De lujo 12.5 (Int: Cera caliente)
"Sólo en momentos como éste Sacha comprende que no son más que las dos caras de una misma moneda. Su cuerpo arde y da igual por qué o cómo, no tiene que pararse a pensar en nada, lo único que importa es a dónde lo va a llevar Derek, y la duda de si esta vez él podrá soportarlo."
Nota de la autora
Bueno, criaturas, aquí estamos otra vez, y os traigo nuevas.
En primer lugar, hablaros del doce (mi número favorito): este capítulo, y concretamente la primera parte, ha salido jodidamente largo, así que ya sabéis lo que toca, a partirlo otra vez. Intentaré alargar la segunda parte, porque va a quedar muy cortita, pero no podía hacerlo de otra manera, gomen...
Anyway. Quería comentaros una cosita muy rápida. Ya sé que os pregunté por el método de subida, y muchos opinasteis que preferíais capítulos largos, pero me ha ocurrido una cosa imprevista y probablemente tenga que subir de la forma que lo llevo haciendo hasta ahora. Además de los estudios (que me roban el alma), dentro de muy poquito voy a empezar una serie conjunta con una persona adorable, y, como comprenderéis, no voy a tener el mismo tiempo. Así que seguiremos con el mismo sistema hasta nueva orden...
En fin, no quiero extenderme mucho más. Antes de acabar con esta nota y dar paso al doce, voy a dedicar este capítulo a Sutcliff. Más que nada, porque es un capítulo de Sacha, y es absurdo no dedicarle un capítulo de Sacha a Sutcliff (aunque también va para vosotros, fans del rusito corazón).*
Y ya está! Un abrazo enorme y mi más sentido agradecimiento a todos por estar ahí, y os dejo de una maldita vez con el capítulo:
12
-No es verdad.
-Sí que lo es.
-No.
-Sí.
-¡No me lo creo!
Chiara hace un gesto exasperado y vuelve a ponerse a hojear su libro de texto. Sacha, sentado delante de ella entre los cojines del sillón en su cuarto del nivel 1 de la Jaula, se cruza de brazos, mira a su amiga, se revuelve en el sitio. Después de un insoportable silencio, abre la boca de nuevo, pero entonces su mirada se cruza con el cuerpo apolíneo de una escultura de Praxíteles en los apuntes de Chiara, y se queda un poco pillado un instante. Chiara, por su parte, pasa la hoja y sigue apuntando cosas con su letra pequeña y apretada hasta que su compañero no puede soportarlo más y, tras un brevísimo instante de duda, se inclina sobre ella y gimotea, agobiado:
-¿Por qué lo piensas?
El cuaderno de apuntes de la recepcionista se cierra con un golpe funesto.
-¿No lo ves? Pasa media vida aquí, en la habitación de los mirones, escribiendo como un condenado en ese cuaderno que no deja ver a nadie –con una mueca, Chiara arroja sus apuntes a un lado y le dedica una mirada condescendiente a Sacha-. Sólo faltaba que lo estuviera llenando de corazoncitos para parecer una colegiala hormonada.
-Pero… envió su novela a aquel editor…
-Te equivocas, YO le envié esa novela que tenía ahí aparcada. Pero eso no tiene que ver con la libreta que lleva a todas partes. Está escribiendo otra cosa como si no hubiera un mañana, no sé qué, y creo que ya ha elegido a su muso.
Sacha frunce el ceño, abrazado a un cojín casi tan grande como él.
-¿Y qué quiere decir eso?
-Quiere decir que el lobo feroz te está quitando a tu caperucita, abuelita –replica ella, para horror del ruso-. Oh, vamos, ya lo viste el día del resacón: bajó a la Jaula con pintas de ir a hacerse una estola con la piel de Raymond y salió de allí como si se hubiera chutado un camión de prozac, diciendo que tenía que llamar a la editorial para decirles que ahora tiene otro proyecto entre manos. Estoy segura de que Ray le metió la inspiración a base de…
Chiara todavía tiene tiempo de farfullar esa última y terrible palabra, pero el cojín que abrazaba Sacha acaba de impactar en su cara y ahoga el término. Y aunque ella consigue devolvérselo (incrustándoselo en la cara también, por supuesto) no llega a oír la respuesta de su amigo, interrumpida por unos suaves toques en la puerta que los congelan en el sitio.
