De la Lluvia y todo lo demás. 6.

Primero me molestó porque lo estaba haciendo por lástima, pero la abracé porque lo necesitaba hace nueve años.

No recuerdo exactamente qué decía, pero le estaba contando de mi vida en la ciudad Capital, de mis padres y mi primer perro. Recuerdo que cuando la miré estaba dormida con la cabeza hacia un lado y su brazo aún haciendome de almohada para mi cabeza. Me pegué más a su cuerpo y me dormí.

Desperté y ella me abrazaba, yo sostenía su brazo por si lo sacaba, sus piernas cubiertas estaban enredadas en las mías. Aún dormía y noté que el poco maquillaje de sus ojos se le había corrido. Se escuchaba el viento chocar contra los árboles.

Como pude saqué su brazo, ese que hace algunos minutos no quiería que me soltara, y caminé a mi cuarto para cambiarme. Pasé por el baño y preparé el café. Ese café fue el que me acompañó en el desayuno mientras yo pensaba en cómo despertarla. A mi no me gusta que me despierten. Golpearon la puerta y pensé que el sonido iba a despertarla, pero se acomodó y siguió durmiendo. Caminé a la puerta y Olivia entró como si fuera su casa. Se quedó parada de frente al sillón.

— Perdón. — Dijo sin sacarle la vista a la dorctora. —

— No pasa nada. — Sonreí y cerré la puerta. — ¿Café? — Ella asintió y volvió a moverse para caminar a la cocina. La seguí .—

— ¿Novia nueva? — Preguntó mientras le servía café en un pocillo. Negué con la cabeza. —

— Amiga nueva. Quizás. — Contesté y apoyé el pocillo frente a ella. La miré tomar su café. — ¿Estás bien? —

— Sí, vine porque anoche te llamé. Quería invitarte a cenar al departamente que ya está listo. — Sonrió.— Pero quizás otro día. —

— Me quedé dormida y me desperté tarde. — Contesté. —

—¿De donde la conoces? — Las dos mirábamos a la mujer dormida en el sillón. — ¿La conoces hace mucho? —

— No. Chocamos en el bar hace algunos días, y anoche no estaba bien y yo tenía helado. — Rió.—

— ¡Qué solidaria! — Dijo y la ironía le sentaba muy bien. Sonreí.—

— ¿Estás celosa? — Ella levantó su ceja derecha. — Hoy puedo ir a cenar a tu departamento ya listo. —

— No quiero que sea por compromiso. Tampoco como psicóloga. — Teminó su café y me miró seria. —

— Me estoy invitando sola, no es nada de eso. — Se levantó y lavó el pocillo. —

— Creo que yo también tengo helado en mi heladera. — Dijo mientras volvía a la mesa. Reí. Vimos cómo Victoria, Vicky, se refregaba los ojos. —

— Buen día. —Dijo mirando a la profesora. Acomodo su ropa y su pelo. — ¿El baño? — Ya estaba de pie y sonriendo. —

— Por el pasillo, la primer puerta de la derecha. — Contesté. Volví a pararme para hacer café. —

Olivia se puso de pie para mirar la biblioteca y esta vez no pude ver si sonreía. Volvió a sonar la canción de Oasis, pero no bailó. No bailamos. La doctora apareció y se saludaron con una sonrisa. Caminó hasta donde estaba yo y susurró un gracias antes de tomar su café.

Sentí el olor a los cigarrillos de Olivia. La busqué con la mirada y estaba, otra vez, con el libro de Galeano en las manos. Me quedé en la mesa con la doctora, pero cada tanto se me iban los ojos al cuerpo de la mujer leyendo.

— ¿Tu pareja? — Preguntó una vez que terminó el café. —

— No, amiga se podría decir. — Las dos sonreímos. —

— Mira la misma televisión que vos. — Dijo antes de ponerse de pie. — Gracias por todo.— Sin borrar la sonrisa de sus labios besó mi mejilla y caminó donde estaba Olivia. Repitió el saludo y se perdió por la puerta.—

Olivia se quedó donde estaba, yo la miré desde la silla. De vez en cuando sacaba la vista del libro y miraba hacia adelante, pero luego volvía a mirar las letras de las hojas.

