De la Lluvia y todo lo demás. 2.

Me desperté y sentí un brazo por mi cintura y un cuerpo detrás de mi. Recordé que Olivia estaba en casa y repasé todo lo hecho la noche anterior. Quité ese brazo y salí de la cama. Antes de salir del cuarto tomé mi celular y caminé a la cocina. Llamé a Lena.

Viernes, nueve cincuenta y ya estaba sentada en un pequeño sillón esperando que saliera el chico de siempre y Miriam me sonríera para poder entrar. Esos diez minutos se me hicieron diez eternidades, pero el chico salió y Miriam me sonrió. Entré.

— Hola Ale. — Dijo antes que yo le estampara un sonoro beso en ma mejilla derecha. —

— Hola. — Contesté y caminé directo al diván, y como siempre me perdí un largo rato en la ventana de la derecha. Los árboles se movian, el sol apenas lograba asomarse por entre algunas nubes. — Lena se va a visitar a su mamá.

— ¿Te molesta eso? — La miré y me paré dandeolé la espalda, quedando de frente a la ventana. —

— No, pero anoche volvió a enojarse. — Me giré y me encogí de hombros. — Creo que voy a restarle importancia a eso. — Me volví a sentar. — Le pedí a Rocio que buscara otro analista. Asi, literalmente. Estoy dejando de tener comunicación con mis padres para no tener que decirles que no estamos bien con Lena.

— No creo que sea necesario que les transmitas tus problemas amorosos para poder hablar con ellos. —

— Ellos llaman y preguntan por Lena. — Me miraba y solo me miraba. Me ponía nerviosa. — Yo creo que sí es necesario. —

— Que raro que lo creas. —

— No soy tan independiente ¿Viste? — Sonreímos las dos. — No sé qué voy a hacer con Lena, pero lo que si sé es que no quiero tener que hablar de lo mismo todas las semanas. —

— ¿No es exagerado lo que estas pensando? — Escribió sin mirar en la libreta rosa — Porque a mi sí me parece exagerado. — Me encogí de hombros. — ¿Qué paso con Olivia? ¿Te fue a ver? —

— No va a ir. Nunca hablamos lo necesario como para sentirnos con esa confianza. Almenos yo. — Me repetí lo que había dicho y lo creí. — No, no va a ir. —

— Quizás se de cuenta que lo necesita y va. Más allá de la relación, o la no relación, que tengan. — Ella miró su reloj que descansaba en su mano izquierda. —

— ¿Ya? — Pregunté sabiendo que la respuesta era su cabeza asintiendo. —

— Antes de que te vayas, ¿Pensaste en vacaiones? —

— Sí, pero todavía no sé cuando. —

— Bien. De a poquito. — Nos pusimos de pie y avanzó ella primero para abrirme la puerta. — Cualquier cosa sabes que podes llamarme. — Agregó y está vez fue ella quien beso mi mejilla. —

— Lo sé. Gracias. —

Como siempre, salí de allí con la mochila un poco menos pesada. Tomé un taxi de vuelta a casa, busqué mi bolso y caminé al consultorio. Al llegar, Luciana me comunicó que Raúl había llamado para avisar que no venía más a terapia. Tenía que llamarlo. Entró Nancy, nos saludó y caminamos juntas al cuarto de paredes blancas. Apenas paró de hablar durante la hora, durante mi única hora de trabajo de ese día. Volvimos a salir juntas del cuarto. En la sala de espera ya estaba Eva que me saludó con una sonrisa. Le dije a Luciana que podía irsé y se fueron.

Llegué a casa a comer. Cada vez que comía sola extrañaba a mis padres, y está vez en particular un poco más. Le di la razón mentalmente a Miriam y planifiqué un viaje sin destino, sin fecha de ida ni de vuelta.

Después de una semana casi igual a la anterior, después de haberse enojado el jueves por la noche, despues de pasar el viernes sin vernos, Lena llamó para despedirse antes de subir al avión. La converzación terminó con un "Te voy a extrañar" de su parte.

Me recosté en el sillón a terminar las últimas diez hojas del libro, después haberme preparado un té. Sentí la inmensidad de la casa. Llegando a los últimos tres renglones del libro, alguien golpeo la puerta gritando el nombre de la morocha amante de los deportes. Reconocí esa voz. Abrí la puerta de mala gana y me encontré con una mujer de pelo claro, largo hasta los omóplatos y de piel blanca como el algodón. Sus ojos oscuros detrás de sus pequeños lentes, delataban su llanto de no hace mucho tiempo. Sus brazos caían a sus costados sin fuerzas. La frágilidad tenía cuerpo y cara.

