De la Lluvia y todo lo demás. 5-

— Es todo muy raro porque nos separamos porque Olivia se separó.

Llegamos hasta la casa donde, hace no más de tres semanas, vivía con su novio. Entramos y ella llamó a una empresa de mudanzas. La casa era grande para solo dos personas, había mucho espacio y pocas fotografías. Todas las paredes eran de color crema, en algunos lados la humedad le había ganado a la pintura. No habían libros por ningún lado de la sala y me pareció raro. Me ofreció café, pero preferí no tomar ni tocar nada. Me quedé estancada a cuatro pasos de la entrada.

— No te preocupes, Julian sale a las diez de la noche de la oficina. — Dijo y la busqué con la mirada. — Si es que viene. —

— ¿Por qué te vas vos y no él? — Pregunté y ella caminó al sillón de dos cuerpos que dentro de poco iba a ir a parar a su nueva casa. —

— Porque la casa fue regalo su padre. Para los dos. — La vi bajar la mirada al piso. — Antes de perder el embarazo. —

— ¿Qué? — Había escuchado, pero no sabía nada sobre un embarazo y no era algo que me esperaba. —

— Fue hace dos años, cuando Lena empezó a salir con vos. — No pregunté más nada. Entendí todo un poco más.—

Quise decir algo que no me salía. Quise decir algo como profesional y algo como amiga, o lo que sea que seamos, pero no supe bien qué. Tampoco iba a servir de nada. Había pasado mucho tiempo.

Sonó el timbre y tuve que abrir yo la puerta porque la mujer de pelo claro y anteojos pequeños tuvo que ir al baño a lavar su cara. Tres hombres cargando muebles en un camión y nosotras guardando en cajas las cosas más frágiles. Como no eran muchas cosas, en un viaje pudimos llevar todo al nuevo departamento.

Miré la hora de reojo y mi reloj marcaba un poco más de las once. La luna se veía hermosa desde la ventana y yo me sentí cansada. Me despedí y me aseguró que iba a estar bien y me agradeció la ayuda. Volví a casa.

Llegué a tomar un té, me bañé y me acosté. Sola otra vez. Extrañé a la morocha de cuerpo atlético.

Me desperté una hora antes de mi cita semanal con Miriam. Desayuné y salí de casa. Llegué en el momento justo que salía el chico del cuarto de paredes blancas. La mujer de más de cuarenta años sonrió y yo entré. Sonó mi celular.

— Perdón. — Dije mientras sacaba el aparato de mi bolsillo. Lo miré y era la doctora. Sonreí y lo apagué. — Perdón me olvidé de apagarlo. — La miré y sonreía también.—

— No voy a preguntarte cómo estás porque es obvio. — Dijo mientras nos sentabamos cada una en su sillón. — Voy a preguntar por qué viniste directamente.—

— ¿Por vicio? — Miré la ventana unos segundos y luego a ella que recién abría su libreta.— Dentro de todo estoy bien. Me estoy tomando todo con calma.—

—¿Olivia? — La miré sin entender porque preguntaba.—

— Bien. Creo. Se separó definitivamente.— Contesté y ella no dijo más nada.— Como Lena y yo. — Miré nuevamente la ventana. Había sol y un suave viento hacía mover las hojas de los árboles más altos.— Es todo muy raro porque nos separamos porque Olivia se separó. Lena cree que por eso va a poder estar con Olivia. Y con Olivia nos estamos llevando mejor. Mucho mejor. — La miré y anotó sin mirar. — Supé que Lena cedió a tener algo conmigo porque Olivia había quedado embarazada. — La mujer del otro sillón se sorprendió tanto como yo cuando lo supé.— Creo que lo expliqué un poco brusco. — Me volví a colgar mirando la ventana. —

— ¿Quién te llamó cuando entraste? — Preguntó y yo volví a sonreír.— Por eso lo pregunto. — Ella también sonrió.—

— Una doctora a la que le dije que no tenía pinta de doctora. —

— ¿Fuiste al médico? ¿Te paso algo? — Preguntó aunque yo había sonreído. —

— No, no. Salí una noche y chocamos. Literalmente. —

— Ya entendí. — Volví su cara a la normalidad. — ¿Cómo te sentís con que haya terminado tu relación? —

— Ya sé lo que me queres decir. Olivia me preguntó lo mismo y lo mismo te voy a contestar a vos. — Suspiré por tener que recordar lo mismo otra vez.