— Tengo que hacer compras. — Dijo sin dejar de leer. No contesté. — ¿Vos tenes que bañarte? —

— Supongo. — Y esa fue su manera de pedirme que vaya con ella. — Ahora vuelvo.—

Me fui a bañar y traté de no tardar lo que realmente tardo. La escuché cantar la última canción del disco de Oasis que sonaba, y la pava hervir. Cuando salí del baño, aún sin vestir, solo con una toalla envuelta al cuerpo, se acercó con una taza de té. No quería, pero me pareció un lindo gesto de su parte, más que nada porque sabía que ella no tomaba té. Lo había hecho solo para mi. Caminé a mi pieza y busqué ropa. Miré por la ventana y otra vez habían nubes que intentaban tapar al sol.

Olivia me esperaba de pie en la puerta, lista para salir. Tuve que dejar la taza vacia en la mesa de café de la sala, buscar mi bolso y salir detrás de ella.

Fuimos de compras, pero no exactamente a un supermercado. Terminamos comprando canastos, cortinas y algún mueble más para su departamento. Le regalé copas.

Terminamos las compras cerca de las quice, cansada y muertas de hambre. Tuvimos que agregarle el almuerzo a la invitación de la cena. Los siete escalones previos a su puerta se hicieron enormes por las bolsas. Por suerte los muebles los traía la misma empresa. Entramos y estaba amueblada, decorada y ordenada tal cual me había hecho imaginar. La mesa con cuatro sillas al redecor, con una botella y dos flores en el centro, hacían toda la casa más linda. Le seguía el sillón de dos cuerpos azul y allí, debajo de la mesa de café, habían libros. Era totalmente diferente a la casa vacia que compartía. Esa casa fue una perdida también.

Antes de ordennar todo lo que había dentro de las bolsas, cocinó pastas. Comimos sin sacar las flores del centro de la mesa.

— ¿Tenes flores favoritas?— Preguntó después de haber mirado por más de cinco minutos las dos flores anaranjadas de la botella. —

— No, en realidad no me gustan.— Contesté. —Desde que murió mi hermana y todo el mundo llevaba flores, no me gustan. Pero estas no están nada mal. — Su sonrisa se borró y me miró con lástima. —

— Perdón... — Dijo y yo sonreí. —

— ¿Por qué? — Me seguía mirando igual y comenzaba a molestarme.—

— ¿Hace cuanto paso? — Miró mi mano que descansaba sobre la mesa y luego volvió a mis ojos. —

— Nueve años. — Recordé la cara blanca y pecosa de Verónica y sonreí. — Se suicidó. — Agregué. —

— ¿Por qué? — Preguntó sorprendida.—

— No tuvimos una infancia tan linda. — Se quitó los lentes y los dejó sobre sobre la mesa. Yo miré las flores. —Empezó con ataques de pánico y nadie sabía que hacer, ni qué era eso. Yo tenía dieciocho años recién cumplidos y no tenía idea de nada. — Tomé el último trago de vino tinto de una de las copas que le había regalado. — Los ataques se volvieron más frecuentes y ella no los soportó más. —

— ¿Por eso estudiaste psicología?— Volví a mirarla y sonreí. Asentí con la cabeza. —

— Sí. Necesitaba entender todo lo que le había pasado. — Ella también volvió a sonreír y sus anteojos volvieron a proteger su vista. — Para poder dejar de estar enojada con ella. —

— ¿Cómo se llamaba? — Preguntó y comenzó a juntar los platos.—

— Verónica. — Contesté y la ayudé con la limpieza. —

Estaba dejando las copas ya vacias sobre la mesada y cuanco estaba por volver a la sala, ella me abrazó. Primero me molestó porque lo estaba haciendo por lástima, pero la abracé porque lo necesitaba hace nueve años. El abrazo duró poco porque tocaron el timbre desde abajo con el mueble que había comprado la Profesora. La tarde se nos pasó armandolo.

Cuando terminamos de unir los pedazos de maderas, noté que por la ventana del balcón del departamenteo comenzaba a asomarse la luna, totalmente redonda y distante. Olivia me miró sonriente.

