De lo que pudo haber sido 4
Los tiempos están cambiando, pero no lo suficientemente rápido.
Me suelta con más suavidad de la que hubiese creído, pero lo hace, dejando que el dolor vuelva a mí. Intento mimetizarme con él, asimilarlo al igual que asimilo lo de Eliam. Izan está equivocado, su amigo nunca me había mirado más de dos veces, no con esos ojos. La cuerda vuelve a clavárseme en la piel y, después del respiro y la sensibilidad, me duele aún más que antes.
Estoy sudando, cansada, agotada. Noto la impaciencia sacudiéndome. Si no me descuelga voy a ponerme a chillar con todas mis fuerzas. Un dolor continuo se revuelve en mi cabeza mezclándose con el de mi cuerpo haciendo que zonas que no deberían sentirse mal se sientan. Oigo ruido, la búsqueda de algo entre cosas, pero no tengo fuerzas para mirarle, ni ganas. La indiferencia a lo que me rodea es producto del sentimiento físico que castiga y aplasta todo lo demás. Necesito soltarme .
Las piernas me tiemblan rabiosas, obligadas a mantenerme en pie de nuevo. Escucho sus pasos amortiguados por la alfombra, se acerca silencioso, callado. Izan. No sé si ni siquiera lo digo, quizás solo es un suspiro mental, pero noto que mis labios se han movido al compás de las letras de su nombre. Le miro. Toda la energía deslumbrante que Eliam había mostrado contrasta con los secretos de Izan, con sus misterios. Ahora, mientras un gran nudo de tensión explota en mi cuerpo, le veo más guapo que nunca. Hay algo muy animal en su inspección, quizás sea la postura de su cuerpo o la mueca en su cara. O por el brillo mortal de la situación. El cuchillo en su mano me dice cosas que no quiero saber y todas mis reflexiones anteriores, hace años, cuando me decantaba por morir retando a la muerte, me escupen en la cara. Toda mi valentía, mi fuerza interior, se esfuma al notar la mano morena y firme que sujeta el arma con un temple experimentado. Es lo suficientemente grande para matar, aunque en realidad cualquier cosa mata y lo verdaderamente importante es que quien lo haga sepa hacerlo. Izan sabe.
Contengo la respiración mientras sus amenazantes palabras vuelven a mi cabeza. Aparto los ojos del filo y me fijo en su cara. Me observa con la misma expresión vacía de siempre, y no puedo decir que sea algo nuevo en él. La mayor parte de su niñez se paseaba con esa expresión, como si antes de salir al mundo hubiese vaciado cada mañana todos sus sentimientos. No sé qué piensa, no sé qué va a pasar. Su pecho desnudo está sudoroso y la penumbra de la habitación junto con mi miopía hace que su cuerpo se difumine de manera que se confunde con el cuarto. Solo una sombra más.
-Izan-el suspiro tembloroso dice todo lo que se puede decir.
Tengo miedo.
No contesta nada, solo se viene hacia mi esquina con paso lento. Cuando se para ante mí nos miramos a los ojos. El muro está de nuevo en su lugar, más fuerte que nunca.
-Todo tiene su fin-le veo alzar el cuchillo y mis ojos se cierran, pero no por cobardía. No me siento preparada para mirar a Izan mientras me mata. Quizás si fuese otra persona le retaría, me burlaría, total no quedaría nada por hacer, pero es difícil mirar a los ojos de tu asesino cuando es la misma persona de la que te enamoraste una vez.
Tenso mi cuerpo de manera involuntaria y espero el momento en el que el cuchillo se clave en mí. Ansío la adrenalina que amortigüe el dolor, porque no puede ser una bonita forma de morir. Bueno, ninguna lo es.
Noto el silbido del aire movido cerca por encima del sonido de mi corazón y me encojo lo que puedo. Siento un tirón fuerte, de pronto no puedo sostener mi peso y caigo al suelo. No noto ningún dolor, pero sé que tiene que estar, sé que tiene que haber. Abro un ojo de forma aventurera cuando dejo pasar un minuto y nada ocurre. Veo sus piernas.
-Fin de tu castigo..., por ahora.-con esas se aleja, tomando su ropa.