Sin esperar respuesta, la persona al otro lado acciona el picaporte, y la figura casi regia de Ava Strauss aparece en el umbral, arqueando inmediatamente una ceja a su secretaria, sentada en el regazo de Aleksandr y embutiéndole el cojín en la boca.
-¿Es que nadie trabaja en este maldito hotel?
-Ha empezado él –dice al punto la italiana, y cuando la espalda de Ava se vuelve rígida (y la temperatura del cuarto parece descender diez grados), Chiara se levanta como activada por un resorte y sale disparada por la puerta, no sin antes articular un silencioso “te lo dije” a su amigo.
Sacha la ve marcharse en dirección a recepción con la boca abierta, su cerebro tratando de ponerse al mismo ritmo de la sucesión de los acontecimientos. No obstante, cuando es verdaderamente consciente de la presencia de la dueña del Chat Bleu en su puerta, algo frío y viscoso parece empeñarse por abrirse paso garganta abajo.
Ava Strauss jamás hace acto de presencia en la Jaula. Y menos con esa expresión derrotada.
-Necesito que vengas a mi despacho un momento, Aleksandr –dice, y hay algo en su voz que pone los pelos de punta. Más que nada porque ni siquiera parece ni un poquito enfadada-. Derek ha vuelto al Chat
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Sacha está aterrorizado.
El despacho de Ava –demasiado pequeño, demasiado oscuro-, es un lugar que ningún trabajador del Chat desea visitar jamás. La relación despacho/a-la-jodida-calle es tan estrecha que siempre es mejor mantenerse alejado de él, al menos si no quieres recibir una patada en el culo que te saque fuera del umbral del club y con la que dar con tus huesos en la fría acera. El ruso, no obstante, debería haber previsto esta visita.
Desde que Derek Zimmermann lo viera entrar borracho y mojado en su cuarto, y después de que el alemán le dijera con voz gélida aquellas cosas tan terribles (que todavía traen lágrimas a los ojos de Sacha al recordarlas), su amo se había dirigido al tan temido despacho para anunciarle a Ava que tomaría medidas al respecto. Aleksandr, al que se le había pasado la borrachera de un plumazo, pasó la noche en vela después de aquello, temiendo que su jefa apareciera de un momento a otro con una carta de despido en la mano, pero eso no ocurrió. Tres días han pasado desde aquel fatídico día, y Sacha casi se había hecho a la idea de que había salido airoso del incidente.
Hasta ahora.
-He hecho lo posible por arreglar la situación y evitar que Derek corte con nuestro acuerdo –está diciendo Ava, de brazos cruzados en mitad del corredor que lleva a su centro de operaciones. Sacha no puede concentrarse en lo que se le dice. Su mirada tiene a desviarse una y otra vez hacia esa puerta. Tras ella espera un herr enfadado que está dispuesto a arrancarlo del Chat, de su vida. Él tiembla-. Eso es todo lo que estaba en mi mano. Lo que ocurrió la otra noche… supongo que ha sido la gota que ha colmado el vaso… ¡Aleksandr, por el amor de dios, escúchame! No quiero tener que echarte del club. De verdad que no quiero. Así que intenta relajarte y colabora conmigo, ¿entendido?
Al oír esto último, el ruso se vuelve para mirarla. Ava Strauss no es una mujer que se suela prodigar en palabras bonitas, y el detalle de admitir que ha intentado evitar tener que despedirlo hace que a Sacha se le empiecen a poner vidriosos los ojillos.
Ella suspira, se pasa una mano por la cara, agarra a Sacha del hombro, lo empuja hasta la puerta, y, justo antes de abrirla y lanzarse con él a la jaula del tigre, le pide:
-Haznos un favor a los dos e intenta congraciarte con él de nuevo.
Sacha asiente, aunque en cuanto ve la figura imponente de herr Zimmermann, de espaldas a ellos en uno de los sillones del cuarto, el corazón empieza a palpitarle muy deprisa y comienza a sentirse mareado, tanto que Ava casi tiene que tirarlo a la otra silla libre.
