De la Lluvia y todo lo demás. 18.

— Vamos a tener que volver a hacer algunas pruebas... — Dijo el hombre escribiendo en un papel.—

Aún no terminaba la última hora de terapia de la mañana y ya escuchaba la voz de la fotógrafa y sus ventajas de ser zurda del otro lado de la puerta. Florencia, la paciente, se puso de pie cinco minutos antes y se disculpo por tener que irse. Salió apurada, sin esperar que le abriera la puerta y dejándola abierta. La fotógrafa entró y ella sí cerró la puerta.

— Hola Psicóloga.— Dijo y se sentó en el diván. Reí.—

— ¿Qué haces, Pipi? — Pregunté al terminar de guardar mis cosas dentro del maletín.—

— Tengo problemas.— Volví a sentarme en mi sillón.— La mujer que quiero que sea mi modelo, no quiere serlo.—

— ¿Sabes por qué no quiere serlo? — Pregunté y ella negó con la cabeza.—

— Porque le gusta pelear, quizás.—

— Quizás no se sienta cómoda frente a una cámara o algo así— Dije y ella se puso de pie y caminó hasta el fondo de la habitación.— ¿Qué tipo de fotografías pensas hacer? —

— Como las que hago, pero más humanas o naturales. Como prefieras decirle.— Contestó y se acercó. — ¿Lo estás considerando? —

— No, menos ahora que queres... ¡No!— Contesté. Paloma se puso detrás de mi y del sillón, corrió mi pelo hacía mi espalda y apoyó su mentón en mi hombro derecho.—

— ¿Sabes que las zurdas tenemos mejor coordinación con las manos? ¿Te dije que para algunas cosas soy diestra? — Preguntó y volví a reír.—

— No me vas a comprar con sexo.— Besó mi mejilla y se alejó. Me puse de pie.— ¿Vamos a casa? — Pregunté y ella sonreía.—

Salimos y Luciana estaba lista para irse, esperando que saliéramos para saber que podía irse. Salimos las tres del consultorio y volvimos a casa, al menos nosotras. El viaje fue en silencio, sin música, sin hablar, pero ella no dejaba de sonreír.

— ¿Qué te pasa? — Pregunté antes de bajar del auto, antes de caminar hasta la puerta de casa.—

— Nada. — Contestó y su sonrisa creció.—

Busqué mi maletín en el asiento de atrás y caminamos a la puerta, busqué las llaves, abrí y entendí qué le pasaba a la fotógrafa. Me giré para mirarla y me explicara lo que había hecho en la sala, pero solo me besó. Me empujó hacia adentro sin dejar de besarme y siguió besándome contra la puerta, haciendo que el maletín cayera al suelo. Mis manos subieron a su rostro y luego su bufanda en mi cuello y mi abrigo.

— Para.— Dije, pero ella no se detuvo. Su boca bajó a mi cuello.— ¿Qué hiciste? —

— Intento de estudio.— Contestó y volvió a pegarse a mi cuello.—

— ¿No era para mañana? — Al escuchar se separó y volvió a sonreír.—

— ¿Lo vas a hacer mañana? —

— No, y ahora tampoco.— Sentí sus manos apretar mi cintura y acto seguido me volvió a apretar contra ella.—

Sus manos aún frías bajaron para meterse dentro de mi sweater, dentro de mi camisa y sentí como de a poco fue subiendo. Su boca, su lengua, no dejaron de estar en contacto con mi cuello y fui perdiendo la voluntad y las fuerzas. Mis manos corrieron su flequillo una y mil veces para que no entorpeciera el contacto, hasta que por fin se despegó para hacerme perder las prendas que cubrian mi torso, dejando solo una. Deje de preocuparme por su pelo y mis manos bajaron a su espalda cubierta, y un poco más también. Me miró sonriente, victoriosa, y no me importó, no era momento para que me importara perder.