Hijo de puta.
Llevo de nuevo sola bastantes horas, lo suficiente con que a base de cabezonería haya conseguido deshacerme de las cuerdas. No ha sido fácil, el lío de nudos era complejo. Me he trasladado hasta la cama, intentando que mis músculos se relajen, que dejen de doler. Estoy hecha una mierda. Las marcas atraviesan mi cuerpo ahora cubierto un pantalón y una fina camiseta. El corazón todavía va a deshora y me siento furiosa.
Izan ha jugado con mi mente. Quiere que le tema, provoca mi miedo, lo manipula. Esa es su manera de doblegarme, su manera de ganar. En otro tiempo, en otra vida, yo era su protegida. Ahora es mi jodido torturador, mi verdugo. No sé cómo enfrentarme a él. Al fin y al cabo siempre me había manejado a su antojo.
Era su mascota particular, quizás algo a salvajada, pero encerrada en la misma jaula que todos los demás. Con quince años nuestra relación pasó a otro nivel. No es de extrañar. Era una de las razones por la que su padre me dejaba vivir allí.
Recuerdo esa noche perfectamente. No era demasiado tarde, pero no se nos permitía rondar por la casa a partir de las diez. Cuando dejé la habitación de mi madre a las doce de la noche yo ya estaba fuera de lugar. Sabía que si me cogían habría castigo. De todas maneras merecía la pena. Lo hacía a menudo, cuando se me daba la oportunidad, aunque mi madre se volvía loca e intentaba echarme de la habitación, le costaba decirme adiós siempre. Cuando dejé el pasillo derecho atrás el corazón me dejo de martillear en el pecho. Quien sea que me cruzase ahora no me delataría. Era el servicio y el servicio me protegía. El camino estaba en penumbra pero escuché sus voces.
-No.
-Mierda Izan…
Parecía que Eliam e Izan estaban discutiendo. No solían hacerlo. Decidí sorprenderles, darles un pequeño susto y aligerar el ambiente tenso que parecía estar alrededor de ellos. Me acerqué con cuidado, estaban en un pequeño hueco del pasillo, de pie, uno en frente del otro.
-¡Bu!
Eliam saltó hacia atrás del susto chocando su cabeza contra la pared pero Izan solo se giró a mirarme, como si ya supiese que estaba allí.
Me reí de la cara de Eliam, sorprendido, con una mano en el pecho y la otra en la coronilla, aliviando el dolor del golpe. Casi no le alcanzaba a ver, pero su expresión era como poco cómica.
-Joder, que susto. –esas fueron sus palabras finalmente.
Me reí de nuevo.
-¿Qué haces por ahí gitana?
-Lo mismo que vosotros, solo que yo no tengo a nadie con quien discutir ¿qué os pasa?
Observo como Eliam se vuelve hacia Izan como si él sólo no pudiese decidir si contarme su pequeño enfrentamiento.
-Vete a la cama. –la orden suena seca y se expande silenciosa de la boca de Izan hasta mis oídos.
-¿Por qué? No es tan tarde.
-Porque lo digo yo.
Estaba acostumbrada a sus mandatos y sabía ignorarlos.
-Son las doce a penas, no lo es.
Su mirada se clava y sabe el efecto que tiene. Incluso siendo aún bastante crío sus ojos fríos te traspasan, pero soy cabezona. Está acostumbrado a que nadie le lleve la contraria. Muy mala costumbre. El silencio que nos rodea en ese momento es pesado y hay más tirantez y presión por parte de Eliam que por mí. Me siento tranquila.
-Pequeña ¿por qué no…?
Sabía que él acabaría interviniendo. En nuestra guerra de silencios Eliam busca mi derrota, pero no.
-Ya tienes que salir en su defensa.
-No es la defensa de nada, tiene razón.
-Bien, pues iros vosotros también.
Izan se alza de contra la pared como un resorte y tomándome del brazo me zarandea hasta mi propia habitación con mis protestas.
-¿Qué coño haces?
Solo me empuja. Miro detrás a Eliam en busca de apoyo, pero solo aparta los ojos hacia el suelo. Quiero gritarle que es un cobarde pero realmente no es el quien tiene la culpa, así que me giro hacia Izan dispuesta a todo.