-Disculpa la demora, Derek –a juzgar por el crujido de su asiento, Ava debe haber recuperado su sitio al otro lado del escritorio, algo que Sacha, de pronto muy interesado en las líneas de las palmas de sus manos, no ve. Sólo puede estremecerse al oír el nombre del empresario. Él y Ava son viejos amigos, aunque no sabe si eso será suficiente para salvarlo-. ¿Me recuerdas por dónde íbamos?
El silencio que se impone en el cuarto tras la pregunta dura unos sesenta incómodos segundos que obligan a Aleksandr a despegar la vista de sus manos. El corazón casi se le sale del pecho al descubrir que los ojos impasibles de herr Zimmermann están posados en su cara, un par de témpanos que parecen querer congelarle la sangre en las venas. Él oye a Ava cambiar de posición y tomar aire, dispuesta a romper ese horrible silencio, pero entonces Derek la interrumpe, su voz grave y baja golpeando a Sacha y reverberando en sus huesos.
-Veo que al menos has tenido la decencia seguir llevando mi collar. Aunque supone un desacierto que eso sea lo único que hayas decidido dejarte puesto en presencia de otros hombres.
Ah, el dolor. Las palabras lo golpean como un puñetazo en la cara, especialmente porque no son ciertas. Él siempre ha respetado su contrato con el alemán, y es eso lo que se apresura a corroborar Ava:
-Sabes que Aleksandr nunca ha quebrantado su acuerdo de exclusividad. Ni siquiera esa noche.
Derek hace un leve gesto de desdén con la mano.
-Ya, eso es lo que él dice –gruñe, ya sin mirarlo siquiera, y tras pasarse una mano por el cabello pelirrojo, añade en tono aburrido-. Ya hemos discutido esto, y no quiero volver a hacerlo.
Ava respira hondo. La tensión es apreciable en cada pequeña arruga de su cara.
-¿Qué ha pasado entonces? -inquiere, dedicándole una breve mirada a Aleksandr-. Porque este problema viene de lejos, ¿verdad? -su interlocutor parpadea despacio, pero Sacha puede ver el brillo calculador de depredador que a veces relumbra en el fondo de sus pupilas-. De hecho, creo que siempre ha estado ahí, en el fondo. Desde aquel mismo día en San Petersburgo.
El ruso siente algo extraño al oír hablar de esa noche. Sus recuerdos son algo confusos todavía hoy, y no tiene tiempo de detenerse a ahondar en ellos, porque su herr, que estaba reclinado en el sillón jugueteando con la alianza de su tercer matrimonio, acaba de incorporarse.
-Me aburre -dice simplemente, y Sacha vuelve a tener la desagradable sensación de ser golpeado en la cara.
No es que lo pille de sorpresa. La desgana con la que Derek lleva más tiempo del que le gustaría apareciendo por el club se lo ha estado insinuando. Aun así, no puede evitar emitir un quejido apenas audible, los ojos escociéndole peligrosamente.
-Te aburre -Ava vuelve a suspirar, frotándose el puente de la nariz-. Dios, Derek. Esta es una vieja discusión.
-Una vieja discusión que no tendríamos por qué haber entablado. Recuerda que te estoy haciendo un favor, querida -Sacha levanta la cabeza, ligeramente ladeada, con los ojos aún húmedos. No tiene ni la menor idea de lo que están diciendo, aunque por la forma en que Ava acaba de torcer la boca, no puede ser bueno-. Pido una cosa muy sencilla que hasta el más sucio prostíbulo de esta ciudad puede hacer el esfuerzo de ofrecer. Y sin embargo, sigo acudiendo religiosamente al Chat, porque sé perfectamente cuál es tu situación. Las facturas que te dejó herr Strauss senior debajo de la alfombra no van a pagarse solas, hein ?
La forma en que su jefa está apretando sus dientes no puede ser sana.
-Todavía tengo algo de alma, monsieur Zimmermann -afirma, en voz baja, lo que provoca que Derek vuelva a levantar la mano en un ademán desdeñoso al tiempo que su espalda se pone recta sobre el respaldo.
