De lo que pudo haber sido 2

El nombre no marca quien eres, tu actos si.

Tumbada sobre la cama dejo que las sombras del pasado se arrastren desde todos los rincones de la casa para cubrirme. Sus cuerpos fantasmales rondan mi cabeza, se enredan en mi corazón estrujándolo hasta convertirlo en polvo entre sus garras.

No recuerdo nada antes de esta casa. Había sido mi refugio, mi patio de recreo, mi escenario de romance prohibido, mi dolor y mi crimen. Una jaula enorme que se había cercado sobre mí a medida que la ingenuidad infantil me abandonaba.

No quiero estar en esta habitación. Es espeluznante la forma en que el pasado se junta con el ahora en un revoltijo vomitivo.

Desde pequeñita había desarrollado un sentido de la justicia extraño para el mundo loco en el que vivimos.  Mi madre siempre me decía que era muy sensata, pero parece ser que para una mujer eso no es un buen calificativo, al menos para ellos.

Imágenes fragmentadas olvidadas en el fondo de mi cerebro luchan por salir a la luz, como si una cámara no dejase de disparar y con cada fogonazo de luz un recuerdo se colase en mi mente.

Había tenido que escapar después de lo esa última noche, pero no antes de hacer justicia, no hasta que su sangre baño mis manos y mi sed de venganza.

No, deja el tema.

Tomo varias bocanadas de aire profundas mientras una capa de sudor frío envuelve mi cuerpo como si estuviese enferma.

Todo el movimiento de los últimos días me ha empujado de lleno en el mundo caótico y corrompido del que me he escondido. He estado tanto tiempo fuera de la sociedad que ahora todo me parece un sin sentido producto de un abuso paciente, un yugo bien envuelto sobre nosotras. Las mujeres no somos valoradas más allá de lo que tengamos entre nuestras piernas y lo bien que trabajemos. No hay libertad, no hay recompensas. Somos esclavas, trapos usados hasta ajarlos, romperlos, ensuciarlos. Quizás con cinco años ese tipo de cosas pueden pasar inadvertidas, al fin y al cabo mi madre me sonreía al verme, el dueño de la casa no me prestaba atención y tenía dos amigos que realmente me cuidaban. Todo eso cambia cuando los años se van sumando a tu espalda y entonces tu madre puede derrumbarse contigo, porque no tiene nadie más. Cuando la mirada deja de ser inocente y capta detalles siniestros en cada acto.

Ella había cuidado de mí y aunque nunca había luchado por sí misma, había luchado para mantenerme a salvo. Nunca se lo podría agradecer.

Una tímida lágrima resbala por mi cara cargada de amor y una dulce sonrisa se extiende sobre mis labios.

Y aunque ahora esté aquí, aunque vuelva a caer, aunque de nuevo esté entre estos garrotes con dos perros hambrientos dispuestos a destrozarme, no voy a dejarme vencer. Vi a mi madre caer en la sumisión y solo la llevo a la muerte. Yo no moriría de rodillas, saldré de aquí y sino que mi último aliento sea un grito de guerra.

Y con ese pensamiento el nudo de la garganta se desanuda lo suficiente como para dormirme.

Estoy tan profundamente fuera de juego que me despierto solo cuando el sol me da en plena cara y una voz jovial me informa:

-Buenos días, pequeña.

Es Eliam, lo sé incluso cuando no he conseguido abrir los ojos. Estoy acurrucada hacia el lado de la ventana. Le veo de pie, cerca, y en respuesta a su sonrisa perfecta la comisura de mis labios se elevan en una tímida respuesta hasta que recuerdo lo que ocurrió ayer y mi cejo fruncido termina con todo. Se acerca a mí y no puedo evitar el instinto de retroceder. Me mira con gesto calmado, con una suavidad impensable para el Eliam que recordaba.

-Quiero soltarte las manos.

Suena bien. Que me toque ya es menos agradable. Me alzo hasta sentarme y es él quien rodea la cama buscando mi espalda. Su palma cubre casi por completo la parte baja de mi cuello en un contacto suave y tranquilizador. No necesito que me tranquilice, solo que me suelte para poder sentir mis brazos de nuevo.

-Va a doler cuando los muevas.