— Lena fue sincera conmigo. El primer día que la ví, ese medio día en la puerta de la cafetería de la facultad, la converzación comenzó con un " Decime si no es hermosa", mientras Olivia caminaba hacia ella. Me dejó claro lo que sentía por ella, no puedo hacer ningun tipo de reproche. — Esta vez miré yo el reloj de mi muñeca y faltaban cinco minutos. Ella escribió nuevamente. —

— ¿Y las vacaciones? —

— Esta todo planeado, pero sin destino ni fechas. — Me encogí de hombros.— Seguro terminé yendo a Capital. —

Miró su reloj y yo me pusé de pie. Me despedí y salí. Me quedé parada en la entrada y no sentí la mochila más liviana, porque ya no la sentía pesada. Recordé la llamada de la doctora.

— ¿No era que me conocias del consultorio de Miriam? — Pregunté una vez que escuché que alguien respiraba del otro lado.—

— Sí. — Contestó. — ¿Estabas con ella?

— Sí, por eso no pude atenderte. — Me quedé parada en la esquina. En una hora tenía que estar en mi consultorio.—

— Perdón no sabía tus horarios. Te llamé para saber si hoy te veía en el bar. —

— Puede ser... — Dije mientras le hacía señas a un taxi para que se detuviera. — Si no me quedo dormida temprano, voy. —

— ¿Cuántos años tenes? — Preguntó y se escuchó que golpeaban una puerta. —

— Veintisiete. ¿Estás trabajando? — Pregunté y ella grito "Un minuto". Subí al taxi.—

— Sí. Tengo que cortar. Yo tengo unos cuantos más y todavía no me duermo temprano. Te veo en el bar. — Dijo tan rápido que apenas se entendió lo último.—

Le di la dirección al taxista y fuimos directo al consultorio. La última hora de trabajo de la semana.

Una vez que volví a casa pudé comer, leer y dormir un rato, más tranquila. La soledad de la casa dejó de incomodarme, aunque seguía creyendo que acompañada se esta mejor. Recordé la casa que compartía Olivia y del vacio que se respiraba allí. Recordé su perdida.

Me desperté cerca de las diez de la noche porque sentí mi celular sonar. Llamas de perdidas de Lena, de Olivia y la doctora. No contesté ninguna. Me preparé una sopa de tomates que encontré en la heladera y pan de ajo para cenar antes de salir. Cené con el Cd de Oasis que había dejado la profesora de literatura. Salí de casa dos horas después.

En la misma banca de madera, sobre la barra del mismo material, estaba la doctora sin pinta de doctora. Pantalón y camisa totalmente negro, su pelo estaba atado en lo alto de su cabeza. A su lado, muy a su lado, un hombre de pelo oscuro, rapado a los costados, de saco sin corbata, que me pareció demasiado bien vestido para el lugar. No me acerqué enseguida por miedo a interrumpir. Me senté en la otra punta, quedando de frente a ella. Pedí una cerveza, la miré y ella sonrió, y me guiñó su ojo derecho. Le dijo no sé qué al hombre que hasta el momento, le hacía compañía, mientras me señalaba con con la mirada. Él me miró y ella caminó hasta mi.