-Entonces supongo que es hora de romper nuestro contrato con el ruso.
El nudo que llevaba largo rato cerrándole la garganta a Aleksandr parece estrecharse tan bruscamente que de repente se siente mareado y aturdido, tanto que apenas ve a Ava casi saltar de su asiento.
-¿N-no preferirías negociarlo un... ? -comienza, pero Derek está muy ocupado arreglándose los puños de su camisa de algodón egipcio.
-No -la corta tranquilamente-. No quiero negociar nada más relacionado con un asunto tan poco rentable. Aunque eso no quiere decir que no quiera seguir hablando de negocios contigo. De hecho, he de admitir que tu última adquisición no ha podido ser más acertada si lo que querías era reanimar el ambiente del club.
-¿Última adquisición? ¿Te refieres a Anita? –la voz desconcertada de Ava flota alrededor de la cabeza de Sacha, sin llegar a calar en su cerebro aturdido.
-No, estoy hablando del rubito francés que en cosa de un mes ha vuelto loca a media Jaula, un tal Daguerre…
Oír el apellido del escritor provoca que Ava casi se atragante con su propia saliva y arroja a Sacha repentinamente al mundo real.
-… ¿Louis? –está diciendo su jefa, a lo que Derek responde con un cabezazo impaciente.
-Sí, sí, como se llame. ¿Tiene algún cliente? Doblo lo que él o ella te esté ofreciendo.
Ahora le toca el turno de atragantarse a Aleksandr. Ava le lanza una mirada de advertencia fugaz antes de pasarse una mano por la frente y dedicarle una sonrisa agotada a su interlocutor.
-Lo siento, Derek, pero Monsieur Daguerre no es ese tipo de trabajador. Él está aquí para controlar a Raymond simplemente.
-Ya lo sé, lo he estado observando –replica herr de forma sorpresiva. Sacha parpadea. No puede hacer otra cosa cuando ve a su adorado alemán sacarse algo de la americana, plantarlo en la mesa y deslizarlo hasta Ava.
Es un cheque en blanco.
-¿Q-qué es esto?
-Te estoy diciendo que le pongas el precio que quieras al chaval. Estoy dispuesto a pagarlo.
-No puedo hacer eso –Ava sacude la cabeza comedidamente, pero Sacha la ve aplastar con furia una colilla en su cenicero. Él se abraza el cuerpo, mira a Derek. El alemán mantiene el semblante impertérrito-. No puedo obligar a Louis a… -ella vuelve a menear la cabeza-. No puedo.
-Y sin embargo sí que pudiste tomar la decisión de cambiar las cláusulas de mi contrato con Aleksandr sin consultarle.
De nuevo, el silencio, con Sacha muy quieto y rígido después de haber escuchado su nombre. No ha entendido mucho, no obstante. El sonido atronador de su sangre zumbándole en los oídos no le permite concentrarse.
-Lo hice por su bien –dice ella al cabo, pero ni siquiera parece convencida. Derek debe de notarlo, porque entonces se encoge de hombros y recoge el cheque, que vuelve a acabar en el fondo de su chaqueta.
-Puedes entenderlo así, si quieres, como un bien para el ruso. Pero desde luego, no va a suponer ningún beneficio para el Chat. Probablemente ni siquiera termine siéndolo para él, que con toda seguridad se quedará en la calle.
Esa última frase activa algo dentro del cerebro de Sacha, algo que toma el control de su cuerpo y lo obliga a levantarse bruscamente, casi derrumbando la silla y sobresaltando a su protectora, que se lleva una mano al pecho.
-¡No! –exclama, aunque tarda más de la cuenta en percatarse de que prometió a su jefa colaborar con ella (y eso está lejos de su idea de colaboración). Sin embargo, para cuando lo hace es demasiado tarde para arrepentirse, así que se vuelve hacia Derek, quien lo estudia con atención-. No, por favor…
Ava da un golpe en la mesa que reverbera en su cabeza, pero él está hipnotizado, ahogado en el color acerado de los iris de herr Zimmermann.
-Aleksandr, siéntate.
