De la Lluvia y todo lo demás. 4.

— ¿Alguna vez te fijaste en una mujer?. — Alguna vez.

Estaba a punto de dar por hecho que mi semana había comenzado e iba a terminar como la anterior, exactamente igual, pero dos minutos antes de que saliera del consultorio, apareció Olivia. Luciana ya se había ido. Tenía mejor cara, quizás porque había podido dormir, quizás porque había ido a trabajar. Se quedó en silencio en la puerta de entrada y me miró con vergüenza.

— ¿Queres pasar? — Pregunté y ella entró después de tirar la mitad del cigarrillo que le quedaba entre los dedos. Miró toda la sala de espera y se sentó.—

— ¿Estás mejor? —

— Lena me dijo que habían terminado. — Me senté de frente a ella, pero a unos metros. Asentí con la cabeza.— Perdón. —

— ¿Por qué? — Pregunté. Ella me miró a los ojos por primera vez. — No tengo nada que perdonarle a nadie. —

— No puedo evitar sentirme mal. — Se volvió a poner de pie. Me pare con ella. —

— No tenes porque sentirte mal. —

— No puedo no pensar en que soy el motivo... —

— No, no sos el motivo. — Entré al cuarto de paredes blancas y busqué mi bolso. — No sos el motivo. — Repetí al volver a la sala. — ¿Vamos a otro lado? No me siento cómoda hablando acá. — Asintió con la cabeza. —

Salimos y caminamos a casa. Las pocas cuadras fueron en silencio, nada incómodo porque en eso teníamos experiencia. En estar sin hablar. Le abrí la puerta para que entrara y caminó directo a la biblioteca, yo a la cocina. Preparé café.

— Hoy es miércoles y sí estoy trabajando. —Dije en el momento que apoyaba los pocillos en la mesa. Se acercó y se sentó. —

— Yo no soy tu paciente.— Tomó su primer trago de café y me miró. — No puedo ser tu paciente. —

— Yo no dije que lo fueras. — Dejé de abrazar la pequeña taza blanca y tomé del líquido que me quitaba el sueño.—

— Bueno, como sea.— Jugó un momento con su pocillo. — Estoy mejor con lo de mi separación. Ayer salí a buscar alquiler porque no me voy a quedar con Lena. — Me miró. —

— Si no te sentís bien con ella, está bien... — No sabía bien qué tenía que decir. Se volvió a poner de pie.—

—¿Vos no sentís nada? ¿No te duele no estar más con Lena? — Lo dijo seria, enojada. Se quitó los lentes por unos segundo. —

— Claro que sí, pero no puedo decir nada porque ella fue sincera y me dijo lo que le pasaba con vos mucho antes de que empezaramos la relación.— Contesté sin mirarla y tomé café.— Claro que me duele... — Ella volvió a sentarse y terminó su café sin hablar. Buscó mi mano izquierda y miró la hora. —

—¿Tenes que irte? — Junté los pocillos y los llevé a la mesada. —

— No, en realidad no. — Dijo y caminó a la sala. — ¿Puedo fumar adentro? — Ya había sacado un cigarrillo y el encendedor del bolso. Asentí con la cabeza.—

— Te quedas a cenar conmigo. — Dije mientras miraba dentro de la heladera. — Tengo que ir al super. ¿Vas? —

— Vamos. — Contestó y acomodó su pelo y sus pequeños anteojos. Paso por en frente de la biblioteca y miró los libros otra vez. Sonrió. —

Caminamos cinco cuadras y un poco más hasta el supermercado. Ella se apoyó en un carrito y con la poca fuerza que había recuperado, caminó a mi lado mientras yo metía cosas dentro. En un momento se acercaron dos chicas de no más de dieciséis años, le dieron un sonoro beso en la mejilla y me sonrieron a mi. Se fueron enseguida.

— Todavía no sé si es bueno o malo ser profesora. — Hizo una media sonrisa y dejó de empujar el carro para poder meter una bolsa con tomates secos.