Perdió más de la mitad de las prendas que cubrían su cuerpo en los pocos y torpes pasos que dimos hasta llegar al sillón, y caer debajo de su cuerpo. Sentí la palma de su mano sobre mi vientre bajando hasta el comienzo de mi pantalón, mis pulmones inhalaron y exhalaron aire de una manera exagerada. Desabrochó de a uno y muy lentamente los botones de mi pantalón, mirándome a una distancia de dos centímetros de mi cara. Seguía sonriendo.

Perdí el pantalón y la rompa interior con él, los ojos se me cerraron y escuché mi corazón latir muy rápido mientras su mano volvía a subir a mi pecho y volvía a bajar a mi sexo desnudo. Mi boca abierta por necesidad se secaba, mis manos apretaban los almohadones y la suya jugaba dentro de mi. Me besó la boca por última vez y bajó a centro de mi cuerpo, y volvió a besarme, volvió a hacer que mis ojos se cerraran y mi boca exhaló bocales. Mis músculos se tensaron y mis dedos sufrían por la fuerza ejercida sobre los gruesos almohadones. La sentía dentro cada microsegundo, y cada microsegundo sentía que perdía un poco de cordura. Deje de respirar algunos segundos, pero mi cuerpo siguió tenso, y ella seguía en mi, en el centro de mi cuerpo sin preocuparse por ninguna otra cosa. No tuve la capacidad ni de intentar soportar más ninguna de sus caricias, exhalé bruscamente varias veces a la vez que mi cuerpo latía por completo, y no puede volver a abrir los ojos.

Quise tomarla de los brazos para que subiera a mi altura, pero ella se zafó y sentí, aún con los parpados cerrados una luz demasiado fuerte sobre mí. Abrí los ojos y la vi parada del otro lado del sillón y con la cámara tapando su cara. Automáticamente me senté, intente taparme.

— Te voy a matar, Pipi.— Dije. Por fin mis ojos se acostumbraron a la luz.—

Miré la hora en mi muñeca izquierda y faltaba poco más de una hora para volver al consultorio. No quería pararme, pero la mitad de mi ropa había quedado cerca de la puerta, la otra mitad del lado del sillón donde estaba ella.

— Basta, Pipi.— Volví a hablar y tuve que pararme y caminar hacía donde estaba ella.—

— Ya casi termino.— Dijo. Media sonrisa se vio desde atrás de la cámara.—

Cada dos segundos la cámara hacía estallar su capturador, salía un vago flash comparado con luz instalada del lado izquierdo del sillón. Busqué mi ropa, la que estaba cerca de ella y ella dejó sobre un trípode.

— No, no te vistas.— Dijo. Volví a sentir sus brazos desde atrás, sobre mi vientre. —

— Tengo que volver a trabajar.— Dije y ella besó mi cuello.—

— ¿Ya? — Sus manos bajaron a mi cintura y me hizo girar.— ¿Te enojaste?—

— No, solo es incómodo.— Contesté y ella sonrió.— No sonrías.—

Sus manos, ahora en mi espalda, hicieron que mi cuerpo se pegara una vez más al suyo que seguía a medio desvestir. La abracé también e hice que caminara conmigo hasta la habitación, hasta la cama. Caímos, pero está vez yo sobre ella y fue ella la que, ahora quedaba totalmente desnuda y con los ojos cerrados.

Mis manos acariciaron el largo de sus piernas, y mi boca besó el ancho de su pecho y la circunferencia de sus pechos mientras ella intentaba correr mi pelo. Su boca se abrió cuando comencé a bajar hacia su ombligo y un poco más, sus piernas se abrieron un poco más y esa fue su forma de pedirme que la toque. La miré y tenía los ojos cerrados, una mano apretaba las frazadas y la otra uno de sus pechos. Mi boca bajó hasta tener contacto con su femineidad y un suspiro se escapó de su garganta, jugué en su humedad. Mis manos descansaban sobre su vientre que subía y bajaba rápida y tensamente, hasta que sus manos dejaron de apretar lo que apretaban para buscar y apretar las mías sin moverlas de su vientre. No duró demasiado el apretón de manos, una de las mías logró soltarse y bajó un poco más para ayudar a las caricias de mi boca, para entrar en ella. Su vientre se puso añun más duro y su respiración hacía eco en la habitación, su cuerpo estaba caliente y no era por la calefacción. Su boca exhaló aire y la primer letra del abecedario, su humedad se convirtió en ella, y mi boca quedó con su sabor.

