De lo que pudo haber sido.

Ambivalencia.

Todo esto ha sido un estúpido error, una apuñalada traición contra el corazón y da igual lo mucho que maldiga ahora, la situación es delicada.

Toda mi vida he oído lo mismo.

La supervivencia es lucha, no atiende a principios, ni a reglas. Es la jungla, y en la jungla matas o mueres. O matas hasta que te matan.

El pañuelo que tapa mis ojos no me impide saber que ocurre alrededor, justamente eso es lo de menos. Siento el humo de los cigarros llenar mi cabeza cuando tomo una respiración profunda. El calor de las velas acaricia mi piel desnuda. Las respiraciones de los que se hacen llamar caballeros es fuerte y una música elegante llena una estancia que aún no he alcanzado a ver.

Maldita sea, yo no tendría que estar aquí. Y la perra que me engañó, me utilizó y traicionó pagará por ello.

Una mano huesuda agarra con fuerza la parte alta del brazo, haciéndome abandonar mis pensamientos asesinos y siendo más consciente de mi vulnerabilidad. Trato de relajarme, pero mis músculos no están de mi parte. Intento quitármelo de encima en un movimiento brusco y estúpido, pero a veces el instinto es imparable.

-Zorra estúpida

Le escucho maldecirme mientras me agarra de nuevo, aún más fuerte, zarandeándome de una forma que no agradezco ya que estoy subida a unos tacones imposibles que  maltratan mis pies. Me está hablando cerca, a un lado de mi rostro, lo sé porque su aliento nauseabundo se estrella contra mi cara.

-Te molería a palos si no fuese…

-Basta- una voz autoritaria detrás de mí interrumpe al tipo tanto en su discurso como en sus actos-Está tan tensa que pierde todo su encanto. –Noto su mano en la nuca, masajeando de forma gentil.

La rabia asciende por mi garganta en un gruñido. No es que pueda hacer mucho más, tengo una mordaza en la boca.

-Esta puta nos va a causar problemas, se ve a leguas que es difícil de trato.-gruñe despectivamente manos huesudas.

-No tienes ni idea del encanto que tiene una mujer así-argumenta el otro aún a mi espalda.

-No para los hombres que están ahí sentados.

La mano sigue masajeando mi nuca, casi con mimo, supongo que le caigo bien. Sin malinterpretar, sigo siendo una mercancía para él, solo un juguete nuevo para el mercado que parece atraerle en algún punto.

-Veamos si podemos calmarte un poco-una mano ancha acaricia con suavidad mi estómago desnudo en una caricia lenta, en un contacto ligero de la yema de los dedos.

Intento mantenerme firme. Sabía que esto iba a pasar, llevo preparándome días para ello, pero una cosa es que lo pienses y otra que ocurra en la realidad.

-Tan tiesa como un palo. –gruñe al frente con mal aliento de nuevo.

-Cállate-la música cambia de canción- Vete a prepararlo todo, yo me ocupo de ella.-está tan cerca que sus pantalones rozan mis piernas desnudas.

Su mano sigue masajeando mi nuca y escala hasta la unión de las cintas de la mordaza. Lo afloja y la mierda estancada en mi boca cae al cuello como si fuera un collar, dejándome libre. Unos segundos de silencio se extienden.

-Un simple gracias estaría bien-cierro la boca fuerte, apretando los dientes en un desafiante silencio. Su mano sigue jugueteando alrededor de mi cuerpo y alcanza en la parte baja, por la parte trasera, lo que delata quien soy-¿No?- pregunta de forma burlona mientras recorre el tatuaje- Me encanta las mujeres como tú, si no estuviese completo y satisfecho ahora mismo no dudaría en comprarte.

  • Tienes suerte entonces- murmuro sin poder detenerme. Después de tanto tiempo mi voz suena seca, como un camionero.

-¿Y eso?- el tipo es curioso y juguetón.

-Por qué mataré a quien lo haga.

Una risa profunda sacude su pecho haciendo que su camisa de material suave roce mi espalda. Unos dedos toman mis mejillas y giran mi cara hacia atrás, alto, como si en realidad pudiese ver y quisiese que contactásemos ojos.

-Suerte entonces muchacha.- unos labios se acurrucan contra los míos, después en insistencia su lengua entra en mi boca y arrastra algo con ella. Antes de darme cuenta una mano tapona mi boca y mi nariz- Trágalo, solo es un relajante.

Intento aguantar, incluso mis muñecas se sacuden dentro de las esposas en busca de apartar la palma de su mano, pero mi fuerza no rompe el material con las que están aprisionadas a mi espalda. Estoy a punto de desmayarme por la falta de oxígeno cuando me obligo a tragar.

-Tozuda, cariño, acepta la situación, eres una superviviente.

Tiene razón. Lo soy.

-Esos hombres,- me susurra mientras me gira de nuevo el rostro para que mi oído izquierdo quede a disposición de conversaciones inentendibles, sobre el derecho se instala su boca- son tu futuro, no seas estúpida.

Con esas noto como se aleja de mí. Quizás ahora mismo esté sola y sea el momento que he estado esperando para escapar, pero todo me dice que no es una buena idea. No veo, y mis manos encadenadas no van a poder hacer mucho en arreglar eso. Así que aunque mis piernas ahora mismo estén libre para que corra, no sé a dónde ir, ni que hay a mí alrededor. Solo me quedo quieta, en pie, esperando sin saber que esperar.