— Le dije que tenía sesión. — Sonreí y beso mi mejilla izquierda. — Qué costumbre la de no contestar el celular. —

— Perdón. Dormía. — Dije y ella terminó el liquído de su vaso. — ¿Cuántos años tenes? — Recordé la llama de hace algunas horas. Ella levantó su vaso para pedír otra vez lo mismo.—

— Veintínueve. — La miré mientras tomaba cerveza. Ella también lo hizo. — Creí que no venías, que de alguna forma estaba siendo un poco pesada. — Sonreí y asentí con la cabeza. —Perdón. Pero no suelo chocar con nadie, y no conozco gente fuera del trabajo. —

— ¿Cómo es eso? — Pregunté y ella se giró hacia adelante. La imité. —

— No hace mucho que estoy acá. — Clavó su mirada en su vaso que tenía de nuevo, whisky con hielo. — Hace un año vivía en Capital. Me viné para estar tranquila. — Lo primero que se me vino a la cabeza fue que su pareja totalmente sacada por X motivo. Celos, seguro. —

— ¿Cómo es eso? — Pregunté y ella seguía igual. No movía otros músculos que no sean los que se utilizan para hablar. —

— Mi familia es estúpimente católica. — Su mano derecha agarró el vaso y tomó. Mi teoría cambió totalmente. — A los diecisiete les conté de mi orientación sexual y lo primero que me dijeron fue que era una vergüenza. — Sonrió. — Me fui a vivir con mi pareja de ese entonces y durante toda mi epoca de facultad. Ellos no dejaron de amenazarnos. Me fui más que nada para que ella estuviera más tranquila.— Volvió a tomar y terminó todo el líquido de su vaso. No pidió otra. — Perdón, me tomé muy a pecho que eras psicóloga. — Sonrió nuevamente. —

— No es necesario que tengas a una psicóloga para hablar. — Me sentí Olivia diciendo eso. Sonreí. —

— La costumbre. — Dijo y volvió a girar para quedar de frente a mi. —

—¿Por qué elegiste pediatria? — Terminé mi cerveza.—

— No lo sé... — Se encogió de hombros a la vez que habló. Miro sus manos que estaban sobre sus manos sobre sus piernas. Yo miré sus piernas. — Supongo que porque mi papá también lo es. —Corrió su mirada al vaso vacio y luego a la blonda semidesnuda de siempre. — Y porque me gustan los chicos.—

— En casa tengo helado. — Ella volvió a mirarme con la sonrisa ya dibujada. — ¿Queres? — Automáticamente asintió con la cabeza y salimos del bar—

Andaba en su auto al que subí por segunda vez, pero esta vez para ir a casa. Solo hablé yo para decir donde tenía que doblar y ella asentía con un sonido desde su garganta sin quitar la vista de adelante.

— Cuanto orden. — Dijo apenas entró. Me sentí alagada. — ¿Tus padres? —

— Viven en Capital. — Contesté mientras caminaba hacia la cocia en busca del helado. —

— ¿Te llevas bien con ellos? — Recordé a Lena. —

— A veces. — Dije al volver de la cocina con el helado y las cucharas. —

Estaba sentada en la punta del sillón, donde es largo, con los pies arriba,estirados y cruzados. Le entregué una cuchara y ella sonrió en forma de agradecimiento. Miró para todos lados y yo solo a ella.

— ¿Y la televisión? — Preguntó después de haber comido la segunda o tercer cucharada. —

— Aquellos son mi televisión. — Le señalé los libros con mi cuchara vacia. —

Comimos casi la mirad del pote. Extrañaba a su familia, era obvio. Miró la hora en su celular varias veces.

— ¿Trabajas? — Hablé y la vi negar con la cabeza. Me recosté a su lado. Ella pasó su brazo por detras de mi cuello, sobre el respaldo del sillón. —

— ¿Vos tampoco? — Corrió sus largas piernas cubiertas del medio para que yo pudiera apoyarlas ahí también. —

— Yo tampoco. — Me sentí demasiado cerca, y demasiado contacto. —