De la Lluvia y todo lo demás. 16.
No quiero que te vayas. Dije.
Desayunábamos una vez más sentadas en el suelo frente a la falsa chimenea de la sala, aún con el pelo mojado por habernos bañado. Yo terminando mi libro y ella con la notebook sobre las piernas. Miré la hora en mi muñeca izquierda y faltaban tres minutos para las trece.
— ¿Salimos hoy?— Preguntó sin despegar la vista de la pantalla.—
— ¿A donde queres ir?— Pregunté y marqué la página del libro.—
— Podríamos ir a comer algo donde fuimos el otro día... — Contestó y está vez cerró el aparato.—
Me puse de pie y llevé las tazas vacías a la cocina y volví a pasar por donde estaba ella para caminar a la habitación, la vi escribir en su celular. Pocos segundos después entró al cuarto para cambiarse también, pero primero miró como yo lo hacía.
— Pablo me escribió para decirme que quieren fotografías mías para una revista.— Dijo mientras yo me ponía la remera.—
— Eso es muy bueno. — Dije mirándola y viendo que no tenía ninguna expresión de felicidad.—
— Sí, pero no tengo estudio ni modelo.— Contestó y por fin comenzó a cambiar su ropa.— Modelo tengo y espero que quieras serlo.— Agregó y yo reí.—
— ¿Es un chiste? — Ella negó con la cabeza y yo la imité.— Podes hacer un casting o algo parecido...—
— No quiero. — Contestó.— El jueves lo hago con vos.—
No hablamos más. Se terminó de vestir y ante de salir me puso su bufanda al rededor de mi cuello y besó mi cabeza. Caminamos a la puerta para salir de casa y al abrirla Lena estaba del otro lado.
— Hola. — Dijo y bajo el brazo con el que estaba a punto de golpear la puerta. Me miró a mi y luego clavó la mirada en la encapuchada fotógrafa.— Perdón.—
— Hola. — Dije y miraba cómo ella miraba a la mujer detrás de mi.—No, no pasa nada. ¿Cómo estás?—
— Bien. — Contestó y por fin me miró un segundo. Le hice seña para que entrara.— ¿Salias?— Preguntó y bajo algunos centímetros el cierre de su campera.—
— Sí, estábamos por salir... — Dije y cerré la puerta.—Ella es Lena. — Dije y miré a la fotógrafa.— Ella es Paloma. —
— Una amiga.— Agrego Pipi y rió sola. La morocha recién llegada sonrió por compromiso.—
— Solo vengo a buscar la campera del uniforme del colegio y unas fotocopias que creo, que están en la biblioteca.—
Solo me salió asentir con la cabeza y caminar al cuarto a buscar la campera mientras ella buscaba las fotocopias en la biblioteca con Pipi muy cerca. volví con la campera en las manos y las vi, una frente a la otra, hablando y quedándose en silencio al verme caminar hacia ellas.
— ¿Todo bien?— Pregunté y Pipi fue la única que asintió con la cabeza.— Encontré tú campera.— Dije y Lena sonrió de lado y levantó las fotocopias.—
— Gracias.— Dijo y caminó de vuelta a la puerta, la abrió y yo la alcancé.—
— Espera. — Dije saliendo detrás de ella.— ¿Olivia? ¿Cómo está?—
— ¿Me lo preguntas a propósito? — Dijo seria. Negué con la cabeza.—
— No, solo te pregunto porque ella me contó que te estabas quedando en su departamento, porque sé que la ves y solo quiero saber cómo está. — Frunció el ceño sin entender mucho.—
— No está bien, no sé. — Contestó mientras hacía de las fotocopias un tubo de papel.— Podrías dejar de estar pasándola bien con tu amiga e ir a ver a Olivia y preguntarle vos. —
— ¿Es un chiste? — Mi voz ya no era tan baja y la garganta volvió a dolerme.— No podes venir después de todo lo que paso a hacerme una escena. No tenes derecho.—
— Venía a verte, a hablar con vos, pero veo que no estás nada mal. — Dijo y comenzó a caminar.—
Me giré para volver a entrar a casa y vi a la fotógrafa presenciando la pequeña charla desde la ventana, aún con la capucha del abrigo sobre la cabeza. Abrí una vez más la puerta y ella salió para irnos.
