De la noche a la mañana

Estaban hechos el uno para el otro antes de conocerse. Cuando se vieron, ya se amaban...

De la noche a la mañana

1 – El fugitivo

El día había sido muy ajetreado. Aunque los transportistas lo cargaron casi todo, tuve que estar muy pendiente de ellos; traía muchas cosas de valor. Desde que comencé a agobiarme en la ciudad hasta que me vi instalado cerca del pueblo había pasado mucho tiempo, pero en realidad me daba igual trabajar en un sitio que en otro. Tal vez, la soledad del campo me haría rendir mucho más y olvidar.

La noche estaba clara aunque hacía frío. Aún no había cambiado las lámparas de la casa y había poca luz. El anterior propietario pensaría que gastaría menos energía colocando bombillas de 40 watios. Me asomé a la puerta a fumar un cigarrillo y miré al firmamento, entonces me di cuenta de que la oscuridad y la altura de este lugar dejaban ver muchas más estrellas que en otro sitio. De pronto, oí un ruido entre los matojos y puse atención. No sabía si por esta zona habría animales peligrosos porque los días que estuve en el pueblo sólo me había preocupado de la casa y siempre pasé aquí el día. Miré alrededor muy asustado y pensé que cerraría bien la puerta y las ventanas antes de irme a dormir, pero al poco tiempo, algo rozó mi pierna. No quise moverme y miré hacia abajo muy lentamente ajustando mi vista a la oscuridad.

¡Pero bueno! ¿Qué era aquello? Me pareció un niño rubito de unos cinco años agachado y pegado a mi pierna. Cuando pude comprobarlo, miró hacia arriba y me pareció ver en su rostro que estaba muy asustado.

  • ¡Chico! – le dije - ¿Qué haces tú por aquí a estas horas?

  • ¡Cállese, señor! – me dijo en voz baja -; mi padre está buscándome.

  • ¿Tu padre? – exclamé - ¿Es que acaso te pega?

  • ¡No! – movió la cabeza - ¡Es que quiere que vaya a por huevos ahora y no me gusta la vieja que los vende! ¡Es una bruja!

  • ¿Una bruja? – me extrañé - ¿Quieres que te acompañe a comprarlos? No te pasará nada.

  • No traigo el dinero, señor – se levantó -, me he escapado de casa.

Oí entonces unos pasos que se acercaban en la oscuridad y el niño se escondió tras de mí. Un joven con una linterna se acercaba lentamente buscando; venía buscando al niño.

  • ¡Buenas noches! – dijo -, estoy buscando a mi mocoso; sé que se viene por aquí a esconderse.

  • ¡Buenas noches! – contesté -. Puede ser que le den más miedo las brujas que la oscuridad.

Le hice una señal con la cabeza para que supiese que estaba detrás de mí y se acercó disimuladamente.

  • ¡Ah, ya entiendo! – dijo cómicamente -, para ir a comprar a casa de María hay que tener huevos.

  • No lo mandes a casa de María a estas horas – respondí fumando -. He visto a esa mujer y me parece que es una bruja. Pasa si quieres a tomar un vino; es la primera noche que paso en el pueblo solo y, además, tengo huevos. Puedo invitarte a cenar una rica tortilla y luego te vas a buscar a tu mocoso. Se quedará sin comer.

Y saliendo de detrás de mí agarrado a mi mano, se puso en el centro de la puerta y empezó a hablarle al padre muy rápidamente:

  • ¡No, papá! ¡Quédate! Yo estoy aquí. He venido un momento. Este señor tiene muchos huevos y no hay que ir a comprárselos a María. Podemos comer un trozo de tortilla

  • ¡Vale, vale, Mati! – dijo su padre -; se hará lo que quiera este señor.

  • Es la primera noche que paso aquí – le dije -; me llamo Domingo y me gustaría invitarte, pero supongo que tu mujer te espera con los huevos.

  • ¡No, no me espera! – dijo tendiéndome la mano -; me llamo Matías. Vivo sólo con este mocoso, así que no me espera mi esposa. Murió en el parto.

  • ¡Joder, lo siento! – pensé que había metido la pata -; pasa, por favor; al menos tomaremos un vino. Como quieras.

  • Te lo acepto como bienvenida al pueblo – dijo -; los dos vivimos un poco retirados, pero mi casa es aquella que asoma detrás de los árboles. Si necesitas algo

  • Pasad, hace fresco – le dije abrazando a Mati -, he encendido la chimenea más por la novedad que por otra cosa, pero la casa está un poco húmeda y creo que se apetece.

  • Sí, esta zona es húmeda – dijo -, te aconsejo que la enciendas de noche durante unos días.

Me agaché y miré los ojos redondos, grandes y brillantes de Mati.

