De la mano del ciclista
Vacaciones, playa nudista, morbo, tres ingredientes que pueden hacerte crear un oasis de sexualidad.
Por fin habían llegado mis vacaciones anuales, del mes de vacaciones al menos unos días son para mí. Son las que yo considero vacaciones reales. Alquilo un apartamento cerca de la playa, que esté bien de precio y que tenga todo cerquita. Voy a descansar y a desconectar de todo lo que me agota mentalmente el resto del año.
Este año había encontrado un apartamento muy cerquita de la playa de el Saler en Valencia. Una playa nudista en plena naturaleza y sin los agobios de las playas en verano.
Era la primera vez que iba a una playa nudista, no quería ser como la abuelita del anuncio que les dice a sus hijos que antes de morirse quería ir a una playa nudista. Más que nada que no tengo hijos.
El primer día fue de contacto, dónde comprar, dónde ir a tomar algo, descubrir alguna que otra excursión por la albufera, lo típico cuando llegas a un sitio que no conoces.
Soy de madrugar desde que soy pequeña y cuando estoy de vacaciones también. Me gusta ir a la playa después de desayunar. Sobre las 9 de la mañana ya tengo la toalla en la arena. Da gusto disfrutar de la brisa, del sonido, de la tranquilidad y del sol cuando casi no hay nadie en la playa.
Sí, digo casi, porque a eso de las 10 de la mañana pasó un chico con una bicicleta por la orilla de la playa. Me llamó la atención, pero no le di importancia. A los 10 minutos más o menos volvió a pasar y ya empezó a llamarme más la atención, sobre todo cuando no lo hacía por la orilla y la zona fácil para llevar una bici, sino por toda la arena con la dificultad que eso tenía. Se dirigía directamente hacia mí.
Se puso a unos 3 metros de mi toalla, dejó bien colocada la bicicleta en la duna y se acercó:
- Hola, perdona que te moleste, ¿llevas hora?
- No, lo siento, no llevo.
- Gracias.
Se fue al lado de su bici y se sentó de tal forma que estaba de cara a mí y de espaldas al sol. Yo seguí a lo mío, estaba leyendo un libro en mi ebook (¡qué gran compra para mí!).
A los pocos minutos, le oí cómo se levantaba de la arena, levanté la cabeza y le vi cómo se quitaba el bañador y se dirigía rápidamente al agua a darse un baño.
Pero ya me había dado cuenta, por mucho que se bañase, llevaba un empalme considerable. Sólo el hecho de haberle visto me había parecido tan morboso que mi mente empezó a imaginar, ya no pasaba ni una línea del libro. Lo miraba pero mi mente no se centraba en la lectura, estaba inmersa en un montón de situaciones.
Ahora se acercará y empezará a tocarme de forma excitante, esa imagen no se me iba de la mente, no podía evitarlo. Estaba muy excitada y mi coño estaba húmedo pese al calor que hacía ya en la playa.
Me levanté y fui a darme un baño, esto no podía ser, al final los dos bañándonos por la misma razón, el calentamiento morboso. Él ya volvía de darse un baño y nos cruzamos en mitad de la distancia. Me miraba de arriba abajo sin ningún disimulo y yo le miraba de reojo a su polla para ver cómo iba de nuevo izándose la bandera.
Cuando ya estábamos a escasos centímetros le oí decir casi susurrando:
- Madre mía lo que hacía yo con esas dos tetas.
Seguí hacia el agua con una sonrisa pícara. Esa sonrisa de “me gusta”.
Cuando volvía hacia mi sitio, me di cuenta que había puesto la toalla a muy poca distancia, casi parecía que veníamos juntos.
- ¿Me he puesto muy cerca? ¿si quieres me distancio un poco más?
- No, tranquilo, no pasa nada.
Vaya pregunta trampa que me había hecho, por educación no vas a decirle, sí vete lejos y si no se lo dices, das por hecho que quieres algo más.
- Hace un día espectacular para estar en la playa.
- Sí, es cierto
- ¿No eres de aquí, verdad?
- No, estoy de vacaciones
- ¿y has venido sola?
- Sí.
- Ufff yo no te dejaría ir sola a muchos sitios
- Jajajajaja pues ya soy mayorcita para saber cuidarme.
- Sí, no lo dudo, pero madre mía, eres muy guapa.
- Muchas gracias.
- ¿Me dejas acariciarte un poco tu piel?, me parece tan suave.
- Hombre, entiende que es algo extraño lo que me preguntas
- Sí, lo entiendo, pero creo que te has fijado cómo me has puesto nada más verte.
Su mano fue directamente a mi pierna y mientras me hablaba iba acariciándome el muslo. No voy a mentir, a mí también me estaba resultando muy morboso.
Su mano siguió el camino hasta llegar a mi monte de Venus, yo estaba apoyada sobre mis codos, boca arriba, viendo el discurrir de su mano.
- Nos van a ver.
- No, no te preocupes, yo estoy atento, déjate llevar.
Su mano y sus dedos fueron hacia mi clítoris mientras me decía eso. Y con mi excitación por la situación morbosa, me dejé llevar y me tumbé para disfrutar de las caricias del ciclista.
Sus dedos eran juguetones y curiosos. Iban rozando mi clítoris mientras abría mis labios para mojarlos con mis fluidos por mi excitación.
Yo con los ojos cerrados, me dejaba llevar al placer, mis gemidos iban saliendo de mi garganta conforme sus dedos me acariciaban más rápido el clítoris.
- Me estás poniendo muy cachondo, tienes un coño precioso y tus gemidos son increíbles.
Sonreí mientras abría los ojos y me aseguraba que nadie nos veía. Con una mano me acariciaba el clítoris y el coño y con la otra se acariciaba él mismo.
Dejó caer saliva en mi coño y de un golpe fuerte me clavó dos dedos y empezó a moverlos rápidamente.
El único sonido que se oía eran el chof chof de sus dedos al entrar y salir de mi coño, mis gemidos y el mar.
- No pares, sigue, me voy a correr, no pares.
Increíble cómo la situación me había puesto, el gemido ronco de mi orgasmo fue desgarrador, mientras mi cadera se pegaba a sus dedos para que no saliesen de mi coño.
Cuando me recuperé, abrí los ojos y no entendí nada. Estaba sola, no había nadie, ni ciclista, ni toalla, ni bañador.
Hoy es el día que no sé si el ciclista existe, si fue un sueño o si me dormí después, pero el recuerdo que tengo es de uno, que no el único, de los momentos más morbosos de mi vida.