La mierda que me ha dado no tarda en actuar. Ni siquiera se ha molestado en colocarme de nuevo la mordaza. Mis músculos se han relajado como si no tuviesen fuerza en ellos. Un latido de necesidad ha comenzado en mi entrepierna. Sí, solo un relajante.

Manos huesudas ha vuelto y está de mejor humor, ni siquiera me ha dirigido la palabra. El hombre a mi espalda no sé si ha marchado. Mi cabeza empieza a entumecerse, como si estuviese metida de lleno en una nube de niebla que envuelve todos mis sentidos.

Siento que  la música cesa de una forma lejana, embotellada.

-Es la hora-mano huesudas vuelve directo a mi brazo pero lo siento de una forma lejana, como si estuviese rodeada de algo esponjoso que enmascara el contacto directo.

Tira de mí con insistencia y es difícil moverse en esos tacones de por sí, no hablemos cuando se está drogado. Me obligo a dar pasos cortos porque el tipo no frena el ritmo y no quiero caerme. Me indica casi con asco que a continuación hay tres escalones y por mucho que lo intento tropiezo en el primero y en el último. Oigo las risas de los hombres supongo por mi torpeza antinatural mientras un altavoz confiesa:

-Empezamos la puja señores, espero que estén dispuestos esta noche a dejar dinero porque tenemos material nuevo, fresco y totalmente refrescante. Un ejemplo de esto es la primera pieza. Pequeña pero matona, con un metro sesenta de altura y cincuenta kilos está mujer de veinticinco años ha vivido de forma salvaje hasta ahora. Es difícil de encontrar este tipo hoy en día-manos huesudas me obliga a girar sobe mi misma dando un espectáculo repugnante.

-Gracias a Dios-un hombre grita y oigo como el resto se ríen.

-El tatuaje de su cadera deja claro como era su vida antes. No sabemos cuáles son sus antecedentes pero si a alguien le gustan los huracanes esta chica puede satisfacer todos sus deseos de desafío. El atractivo de domar lo que no ha sido domado.

-Yo no la veo tan peligrosa-apunta otro.

Me gustaría enseñarle lo peligrosa que puedo llegar a ser, pero atada como estoy y drogada, sin armas, no es que haya sido mi mejor momento.

-Por desgracia no es virgen, pero tiene su culo sin probar aún y un buen par de tetas. La verdad es que no es difícil hacerse una buena paja mirándola.

-Yo prefiero que me la haga ella.

Me mareo de pronto por culpa de un calor repentino que sacude mi cuerpo. Manos huesudas tiene que sujetar mi tambaleo. Las risas, los comentarios, se enredan en mi cerebro. Me entran ganas de vomitar, quiero correr, pero no se hacia dónde, ni cómo. Pierdo el control de mis sentidos con facilidad.

-Caballeros, caballeros…silencio por favor-las risas se apaciguan un poco-Todo aquel que esté interesado puede subir al estrado, los demás pido silencio y respeto a las compras ajenas.

Oigo el sonido de pasos lejanos, retrocedo alejándome asustada, pero manos huesudas toma mis hombros aprisionándome en el lugar, justo delante de él. Lo primero que noto es una mano en mi cadera, obligándome a darme la vuelta con insistencia. Guiada por el agarre de mis hombros acabo de espaldas al curioso que repasa con lentitud las trazas de mi tatuaje.

-Jamás le intentaríamos engañar, Señor. –dice humildemente mi captor

Un pequeño soplo sabedor, de claro signo de duda, roza mi nuca. Otras manos me obligan a dar la vuelta y van directas a mis tetas, que palpan y aplastan, raspan mis pezones. Doy una patada a ciegas y alcanzo una espinilla o algo así mientras manos huesudas tiene que sujetarme por la cintura para que no me caiga de bruces.

-Salvaje. –una corriente de aire barre cerca de mi cara y siento que me van a abofetear.

-No-murmura alguien-no es vuestra.

Un gruñido de puro mosqueo, pero contra todo pronóstico parece que salgo sana y salva de la situación.

El mismo hombre que mostró interés por el tatuaje recorre con suavidad mis labios. Sé que es él porque sigue el mismo patrón de caricia.

-Es bonita- su voz me indica que es el que impidió que tuviese ahora mismo un lado de la cara rojo.-Quiero verla los ojos.

-Señor, no tenemos permiso…

-Solo un segundo-pide con fuerza.

Oigo maldecir por lo bajo a manos huesudas mientras comienza a deshacerse del material que cubre mis ojos. La venda se desliza con suavidad y mis ojos caen directamente sobre una camisa blanca, limpia, y un traje negro. La luz que entra por los laterales del cuerpo del hombre que se encuentra ante mí molesta a mis pupilas dilatadas, así que no trato de mirar más allá. Una mano toma mi barbilla con suavidad para alzarla y mis ojos se posan en una cara que conozco.

-Sí-la mirada de ojos claros es inteligente, conocedora. La misma mirada que había dejado atrás hace siete años-Él estará encantado.

