De lujo 15 (Un gatito que entra en acción)

(1ª parte)

Nota de la autora

Ho-la, criaturas! I'm back! corazón. Guau, no os hacéis ni idea de las ganas que tenía de volver a publicar big smile. Bueno, quiero comentaros algunas cosas interesantes sobre el capítulo quince, así que allá vamos:

Este episodio es largo, muy largo, y se da muchísima información de golpe, así que preparaos. La idea inicial que tenía del capítulo quince era muy diferente, pero visto que la acción se estaba ralentizando tanto, tuve que cambiar muchas cosas, y ha quedado así. Ya sé que en algún momento prometí intentar disminiur los cambios de personajes y los flashbacks, pero he tenido que dejar algunos, que considero imprescindibles para entender bien la historia. A partir de aquí las cosas se complican un poco, como ya he mencionado, de modo que os recomiendo releer (aunque sea por encima) los capítulos anteriores.

Además, en esta primera parte no hay sexo . Lo siento, pero no tenía mucho sentido meterlo, y no voy a forzarlo. No es mi estilo.

Y... esta primera parte no es tan divertida como la segunda (me lo estoy pasando demasiado bien escribiéndola, espero que vosotros también lo hagáis cuando la leáis), pero creo que esta es muy importante a la hora de empezar a atar cabos. En fin. En el caso de que no entendáis cualquier cosa, no dudéis en comentármelo, aunque os recomiendo que esperéis a la segunda parte del quince, que complementa a la primera y la hace mucho más comprensible. Probablemente no guste mucho esta primera parte, pero realmente la necesitaba para avanzar...

Ya falta muy poco para el final. Como veis, no se me da bien ajustar los tiempos: un inicio exagerdamente lento, y un final precipitado risas. Pero bueno, me estoy esforzando en mejorarlo, lo prometo.

Y eso es todo lo que tengo que deciros! Todavía tengo algunas cosas pendientes por estudiar, así que tengo que dejaros de momento. Espero que este episodio no os desconcierte mucho, y nos vemos muy pronto (si todo sale bien) en la segunda parte!

Un abrazo fuerte!

15

-¿Un baile?

El café del centro es bullicioso y acogedor a estas horas de la mañana. Sin Édouard, con un sol tímido asomando entre las nubes y Chiara sentada enfrente de mí, el lugar parece mucho menos hostil. Sería perfecto de no tener a Raymond echándome el aliento en la oreja e intentando meterme mano desde el asiento de al lado.

-Algo así. Ya sabes que Ava se queja mucho, pero le encantan estas cosas, todavía más su fiesta de reveillon. Es la oportunidad perfecta de mostrar todo el despliegue de pompa y estilo del que hace gala el Chat. Lo organiza todo ella misma, de arriba a abajo, y sólo deja que los clientes elijan el tema de la fiesta. Y siempre, siempre, deslumbra a todo el mundo -Chiara hunde la pajita en la montaña de nata montada que emerge de su batido. Ya va peinada con el moño que usa en el Chat , pero verla sin el uniforme azul de recepcionista sigue desconcertándome un poco incluso a estas alturas. Sus labios maquillados de rojo envuelven la pajita un instante antes de que la utilice para apuntar a Raymond-. ¿Qué hace este aquí?

Mi protégé no la escucha. Apoyado en mi hombro, sigue con la mirada el trajín de la camarera. Siendo sincero, no estoy seguro si lo que atrae tanto su atención son esas medias de rejilla o los bollos que lleva de un lado a otro. Yo lo aparto -sólo para que vuelva a dejarse caer sobre mí-, y encojo el hombro libre.

-Ava me lo ha encasquetado y no puedo dejarlo solo. Quemaría algo, o escandalizaría a alguna ancianita enseñando el rabo en la puerta de la catedral -Chiara frunce el ceño-. Tú limítate a ignorarlo y tarde o temprano se cansará y buscará otra víctima. No puede estar concentrado en una cosa más de cinco minutos seguidos, debe tener déficit de atención. Por cierto, ¿y Sacha?