  • ¡Siéntate ahí a la mesa! – le dije -; papá y yo vamos a preparar esa tortilla. La bruja que se quede en su casa ¿Te parece bien?

Me sonrió, dio la vuelta y se subió a la silla.

2 – Los invitados

Entró Matías y me miró con un gesto raro. Parecía que le hubiese sorprendido algo, como si ya me conociese de antes. No dije nada y quise enseñarle la casa, pero me dijo que ya la conocía, que el viejo que vivía allí antes era muy amigo suyo.

  • No he estado tan solo todo este tiempo ¿sabes? – me sonrió -; tengo a mi niño, que no es tan travieso, y he tenido la compañía de don José. Ya cuando murió la señora comenzó a pensar en irse con su hijo. Pero has llegado tú.

Me miró tan sensualmente que casi me destroza. Se acercó a la cocina y me dijo:

  • ¿Dónde tienes los huevos?

No pude evitar echarme a reír y lo comprendió. Siguió sonriéndome y buscó en los estantes.

  • ¡No, no, Matías! – le dije -; los guardo aquí, en el frigorífico.

  • ¡Verás! – me miró más serio -, no es que no quiera yo hacer la tortilla, es que estoy seguro de que si la hago yo no se la come Mati. ¡La novedad!; ya sabes.

  • No te preocupes – me acerqué a él mirándolo fijamente -, voy a haceros una tortilla a mi estilo. Espero que os guste.

  • Hasta ahora me gusta todo lo que veo por aquí – dijo insinuante -; tienes unos adornos muy bonitos, modernos pero rústicos ¡Me gusta todo mucho! Te compraré mañana las bombillas de 100 watios, estas dan muy poca luz. Ya veras como te luce todo.

  • ¡Ah, gracias! – fui partiendo los huevos -; ahora te daré dinero.

  • ¡No, no, déjalo! – dijo -; calculo que te harán falta al menos 10 bombillas. No sé cuanto valen. Cuando las compre ajustamos cuentas.

  • ¡Papá! – dijo Mati - ¿Por qué no venimos con Domingo más veces? Me gusta mucho esta casa.

  • No hemos venido más veces – le dijo – sencillamente porque es la primera noche que está aquí. Puedes venir si él te deja.

  • Tengo que trabajar – le dije -, pero si tienes tiempo libre puedes venirte un rato a ver lo que hago.

  • ¡Por la mañana no! – le dijo el padre - ¡Hay que ir al colegio!

Me volví a mirar a Matías por detrás del pequeño.

  • ¿Y tú? – le pregunté - ¿Qué haces durante el día?

Me sonrió y se arrascó la nariz.

  • Tengo algunos animales y un huerto… - dijo -; pero me dedico sobre todo a hacer dulces; tortas más que nada. Te traeré para que las pruebes.

  • Me gusta más lo salado que lo dulce – le dije -, pero a veces, no sé por qué, me como montones de dulces y caramelos.

  • Dicen que cuando se apetece el dulce – habló extrañado -, es que se está deprimido.

  • No suelo estar deprimido - le dije -; al menos no suelo darme cuenta, pero al advertírmelo eres muym…. mamable. ¡Jo, me he quemado al dar la vuelta a la tortilla! ¡Vamos, comamos! ¿Te importa poner un mantel que hay en ese cajón?

  • No, no – dijo – lo pongo rápido, pero me voy corriendo a casa. Aquí nadie suele robar, pero lo he dejado todo encendido y abierto.

  • A mí me daría miedo – le dije -; corre a cerrar que yo prepararé todo.

Seguí hablando cosas interesantes y misteriosas con Mati mientras volvía el padre y me senté frente a él apoyando mi cara en mis manos.

  • ¡Eres guapo, chico! ¡Muy guapo! – le dije -; te pareces a tu padre.

  • ¿A que mi padre es guapo? – preguntó inocente -.

  • No lo dudo, chaval – le dije –, pero sobre eso deberían opinar las mujeres.

  • ¿Por qué no puede un hombre decirle a otro que es guapo?

Sonreí al oír tal inocencia.

  • ¡No sé! – le dije - ¿Tú crees que papá se enfadaría si yo le digo que es guapo?

  • ¡Nooooo! – exclamó -; tú también eres guapo.

  • ¡Gracias, amigo!

3 – La primera cena

Vino Matías con una caja de tortas, empujó la puerta y canturreó un «¡Ya estoy aquí!». Se acercó a mí y me entregó la caja sonriente. No me di cuenta y, aunque él siguió sonriendo me moría de vergüenza. Sin darme cuenta, le di un beso cuando me entregó el paquete.

La mesa estaba puesta y nos sentamos uno frente al otro. Partí la tortilla en cuñas y le dije al pequeño que se echara la salsa que quisiera: mostaza, ketchup, mayonesa

  • Es que… - me miró dudoso -, yo no sé echármelas.

