De lo que pudo haber sido 5

Los secretos de Eliam

Nadie podría salir de una imagen así sin calentarse, sin que el placer relampaguee con un dolor sordo. Es imposible. Quiero arrancarle la ropa y devorarle, pero no estoy muy segura que sea mi mejor idea ni si él me lo permitiría.

-No hace falta que finjas- me lo susurra cerca de mi cara- lo he saboreado y puedo verlo. Gitana estás goteando-en su tono se entremezcla la burla con la satisfación.

Mi cara se sonroja. De pronto sus manos alzan la camiseta dejando expuesto mi pecho y la enreda alrededor de mis muñecas a la espalda. Antes de que me de cuenta me sienta de nuevo sobre la barandilla de piedra y esta vez estoy aún más indefensa, por el contrario me siento más segura. Le miro.

-Vas a tener que confiar en mí-la sonrisa que me regala no es que me resulte muy tranquilizadora.

Su mano toma mi pecho con poca delicadeza, dándole unos golpes con la palma abierta, peñizcando entre sus dedos mi pezón. Me retuerzo, raspando mi culo. Sujetándome con una mano quita el pantalón con la otra, cayendo en el suelo, donde el aire mueve unas hojas oscuras.

-Abre las piernas.

Hago lo que pide, inclinándome aún más hacia atrás. El viento golpea mi espalda desnuda dándome una sensación de vértigo. Izan observa con fascinación como poco a poco me voy convirtiendo en otra persona hasta que le sonrío con el ismo grado de locura que él. Desvía la mirada hacia mis piernas durante unos segundos. Se coloca entre ellas, agachándose y no hay ningún juego previo, simplemente estampa su cara, introduciendo la lengua. La tiene más fina que Eliam, o eso me parece recordar, pero está lamiendo con lentitud y…usa los dientes. Cada vez que toma un trozo de mí entre sus incisivos, me tenso por la amenaza que representan, pero sus pequeños mordiscos son suaves, placenteros.

Con él siempre hay algún tipo de peligro, como un león al que si se le cruzan los claves te puede destrozar, pero que mientras tanto se roza contra ti como un gatito. Me olvido que detrás de mí hay una considerable altura y disfruto de la experiencia de su boca. Cuando éramos más críos no le había dejado hacer a menudo esto. Me daba demasiada vergüenza.

Aprieto los músculos contra los laterales de su cabeza cuando introduce un dedo acompañando al resto de los movimientos. Sus ojos se alzan hacia mí de forma desafiante e intensa. Mi cerebro se tambalea por los recuerdos, tropezando contra ellos. Una sucesión de imágenes donde Izan me había observado con esa expresión desde niños. Aparto la cara y me pierdo en el azul del cielo lleno de pequeñas manchas. Las nubes se dejan llevar por el mismo viento que roza mi piel. El placer se costruye por mi cuerpo, rectando.

Me pesan las pestañas y cierro los ojos, perdiendo de vista la tranquilidad de allí arriba. El cielo siempre era el mismo, los sentimientos no.

Los dientes rozan mi carne con suavidad y me retuerzo. Quiero gritar por todo lo que se arremolina en mi corazón, siento como unas garras se clavan por mi caja torácica mientras los pinchazos de placer siguen escalando, ansiosos por llegar a mi cabeza. Los espero con ganas, como si fuese una fugitiva que ve la puerta de salida al callejón, aunque solo sea un preludio antes de caer directa en las manos de los matones que me persiguen. Pero da igual.

Dos dedos se retuercen y me hacen bailar a su son con fuerza. Su lengua se pelea con mi clítoris y no hay más. Grito como si me estuviesen asesinando, pero al menos ahora no digo su nombre. Solo lo pienso mientras su mirada me persigue en mi mente, es la cara del matón que me apunta con el arma cuando salgo al callejón. Y quiero que me dispare.

Me doy cuenta de que han pasado algunos minutos y sigo con los ojos cerrados. De nuevo siento el viento a mi espalda y el jadeo de mi respiración. Revivo como si me estuviesen reanimando con descargas eléctricas e Izan no está por ningún lado. Veo las hojas resbalar sobre el suelo del balcón de forma perezosa, arrastradas por el salvaje aire.

Sonrío siniestramente. Solo necesito añadir una cosa:

-Cobarde.

Y a un Izan cobarde se le puede ganar la partida.