Ahora a la que le toca encogerse de hombros es a ella.

-No lo veo mucho últimamente. Herr pasa mucho tiempo en el Chat, y cuando él no está Sacha desaparece. Todavía no he tenido la oportunidad de preguntarle por qué. Espero que no le pase nada.

Asiento. Yo también lo espero. Al igual que Chiara, yo tampoco he visto casi a nuestro amigo. Y es raro, porque hasta hace unos días, Sacha siempre aprovechaba cualquier resquicio libre en mi horario para pasar el rato conmigo o traerme alguno de sus regalitos. Sólo espero que Anita no tenga nada que ver con sus ausencias.

Aunque no sé si es peor ella o su herr...

-Bueno, seguro esta noche no tiene más remedio que ir a la fiesta -Chiara se encoge de hombros-. Derek estará allí. Todos estarán, de hecho. La gran fiesta de fin de año de Ava no tiene nada que ver con sus otras celebraciones, esto es algo que nadie en el Chat suele perderse.

Y sorbe su batido con gesto pensativo. Ray vuelve a intentar una incursión suicida en mi pantalón como quien no quiere la cosa y se lleva un puñetazo de recompensa, así que, frustrado y aburrido, pasa por encima de mí, recoge la funda de su violín y se dirige hacia la puerta con movimientos sinuosos.

-¡Te estoy vigilando! -le grito desde mi sitio, lo que provoca que algunas cabezas curiosas se vuelvan hacia nuestra dirección-. ¡Ni se te ocurra enseñarle el pene a nadie en público!

Él me dedica una media sonrisa lobuna antes de desaparecer con un tintineo de la campanilla de la entrada, y un instante después Chiara y yo lo vemos arrojar la funda a sus pies, en la calle, el dulce lamento del violín llegándonos a través del cristal.

Yo hago rodar los ojos, pero aprovecho que mi protégé ya no está para inclinarme hacia Chiara con un brillo ansioso en los ojos.

-¿Hiciste lo que te pedí? -pregunto, y la emoción debe estar más que patente en mi cara, porque ella sonríe ampliamente, todavía con la pajita entre los dientes, y se lleva una mano al pecho.

-Soy una mujer de palabra, Monsieur Daguerre, y prometo que estoy en proceso de completar su misión -su tonillo solemne me arranca una risita ansiosa-. Esta noche tendré toda la información que necesitas.

Esta noche. Guau. No puedo creerme que esté tan nervioso por esto. ¿Soy idiota, o qué?

-Aun así...

Levanto la vista de mi café noir. Mi compañera bate las pestañas, la cara medio escondida detrás de su vaso, aunque sus ojos negros no hay una petición directa. Supongo que es una reminiscencia que le ha quedado de la forma de actuar dentro de los muros del Chat.

-¿Aun así...?

Ella vuelve a llevarse la pajita a los labios, rojos y sensuales, a pesar de que ya no queda nada que sorber. Yo observo un momento el ribete negro y espeso que forman sus pestañas alrededor de esos iris. No puedo evitar sorprenderme por la capacidad camaleónica de la italiana de esconder su verdadero yo dentro del club para convertirse en la máquina perfecta y voluntariosa que se encarga de la recepción.

Chiara deja caer los párpados y finge estar atenta a los posos del chocolate en el vaso, pero sé que me está mirando de reojo.

-Ya sé que te dije que lo haría sin pedirte nada a cambio, pero... es una pena, lo de la fiesta de Ava, ¿sabes? Es la única opción que hay para sacar lo mejor de nosotros y pisotear un poco a todos esos estirados, y sin embargo -sus pestañas vuelven a sacudirse. Ahora me mira igual que un cachorrito en una perrera. Fuera, el violín de Raymond lanza un gemido muy acorde con la carita desolada de Chiara-, Anita siempre lo estropea. Y no es justo, ella tiene a los mejores compañeros...