Solo puedo quedarme boquiabierta mientras su expresión de deleite declara mi pesadilla. Ha dicho tanto en tan pocas palabras que me tambaleo alejándome y busco mi voz para intentar rechistar, quejarme, o simplemente pedir clemencia, pero mi lengua parece pesada dentro de mi boca, inservible, así que no me da tiempo a apuntillar nada antes de que manos huesudas vuelve a dejarme a oscuras.

Hace un minuto estaba asustada y desorientada, ahora todo es mucho peor.

Me siguen tocando, pero si antes estaba entumecida, ahora estoy en otro lugar. Impresionada, herida por lo que me acabo de topar, me dejo caer derrotada contra el cuerpo de manos huesudas, que me sujeta sin rechistar.

La voz pide con gravedad que por favor los caballeros tomen asiento de nuevo y comience la puja. Estoy tan abrumada que dejo que el tiempo que corre en mi contra pase con mi favor. Quiero bajar de este lugar y esconderme, pero ya no hay guarida para mí. Lloraría si fuese una persona débil.

Eliam está aquí, hace unos minutos recorría con parsimonia mis labios. Siete jodidos años, libre, siendo lo suficiente astuta como para ir siempre un paso por delante, un segundo de distracción, una perra traicionera y estoy en sus manos de nuevo. Y si estoy en manos de Eliam entonces estoy en manos de Izan.

Soy una chica muerta.

-Álzate muchacha, no sé qué te ha dado el imbécil de antes, pero írguete de una vez.

Ya lo intento manos huesudas, lo intento, pero es difícil, las piernas están tan tambaleantes que parecen gelatina en medio de un huracán.

Les oigo pujar por mí como si no lo estuviesen haciendo. Las voces son bajas, profundas y me obligo a mí misma a no prestar a tención. No quiero escuchar a Eliam. Ni debo. Por eso me sorprendo de lo rápido que acaba todo. En un segundo estaba enfrente de mí mi segunda peor pesadilla y al siguiente manos huesudas me baja del estrado con órdenes bruscas y me lleva rápidamente hasta algún lugar. Solo me empuja dentro de algún sitio y oigo el sonido de la puerta siendo cerrada. Del empujón he caído de rodillas y doy gracias, porque un poco más fuerte y habría sido mi cara. Es difícil protegerse cuando las manos están a tu espalda y son más un estorbo que una ayuda.

Estoy asustada, indefensa y los efectos de la pastilla empiezan a ser segundarios. Alguien me ha comprado, y espero que ese alguien no sea quien creo. El estómago se me retuerce de miedo, comienzo a tener frío. Me arrastro hasta una esquina donde me hago una bola de pánico, descansando mi culo desnudo contra un suelo frío y sucio.

Me he quedado medio adormilada, lo sé porque me despierto cuando escucho el sonido de la puerta. Levanto la cabeza hacia ese lugar como si pudiese ver. Alguien entra, el aire cambia y la puerta se cierra de nuevo. El corazón me va a mil, tan rápido, tan fuerte, que creo que me va a dar un infarto.

Intento calmarme por mi bien y porque si no dejo que el corazón deje de zumbarme en los oídos aparte de ciega estoy sorda y eso ya dificulta mucho más todas mis posibilidades.

Alguien camina hacia mí, oigo sus pasos, se agacha al frente. Intento apartarlo de una patada, pero esquiva, o imagino que lo hace porque solo le doy al aire. Una mano grande y caliente agarra con fuerza mi cuello, estrujándome contra la pared y jadeo de miedo. Tiene que notar mi pulso acelerado sobre su palma, conectada directamente con mi cuello. Unos dedos se enganchan en la tela de los ojos y tira, quitándola de un golpe brusco. Si antes casi me desmayo al encontrarme a Eliam al frente, ahora se me para el corazón. Izan me mira con una expresión incrédula, furiosa e incomprensible.

Los años pasan para todos ¿verdad? Ya no es un adolescente, solo me hace falta observarlo un segundo para darme cuenta de los ángulos duros de su cara, la rudeza de su expresión y el vacío sentimiento de sus ojos. Desvío la mirada más allá de él, a pasos de distancia, de pie, con los brazos cruzados, Eliam observa la escena con una sonrisa cómplice. Vuelvo los ojos a Izan. No los ha apartado de mi rostro, recorriendo cada palmo, cada una de mis pecas.

-Te dije que era ella-es Eliam, en la distancia, quien interrumpe el momento tenso.

Su agarre sigue en el mismo lugar sin aflojar lo más mínimo.

-Lo veo-gruñe simplemente.

Suelta mi cuello casi como si fuese una acción en contra de su voluntad y se alza, retrocediendo unos pasos hasta quedar casi a la misma altura que su amigo. Me encojo más sobre mí misma mientras les miro como si fuese un animal atrapado, acorralado y sentenciado. Lo soy.

Les observo evaluándolos lentamente. Izan es finalmente un poco más alto. Se pasó toda la niñez luchando por su estatura, siempre más pequeño que Eliam, siempre compitiendo, siempre perdiendo. Eliam tiene un año más y nunca paraba de restregárselo. Eran tan distintos físicamente como por dentro, al menos de pequeños. Mientras que Izan tenía sus luchas internas en un ambiente misterioso, enigmático, bastante melancólico, impregnado en un aura malvada, Eliam era un salvaje ruidoso, un vikingo descontrolado en plena batalla, disfrutando de la sangre de sus enemigos, empapándose en ella, un verdadero guerrero medieval.