Lo sé genio, pero mejor antes que después. Oigo el clic liberador e intento desplazarlas a la parte delantera, pero lo único que siento es un hormigueo en la zona del cuello y en la punta de los dedos. Un dolor comienza a extenderse por ellos y sin previo aviso los dedos de Eliam comienzan a masajear con ternura la carne de mi brazo derecho. Es aliviante, pero me zafo de él con un movimiento más bien ridículo, producto de un zarandeo hecho con el hombro sobre un brazo que no responde. Cierro ambas manos en un paño fuerte moviendo los músculos y las apoyo sobre mis muslos.

Una mano cae con suavidad sobre mi hombro.

-Mucho mejor ¿no?

Me giro hacia él con una cara que seguro refleja la tensión e incomodidad que siento. Su voz calmada es jovial, alegre y acompaña a su cara en una unión perfecta. Eliam había sido mi mejor amigo en esta casa, siempre me sentí mucho más unida a él que a Izan, quizás porque ambos éramos hijos de esclavos. Con los años pensé que tendríamos un futuro parecido, que ambos nos cuidaríamos las espaldas.

Nada más lejos de la realidad.

No contesto a su pregunta y cuando entiende que no voy a apuntar nada más su mano va a mi cabeza y revuelve mi pelo en un movimiento infantil. Solía hacerme eso cuando éramos niños. Algo se aprieta en mi pecho.

Me aparto asqueada de su tacto. No había tenido problemas con él antes de irme, pero lo que me hizo ayer había sido...Trago fuerte aliviando la tensión de mi garganta.

Su mano se aleja con lentitud de mí y veo un pequeño chispazo de dolor en su cara, como si mi rechazo le resultase desagradable. Que se joda.

Se aleja reanudando su sonrisa, mostrando confianza y cierta arrogancia. Se desplaza hasta la puerta.

-Entiendo que necesitas tiempo para acomodarte a la situación.-apunta dándome la espalda.

-No voy a acomodarme a nada-gruño mientras de un tirón me deshago de la mordaza que aún cuelga en mi cuello. La lanzo al suelo con rabia.

Se ha girado para observar mi rabieta.

-Pequeña, sé que es difícil para ti…

De pronto me río de sus palabras en un carcajeo amargo, que duele sobre el pecho. Mi intromisión termina con su posible discurso.

-Eliam, verás-me levanto con calma, notando como me duele cada músculo del cuerpo-No va a ver ningún tipo de adaptación, no vais a convertirme en ningún robot, no sé qué recuerdo tienes de mí, pero…-hago una pausa dramática, dando un vistazo a la habitación inundada por la luz solar. Parece menos terrorífica. Vuelvo hacia él, que me mira desde la puerta, apoyado contra el arco con expresión neutra. Su pelo algo largo refleja los rayos solares y sus ojos claros parecen brillar casi de forma sobrenatural. Era un hombre guapo.-…si no me dejáis marchar voy a intentar mataros y bueno…-me miro las uñas como si estuviese totalmente tranquila-eso va a hacer que alguien muera ¿no?

-Seguro que podemos llegar a un acuerdo.

-Yo no trato con cerdos.

Un elevamiento sorprendido de cejas me deja claro que no esperaba que me comportase así. Bien, Eliam, te presento a la verdadera mujer que se escondía en mí.

-Solías ser mucho más dulce de cría, pero no diré que no me gustas así.

Le miro a los ojos, desafiante, pero no entra en ningún tipo de batalla, solo me analiza durante unos segundos. Se centra en mi cara con una paciencia impropia para él. Eliam había cambiado también.

-Tienes ropa en el armario, coge lo que quieras. Después baja a desayunar, tienes que estar hambrienta.

¿Qué? ¿Me va a dejar libre? Asimilo sus palabras confusa.

-Y por favor, no me hagas arrepentirme de haber convencido a Izan de que salieras de este cuarto ¿Entendido?

-Te acabo de decir que no tengo pensado seguir órdenes.

-Pequeña, piensa en lo que te conviene. Te veo abajo.

Y con esas se larga caminando por el pasillo silbando y veo la puerta abierta de par en par.  Esto…esto es una especie de broma. Algún juego sin sentido. Con rapidez abro el armario y tomo unos pantalones de chándal y una sudadera. En otro cajón hay un sujetador que me queda algo pequeño y unas bragas. No hay calcetines por ningún lado ni zapatos, aparte de los abandonados por mí la noche anterior. Prefiero pisar cristales a volver a ponerme aquellos monstruosos tacones, así que decido ir descalza.

