De la Lluvia y todo lo demás. 7.

En el mismo segundo quedó frente a mi con su mano agarrando la mía, con sus piernas firmes bloqueando el camino y su boca entreabierta exhalando su húmeda respiración...

Me desperté y lo primero que vi fue la cabeza de la profesora sobre mi pecho, sentí su piel en mis brazos que, no sé desde que momento, la abrazaban. Me quedé inmovil, o casi. Los únicos músculos que moví fueron los de la cara para abrir los ojos y para sonreír. Se veía diferente sin los anteojos, aunque ya la había visto, pero no tanto tiempo ni de esa forma. Tenía tres lunares en la nariz y otros dos en la oreja izquierda, en la misma donde le atravesaba una varita de acero quirúrgico. Sentí uno de sus dedos acariciar mi brazo.

— Deja de mirarme. — Susurró con los ojos aún cerrados. Sonreía de lado. —

— ¿Cómo sabes que te estoy mirando? — Pregunté. Ninguna se movía.—

— Siento que me estás mirando.—

Volvió a acariciar mi brazo y está vez no pude evitar ponerme nerviosa. Movió su cabeza hacia atrás, me miró y volvió a sonreír. Corrió las frasadas hasta su cadera. Tenía la remera levanada hasta la cintura donde se le asomaba el final o el comienzo, de un tatuaje en la espalda. La imagen de profesora de literatura de la secundaria que tenía, desapareció. Se bajó la remera hasta donde le permitió el largo del brazo y se acomodó a mi lado. Se apoyó sobre su lado izquierdo e hizo el enorme esfuerzo de volver a abrir los ojos. Me miró en silencio.

Me levanté y ella rompió el silencio.

— ¿A donde vas? — Preguntó y buscó sus anteojos en la mesa de luz de su lado.—

— Voy a hacer café.— Contesté y ella ya tenía los anteojos puestos. Sonrió y volvió a acurrucarse entre las frasadas. —

Caminé a la cocina y fue ahí donde me di cuenta que solo tenía la remera y la ropa interior puesta. Preparé dos tazas de café y volví al cuarto donde ella estaba sentada en la cama, con las piernas tapadas y el libro que releía la noche anterior, entre las manos.

— Gracias. —Dijo agarrando la taza.—

— ¿Te falta mucho?— Pregunté mirando el libro, una vez que estuve sentada a su lado.—

—No, casi nada.— Contestó mirandome por arriba de sus anteojos.— ¿Dormiste bien?—

— Muy. — Dije y ella volvió a sonreír. —

Volvió a fijar la vista en el libro que luego de un rato, cerró y dejó en la mesa de luz. Su taza de café, como la mía, se había vaciado. Buscó mi mirada y yo no pude sostenerla.

—Tengo que volver a casa.— Dije. Seguía evitando su mirada.—

Me pusé de pie y me vestí. Ella hizo lo mismo, pero del otro lado de la cama. Se metió al baño y yo volvía la cocina para dejar las tazas. Busqué mi bolso y lo colgué sobre mi hombro izquierdo, y ella apareció por el pasiillo. Caminé a la puerta, ella me siguió y la abrió. Susurró un gracias por cortesía y nos quedamos mirándonos. Ella miraba mis ojos desnudos. Quise girar mi cabeza para que cada una besara la mejilla de la otra, como siempre, pero su mano derecha subió a mi rostro. Me acarició con su pulgar y los pocos centímetros o milímetros, de aire que nos separaban, dejaron de existir. Sus anteojos chocaron con mi nariz como sus labios con los míos. Cerré los ojos por inercia. Sentí su labio superior entre los míos y ahí nos quedamos, un eterno segundo. Quizás menos que un segundo, pero más que una eternidad.

Se despegó de mis labios y no pude volver a abrir los ojos. Me giré y sali por la puerta que ella había abierto, sin decir nada. Tuve que abrir los ojos para bajar las escaleras y volver a casa con vida.

No volví a escuchar Oasis, no miré la biblioteca ni el libro de tapa negra durante todo el día. El celular descansó apagado sobre la mesa de café de la sala y yo volví a sentir que necesitaba a Miriam.

No tenía claro qué le pasaba a Olivia, no tenía claro el porque de lo que hizo, pero lo que estaba claro era que ella no tenía nada claro.

Lunes y por suerte volvía a trabajar, volvía a mantener la cabeza ocupada en otra cosa que no fuera el beso. Cuando pasaron las tres primeras horas, los tres primeros pacientes, Luciana me comunicó que la profesora había llamado y yo recordé que el celular estaba apagado. Me quedaban dos horas más de trabajo.

Entró Lena con una mezcla de expresiones.