-¿Y ahora?-murmuro simplemente, asustada, desviando la mirada lejos de ellos.

-Ahora eres nuestra.-me responde Eliam

Comienzo a reír histéricamente de lo impensable y extraña que es la situación, de los nervios que atacan a mi cuerpo haciéndome temblar. Pego aún más las rodillas contra el pecho, intentando taparme, fundirme con la pared. Está fría, tan fría como yo, tan frío como sus corazones.

-Levántate-La orden de Izan es clara, rebota entre las paredes de la habitación, o mejor dicho del cuartucho de mierda. Me permito el primer vistazo alrededor, aunque a los pocos segundos me arrepiento. El lugar es una basura. Completamente vacío, una jodida bombilla desnuda encendida y colgando en el medio de la habitación, con un balanceo casi fantasmal producto de una corriente de aire que no sé de dónde cojones entra pero que está en contacto permanente con mi cuerpo haciéndome temblar. Las paredes blancas están llenas de manchas que no quiero ni plantearme de que son.  Dando un vistazo solo puedo acabar en el mismo lugar donde empecé, sobre los rostros de dos hombres que esperan con poca paciencia que actúe.

No lo hago, lo que sí, me vuelvo hacia ellos. Izan no me está mirando, está perdido en la misma pared donde estoy apoyada, con los ojos duros, muertos.

-Me gustaría que me soltarais- pido con valentía

El silencio nos cubre como un manto pesado sobre nuestras cabezas. Nadie se mueve, no estoy seguro que alguno de nosotros esté respirando.

-Y ponerme algo de ropa-prosigo casi con rabia

Eliam me mira con una cara seria y sé que el momento es difícil. No le recuerdo con una expresión tan complicada. Izan se encara de pronto contra mí, camina y me toma del pelo obligándome a levantarme con el tirón del mismo hacia arriba.

Consigo ponerme en pie a base de su tirón, de la fuerza de mis piernas y apoyándome contra la pared. Nos miramos fijamente, directo, durante unos segundos y veo la tormenta que vive en sus ojos. Es él el que pierde al apartar la mirada.

-Vamos-gruñe.

Tira, obligándome a caminar todavía sujeta por el pelo. Intento frenar pero no suelta, solo se afirma más su sujeción.

-Izan…-solo es una advertencia de Eliam

Es entonces cuando se queda quieto, pero no afloja su puño alrededor de mi cabello.

-¿Algo que decir?-le pregunta en un claro desafío. Eliam rueda sus ojos de él a mi como si fuese un partido de tenis.

La negación con la cabeza es más una derrota que una negativa.

-Larguémonos-suelta finalmente.

Salimos primero ambos, con el vikingo cubriendo nuestras espaldas. Sería muy ingenuo creer que no me está mirando el culo durante todo el camino. Izan no, no desvía su mirada ni por casualidad hacia mí.

El pasillo es gris, de hormigón, no se han molestado en hacerlo bonito. Estrecho. El sonido de mis tacones marca mis pasos tambaleantes. La droga sigue en mi sistema. Una puerta al final anuncia la salida a algún lado. Izan la empuja con fuerza y salimos a la noche como fantasmas. Hace frío y llueve. Alzo la cara hacia el cielo, dejando que las gruesas gotas me cubran, como si pudiesen limpiarme.

Hacía semanas que no salía a la calle. Tomo una bocanada de aire fresco, inflando mis pulmones. Parece que ambos respetan durante un segundo mi contacto con la naturaleza.

La puerta da directa a un callejón de mala muerte. Un coche está aparcado en solitario en la oscuridad. Izan tira de mí hacia él, desbloqueándolo a distancia. Me introduce de un empujón en la parte trasera, haciendo que caiga sobre los asientos. Eliam me aparta las piernas para tomar su sitio e Izan se pone al volante.

El pelo me cae sobre la cara mojada como utensilio para esconderme, como si de nuevo fuese una niña pequeña que creyese en ese tipo de cosas. Intento sentarme, Eliam me deja. Tomo un par de bocanas de aire intentando relajarme. Izan conduce rápido, ni siquiera sé en qué ciudad estoy. Llueve fuerte y la zona está desierta, solo polígonos industriales entre maleza creciente como si fuese la última rebeldía de la naturaleza, su último intento de lucha contra toda la industrialización.

No aguanto el silencio y la tensión que se vive en el coche. Parece como si hubiese una bomba entre nosotros a punto de explotarnos en la cara. De explotarme. Son detonantes.

-¿Así cuál es el plan chicos?-pregunto burlonamente, básicamente porque soy el tipo de persona que no puede callarse cuando debe hacerlo. Con todo no contestan a la provocación –Eh, no me ignoréis, ¿tanto tiempo buscándome y ahora no tenéis nada que decirme?-espero, pero sus cabezas ni siquiera se giran en mi dirección-Vaya se os comió la lengua el gato.

-Eliam-la voz forzada de Izan se extiende en el coche, tensionando más la cuerda enrrollada alrededor de la llave de la granada.

