De la Lluvia y todo lo demás. 9.

Casí diez años, pensé y quedé en silencio.—

En el aeropuerto me esperaba Papá. De sweater negro, pantalón de jeans y sus ojos verdes ocultos por lentes oscuros. Me abrazó sonriente.

—¿Mamá no vino?— Pregunté una vez que me soltó. Comenzamos a caminar hacia la salida.—

— No, quedó haciendo fiaca en la cama.— Miré la hora en mi muñeca izquieda, Ocho cuarenta.— ¿Cómo estás vos? ¿Lena por qué no vino? —

—No estoy más con Lena, Papá. — Él hombre de pelo blanco dejó de caminar y mi sonrisa desaparecio.— Hace algunas semanas que terminamos y preferiría no hablar del tema.—

— ¿Por qué no están más juntas?— Preguntó. Se sacó los oscuros lentes.—

— Porque Lena estaba enamora de otra persona.— Dije y volví a caminar arrastrando la maleta.— ¿Vos, cómo estás? ¿Cómo van las cosas en el bar?—

— Estoy bien, las cosas en el bar van bien. Muy bien. — Dijo y los lentes volvieron sobre su nariz.— ¿Lista para aguantarte el tráfico? — Dobló su brazo para que yo pasara el mio y volvió a sonreír. —

Caminamos esquivando gente y maletas hasta la camioneta, metió mi pesada maleta dentro del baúl, subimos y volví a escuchar la misma música que me hacía escuchar desde que tengo memoria.

Cuando llegamos a casa el enorme y viejo Indio corrió hacia mi, apoyó sus dos patas de adelante sobre mi pecho y lengüeteo mi cara. Mamá nos miraba desde la ventana. Entré intentando no caer por culpa del perro, Papá gritaba preguntando qué traía dentro de la maleta y la morocha mujer con hermosas arrugas en su rostro, seria por naturaleza, me abrazó. Mis abrazos con ella podía contarlos con mis manos y una prestada.

— No, Lena no vino. — Dije apenas sentí sus brazos deslizarse hacia atrás.— No estoy más con ella, así que no preguntes, por favor.—Ella sonrió. Buscó mi mano y me llevó dentro.—

— La próxima vez te voy a buscar en una grúa.— Gritó Papá al lado de las escaleras. Reí.—

— Te ayudo. — Contesté y caminé a donde él estaba. Subimos la maleta hasta mi cuarto.—

— ¿Hoy venis conmigo?— Me miró desde el marco de la puerta. Yo miraba la foto pegada en el espejo donde estaba con Verónica. Asentí con la cabeza.—

Bajé a la cocina y Mamá nos esperaba con té y tostadas sobre la mesa. Me senté e Indio se acostó debajo de la mesa con su cabeza descansando sobre mis pies. La casa no había cambiado nada, las paredes seguían siendo de color rosado y las grandes ventanas eran tapadas por cortinas totalmente blancas. Era un enorme lugar para solo dos personas y un perro.

Mamá buscó un libro, un enorme libro de tapa dura y siguió tomando su té perdida en él. Papá volvió y se sentó a mi lado, de frente a Mamá. Me miraba mientras masticaba la tostada que le había preparado la mujer morocha.

— ¿Sara, le contasté que vino Paloma hace un par de días? — Mamá despegó la vista del libro y fulminó al hombre con la mirada.—

— ¿En serio?— Dije y Mamá ahora me miraba a mi.—

— Sí, era una especie de sorpresa, pero tú Papá... —Papá le suplicó perdón con gestos.—

— ¿Todavía está acá?— Pregunté y de un sorbó terminé lo que quedaba en mi taza.—

— Sí, volvió.— Contestó Papá.—

— Debe estar vieja, Pipi. — Dije. Mamá sonrió y mordió una tostada.—

— Como vos.— Agregó hombre de pelo blanco y rió. Casí diez años, pensé y quedé en silencio. —

Me levanté y volví a mi cuarto, busqué ropa y me metí a bañar. Escuché la música de Papá en la sala y la risa de Mamá, y los imaginé bailando ridículamente como siempre. Cuando estuve lista salí, Indio me esperaba mordiendo una pelota de goma en la puerta. No tuve opción.

Cerca de las veinte, Papá interrumpió mi lectura en el verde pasto del patio, golpeando el vidrio de la puerta corrediza y me hizo señas para que entrara. Estaba listo para irse a trabajar. Entré, guardé el libro, busqué mi celular y mi abrigo para salir con él.

