De lujo 12.5, 2ª parte (un gatito deseado)
Sin saber que hay alguien más en el club que tiene el ojo puesto en él, Louis consigue arrastrar a su protegido hasta el trabajo... pero el resultado no es el que esperaba.
Nota de la autora
Buenas noches, criaturas.
Probablemente me arrepentiré de haber escrito esta nota del humor lóbrego que tengo hoy. Aun así, creo necesario agradecer un par de cosas buenas, de modo que allá va.
En primer lugar, no hay forma humana de dar las gracias a Davinci por la genial reseña que hizo en su blog (que os recomiendo a todos, por la inmensa calidad de lo que allí se escribe - http://elpaisdelhomoerotismo.blogspot.com.es/ -) de mi serie. Eres demasiado bueno conmigo, y huelga decir que no merezco ni una sola de las palabras que me dedicas a mí y a mi trabajo. Muchísimas gracias, en serio. Muchísimas gracias.
No obstante, y como todo en la vida (una de cal y otra de arena, supongo), también he recibido una crítica de De lujo. No es la primera (ya tuve una especialmente demoledora tiempo ha), ni será la última, pero yo tengo la costumbre de tomarme todos los comentarios muy en serio, y este no va a ser menos. Y, voy a ser sincera, me duele y me preocupa. Me duele, porque esta persona no quiso hacerme saber que estaba haciendo las cosas mal cuando empecé a equivocarme, y he tenido que enterarme de mis errores por parte de segundos. Y me preocupa, porque lo único que quiero en esta vida es trabajar mucho y mejorar en lo que hago, y soy demasiado torpe para darme cuenta de lo que hago mal, al parecer. Ya sé que soy muy pesada, pero no me cansaré de repetirlo: por favor, si le encontráis cualquier pega a este o cualquier otro de mis escritos, decídmela. No importa si ya no vais a volver a leerme nunca. Me estaréis haciendo un favor enorme, os lo juro, porque es mi única forma de aprender aparte del ensayo/error .
Si alguna vez De lujo os ha parecido aburrido, lo siento mucho. Sé que es una serie muy larga con un comienzo excesivamente lento, que el sexo no es mi fuerte (tal vez porque soy mujer y no debería estar escribiendo porno gay), que mi forma de escribir puede ser pomposa y tediosa para la web en la que estoy escribiendo, y que la mayoría de veces no soy justa con los plazos de tiempo entre capítulos. Son cosas en las que estoy trabajando, os lo prometo.
Por otro lado, y alejándonos de ese tema, me gustaría dar las gracias también (aunque probablemente no lea esto y al final no vaya a hacerlo) a un autor de la web que tuvo la decencia de mandarme un correo para pedirme si podía inspirarse en mi otra serie para escribir un relato. Parecerá una tontería, pero con los tiempos de plagios y cosaspor el estilo que corren es un detalle a destacar, en mi opinión.
Y... hablando ya del capítulo doce, siento deciros que esta es una segunda parte muy corta y un poco dividida entre muchos personajes. No se me ocurría otra forma de escribirla que no fuera ésta, la que me pareció más coherente. Además, no hay una escena de sexo, o la hay, pero es muy breve y (al menos según lo que pienso) desagradable. Pero debía ser así, así que para mí está bien.
En fin, eso es todo. Siento esta nota tan extensa y monótona, pero he tenido un día muy estresante y muy largo. Sólo quiero irme a dormir.
Espero de corazón que disfrutéis con esta segunda parte, y si no, pues no os cortéis en decírmelo en los comentarios, o mediante un correo electrónico. Os lo agradeceré muchísimo.
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12
2ª Parte
Nivel uno de la Jaula. Salón principal, lleno total esta noche. En el centro de la estancia, y sobre una mesa, Raymond está tocando el violín de forma frenética (¿Opus 16 de Wieniawski, tal vez?), para delicia de los presentes. El espectáculo del prostituto, no obstante, no es lo que interesa a Derek Zimmermann, que acaba de regresar de su satisfactoria sesión con el ruso. Ni siquiera es la lista de precios del salón, no.
Se trata más bien del rubito malhumorado que, armado con una silla, intenta hacer volver a su trabajo a su protegido.
-Es un placer volverte a ver entre los mortales, Derek –sentada a su lado, en las tinieblas del anillo exterior de sillas del salón, Maya le presta sus prismáticos de teatro dorados-. ¿Ya ha rechazado Ava tu oferta por el novato? –añade, con una risita. Él no le hace mucho caso, como es habitual. Aunque Maya ha intentado seducirlo por activa y por pasiva desde que comenzó a visitar el Chat , no es una solterona con el suficiente patrimonio como para atraer la atención del empresario. Él se lleva los prismáticos a los ojos. El objetivo enmarca la figura del rubio y la separa del salón y todos sus elementos secundarios.