Eliam me coge por sorpresa mientras me giro hacia él, toma mis piernas de nuevo y tira de ellas, haciendo que mi espalda vuelva a estar contra los suaves asientos. Mis manos quedan aprisionadas contra mi espalda y el mullido cojín. Se echa sobre mí. Sus ojos verdes, claros, me observan con dureza, sin explicaciones. Agarra mis tobillos separándolos todo el espacio que hay.

-Suéltame-intento pegarle con los tacones en la cara, pero solo me recoge los tobillos juntos y dobla las rodillas aplastándolas contra mí-Suéltame maldita sea-me sacudo como un pez fuera del agua.

Me toma la cara para que lo mire.

-No tengo mucho que decirte, pequeña.-me murmura con suavidad con una sonrisa algo siniestra-Más por hacerte.

Su mano toma la cremallera de su pantalón y la baja. El sonido se extiende.

-¡No!-grito intentando alejarme, pero estoy bien sujeta-¡No! ¡Eliam!

Su polla entra en mí de un golpe y es doloroso. Grito con fuerza, con rabia.

-¡Para!

Su movimiento de caderas es rápido, fuerte. Noto que estoy llorando porque lo veo vidrioso, y más que el daño que hace es la humillación.

-¡Para!... ¡suéltame!

Solo me mira, siguiendo sin cesar, sin mostrar debilidad, pena o ningún tipo de cariño. Sus ojos me observan de forma implacable, no hay dolor en ellos, no hay placer. Es un castigo, una forma de recordar que soy para ellos, en que me voy a convertir. Giro la cara, retirándole el privilegio de verme llorar. Mis ojos se clavan en las manos morenas que conducen.

Es injusto, tan injusto. Toda la vida huyendo de esto, viviendo en las sombras, siendo escoria para una sociedad corrupta y enloquecida, solo para acabar en el mismo lugar, como si llevase nadando años en medio del mar y muriese al pie de orilla.

Las manos de Izan se ven tranquilas y aunque no alcanzo a ver su rostro sé que estará imperturbable, igual que el de Eliam. Se ve que violar no es algo anti moralista para ellos, al menos violarme. El dolor de mi entrepierna se funde con el del corazón, en un grito tormentoso que paro justo antes de que ruga en mi pecho.

-¡Vamos!-grito de pronto-¡Vamos! ¡¿Solo tienes eso?! ¡Vas a necesitar la ayuda de tu amigo!-se lo digo con burla, como si no me estuviese partiendo, rompiendo en miles de cachitos.

Me agarra la cara tapándome la boca y girándome de nuevo hacia él. Su ritmo aumenta, pero no hay ningún otro contacto entre nuestros cuerpos, solo su polla y su mano. Le observo, ciega de odio, de rabia y el me observa a mí, manteniendo toda neutralidad, como si más que mirarme estuviese en otro lugar. Puede que esté pensando en otra mujer, pero por su expresión poco pasional diría que más bien está pensando en la lista de la compra. Por un momento deja un poco más de libertad a mis piernas y disfruto al darle un buen taconazo en la cara. Me suelta la boca para llevarse la mano contra su mejilla dañada mientras un grito más de sorpresa que de dolor sale de su pecho. Aprovechando que cesan sus embestidas intento escapar, pero no me da tiempo antes de que vuelva a asegurarme fuertemente. Veo como levanta la mano en el aire y sé que me va a pegar, a abofetearme, solo que cuando está bajando a velocidad hacia mi rostro, se detiene y gira bruscamente hacia mi pelo, tomándolo fuertemente, haciendo estirar el cuello. Le miro a los ojos, no segura de porque ha cambiado de idea, pero si antes parecía traspasarme con la mirada, ahora la tiene perdida contra la puerta sobre la que mi cabeza rebota.

No sé cuánto tiempo sigue, estoy perdida observando su cara, viendo como sus dientes se aprietan en su boca igual de fuerte que la mía. No está disfrutando de esto, es una lección. Cada vez me siento más lejos de este lugar, nunca había tenido una sensación así, como si estuviese por encima de todas las emociones que atenazan a mi cuerpo, de todo el dolor. Casi no me doy cuenta cuando para. No se ha corrido, lo veo cuando guarda su sexo de nuevo en su lugar y está algo duro, pero no del todo. No entiendo nada.

Me quedo tirada sobre el asiento, mirando al techo del coche, escapando de ese lugar mentalmente. No me duele nada, no siento nada. Solo una muñeca vacía.

Cierro los ojos. Supongo que me duermo.

Alguien me zarandea con insistencia, clavando sus dedos en mi brazo. Abro los ojos totalmente despistada, asustada. Por un segundo no sé dónde estoy, no sé quién es la sombra que se cierne sobre mí, pero consigo enfocar y ver el rostro tenso de Izan sobre mí.

-Muévete.

Un vistazo alrededor me dice que sigo en el coche. Intento desengarrotar los músculos y estirar como puedo los brazos. Me duele todo el cuerpo y el nudo de la garganta aparece de nuevo cuando contacto con los ojos de Eliam, de pie justo al lado de la puerta. Quiero escupirle, gritarle, darle una paliza, pero estoy cansada, agobiada y derrotada. Solo me limito a fulminarlo con la mirada mientras salgo del coche, pero la mierda de los tacones me hace difícil mantenerme en pie. Me duele a horrores.

