De la Lluvia y todo lo demás. 21.
Intenté comunicarme con Paloma, pero no contestó.
Me desperté recordando la cena de la noche anterior. Recordando las facciones del hombre de mirada verde. La cena, la charla y la despedida. Se fue de casa abrazando a la fotógrafa hasta la puerta.
Faltaban poco menos de dos horas para mi primer paciente del día, poco más de cinco para que despegara su avión. La miré dormir algunos segundos, corrí el pelo que le caía sobre la cara y me levanté. El frío se metió en mi cuerpo por mis pies descalzos mientras preparaba dos tazas de café y volvía a la habitación. Su parecido físico al hombre de la noche anterior me obligó a volver a recordar la cena.
Él, amante del whisky y del tabaco, era alto, realmente alto. Tenia piernas largas y delgadas. Sus ojos verdes jamas perdían cuando había que sostener la mirada. No le gustaba el fútbol ni la lluvia. Esto último fue un tema de discusión entre solo nosotros dos.
La fotógrafa abrió los ojos lentamente mientras yo la miraba inmóvil desde el marco de la puerta. Sonrió y volvió a cerrar los ojos. Me había olvidado del café y del frío.
— Estas dejando que se enfríe el café.— Dijo mientras se envolvía en las frasadas un poco más.—
Mi cuerpo volvió a reaccionar y me senté del lado derecho de la cama. Ella seguía con los ojos cerrados. Su mano menos hábil salió y encontró mi pierna. Bostezó y recién después tuvo fuerzas para volver a abrirlos. Al otro lado de la cama descansaba su maleta ya lista. Pipi subió haciendo fuerza con sus brazos y se sentó. Sonrió mientras le entregaba la taza de café, quizás ya un poco frío.
—Tenes las piernas heladas. — Volvió a hablar.—
— Hace frío. — Contesté.—
Levantó las frazadas y me cubrió las piernas. Su mano derecha quedo sobre ellas. Estábamos en silencio, nada incómodo. Yo solo podía visualizar la maleta del otro lado y ella jugaba con su pulgar con mi piel.
—¿No vas a el aeropuerto, no? — Preguntó sin mirarme.—
— No creo que me den los horarios. — Dije y su mano salió de abajo de las frazadas.— Igual volves en una semana. — Busqué su mirada y la vi sonreír.—
Asintió con la cabeza y la mano que había dejado de estar sobre mi pierna acarició mi rostro. Mi cabeza cayó sobre su hombro. Nos quedamos en la misma posición, moviendo solo los músculos necesarios para tomar del líquido de nuestras tazas. Su celular sonó más de una vez antes que atendiera. Me devolvió la taza vacía. Pablo desde el otro lado le recordaba el vuelo.
Me miró como pidiendo disculpas y de mi boca apenas salió una media sonrisa. Me estiró la mano para que me pusiera de pie junto a ella. Me abrazó algunos pocos minutos y sin dejar de hacerlo me llevo al baño.
Paloma aún tenía puesta la mitad de la ropa del día anterior. Nos habíamos dormido sentadas en el sillón luego de que Manuel se fuera y cuando nos fuimos al cuarto se sentía tanto frío que no pudo terminar de desvestirse.
Se desnudo y me desnudo a mí. Yo solo podía mirarla, como si fuera la última vez que iba a verla. Nos bañamos juntas por última vez.
—Cando vuelva voy a tener que buscar un lugar donde armar el estudio. Vas a tener que decidir la fecha y el lugar del casamiento. Ah, e informarte sobre adopción. — Hablaba sentada en la cama. Yo le daba la espalda, metida en el placar buscando una camisa. Por mi cabeza paso la imagen de todo lo que había mencionado. Reí. —
— Sí, cuando vuelvas hablamos. — Contesté.—
Antes de que comenzara a abrochar la camisa seleccionada susurró un "te amo".
Se quedaba con el juego de llaves que alguna vez le perteneció a Lena. Se las llevaba.
Me besó antes de irme. Me fui caminando aunque se había ofrecido a llevarme en auto.
El cielo no tenía sol, era completamente gris y corría un lento viento. Iba a volver a llover. El aire en movimiento chocaba de frente con mi cuerpo. Mis manos terminaron dentro de los bolsillos del enorme saco que cubría casi todo mi cuerpo.