-Métete en la cama, un solo ruido de más y aviso a mi padre, y todos sabemos de qué humor se pone y con quien lo paga ¿no gitana?
-Hijo de…
-Exacto.-me corta el insulto.
La puerta se cierra con suavidad. Me arrimo buscando escuchar.
-Ha sido exagerado
-Esta noche no tengo paciencia.
Oigo sus pasos alejándose hacia la habitación de Eliam. Jodidos imbéciles. Si fuese miedosa y me creyese a Izan me metería en la cama de puntillas, pero le conozco. Veo el desagrado en sus ojos cuando su padre pone la mano encima a mi madre. Para cualquier cosa. Sé que no va a permitir que se la castigue y menos por mi culpa. Decido contar hasta 100 de forma lenta, paladeando cada número y si estuviera menos enfadada me iría a dormir. No debería haberme tratado así, solo me tuerce más. Me atrevo en él 43 porque no oigo nada al otro lado y la impaciencia corre veloz por mis venas. Asomo la cabeza lo mínimo posible para ver el pasillo oscuro vacío y mis pies descalzos van hacia el cuarto contiguo. Sé que están ahí. La puerta no está del todo cerrada y es un error que todos vamos a pagar caro.
-No, ya te he dicho que si no puedo…-la voz grave de Eliam suena atrapada
-No lo entiendes.-Izan suena molesto, disgustado-No entiendes lo que planea mi padre para ella. No sé qué hacer.
-¿Y si la ayudamos a escapar?
No puedo verlos, están hablando en medio de la oscuridad, ni siquiera se han molestado en encender la luz.
-¿Escapar a dónde? ¿Has visto en qué mundo vivimos? No puede estar sola.
-¿Y si nos vamos con ella?
El silencio se prolonga durante unos segundos. No sé de quién hablan.
-¿Los tres?-la pregunta de Izan es más implicatoria de lo que parece
-Los tres. Podemos cuidarnos. Tienes dinero, ahorramos durante unos meses y nos largamos. No debemos nada a nadie. Así podrías alejarte de tu padre y nosotros conseguimos ser libres.
No pueden estar hablando de mí. Y escapar, ¿escapar? ¿Por qué? ¿A dónde?
-Solo hay un problema.-Eliam medita durante un momento el problema pero finalmente suelta la bomba.- Su madre. –y a la vez que pronuncia la que supongo que es mi mama, el pecho me retumba como si tuviese a un bailaor de flamenco. Hablan de nosotros. Hablan de mí. Hablan de mi futuro sin contar conmigo y la rabia me infla, me araña el pecho.
¿Qué es lo que planea su padre? ¿Cuál es el problema? Y lo peor, lo que más me duele de todo, ¿por qué no estoy en esta habitación con ellos cuando por lo que veo soy una de las actrices principales del acto?
-Daño colateral.-esas dos palabras tan simples para Izan retumban en mi cabeza durante unos segundos, ahogando la contestación de Eliam.
No me detengo a pensar, empujo la puerta con tanta fuerza que rebota contra la pared y el sonido se extiende por el pasillo silencioso. Esta vez ambos saltan, como si les hubiesen pillado con las manos en la masa. Lo he hecho.
Eliam está sentado como un indio sobre la cama, apoyando su espalda y cabeza contra la pared. Su mirada, antes perdida en el techo, ahora mira asustada hacia mí. Izan sigue de pie, justo enfrente en medio de las sombras, con los brazos cruzados contra su pecho delgado.
Veo la expresión lastimera de Eliam pero Izan se recompone pronto y esconde la sorpresa en una máscara vacía enrabietada.
-Te dije que te fueras a la cama.
Creo que tengo la cara rojísima de rabia. Me tiemblan las manos lo justo, pero las cierro en dos pequeños puños.
-No eres mi dueño. Ninguno lo es para decidir sobre mi futuro y menos sobre mi relación con mi madre.
Mis palabras les deja claro que se lo que se y eso les pone nerviosos.
-Se da que sí que lo soy gitana. Mi padre te acogió solo para que fueses mi juguete, puedo decidir lo que quiera por ti.