Perdido entre miles de papeles Eliam intenta deshacerse de la amargura que siente en la entrada de la garganta. Traga con fuerza moviendo de arriba a bajo la nuez. Físicamente debería de haber marchado cualquier objeto que presionase esa zona, pero mentalmente ahí sigue esa angustia. Su morena mano toma con mas fuerza de la necesaria el frágil papel. Ni siquiera puede concentrarse en su trabajo y eso comienza a mosquearle. Su letra le saluda desde el folio intentando llamar su atención pero sus pensamientos estan muy lejos. Repasan sus pequeños secretos, pequeños secretos que la pequeña muchacha no recuerda.

Es un traidor.

El portazo de su despacho le sobresalta tanto que arruga más la hoja, llegando al punto de rasgarla un poco. Cuando ve al inexpresivo Izan tan nervioso se consuela con que no es el único con problemas. Sus pasos apresuados le recuerdan a un animal enjaulado y no puede evitar que se le alivie algo ese jodido nudo.

-¿Qué ocurre?-le ha preguntado con un tono de burla sin querer y observa la rabia en los ojos de su amigo, de su hermano.

Se gira dándome la espalda y nota la rigidez de su postura. Algo ronda su cabeza pero Izan no era en esencia un hombre de palabras. Podía decirse que era bastante parco y Eliam no era muy bueno entendiendo tampoco.

Formamos una buena pareja , pensó Eliam con ironía.

-Izan...-se dispone a levantarse preocupado, abadonando la lujosa silla del despacho.

-Sus palabras me perseguirán para siempre.

Solo dice eso y aunque a veces Eliam no sea el tipo más brillante del planeta entiende a lo que se refiere.

-Eras un crío.

-¿Lo era?- se puede apreciar la siniestra sonrisa con la que pregunta.

-Esa mujer estaba loca.

Izan se gira rápidamente hacia él. No estaban acostumbrados a hablar sobre este tema. Era un tabú, como tantas otras cosas. Se miraron sintiéndose mucho más lejos el uno del otro desde hace años.

-Cuidado con lo que dices Eliam, esa mujer era tu ama.-su cara descompuesta debería de atemorizarle, en el pasado lo hubiese hecho. Era una cara que implicaba problemas, que le decía que acabaría con algún ojo morado o el labio partido.

-Sí, y tu madre.

Ambos se observan con altanería. De pronto Izan rompe la tensión con una sonrisa fraternal.

-Ya no me tomáis en serio ninguno de los dos.

-Ambos hemos crecido, no nos atemorizan tus gestos Izan, te conocemos.

-Si...

Es un si que suena a no y Eliam se pregunta cuanta razón tiene. Se pregunta lo que Izan le haría si supiese su sucio secreto, lo que ella le haría. Hasta ahora solo sabía lo que se había hecho a si mismo y sus sentimientos se entremezclaban en un extraño batiburrí de heroicidad y odio.

-Te lo he dicho más veces, el único culpable a sido tu padre. - Eliam intentaba autoconvencerse.

-Eso me dices sí, y al final es uno de los que está bajo tierra, pero no creo que sea el único culpable. Yo tengo bastantes pecados a mi espalda y la gitana...

-¿Qué ocurre con ella?

-Ella también.

Un estremecimiento recorre la espalda de Eliam. Culpabilidad. No sabía que añadir y sabe que en algún momento va a tener que decir algo. Lo ha aplazado lo suficiente.

-Y tú Eliam, tú eres también uno más- la inexpresividad de Izan al decirlo le hace dudar.

Rompe a sudar sin poder remediarlo y no puede evitar preguntarse cuanto sabe Izan. Le observa salir sin mirarle más.

Quizás más de lo que pensaba.

Formamos un buen trío , sería gracioso si no fuese verdad. El mentiroso, la zorra y el cobarde. Casi a la altura del bueno, el feo y el malo. Izan estaba cansado de castigar. No era el indicado para ello, pero mientras lo hacía sentía que estaba purgando los pecados de los tres y se preguntaba cuanto de loco se estaba volviendo. Supongo que desde que nació estaba destinado a ese papel. Su padre era un cruel y sádico hombre y su madre....su madre era... era una puta loca. Y ambas palabras eran correctas aunque le costase pensarlo. Eliam tenía razón pero eso no quitaba que fuese un cobarde. E Izan odiaba serlo.

Se había muerto cuando tenía ocho años y habría rezado al mismísimo Dios para que hubiese ocurrido antes, pero sus plegarias no habían sido escuchadas e Izan había desistido de la bondad divina.