Por un momento el mundo se para cuando miro alrededor. Retrocedo golpeando la puerta del vehículo. Ahora quiero volver dentro. La casa que hay al frente me mira casi burlonamente, regocijada, como si hubiese sentenciado hace años mi vuelta a aquel infierno. El color blanco con las columnas romanas siguen siendo suyos, quizás repintada, con algún cambio en las barandillas de los balcones, pero lo demás, lo demás seguía igual.

Mi vuelta a Madrid había sido a ojos tapados, pero no había duda de que esa jodida casa estaba donde había estado toda su vida. En medio de un terreno enorme, aún bien cuidado, con su jardín trasero, lleno de rosales. Tan bonito como mortal.

Eliam echa a andar con calma hacia ella, pero yo me niego a caminar. Me niego a dar pasos hacia esa dirección. Izan me toma del pelo de nuevo, conociéndome, sabiendo que no voy a colaborar.

-Vas a tener que llevarme a rastras.- le digo entre los dientes apretados, aguantando el dolor.

No me contesta, ni siquiera se vuelve, solo me agarra y me coloca contra su hombro como si fuese un saco de patatas. Su brazo se envuelve alrededor de la parte baja de los muslos, juntándolos fuertemente contra su cuerpo, impidiéndome el pataleo. Mi estómago se clava duramente contra su hombro.

-¡No!-jadeo nerviosa, histérica.

Veo el suelo al revés, primero la hierba bien cortada siendo aplastada por los elegantes zapatos oscuros de Izan, pero cuando el primer peldaño blando queda visible comiendo a gritar como si estuviese loca. No digo palabras coherentes, son más bien maullidos agudos. Noto que mi cuerpo no solo se sacude por mis intentos de soltarme, sino de puros nervios, de agitación incontrolable.

La puerta está abierta, supongo que gracias a Eliam y cuando entramos al enorme hall los recuerdos me sobrevienen de una forma inconexa e imposible de digerir. Supongo que estoy sufriendo un ataque de pánico. Eso, a ellos, no les importa demasiado.

-Deberíamos calmarla algo-susurra Eliam

-Déjala

Izan atraviesa la entrada, dejando atrás las impresionantes y lujosas escaleras que suben a la segunda planta, para llevarme hacia el salón, donde me deposita sin cuidado contra el sofá.

Me levanto como si estuviese ardiendo, como si el más mínimo contacto con cualquier cosa de esa casa fuese venenoso. Lo era. Mi visión es borrosa, pero lo suficiente para que el recuerdo me aclare que todo sigue en el mismo lugar. Alguien me toma de la cara, volviendo la mía, orientándola.

-Contrólate. –Izan me gruñe, casi como si fuese un perro

Si pudiese lo haría, amigo. Intento tomar respiraciones profundas, calmadas. El aire impregnado en olor de rosas vuelve a llenarme los pulmones y mi niñez retorna a mi cerebro. No, hasta respirar es malo.

Veo como se observan durante un segundo, algo dudosos, inseguros, y me alegro de que ellos se sientan así en su propia casa. Es Izan quien toma la iniciativa y agarrándome de la nuca me arrastra fuera del salón hacia las escaleras. Me dejo guiar, solo intentando calmarme, observando al paso que la puerta está ya cerrada y que por ahora no hay escapatoria. Cuando llegamos arriba, caminando sobre la roja alfombra, se que las cosas van a ir a peor cuando me conducen hacia la derecha.

Los pasillos están más libres, con menos cuadros y trastos, pero los colores siguen siendo los mismos, como si de nuevo tuviese diez años y corretease de un lado a otro.

Me preocupa cuando alcanzamos la antigua habitación del Señor de la casa, pero el corazón martillea cuando paramos justo en la siguiente. No pienso entrar ahí. Clavo los tacones sobre el suelo, haciendo que rocen la madera, dejando un rallonazo. No parece importarles.

-No-gimoteo

-Oh, pero zorrita, ¿no quieres la habitación qué era de tu madre?-pregunta Izan regocijantemente

De un golpe rápido echo la cabeza hacia atrás, golpeándola contra su pecho, no es que haga mucho. Abre la puerta y me empuja con violencia de nuevo, haciendo que de nuevo aterrice no muy elegantemente contra el suelo.

-Ahora espero que tengas claro cuál es tu posición aquí-me mira duramente, frío, casi en un estado jocoso, disfrutando de cada segundo.

Cierra la puerta después de eso y me quedo encerrada en una habitación en la que la última vez que había estado había matado a una persona.

-Quizás deberíamos enviar a alguna de las criadas a que la calmase

Izan mira a su medio hermano como si estuviese loco, como si no se pudiese creer lo que acaba de escuchar. Su corazón va a cien por hora desde que Eliam había ido a buscarle para informarle que había comprado a otra nueva esclava. Y no una esclava cualquiera.

No podía creérselo, quizás por eso no pudo resistirse a quitarle la venda y observar su rostro palmo a palmo, pero su pelo ya la delataba, aunque el cuerpo había cambiado algo. Esos ojos medio amarillentos le habían devuelto una mirada asustada después de siete años. Todo ese tiempo él no hubiese apostado ni un pequeño de su pelo del cuerpo a que la encontrarían, pero el destino era perro para todos, incluso para ella.