Pensé en llegar y hacer que fuera posible poder ir a el aeropuerto, pero apenas supe cómo hacerlo posible, me arrepentí. No sabía qué hacer en las despedidas, ni qué decir. Preferí quedarme con las dos últimas palabras que salieron de su boca. Preferí quedarme con el sonido de su respiración y su olor mezclado con el de casa.
Pasaron los primeros pacientes del día, luego almorcé y seguí con más pacientes. Por un momento me había olvidado de la ida de la fotógrafa, pero solo fue un momento.
Afuera ya llovía, pero el viento había dejado de existir. Volví a casa en taxi, mirando a través del vidrio como la gente corría creyendo poder evitar mojarse. Unas cuadras antes de llegar a destino la profesora me llamó y acordamos en que venía a casa a cenar.
En casa había quedado su disco de Queen, la bufanda y un Pos-It en la heladera que me recordaba que me amaba.
La profesora llegó poco menos de dos horas después de mi llegada. Yo ya me había cambiado la ropa con la que había ido a trabajar y mi pelo terminó todo atado en mi nuca.
Como siempre que abrí la puerta, ella acomodaba sus anteojos. Sonrió y plantó un beso sonoro en mi mejilla. Está vez los cambios no habían aumentado. Y una vez más, había llegado con la comida.
—¿Paloma? — Preguntó luego de varios minutos. —
— Tuvo que viajar por trabajo. — Contesté. —
— ¿Vuelve? — Y solo pude contestar encogiéndome de hombros.—
Serví en dos vasos jugo de naranja mientras ella buscaba algo para escuchar. Rogué que no fuera el disco olvidado. Cuando volví a mirarla estaba soplando la tierra de un disco con los ojos cerrados detrás de los anteojos. The Wall comenzó a sonar en un volumen perfecto.
Me miró, sonrió y se acercó en busca de su vaso. Me sostuvo la mirada hasta ya tener el vaso entre las manos y terminó sentada en el sillón frente a la ventana. La seguí pero me senté en el sillón individual. La miré mientras su mano izquierda acariciaba su vientre.
— Que ganas de comer chocolate. — Volvió a hablar después de varios minutos de mirar la lluvia caer. Me miró y sonrió.—
Me pusé de pie y agarré el enorme saco que había quedado sobre el respaldo del sillón. Su sonrisa había dejado de estar. Salí y caminé lo más rápido que las piernas me permitieron, y luego de un par de cuadras encontré un kiosco. Compré lo que necesitaba y volví por las mismas cuadras mojadas por las que había ido.
— ¿Estás loca? — Preguntó desde la puerta antes que llegara a ella. — ¡Estás empapada! —
— Lo sé. — Contesté y saque los tres tipo de chocolates que había comprado del bolsillo del saco. —
La profesora volvió a sonreír. Bajó la mirada y susurró un gracias. Yo ya tenía el saco en mis manos y estaba a punto de irme a la habitación para volver a cambiarme de ropa.
Tuve que secar mi pelo con el secador. Al ver las prendas en el suelo no pude evitar imaginar a Paloma quejándose y ordenando todo detrás. Sonreí mientras terminaba de ponerme la remera. Junté la ropa del suelo, me giré y ella estaba un paso dentro del cuarto con una taza de té humeando entre las manos.
— Perdón. — Dijo y otra vez su mirada cayó al suelo. — Creí que te habías cambiado antes de escuchar el secador. —
— ¿Hace cuánto estás ahí? — Sonreí avergonzada. — No importa. —
Estiró los brazos para entregarme la taza. Volvimos a la sala, ella un paso más adelante que yo. Volvimos a los mismos asientos de antes y no volvió a mirarme en mucho tiempo.
Puse a calentar la comida que ella había traído y volví a llenar los vasos con jugo. The Wall había dejado de sonar y el único ruido que se escuchaba era el de la lluvia.