Al oír eso caigo en la cuenta de lo que me está pidiendo y enseguida noto cómo se me suben los colores a la cara.

-Dios, Chiara, no puedo -balbuceo, pero ella se apresura a tomar mi mano entre las suyas, y su mirada se vuelve tan vehemente que parece querer atravesarme el alma

-Nada de eso; te vi hacerlo en nuestra fiesta de Navidad, eres increíble, ¿no lo entiendes? -y sonríe, una mueca irresistiblemente encantadora que me retuerce el corazón, muy a mi pesar. Ahora entiendo por qué es ella la que se encarga de las relaciones entre los clientes y Ava. Es demasiado para cualquier ser humano-. Vamos, Louis, no puedo perder ante ella un año más. No podría soportarlo. Antes que eso me pegaría un tiro. Me tiraría al Sena. Me atiborraría a pasti...

-Lo pillo, lo pillo -la corto, gruñendo, porque algunos comensales cerca de nosotros han empezado a esbozar sonrisitas al verme enrojecer con Chiara sujetándome las manos. Después me apresuro a esconder la cara detrás de la carta, aunque no puedo contener un ramalazo de satisfacción al ver los gestos frustrados de los mirones de la mesa de al lado, que no habían quitado el ojo de las largas piernas de la recepcionista desde que entramos en el café-. Eh... ¿cuál es el tema de este año?

-Los felices veinte.

-Oh, dios.

Chiara me arranca la carta de las manos.

-Puedes hacerlo, Louis. Confío en ti. Y créeme, nunca antes en mi vida le había dicho eso a un hombre, ni pienso volver a hacerlo jamás.

Yo trago saliva, pero esos ojillos enormes y expresivos ya han hecho mella en mi voluntad. Derrotado, me hundo en el asiento.

-Está bien -farfullo-. Pero no te prometo nada espectacular.

No puedo decir nada más, porque la italiana prácticamente se arroja sobre mí con grito de alegría y me rodea el cuello con los brazos, lo que hace bufar a los mirones de la otra mesa.

-Es usted un auténtico caballero, Monsieur Daguerre -me exclama en la oreja, y entonces me deja la impronta burdeos de sus labios en la mejilla-. Tú no te preocupes por nada, yo me encargo de todo -promete, mientras me sujeta la cara entre las manos. Su expresión es la definición genuina de la felicidad-. Será el mejor espectáculo que jamás se haya visto en el Chat Bleau.

Y yo sonrío a mi pesar. Habría sido un momento encantador si Raymond no hubiera decidido aparecer de repente para meterme la lengua en la boca en un asalto sorpresivo.

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Interludio

Erik

31 de diciembre de 2010, Ámsterdam.

-Eh, pirata.

La voz de Alice, algo distorsionada por el telefonillo de la sala de visitas, vibra dentro del cráneo maltrecho de Erik y disuelve aquello que estaba rondándole la mente. En su lugar, la cara impasible de su subordinada detrás de la mampara de metacrilato ocupa casi todo su campo visión. Él no puede contener una sonrisa. A fin de cuentas, es la primera visita que recibe en casi seis años de encarcelamiento.

-Mira quién aparece por aquí -saluda, mientras se rasca de forma inconsciente el parche que le cubre el ojo izquierdo, el que le ha hecho ganarse el apodo de su discípula-. Empezaba a pensar que te habían hecho picadillo. De hecho, estás hecha una mierda.

Él mismo nota el leve temblor de emoción en su voz. Alice, embutida dentro de un traje color marengo, parece vivita y coleando, entera, aunque con ese gesto de mala leche acentuado por sendas ojeras púrpuras bajo los ojos. ¿Eso quiere decir que ha conseguido lo que le encargó Erik hace tanto tiempo, justo después de aquel fatídico accidente?

Alice bufa.