No salgo corriendo de la habitación. Aunque me conozco la casa no me siento con fuerzas para enfrentarme a lo que hay más allá. Me asomo con timidez al pasillo y lo encuentro vacío. La alfombra rojiza y los cuadros me devuelven un saludo desagradable. Quiero rajar y quemarlo todo.

Algún día.

Me vuelvo hacia la ventana de mi habitación y los jardines alumbrados por el sol de un día espectacular me dan un saludo que no quiero devolver. Intento abrirla pero como pensaba está encadenada. Camino fuera de la estancia dispuesta a ir a mi antigua habitación. Voy lento escuchando cada sonido, cada posible amenaza que me aguarde. Atravieso las grandes escaleras que llevan a la parte baja y me imagino a mí misma corriendo sobre ese pasillo como tantas veces hacía de pequeña. Eliam iba detrás intentando alcanzarme haciendo de zombi o fantasma e Izan nos observaba jugar con una expresión más vieja de lo que debería. Era intenso de una forma extraña, como si supiese más que los demás y todo ese conocimiento fuese siniestro. Quizás era así.

Si me concentro puedo escuchar mis risas haciendo eco sobre ese pasillo, de los gritos cuando Eliam extendía los brazos y casi me alcanzaba, pero yo siempre era más rápida, más ágil. Casi siempre al menos. Un estremecimiento me recorre al llegar a un punto del otro lado del pasillo. Era la zona de servicio y se nos permitía jugar en ese lugar. Eliam hacía de fantasma corriendo detrás de mí después de contar una de esas historias terroríficas que tanto le gustaba relatarme. Era asustadiza y aunque Izan solía reñirlo, él siempre insistía y yo siempre escuchaba, básicamente porque era curiosa y esa curiosidad podía con todo. Eliam solía ser un gran orador. Cuando terminó y comenzó a hacer el tonto me levanté como un rayo del suelo donde habíamos estado sentados y eché a correr al verle dispuesto a atraparme.

Me conocía la distribución de aquel pasillo con los ojos cerrados. Conocía cada mesilla, jarrón y cuadro. Por eso casi siempre corría mirando hacia atrás, calculando la distancia a la que Eliam estaba y moviendo mis pies de acuerdo al plano que tenía guardado y memorizado en mi cabeza. En ese plano no se encontraba una persona firme que paró mi carrera cuando choqué con fuerza contra unas piernas, cayendo de culo en un gruño de dolor y sorpresa. Cuando miré hacia arriba confusa, el Señor me miraba como si fuese una cucaracha fácilmente aplastable. Lo era.

-Levántate.

Los gritos de guerra de Eliam dejaron de pronto de sonar cuando se dio cuenta de la situación, pero no me giré a mirarle, no me atrevía a darle la espalda a aquel tipo que todos obedecían y llamaban Señor.  Era tan alto en ese momento para mí que casi lo recuerdo como una sombra alargada y siniestra. Pero si me pongo a pensar recuerdo su cara. No era muy mayor, con el rostro despejada de todo pelo, mi madre le afeitaba todas las mañanas. Izan tenía los mismos ojos, pero mientras que los de mi amigo los veía avispados y pícaros, los de él los veía llenos de tinieblas, otra extensión más de todo ese aura terrorífica.

-¿No me has oído?

Asentí con un movimiento brusco y me puse en pie con rapidez.

-Estúpida cría.

Aún ahora veo como levanta el brazo dispuesto a abofetearme, tenía tanto miedo que no me atrevía ni a apartarme. Es uno de esos momentos en que las cosas parecen ir más despacio pero aun así no puedes evitarlas, solo recibir el castigo y quedarte callada. Eso es lo que siempre decía mi madre.

Algo me agarró la parte de atrás de mi camiseta y tiró con fuerza, alejándome del golpe y haciendo que el Señor golpease el aire vacío. El corazón me iba muy rápido en aquel momento, no solían castigarme y mucho menos pegarme, al fin y al cabo la gente de allí me tenía cariño y casi nunca me topaba con aquel hombre siniestro.

-Izan.-sus ojos oscuros miraron más allá de mí.