— Tenes que venir a ver a Olivia. — Dijo directamente. Luciana me miró sin entender nada. —

— Yo cierro Lu, podes irte. — Miré a la morocha. — ¿Paso algo? —

Lena no contestó, no habló más, me agarró del brazo y me sacó afuera. Tuve que gritarle más de una vez para que me dejara cerrar la puerta del consultorio. Subimos al auto y manejo más rápido que de costumbre hasta el departamento de la profesora.

Entramos sin golpear y la primer imagen de la casa fue totalmente diferente a la de hace dos noches atrás. Se escuchaban sollozos de la mujer con anteojos pequeños, desde el sillón azúl.

—Está más tranquila ahora, pero no paraba de llorar. — Nos habíamos quedado en la puerta de entrada. la botella con las dos flores naranjas no estaban.—

Caminé hasta el sillón azúl, miré la biblioteca y no me hizo sonreír. Me arrodillé a su lado. Ella giró apenas la cabeza para mirarme un segundo. Apoyé mi mano en su pierna derecha y de a poco fue volviendo a respirar.

—¿Queres hablar? — Pregunté y ella negó con la cabeza. Se sacó los anteojos, limpió su cara empapada, y refregó sus ojos. — ¿Las flores? —

—Las tiré. — Habló casi sin voz. Me miró y tenía los ojos rojos e hinchados por el llanto. Su cuerpo estaba sin fuerzas, una vez más. —

— ¿Por qué las tiraste? — Ella se encogió de hombros y corrió su mirada.—

— Tengo que volver a la facultad. — Habló Lena detrás del sillón azúl ya con su mochila en la espalda.— Cualquier cosa avisame, por favor.— Dio media vuelta y se fue.—

—¿Queres café? — Ella volvió a mirarme, pero esta vez intentó sonreír. No pudo.—

Me paré de su lado y caminé a la cocina para hacerle café. La vi pararse y caminar arrastrando los pies, con los anteojos en la mano, al baño. Le dejé el pocillo de café sobre la mesa, ahora sin flores ni vela. Cuando volvió se sentó de frente a la pequeña taza y no parpadeo por algunos segundos. Me senté frente a ella.

— Gracias. — Susurro. —Tuvé un sueño rarísimo. — El sonido de su voz de a poco comenzaba a subir. La miré esperando que continuara. — Soñé que iba al baño y cuando volvía estaba dentro de un cuarto totalmente vacío. — Tomó café y luego apoyó las manos sobre la mesa. Su dedo índice raspaba el pulgar constantemente. — Me desperté sintiendo que no tenía nada. —

— ¿Recordas algo del cuarto? — Me miró y abrazó el pocillo. —

— Era de color anaranjado. — Su vista se clavó en el café que le quedaba.— También había una ventana en uno de los lados, afuera se veía un hombre. Yo le gritaba pero no se movía. Me miraba, pero no hacía nada. — Recordé el día de la mudanza, de haber ido a buscar unas cajas a un cuarto del mismo color. Había una cuna. No hablé más. —

Ella terminó el café en silencio, con los párpados cansados y un poco menos hinchados que hace algunos minutos. Yo volví a pensar en el beso mientras ella encendía un cigarrillo.

Miré la hora en mi muñeca izquierda, diecisiete veinticinco. Luego busqué la gran ventana del balcón y el sol aún estaba arriba. Me volví a parar y llevé el pocillo vacío a la cocina. Ella me siguió.

— Gracias.— Repitió y está vez sonreí de verdad. Se veía mejor, pero no bien.—

— De nada. — Contesté y comencé a sentirme incómoda. — ¿Te sentis mejor? Olivia, vas a tener que ir a un médico, va a poder ayudarte más. — Me miraba y era la fragilidad. Quería abrazarla, pero seguía sintiendome incómoda.— Si no queres seguir teniendo los ataque, tenes que ir.— Hizo un gesto que no alcanzó a ser gesto, pero lo tomé como una forma de decir sí.—

Sonó el timbre y ella caminó a la puerta. La escuché hablar sin ganas, sin levantar la voz, con otra voz de mujer. Volvió a aparecer en la cocina con una chica de no más de veinte años, del mismo color de pelo y piel, con anteojos y sonriente.

— Paola, mi hermana.— Dijo mirándome. Volvió a mirar a la pequeña mujer.— Ella es Ale. — Sinríeron. La hermana de la profesora besó mi mejilla izquierda.— ¿Te quedas? — Preguntó y por mi cabeza volvió a pasar, una vez más, el beso.—

— No puedo.— Dije y salí de la cocina.— Tengo que volver a casa. Estas bien acompañada hoy.—

Busqué mi bolso y caminé a la puerta. Otra vez comenzaba a repetirse la escena de hace algunos días. Me abrió la puerta, pero está vez me giré rápidamente y salí sin decir ni hacer nada más.

Llegué a casa cerca de las dieciocho treinta y el sol ya no estaba tan arriba. Preparé té y me senté en una de las sillas de la cocina. Quedé de frente a la biblioteca.

Golpearon la puerta.