-Que te jodan ¡No me voy a largar de aquí, no sin mi madre!
-Baja la voz-pide Eliam
-¿Queréis seguir hablando secretitos a oscuras? Ni se te ocurra acercarte Izan-murmuro cortante al ver que da varios pasos hacia mí.-Seguir con esas y juro que iré a tu padre y me da igual recibir mi parte del castigo.
-No seas infantil.
-¿Infantil? Solo os escucho hablar de cómo largarse de aquí, intentando soltar todos los sacos de problemas para coger velocidad y yo soy a infantil.
Ambos se miran durante un segundo. Finalmente Izan prosigue su camino hasta a mí.
-Gitana, déjame explicarte.
La puerta se abre de pronto y es tan inesperado que vuelvo al presente en un parpadeo. Eliam está enfrente, con una bandeja entre sus manos y supongo que es comida. Me cuesta mirarle después de la infernal cuerda.
-Ya que la Mohama no puede ir a la montaña tu salvador trae la montaña a Mahoma.
Me tiende la bandeja y la tomo con suavidad hasta posarla en mi regado. Es pollo y ensalada y veo las fresas de postre que me revuelven el estómago. Creo que no voy a poder comer más fresas en mi vida.
-¿Cómo te encuentras?
Alzo la mirada para observar su rostro y obtener más información. No sé si se está burlando o es tan imbécil que me pregunta en serio.
-Dolorida. –digo sin tocar la comida.
-Veamos-sin dudarlo se sienta al lado de mis pies sobre la cama y agarra uno de ellos. Casi vuelco la bandeja.
-¿Qué haces? Tengo cosquillas
Sus dedos fuertes y hábiles recorren en círculos la planta de mis pies y si fuese menos dura me derretiría. Un gemido de alivio y placer se escapa de mí.
-Come.
Se concentra en la tarea y sus manos suben por mi pie a mi gemelo. Observo al gran tipo que hay sentado a mi lado, un Eliam más grande, mucho más confiado, pero igual de juguetón. Con un gran lado oscuro. Uno que no quiero provocar.
-No lo entiendo-digo finalmente dejando que sus dedos trabajen sobre mí.
-¿Qué no entiendes pequeña?
Sus ojos claros se alzan conectando con los míos y parecen el mar más tranquilo que he visto en mi vida. Una piscina demasiado profunda con un fondo oscuro, al menos desde arriba.
-Si no me hubieses esos…nudos infernales ahora no tendría dolor. Si me masajeas es porque no quieres que me duela. No lo entiendo.
Sus dedos paran y me preocupa haberle mosqueado de nuevo, pero no me echo atrás.
-No se trata de eso-dice al fin mientras reanuda su trabajo en el otro pie-No lo hago por hacerte daño, solo es una advertencia. No quiero que sufras.
Se inclina un poco hacia mí y su olor traspasa el del pollo. Sus manos suben, se enroscan sobre mis piernas hasta que se alza por encima de mí, dejando la bandeja de comida entre nosotros como escudo. La palma de sus manos está en el límite de mis piernas con mi culo. Por un segundo pienso en lo bien que se sentiría sin pantalones. Alejo la idea espantada. Estoy enferma.
Intento alejar mi atención de él, pero su susurro me hace mirarle:
-Ahora-sus labios se mueven cerca y creo que tienen una hipnosis extraña. Baja más cerca y cuando creo que me va a besar, cuando mi parte racional está bien muerta y enterrada, solo me suspira un- come.
Se aparta rápidamente alzándose y camina hasta la ventana. Miro en otra dirección durante unos segundos, dejando que el momento se disipe, pero tarda en irse. Finalmente me pongo a comer. Tengo más hambre de la que pensaba y me meto el pollo casi de forma glotona.
-¿Dónde has estado?
Me vuelvo hacia donde ha tomado asiento con la boca llena. Mastico y trago.
-Lejos
No es por ser borde, simplemente no confío nada en él como para contarle en qué lugares una mujer sola puede esconderse de la locura del mundo.
-Si te soy sincero no pensé que sobreviviría por ahí sola. Cuando estabas en aquella tarima…no podía creerme que fueras tú.