Se quedó tendida, inmóvil y en silencio, esperando que su respiración volviera a la normalidad. Subí, limpié mi boca con mi lengua y corrí su flequillo para atrás. Besé su nariz y volvió a sonreír.

— Me voy a bañar. — Susurré no sé porqué.— ¿Haces algo para comer? —

La fotógrafa solo asintió con un ruido saliente de su garganta y yo salí de ese cuarto para meterme a otro. Me duché lo más rápido que pude y salí envuelta a una toalla hacia la habitación en busca de ropa nueva.

Sobre la mesa me esperaba un plato lleno de croquetas de verduras, una copa de vacía y un vaso de agua con hielo.

— ¿Podes tomar vino? — Preguntó y negué con la cabeza.—

— No, me quedo con el agua.— Dije y me senté. Ella se sentó frente a mi.— Gracias.—

Almorzamos casi sin hablar. En un momento se puso de pie para buscar la cámara y volvió a la mesa, yo acababa de terminar el agua de mi vaso y ella, con la cámara sobre sus piernas, debajo de la mesa, sonrió.

Me llevó de vuelta al consultorio para terminar con los cuatro pacientes que me quedaban ese día. En ningún momento de esas cuatro horas dentro del cuarto con sillones, deje de escuchar su voz. Al salir con el último paciente seguía ahí, sentada en una de las sillas de la sala tomando café, con las piernas cruzadas. Rápidamente se levantó y me acercó un vaso con que expulsaba humo caliente y besó mi frente.

— ¿Vamos a casa? — Preguntó y miré a Luciana que ya estaba parada a un lado de su escritorio, con su bolso colgando sobre su torso.—

— Yo cierro. — Dijo ella.—

— Vamos a casa.— Contesté. La fotógrafa tomo mi mano y me llevó hacia afuera.—

Volvimos a casa con una radio que nunca había escuchado, su vista fija hacia adelante y de vez en cuando su mano dejaba de estar sobre la palanca de cambios, para descansar sobre mi pierna.

Llegamos y luego de deshacerme del abrigo y el maletín, me tiré sobre el sillón. Ella se dedicó a volver a dejar mi sala como una sala, y luego se recostó a mi lado.

— ¿Estás cansada? — Preguntó.—

— Un poco. — Contesté.—

La fotógrafa se levantó y la vi caminar hacia la habitación, y volver con una de las frazadas de la cama. Se recostó a mi lado nuevamente, nos cubrió a las dos y mis ojos se cerraron al sentir su mano apretar mi cintura.

Desperté no sé cuanto tiempo después, pero ella no dormía y no sé si durmió en ese tiempo. Seguía con su mano sobre mi cintura y la otra acariciaba mi pelo.

— Tengo hambre.— Habló sin dejar de hacer lo que hacía.—

— ¿Pedimos? — Pregunté— No tengo ganas de que salgamos de acá, del sillón.—

— ¿Pizza? — Preguntó.—

— No, en mi celular hay agendado un número de una casa de comidas que hace pasta integral rellena de verduras... ¿Queres? Podes pedirte alguna salsa con algún tipo de carne.— Agregué.—

— ¿Pedís mientras llamo a Pablo para saber cómo va todo en la galería? — Besó mi cabeza. Me senté y ella se levantó.—

Ella volvió al sillón pocos minutos después, justo cuando yo terminaba de hablar para pedir nuestra cena. Llegó, cenamos y volvimos a acostarnos, pero está vez en la cama.

Cuando desperté por el sonido del despertador, busqué a mi compañera con la mano y los ojos aún cerrados, pero no la encontré.

— ¡Pipi! — Grité, pero no contestó.—

Me levanté y por la ventana no entraba el sol, una nube enorme totalmente gris lo tapaba y la lluvia iba a llegar en cualquier momento. Sonreí y me vestí sin quitar la vista de la transparencia de los vidrios. Salí para para ir a la cocina, pero antes pase por el baño y su bufanda volvió a mi cuello una vez más aunque aún no fuera a salir.