-Cuéntame más de él –pide, sin despegarse de los binoculares, y casi puede oír el resoplido decepcionado de su colega.
Louis-Philippe Daguerre. De origen marsellés, tiene un hermano mayor y un padre pescador. Veintitrés, recién licenciado (con excelentes resultados), mala suerte en los negocios (incluyendo el Chat; una deuda enorme con Ava por un asunto de una alfombra persa le impide abandonar el club). Un idealista, amante de la literatura, al parecer intenta escribir sin mucho éxito…
Maya habla y habla en tono monocorde, pero Derek ha estado siguiendo la pista del francés y ya sabe todas esas cosas. Así que, mientras su compañera no cesa de enumerar detalles insignificantes, él estudia los movimientos de su objetivo, que parece haber desistido de intentar derribar a Raymond con la silla y le está azotando con su propio cinturón. Viéndolo, el alemán piensa en todo el potencial que debe tener y que él podría exprimirle, y lentamente las comisuras de sus labios comienzan a curvarse.
-... y es virgen -termina Maya, hasta hace un momento absorta en la tarea de recordar a la perfección todos los aspectos de la vida del escritor. Entonces se vuelve, ve la leve sonrisa taimada plantada en el rostro de Derek y, enrojeciendo, se apresura a añadir:-. ¡Bueno, eso es lo que cuentan! Ni siquiera creo que sea verdad, es lo que se rumorea entre los círculos de Anita, y ya sabes cómo es ella...
-Lo es.
La aseveración deja a la mujer con la boca entreabierta, en mitad de una palabra nunca dicha. Sin mirarla, Derek ensancha un poco más su sonrisa y deja los prismáticos sobre el regazo de su confidente. La música ha cesado, Louis ha conseguido arrebatarle el arco del violín a su protegido y lo pincha con él entre las costillas, y todos los presentes parecen casi más encantados con aquel espectáculo que con el recital de Raymond.
-Eso... es imposible saberlo, Derek -consigue articular finalmente Maya, dirigiendo la vista al mismo punto que el alemán.
Herr Zimmermann, por su parte, acaba de ponerse en pie. Sus ojos acerados recaen un instante en ella antes de volver a dirigirse al centro de la sala.
-Siempre es posible saberlo, chére - afirma, con evidente satisfacción, mientras se arregla la corbata-. Y él tiene esa misma aura de antes de que alguien lo empotre contra el somier por primera vez.
El alemán dice esto de espaldas a su compañera, la mirada fija en la figura trajeada del escritor. Y mientras se rasca con el índice un pegote de cera, piensa que no hay nada que le apetezca más que ser aquel que empotre primero contra el colchón a Louis Daguerre.
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Acabo de clavarle el arco en el hígado a Raymond en una estocada victoriosa que lo arroja sobre un cúmulo de empresarios encantados de poder sobarlo a conciencia. Triunfal, apoyo un pie en la silla y enarbolo mi arma, rodeado de una salva de aplausos que confirman la victoria sobre mi protégé.
-Diez-once, Raymond. Estás perdiendo facultades –digo, mientras veo orgulloso cómo el dinero de las apuestas pasa de mano en mano a nuestro alrededor. Mientras me regodeo, la mano de Ray emerge de entre la muchedumbre que está sobándolo, el dedo corazón en alto, y yo frunzo el ceño.
-Son diez-diez, en realidad –traduce uno de sus adláteres, y entonces mi protégé levanta el dedo gordo en señal de aprobación.
-Y una mierda.
Raymond, que acaba de sacar la cabeza de entre la marea de brazos, chasca la lengua y me replica algo relacionado con mi mal perder, pero yo ya no lo escucho. Hay algo extraño en el ambiente. De pronto la temperatura del salón parece haber descendido a la mitad, y un violento escalofrío me recorre el espinazo. Con un picor insistente naciendo en mi nuca y la irritante voz de Raymond de fondo, vuelvo la cabeza.
Alguien me está atravesando con la mirada desde el otro lado del salón, un pelirrojo trajeado que, al saberse descubierto, sonríe lentamente. Y no sé por qué, pero esa sonrisa me pone los pelos de punta…
-Eh, ¿qué miras? -La voz de Raymond en mi oreja casi me provoca un paro cardiaco. De alguna manera, ha conseguido librarse de sus adoradores, y su jeta asoma por encima de mi hombro, escudriñando la misma dirección que yo.
No es lo que yo miro. Es quién me mira, y el que lo haga como si quisiera… yo qué sé.
-N-nada –farfullo, y meneo la cabeza, rozando su cara en el proceso, mientras le asesto un codazo en la tripa-. Te he ganado, así que vuelve a tu maldito trabajo.