-Se las puede arreglar sola, no quiero que hable con nadie, salvo por desgracia con nosotros.

Eliam le mira un poco dudoso. Él también tiene motivos para estar enfadado, pero su personalidad le hace tomarse las cosas de una forma más calmada, más optimista. Por el contrario Izan era…mucho más complicado. Si no había entrado en la habitación con ella para desarmarla era porque no confiaba en sí mismo en ese momento. Aunque exteriormente no se le notaba, estaba totalmente alterado. Podía desde matarla hasta abrazarla y ninguna de las opciones era válida, al menos en lo referente a su muerte, por ahora.

-Izan…ha pasado tiempo-es el único argumento que sale de los labios de su amigo.

Le observa ir a por la botella del wiski, posada limpiamente sobre una pequeña mesa redonda de cristal, al lado de las enormes cortinas. Se sirve un buen vaso.

-Se quedará sola hasta mañana-los dedos de sus manos revolotean en el interior de la chaqueta sobre la llave. La llave que la hace su prisionera.

Al contactar con los ojos claros de Eliam se corrige y se dice para sí mismo que es de ambos. Nuestra prisionera. Su amigo asiente, de acuerdo con el plan y ambos se toman un buen vaso de wiski.

El miedo. Hacía tiempo que no lo sentía tan real, tan cercano. He conseguido quitarme las monstruosidades de los tacones a base de cabezonería y de clavarme la tira en la piel de los pies, pero al final descansan sobre el suelo. No tengo otra cosa que hacer que echarme en la cama, en una mullida cama que hacía semanas que no disfrutaba y envolverme en las suaves sábanas. Es difícil estar allí tumbada, pero me intento sobreponer a la situación, imaginarme que no estoy en el lugar que estoy. El dolor en mis muñecas es fuerte. Llevan atadas mucho tiempo a mi espalda y es incómodo en cualquier posición que tome.  Oigo el sonido de los pasos antes de nada y me siento sobre el colchón con rapidez, haciéndome un pequeño ovillo. Una llave da dos vuelta sobre la cerradura y la luz del pasillo inunda parte de la habitación de forma rápida, porque una sombra se cuela y cierra de nuevo, tomándose su tiempo en cerrar.

Me he acostumbrado a la oscuridad y soy capaz de ver que es Izan quien me mira desde la puerta. No sé qué decirle, y debería decirle algo, porque su cara no es de amigos.

-Izan…-empiezo suavemente

Hace años habíamos sido amigos, mi protector, mi pequeño héroe. Parecía que de eso hacía una vida.

-¿Qué?-me corta con fuerza. El arrastre de la letra del final me indica que está algo ebrio.- ¿Cómo me has llamado?

Da unos pasos hacia la cama y me intento alejar. Le he llamado por su nombre. No me atrevo a decir lo obvio, siento que para él he cometido un error importante.

-Yo…-intento justificarme de alguna manera, pero no sé ni por dónde empezar, ni lo que sabe.

Salta sobre la cama como un guepardo y va directo a yugular. Se alza sobre mí sin problema, mientras que tirando de las piernas me obliga a tumbarme. Entonces se de pronto a que ha venido, a hacerme el mismo castigo que Eliam y no estoy segura de que pueda soportarlo de nuevo.

-Yo no soy Izan para ti,-gruñe- soy tu Señor, tu Amo.

Las palabras se clavan en mi corazón como si fuesen agujas. Retrocedo en el tiempo, pero nuestros papeles cambian y nos convertimos en nuestros padres.

-Tú nunca serás eso- se lo digo desafiante, con la experiencia desde fuera de una niña viendo a su madre convertirse en nada.

Él se ríe roncamente, como si esperase una respuesta así y estuviese deseoso de enseñarme lo equivocada que estaba. Su mano va a mi pecho desnudo, golpeándolo a mano abierta con un poco más de fuerza que una caricia. Sus ojos observan como rebotan y me siento humillada, lo está haciendo para eso. Veo que sus ojos algo brillantes se posan sobre ese lugar.

-No recordaba que las tuvieses tan grandes.

-fíjate, yo recuerdo perfectamente que la tenías pequeña

Quizás era un punto que no debería haber presionado, me doy cuenta cuando su cara se vuelve una máscara de ángulos duros y oscuros. De pronto me toma de la cadera y me obliga a ponerme a cuatro patas, elevándome el culo todo lo posible y controlándome tomando con una mano mis muñecas atadas juntas.

-Ahora vas a sentir lo pequeña que la tengo.

Noto su polla contra mí y durante un segundo no puedo remediar mecerme contra ella. No es que esté caliente…es complicado de explicar. Quien está a mi espalda fue mi primer amor, a uno que nunca dije adiós. No dice nada antes mi acto digamos extraño, solo se sumerge de un golpe, tal y como Eliam. La diferencia es que Izan deja sacar un sonoro gruñido, dejándome claro que él está aquí, disfrutando de cada segundo, relamiéndose de mi dolor, por eso intento conservar el quejido dentro de mi cuerpo mordiendo los labios, manteniéndolos cerrados.