-Por favor –la ignora él, desesperado y sin despegar la vista del hombre que tiene su destino entre manos-. L-lo siento, yo… haré lo que sea… пожалуйста…
-¡Aleksandr!
-Siéntate, chico –antes de que Derek empiece a levantar la mano, Sacha vuelve a derrumbarse en la silla, temblando y todavía con los ojos suplicantes clavados en el pelirrojo-. Es una lástima tener que dejar el club, pero las condiciones de Madame Strauss no me permiten… disfrutar de tus servicios como me gustaría
Condiciones. Ava frunce el ceño con la palabra, aunque no dice nada. Parece derrotada, arrepentida, quizá.
-Sólo quería lo mejor para ti –asegura débilmente, y ante la expresión confundida de su empleado, continúa:-. Cuando te conocí, estaba buscando a un candidato que se ajustara a las peticiones personales de Herr Zimmermann, y si te soy sincera, no pensé que tú fueras a ser ese elegido. Pero herr insistió en que te quería en el Chat, así que llegamos a un acuerdo.
Su otro interlocutor emite un sonido de asentimiento.
- Frau Strauss estableció en nuestro contrato que debía cumplir las mismas condiciones que cualquier otro inquilino del club. Como sabes, estas condiciones son tres, y muy claras: la primera impide dañar de cualquier manera a un trabajador del Chat; la segunda, prohíbe coaccionar u obligar a dicho empleado a hacer nada que no quiera; y una tercera, obvia, expulsa de inmediato del club a cualquier persona que intente entablar una relación más allá de lo estrictamente profesional -Derek termina la enumeración pasándose una mano por el cabello. Sacha asiente en silencio, mientras los nervios le devoran el estómago-. Pero, evidentemente, dos de esas condiciones chocan de forma frontal con la naturaleza BDSM de nuestra “relación”, de modo que Ava concedió hacer una excepción de forma extraordinaria con nosotros eliminando del contrato la primera de ellas. Aun así…
-Aun así Derek considera que este esfuerzo que hice por él no es suficiente –irrumpe la venerable dueña del Chat Bleu en un repentino ataque de orgullo. Sacha la mira sin entender. Tiene la cabeza aturullada, llena de términos que no entiende, y el corazón encogido de miedo-. ¡Pretende convertir lo vuestro en una especie de relación de esclavitud consentida!
-Tan dramática como siempre – herr suelta una risotada, un sonido que Sacha jamás había oído en sus muchos años de trato con el alemán y manda un escalofrío que sacude cada fibra del pequeño cuerpo del rusito. Entonces las facciones afiladas de su cliente se vuelven hacia él, con ése brillo vehemente en los ojos-. Sólo quiero que renuncies a tu segundo derecho… En nuestro caso, a tu palabra de seguridad.
Oh. Oh.
Sacha parpadea. Muy despacio, al mismo ritmo que tarda su cerebro en procesar toda la información que acaba de recibir: Derek Zimmermann quiere que renuncie a su palabra de seguridad y se entregue a él por completo. La idea le hace sentir raro, como si estuviera al borde de un profundo precipicio, tentado de arrojarse al vacío pero aterrorizado al mismo tiempo. Esa palabra es la casi imperceptible línea que separa el dolor del placer, lo único que lo ata a la realidad cuando está dentro de su cuarto a solas con el alemán.
Por si fuera poco, el nombre de Kolia es su palabra de seguridad. Es poco adecuada por una infinidad de motivos, pero al mismo tiempo no puede ser otra. Dejarla supondría abandonar lo poco que le queda de su hermano.
Y sin embargo…
-Es una locura, Derek. Seguro que podemos llegar todos a un convenio que…
El asiento apenas cruje cuando Aleksandr se pone en pie por segunda vez, aunque no hace falta ningún sonido para hacer enmudecer a Ava. El ruso puede notar a la perfección los ojos de herr Zimmermann clavados en su nuca, y al hablar casi no escucha su propia voz, baja y trémula.
-Lo haré.
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El golpe seco con que Derek cierra la puerta de su cuarto en el piso superior eriza todo el vello del cuerpo de un Aleksandr entumecido y atontado.