Todavía recordaba cuando le gritaba, sus palabras le perseguían en sueños, le impedían respirar, le hacían gritar. Había sido una estúpida. Una ninfómana casada con el hombre equivocado, había tenido el hijo equivocado. Eliam hubiese sido mucho mejor para ella, quizás la hubiese ayudado a curarse, pero él era demasiado duro, tan cruel como su padre, tan enfermizo. Y tan cobarde.

Bien, bastaba de revolcarse en la mierda. Ambos estaban muertos y su gitana había gritado con fuerza mientras se corría y sus malditos recuerdos parecían olvidarse rememorando ese delicioso sonido. Su sabor todavía le perseguía en la boca y era mágico. Dulce.

Había tenido la polla tan dura que le dolía al sentir la presión de la ropa sobre ella, pero tirársela hubiese sido como hacerle el amor y habría supuesto un gran tanto para ella, casi una masacre contra las tropas de Izan. Había decidido que una retirada a tiempo era mejor que cualquier cosa. Por segunda vez . Eso no quitaba que su mano no decida moverse hacia su entrepierna con ansia. Con un movimiento perezoso se recoloca el paquete, cansado. Así es como se topa con Patricia.

-Señor-está alterada y ni siquiera se da cuenta de lo que está haciendo aunque Izan se sobresalta y se reprocha que está perdiendo reflejos.

-¿Qué ocurre?

-He visto...yo...esta mañana...

Izan la observa con una mirada más dura de la que debería, pero realmente no está de muy buen humor y un terrible dolor de cabeza le ronda. Patricia había sido como su verdadera madre, le había cocinado, le había velado cuando estaba enfermo.

-Hablas de ella, ¿verdad?

Había una madre para los tres.

El asentimiento de Patricia es nervioso.

-Puedes ir a verla si quieres.

No es difícil adivinar sus intenciones. Ella había sido como su madre y ellos sus hijos. No se podía negar que ella había sido la más mimada por Patricia. Seguramente sentía debilidad por su situación en general. Era un pequeño animal preparado para sacrificarse y eso a Izan le gustaba. Le gustaba pensar en ella como su pequeño regalo dispuesto a ser destrozado. Lo pensaba cuando tenía catorce años y la observaba bailar a su alrededor.

Patricia pasa casi corriendo a su lado, derecha a la nueva habitación de su gitana. Se mira el paquete y se pregunta si va a darle respiro en algún momento. Supone que no, para distraerse decide centrarse en otra persona de la casa. Una que no le pone cachondo.

No es difícil adivinar que Eliam tiene un gran secreto. De pequeño era transparente como el papel flim. Por muy duro que intente hacerse ahora sigue siendo el pequeño niño salvaje. Solo hacía falta observarle, al final siempre acababa autodescubriendose, e Izan era muy buen observador.

Desde que era un bebé le gustaba mirar a la gente a la cara, ver sus expresiones, sus actos. Se le daba bien juzgar. Le fascinaba ese juego. A los dieciseis dominaba la técnica, o eso le decía la osadía de la edad. Alrededor de esos años notó la tirantez con la que Eliam se empezó a desenvolver a su alrededor y fue pan comido adivinar que se traía algo entre manos. A Izan le daba igual, le quería como un hermano y confiaba en él, pero la gitana le había mostrado que la curiosidad puede llevarte a cualquier sitio y esa casa era un lugar demasiado aburrido para él.

Solo tuvo que seguirlo un par de noches demasiado tarde para que en la casa se notase algún tipo de vida salvo las respiraciones de sus habitantes dormidos. Se quedó perplejo cuando atravesó el pasillo hacia las habitaciones de su padre y la primera vez no se atrevió a seguirlo. Tenía miedo a que lo descubriese y eso le descalificaría directamente. La segunda noche caminó casi de puntillas perdiéndose entre las sombras mientras seguía la enorme espalda de Eliam. Dejó atrás la habitación de su padre y se paró ante la de la madre de la gitana. Solo tuvo que tocar suavemente la puerta, un segundo después ésta se habría y Eliam se lanzaba a tomar la cabeza de la puta de su padre entre sus manos para darle un beso desesperado, empujando hacia el interior y cerrando la puerta.