— Podrías haber dado la vuelta y esperar en la sala. — Dije buscando su mirada. —
— ¿Qué? — Preguntó y volvió a mirarme. Sonreí. —
— Que te quedaste en la puerta de la habitación. — Repetí. Dejé los vasos sobre la mesa y me senté de frente a ella. —
— No, iba a dar la vuelta justo cuando vos lo hiciste. — Sonrió y jugó con sus dedos sobre la mesa. Me levante en busca de la comida.—
— No sabes mentir. — Le daba la espalda, pero sentía su mirada en mi. —
— ¿Tengo que pagarte una sesión por esto? — Contestó y yo reí.—
— No, es gratis la charla. — Dejé la comida ya caliente sobre la mesa y volví a mirarla. — No pasa nada, no te sientas incómoda. —
Olivia volvió a mirarme sonriente y acomodó los anteojos sobre su nariz. Comenzamos a comer hablando de literatura y acabamos hablando sobre su rutina.
Habían pasado poco más de dos horas. En frente ya no teníamos comida, teníamos un pocillo lleno de café y silencio. Antes de probar el liquído negro, busco mi mano sobre la mesa y miro el tiempo en mi muñeca.
Afuera ya no llovía aunque las nubes no se habían movido demasiado, y la profesora creyó que era un buen momento para irse. Busqué mi celular para pedir un taxi y vi las llamadas perdidas de la fotógrafa y un par de mensajes de mamá. Pedí el auto y en custión de minutos la profesora ya no estaba en casa. Se fue invitándome la próxima noche a su departamento.
Intenté comunicarme con Paloma, pero no contestó. Quizás ya estaba durmiendo, debía ser mucho más tarde. Le dejé un mensaje de voz e intenté dormirme.
Me desperté y lo primero que hice fue mirar el celular que tenía un mensaje de texto de la fotógrafa. "Anoche dormía. Te llamo por la noche de acá, la tarde de allá." decía el texto.
Por la mañana tenía tres pacientes y luego podía volver a casa un par de horas antes de tres horas más allí. Las primeras tres horas pasaron bastante rápido y pude volver a casa así de rápido como pasaron.
Almorcé jugando con el celular sobre la mesa. No me atreví a volver a llamarla hasta que estuve de pie frente a la cafetera. Busqué su numero y la llamé. Sonó tres veces antes de escuchar su voz entre muchas otras de fondo. Encendí la cafetera.
—¿Pipi, podes hablar? — Pregunté luego de algunos segundos sin tener respuesta directa.—
— ¿Enana, qué paso? — Dijo después de haberle dicho que espere a otra persona. La cafetera comenzó a llenar mi taza. —
— Te fuiste, eso paso. —
— Yo también te extraño. — Contestó y sonreí.—
— Perdón que te llame así, sin avisarte. Pero el mensaje que me mandaste no me convenció demasiado. — Apagué la cafetera y volví a la mesa. — ¿Podes hablar o espero tu llamada de la noche de allá, la tarde de acá? —
— Puedo hablar. — La escuché decir. —
— ¿Estás molesta porque anoche no atendí el celular? —
— No. — Contestó y yo tomé de mi café.—
— ¿Segura? —
— Un poco. —
La fotógrafa dejo de estar molesta luego de haberle dicho que la extrañaba. Hablamos, o habló, de como iba todo por allá y de los nuevos trabajos que le habían ofrecido.
La mitad de mi café se enfrió dentro de la taza blanca. Afuera no llovía, ni corría viento. El sol se iba asomando desde muy, pero muy, dentro de las nubes.
Busqué la hora en mi muñeca izquierda y si no me apuraba iba a llegar tarde para la primer hora de la tarde. Llamé un taxi y llegué apenas unos segundos antes que el paciente.
En la sala de espera sonaba una voz en francés y sentí calor. Le pedí a Luciana que bajara la calefacción y una jarra con agua fresca, y como siempre solo afirmó con la cabeza mientras yo cruzaba la puerta con el paciente.
La primer imagen que vi al salir con el bolso cruzado, fue la de la profesora. La profesora sentada en la silla que da de frente a mi puerta y con las manos en la panza. Sentí la mirada de Luciana en mi cara.
—¿Ya terminamos, no? — Pregunté devolviéndole la mirada. Una vez más Luciana asintió con la cabeza.—
Olivia ya estaba de pie, algunos pasos más adelante y con sus manos en los bolsillos del saco. Sonrió y terminé de achicar la distancia. El beso de siempre sonó en mi mejilla derecha.
—¿Cómo estás? — Preguntó.—
— Bien ¿Vos? —
— Bien. — Dijo y volvió a sonreír.— Vine a buscarte para que vayamos a casa. Ya que estamos solas, me pareció bien compartir la cena una vez más. —