El camino a su habitación, siguiendo la estela de su herr, ha sido extraño, igual que uno de esos sueños abstractos, de los que al despertar, uno no recuerda más que unos pocos detalles. Mientras subía los escalones de la escalera de caracol semiescondida, sólo era consciente de cómo la desesperación que se había apoderado de él en el despacho de Ava se diluía para ser sustituida por una emoción distinta y vibrante. Sacha no puede ponerle nombre (su francés no llega a tanto), sólo sentirla zumbando en su sangre, y es tan intensa que lo deja aturdido y débil.
Lo único que tiene claro de lo que acaba de ocurrir es que su contrato con el alemán sigue en pie. Con todo lo que ello conlleva.
Afortunadamente, no tiene la oportunidad de detenerse a pensar en ello, porque el eco del portazo todavía no ha terminado de retumbar en la habitación cuando la voz áspera de Derek le cosquillea el cuello desprotegido.
-¿Asustado? –susurra, su aliento caliente sacudiéndole el pelo. Sacha se estremece. Da igual el tiempo que pase, o las circunstancias; la presencia del pelirrojo a su espalda resulta siempre igual de ominosa-. Te he visto muy tenso ahí abajo. ¿Pensabas que realmente iba a dejar el club?
¿Cómo? ¡Claro que lo pensaba! De hecho, aún tiene el corazón encogido de miedo, sin creerse del todo que se ha librado de terminar en la calle. Aun así, no dice nada. No sabe si su cliente está enfadado, o la escena del despacho de Ava ha supuesto una victoria para él. Derek, por su parte, interpreta su silencio como un mudo asentimiento y ríe suavemente, de nuevo ese ruido que a él le provoca un cosquilleo en la tripa.
-¿No crees que es un sinsentido montar en cólera por algo tan tonto como lo ocurrido la noche de Navidad, si puedo corregir tu comportamiento con un fustazo? –hay algo en la voz de herr, un tono casi imperceptible de humor que desconcierta a Sacha-.Con tu estúpida borrachera del otro día me diste sin quererlo la oportunidad perfecta para apretarle las tuercas a Ava Strauss –sus labios se aprietan contra la parte posterior del cuello del ruso. Sacha tiene que cerrar los ojos. La semioscuridad de su habitación ha empezado a tambalearse ante ellos-. Negocios, Aleksandr. Todo son negocios. Tu jefa puede ser un hueso duro de roer en ese sentido, pero no es idiota: sabe cuándo debe rendirse y aceptar la derrota. Y después de casi dos años de tiras y aflojas, por fin ha llegado ese momento.
Los dedos de Derek, que han estado rondando sus hombros, deslizándose por debajo de su camiseta y trepando por el cuello, alcanzan sus labios. El movimiento de esas yemas tiene una orden implícita que Aleksandr capta sin necesidad de palabras, y abre la boca para tragar sin más la pastilla, pequeña y roja, que el alemán deja sobre su lengua.
-Buen chico. No entiendo cómo Ava es incapaz de entender que no puedo dejar pasar todas las posibilidades que ofrece un putito obediente como tú.
Al terminar la frase, herr despega la mano de su cuerpo y se aleja hacia la cama, en cuyo borde toma asiento. Sacha lo observa con una excitación y un temor reverencial crecientes. Su cabeza no deja de dar vueltas al hecho de que su estoico cliente haya estado enfrentado con Ava tanto tiempo sólo por él. Por conseguir poseerlo completamente. Sólo de pensarlo se le acelera la respiración, y cuando su cliente le ordena en tono monocorde que se desnude, interrumpiendo el hilo de sus pensamientos, siente que empieza a faltarle el aire.
El corazón vuelve a redoblar sus pulsaciones de forma exponencial conforme se pasa la camiseta por la cabeza y lucha por quitarse de encima los pantalones hiperceñidos, mientras nota la mirada de Derek resbalando sobre su cuerpo pequeño y pálido. Después, se queda muy quieto, viendo su ropa hecha un ovillo en el suelo y su polla dolorosamente tiesa. La sangre burbujea en sus mejillas, en su entrepierna, y quema como si tuviera fiebre.
