De la Lluvia y todo lo demás. 20.

Terminó con la poca distancia y me abrazó. Sentí su respiración en mi cuello, y por primera vez sentí esos cambios de su cuerpo.

No había abierto los ojos aún, pero la sentí acostarse. Sus brazos desde atrás me abrazaron junto con sus piernas. Susurró un "hola" antes de besar mi nuca y su mano subió para correr mi molesto pelo. Sonreí al sentir su tacto, su fría mano sobre mi mejilla. Su boca se posó sobre mi cuello y la mano encargada de correr mechones de pelo de mi cara, volvió a bajar y está vez se encargó de hacerme perder una de las dos pendas que tenía. Volvió a pegarse a mi y sentí su desnudes sobre mi espalda. Me giré hacia mi izquierda, abrí los ojos y ella rápidamente busco mi boca con la suya, mis ojos se volvieron a cerrar. Su mano acarició desde la parte baja de mi espalda hasta enredarla en mi pelo. La temperatura aumentó un poco más debajo de las frazadas.

Mis manos reaccionaron y buscaron sus pechos aún fríos, con sus pezones erectos. Mi boca dejó de corresponder a la suya y metiéndome debajo de las frasadas, en medió del calor que salía de nuestros cuerpos, besé sus pechos. Ella cayó quedando boca arriba. Mi largo pelo acariciaba su pecho mientras mi boca probaba su piel, y bajamos juntos hasta su ombligo. Sus músculos se pusieron tensos en esa zona y su respiración creció. Mi mano derecha acarició el largo de su pierna izquierda en la oscuridad. La imaginé con el pelo revuelto allí arriba, los ojos cerrados y sus dientes mordiendo su labio inferior.

La mitad de mi cuerpo estaba entre sus piernas, mi boca seguía pegada a su piel.

—Enana... — La escuché decir con dificultad.—

Sonreí sin despegar mis labios al escucharla. Mi mano volvió a bajar por su pierna, pero está vez al subir, la subí por la parte interna. Las abrió cuanto pudo al sentirla sobre su sexo húmedo por instinto y su mano menos hábil apretó mi brazo. Inhale su olor y decidí que debía seguir bajando mi boca. Volví a besar su sexo que ya no estaba húmedo, estaba mojado. Lo besé y jugué con él una y otra vez, con mi lengua, con mis labios y los suyos. El sonido de su garganta inhalando y exhalando invadió toda la habitación, incluso debajo de las frazadas. El calor allí seguía aumentando, fuera y dentro de mi cuerpo.

Su mano dejó de tener contacto conmigo para aferrarse a las sábanas, y mis dedos se sintieron libres de entrar el ella. Mi boca seguía en el centro de su cuerpo sintiendo su sabor que desbordaba de su cuerpo, mientras su pelvis comenzaba a moverse. Volví a imaginar su cara con sus ojos cerrados fuertemente. Su respiración se volvió gemidos y mis dedos aumentaron el movimiento. Comencé a sentir su sabor en mi boca y en mi mano. Sus dedos apretaron mi brazo una vez más emitiendo un enorme y sonoro suspiro. Me obligó a volver a subir a su altura.

Me besó y bajó sus manos a mi cintura para apretarme más a ella, acomodando su pierna derecha entre las mías, teniendo contacto directo con mi sexo ya descubierto. Sus manos bajaron un poco más y con ellas sobre mi cola, forzó un movimiento que me obligó a exhalar todo el aire de mi cuerpo. Mi respiración aumentó un poco más cuando volvió a jugar con su boca en mi cuello. La mía, mi boca, abierta despedía aire sobre su pelo, al lado de su oído, gracias a mis movimientos obligados por sus manos. Mis músculos se tensaron, desde mis pies hasta mi cuello, incluyendo mis pulmones. El roce era demasiado para mi, para mi excitación y para mi resistencia. Mis manos apretaron sus hombros sin motivos, pero con la excusa del momento. Sentí su pierna mojarse y las mías gracias a ellas. Mi cabeza cayó, mis ojos seguían cerrados y mi nariz absorbía el olor de su pelo.