Izan se quedó en aquel oscuro pasillo durante muchos minutos, pensando. Asimilando lo que acababa de ver e intentando hacer un nuevo esquema mental de su amigo. Lo había descolocado. Siempre había pensado que estaba enamorado de la gitana, sus ojos claros la perseguían a donde fuese aunque ella fuese demasiado ingenua para verlo. Izan se daba cuenta muy bien de los demonios ajenos. Eso no quería decir que no se fiase de su amigo, sabía que la gitana tenía una buena marca de su propiedad escrita en toda la piel y no le preocupaba las posibles atenciones que su hermano podía hacerle. Lo que había visto esa noche, ese beso casi violento que daba paso a otro tipo de actividades lo había dejado fuera de onda. Tuvo que darle un par de vueltas para aventurarse a recrear al nuevo Eliam y decidió que lo mejor era dejarlo estar. No hacía daño a nadie, salvo en su caso a sí mismo. La madre de su gitana necesitaba un amante mas tierno que su padre y a la vez su progenitor se había vuelto en un tipo demasiado cansado para la vida. Seguía siendo igual de cruel pero en el apetito sexual el hijo de puta se había desgastado.

No podía evitar preguntarse si ese es el gran secreto que a Eliam le producía esos temblores a veces. Tenía la mala espina que allí se escondía algo más, algo que cambiaría las cosas. e Izan sabía como sonsacar las cosas.

Esto...se estaba volviendo interesante.

No estaba preparada aún para ver a ninguno de los dos aún, por eso despidí con un ronco gruñidos los dos suaves toques de la puerta. Si lo hubiese pensado mejor me habría dado cuenta que no podía tratarse de Izan, él se limitaría a entrar y con Eliam en realidad necesitaba hablar. Quería enterarme mejor de...esos cambios políticos que pronosticaba. La otra persona al otro lado lo intentó de nuevo esta vez oralmente.

-Cariño...

La reconocí, ¿cómo no podía? Me di cuenta de que había corrido hacia la puerta cuando la tuve enfrente de una forma tan precipitada. Me fundí en un fuerte abrazo, protegiéndome contra su pecho como cuando era mas pequeña y aquella mujer que ahora me quedaba a la altura me envolvió como tantas otras veces en un capuchón de seguridad. Esto era casa. Sentí las lágrimas resbalarme por las mejillas pero eran de pura felicidad. Aquella noche, después de huir, cuando pasaron los días suficientes para sentir de nuevo, solo podía pensar en aquella mujer, en como la había dejado atrás.

-O mi cielo, mi pequeña niña...

Casi no conseguía escucharla por encima de los latidos del corazón pero cuando me aparté por fin de ella, después de abrazarme durante minutos que borraron la distancia de los años pasados tuve que corregirla.

-Ya no soy tan niña.

Sus ojos se movieron analizándome y no tardó en sonreír.

-Siempre serás mi niña. -dijo fraternalmente.

Patricia no había tenido hijos. Era una mujer cerca de los sesenta, vestida siempre con una bata modesta y un mantón de tela rodeando una figura baja y algo ancha. Sus ojos vivos de un color castallo se contrarestaban con un pelo ya más canoso, agrisado, recogido en un moño complicado. Tenía miles de recuerdos de ella y ni uno solo malo. Había sido paciente. Me había enseñado todo lo que sabía, cocinar, coser, modales y sobretodo a cerrar la boca cuando era fuertemente necesario. No había sido buena apredíz en ninguna de las cosas, pero no fue porque ella no lo intentase. No pude evitar volver a abrazarla. Casi la pasaba en altura. Cuando conseguí apartarme finalmente la invité pasar a la habitación y sentí el dolor en sus ojos. Sabía lo que estaba pensando o al menos lo podía intuir.

No fue a la cama, se acercó al tocador y tomó el cepillo que había sobre él con manos temblorosas.

-Solía peinar a tu madre.-lo dijo bajo, roncamente.

Recordaba que habían sido amigas, al menos hasta una determinada edad, luego las cosas se volvieron tirantes.

-Lo recuerdo.

Patricia levantó los llorosos ojos y me observó desde el cristal durante unos largos momentos. La mantuve la mirada confusa. Luego miró nerviosa la puerta abierta. Entendí el mensaje, me acerqué a cerrarla. Cuando me giré de nuevo hacia ella miraba el peine fijamente.

-¿Estás bi...?

Ella me cortó ante de tiempo.

-Yo la intenté ayudar. Le prometí una salida, una huida para las dos, una vida mejor pero ella...ella...

Escuché sus palabras confusas susurradas al cepillo. Me acerqué hasta poner una mano en su hombro. Lo sentí mucho más pequeño de lo que recordaba, demasiado frágil.