-Creo que estoy bastante mejor que tú después de que te sacaran de esa furgoneta hecha mixtos -al decir eso lanza un rápido vistazo a la cámara de seguridad de la sala, pero Erik menea la cabeza. Las autoridades neerlandesas hace tiempo que han desistido de intentar sonsacarle nada de Hans, y él es un preso ejemplar. No se molestaron en grabar la primera visita de Alice, ahora tampoco van a hacerlo. Pequeños descuidos de un país donde la criminalidad es tan baja que las cárceles se encuentran siempre medio vacías-. Meterse en esa mansión fue cosa de niños, más todavía sacar ese estúpido cuadro tuyo. Resultó incluso más sencillo que desplumar a todos esos peces gordos en el Chat Bleau. Y hablando de eso, si me dejaras venderlo podría pagar tu fianza y sacarte de aquí de una vez. Estoy harta de tener que jugar al póker con esa panda de lloricas.

Erik abre y cierra la boca, sin poder decir nada. Alice tiene el cuadro. Había llegado a pensar que su pequeña ladrona no lo conseguiría.

-¿Y Raymond? -farfulla, obviando el resto de la conversación y con el corazón latiéndole con fuerza en la boca. No obstante, es preguntar eso y Alice hace una mueca que a él le retuerce el corazón. Ver cualquier indicio de humanidad en el rostro de su trajeada subordinada supone poco menos que el mismo inicio del apocalipsis. Sin poder evitar apretar el telefonillo, se incorpora un poco-. Alice, ¿y Raymond?

Ella se cruza de brazos en actitud defensiva, casi enfadada.

-Tu hijo es idiota. Idiota de remate -replica, y Erik gime, hundiéndose de nuevo en la silla de plástico-. Hice lo que me pediste, maldita sea. Los saqué a él y al cuadro de allí y los llevé a mi piso franco, donde Hans no pudiera encontrarlos. Lo único que tenía que hacer el muy imbécil era quedarse ahí, nada más, pero al parecer su diminuto cerebro fue incapaz de procesar la orden y para cuando regresé, ese mismo día, ya no estaba allí.

Él volvió a lanzar un quejido y se pasó una mano por la cara.

-Odia estar encerrado. Y sobre todo, hará siempre justo lo contrario de lo que se le pida, ya te lo dije.

-Me dijiste que era idiota, y, en efecto, lo es -ella vuelve a bufar, al tiempo que se ajusta la corbata-. Y yo lo subestimé; nunca imaginé que esos niveles de estupidez rozaran el absurdo.

Con un largo suspiro, Erik se frotó la cara. Cuando una Alice casi adolescente había acudido a visitarlo, apenas una semana después de que él hubiera ingresado en prisión, y le contó su plan, el ex ladrón no tuvo muchas esperanzas. Lo cierto es que no le fue fácil confiar en esa americana extravagante, que parecía saber cada detalle de su vida y que desde el minuto uno declaró sin parar su intención de convertirse en su discípula. Su primera reacción, de hecho, fue despacharla rápida y olvidarse del tema. No obstante, Alice comenzó a acudir cada semana a verlo, implacable y seria, y para sorpresa de Erik, demostró ser brillante y conocer al detalle los tejemanejes de Hans. Él nunca llegó a saber cómo se las arregló (y se las arregla) para saber todas esas cosas, eso forma parte de las habilidades secretas de su compañera. El caso es que con el tiempo, Erik fue cayendo en la ilusión de que realmente podían colarse en la pequeña fortaleza del alemán y robarle sus posesiones más preciadas.

Era obvio que algo iba a salir mal.

-¿Sabes a dónde fue? -pregunta, después de restregarse las sienes durante largo rato. Un ramalazo de mal humor y desesperación ha empezado a treparle por el estómago, aunque él hace lo imposible por tragárselo. Con Alice no funcionan esas cosas. Si le grita, ella sólo le colgará el telefonillo y se largará sin más-. ¿O dónde está ahora?