— ¿En serio no queres responder ahora mi pregunta? — Habló y estoy segura que sonreímos las dos.—

Golpearon la puerta y tuve que forzar mis párpados para poder volver a despegarlos. La miré y ella ya no sonreía.

— ¿Esperas a alguien? — Preguntó y yo negué con la cabeza.—

— ¿No es tú papá, no? — Pregunté mientras salía de la cama.—

— No, no tiene la dirección todavía.— Contestó.—

Recordé mi celular y que no recordaba donde lo había dejado. La puerta volvió a ser golpeada y yo aún no terminaba de vestirme. Caminé lo más rápido que pude descalza y abrí la puerta.

— Buenos días. — Dijo desde el otro lado la profesora. Sonrió y acomodó sus anteojos.—

— Buenos días. — Contesté y le hice seña que podía entrar.—

Volví a notar cambios en su cuerpo. Ella caminó a la cocina con una bolsa de papel blanco en la mano derecha, que dejó sobre la mesa y se quitó el abrigo.

— ¿Cómo estás? — Pregunté al pasar a su lado para preparar té.—

— Bien, estoy bien. — Contestó y la fotógrafa apareció.—

— Hola. — Dijo y me giré. Solo le cubría el cuerpo una enorme remera.—

— Hola. — Contestó la mujer de anteojos.—

La profesora caminó hacia mí sonriente y tomó un plato que estaba sobre la mesada, volvió hacía la mesa y sacó unos pancitos que había dentro de la bolsa para ponerlo sobre el plato.

— Yo también quiero té. — Dijo Pipi acercándose. Sonreí. — Le sienta bien el embarazo. — Agregó en voz baja. Se apoyó sobre la mesada a mi lado.—

— ¿No tenes frío? — Pregunté y la fotógrafa solo volvió a sonreir. Salió de la cocina.—

Volví a mirar a Olivia que ya estaba sentada, sonriendo y correspondiendo a mis ojos. Tenía las manos debajo de la mesa y aun que no se veía, se lograba deducir que las tenía sobre la panza. Volví a sonreír.

— Ya estás cambiando físicamente. — Dije y ella bajo la mirada.—

— Sí, pero la panza sigue sin crecerme demasiado. — Contestó y volvió a mirarme. —

— Nada mal. — Agregué antes de girarme en busca de las tres tazas para el té. —

Sentí los pasos de vuelta de la otra mujer, y mientras yo llenaba las tazas de agua hirviendo las escuché hablar sobre la galería. Caminé hacía la mesa con dos tazas que terminaron una en frente de cada mujer y volví por la mía.

— ¿Ya elegiste el nombre? — Preguntó la fotógrafa antes de tomar el primer sorbo de té.—

— No, aún no. — Contestó y me miró. — Estuve comprando algunas cositas, ropa y alguna otra cosa...—

— ¿Sabes qué es? — Volvió a preguntar Paloma. Mordí un pancito y la vi negar con la cabeza.—

— No, la próxima vez que vaya al médico lo voy a saber. — Contestó y todo fue silencio por algunos minutos.—

La fotógrafa no dejaba de mirarla de reojo, mientras la otra me miraba a mi sin disimulo ni preocupación. De vez en cuando corría los ojos para mirar a un lado de Paloma, al fondo, donde estaba la biblioteca. Sonreía.

Terminamos el té en silencio. La fotógrafa apenas terminó llevó su taza hasta la cocina y luego despareció. Olivia dio algunas vueltas de la cocina a la sala y de la sala a la cocina.

— Gracias por el té. — Volvió a hablar. Sonreí como respuesta.— Me voy a terminar de corregir trabajos. —

— Me alegra verte bien. — Contesté.—

Terminó con la poca distancia y me abrazó. Sentí su respiración en mi cuello, y por primera vez sentí esos cambios de su cuerpo. Cuando comenzó a separarce mi mano buscó su panza, panza que todavía no crecía, pero estaba. No sentí nada, pero ella volvió a sonreír.

Apenas cerré la puerta, luego de que la profesora saliera, caminé hasta el cuarto en busca de Paloma. Estaba buscando ropa dentro de su maleta y volví a recordar que iba a irse.