Y, sin hacer caso de la gente que intenta volver a toquetearlo, lo empujo hacia las habitaciones. Aunque justo antes de desaparecer entre las cortinas no puedo evitar volver la vista atrás, a tiempo para ver esos ojos gélidos clavarse en los míos una vez más antes de desaparecer entre la muchedumbre del salón.
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La terraza del Chat está vacía –hace tiempo que cerró para los clientes-, pero eso no importa mucho a Sacha, derrengado de cualquier manera sobre una silla y con la mejilla apoyada en la madera de caoba de la mesa. No quiere a nadie cerca que lo vea digerir la amalgama de sentimientos que le ha provocado su sesión con Derek. No hay ni un solo ápice de felicidad en su cuerpo, sólo vacío.
No entiende por qué está tan deprimido. Sabe que debería estar brincando de alegría, ahora que se ha librado de la calle, pero por algún motivo no puede. Desde hace unas horas le pertenece a Derek en espíritu y cuerpo, acaba de experimentar sólo una décima parte de todo el placer que éste va a provocarle, ¿qué más podría pedir? ¿Qué más podría necesitar? Y sin embargo… Sin embargo la voz de su herr sigue resonando en sus oídos y haciendo vibrar sus terminaciones nerviosas, en una petición que sólo lo deja confundido.
¿Confundido… o celoso?
Cierra los ojos, con la cabeza hecha un lío. Todavía tiene que pasar un rato sumido en silencio, poniendo en orden sus pensamientos, antes de que decida sorberse la nariz, en un ruido que retumba en el patio vacío, y enjugarse los lagrimones, despegando la cabeza de la mesa. Todavía no se le ha pasado el dolor punzante de su cuerpo, algo que quizá tenga que ver con los cuarenta y cinco minutos que ha pasado en su cuarto tratando de rascar la cera de su trasero y muslos. Sus esfuerzos, por supuesto, han resultado infructuosos. Ahora le escuece todo el cuerpo, y eso no hace más que aumentar su desdicha.
¿Por qué está su amo tan interesado en Louis, si lo tiene a él?
¿Y por qué se siente tan solo, a pesar de todo?
Un suave golpe en la mesa interrumpe la perorata de preguntas sin respuesta que la mente de Sacha se encargaba de fabricar a un ritmo incansable. Alguien ha plantado un bollo impecablemente decorado con azúcar glasé delante de sus narices. El ruso parpadea, desconcertado, y cuando levanta la barbilla para encontrarse con el autor de tal presente, se topa con un imponente metro noventa de hombre.
Un imponente metro noventa de hombre con delantal.
-Estaba trabajando en la cocina, y llevo un rato viéndote aquí solo –le dice, con una voz sorprendentemente suave y amistosa para su enorme tamaño, al tiempo que señala algo a su espalda. Sacha, mudo, sigue la dirección de su dedo y se topa, efectivamente, con las puertas acristaladas de las cocinas del club-. Eh… aunque no quiero inmiscuirme en los asuntos de los demás, estoy seguro de que sea lo que sea que te preocupa, tiene solución. Probablemente yo no pueda dártela, pero… -el ruso lo ve encogerse de hombros, de forma casi tímida, y darle un suave toquecito al bollo. Entonces el desconocido le sonríe un poco, y Sacha nota cómo se le descuelga la mandíbula-. Tal vez ayude esto. Si quieres más, estaré ahí atrás. Pero no llores más, ¿vale?
Y mesándose el pelo rubio y rizado, hace un breve gesto de despedida y vuelve por donde vino, dejando a Aleksandr con la boca todavía entreabierta y un bollo sobre la mesa.
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-Como vuelvas a intentar meterme la lengua hasta la laringe otra vez, te la arranco y me la trago.
-Aw, gatito, ¿es que no habías pasado antes por debajo del muérdago?
-No. Y camina, maldita sea. Ava va a matarnos.
-En todo caso, te mataría a ti.
Porque soy el único de los dos que no quiere hacer su trabajo, ¿verdad?
Gruño, aunque el condenado tiene razón, y sigo empujándolo a trompicones. Raymond se ha dejado caer sobre mis brazos y no hace absolutamente nada por dejarse arrastrar. Es muy colaborador, como veis.
No puedo imaginar por qué está tan empeñado en no hacer sus obligaciones hoy, pero está empezando a tocarme… la moral.
-Camina y calla.
Y sigo avanzando hasta su puerta, la número 4a, pero al llegar él clava los talones en el suelo y yo me como su espalda y me dejo la nariz incrustada entre sus omóplatos.
-Bueeeeeeno, fin del trayecto –dice, al tiempo que me despega de su cuerpo y me deja plantado a un metro-. Ya tienes lo que quieres, gatito, eres un excelente trabajador –sonríe, dejando al descubierto dos hileras blancas de dientes-. Adióooos.
Ni de coña.
-¿Piensas que soy imbécil? Yo no me largo hasta que entres ahí.