— Perdón que pase sin avisar, pero quería saber cómo está Oli. — Escuché la última palabra y no pude evitar reír. Ella sonrió.—

— Pasa. — Entramos y nos sentamos en el sillón. — Olivia quedo con su hermana, estaba mejor. La voz le volvió y sus ojos seguían hinchados. —

— Sí, yo le dije a Pao que fuera. — La miré y sentí que la extrañaba un poco más.—

— Le pedí que fuera a un médico. — Lena se puso de pie y caminó a la cocina. Escuché el agua cayendo dentro de la pava. —

— Quizás a vos te haga caso.— Dijo al volver al sillón.— Gracias. — Agregó y sonrió. Le devolví la sonrisa. — ¿Té? —

Asentí y caminamos de vuelta a la cocina. Me quedé en una de las sillas y la miré mientras caminaba y preparaba todo para el té, hasta que se acercó a la mesa con las tazas llenas. Me entregó la mía y no pude evitar acariciar su mano. Sentí su mirada clavada en mi rostro esperando lo mismo, pero tampoco pude. La taza quedó en mi mano, y ella se sentó a mi lado.

Cuando tuve el valor de volver a mirarla, la noté triste, pero su cuerpo era fuerte y ella siempre se sintió como su cuerpo. Tenía el pelo atado como siempre, y la remera que mejor le quedaba según yo, debajo del largo cardigan. El té se nos terminó sin cruzar ninguna palabra.

Me levanté para juntar las tazas vacias, esperando que ella se levantara y se tirará en el sillón a leer como antes, pero no paso. Me quedé apoyada sobre la mesada, ella me miraba.

—¿Estás bien? — Asentí con la cabeza y ella se acercó. — ¿Segura? — Estaba a mi lado como yo, apoyada sobre la mesada.—

— Sí, relativamente estoy bien.— La miré y sonreía. —

Su mano buscó la mía sobre la superficie solida, y cuando la encontró su mirada volvió a chocar con la mía. En el mismo segundo quedó frente a mi con su mano agarrando la mía, con sus piernas firmes bloqueando el camino y su boca entreabierta exhalando su húmeda respiración. Recordé el beso, el fugaz y eterno beso de Olivia. Deshice los últimos milímetros de distancia y nuestras bocas volvieron a estar juntas. Sus manos automáticamente subieron a los costados de mi rostro y sentí su sonrisa en el beso. Mis manos nerviosas se decidieron en descansar en su cintura y las de ella dejaron de estar estancadas y corrieron mi molesto pelo largo. El beso se terminó y ella limpió sus labios con su lengua. Necesité una enorme bocanada de aire para volver a respirar con normalidad. Nuevamente, su mano, tomó la mía y de esa forma me obligó a caminar detrás de ella hasta el cuarto.

Caímos en la cama, ella sobre mí, y nuestras bocas volvieron a juntarse. Su mano izquierda subió desde el costado de mi pierna hasta mi pecho, mientras las mías se deshacian del molesto cardigan. Cuando éste desapareció, acaricié su espalda dentro de la remera.

Perdí el sweater y la camisa en menos de un minuto, los botones del negro pantalón que cubria mis piernas estaban sueltos. Su boca bajo a mi cuello, a mi pecho, a mis pechos. Le solté el pelo y lo sentí, junto a su boca, acariciar mi torso. El pantalón salió de mi junto con los zapatos, junton mi cordura. Lena perdió su lugar aunque tuviera más fuerza, y toda la ropa demasiado rápido. Besé su cuerpo, su boca y su cuerpo nuevamente hasta que sin advertencias ella entró en mi. Su mano dentro de mi humeda ropa interior, dentro de mi. La vi mirarme antes de cerrar los ojos y abrir la boca. Su lengua recorrió todo mi oido derecho, y mis músculos de a poco se fueron tensando. Mi mano derecha se aferró a su cuello y mis movimientos, con ella dentro, aumentaron. Tuvo que dejar de besarme para no morir ahogada en mi piel.

Me tomé algunos minutos para volver a respirar con normalidad y aunque no lo logré del todo, bajé a su sexo. La miré desde allí abajo, volví a mirar su rostro, sus pechos y sus oblicuos definidos. Sentí su sabor en mi boca entera. Ella sostenía mi pelo con una mano, la otra apretaba su pecho. Recorrí una y otra vez su feminidad, y una vez más.

La mano que apretaba su pecho se aferró a la tela que cubría la cama, y su pecho se movía a la par que su corazón. Dos dedos de mi mano derecha entraron en ella y su cuerpo se desprendió de la cama, volvió mi trabajo más fácil. Gimió por algunos segundos y por último se le escapó una bocal. A mi me invadió la duda.

Subí hasta quedar a la par, ella me miró con la sonrisa pintada, pero sincera. No hablamos porque sabíamos que fue un acto por necesidad más que por amor, porque si hubiera sido por amor, no hubiera sido.