La pregunta queda en el aire un momento. Erik oye crepitar el telefonillo con la respiración pausada de Alice. De pronto ella hace una mueca de enfado, y al preso el corazón empieza a latirle un poco más rápido.

-Yo no tengo la culpa de lo que pasó.

-Alice...

-Hans debió tropezar con él -gruñe entre dientes, y Erik tiene que sujetarse a la mesa, porque de repente el mundo a su alrededor empieza a girar-. Hijo de puta inteligente. Es casi imposible quitárselo de encima. Quiere el cuadro de vuelta...

Él golpea la mesa, una mano cubriéndole los ojos.

-¿Dónde lo tiene?

-En el club de Ava Strauss, ¿dónde sino?

El Chat Bleau. Ahora a quien le toca insultar entre dientes al alemán es a Erik. Entrar en ese hotel por la fuerza es imposible incluso para alguien como Alice. Frau Strauss sabe jugar bien sus cartas, su club es inexpugnable.

Alice resopla, y cuando Erik levanta la vista, se encuentra sus extraños ojos violeta inquietantemente cerca.

-Se me ocurrirá una forma de entrar. Sólo déjame vender el cuadro y sacarte de aquí.

El preso asesta un puñetazo a la mampara, con tanta fuerza que consigue sobresaltarla. Pero sólo un poco.

-¡Ni se te ocurra! -sisea, con voz ronca. Es consciente de que suena amenazador, pero en realidad la angustia le araña las tripas desde dentro-. ¿No lo entiendes? Lo único que mantiene vivo a Ray ahora mismo es ese cuadro.

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Febrero de 2004, Ámsterdam.

La lluvia le golpeaba el rostro con insistencia a través de la luna rota, pero fue el dolor agudo en su cara lo que terminó de despertar a Erik. Incapaz de abrir el ojo izquierdo, se preguntó por qué demonios la oscuridad era casi total y su cuerpo protestaba sin parar. Trató de ponerse derecho, con la mente aún entumecida, pero las terminaciones nerviosas de sus piernas chillaron. Estaba atrapado.

Y entonces recordó esa jodida caja, el viejo y la herida del disparo chorreando sangre. Recordó el chirrido de los neumáticos sobre el asfalto. No había estado atento, no pudo controlar la furgoneta.

No pudo controlar la furgoneta porque Ray lo había llevado al límite.

Gimió, temblando en el asiento del conductor. Apenas podía respirar, y algo en su ojo herido lo estaba matando. Raymond lo había distraído con su discusión idiota, y él lo maldijo en voz baja por ello. Estúpido adolescente egoísta, tonteando en el nido de la víbora sólo para hacerle rabiar. No sabía dónde se estaba metiendo, no sabía...

El hilo de sus pensamientos se cortó abruptamente. Su mirada maltrecha acababa de tropezar con un cuerpo inmóvil a su lado, y él sintió que se quedaba realmente sin aire en los pulmones. -Ray -trató de llamarlo, aunque su voz no fue más que un torpe jadeo, amortiguado por el tronar del agua sobre la carrocería de su vehículo. Ignorando el agudo dolor de sus extremidades, se estiró todo lo que pudo para alcanzar su cara-. Criatura.

El chico no se movió. Tenía la cabeza algo ladeada, un corte en la mejilla. Erik tragó saliva, consiguió rozar sus labios con las yemas de los dedos y aguardó.

Respiraba. Dios, respiraba. Con cuidado, tiró de él, aunque sus costillas magulladas le hicieron escupir sangre. Ray se había golpeado la cabeza y una brecha un poco fea le adornaba la sien, pero su pulso era razonablemente normal. El alivio hizo sacudirse con violencia el cuerpo de Erik, que, sin fuerzas, bajó la cabeza hasta apoyar la frente en el hombro del chico. En esa posición el dolor no le dejaba pensar con claridad, pero no pudo apartarse. Ya no estaba furioso. La culpabilidad, como la hiel, le dejó un regusto amargo en el paladar.