— Voy a cocinar yo y ya sé qué voy a hacer.—

— ¿Puedo preguntar qué vas a hacer o te vas a hacer la misteriosa? — Sonreí y ella me hizo seña que empujara yo el carro. —

— Pizza. — Contestó sin mirarme. — Necesitamos cervezas. — Agregó y yo reí. —

— Hacer compras te hace bien parece. — Ella sonrió.—

—No. Tener compañía me hace bien. — Dejé de empujar el cubo de metal para mirarla. Me miró seria. —

— No Olivia, no podemos ser pareja. — La vi ponerse roja como los tomates que había puesto hace algunos segundos. volví a reí. —

— Tus ganas. — Dijo y caminó rápidamente a los estantes de cervezas.—

Compramos todo lo que, según ella, era necesario para cenar pizza, y volvimos a casa. Ella cocinaba y yo pensé que era un momento perfecto para The Cure. Miré la biblioteca para ver qué había que la hacía sonreír, pero no encontré nada que no fueran libros. La escuché hablar con alguien y me acerqué a la cocina. Dejó de hablar para ponerse a gritar, y fue entonces que me di cuenta que hablaba con Lena. Sin despedirse ni calmarse, cortó la llamada y volvió a meter el celular en el bolsillo de su jeans. Había terminado de hacer masa y tenía el lado derecho de la cara blanco. Sonreí.

—¿Todo bien? —Pregunté y ella se encogió de hombros. Me acerqué y le pasé un repasador. — Tenes harina en la cara. — Se limpió. — ¿Cerveza?—

— Por favor. — Por fin habló . Apoyó su cola sobre la mesada. — Era Lena. Que no sabía donde estaba, que volviera que había hecho la cena. — Reí y le entregué un vaso lleno con cerveza. —A mi no me causa gracia. —

—Perdón. —Dije y la vi tomar. —

— Creí que le había quedado claro, hace tres años, que no soy torta, que no va a pasar nada aunque no esté con nadie. — Se giró y apoyó el vaso sobre la mesada e hizo una bolita con la masa. —

— Las tortas no nos creemos eso de "No soy torta". —

— ¿Vos tampoco? — Preguntó dandome la espalda. —

— Según. — Contesté. Caminé a la silla con mi vaso. — ¿Vos estuviste con una mujer alguna vez? — Ella negó con la cabeza. — Entonces, el que no te gusten las mujeres, para muchas, no es válido. — Tomé cerveza y la vi meter la masa ya estirada, en una placa, al horno. Buscó su vaso y se sentó en frente a mi. —

— Entonces vos estuviste con un hombre alguna vez. — Asentí con la cabeza aunque no haya preguntado. Ella sonrió y tomo cerveza nuevamente. —

— Pero es diferente. Que una mujer esté con un hombre es lo que la familia y la sociedad te impone, lo que te dicen que es normal, lo que esta bien. — Contesté y ella solo me miraba.— Claro que puede gustarte estar con un hombre, pero muchas mujeres reprimen ese deseo por lo que los demás dicen. Y lo mismo pasa con hombres. —

— ¿Cómo es estar con otra mujer? — Lo preguntó sin siquiera sonreír, como si nada, y me puso nerviosa. —

— No sé cómo explicarte. ¿Te muestro? — Dije y ella se volvió totalmente roja por segunda vez. —

— ¡Alejandra! — Reí. — Te pregunto en serio. Si quisiera que me muestren tengo una amiga que lo haría sin siquiera pedirselo. — Dijo y ahora fue a mi a quien no le causó gracia. —

— Dolió. — Tomé cerveza y pensé lo que iba a contestar. Ella se levantó y sacó la placa del horno. — ¿Viste cuando te tocas? — Pregunté, ella me miró y asintió con la cabeza. — Estar con una mujer es un poco eso. Mejor también. Estar con otra mujer es suavidad, es comodidad, es dulzura. Todo junto y separado a la vez. — Tuve que tomar cerveza porque lo sentí necesario. — Por lo menos en mi corta experiencia. — Ella buscó su vaso y terminó lo que le quedaba dentro. Sonrió.—