— ¿Lena? — Intentó hacer una media sonrisa, pero no lo logró. Tiró la colilla de su cigarrillo hacia el asfalto. —

— Ya se fue. Pasa Olivia. — Ella entró. Se quitó los lentes y refregó sus ojos con la mano izquierda. — ¿Queres tomar algo? ¿Agua? ¿Café? —

— Café estaría bien. Gracias. — Caminaba de un lado a otro y jugaba con los dedos de su mano. —

— ¿Qué te pasa? — Caminamos hasta la cocina. Ella se apoyó sobre la mesa y miraba el suelo. Preparé café. —

— El hijo de puta me niega que me engaña, dos minutos después que bajó la otra puta de su auto. Le digo que lo acabo de ver con otra mujer y lo niega igual. — Respiró.— ¡Hijo de puta! — Se podía sentir el nudo de su garganta en cada palabra que decía. — No puedo creer que después de cinco años y medio haga esto. —

Su respiración comenzó a aumentar, intentaba hablar, pero las palabras no salían enteras de su boca. La miré y estaba sentada en una de las sillas. Comenzó a temblar y no pude evitar abrazarla. Su corazón no latía normalmente.

—Quiero vomitar. Salí. — Dijo e intentó sacarme, pero sabía que no iba a hacerlo. La abracé más fuerte.—

— ¿Esto que te esta pasando ahora, te pasa seguido? — Ella obviamente no contesto nada. Había comenzado a llorar, pero pudo negar con la cabeza. — Bien. —

Estuvo pegada a mi pecho hasta que los síntomas dejaron de existir. Cuando nos despegamos tomo unos cuantos pañuelos y limpió su cara. El delineador negro se borró de sus ojos. —

— ¿Mejor? — Mi estúpida pregunta fue contestada con una falsa sonrisa.—

— Perdón. No debería haber venido. — La miré sorprendida. —

— Creo que haber venido fue lo mejor que podrías haber hecho. — Serví y tomé, por fin, mi café.—

Tomamos el liquido negro de nuestros blancos pocillos en silencio. Esperaba que dijera algo, que descargara un poco más, pero su celular sonó. Lo miró hasta que dejó de sonar y lo apagó, lo tiró al medió de la mesa sin importarle nada. No pregunté nada, no hacía falta. Volvió a sacarse los lentes para refregar sus ojos.

Nunca la había observado hasta ese momento. Tenía la nariz chiquita, sus labios finos eran perfectos para sus pequeños dientes de neón, y sus ojos achinados con pestañas tan curbas como una hamaca. Se le asomaban las arrugas nasogenianos.

— Gracias. — Dijo rompiendo el silencio. Por un momento no entendí nada, me había perdido mirandola. Sonreí avergonzada. — Es la primera vez que hablamos tanto. —

— Sí. — Contesté y la vi sonreír. — Si necesitas quedarte, podes hacerlo. — Su sonrisa desapareció lentamente y su cara era de sorpresa. — Sé que vivis con él. —

— No sé... — Se puso de pie y llevó los dos pocillos vacios a la mesada. Nervios sin motivos. — ¿Le avisas a Lena? — La miré y sonreí exageradamente desde la silla. —

— ¿Por qué debería avisarle? — Su rostro se volvió rojo. No contestó porque las dos sabíamos la respuesta. — No pasa nada, no te preocupes. —

— Gracias — Repitió y caminó hasta la biblioteca del costado izquierdo de la sala.

Miró uno por uno los libros que descansaban allí. Se decidió por El Libro de los Abrazos. Caminé hasta mi pieza, me senté en la cama y discutí conmigo misma por el trato con Olivia, pero me justifiqué con que "Es amiga". Que rápido volvía a necesitar a Miriam.