—¿Lista para volver a ver borrachos? — Preguntó y sonrió. Asentí.—

— Solo a mi se me ocurré venir un sábado e ir a trabajar con vos.— Sonreí y él me abrazó por los hombros y caminamos a la camioneta.—

Llegamos y tuve que ayudar a bajar algunas cosas. Dentro ya habían tres personas más trabajando. Él hombre me presentó al nuevo y me recordó a los que ya había visto la última vez. Recorrí con la mirada el lugar y seguía igual que la primera vez que abrió, me pareció increible.

Papá me señaló que llevara las cervezas a las heladeras de la cocina y que trajera más vasos a la barra. El Bohemio estaba abierto, sonaba Pink Floyd y de a poco la gente fue llegando. En su mayoría hombres, pero no faltaban mujeres.

Le pedí un Gin Tonic a una de las chicas de la barra y cuando pude me senté en la última banqueta de la barra. En el momento que estaba llevando el vaso a mi boca por segunda vez, alguien tapó mis ojos.

— Papá, voy a romper el vaso.— Dije y toque las manos sobre mis ojos. Eran suaves.— No sos Papá. —

— No, no soy tú papá.— Contestó y despegó sus manos de mis ojos. Sonreí. Me abrazó desde atrás y luego se sentó a mi lado.—

— Justo hoy comentaba que seguro estabas vieja.— Dije apenas se despegó de mi. Besó mi mejilla derecha después de hacerme burla.— ¿Cómo sabias que era yo? —

— Porque estas muy peinada, como siempre. — Toqué mi pelo y ella rió.— Mentira. Tú papá me dijo.— Sonreía sin descansar y se le seguían marcando los hoyuelos en los cachetes. Tenía la misma mirada que hace casi diez años.— Vos también estas vieja. —

— ¿Cómo estás, Pipi? — Pregunté y ella borró su sonrisa.—

— Me caes mal, Enana. — Contestó y yo reí.— ¿Qué tomas? — Preguntó y acomodó su flequillo hacía el costado derecho. —

— Gin Tonic.— Contesté y ella llamó a la chica del otro lado de la barra.— ¿Qué le hiciste a tu pelo? —

— Mucho calor en México. —Contestó y se quitó el abrigo. No pude evitar mirarla desde los ojos hasta las rodillas. — Cerveza, por favor.— Dijo mirando al frente.— ¿Todo bien? ¿Cómo te trata el frío del Sur? —

— Por suerte cumple. Hace frío.— Sonreí y volví a tomar de mi vaso. — Me contó Papá que volviste. No estas de vacaciones.—

— Volví. —Dijo y volvió a mirarme.— Hace unos días pase por tu casa, tú mamá me preparó té. — Jugó con la botella y mi posavaso.— Hablamos de tu hermana y de vos. De vos más que nada.—

— Ya me imagino la converzación.— Ella sonrió una vez más.—

— No sé cómo pero en un momento me preguntó si habiamos salidos. —

— ¿Qué le dijiste? — Se encogió de hombros y volvió a dejar debajo de mi vaso, el cuadrado de goma. —

— Solo le dije que teníamos diecisiete años. — Terminé el líqido que quedaba dentro de mi vaso de un trago.— Tú mamá sabía de antes que le contaras tu preferencia, Enana.—

Papá me sonrió del otro lado de barra y me hizo señas para que ayudara a reponer bebidas en las heladeras. Uno de los chicos tuvo que irse porque estaba a punto de ser padre y seguía llegando gente.

— Tengo que ayudarle a Papá.— Sentí su mano tomar la mía.—

— Te ayudo.— Dijo, bajó de la banqueta y caminamos hasta las heladeras sin soltarnos.—

Acomodamos botellas y vasos, lavamos más vasos y tiramos más botellas. Paloma sabía qué hacer para servir tragos, cervezas, whisky en las rocas y varias bebidas más, y yo sabía abrir la caja registradora, asique nos quedamos del lado de adentro de la barra.

Papá se acercó una vez más para plantarme un beso en la mejilla a mi y guiñarle el ojo derecho a la morocha que estaba a mi lado.

— Si te sentís cansada, podes volver a casa a dormir.— Dijo el hombre muy cerca de mi oído.—

— Estoy bien. Te espero hasta que termines.— Contesté y miré la hora en mi muñeca izquierda. Seis cuarenta.— ¿A qué hora cerras? —

— En veinte minutos. Ordenamos y nos vamos.— Volvió a besar mi mejilla y se perdió con dos vasos de whisky con hielo en las manos.—

Los veinte minutos se nos pasaron con Led Zeppelin de fondo y yo preguntandome cómo no terminé vestida de cuero, tomando whisky en ese bar. De vez en cuando miraba a Paloma mientras estaba concentrada en que el liquido de una botella cayera dentro del vaso y acomodaba el vaso hasta que quedara perfectamente en el centro del posavaso.