-Byebye.
-Ya nos conocemos.
- Arrivederci.
- No pienso moverme de aquí.
Ray parpadea, igual que un gatito abandonado bajo la lluvia. Yo me cruzo de brazos.Y acto seguido, me lanzo sobre él, acciono el picaporte y nos lanzo dentro a los dos.
Nada más entrar, sé que me arrepentiré de haber hecho lo que acabo de hacer. El estruendo de una silla golpeando el suelo nos deja paralizados en el sitio es la primera señal, pero el vozarrón que me sacude todo el cuerpo hasta la misma punta del pelo termina de confirmármelo.
-¡Mira quién se atreve a aparecer de una jodida vez! –su dueño, un tipo ya mayor pero enorme (tanto a lo ancho como a lo alto) parece a punto de reventar de la ira. Nunca he visto a nadie tan furioso por un retraso de mi protégé, quien, por cierto, está tan inmóvil como yo, cada músculo de su cuerpo en cuidadosa tensión-. ¿Piensas que tengo todo el tiempo del mundo para dedicárselo es exclusiva a un puto arrogante y narcisista?
Me gustaría intervenir y decir cualquier cosa para apaciguar al hombre rubicundo y amenazante, pero no tengo tiempo. El bofetón retumba en mis oídos y en todo el cuarto, y lo único que puedo hacer al respecto es ver a Ray inclinarse bruscamente hacia un lado y oír sin llegar a entender un nuevo torrente de palabras iracundas. Y todo es confuso, porque entonces, de improviso, me encuentro sujetando a mi protégé y levantando una mano, como una barrera que se interpone entre nosotros y el tipo.
-¡Eh, basta! Tranquilícese, ¿me oye?
El caos parece suspenderse un instante en el tiempo; de hecho, la mano del cliente ha quedado congelada también, aunque la cosa dura sólo un instante que parece más bien una mala jugada de mis sentidos.
-¿Y a ti quién te ha dado vela en este entierro? –me ruge, y a mí me llega una vaharada caliente de alcohol con su aliento-. ¡Vete a joder a otra parte!
-No voy a ir a ningún sitio hasta que…
Jamás terminaré la frase, porque Raymond, que ha vuelto a la vida, me agarra por los hombros y me arrastra hacia la puerta.
-Ya, ya se iba, Monsieur Maidlow –está diciendo. Sus pupilas, algo dilatadas, se centran en las mías con intensidad, pero la sangre que le salpica la herida reabierta del labio llama más la atención-. Vete, Louis. Vamos –me conmina, ya en el umbral, y yo abro la boca para protestar, una vez más, sin éxito-. Está bien. Todo irá bien.
Y tuerce un poco la boca hacia arriba antes de cerrarme la puerta en la cara y echar el pestillo. Aunque sé que es demasiado tarde para hacer nada, no puedo evitar abalanzarme sobre éste y sacudirlo con furia.
-¡Raymond! –grito a la puerta, como un idiota-. ¡Ray, ábreme, joder!
Es inútil, por supuesto, igual que quedarme muy quieto para tratar de escuchar algo del interior. Tardo demasiado tiempo en recordar que todas las habitaciones de la Jaula están perfectamente insonorizadas, pero es que mi cerebro está demasiado ocupado dándole vueltas una y otra vez al mismo nombre.
Maidlow. Maidlow.
En un último intento desesperado, me lanzo sobre la puerta de la habitación de mirones, y es abrirla y llegarme la voz de aquel animal, incluso a través del grueso cristal que separa las habitaciones. La imagen no es mucho mejor, y aunque el respaldo del sofá sobre el que está doblado Raymond me tapa gran parte de la escena, lo agradezco.
-¿Crees que puedes hacer lo qué te dé la gana? –el tipo lo agarra del cabello y vuelve a empotrarlo contra el sofá. Lo único que hace Ray en respuesta es hundir los dedos en el respaldo, los ojos fijos en algún punto indeterminado del espacio y la mandíbula rígida-. ¿Crees que puedes extorsionar a mi hijo como lo hiciste el otro día e irte de rositas?
En un acceso de locura pienso en romper el cristal con la única silla del cuarto, aunque muy en el fondo sé que eso sería estúpido y sólo empeoraría las cosas. Aun así tengo que obligarme a detenerme en el último momento, con ella ya en las manos.
-Eras una mierda el día que llegaste aquí y sigues siendo una mierda seis años después… y espero que no se te vuelva a olvidar eso, porque… si se te ocurre acudir a Ava y contarle lo de Gareth, pienso hacer de tu vida un puto infierno…
La impotencia me sube por la garganta y me deja casi sin respiración cuando por fin decido entrar en razón y darme cuenta de la obviedad. Soy yo quien lo ha metido ahí dentro.
Y no puedo hacer nada para remediarlo ya.