— ¡Alejandra! — Gritó desde la sala. Corrí hasta ella. —

— ¿Qué paso? — Seguía sentada con el libro de tapa negra en sus manos. —

— Escuchá. — La miré y sonreí. Aclaró su garganta — "El bisabuelo está completamente chocho y sonríe con la misma beatífica sonrisa de su bisnieto recién nacido. El bisabuelo es feliz porque ha perdido la memoria que tenía. El bisnieto es feliz porque no tiene, todavía, ninguna memoria. He aqui, pienso, la felicidad perfecta. Yo no la quiero." — Despegó sus ojos del libro y me miró através de sus lentes. —

— Coincido con Eduardo. — Dije y se quitó los lentes, pero no dejó de mirarme. —

— Yo no. — Sonreí. —

— Me di cuenta apenas te sacaste los lentes. — Me senté en la otra punta del sillón — Y entiendo porque no estas de acuerdo, pero si queres podemos discutirlo. —

— La memoria siempre intenta justificarte lo malo del presente. — Cerró el libro y lo dejo sobre la mesa de café. — Me cae muy mal la frase de "Todo tiempo pasado fue mejor". El tiempo pasado fue presente también. —

— Coincido con vos, pero memoria y tiempos son dos cosas diferentes... —

— No demasiado. — Interrumpió. La miré. — Tenemos memoria porque el tiempo pasa. —

— La memoria va más allá del tiempo. — Se paró y tomo mi muñeca izquierda para mirar la hora. —

— Quiero cerveza. ¿No es temprano para una, no? — Otra vez no me dejó terminar. — Cuando venía, vi un bar. ¿Vamos? —

— No es temprano. Vamos. —Sentí que me contagió las ganas de tomar cerveza, como cuando alguien bosteza. —

El tema de la memoría quedo olvidado, o quizás en la memoria. En mi memoria.

Caminamos hasta el bar que estaba dos cuadras más abajo, caminamos en silencio, ella con un cigarrillo en la mano derecha. El bar, era un bar típico de ciudad. Lleno de hombres, algunos con más alcohol en sangre que otros. Algunos menos caballeros que otros. Nos sentamos en las banquetas de madera de la barra y se nos acercó una rubia de enormes pechos muy poco cubiertos. Pedimos cervezas.

— ¿Debería cuidar que a Lena no le pase lo que me pasa a mi? — Sonrió. Recordé a Lena. — Es broma. — Dijo antes de que la miré, en el momento que bajaba el vaso de cerveza para apoyarlo sobre la madera. —

— ¿Queres seguir hablando del tema? — Negó con la cabeza después de haber tomado el primer sorbo de su vaso. Limpió sus labios con su lengua. — Bien. —

— Es increible lo que paso, pero paso. — Fue lo último que dijo. —

Terminamos la cerveza que nos quedaba en silencio. Ella pidió una más y yo decidí que era ella quien creía necesitar tomar de más para estar mejor. Tomó cuatro vasos de cerveza más, fumó dos cigarrillos, bailó como si nadie la estuviera viendo y empezó a hablar sin hablar. Lloró. La tuve que abrazar por la cintura para caminar de vuelta a casa. Cuando llegamos apenas pudo caer en el sillón. Volví a guardar el libro en la biblioteca y busqué una frasada para taparla. Volví a mi cuarto y busqué mi celular que había quedado en algún lugar. Tres llamadas perdidas de Lena y una de mamá. Un mensaje de texto de Rocio "No quiero otra analista". Dejé el celular y me acosté.

Me desperté y sentí un brazo por mi cintura y un cuerpo detrás de mi. Recordé que Olivia estaba en casa y repasé todo lo hecho la noche anterior. Quité ese brazo y salí de la cama. Antes de salir del cuarto tomé mi celular y caminé a la cocina. Llamé a Lena.

— Hola. — Escuché y sonreí. —¿Cómo estás? —

— Bien. ¿Vos? — La converzación más rara del mundo estaba comenzando. — ¿Tus padres? Mandale saludos a tu mamá por su cumpleaños.—

— Todos bien. Gracias.— Silencio. —

— Está Olivia en casa. — Dije mientras ponía agua para preparme un té. —

— ¿Ahora? —

— Desde ayer. No estaba nada bien cuando llegó. — Busqué mi taza y un saquito de té — Tuvo un ataque de pánico. —

—¿¡Qué!? — Gritó del otro lado— ¿Está bien?

— Sí, ahora esta mejor. — Suposé que había comenzado a caminar de un lado a otro. — Calmate. En serio, esta bien ahora. Le dije que podía quedarse en casa. —

— Gracias. — Dijo — Si necesitas estar sola, podes darle las llaves de mi departamente y que se vaya para allá. —

— Bueno. — Serví agua caliente dentro de mi taza. — Cuando vuelvas tenemos que hablar, Lena. —

— Lo sé. — Fue lo último que dijo.—

— Bien. — Corté la llamada y dejé el celular sobre la mesada —

Me senté en el sillón y no pude evitar pensar en que mi relación podía llegar a tener fecha de caducidad. Tomé el primer sorbo de mi taza de té y terminé las pocas líneas que me quedaban del libro. Escuché pasos desde el pasillo.

