena tal mal o peor que todo lo que llevan gritándose. La italiana se levanta la barbilla con un dedo.
- Sei un rompipalle - y añade, para que lo entendamos todos finalmente: -. Sátiro holandés de mierda.
Y con las mismas sigue caminando sin mirar atrás, llevándome a tirones, como a un perro desobediente. Yo estoy demasiado aturdido para resistirme. Hace un segundo me encontraba en brazos de un dios del sexo (a punto de ser violado, vale, pero en peores me he visto, qué queréis que os diga), y ahora una italiana enfadada tira de mí de vuelta al salón del Chat, con el cerebro congelado y el cuerpo empapado.
Eso sí, de mi erección rampante y la borrachera, ni rastro ya.
-¿Estás bien, idiota incompetente? -Chiara habla sin dejar de andar, como si el pasar un segundo más a menos de doscientos metros de Raymond pueda resultar detonante de un conflicto bélico a escala mundial. Yo tardo en contestar. Sigo desconcertado, casi tanto como antes, cuando Ray me sujetaba en vilo. Así que supongo que es normal que lo primero que me salga sea otra tontería como la que le dediqué a mi protégé y a los clientes presentes.
-¿E-es holandés?
Por primera vez en todo el trecho que llevamos recorrido, Chiara se detiene en seco, me suelta y lanza un gruñido exasperado.
-¿En serio, Louis? ¿Es que no puedes concentrarte un segundo y dejar de un testa di cazzo tú también?
La miro, al tiempo que me sujeto la cabeza con las manos. Ella se cruza de brazos, hasta que a mí se me dibuja una sonrisa bobalicona en la cara.
-Nunca había conseguido que me dijera de dónde es.
Vale. Un poco borracho sí que sigo.
-Si no supiera que con estos tacones podría matarte al instante, te pegaría una patada en la cara ahora mismo, Louis-Philippe Daguerre -Chiara se lleva una mano a la cara, que se frota varias veces en la más pura desesperación. Desde aquí, justo al lado de las puertas abiertas del salón, puedo oír perfectamente la música, que se desliza con alegría hasta nuestros pies. Así transcurren unos minutos de silencio entre nosotros, en los que la recepcionista se limita a masajearse las sienes y lanzarme miradas asesinas. Por mi parte, dedico ese tiempo a intentar volver a poner las riendas a mi mente, que se empeña en devolverme a la escena del pasillo una y otra vez y a crear posibles finales a ese momento, a cada cual más sucio y lascivo que el anterior.
Al final, las manos de Chiara sobre mis hombros me arrancan del ensueño. Hay algo en sus grandes ojos negros que, quiero creer, parece preocupación.
-Oye, Louis... me caes bien, ¿vale? Eres un poco cándido y a veces piensas con la polla, pero creo que aunque tengas esa monstruosidad entre las piernas puedo considerarte un amigo. Por eso no me importó que me pidieras ayuda buscando información sobre Maidlow. Y por eso... por eso creo que estoy en posición de decirte que esto se te está yendo de las manos.
Parpadeo, tras analizar despacio cada una de las palabras.
-¿Cómo? No entiendo.
-Mira, sé que es normal sentirse deslumbrado por Raymond. Les ha ocurrido a casi todos los que han tenido que lidiar con él alguna vez. Pero no quiero verte como ellos, ¿entiendes? No quiero que te coma y te vomite como al resto -hace una breve pausa, como esperando un gesto de asentimiento, pero yo no tengo ni idea de a lo que se refiere. Ella me sacude un poco-. ¡Despierta! ¡Desde la fiesta de Navidad estás totalmente absorbido por él! ¿Es que no lo ves? ¡Todo, todo lo que haces es por o para ese prostituto stronzo ! Incluso has tirado a la basura tu novela para empezar a escribir sabe dios qué. Y ahora todo este numerito de detectives con el duque... ¡Te estás metiendo hasta el cuello!
Yo siento un acceso de rabia al oír eso, aunque empieza a diluirse enseguida en cuanto pienso en ello y la realidad me da un coscorrón. Es cierto que estoy algo obsesionado, y que Raymond se ha convertido en el único pilar en torno al que gira mi vida. Ni siquiera he tenido la decencia de devolver las ciento cuarenta y seis llamadas perdidas que mi padre me ha dejado en el móvil las últimas dos semanas. De hecho... incluso llevo un tiempo sin que ningún recuerdo de Édouard me asalte en sueños. Y si bien eso es bueno, también indica que he estado un tiempo con la cabeza en otra parte.
Pero todo eso tiene una explicación.
-Lo que ocurrió en la Jaula...
Chiara asiente, impaciente.
-Eso tan terrible que no puedes contar a nadie.
-Eso -yo compongo una mueca-. Todo lo que pasó fue culpa mía, de mi incompetencia. Y pensarlo... no me deja dormir por las noches, necesito resarcirme con él. Tal vez me haya entregado demasiado a solucionarlo, pero te prometo que se me pasará en cuanto lo consiga.
Termino la frase con una sonrisa que ella recibe en silencio, muy seria. Luego vuelve a pasarse una mano por la cara, aunque esta vez parece que es más para ocultar la forma triste en que se ha curvado su boca que por la exasperación.
-Louis... sabes que no es sólo eso -dice, muy despacio, intentando que las palabras lleguen a la parte racional de mi cerebro aturdido-. Por favor, hazme caso y deja que te desintoxiquemos un poco. Si sigues así, hurgando en los asuntos del Chat , vas a ganarte enemigos y a meterte en problemas -me ve menear la cabeza, y su rostro se contrae con consternación-. Todo esto es porque no te has dado cuenta todavía, ¿verdad? No te has dado cuenta de que no hay nada que hacer por Raymond. Pues hay algo que tienes que saber de él. No quería decírtelo, porque incluso a mí me da escalofríos todavía, pero...
Yo no la estoy escuchando. Quiero intentar convencerla de que no hay nada de lo que preocuparse, pero entonces capto algo por el rabillo del ojo y pierdo la concentración.
Una melena negra, tez clara y hombros anchos que se adentran en la marea de gente del gran salón.
Todos mis sentidos saltan.
-¡Es él! -exclamo, lo que hace brincar del susto a Chiara-. ¡Maidlow! ¡Tengo que atraparlo antes de que se me escape, perdona!
Y echo a correr detrás de la figura del duque, dejando a la italiana con la mano en el aire y la palabra en la boca.
--
En cuanto me zambullo de nuevo en el lío de trajes, música y alcohol, pierdo el rastro de mi presa. Lanzando improperios en voz baja, me abro paso entre la multitud de gente, y procuro esquivar a aquellos admiradores que intentar arrastrarme a un baile con ellos, pero no veo al galés por ningún sitio. Frustrado, estoy a punto de internarme de vuelta en los corredores anexos al salón, por si se ha marchado por allí, cuando una mano se deja caer sobre mi hombro y me deja clavado.
- Monsieur Daguerre -dice una voz grave y monocorde cerca de mi oreja-. Es un placer conocerle al fin.
Por algún motivo, un escalofrío me pone el vello de punta al girarme y reconocer a su dueño. Es el pelirrojo extraño del nivel cero de la Jaula, el que me miraba insistentemente aquel fatídico día en que llevé a Raymond derecho a la trampa. Incómodo, hago como que sonrío.
-El placer es mío, eh...
-Derek. Puede llamarme Derek.