Me volví lo suficiente para ver que la persona que me ha lanzado hacia atrás ha sido él.

-Padre, no ha sido su culpa, Eliam le estaba contando una historia de miedo.

-Si yo…-Eliam quería respaldarnos.

-Callaros. Me dais vergüenza. Ambos os echáis la culpa de algo que claramente ha provocado ella. Eso es lo que hacen las mujeres, crean el problema y luego nos hacen creer que la culpa es nuestra.

-Pero padre ella…

-¿Desde cuándo se te permite dar tu opinión? Veo que estás pasando demasiado tiempo con el servicio, conspirando contra mí.

-No, yo solo…

-¡Basta! , esto no es un juego Izan, tienes que comportarte como un adulto. No son tus amigos, ni tu familia, son tus esclavos. Trátalos como tal-y con esas el bofetón estalla contra mi cara de una forma sorprendente. Mentiría si dijese que en aquel momento me lo esperaba o que no me dolió. El hijo de puta me bateó fuerte, pero aunque en ese momento no entendía nada, me erguí y lo miré con ojos fríos. No grité, ni lloré. Me quede plantada ahí, con un lado de la cara terriblemente rojo y siendo de nuevo totalmente ignorada. Ninguno de los dos se acercó a consolarme en ese momento. Y estaba bien, porque no lo necesitaba.

Me quito la mano de la mejilla golpeada. La había puesto allí inconscientemente mientras ese recuerdo hacía un viaje turístico por mi cabeza. Con rabia la alejo. Dejando esa vieja historia a parte, paso las habitaciones del servicio sin toparme con nadie y me pregunto qué hora será Girando a la derecha de forma automática, como si dejar de vivir en aquel lugar hubiese sido un precioso sueño, llego a mi antigua habitación, justo al lado de la de Eliam. Al menos así era antes. Recuerdo el cartel que colgaba cuando era más cría. Lo había quitado cuando tenía quince, simplemente porque era rosa y tenía un unicornio. Me creía demasiado mayor para eso.

Acero la mano temblorosa al picaporte. Con suavidad lo bajo y empujo, pero ahí termino todo. Está cerrada con llave.  Lo intento dos veces más antes de apoyar la palma con delicadeza sobre aquella madera. Éste había sido mi verdadero refugio, mi casa. Me quedo plantada como si dentro me esperase mi antiguo yo para regalarme una sonrisa. Hacía tanto que no sonreía… Niego con la cabeza, disipando la tristeza. Retiro con suavidad mi mano de aquella antigua y gastada puerta y decido dar media vuelta, bajando al comedor. Tengo hambre y en algún momento me tengo que enfrentar a ellos, así que deshago todo el camino. No puedo evitar mirar la puerta principal atentamente mientras paso ante ella. No me creo que sea tan sencillo como abrirla y echar a correr. Todavía no soy tan estúpida.

Mis pies se hunden en la suavidad de la alfombra y camino sin hacer ruido. El sol inunda la estancia en cada oportunidad que tiene, colándose por cada recoveco. Veo al fondo del salón a Eliam sentado en una de las señoriales sillas, está inclinado sobre la mesa, observando atentamente el periódico y sujetando una taza a distancia media entre la mesa y su boca. Parece relajado. Hace años solo los amos de la casa podían sentarse sobre una de esas lujosas sillas y gozar de un manjar. Ni siquiera a Eliam, que por alguna extraña emoción el Señor trataba como a un hijo, se le permitía tomar asiento en aquel lugar.

Las cosas han cambiado.

Mi escudriñamiento hace que Eliam levante la mirada buscando. Seguramente ha notado que alguien le observa con intensidad. Cuando me ve me llama con el dedo índice de su mano, indicando que me acerque. Lo hago con lentitud, cautelosa.

-Siéntate y come lo que quieras.

La mesa está llena de comida. No solo café y cereales, que es de lo que se compone principalmente el desayuno del servicio, quizás con un poco de pan con mantequilla. No. Había dulces, grandes trozos de tarta y pequeños pasteles, incluso embutido. Pero eso no es lo que me llama más la atención. La fruta fresca brilla por el sol como si fuese celestial. Mandarinas, peras, cerezas, melocotones, fresas. Dios, fresas. Solo las pude probar una vez en la vida y gracias a Izan.  Mi mano se dirige involuntaria hacia ellas y agarra dos. Me meto una en la boca de golpe, y no es que sean pequeñas. Una explosión de frescura sacude mis papilas gustativas y no puedo parar el gemido de felicidad que se cuela por mi garganta.