  • ¡Vamos! Dime de cuál quieres y yo te la echo.

  • Este niño no está mimado – dijo Matías muy serio -; es que es más cómodo que le eches la salsa.

  • ¡Déjalo, hombre! – le dije - ¿Quién no le echaría la salsa a un niño tan guapo como este?

  • ¿Ves como soy guapo, papá? – dijo indiscretamente -; dice que soy tan guapo como tú.

Agaché la vista, pero noté que Matías me daba con el pie por debajo de la mesa.

  • Parece que hace frío esta noche – disimulé con la voz temblona -; voy a mover un poco la chimenea.

  • En una casa que ha estado deshabitada – dijo – es normal que se sienta ese helor. Ahora, cuando la habites unos días, verás que es muy acogedora.

  • ¡Ojalá no estuviese solo, Matías! – exclamé -; al menos los primeros días o hasta que me acostumbre a ir y venir al pueblo.

  • Ya no vas a estar solo – me contestó atizando el fuego -; nos tienes a nosotros.

  • ¡Ya! – contesté -, pero cada uno está en su casa. Sois invitados míos ahora y cuando queráis.

  • ¿Puedo preguntarte algo un poco… indiscreto?

  • ¡Dime! – pensé que no sería tan indiscreto estando el pequeño delante -.

  • ¿Te ha dejado don José más muebles? – siguió comiendo -; es que tenía otro dormitorio

  • ¡Ah, sí! – le interrumpí -; hay un dormitorio más pequeño y muy acogedor. Mi taller lo he montado arriba. Hay mucha luz.

  • A lo mejor, digo yo… - se lo pensó -, no te importaría que te acompañásemos los primeros días. Mi pequeño podría dormir en ese dormitorio y nosotros en la cama grande del otro.

Me sentí ruborizado. Estaba seguro de que me estaba tirando los tejos.

  • ¡Bueno…! ¡No sé! – dije muy cortado -; podríamos ponerle a Mati un brasero para que se le calentase el dormitorio antes.

  • ¡Claro! – contestó seguro -, nosotros no tendremos problemas porque dos en una cama se dan más calor.

  • ¡Jo, papá! – exclamó Mati - ¿De verdad dormiríamos aquí con Domingo? En casa me aburro.

  • ¡Eso, pequeño – le dijo inquisitivo -, debe decidirlo el dueño de la casa, no nosotros!

Me quedé pensativo mientras comía y mirando al centro de la mesa.

  • ¿Tendréis que traeros cosas de casa, no?

4 – Otra mudanza

  • Iré a casa a por nuestras cosas – dijo Matías convencido -. No te vamos a dejar solo aquí las primeras noches. Sólo necesitamos los pijamas y algo de ropa. Yo me iré a trabajar temprano a casa y dejaré a mi mocoso en la escuela.

  • ¡No sabes cuánto me agrada la idea! – le dije -, estaba un poco asustado de dormir solo los primeros días.

  • Papá dormirá contigo – dijo el pequeño -, yo no tengo miedo a dormir solo. Pero quiero que se traiga a Buffy.

  • ¿A Buffy? – le pregunté - ¿Es tu perrito?

  • ¡No! – me dijo corrigiéndome -, es mi muñeco. Papá no quiere que tenga perrito.

  • ¡Está bien! – miré sonriente a Matías -, el pequeño y yo iremos preparando las cosas mientras te traes las que os hagan falta.

  • Te aseguro que no tardaré nada – dijo casi susurrando - ¡Estaba deseando de dormir con alguien, pero no pensaba que sería como tú!

  • Sé lo que quieres decir – le susurré -, pero tienes que explicarme alguna cosa que otra.

En cuanto salió por la puerta, el pequeño empezó a ayudarme a preparar su dormitorio sin dejar de hablar.

  • Te lo dije, Domingo – exclamó -, papá es muy guapo. No quiere vivir solo conmigo y tú eres muy guapo también. En una casa podríamos vivir los tres, pero la nuestra es más fea que esta.

  • Eso no puede ser, pequeño – le dije -, papá tiene su trabajo allí y yo el mío arriba. Mañana te lo enseñaré. Además, papá debería buscarte una mamá ¿No crees?

  • ¡No! – contestó enfadado -; yo no quiero una mamá. Quiero a mi papá. Y él dice que no quiere a una mujer en su casa.

  • ¿Eso dice? – me extrañó - ¿Quiere seguir viviendo solo contigo?

  • Bueno… ¡No sé! – dijo preparando las sábanas -; a mí me parece que prefiere tener un amigo. Tú me gustas; a lo mejor a él le gustas y sois amigos. ¡Porfa!

  • Ya, pero

Sonó la puerta y me callé. Salimos al salón y fui a ayudarle con algunas bolsas.