-¿Quieres que juguemos, Aleksandr? –la pregunta lo golpea con más fuerza que ninguna fusta, lo pone en marcha, lo enciende, y durante un breve momento se siente tentado de dejarse de tonterías y gritarle que lo que quiere es que se lo folle de una vez, allí mismo, de pie si hace falta sin remilgos de ningún tipo. Al final sólo es capaz de asentir, ardiendo por dentro, al tiempo que ve a Derek ponerse en pie y acercarse despacio-. Ahora que no tenemos reglas puedo hacer que me odies en menos de un parpadeo –con el índice, le obliga a levantar la barbilla. El color acerado en los ojos del alemán queda impreso en sus retinas al instante-. ¿Recuerdas todo lo que has vivido en mis manos? Pues olvídalo. Esta noche podría doblarte como una cucharilla para el té… Pero es eso lo que quieres, ¿verdad? Lo necesitas igual que necesitas el aire que respiras.
Sí, lo necesita. Dios, lo necesita.
- Da – dice, en un hilo de voz, aunque suficiente para hacer sonreír a Derek. A él el corazón le da un vuelco. Jamás había visto sonreír a su cliente.
-A la mesa. Bocarriba.
No sabe cómo, pero apenas herr ha terminado de formular su petición y él ya ha apoyado su cuerpo en la fría superficie de madera. Respirando con fuerza, como si hubiera corrido una maratón, no lo oye trastear en uno de sus armarios.
Además, está pensando en la cantidad de cosas que Derek ha querido hacerle a su cuerpo alguna vez y de las que su palabra de seguridad le ha salvado. Aunque por algún siniestro motivo, de repente ninguna de ellas le parece tan aterradora.
Tal vez la culpable sea esa pastilla sin nombre. A lo mejor sólo es su cerebro. El caso es que Derek regresa para encadenar sus muñecas a los extremos de la mesa, dejando sus músculos deliciosamente tensos y tirantes, y él sólo acierta a gemir su nombre de forma inconsciente. Herr responde chasqueando la lengua y cerrando una pinza dentada sobre un pezón, lo que le provoca un calambrazo exquisito que recorre su cuerpo de punta a punta.
-¿Cuántas veces te he dicho que no me llames así? –lo reprende el otro mientras ajusta las cintas de cuero a sus muslos y a los tobillos, unidas entre sí y manteniendo sus piernas dobladas. Entonces vuelve a clavar esos ojos inquisidores en los de Sacha y levanta la barra extensora que lleva en una mano-. ¿Vas a comportarte y abrirte de piernas o necesitas esto todavía?
Sacha abre la boca, pero para cuando lo hace la barra de metal ya separa sus piernas y él se ve inmóvil, expuesto al cualquier capricho que se le pase por la cabeza al alemán. Ahora sí, no hay nada que hacer, ninguna fórmula mágica que lo saque de allí si las cosas se ponen tensas.
El riesgo de su total entrega le hace sentir mareado, aunque Derek se las apaña para reubicar su atención en el lugar correcto con una segunda pinza. Su cliente también se asegura de haber colocado bien la primera. Tirando de ella.
Oh, joder, el dolor. Y oh, joder, el placer. Sólo en momentos como éste Sacha comprende que no son más que las dos caras de una misma moneda. Su cuerpo arde y da igual por qué o cómo, no tiene que pararse a pensar en nada, lo único que importa es a dónde lo va a llevar Derek, y la duda de si esta vez él podrá soportarlo. Ésa incertidumbre lo vuelve completamente loco.
Un chasquido. El rostro de herr se ilumina a la luz del mechero un instante antes de que la llama baje para encender una vela larga y blanca. Con el pecho subiendo y bajando frenéticamente y el vientre húmedo de preseminal, Sacha ve cómo la deja con cuidado a su lado.
-Vamos a jugar, pues –dice sin más. Con el último objeto que ha sacado del armario, un pañuelo de seda, le venda los ojos, y el mundo se vuelve negro. Aleksandr no se da cuenta, pero ha empezado a temblar. No sabe si es por el miedo o la excitación (o ambas cosas), pero a partir de ahora lo único que va a guiarlo será la voz ronca y grave de Derek… y su propia piel-. Aunque no te aseguro que no vayas a quemarte por el camino.
