De la virginidad y otros pequeños eros
Me había apropiado de la famosísima "pérdida de mi virginidad". Hoy al recordar ese pensamiento, también río. Cuán necesario me es y cuán urgente sigue siendo hackear el sistema con todas sus normas impuestas sobre los cuerpos y cómo estos deben comportarse de frente y en contra del placer.
Algunas veces mi interacción social se limita a algún espacio virtual. Por ejemplo, los chats anónimos me acompañan desde que tuve acceso a una computadora… hace unos 20 años. La última vez que hice presencia en uno (quizá una semana atrás), tuve contacto con otros seres que como yo, pretendemos abrirnos paso en algún recoveco de la realidad y la ficción mediante el intercambio de palabras, y cuando hay suerte, nos prestamos a compartir imágenes, audios...
Uno de los usuarios abrió la conversación preguntando por mi masturbación. Ese es un buen tema para romper el hielo, pensé, e intercambiamos azarosamente algunas peripecias al respecto: las locaciones preferidas en público, como algún entorno escolar, los transportes, y algunas circunstancias memorables. Él me compartió algunas imágenes de sí mismo en distintos momentos experimentando su placer. Mis favoritos son uno en el cual se muestra embestido en su formalidad laboral, para luego descubrir entre sus ropas una buena erección y donde entre suspiros, alcanzó a percibir lo que creo es el nombre de una mujer. Y el primero, dónde me muestra una corrida que le rebosa en la mano.
Otro usuario abrió conversación con fragmentos de un relato que le resultaba muy erótico, texto que yo le atribuí sin confirmar, y por lo cual me apresuré a compartirle los otros dos breves que rondan por aquí y luego él, quizá sin pretenderlo o muy adrede (no lo sé) me deleitó con la vista de sus labios en el esbozo fugáz de lo que pareciera una sonrisa. Además de obsequiarme su lectura atenta, curiosa y la firme convicción de serle fiel al anonimato y a la falta de expectativas… salvo por una descripción en ésta fantasía.
Mientras platicaba con ellos, me dediqué a jugar con movimientos rítmicos de mis caderas y disfrutar de la basta y sorpresiva sensibilidad que experimentaba en mis pechos, casi sin tocarlos, gracias a la intervención de un plugg anal bien puesto.
Pues yo llevaba un rato caliente, sí, pero también dilatando el placer entre los deberes domésticos y la sala de ese chat. Estimulándome gustosamente durante mi andar por casa. Frotandome y resistiendo un poco, dichosa de percibir y humedad recorriendo mi entrepierna, la inflamación de mi vulva y el sutil palpitar de todo mi sexo, que me invitaba a jadear.
Entre esas platicas, una cosa llevó a la otra y de pronto evoqué de súbito un fragmento de la memoria de ese primer orgasmo, precioso, único. Mismo que intentaré narrar a continuación:
Me recuerdo con mis dos manos apoyadas sobre mi vulva, acariciando y apretando entre la suavidad y la dureza, sobre mis labios y clítoris. Mientras introducía las puntas de algunos dedos en mi vagina, rebosante de humedad. Los dos dedos medios empujando en lo profundo un estuche de labial de color rosa, otros, con las yemas distendiendo entre suave y firmemente hacia el perineo la entrada de esa pequeña vagina.
Mi respiración contenida, luchando por no emitir algún ruido, puesto que cuarto era compartido, aunque seguramente mis movimientos ya podrían delatarme a la luz de la ventana. El recuerdo todo durará quizá tres parpadeos.
Tengo la sensación de ver iluminarse ese instante, un segundo después la visión borrosa y finalmente mi vista perdida. Mentalmente el trazo de una pregunta, que no fue posible terminar de formular: ¿esto es un orgahs...? El endurecimiento de todos mis músculos, entumecidos, la boca seca entre los jadeos profundos y callados. La sensación de explotar en una calidez profunda que irradiara desde mi pelvis y hasta el último rincón de mi cuerpo, y ese breve instante de pérdida de la conciencia.
Volví a habitar mi cuerpo a partir de reconocer las hermosas y duras contracciones que atraparon mis dedos sólo a uno o dos centímetros del interior de mi vagina. Dedos que sin fuerzas, al compás de mi respiración, volvieron a tener contacto con ese labial rosa que pulso a pulso emergía de mi húmedo y enrojecido interior.
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En cuanto mi respiración volvió a su curso cotidiano, tuve la certeza de que habitaba un cuerpo que ya no daría marcha atrás. Sonreí como suelo hacerlo después de experimentar un gran placer.
Me había apropiado de la famosísima "pérdida de mi virginidad". Hoy al recordar ese pensamiento, también río. Cuán necesario me es y cuán urgente sigue siendo hackear el sistema con todas sus normas impuestas sobre los cuerpos y cómo estos deben comportarse de frente y en contra del placer. Entonces no lo sabía, pero mi cuerpo ya lo intuía. No sería fácil habituarse y nombrarse en un cuerpo feminizado, pero sería fundamental intentarlo. O como solemos decir, no quedaba de otra.
A esa experiencia le anteceden dos que quisiera mencionar aquí como relevantes en mi entendimiento de la erótica a muy temprana edad.
¡Benditos patios de colegio! En dos ocasiones jugando a las atrapadas en dos distintos momentos que fueron cruciales para llegar a algunos entendimientos.
En el primero tenía muy pocos años de vida, digamos que, las letras todavía no entraban en mi imaginario y que era malísima en los deportes. Disputaba el peor puesto con uno de los niños más gorditos de nuestro salón. Así era mi imaginario hasta que otra compañera sugirió que quizá aquel niño quería ser mi novio y por eso me atrapaba siempre a mi.
Fue muy significativa esa idea. Nunca antes le había prestado atención a ningún niño o niña, al menos de forma consciente, para reconocer en ellxs mi deseo. Así que las primeras dudas sobre las emociones y las sensaciones en función de un alguien desconocido se hicieron presentes. Los detalles sobre su corporalidad, incluso su aroma tuvo otro sentido para mí.
Después, pasaron 6 años, en los cuales pude acrecentar mi afirmación en gustos sobre los colores, sabores,... Para encontrarme nuevamente en el patio de juegos haciendo un gran esfuerzo por pasar desapercibida recuerdan que era muy mala en los deportes), cuando, al final de una extenuante carrera logré tocar "la base" evadiendo a mi perseguidor y un par de segundos después, Kim, compañero de salón, invitaría a mi acción abrazándome por detrás, como último intento por escapar de quién le persiguiera. Nos encontramos abrazados, jadeando, sudorosos, disfrutando de la intensidad de ese momento. Nuestros movimientos de agitación, me permitieron guardar en la memoria la sensación de su aliento, la tibieza de sus manos sobre mi cuerpo, y mi vista que se quedó perdida en sus labios entreabiertos. El deseo me había tomado por sorpresa en los labios de quien nunca antes había llamado mi atención. Supongo que en mi caso, el deseo está cargado de incertidumbre y un poco de suerte.