-Ella se negó. No tienes la culpa de nada.

-Eras solo un bebé precioso, sabía que ellos te encerrarían, te harían lo mismo. Cuando esa noche desapareciste temí que te hubiesen matado también y no se atreviesen decírmelo, pero observé al Señor nervioso, desquiciado y sabía que habías escapado de sus garras y aunque tu madre había muerto y no podía evitar llorar tenía la sonrisa más feliz en la cara. Eras mi niña y por fin estabas libre.

Se arrastró la palma de las manos sobre la cara borrando las lágrimas que escapaban de sus ojos.

-Volveré a escapar y tú vendrás conmigo.

No soné tan convencida como quisiese sobretodo cuando vi la negación de cabeza.

-A medida que pasó el tiempo me di cuenta que allí afuera aunque fueses libre no tenías ningún tipo de protección.- Se giró tomando mi cara entre sus manos- Eras solo una niña. Pensé que morirías y recé porque el Señor te encontrase y te trajera de vuelta.

Fruncí las cejas. No. Yo no quería volver.

-Pero Patricia, se consigue sobrevivir, solo necesitas ingenio.

-El ingenio acaba fallando cariño.

No podía negarlo, al fin y al cabo estaba aquí.

-Odio que estés en esta habitación. El Señor está cometiendo muchos fallos, la mayor parte provocados por la sombra de su padre. Cielo, tienes que darle la vuelta a la situación.

-¿Cómo?- la pregunta fue mas bien un suspiro amargo que otra cosa.

-Convéncele que eres tanto para él como él para tí. Vuestras vidas están unidas desde que nacísteis.

Tremenda tontería. Eso sonaba romántico y esa palabra no encajaba ya con nosotros.

-Eso ya es cosa del pasado.

-Le necesitas cariño, tanto como él a ti. Refúgiate en su protección. Ambos podéis ser felices juntos.

Que mierda es ésta. No podíamos ser felices porque no había ningún tipo de futuro con un nos en la frase.

-No. No hay ningún felices. Voy a matarlo.

Patricia se sobresaltó ante mis palabras, tanto que se llevo la mano al pecho, justo donde el corazón. Supongo que Izan para ella era como otro de sus hijos. La tensión se acumuló durante los minutos silenciosos que dio paso mi sentencia, pero después de analizarme atentamente decidió hablar por fin.

-Se que ahora estás dolida y con razón. Cariño, quiero que te cuides en lo que haces. Piensa bien las cosas. Me dijiste antes que ya no eres una niña, busca la mejor solución. Tengo que irme.

Incluso con el disgusto que arrastraba dejó el cepillo y me dió un beso en la frente. Me quedé ahí observando su marcha por el espejo.

Pensé en sus palabras ahí de pie, perdida en mi reflejo. La mejor solución... No había de eso. Había saboreado la libertad, quería más. Solo veía dos salidas, rendirme o luchar y mi madre se había rendido y en su momento la odié por eso. Yo no había sido hecha para vivir en una burbuja opresora, no había sido hecha para servir. Nadie debería nacer para ello.

-Veo que las viejas visitas te dejan abrumada.

Enfoqué hacia la puerta para ver de nuevo a Izan allí. No se cuanto tiempo me había pasado de pie, recordando. Su burlona afirmación me había sacado de la ensoñación.

-No se de que me hablas.

Le veo reirse mientras entra.

-¿Todavía crees que alguien hace algo aquí sin pedirme permiso?

Su tono petulante hierve mi sangre. Sin pensarlo agarro el mismo peine y se lo lanzo. Le da en el pecho. Le da con fuerza.

-No sé, contéstame tú.

Veo como lo toma del suelo acercándose.

-Estoy harto de darte lecciones hoy.

-Me alegro que estemos en el mismo punto.

Le observo acercarse y se que tengo que cambiar de táctica. No quiero castigos. No soy una masoca. Sin pensarlo dos veces me quito la camiseta y los pantalones quedándome desnuda a su frente.

-El Señor viene a desahogarse un poco.-sueno obscena mientras resbalo mis palmas por mi cintura y pecho.

Se queda quieto, con ojos dudosos pero perdidos en mi cuerpo.

-No

Su negación me sorprende y paraliza mis movimientos. Mira mi cuerpo desnudo durante más tiempo del necesario, pero finalmente comienza a levantar la vista hasta toparse con mis ojos.

-Vengo a contarte una historia.

Su sonrisa lobuzna y siniestra me hace estremecer.