Tras oír esto con los labios del alemán acariciando su oreja, gime al sentir su mano enguantada volver a tirar de una de las pinzas, y sigue estremeciéndose con el camino descendente de ésta, que recorre su pecho rozando apenas las formas irregulares de las costillas, desciende por la curva suave y lisa de su vientre, esquiva deliberadamente su miembro latente y separa sus nalgas. Los dedos de esa mano tardan lo que parece una eternidad en presionar –sólo presionar- su ano, pero cuando lo hacen, él grita algo en ruso especialmente obsceno y se retuerce en el sitio todo lo que sus restricciones le permiten.
El calor lo va a matar. Es como si su corazón lo bombeara a oleadas al compás del movimiento circular de las yemas de esos dedos en su esfínter. Derek aprieta, muy despacio, cada vez más, justo hasta que está a punto de penetrarlo; entonces vuelve a empezar.
-Y-a… mételo ya… -gimotea después de unos minutos insoportables de suspiros, y estremecimientos-. Пожалуйста… Por favor…
Sin detenerse, Derek lo agarra del cabello y lo obliga a levantar la cabeza.
-¿Desde cuándo eres tú quien da las órdenes aquí? –gruñe, y justo después de que suelte su pelo algo salpica su vientre, un algo tan caliente que lo hace brincar en el sitio con un quejido-. Te dije que podías quemarte, pero nunca escuchas.
Y vuelve a castigarlo con un chorretón de ese líquido caliente, que esta vez aterriza en su pecho. Eso quema por encima del calor asfixiante de su cuerpo, pero Sacha no puede centrarse en eso, porque su herr ha decidido romper la barrera que llevaba un rato tentando maliciosamente, y hunde un dedo en su interior. Su polla empieza a palpitar con una fuerza dolorosa, Derek mete un segundo, con un ondulante movimiento de metesaca que el ruso acompaña con una original salva de súplicas. Pronto, la sustancia espesa y caliente con la que es castigado se ha extendido por sus muslos, y el dolor es lacerante y ardiente, aunque ya no sirve para cerrarle el pico. Un tercer dedo consigue abrirse paso dentro su cuerpo, y está a punto de liberarlo, pero Derek le aprieta la entrepierna y no le permite correrse.
Placer y dolor pueden ser las caras de una misma moneda, pero el segundo empieza a imponerse y Sacha no sabe si podrá resistir la tensión que intenta partirlo en dos. El alemán no bromeaba cuando decía que podría doblarlo como una cuchara.
Aunque no va a hacerlo, por supuesto.
El mundo parece detenerse un instante cuando herr deja abruptamente de follárselo con los dedos y lo libera de sus ataduras. Sus músculos se quejan al recuperar su forma original y aunque la luz de la vela, ya bastante consumida, es débil, hace contraerse de forma brusca sus pupilas dilatadas. Con los ojos húmedos, Sacha contempla un segundo el reguero de cera blanca que salpica su cuerpo. No tiene tiempo de nada más. Derek lo obliga a ponerse contra la mesa en un movimiento tan brusco que apaga la vela de un plumazo y su verga lo ensarta sin piedad, arrancándole un gemido patético y llevándolo derecho a un orgasmo avasallador a la segunda embestida.
Su cliente aún tarda bastante en llegar hasta donde está él. Bombeando sin cesar, alcanza su collar y tira de él para poner la cara del ruso a la altura de su boca.
-Hay algo que no he podido conseguir hoy, putito, y lo quiero –jadea de forma ronca y entrecortada. Entonces tiene que hacer una pausa para mandar tres espesos trallazos de esperma al interior de Aleksandr, quien los recibe sin moverse apenas, todavía demasiado ido para entender lo que ocurre a su alrededor-… tráeme al rubito… Tengo algo especial para él…
Y Sacha, cubierto de cera, lleno de la lefada del Derek Zimmermann y con la cabeza en otro mundo, muy lejos de allí, sólo puede decir que sí.
Que lo hará.