— ¿Por qué estaba en tú cama? — Dijo mientras ataba su claro pelo muy desprolijamente. — Bueno, no me preocupa porque estoy vestida. — Sonrió y yo la imité. —

—No todas las lesbianas somos unas aprovechadora de mujeres borrachas. — Me miró exagerando una cara de sorpresa. — Pero sé de muchas mujeres que dicen ser heterosexuales y se meten en camas de otras mujeres. —Se puso seria. —

— Lamento desilusionarte, pero no. — Mi sonrisa creció. —

— ¿No qué? — Pregunté aunque sabía lo que quería decirme.—

— Es sábado y no estás trabajando, Psicóloga. — Le hice burla y ella sonrió triunfante. —

— ¿Té o café? — Pregunté antes de caminar de vuelta a la cocina con ella detrás. —

— Café. Y si tenés algo para el dolor de cabeza, te lo agradecería mucho. — Preparé su café y caminé al baño para buscar alguna pastilla para su dolor. —

—Hasta hace no más de doce horas, yo creía que las profesoras de literatura lo único que hacían era leer. Solo eso. — Comenté y le entregué la pastilla. Sonrió sin ganas. —

— Gracias en serio. —

Ella terminó su café y lavó el pocillo. Fumó un cigarrillo mirando por la ventana de la cocina que estaba a pocos centimetros de mi silla. Luego caminó y se metió al baño, y volvió a mirar los libros de la biblioteca, algunos la hicieron sonreir. Me buscó con la mirada y me encontró aún sentada con mi taza de té, ahora fría. Me hizo seña que me sentara en el sillón.

— ¿Todo bien con Lena? — Dijo antes de volver a ponerse los lentes. —

— ¿Por qué? — Pregunté mientras cruzaba mi pierna derecha sobre la izquierda. —

— Sé que no debería meterme y que apenas puedo conmigo misma... —

— Que bueno que sepas que no deberías. — Interrunpí y ella me golpeó con la mirada. Supé que no debí interrumpirla. —

— Lo sé, pero soy su amiga y pienso que si ella termina mal... — Se quedó en silencio unos segundos. — Y vos también, claro. También sos persona aunque seas psicóloga. — Sonreí. —

— ¿Qué problema tenés con los psicólogos? — Pregunté y me puse de pie. Caminé hasta la cocina para ver el redondo reloj de al lado de la heladera. Doce treinta y dos. Sentí su mirada en mi espalda todo el tiempo.—

— No es un problema. Solo digo que también mereces ser escuchada. — La miré y ella corrió su mirada a sus manos. — Y no solo por otra psicóloga. —

— Con Lena no esta todo bien, pero tampoco todo mal. — Dije desde la cocina, aunque no sabía si era lo que tenía que decir. — Deberías preocuparte más por superar tus cosas primero. — Agregué. Busqué mi celular. — Gracias por preocuparte. —

No hablamos más. Ella se quedó sentada en el sillón y yo me quedé apoyada sobre la mesada pensando en Lena. Extrañaba a la Lena divertida, la que hacía lo imposible por llevarme a ver lo buena que era en algún deporte. Extrañaba la Lena con la que compartía silencios y lecturas en voz alta, comentarios inteligentes y obsenos. Y estoy segura que ella también extrañaba la Alejandra de hace un año atrás, la que no dependía de nada, ni de nadie, la que le hacía comentarios atrevidos sobre su cuerpo y premiaba cada triunfo deportivo con abrazos y algo más que abrazos. Pero somos personas y las personas cambiamos.

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Es inevitable que los relatos tengan cosas que son yo, que son cosas que hago, que digo, que como, que leo. Es inevitable que en los relatos no aparescan personas con nombres de personas que conozco, y que se van a repetir porque ya no puedo pensar en el nombre y no en la persona, o en lo que va a pasar y no pensar en ese nombre, de esa persona.

Como dije la primera vez que escribí en está página, las historias no son del todo reales, pero tampoco son del todo inventadas. No podría escribir de algo que no sé nada.

Vuelvo a pedir mil disculpas por los errores de ortografía los anteriores y por los que seguro voy a tener.

Gracias por leer.