Eliam se ríe por lo bajo y da un trago de la taza, observándome jovialmente.

-Siéntate.

El corazón se altera cuando de nuevo escucho esa invitación. Nunca me había atrevido a pensar que en algún momento pudiese hacerlo. Puede parecer una tontería, pero maldita sea, no lo era. No para mí. Le miro dudosa.

-Vamos.

Me hace un gesto con la cabeza a la vez, animándome. Sin pensarlo más tomo asiento delante de él y dejo mullirme en una de las sillas. No es que tengan nada especial, es más lo que representan. Si el Señor estuviese aquí y viese a una mujer hacer lo que estoy haciendo le daría un ataque al corazón. Sonrío con la idea y le doy un mordisco más recatado a la otra fresa. Eliam deja de mirarme y se centra de nuevo en el periódico. Mi madre me había enseñado a leer en secreto. Nunca se lo había dicho a nadie, sobretodo porque cuando aprendí ya tenía la edad suficiente para saber que los secretos son necesarios y que el que sobrevive es el prudente.

Miro hacia el papel sin disimulo.

-¿Quieres que lo lea en voz alta?-pregunta con suavidad, sin levantar la vista.

Le miro con más dureza de la que debería. Al fin y al cabo me lo dice por amabilidad, no por humillarme. Me encojo de hombros. En realidad no me importa lo que pueda poner. Los medios de comunicación están comprados.

-Hay algo que te puede interesar.

Me alzo un poco sorprendida. Nada de lo que ponga ahí puede interesarme a ningún nivel. Eliam me sonríe con insistencia. Igual está jugando. Me inclino por más fresas. Puedo ponerme mala por comer muchas, pero prefiero jugármela a desperdiciar la oportunidad de disfrutar de ellas. Nunca sabes cuándo puede ser la última vez.

-No creo que pueda haber nada de ahí para mí.

Eliam asimila la rabia que encierran mis palabras. Hay mucho odio, mucho dolor.

-Pequeña, deberías…

Oigo el portazo de la puerta de la entrada y me tenso como un arco. Estoy sentada de espaldas, escondida por el gran respaldo de la silla. Eliam pierde algo de su sonrisa cuando alguien entra.

-Izan-dice retomando la alegría.

Estrujo un poco las dos fresas que sostengo ahora en la mano de los nervios y me pongo en pie, no dispuesta a dejarme llevar por el pánico. A medida que salgo de detrás de la silla dos ojos oscuros me fulminan.

Trae unos pantalones de vestir grises, algo más apretados de la cuenta y una camisa blanca. La corbata algo suelta al cuello le da un aspecto desaliñado. La expresión de su cara es bastante feroz. Recorre mi atuendo con rapidez.

-Veo que no te ha quedado clara tu posición en esta casa.-está enfadado y lo descarga aún más conmigo.

Llevo una de las fresas a la boca y la mastico con una chulería que solo sirve para provocarle más.

-No sé a qué te refieres.-murmuro con la boca llena.

Mi provocación surge efecto y camina de pronto hacia mí con rapidez. Oigo el ruido de una silla arrastrándose y veo como Eliam se interpone en su camino.

-La he invitado yo Izan, cálmate. –su tono calmado no hace mucho por arreglar la situación.

Para sus pasos y la sonrisa siniestra no solo hace que retroceda de mi sitio, si no que aleja a Eliam. De nuevo reanuda su marcha hasta alcanzar la silla en la que estaba, donde toma asiento. Ni siquiera me mira. Me alejo algo más, intentado no estar a su alcance por si le da por hacer algún movimiento brusco en mi dirección.

Con tranquilidad toma la cafetera y se echa café en la taza que yo iba a utilizar. Pega un trago, tomándolo solo. Se inclina y agarra el periódico. De reojo veo como Eliam vuelve a su sitio. Me planteo coger otra silla y seguir comiendo. La verdad es que tengo hambre.

-Ni se te ocurra.

Ha notado como mi mano se posaba sobre otro respaldo, dispuesta a apartarla y dejar hueco para sentarme.

-¿Tienes hambre?-pregunta Izan sin dejar traslucir nada.