—¿Estás bien? — Preguntó. Asentí con la cabeza.—
Caminamos todo el camino a la pequeña confitería escondida, en silencio, pero está vez su mano se metió en mi bolsillo junto con la mía.
Comimos escuchando la linda música del local de fondo mientras seguía intentando convencerme de que fuera su modelo. Comimos y tomamos un café luego, antes de volver a salir al cálido frío de la calle.
Caminé a casa con una molestia mayor en la garganta que la de hace algunas horas.
— ¿Estás bien? — Preguntó Paloma al escucharme intentar toser.—
— Me molesta un poco la garganta. — Contesté y ella volvió a poner su bufanda al rededor de mi cuello.—
— Llegamos, te recostas y te tomas un té con miel.— Dijo y volvió a meter su mano en mi bolsillo.—
Al llegar se quejó una vez más del frío y besó mi cabeza antes de ayudarme a deshacerme de mi abrigo. Me llevó a la cama de la mano, como si no conociera el lugar o no quisiera hacerlo.
— Voy a hacerte el té. — Dijo y volvió a salir del cuarto una vez que me recosté y me tapó con una de las mantas dobladas en los pies de la cama.—
Miré la hora en mi muñeca izquierda y todavía no eran las diecisiete horas, por la ventana con las cortinas abiertas se veía que comenzaban a caer algunas gotas y me molesté conmigo misma por no poder ir a caminar.
La fotógrafa volvió a aparecer con dos tazas, una en cada mano. Me entregó la de su mano izquierda y se sentó a mi lado, besó mi frente.
— Gracias.— Dije mientras me sentaba sobre la cama. Ella solo sonrió.—
— Merezco que seas mi modelo.— Contestó y yo negué con la cabeza. —
El té con la cucharada de miel no estaba rico, pero según ella iba a hacerme bien a la garganta. El olor de su café invadió la habitación mientras una de sus manos jugaba con una de las mías sobre la cama.
Ella se recostó a mi lado, dejándome apoyar mi cabeza sobre su hombro derecho luego de haber terminado el té. Su mano izquierda jugó con mi pelo y acarició mi brazo descubierto. Lo último que escuche fue un "Descansa" antes de cerrar los parpados y no tener fuerzas para abrirlos.
Me desperté y seguía en la misma posición, con su mano izquierda acariciando mi pelo y tarareando la misma canción que hace diez años atrás, mirando hacia la ventana que mostraba que aún llovía. Sonreí.
— Hola.— Dije y ella también sonrió.— Me voy a bañar, creo que tengo algo de fiebre.— Agregué y sentí sus labios posarse sobre mi frente.—
— Sí. — Contestó.— Tenes fiebre.—
Me levanté y caminé al baño mientras ella ordenaba la cama una vez más. Llené la bañera y me recosté dentro un rato largo.
— ¿Te sentís mejor?— Gritó desde el otro lado de la puerta.—
— Igual.— contesté.—
— ¿Tenes algún remedio o voy a la farmacia a comprarte algo? — Preguntó. La vi asomarse por la puerta.—
— No sabes donde queda la farmacia, Pipi.— Dije y sonreí.—
— Existen los taxis, Enana.— Contestó y se acercó.— Puedo llamar a Victoria sino.— Agregó una vez a mi lado y la salpiqué.—
Volvió a pegar sus labios en mi frente, haciendo que mis ojos se cerraran. Al despegarse sonrió y volvió a salir del cuarto donde estábamos.
Salí y me envolví con la toalla para caminar hasta la habitación, vestirme y secarme el pelo. Sentí olor a verduras y caminé a la cocina, donde estaba la fotógrafa revolviendo una olla de donde salía el olor. Me acerqué hasta quedar pegada a su espalda, besé su cuello y desde allí la vi sonreír.