5 – En la intimidad

  • Siento darte tanta lata en tu primera noche en el campo – me dijo -; no sé si hago bien.

Y aprovechando que el pequeño llevaba a Buffy a su cama, le dije en voz baja y de cerca.

  • Dice tu hijo que no entiende por qué un hombre no le puede decir a otro que es muy guapo… yo creo que tú lo eres.

  • ¡Tú sí que eres guapo! – dijo - ¡Yo digo las cosas como las siento!

Hablamos un rato más y vio que yo ya había preparado el otro dormitorio.

  • Cabemos los tres – le dije -; el pequeño tiene mucho sitio. Os agradezco mucho que hayáis pensado en acompañarme.

  • No tiene importancia – dijo Matías -, en realidad nosotros nos encontramos muy solos.

Nos quedamos unos momentos mirándonos hasta que apareció Mati.

  • ¡Vamos, chico! – lo cogió en brazos -, estás que te caes de sueño. Te pondré el pijama y a dormir.

Lo preparó, lo metió en la cama y pareció quedarse dormido casi al instante.

  • Debe estar muy cansado – me dijo el padre -, no ha parado en todo el día.

  • ¿Y tú? – le pregunté - ¿Estás cansado?

  • ¿Podemos hablar un poco en la cama? – se fue hacia el dormitorio -, estoy cansado y tengo que madrugar, pero me parece que está claro que está pasando algo aquí.

  • Sé a qué te refieres – comencé a quitarme la ropa – y sobre eso quería yo aclarar algunas cosas.

  • ¡Vamos, dispara! – sonrió desnudándose -; contestaré a todo.

  • Está claro que ha habido unas miradas y unos comentarios – dije – que dejan entrever algunas cosas, pero eres viudo

  • Dejé a Leticia embarazada por error – contestó sin mirarme -; me alegro de tener a mi pequeño y, aunque no me alegro de lo que le pasó a ella, prefiero compartir mi vida con un compañero ¿Es eso lo que querías saber?

Me quedé mudo mirándole. Se había quedado en calzoncillos y había dejado de mirarme. Me acerqué a él y levantó la vista.

  • Te he besado antes por instinto – le dije -, pero está claro que en tus miradas hay también algo. Tu hijo hace comentarios inocentes, es normal, pero he entendido

  • Has entendido que en cuanto te vi en la puerta – dijo – me dejaste mudo. Eres guapo; muy guapo. Me di cuenta inmediatamente de que estabas aquí solo por algo ¿Me lo vas a decir?

  • Sí – di un paso hacia él -, tú has sido sincero conmigo y yo lo seré contigo. Soy imaginero. Hago imágenes, tallas; ya sabes. Me da igual tallar aquí que en la ciudad. Me enamoré de un joven, pero no quería saber nada de tíos. He sufrido mucho. Aquí seguiré teniendo trabajo, aunque pensaba que iba a estar solo; no quería encontrarme más en una situación como aquella.

  • Si prefieres estar solo

  • ¿Qué dices? – me abracé a él -; encontrarte ha sido toda una sorpresa.

Subió sus manos por mi espalda desnuda y comenzó a besarme. Nos apretamos en un fuerte abrazo y, cuando pasó un rato, apagó la lamparita de una mesilla y preparó de prisa la cama para acostarnos. Se quitó los calzoncillos al momento e hizo un gesto tirando de los míos para que me los quitase. Nuestros cuerpos se unieron desnudos bajo las sábanas. No volvimos a hablar casi nada. Nos habíamos enamorado y no sabíamos ni cómo ni por qué. Es verdad; se habían dado muchas coincidencias, pero ni él tuvo reparos en insinuarse ni yo tampoco.

Tuvo que levantarse de noche para ir a trabajar y todavía estábamos deseándonos, acariciándonos, besándonos. Lo sentí sobre mí y me sintió sobre él. Fue una noche especial.

Le dije que dejase a Mati dormir, que yo lo llevaría más tarde a la escuela y me explicó lo que tenía que ponerle y dónde estaban sus libros. Me fui con él a la ducha y allí terminaron nuestros abrazos de la primera noche; cuando lo relié en la toalla de baño y lo sequé.

  • Vete a trabajar – le dije -. Cuando yo lleve a Mati al colegio, empezaré a trabajar yo. Te dejaré la puerta abierta; mi puerta está abierta para ti. Sube a saludarme cuando llegues y te acuestas luego un rato. Yo iré a recoger al pequeño y prepararé la comida.

  • ¿Crees que podríamos vivir juntos?

  • ¿Todavía lo dudas? – lo besé -; esta situación me va a hacer muy feliz. He encontrado a alguien y, además, tiene un regalito. Déjame ayudarte a educar a Mati.

  • Algo me dice que no vamos a poder separarnos más.