— ¿Por qué te molesta tanto Olivia? — Pregunté apoyada en el marco de la puerta. —

— No me molesta ella, me molesta que este enamorada de vos. — Sonreí inconscientemente.—

— Yo de ella no. — Contesté y ella dejó la ropa dentro de la maleta y se acercó.—

Mi cuerpo se despegó del marco, sus manos pasaron por mis costados y me besó. Terminó el beso, sus manos dejaron de tener contacto conmigo y comenzó a desvestirse. Una a una, las prendas que la cubrían fueron cayendo al suelo y paso a mi lado desnuda, hacia el baño.

Volví a la cocina para ver qué podíamos almorzar antes que ella se fuera a la galería. No encontré mucho. Algún tipo de invento de arroz y verduras fue lo que comimos apenas terminó de arreglarse, y luego de estar un rato recostadas en el sillón ella se fue.

Me duché y leí cosas del consultorio, leí y repasé antes de que la mujer volviera con la cena. Cenamos en la sala con Norah Jones de fondo y el calor de la falsa chimenea muy cerca. De vez en cuando alguna mano terminaba en la rodilla de la otra y la dueña de la rodilla sonreía. Al acabar y luego de que terminara de ordenar volví a dormir recostada en su pecho.

Otra vez rutina de lunes y pacientes por la mañana y por la tarde, otra vez recordé que debía llamar a mi terapeuta. La fotógrafa paso a buscarme en su auto alquilado, con un vaso grande de café humeante para calmar el frío.

— Mañana viene a cenar Papá. — Dijo antes de estacionar en la puerta de casa. La miré.—

— ¿Cuándo te vas? — Pregunté. —

— El miércoles al medio día sale el avión. — Contestó sin mirarme, apretando el volante.—

Bajé del auto con el maletín en una mano y en la otra el vaso grande vacío. Ella bajó un segundo después y caminó detrás de mi. Entramos y Paloma solo se quedó de pie al lado de la falsa chimenea, con el abrigo puesto y mirándome caminar hacia el baño. Me duché y terminé vestida con un enorme pantalón negro y una musculosa blanca. Me sentí cansada de repente. La fotógrafa estaba preparando algo para cenar y ya tenía servidas dos copas de vino tinto que no rechacé aunque quizás debía. Me senté en la silla que daba de frenté a la cocina, a ella, y de vez en cuando, cuando se giraba y se acercaba para tomar un trago de su copa me robaba un beso o simplemente me lo regalaba.

En mi plato había abundante ensalada y una milanesa de soja, en el suyo había de la misma ensalada, pero descansaba un pedazo de pollo dorado. Se sentó de frente a mi y esta vez el silencio nos acompaño.

En la cama fue ella quien buscó el abrazó, fue ella quien busco el beso de buenas noches.

Despertamos por la alarma de celular que avisaba que eran las nueve de la mañana, que en una hora tenía que estar en el consultorio para tener el primer paciente del día. Nos levantamos, yo me duché mientras ella preparaba el desayuno. Desayunamos y me llevó a mi trabajo. Todo era en silencio.

Pasaron los tres paciente de la mañana y tenía una hora para almorzar junto a Luciana. Comimos y tomamos café antes que pasaran los últimos tres del día. Dos segundos antes que terminará la sesión con Noemi, la última paciente del día, Luciana entró para decirme que me esperaba la fotógrafa en la sala. Asentí con la cabeza y la rubia que tenía como paciente ya estaba de pie, caminando a la salida, despidiéndose hasta la próxima semana.

Pipi tarareaba la Canción, sonreí, pero parpadeé en ese instante y en el mismo la reprimí. Plantó un beso, la mitad sobre mi comisura derecha, la mitad sobre mi mejilla. Su mano se engancho en mi cintura pasando por mi espalda. Luciana colgó su bolso sobre sus hombros y se despidió solo con un movimiento de mano.

Entramos a casa. Paloma entró de mi mano, por delante, llevándome al lado de la falsa chimenea, y me abrazo. Besó mi cabeza, que descansaba sobre su hombro izquierdo.

— Tengo que ir a hacer compras para la cena de hoy. — Habló. Me despegué de su cuerpo y asentí con la cabeza. Sus manos seguían tomando las mías.