No la tiene pequeña, no la recordaba así y si tenía alguna duda la embestida me deja claro lo equivocada que podía estar. Me inclino hacia delante intentando escapar. Su mano libre agarra con fuerza mi cadera, clavando la yema de sus dedos duramente sobre mi carne. Gruño, en un sollozo duro que escapa sin poder remediarlo de mi pecho. Mi cara está aplastada contra la sábana que envuelve el colchón. Desearía tener la mordaza puesta, para no tener que concentrarme tanto en no emitir ningún ruido, sin embargo la maldita rebota contra mi barbilla en el movimiento oscilante de la cama producto de los fuertes movimientos con los que se está clavando en mí.

Por mucho que me duela todo lo que está pasando, no puedo evitar tener una tímida respuesta sexual de mi cuerpo, que me enfurece terriblemente. No quiero sentir ningún placer, no por autocastigarme, sino todo lo contrario, por mantener una dignidad a la que parecen estar empeñados en quitarme.

Su mano suelta mis muñecas, que se quedan más o menos sobre el mismo lugar, o es que pueda moverlas a mi antojo, y va hacia un punto al que no quiero que se acerque. Mi clítoris recibe contento la atención que sus dedos le regalan, incluso un gemido de placer se extiende en la habitación.

Intento alejarme de esa tentación. Izan se inclina más sobre mí, hasta que parte de su peso está sobre mi espalda, hundiendo más mis rodillas y mi pecho contra el colchón.

-Tu placer está en mis manos, da igual que no quieras correrte, o que quieras hacerlo. –es un susurro lento contra la parte de mi cara descubierta.

-No-grito cuando su mano aumenta las caricias sobre mi clítoris.

No quiero sentirlo, preferiría que fuese como ocurrió en el coche con Eliam, permitirme una escapada del infierno al que me arrastran.

El problema es que ni Izan ni mi cuerpo están de acuerdo conmigo.

-Vas a convertirte en nuestra putita.-confiesa encerrándose en mí una y otra vez, de forma algo jadeante, calentándose más con sus propias palabras.

Una mano se cuela con insistencia entre mi pecho y la sábana y agarra el cuello, alzándome, echando ambos cuerpos hacia atrás. Casi acabo recostada contra su pecho. Me hace moverme ejerciendo presión hacia arriba y hacia abajo sobre el cuello. Sus dedos frotan rápidamente mi entrepierna y voy a correrme. Estoy acompañando sus movimientos con unos míos propios. Mis manos frías agradecen el calor que su abdomen le proporciona. Sus dedos paran y da una palmada contra mi monte de Venus, hambriento. Gimo, y me retuerzo más fuerte contra su polla.

-Sigue gustándote- casi parece algo sorprendido.

¿Qué esperaba? Fue él quien me dio mi primera experiencia sexual. Le pedí que me ayudara, que me enseñara, y eso hizo, me enseñó a complacerme a complacerlo. Eso incluía casi siempre que el sexo nunca fuese suave.

Sus dedos se clavan fuertemente contra mi cuello. Otra palmada y maúllo por alivio. Me restriego contra sus dedos, que de nuevo vuelven al clítoris mientras utilizo ese movimiento para incitar una mayor velocidad en sus embestidas.

-¿Qué pasa si ahora paro?-se detiene, quedándose fuera de mí, totalmente en control.

-No-pido sumisamente, retorciéndome, echándome hacia atrás en una clara posición de ofrecimiento.

Es humillante, pero estoy caliente, estoy malditamente caliente, ni siquiera cuando éramos más jóvenes esto se sentía así. Me pregunto si tiene algo que ver la droga que me dieron. Solo sé que noto que mi entrepierna arde.

-Eras para mí,-su mano aprieta sobre mi cuello, haciéndome sentir algo asfixiada-ibas a ser mía...,-se separa, empujándome de nuevo contra el colchón y alzándose, intimidándome con su estatura, con su cuerpo- te hubiese cuidado, habrías tenido cada cosa que querías, pero me traicionaste.

-Izan…-murmuro angustiada dándome la vuelta hacia él.

Una bofetada acaba con mi súplica angustiosa.

-No vuelvas a decir mi nombre, esclava.- está lleno de odio.

Le observo vestirse de nuevo. No puedo dejarlo así, le debo una explicación, y aunque eso no justifique sus modos, al menos puede calmarlo.

La mejilla me arde y totalmente humillada me levanto y me pongo de rodillas sobre el suelo.

-Perdón.-digo claramente y oigo como deja de vestirse-Por favor, perdóname, o al menos déjame explicarme y luego júzgame.

Una mano engancha mi pelo, alzándome la cara para mirarnos. Tiene la expresión tan dura, tan increíblemente tensa que parece feroz.

-No hay nada que escuchar ni nada que decir. Puedes arrastrarte lo que quieras, suplicarme, lo único que conseguirás es que disfrute más.

Se me han llenado los ojos de lágrimas. Me suelta y se dirige a la puerta.

-Desátame las manos al menos-le pido poniéndome en pie, intentando recuperar parte de mi dignidad.

No se gira ni a mirarme, simplemente mete la llave, abre y cierra, dejándome sola de nuevo.