-Yo tampoco pensé que sobreviviría. Ya es difícil cuando eres una mujer, pero cuando además te buscan…-dejo de comer porque se me contrae el estómago.
-Izan siempre aseguró que lo conseguirías. No sé si se alegraba por ello o no.
-Me lo puedo imaginar.
-De todas formas él siempre te ha conocido mejor que yo.
No apunto nada más y las palabras de Izan sobre el supuesto intento de amor de Eliam me persiguen al notar un tono amargo en su frase.
Le observo, analizando sus gestos, pero de nuevo adopta esa postura y rostro despreocupado. Se relaja contra la silla como si hubiese sido hecha para él. Toda esa tranquilidad y lasitud contrasta con el control y furia que Izan siempre tiene a mi alrededor.
-¿Tú que has hecho?-pregunto en parte cortés y curiosa.
-Me formé en ciencias políticas.
Mi arrugamiento de nariz le hace reírse.
-No pongas esa cara, las cosas van a cambiar.
-¿A qué te refieres?
-A nada en particular pero…todo.-No hay que ser un genio para notar el poder que esa palabra crea en su boca. Su sabor dulce y enigmático.
Le miro escéptica.
-Veo que sí que eres político.
Se ríe con fuerza, contento y una sonrisa tira en mis labios. Me la toco incrédula. No recordaba lo fácil que era hablar con Eliam. Si lo medito, sí, pero toda su amabilidad y cariño estaba ensombrecido por Izan. Él había capturado mi atención desde el principio.
-Quiero cambiar el mundo.-su frase tímida invade la habitación, arrasando. Le miro incrédula.-Ya sabes.-dejo la bandeja en el suelo y me siento mirando hacia él.
Le observo, sus movimientos tímidos y nerviosos. La sonrisa de mi cara cae y la seriedad se implanta en nuestros rostros con un tinte amargo.
-No, en realidad no sé.
Abre la boca indeciso, pero la contestación no viene de él.
-El ingenuo de Eliam pretende establecer otro tipo de vida. –ambos nos vemos sorprendido por Izan y saltamos al unísono, orientándonos hacia la puerta- Abolir la esclavitud.-entra como si fuese el rey de la habitación, altanero, seguro de sí mismo-Restablecer el equilibrio entre ricos y pobres.-su sarcasmo hace daño a mis oídos, pero veo como hunde a Eliam-Toda esas cosas, gitana, que tú también deseas.
Mi disgusto se refleja en mi cara y veo como lo absorbe con una sonrisa tensa.
-¿Y tú no?
-No creo que me beneficien.
-Los deseos no se basan en beneficios.
-Los tuyos igual, pero eso es porque no tienes nada que perder.
Sus palabras pesan. No tengo nada que perder porque no tengo nada, pero... ¿Eliam? Él tiene muchas cosas que jugarse. Al fin y al cabo es un hombre, pero, ¿cómo se puede sentir al ser el esclavo de su mejor amigo? Izan no puede entenderlo, él siempre ha sido el señorito, no sabe las cuerdas morales y físicas que implican nuestra libertad en sus manos. Eliam luchando contra el mundo es nuestro grito de guerra, nuestra oportunidad, la victoria de la libertad de nuestros hijos y nietos, pero Izan…, Izan no puede concebir todo eso, no sabe lo que es la esperanza, no sabe lo que es luchar por algo que te pertenece al nacer y te arrebatan antes de engendrarte. No sabe la humillación que acarrea.
-O porque tú eres un cobarde.
El concepto cae en la habitación a plomo y la tensión sube unos grados. Unos cuantos grados. No son mis mejores palabras, pero lo pienso, lo digo y seguramente sufriré por ello. Estoy llegando a la conclusión de que soy una masoquista.
-Eliam, déjanos solos.
El odio en sus ojos me confirma que aún recuerda. Si fuese temperatura estaríamos en el infierno, ardiendo. Que se joda, mi mirada se endurece de forma chulesca y su sonrisa de respuesta pone todos mis pelos de punta. Hay una sombra en sus rasgos, un fantasma. Esa sombra me asusta, me hace una niña pequeña asustada, me vuelve débil.
-Eliam-no es un ruego, pero he oído como se pone en pie y no quiero que me abandone. Acabo de dar la cara por él.