— ¿Con cuantas mujeres estuviste? — Preguntó y volvió a la mesada. —

— Contando a Lena, cuatro. — Contesté. Ella volvió a poner la masa al horno, pero ya lista. — ¿Alguna vez te fijaste en una mujer? — Volvió a la mesa.—

— Alguna vez. — Me miró con vergüenza. Me pareció inocente. — Pero fue porque Lena recién empezaba con todo eso y quizás me sentí un poco obligada. — Me pusé de pie y busqué más cerveza. Ella miró la pizza nuevamente. — ¿Ponemos platos? — Me miró y asentí con la cabeza.—

Busqué los platos y los cubiertos. The Cure había dejado de sonar y el silencio invadio la casa. Ella sirvió la pizza que derramaba queso y apenas dejaba ver algunos tomates. Sentí hambre solo al verla. Comimos en silencio.

Una vez que limpiamos todo lo que había ensuciado, ella fue quien eligió la música y bailó sin bailar el tema menos bailable. Bailó Stop Crying Your Heart Out, y yo reí desde la cocina.

— ¿Bailas? — Dijo detrás de mi en la cocina. La música aún sonaba. Negué con la cabeza. —Prometo no hacerte nada. — Volví a negar con la cabeza. —

— No bailo con heterosexuales. Y eso solo vos lo podes bailar. — Ella sonrió, se sacó los lentes y agarró mi mano derecha, y de un tirón me pegó a su cuerpo. — Bueno. —

Me abrazó por la cintura y yo no supe que hacer. Sacó sus manos y subió las mías a su cintura y volvió a poner las suyas donde estaban. Apenas movimos los pies del suelo y apenas veinte segundos eternos duró lo que quedaba de la canción. Se despegó de mi acariciando mi brazo a medida que se alejaba.

— ¿Me prestas tu sillón una vez más? — Preguntó alejandosé de la cocina. —

No contesté. Caminé a mi pieza a buscar una almohada y algo con que pudiera taparse aunque no hacía mucho frío. Volví a la sala y Oasis seguía sonando, y ella ya se había adueñado del sillón. Le entregué las cosas y volví a mi pieza, a mi cama.

Me desperté al escuchar ruidos en la cocina. Miré la hora en el reloj de mi mesa de luz, siete cuarenta. Me vestí y caminé a la cocina.

— ¿Estas destruyendo mi cocina o haciendo el desayuno? — Ella me miró y sonrió. Me entregó un pocillo con café recién hecho. —

— Perdón. — Dijo y me hizo seña que me sentara. — Buen día. —

— Buen día. — Contesté y le devolví la sonrisa. Tomé mi café. —

— ¿A qué hora te vas a trabajar? — Preguntó sin mirarme. Jugaba con una cuchara dentro de su pocillo. —

— A las nueve. — Contesté y la miré tomar café. — ¿Vos?

— No, hoy no tengo horas por la mañana. Tengo que ir a ver unos departamentos. — Me miró y yo solo pude hacer una media sonrisa. —

Ese fue todo el dialogo de la mañana. Cuando terminó de desayunar, se despidió con un beso en mi mejilla derecha y se perdió por la puerta. Yo tenía que bañarme y quería pasar por una librería antes de que se hicieran las nueve.

Cuando estuve lista, caminé hasta la librería. Miré algunos libros, leí algunas contratapas y compre dos; La Ridicula Idea de no Volver a Verte y Rayuela, que lo había comenzado a leer en la biblioteca de la facultad hace cinco años y nunca pude terminarlo. Iba a caminar hasta el consultorio, pero miré la hora y se me estaba haciendo tarde. Se venía una fila tremenda de autos, entre ellos un taxi, cuando le hice seña que parara se estacionó el auto rojo de adelate. Se bajó la ventanilla y volví a ver a la doctora. Sonreí.