Las personas que no estaban con demasiado alcohol en sangre se fueron y los que si tenían demasiado los tuvo que sacar, no tan amablemente, Papá. Los dos chicos que trabajaban para él lavaban los vasos, mientras nosotras los juntabamos de las mesas.

Volvimos a casa los tres en la camioneta de Papá.

—¿Paloma se queda en casa?— Pregunto el hombre sin despegar la vista del camino. Miré hacia el asiento de atrás. —

— Se durmió. Creo que sí.— Solo él sonrió.—

Llegamos a casa y mientras Papá bajaba unas cajas, desperté a la mujer dormida que en realidad no estaba dormida. Bajó y caminamos a mi cuarto.

—¡No puedo creer que tengas la misma cama! — Susurró antes de reír. Me encogí de hombros.—

— No vivo acá y cuando vengo, no vengo por mucho tiempo.— Ella se sentó a un lado de la cama de una sola plaza para sacarse las zapatillas. — ¿A vos te compraron cama en tú casa? — Pregunté y ella negó.—

— No. Igual no pienso quedarme mucho en casa. — Contestó y la miré mientras su pantalón se deslizaba por sus piernas, lo doblaba y lo dejaba en los pies de la pequeña cama.—

Imité tímidamente la acción de la morocha, solo que mi pantalón quedo en el suelo. Me acosté y me tapé rápidamente. Ella se pegó a mi costado.

— ¿A qué parte de México te fuiste de vacaciones casi diez años? — Pregunté al sentir su mirada en mi rostro.—

— Veracruz. — Contestó y sonrió.— Perdón, pero allá me dieron la posibilidad de trabajar de lo que me gusta. — No devolví la sonrisa.— Tú mamá me contó que estabas viviendo con alguien.—

— No estaba viviendo con nadie. — Negué con la cabeza mientras hablaba.— ¿Por qué volviste? —

— Me cansé del mar. — Contestó y no le creí.— ¿Vos psicóloga, no? —

— ¿Mamá te contó? —

— Volví porque me ofrecieron exponer. —Seguía mirandome. — Y extrañaba. — Sonreí.— Yo hago lo mismo siempre que saco una foto y me acuerdo de mi primer modelo, delante de esa ventana cuando el sol se estaba yendo.—

— ¿Qué es lo que haces? — Pregunté.—

— Sonrío. — Mi sonrisa creció por vergüenza.— ¿Te acordas?

— Sí. Siempre que el sol entraba por la ventana me rogabas venir adentro. — Ella rió.— ¿Qué clase de fotografía haces? —

— Me pagan para hacer publicitaria y me gusta la realista en blanco y negro.— Contestó y se metió dentro de las frasadas conmigo.—

— ¿Cómo es eso de realista? — Pregunté.—

— Son fotografías en las que no se interviene en nada. Como sale, queda. ¿Me explico? —Asentí con la cabeza.— Un poco lo que hacía con vos.— Agregó.— Date vuelta.—

Ella estaba apoyada sobre su lado izquierdo y yo estaba boca arriba y la miré nerviosa, pero no me moví. Movió los labios repitiendo esas dos palabras y lo hice. Sentí su mano tomar mi mano derecha y no sé porqué motivo la llevé a mi pecho junto con la mía y cerré los ojos.

Escuché un "buenas noches" susurrado y me dormí con su cuerpo pegado a mi espalda.

Desperté en la misma posición, delante de su cuerpo desnudo por la mitad y su mano en mi pecho. Intenté mirarla de reojo y solo pude ver que dormía entre mi molesto pelo y la almohada. Corrí su mano que descansaba en mi pecho y quise girarme, pero no pude hacerlo sin que despertara. Lo primero que hizo fue sonreír y yo la imité al ver su pelo revuelto, y acto seguido miró la ventana.

— Tendría que haber traido la cámara.— Volvió a mirarme y guiñó su ojo derecho.— Buen día. — Dijo bajando el tono de su voz.—

— Buen día, Pipi.— Contesté y ella me empujó. Reí y miré la hora en el despertador de la mesa de luz, catorce cuarenta y tres.— Creo que ya no podemos dormir siesta.—

Me levante y busqué mi pantalón en el suelo, mientras ella desdoblaba el suyo. Cuando estuve vestida la miré y ya estaba de pie, acomodando unos adornos hasta que quedaron separados por la misma distancia.

Luego del té y algunas tostadas, y miradas graciosas de mis padres, la morocha bronceada por el sol de México, se fue.