Miro hacia Eliam porque no me fio. No se ha girado hacia mí ni para preguntarme. Toma otro sorbo y su mirada cae sobre el artículo que Eliam estaba leyendo. Veo como su expresión se enturbia más. Quizás Eliam tenía razón y realmente era algo que me interesaba.

-Sí. –respondo finalmente.

Con esas cierra el periódico y lo dobla. Todo había sido por postureo, para aparentar una tranquilidad que en realidad no está sintiendo.

-Aquí para comer hay que trabajar.

-¿Tú crees?-le pregunto mientras me como la última fresa que aún sostenía en la mano.

Oigo un pequeño suspiro de Eliam, pero no me echo atrás. No debería provocarlo. Finalmente se ha girado hacia mí y su expresión me recuerda a la de su padre. No hay nada que me pueda producir más asco, ni más temor.

-Que graciosa está la zorrita por las mañanas.-El silencio que se deja vivir después es pesado, noto el pitido de los latidos del corazón.-Ven a comerme la polla.

Me río en un ataque nervioso, Izan da otro trago al café, tranquilo.

-No.-digo cuando las carcajadas cesan.

-Tres segundos.-es su única advertencia.

-Pequeña…

Todavía Eliam me anima a que lo haga. No soy una prostituta, no soy una esclava. Soy una persona y bien me van a tener que obligar para hacerlo.

-No-repito y con esas salgo de entre las sillas, dispuesta a alejarme de ellos. No sé cuando empecé a correr, quizás cuando oí el sonido de la silla siendo arrastrada, o al escuchar el primer paso, pero corro como si no hubiese un mañana hacia el baño. Recordaba que tenían pestillos. Solo tenía que llegar. Llevaba la mitad de las escaleras cuando Izan me alcanzó y no me lo podía creer. Joder, yo era la rápida de los tres.

-Te has vuelto muy lenta.

Ni siquiera está jadeando. Me agarra del pelo y aunque tiro en contra haciéndome daño, solo hago que me sujete con más insistencia, rodeándome por debajo de los pechos con el otro brazo. En un movimiento me alza, cargándome contra el hombro igual que la noche anterior y me lleva al mismo lugar.

Grito de furia y por primera vez veo por el rabillo del ojo a una señora, plantada de pie, observando el espectáculo. No me cuesta reconocerla cuando la observo un poco más atentamente. Patricia me regala una lágrima al ver lo que ocurre. Había sido como mi segunda madre y la había abandonado en aquel lugar. Antes de darme cuenta Izan gira y la pierdo de vista.

-¿Qué pasa zorrita? ¿Qué pasó con la altanería de allí abajo?-él habla por encima de mis gritos sin ni siquiera alzar la voz, como si su tono tuviese la frecuencia perfecta para no poder ser obviado.

Me suelta en caída libre y de nuevo me hago daño en el mismo lugar que la última vez. Joder. No me da tiempo a recuperarme antes de que me coloque de rodillas cogiéndome del pelo. Su mano se mueve rápida a su bragueta y con facilidad desabrocha el botón y baja la cremallera. Está duro, su polla se aprieta contra sus calzoncillos pegados con insistencia. Empujo con fuerza su cuerpo, intentando alejarlo de mí mientras me coloco de cuclillas, cayendo hacia atrás. El cuero cabelludo me duele, porque con todo él no ha soltado. Miro hacia arriba casi con pánico y dos imágenes se superponen. Su padre y él me miran a la vez de forma burlona. Esto es lo que sentía mi madre cada vez que él venía. Grito de rabia y comienzo a dar patadas. Acaba tumbándose sobre mí para detener mis movimientos bruscos. El suelo se clava contra mi cuerpo. Noto la dureza de sus músculos cuando por agotamiento decido parar. Cuando le miro a la cara no veo por ningún lado al niño pequeño que conocía, o al adolescente con quien hacía el amor. Solo veo a un hombre bastante muerto, tan siniestro y arisco como su antecesor.

-Eres asqueroso.

Se lo digo con todo el veneno con el que unas palabras pueden impregnarse. Supongo que no le importa demasiado porque no tarda dos segundos en mover su mano hacia la cremallera del chándal.