El tiempo pasa en silencio durante los segundos que nos miramos. Solo el ruido de Izan acercándose a compás de un pequeño tic en el ojo derecho de Eliam.
-Izan…-pide entonces. Mi corazón salta en el pecho y los pasos de Izan se detienen.
No ha hecho mucho, pero para el Eliam que yo recuerdo, este enfrentamiento era impensable. Ahora el juego de miradas me deja fuera del protagonismo cuando el que ruega es Eliam. No pasa tanto tiempo.
-Quieres ir de agradable y comprensivo,-la voz suave de Izan es tenebrosa- sacar la cara por ella...Ha tenido que pasar tiempo para que lo hicieses.-se ríe un poco maníaco- Me parece perfecto tu nuevo roll, pero no te pongas en mi camino.
La derrota en su postura es clara pero no puedo detener su nombre en mis labios como última esperanza cuando le veo alejarse hacia la puerta. Ni si quiera se vuelve, solo cierra la puerta, pero oigo sus palabras de aviso.
-No le provoques.
Esa pequeña frase estalla en mi cabeza con fuegos artificiales. Mi madre me solía decir eso. No les provoques. Quizás yo había sido una provocadora toda mi vida, o simplemente Eliam sabe de Izan lo que mi madre de la gente como él, buscan cualquier excusa para ponerte la soga al cuello.
Y estaba cansada de ser cordero entre lobos hambrientos.
-¿Qué pasó Señor? ¿Te duelen los recuerdos?
Esto es lo que hago con el aviso de Eliam.
-Yo también me acuerdo de ella, aunque era pequeña, ¿crees que eras el único que la escuchaba? Su voz me persigue casi tanto como la de mi madre. Un gran cobarde .
Su gruñido me advierte y me pongo en pie.
-¿Crees que puedo tenerte miedo? No tienes nada, no tienes a nadie ¿Matarme? Venga, vamos. Ni siquiera te veo capaz, porque eres un jodido cobarde, eres igual que él, igual.
Sucede rápido. La bandeja sale disparada hacia la pared, dejando seguramente un reguero de salsa que casi no me había dado tiempo a probar. Intento levantarme rápida, pero termino sobre el suelo del empujón que me da cuando estoy en una posición poco equilibrada. Me duele la rodilla derecha del golpe porque ha sido la que se ha estrellado contra la alfombra. Se ha quedado de pie a mi izquierda y trato de alejarme. Noto su mano tomando un puñado de mi pelo y me arrastre hasta el balcón. Me arrastra porque ni siquiera me da tiempo a gatear. Grito de rabia y de dolor. Llegamos hasta la barandilla de piedra y me obliga a ponerme en pie. Mi espalda queda clavada contra ella y está tan cerca que casi no puedo alzar la cara para mirarle. No dice nada, solo toma con sus manos la parte baja de mi culo y me alza, sentándome sobre la piedra. Me agarro con fuerza a su cuello, un poco más de impulso y hubiese tenido un vuelo con final trágico. No me veía con muchas posibilidades de sobrevivir al golpe.
El sol me da de espalda e ilumina totalmente su cara, la tensión de sus facciones me dice que está muy enfadado. Alcanza mis brazos enroscados en su cuello y tira, deshaciéndose de mí. Fija mis muñecas, cada una envuelta en una de sus manos y me empuja, dejándome medio colgando, sujeta por sus dos anclajes y la fuerza de mis piernas agarrándose como pueden a la fría piedra.
No me atrevo a mirar hacia atrás.
-Esta es tu situación ahora mismo.
-Bájame-pido
De repente una de sus manos me suelta y agarro con fuerza su camiseta. Mi espalda se inclina más. Me sudan las palmas por el miedo.
-Pendes de mi paciencia-un dedo se aleja de la única muñeca que sujeta-y es un hilo muy fino.
-Izan, por favor.
-Pero, gitana, no tenías miedo a morir hace nada.
-Sí que lo tengo.
Su sonrisa congelaría el corazón de cualquiera. Le veo totalmente capaz de soltarme.
-Siempre me he preguntado si tu madre no podría haber escapado por aquí. ¿No quieres probar… otra vez ?