La fotógrafa estaba en la cocina, preparando la mesa para desayunar con su taza de café en su mano izquierda.

— Buen día.— Dijo sin mirarme, llenando mi taza con agua hirviendo.—

— Hola.— Contesté.— ¿Por qué te levantaste? Te llamé.—

— No duermo mucho antes de una exposición.—

— ¿Nervios? —

— Puede ser.— Contestó. Se giró y antes de entregarme mi taza, besó mi frente.— No quiero hacer terapia, ¿Eh? —

— Gracias.—

Desayunamos y su pierna no dejó de moverse, sus manos estaban inquietas sin saber qué hacer con las cosas que habían sobre la mesa. No soporté su nerviosismo frente a mi. Terminé mi taza de té, caminé hasta quedar frente a ella y me senté sobre sus piernas, sus manos tuvieron algo que hacer.

— Calmate. — Dije y mi boca buscó la suya.—

— Estoy bien.— Susurró.—

— ¿Te dije que tengo que voy más tarde? — Dije y me puse de pie.—

— ¿A que hora? — Preguntó y me encogí de hombros.—

— No lo sé, voy al médico con Olivia. —

— Alejandra.— Dijo y ninguna habló más.—

Busqué mi abrigo, ella el de ella y en silencio me llevó hasta el consultorio. Antes de bajar del auto, besé su mejilla y salí para entrar a trabajar.

Luciana estaba dentro como siempre, el primer paciente de la mañana también. Entramos al cuarto y la primer de tres horas de terapia comenzó. Luego de esas horas, Luciana me esperaba con un intento de almuerzo, antes de volver a trabajar dentro de hora y media.

Mi día laboral terminó luego de cinco horas más con pacientes y un café en la sala de espera.

— ¿No te vienen a buscar hoy? — Preguntó con una sonrisa la secretaria.—

— No, hoy no.— Contesté. — ¿Mañana no viene nadie, no? — Pregunté y ella negó con la cabeza luego de tomar un trago de café.—

— Hasta el lunes tenemos descanso.— Agregó y sonreímos.—

Salimos, ella caminó y yo esperé el taxi mientras mi mano, la que sostenía el maletín, se congelaba no tan lentamente. Diez minutos de frío y el auto llegó y me llevó hasta el edificio donde vivía la profesora.

Subí las escaleras y está vez la voz de Lena no se escuchó. Golpeé la puerta y miré el reloj en mi muñeca izquierda que marcaba las diecinueve cuarenta y siete. La profesora abrió la puerta y fue imposible no notar su pelo mojado y el crecimiento de sus pechos porque todavía no estaba lista para salir a la consulta.

— Hola.— Dijo luego de besar mi mejilla que seguramente estaba roja.— Perdón, se mi hizo tarde. ¿Me esperas que me cambió y salimos? —

— No hay problema.— Contesté mirando el piso.—

— ¿Hace mucho frío? — La volví a mirar y asentí.— Me di cuenta por tu cara colorada.—

— Sí, hace mucho frío.— Asentí y ella caminó hasta su cuarto.—

Me quedé mirando su biblioteca, sin sonreír por los libros, pero sí por la situación incómoda que acababa de crear. Ella volvió a aparecer algunos pocos minutos después demasiado abrigada y sonriendo.

— ¿Vamos? — Preguntó. Sonreí.—

Salimos del departamento y se agarró de mi brazo para bajar las escaleras, y tomar un taxi para viajar en silencio hasta el hospital. Antes que de entrar al cuarto donde la iba a ver su médico, pasamos por la puerta que decía el nombre de la Dra Martinez y luego habló con una mujer detrás de un escritorio.