-Desde ahora no vas a salir de esta habitación. –ordena mientras queda a la vista mi sujetador y mi carne a medida que la cremallera cae-No quiero que te vistas, no quiero que tengas nada, salvo la cama. Y dependiendo de cómo te comportes igual te hago dormir en el suelo.

-No es nada que no haya hecho antes. –le rebato.

Una sonrisa siniestra inunda su cara y me hace estremecerme de miedo. Se apaña para con un movimiento brusco alzarme y darme la vuelta, poniéndome de espaldas a él. Toma mis manos y con unos giros de la chaqueta mis brazos quedan enredados entre el material del chándal. Gimo agobiada.

-Y ahora-me agarra del pelo y me obliga a arrodillarme.-el pago de las fresas.

Se saca la polla, o mejor dicho se baja el calzoncillo mientras que la carne se expande liberada. No voy a hacerlo. No por las buenas. Cierro herméticamente la boca y los ojos. Está bien, porque lo primero que hace es restregármela por la cara y me siento usada y asqueada.

-Las putas como tú no saben apreciar la buena carne, pero te voy a hacer una especialista.

De un tirón brusco baja mi sujetador, dejando libre mis tetas, que se tambalean durante unos segundos.

Oigo el ruido de la puerta al abrirse y cerrarse. Unos pasos que se acercan. Unas manos desde atrás envuelven mis pechos. El calor se expande por ellos.

-Pequeña,- unos dedos grandes toma mis pezones, los acarician entre el dedo gordo y el índice haciéndolos rodar- colabora- una lengua hace un recorrido caliente y húmedo por el cuello-y te encantará.

-La boca-el discurso y los actos eróticos de Eliam es interrumpido por la voz demandante de Izan mientras su polla presiona contra mis labios.

Igual no estaría mal dejarse llevar…si fuesen otras personas. Una mano se aleja de mi pecho y baja por mi estómago hasta perderse por debajo de los pantalones.

-Podemos hacer que te sientas tan bien…Abre los ojos.

Lo hago, no sé porque pero su voz suave me guía, me tranquiliza. Lo primero que me topo de nuevo es con la polla de Izan y sus ojos que se mueven de mi cara a mis tetas, como si no pudiese escoger. Noto el calor de un cuerpo a mi espalda y sé que Eliam está justo detrás. Al mirar para abajo veo sus manos morenas trabajar sobre mi cuerpo.

-Abre la boca-pide todavía con suavidad.

Niego con fuerza. Mientras un dedo, que había estado rozando con suavidad mi clítoris sobre las bragas, se cuela entre el material y entra en mí.

Me retuerzo no muy segura de si quiero escapar de la sensación o no. Izan toma mi cara orientándola hacia él.

-¿crees que eres la primera valiente que se niega?-me lo pregunta de forma tan burlona que me dan ganas de morderle. Le enseño los dientes en forma de aviso. Él simplemente se ríe mientras se estira hasta la cómoda, de dónde saca algo del cajón.

Sé que ese algo no me va a gustar. Lo sujeta entre sus dedos dejándolo colgar y enseñándolo. Unas cintas negras y un aro de hierro lo suficientemente grande. Me echo hacia atrás, para quedarme en el pecho de Eliam mientras un segundo de dedo entra y me mezo contra él en un gemido demasiado femenino para mí. Su otra mano pasa de torturar un pezón a otro y está consiguiendo ponerme malditamente caliente. Noto contra mi culo lo duro que está.

Su boca respira cerca de mi oído poniendo mi piel de gallina. Un tirón más fuerte de lo que para mí es necesario en mi pezón hace que me queje y abra a boca. No ha sido casual. Izan aproveche para ponerme ese jodido aparato que me deja como una muñeca hinchable. No se lo pongo fácil. Zarandeo la cabeza con rapidez, pero Eliam presiona los sitios adecuados para obligarme a centrarme y sacudir otras partes de mi cuerpo. Ata las dos cintas en dos nudos duros a la parte de atrás de mi cabeza, clavándolas fuertemente sobre mis mejillas. Por mucho que intente expulsarlo apretando las mandíbulas o con la lengua, está bien anclado a mi boca.

El dedo índice y el corazón de Izan entran juntos en mi boca sin problema, al menos de ancho. Cuando llevan más de la mitad me da una arcada, me echo hacia atrás, pero su otra mano toma mi pelo e incluso me atrae más cerca. Se me llenan los ojos de agua. Saca los dedos rozando mi lengua y cuando llega a la punta de la misma la toma entre ellos, haciendo de pinza y me obliga a sacarla todo lo que puedo de la boca.