— Menos mal que está vez no me chocaste. — Dije y ella sonrió. —

— Hola psicóloga. — Dijo y abrió la puerta del acompañante. — ¿Te llevo? —

— Gracias. — Me subí al auto y ella no avanzaba. La miré. Tenía puesto el uniforme totalmente blanco. — Avenida Argentina al cuatro cientos, taxista. — Ella rió y por fin el auto se movió— ¿Cómo estás? —

— Bien. Cansada, pero bien. ¿Vos? — Un semaforo hizo que ella se detuviera. Me miró y sonrió. —

— Bien. Llegando tarde, pero bien. — Volvió la mirada para adelante.— ¿Ya saliste de trabajar o recién entras? —

— Recién salgo. Estuve de guardia. — Contestó y miré la hora. Diez minutos faltaba para que llegara Paz. — Pensé que ibas a llamarme. Aunque no tenga pinta de dortora. —

—¿No eras pediatra? — Dije y volví a mirar por tercera vez, mi reloj. —

— Podemos hacer de cuenta que soy clínica o enfermera. O ginecóloga. Lo que quieras. — Reí y ella volvió a mirarme.—

Llegamos justo a tiempo. Paz estaba por cruzar la puerta de entrada y yo por bajar del auto de la doctora. Anoté mi número de celular en un pos-it que encontré en el auto y se lo pegué en el vidrio. Le agradecí y bajé para entrar, casi corriendo al consultorio. entramos juntas con Paz.

Luego llegó otro paciente y otro, y otro. Cuando se terminaron, salí junto con Luciana y comí en la primer confitería que encontré, y volví a casa. Llegué y acomodé los libros, que están ordenados alfabéticamente por el apellido del autor . Preparé té de naranja y me senté de frente a la biblioteca para ver si me hacía sonreír como a la profesora de Literatura. Pensé que quizás ella sabía algo de los libros que yo no, porque no estudié Literatura. Sonó mi celular.

— Alejandra, ¿Qués estas haciendo?— Reconocí la voz de Olivia. sonreí.—

— ¿Por qué tenes mi número? — Pregunté y me pusé de pie.—

— Me lo dio Lena para que haga terapia. — Rió. — No me contestaste —

— Acabo de llegar a casa. — Llevé la taza ya vacia a la mesada.—

— Vení hasta tu consultorio. Encontré departamento a tres cuadras. — Hablaba casi sin respirar.—

— ¿No tenes una amiga vos? — Busqué mi abrigo.— ¿No tenes una amiga que te mostrarias sin que se lo pidieras? —

— ¡Deja de hablar y vení! — Dijo molesta. —

Corté la llamada y volví al consultorio. Estaba sentada en el suelo con las piernas dobladas, jugando con una hoja amarilla y seca. Cuando me vio se puso de pie y sin decir absolutamente nada, caminamos al departamento que ya era de ella.

Tuvimos que subir siete escalones. Era en un primer piso. Entramos.

—Acá va a ir la mesa con las cuatro sillas. — Hablaba y a la vez señalaba el lugar.— Allá, de frente a la ventana del balcón, un sillón de dos cuerpos. Y por ahí voy a hacer algo para poner mis libros. — Caminó a la cocina conmigo detrás. — Bueno, acá no puedo hacer muchos cambios porque es lo suficientemente chica. Igual me gusta. — Ahora caminamos por un pasillo donde se veían tres puertas.— La puerta de la derecha es el baño. La primera de la izquierda mi cuarto y la otra algo que todavía no sé. — Se giró sonriente para mirarme.—

—No sé si importa, pero me gusta. — Dije y volvió a caminar a lo que sería la sala o el comedor. Caminé al baño para ver cómo era.— ¿Cuándo te mudas? — Grité. —

—Ahora. — Gritó también. Fui donde estaba ella. — ¿Me ayudas? —

— Soy psicóloga, no flete. — Ella buscó mi mano derecha y me llevó hasta la puerta. — ¿Hablaste con Lena? — Asintió con la cabeza. — ¿Todo bien? —

— Más o menos. — Contestó mientras bajabamos las escaleras. — Le repetí lo mismo que hace tres años atrás. Pero aunque me diga que lo entiende, ya no le creo. —

— Está enamorada de vos. — Me miró y me encogí de hombros. —

— Es mi amiga. — Fue lo último que dijo y caminamos hasta que un taxi paró. —