De la Lluvia y todo lo demás. 3.
Se puso de pie y caminó a la puerta, me miró por última vez y se fue.
Volví a quedar sola en casa. Volví a sentirme acompañada leyendo un libro con una taza de café humeante a un lado. Sin dudas era domingo y se fue demasiado rápido.
Lunes otra vez y otra vez a trabajar. La seguidilla de personas cada una hora volvía a comenzar, y con ellos sus mochilas. Al final del día no volví a casa, tomé un taxi hasta la casa de Lena para saber si Olivia estaba bien. Era raro que después de dos años de conocerla, recién ahora tengamos un poco de comunicación. Se sentía raro. Bajé del taxi y no pudé notar a la distacia si había alguien dentro. Tuve que golpear porque las llaves ya no eran mías. Me abrió Lena.
—¿Qué haces acá? — Dije sorprendida. — ¿Cuándo volviste? — Ella sonrió sin demasiadas ganas. Me hizo seña que podía pasar. —
— Llegué hace no más de dos hora. — Entré y me dió un fugaz beso. — Anoche me llamó Olivia llorando, llamé a la aerolinea y por suerte encontré avión enseguida. — Caminó detrás de mi hasta la sala. — Creo que tuvo otro ... — No pudo terminar la frase. — Ahora está dormida.—
— Me tendrías que haber llamado. ¿Alguna vez fue a terapia? — La miré y nego con la cabeza. La abracé por la cintura.—
—¿Querés tomar algo? — Otro fugaz beso sin ganas apareció. Se soltó de mis brazos. —
— Un té estaría bien. — Dije y ella caminó a la cocina. —
Tuve intenciones de caminar hasta el cuarto para ver cómo estaba Olivia, pero si dormía no iba a saber demasiado. Me senté en el pequeño sillón después de haberme sacado el bolso que colgaba sobre mi torso. La morocha amante de los deportes apareció con dos tazas de té y pensé que ese día podría ser la fecha de caducidad menos esperada. Se sentó a mi lado y tomó el primer trago de su blanca taza y yo solo pude acariciar su pierna.
— ¿Queres que hablemos ahora? — Preguntó y aunque sabía que teníamos que hablar, por la situación me pareció raro e incómodo. —
— ¿Te parece ahora? — La miré y sus ojos brillaban de humedad. — A mi no me parece momento. — Agregué y quité mi mano de su pierna. Se pusó de pie sin soltar la taza. La seguí con la vista. —
— A mi me parece que siempre está cualquien otra cosa antes de nosotras. — La miré sorprendida. — Pero tenes razón. Deberíamos hablar en otro momento. —
— Bien. — Dije por decir. —
La siguente media hora fue silencio incómodo, igual que si hablaramos. Olivia apareció por el pasillo arrastrando los pies. Otra vez su cuerpo demostraba que no tenía fuerzas ni ganas de tenerla. Se pusó los anteojos e intentó hacer una media sonrisa que no fue ni un cuarto de sonrisa.
— ¿Todo bien? — Preguntó ella. Qué paradoja, pensé. Lena se levantó del sillón con una enorme sonrisa falsa. —
—¿Te sentis mejor? — Preguntó y la profesora de Literatura me miró en busca de una respuesta. Negué con la cabeza. —
—Sí, me siento un poco mejor, pero no tengo ganas de hablar ahora. — Y ahora era Lena quien me miraba esperando algo de mi. Me paré y caminé detrás de las dos mujeres hasta la cocina.—
— Te va a hacer bien hablar, Olivia. — Se giró después de haber puesto agua a calentar. — Vas a tener que hacer algo o ir a ver a alguien. — Negó con la cabeza. Miré a Lena que seguía mirandome esperando que hiciera algo que no podía. — Podes pasar por mi consultorio cuando quieras, o por casa. — Dije mientras la mujer de pelo claro terminaba de preparar su café. — Tengo que volver a casa. — Fue lo último que dije antes de caminar de vuelta a la sala. —
Salí de la casa sin despedirme. Tomé un taxi y volví a mi casa. Volví a mi casa y volví a preparar comida para una. En ese momento caí que, definitivamente con Lena estabamos distanciadas y no por kilómetros literalmente hablando, sino de los otros, los peores. La cena para una que preparé nisiquiera fue cena, fue comida para decorar el plato y ahí quedó. Fría.
Durante toda la semana no vi ni supé nada de Lena o de Olivia, y no sabría decir cual de las dos me preocupaba más. En mi hora con Miriam no la escuche decir nada, quizás porque no la dejé, solo hablé yo. Hablé de nuevo de Lena, de Lena y su indiferencia, de Lena y su reacción, de Lena y su distancía. Hablé de Olivia y de la ineficacia que sentía con mi trabajo. De Rocio, que no había vuelto a ver esa semana.
Lena apareció, viva y no muy bien. Miraba por la ventana cuando ella estacionó su auto. Tenía ojeras y no tenía ganas ni de caminar el tramo del auto a la puerta de casa. Abrí la puerta y me abrazó, aunque más que abrazo fue un "me duermo".
—¿Todo bien? — Pregunté y automáticamente redordé lo estúpida que me parecía esa pregunta. —
— Tenemos que hablar, Ale. — Dijo mientras yo sentía que me había perdido varios capítulos de mi relación con ella. Asentí con la cabeza.— ¿Queres té?—
— Yo preparo. — Dije y caminamos a la cocina. Ella se quedo en mitad del camino sentada en una silla, yo seguí. —
— Creo que por más que no querramos o sí, vamos a tener que alejarnos. — Soltó sin más. Lena había dejado de pensar dos veces lo que decía no sé en que momento. La miré después de haber puesto agua a calentar. — Las dos tenemos prioridades diferentes ahora. — Recordé el primer día que la conocí. —
—¿Es por Olivia, no? — Asíntió con la cabeza sin mirarme.— Supongo que tenes razón. Yo debería dedicarme más seriamente a mi trabajo. Un poco más.