— ¿No me vas a hablar más? —

— ¿Qué queres que te diga? —

De un tirón volvió a pegarme a su cuerpo demasiado abrigado y caliente por el calor de la falsa chimenea, sonrió y me besó. Está vez ninguna pudo reprimir la sonrisa, aunque las bocas estuvieran ocupadas.

— Me gustaría que me digas que sí. — Volvió a hablar con apenas unos milímetros de distancia entre una boca y otra. No quise abrir los ojos. — Que digas que sí a todas la propuestas que ya te hice. —

— Cuando vuelvas. — Contesté una vez más y mis ojos se abrieron. — Me voy a duchar mientras vos vas a comprar. — Agregué y mis manos se deslizaron sobre las suyas.—

Mi abrigo cayó sobre el sillón y el resto quedó en el suelo de la habitación. Me duché y me tomé mi tiempo. Decidí que apenas salir del baño acordaba horario con Miriam. Salí e hice lo que había decidido y luego volví a vestirme.

Pipi estaba en la cocina, se escuchaba ruido de las bolsas de papel madera y su celular sonar. Habló algunos segundos y no habló más. Me senté en el sillón mirando hacia la enorme ventana que dejaba entrar el gris del cielo a punto de llover. La vi caminar hacia al equipo de música y poner la extrañable Amy Winehouse. Me miró y su cara, en ese momento, me pareció la cara de un pequeño perro triste. Se sentó a mi lado y mi mano terminó en su rodilla, su cabeza cayó sobre mi hombro y su mano acarició mi brazo.

— Me parece increíble que después de todo te vayas otra vez. — Afuera comenzó a llover. —

— No es otra vez. — Sentí uno de sus dedos dibujar sobre mi brazo. — No es igual. —

Busqué sus ojos. Su boca formó una sonrisa bastante triste y volvió a ponerse de pie. La vi caminar de vuelta a la cocina y luego miré, una vez más, el agua caer por el vidrio de la ventana.

— ¿No debería cocinar yo? — Pregunté desde el sillón.

Desde la cocina no se escuchó respuesta. Mi mirada seguía en las gotas de agua del lado de afuera, hasta que sentí su boca besar mi hombro derecho.

— No hay que cocinar nada. Compré sushi. —

Nuestros cuerpos estaban separados por el respaldo del sillón. Su mano paso por arriba y acarició mi brazo. Su boca volvió a besarme, pero está vez mucho más cerca de los labios. Su respiración no era nada anormal, pero sonaba muy fuerte en mi oído.

Volvió a la cocina y me quedé por algunos segundo, minutos quizás, con la voz de la mujer que salía de los parlantes. Sentí frío.

Escuché ruidos de platos sobre la mesada, la heladera abrirse y cerrarse. Me acerqué a la cocina y estaba acomodando las cosas sobre la mesa. Estiré mi brazo derecho en su dirección y así logré que me mirara.

— ¿Me abrazas? — Pregunté y sonrió. —

— ¿Sos bipolar? — Contestó antes de tomar mi mano. Sonreí y negué con la cabeza. —

— Soy mujer. —

La vi sonreír una vez más y sentí su cuerpo apretando el mío. Sus dedos apretaban mi espalda. Mi nariz se hundió en su cuello y su olor invadió todo mi sistema respiratorio.

— ¿Qué hora es? — Pregunté. —

— No sé.— Dijo y corrió sus manos obligando a que las mías hicieran lo mismo. Me miró sonriente. — ¿Por qué? —

— Por nada. — Contesté y mis hombros se encogieron.—

Volvió a separarse de mi cuerpo para buscar las copas y el vino que había quedado en una bolsa diferente sobre la mesada. Me quedé inmóvil mirándola hacer.

El timbre sonó mientras ella llenaba la segunda copa con vino tinto. Me miró sonriente y antes de caminar a la puerta, un fugaz beso terminó en mi boca. Me sentí nerviosa.

El hombre entró y el beso en la mejilla de ella retumbó en la sala. Habló para decirle que ordenara el abrigo y entonces supe que no había dudas de su paternidad. Manuel caminó a la par de Paloma, con la misma sonrisa en los labios, hasta llegar a mi. No tuve un apretón de mano, ni un beso, me saludo con un abrazo. Recordé los brazos de mi papá.