— Vamos a tener que volver a hacer algunas pruebas... — Dijo el hombre escribiendo en un papel.—

— ¿Hay algo que va mal? — Pregunté. El hombre con ambo blanco sonrió.—

— No. A las 17 semanas se vuelven a hacer estudios solo para estar seguros de que todo va bien.— Contestó.—

— 17 semanas.— Susurré.—

— Me duele un poco la espalda... — Dijo la profesora y yo la miré. —

— Es normal. — Contestó y lo miré a él.— Es normal porque son dos en un cuerpo y el cuerpo va cambiando.— Contestó mirándome.—

— ¿Los estudios son para la semana que viene, no? — Preguntó ella y el asintió sin dejar de escribir y sin mirarla.—

El hombre terminó de escribir con esa letra característica de los médicos y le entregó los papeles y yo volví a mirar mi reloj que marcaba las veinte cincuenta y tres. Salimos del cuarto y ella con la sonrisa pintada se sacó los anteojos y refregó sus ojos.

— ¿Estás bien? — Pregunté. La profesora volvió a ponerse los anteojos sobre la nariz.—

— Sí, solo estoy embarazada.— Contestó y rió.—

Caminó de vuelta hasta el escritorio de la mujer y le mostró los papeles que le entregó el médico, se los devolvió y luego de unos minutos le estregó otros más. Se volvió a abrigar bien y salimos del hospital, tomamos un taxi hasta la galería.

Llegamos, se escuchaba música en vivo cerca, mucha gente abrigada caminaba, entraba y salía de la galería. La profesora volvió a agarrarse de mi brazo para caminar hacia adentro y sin darnos cuenta chocamos con la Victoria, Vicky y la fotógrafa.

— Ale, ¿Cómo estás? — Dijo notablemente contenta la Doctora. Paloma me miró y luego miró a Olivia. — Hola Olivia.— Agregó y le plantó un beso a la profesora.—

— Hola.— Fue lo único que dijo la fotógrafa.—

— Ella es Olivia.— Dije. La fotógrafa asintió con la cabeza.— Ella es Paloma, la fotógrafa.— Olivia solo sonrió falsamente.—

— Ahora vuelvo, voy a hablar con Pablo.— Dijo la fotógrafa y se alejó.—

Ninguna de las tres dijo más nada. Comenzamos a caminar, Olivia en ningún momento soltó mi brazo y la Doctora se giraba para mirarnos con una sonrisa estúpida cada tanto.

— Lena se va en dos meses. — Habló la profesora.— Se vuelve a Francia después cuando empiece el receso de invierno.—

— ¿Qué? ¿Por qué? — Pregunté y ella se quedó mirando una de las fotografías.—

— Volvió a insistir con el tema que vos ya sabes... — Contestó y volvimos a caminar.— Y sin querer, o no, le grité lo que me pasaba con vos.— Agregó.—

— No está bien lo que hiciste— Dije. Seguimos caminando.— ¿Ahora dónde estaba? —

— Tenía facultad hasta las veintidós. — Contestó y me miró apenada.—

— Vamos a tenes que hablar con ella.— La profesora soltó mi brazo.—

Seguimos caminando hasta que chocamos con el cuadro horizontal al que le faltaba una fotografía. La fotógrafa volvió a aparecer, le sonrió a Victoria, Vicky, y luego me miró a mi sin sonrisa. Seguimos caminando al rededor de las fotografías, la fotógrafa al lado de la doctora y a mi lado la profesora.

— Me voy. — Dijo volviendo a tomar mi brazo para que la mirara.— Me siento cansada y mañana tengo que dar clases a la mañana.— Agregó.—

— Te acompaño.— Contesté y ella negó con la cabeza.—

— No, me tomo un taxi acá afuera. No te preocupes.— Dijo y beso mi mejilla derecha.—

— Avísame cuando llegues, por favor.— La profesora sonrió y se perdió entre la gente.—

Me quedé parada de frente al cuadro incompleto. Luego de varios minutos, Paloma se acercó sin la doctora pegada a un lado.

— ¿Olivia? — Preguntó.—

— Se fue porque se sentía cansada.— Contesté.— ¿Vicky? —

— Se encontró con otra doctora y se quedó hablando con ella.— Contestó.— ¿Queres algo para tomar? — Negué con la cabeza. Acto seguido me besó. —