Sus palabras resuenan en mi cuerpo al compás del corazón. Yo hui desde aquí esa noche. Era un poco más pequeña que ahora y hay un recoveco, un recoveco en la esquina del balcón. Si lo intentase ahora moriría, pero era bastante ágil de aquel entonces. Eso y la adrenalina.
-No es por aquí.-digo finalmente.
Para mi sorpresa se ríe, como si hubiese contado el mejor chiste de mi vida. Igual era el último eso sí. De pronto me alza y me suelta, dándome el impulso suficiente como para agarrarme a él como si fuese un bote salvavidas. Me entierro en su pecho dejándome invadir por un olor que no debería de removerme como lo hace. Me toma de vuelta.
-Quizás ahora soy el cruel, pero recuerda una cosa. Eliam puede ir de caballero andante, pero siempre he sido yo quien te ha salvado el culo.
-y quién lo ha puesto en peligro.
Me revuelvo intentando tomar tierra. Mis movimientos bruscos hacen que termine soltándome de forma que acabo de rodillas ante él. Me sujeta por el pelo y me mira atentamente mientras me obliga alzar la cara a la suya iluminada por el sol. La intensidad que encierran sus ojos me pone nerviosa.
-¿Qué?
Por unos segundos el tiempo corre en silencio y el viento revuelve nuestra ropa y cabello. Sus ojos oscuros siguen opacos, sin brillo. Sus cejas se fruncen como si me viese sin verme, perdido en una serie de pensamientos. Su cara se contrae, marcándosele la mandíbula.
-Eres estúpida, ¿cómo acabaste en una casa de subastas?
El corazón se me paraliza al oír su acusación. De todas las cosas que podría haber barajado que estuviese pensando ésta era impensable. Le observo, planteándome si lo que me acaba de decir es serio, si de verdad está intentando hacer ese tipo de ataque.
-¿Cómo te atreves a decir eso?-le pregunto finalmente. Mis palabras me hacen cobrar aún más conciencia de su atrevimiento- No tienes ni puta idea de lo que es vivir ahí fuera, de cómo se sobrevive, de las cosas que ves.-le grito enfurecida.
Se inclina un poco más y la postura es demasiado dominante. Sus rodillas flexionadas me saludan a la altura del rostro.
-Lo que hay ahí fuera es lo de menos. No has sido lo suficientemente lista.-alza su mano libre y su tono tranquilo me hace tensarme. Tengo miedo a que me abofetee, pero lo único que hace es deslizar la yema de sus dedos por mi cara- Podías haber pasado tus últimos días sirviendo a cualquier tipo que hubiese pagado lo suficiente. –Suena tan calmado que me alarmo cuando de pronto introduce los dedos en mi boca, aplastando mi lengua. Remuevo la cabeza queriendo apartarme, pero me sujeta con fuerza- mamándosela, dándole el derecho a follarte la boca.- Noto como sus palabras se cargan de violencia. De un movimiento brusco me da la vuelta poniéndome de espaldas, encerrándome en sus brazos pero con la intrusión de sus dedos aún en la boca. Suelta mi pelo para llevar la mano a la entrepierna. Apartando la tela tantea rozando mi clítoris. Me sacudo mientras gruño alrededor de sus dedos. Hunde con facilidad uno en mí-Dejando que folle mi coño.-una confesión ronca que me produce un relampagueo de placer.
Sus dedos comienzan un ataque más rápido y sacudo las caderas contra ellos. Mi lengua se desliza por la yema. El calor interno asciende por mi cuerpo mientras los rayos de sol calientan mi piel.
-Gitana. Da igual lo mucho que Eliam y sus amigos insensatos consigan cambiar en el mundo. Tú seguirás siendo mía. No es un papel lo que te hace ser dueño de algo.
-¿Y qué lo hace?-pregunto en un gemido.
-Haber salvado su vida.
De nuevo me da la vuelta apoyándome contra el balcón y extrae sus invasiones. Sin titubear lleva la que estaba en mi coño a su boca y la de mi boca a mi entrepierna. Me pongo roja cuando le veo lamer sus dedos mientras me mira atentamente, como un jodido lobo relamiéndose.