¿Quién era el culpable de todo aquello, sino él mismo? Fue el propio Erik quien había arrastrado al muchacho a esa vida asquerosa, así que no era de extrañar que Raymond hubiera terminado convirtiéndose en la criatura rebelde y destructiva que era. Y sí, las palabras que su hijo adoptivo le había dedicado antes de estrellarse habían sido corrosivas, pero... ¿acaso la respuesta de Erik había resultado mejor, llamando puta a su madre?

¿Por qué? ¿Por qué lo hizo? Erik nunca cumplió con lo que esa mujer le había pedido aquel maldito día, y a pesar de lo torturado y arrepentido que se sentía por ello, seguía arrastrando a su hijo en esa furgoneta roñosa y le mentía.

Volvió a gemir. Bajo él, el cuerpo y la expresión laxos de Ray parecían casi inocentes. Así, le recordaba un poco a ella, y por un momento sólo deseó que despertara de una vez para decirle la verdad que llevaba años rumiando en su interior.

Pero eso no llegó a ocurrir nunca.

El sonido de la puerta del copiloto siendo prácticamente arrancada de sus goznes casi le provocó un infarto, y lo llevó a rodear instintivamente con un brazo a Raymond. Entonces una cara deforme, cosida a cicatrices, asomó por el hueco recién abierto y Erik apretó con fuerza el cuerpo inerte del muchacho contra el suyo.

-Aquí hay dos pajaritos -Jordan sonrió, enseñándole los dientes irregulares en una mueca un poco monstruosa.

-Pero sólo queremos uno, ¿verdad?

El rostro de Hans tenía plantado un gesto burlón cuando apareció tras el de su matón. Erik notó perfectamente cómo sus tripas se revolvían, pero la náusea fue total al ver a Jordan partir el cinturón de Raymond con sus propias manos.

No.

-Pobre pajarito herido -una mano enorme, de cuatro dedos, enganchó al chico por la pechera, pero justo en ese momento Ray se removió con un quejido y en un acto reflejo se agarró a Erik.

-No te preocupes, nos haremos cargo de él.

No. No.

A pesar de que lo sujetaba con todas sus fuerzas, Erik no pudo hacer nada cuando Jordan tiró del chico y lo arrancó del asiento. De Ray sólo escapó un ruido apenas audible, lo último que su padre adoptivo oiría de él. Impotente, se removió en el asiento, pero ni siquiera pudo salir de la furgoneta, sus piernas seguían estando atrapadas bajo el metal retorcido, y tuvo que ver cómo Ray desaparecía de su vista.

Sentía los ojos gélidos de Hans con casi más fuerza que el golpeteo de la lluvia.

-H-Hans -barbotó de la forma más patética posible, forzando su cuerpo hecho trizas en una posición dolorosamente imposible-, p-por favor, Hans...

Dios, no te lo lleves. Haz lo que sea, pero no te lo lleves.

El alemán ladeó un poco la cabeza. Sonrió.

-¿Oyes algo, Jordan? -un gruñido negativo-. Yo tampoco. Aquí sólo veo un pajarito muerto.

Después se inclinó dentro del coche, hasta que esa cara cruel estuvo lo bastante cerca de la de Erik como para que éste sintiera su aliento caliente. Su voz era un susurro afilado.

-Ya te lo advertí: nadie deja nuestra pequeña familia. No existe la vida fuera de la banda. Nunca. Es una lástima que no quisieras entenderlo. Pero tranquilo, procuraré que tu hijo no cometa el mismo error que tú.

Y dicho esto, lanzó un beso al aire y se alejó con paso seguro, dejando a Erik doblado dentro de la furgoneta, ahogándose en un dolor desgarrador. Solo, con el cuerpo cada vez más frío y entumecido, el ex ladrón se apoyó como pudo en el respaldo de su asiento y cerró los ojos.

Antes de que la conciencia lo abandonara, oyó el lamento de una sirena en la distancia.