— Busqué las dos tazas aunque no sabía si ella seguía queriendo el té. —
— Olivia me dijo que iba a pasar a verte si sentía que era necesario. — Asentí con la cabeza. — Si te molesta puedo hablar con ella... —
— No, no me molesta. — Interrumpí. Caminé a la mesa con las dos tazas llenas. — Solo espero que no pretendas que tengamos o intentemos tener una amistad. Vos y yo. — Dije después de haber tomado el primer sorbo de té. Quedamos en silencio escuchando la lluvia que comenzaba a chocar contra el techo. —
Tomamos el té en silencio, pero ya no era incómodo porque las dudas dejaron de existir. Cuando su taza se vació volvió a mirarme, volvió a sonreír sin ganas, pero sinceramente. Se puso de pie y caminó a la puerta, me miró por última vez y se fue. No me sentía bien, tampoco mal. No lloré, ni me sentí aliviada. No sentí que necesitaba a Miriam. Fue todo anunciado.
Mi fin de semana comenzaba no muy bien, pero recién comenzaba. Me pareció buena idea salir y tomar algo más que aire. Volví al bar donde habíamos ido con la mujer de pelo claro y pequeños anteojos. No pude evitar reír sola al recordarla bailando en aquel sitio. La rubia de enormes pechos, al igual que hace una semana atrás, se acercó con el trago que había pedido apenas entré.
Después del segundo Gin Tonic tuve la necesidad de ir al baño, pero no alcancé a entrar al cuarto porque choqué con alguien, con alguien con silueta de mujer. No puedo decir de quién fue la culpa si es que hay culpa de algo, porque ninguna llevaba sus ojos donde debía. La vi, la vi desde abajo, desde el suelo. Sus ojos debajo de unas finas cejas eran celestes y el labio inferior era el doble de grueso que el superior.
—¿Estás bien? — Dijo mientras me estiraba la mano derecha para ayudarme a poner de pie. Tomé su mano. — Perdón, no te vi.—
— No pasa nada. Estoy bien. — Dije mientras sacudía y acomodaba mi ropa. — ¿Vos estás bien?— Ella sonrió y sus labios se emparejaron casi perfectamente. Acomodó su negro pelo.—
— Sí, si fuiste vos la que caíste. — Me miró unos segundos en silencio. — ¡Ya sé de donde te conozco! — Dijo y yo camine al primer cubículo.—
— ¿De dónde? — Grité e intenté buscar su cara en mi memoria. Por un momento creí que jugaba. —
— Del consultorio de Miriam. — Sonreí. No porque la recordara, sino porque pensé que era un buen lugar de donde me recordaba. — ¿No me equivoco, no? — Preguntó al ver que no decía nada del otro lado de la puerta. Salí sonriendo y negué con la cabeza.— ¿Puedo invitarte lo que sea que tomes? — Terminé de lavarme las manos y salimos juntas del baño. —
Caminamos hasta los bancos de madera más cerca de la puerta de entrada y se sentó a mi lado derecho. Cuando tuvimos a la blonda semidesnuda cerca, ella pidió un whisky en las rocas y me miró.
—Un Gin Tonic. — Sonrió y la rubia del otro lado de la barra se alejó. — ¿Sos Psicóloga? — Pregunté y ella rió. —
— No. Por suerte. — Miramos los tragos listos sobre la madera y ella apoyó el vaso sobre su grueso labio. La miré tomar whisky como si de agua mineral se tratara. — ¿Tu nombre? El mío es Victoria. Vicky. —
— Alajandra. Ale. — Contesté y luego de sonreír por la burla probé por tecera vez, un Gin Tonic.—
— Vos sí sos Psicóloga. — Giró su cuerpo como para quedar de frente a mi y la miré. — Lo sé por la manera en que miras. —
— ¿Cómo es la manera en que miro? — Ella volvió a tomar de su vaso. Me giré de la misma manera que ella.—
— Miras observando. Miras con la cabeza através de los ojos.— Se giró nuevamente y dejó de mirarme. — Te estuve mirando desde que entraste. —
— ¿A qué te dedicas? — Sonrió como si le hubiera dado la razón. —
— Médica pediatra. —
— No tenés pinta de médica. — Sonrió. Abracé mi vaso con las dos manos.—
— Por ese comentario podría decir que me equivoqué y que no sos psicóloga. — Terminó su whisky. —
— Yo no dije que lo era. — Me miró. Clavó sus celestes ojos en los míos. No pude evitar que mi sonrisa creciera. —
— Lo sé y ahora sé que no sabes mentir. — Miró mi vaso que aún tenía la mezcla de liquidos transparente y limón, y luego su muñeca izquierda. — Espero que en serio estes bien. Tengo que irme a dormir porque mañana, aunque no tenga pinta, tengo que trabajar. De médica. — Sonreí. —
— Te diría que me duele algo, pero ya soy grande. — Ella rió. Yo no. — Gracias por el trago. — Metió su mano derecha dentro de la pequeña cartera negra que tenía colgado sobre el torso y saco una, aún más pequeña tarjeta blanca. — Que descanses. — Ella se acercó y beso mi mejilla izquierda. — Se perdió detrás de la puerta con mi mirada pegada a su espalda. —