-La quiero fuera todo el rato. –Captura una lágrima que cae por la esquina de mi ojo-Esto no es nada-me lo dice para hacerme sentir peor y maldita sea, funciona.

Estoy tan agobiada y asustada que un sollozo escapa de mí. Obedezco. Dejo la maldita lengua fuera y mis sentidos están centrados en la voz de Izan y en el trabajo que Eliam está haciendo en mis zonas erógenas

Su polla se acerca a mi cara, guiada por una de sus manos mientras la otra mantiene mi cabeza en su lugar, me obliga a alzarla lo suficiente para que nuestros ojos contacten. Podía bajarlos y escapar de su escudriñamiento, pero me fuerzo a plantarle cara. Entra con lentitud, rozándose contra mi lengua, inundando todo el espacio y cuando lleva menos de la mitad mis mandíbulas se clavan con una fuerza desmedida contra el hierro. Me siento ahogada. Le pido algo de clemencia con la mirada, pero al ver que sigue con el mismo ritmo lento, pero constante, me remuevo agobiada.

Un siseo detrás intenta tranquilizarme. Tres dedos no dejan de bombear en mí. La saliva comienza a gotear desde mi boca sobre mis pechos. Intento meter la lengua pero la mirada de Izan me dice que no es buena idea. Otra arcada.

-No está acostumbrada.-Eliam susurra las palabras contra mi hombro.

-Ya se acostumbrará.

Es la simple fría respuesta de Izan. Su mano ejerce de pronto alta presión y de un golpe me introduce lo que queda. Mis tripas se revuelven en el estómago y siento que voy a vomitar. Fresas y bilis, pero consigo calmarme y tomarlo. Mi nariz se clava contra su cuerpo. Me mantiene durante unos segundos así mientras mi rostro se vuelve un río de lágrimas por el esfuerzo. Veo su expresión de gozo mezclada con una clara muestra de venganza, de justicia. Incluso con ese abuso, las caricias de Eliam me tienen en el límite y en cualquier momento me voy a correr. Su mano me obliga a llevar un ritmo rápido de cabeza y no me permite sacar más carne de la boca que la que considera necesaria. Eliam me alza la cadera, clavándome más cerca de Izan y deja mi culo al aire al bajar de un plumazo mis bragas y pantalones. No sé si sentirme agradecida por el frío que calma mi entrepierna o restregarme contra cualquier cosa, recuperando el placer.

No tengo tiempo de decidir. La polla de Eliam entra de un golpe en mí y me estremezco de ganas mientras Izan bombea en mi boca más rápido. Esto no tiene nada que ver con el coche. Sus embestidas son duras, rápidas. La mano de Eliam va a mi clítoris y lo acaricia, no directamente. No sé cómo cojones sabe que no me gusta de esa manera. Su movimiento acompasado y el acostumbrarme hacen que poco a poco esté cada vez más alto, a punto de correrme. No sé cuantos minutos pasan, solo sigo un mete saca incalculable, un placer arremolinado en mí, despierto y hambriento. Por un segundo la mano de Eliam tiene que parar y toma mis caderas con fuerza. Cierro los ojos y siento como se corre mientras grita a mi espalda. Al acabar su mano se dirige hacia mi clítoris de nuevo y le doy gracias porque lo necesito como el respirar.

-No

La negativa de Izan me hace abrir los ojos abrumada y detiene la mano de Eliam.

-No se va a correr.

Gimo disgustada alrededor de su polla e intento soltarme, dispuesta a tocarme.

La saliva sigue cayendo de mi boca seguramente hasta el suelo.

-Pareces…-lo dice un poco jadeante-una perra muy vulgar.

Me retuerzo de rabia. Se corre en el fondo de mi garganta después de eso.

-Traga

No quiero tragarlo, pero mantiene su polla dentro hasta que por auto reflejo mi garganta hace acción de tragar. Cuando su mano me suelta caigo contra el suelo con la cara ardiendo. Noto de pronto el dolor de mis dientes y el latido continuo de necesidad. Miro hacia atrás, a un Eliam que mira hacia Izan con disgusto.