— ¿Café o té? Compré de los dos. —Sonreí. Ella se levantó del suelo de la sala. —

— Té. — Contesté y me paré también. Miré el mueble. — Quedó bastante bien para ser la primera biblioteca que armamos. — Ella ya estaba en la cocina. —

Volvió a la sala y miró la biblioteca recién armada. Sonrió, como cuando miraba la biblioteca de mi casa. Iba a preguntar el motivo, pero me gustaba tener esa duda. Ella acomodó los libros en los estantes, como en casa, por nombre de autor, alfabeticamente. Cuando terminó la miró, dos pasos más atrás y sonrió nuevamente, pero está vez, su sonrisa fue más grande. Yo terminé mi té y el frío comenzaba a sentirse en el cuerpo. El departamento tenía una linda , pero falsa, chimenea, justo en frente a la biblioteca.

— Creo que otro café o té, nos vendría bien. — Dijo mirandome fijo. —

— Yo no quiero, gracias. — Me paré del sillón y vi una foto de ella con sus padres y Lena, de hace algunos cuantos años. — Pero te acepto una manta.—

Olivia caminó a su cuarto y yo volví al sillón. Afuera se veían algunas nubes y me dio pereza el solo pensar que tenía que salir para volver a casa. La mujer de anteojos apareció con una manta verde claro y me tapó del cuello para abajo. La miré caminar a la cocina. Miré el falso fuego que dibujaba la chimenea y me dormí.

— Alejandra. — Escuché y detrás de esa voz sonaba muy bajo la voz de Joss Stone. — La cena está lista. —

— Perdón. Dije y ella sonrió. —

— Que bueno que vos tampoco comas carnes. — Se metió en la cocina otra vez, y yo miré la mesa ya lista. Había una vela al lado de la botella con las dos flores anaranjadas. —

— ¿Olivia, esto es una cita? —

— ¡Callate! — Gritó desde el otro cuarto. —

Apareció con dos platos blancos, con verduras salteadas arriba de un arroz de color amarillo. Sin dudas, aparte de los libros, la cocina era algo que le gustaba. Comimos casi en silencio, casi porque tuve que decirle que no sabía si estaba rico o yo tenía hambre. Ella sonrió.

Recordé que tenía que volver y que existía el tiempo. Miré mi muñeca derecha y mi reloj macaba las once treinta y cuatro.

— Entras en el sillón. — Dijo aprovechándose de sus cinco centimetros más que yo. — Y mi cama es grande.

— ¿Queres que te muestre? — Volvió a ponerse roja y yo solo pude reír. —

— Te hablo en serio. — Aunque su vergüenza era notoria, ella intentaba ocultarla. — Quedate. — Agregó y mi risa terminó. —

Ninguna dijo más nada, pero yo podría haber hecho una historia sobre esa última palabra. Limpiamos lo que habíamos ensuciado y preparó té para mi y café para ella. Leímos un rato al lado de la falsa chimenea. Benedetti para mi, y ella releía Crónicas de una Muerte Anunciada porque debía evaluarlo la próxima semana.

— Creo que del único hombre que me enamoré realmente, es de Mario. — Comenté después de apoyar la taza de té, media llena o media vacia, sobre la mesa de café. —

— Yo lo quiero un montón también. — Me miró y sonrio. —

Volvió su vista al libro que tenía entre su mano izquierda. De vez en cuando se quitaba los anteojos y me miraba mientras tomaba un poco de café, y luego volvía al libro.

Empezaba a sentirme cansada o perezosa, otra vez. No estaba segura de la hora pero seguro habían pasado más de dos horas desde que cenamos. Me miró mientras bostezaba.

—¿Queres ir a la cama? — Pregunó marcando la página y cerrando el libro. Lo apoyó sobre sus piernas. —

—No te aproveches de mi, por favor. — Ella se mordió el labio inferior y reboleo los ojos.—

—Si no paras con esas cosas, voy a empezar a creer que tenes ganas de mostrarme en serio. — Reí exageradamente y caminé a su cuerto.—

Me acosté solo con la remera que tenía y me tapé hasta el cuello. La cama estaba congelada. Intenté dormir, tenía sueño, pero la cama estaba congelada.

No sé cuanto tiempo paso, pero no paso mucho. Estaba acostada, con los ojos cerrados, aferrada a las frasadas y sentí el cuerpo de la profesora meterse dentro de las mismas frasadas que estaba yo. La cama tomo calor y yo me dormí pensando en que el frío que sentía estaba en mi cabeza.