— Huele rico.— Dije sin forzar mucho la voz.—
— Es temprano para cenar, pero te va a hacer bien y te vas a descansar temprano.— Dijo acariciando mis manos en su abdomen.—
— ¿Y vos? — Pregunté y ella se giró.—
— Voy con vos.— Contestó y e besó.— ¿Mañana vas a ir a trabajar así? —
— Sí. La que va a hablar no soy yo. — Contesté y ella sonrió.—
Volvió a darme la espalda para revolver por última vez el líquido dentro de la olla. Me pidió que buscara dos tazones para servir el caldo caliente.
Nos sentamos en el sillón porque estaba más cerca del calor de la falsa chimenea que las sillas de la mesa, y lo tomamos en silencio. Mientras tomábamos el líquido salado y caliente, descubrí algunos lunares que no recordaba que tenía desde el cuello hacia arriba. Conté dos en el cuello, uno en su mejilla derecha y dos más en su oído derecho. Abrazaba el tazón con ambas manos y sus ojos observaban mi boca.
Nos acostamos al terminar. Se acostó detrás de mí, abrazándome desde atrás, con una de sus manos tomando una de las mías.
— Me gusta que hayas venido y que estés conmigo.— Dije sintiendo su respiración chocar en mi cabeza.— Me siento bien, como si hubiera sido siempre así.—
— Me gustas vos.— Contestó y y solo sonreí.—
— ¿Qué te gustaría aprender? — Pregunté después de un largo silencio.—
— A hablar. — Contestó y me giré quedando de frente a ella.— Pero hablar en serio y no hablo de seriedad. Hablo de poder hablar con sentido, de saber decir y ser capaz de expresarme como l hago a través de la fotografía.— Agregó y sentí su mano acariciar mi espalda.— ¿Vos? —
— Iba a decir que me gustaría aprender magia, pero quedo muy mal.— Dije y ella rió.—
— No creo que haya mucha diferencia entre la psicología y la magia. — Contestó.— No hables más. Intenta descansar. —
Me besó por última vez, me abrazó haciendo que mi cabeza se pegará a su pecho y me quedé dormida luego de haber pensado algunos cuantos minutos la respuesta a mi pregunta.
Nos despertamos por el sonido de la alarma de mi celular. Sentí la garganta seca, molesta y algo de dolor, pero me levanté igual. Pasé por el baño antes de cambiarme y luego preparé té para desayunar, sin tostadas para mi por miedo que me hiciera doler, aún más, la garganta. Le anoté en un papel el teléfono y la dirección del consultorio por si necesitaba algo, me despedí y me fui.
Al llegar Luciana ya estaba dentro como siempre, detrás mío entraba el primer paciente y me di cuenta de que había extrañado un poco mi trabajo. Luego de las dos primeras sesiones, en mitad de la tercera sesión con Natalia, Luciana golpea la puerta y entra con el teléfono en la mano.
— No puedo atender ahora.— Dije antes se acercara para dármelo.—
— Sí, perdón, pero me parece que es importante.— Contestó. —
— Perdón Natalia, vuelvo en seguida.— Dije antes de ponerme de pie, agarrar el teléfono y salir del cuarto.— Hola.—
— Enana, no sé donde estoy.— Escucho.—
— ¿Cómo no sabes donde estás?— Dije y escuché rara mi voz.— ¿Dónde estás? —
— Sí supiera no te estaría llamando.— Contestó.— Salí para ir a comprar y no sé. Te extraño.—
— Estoy en mitad de una sesión, Pipi.— Recordé a Natalia.— Tomate un taxi a casa, ahora le digo a Luciana que te mande la dirección por mensaje. —
— Perdón.— Dijo.—
— Yo también te extraño.— Fue lo último que dije antes de cortar la llamada.—
Busqué un vaso de agua y volví a entrar a la habitación para terminar la mitad de la sesión y las otras tres horas que me quedaban antes de terminar el lunes laboral. No pude evitar pensar cada tanto en el "Te extraño" con la voz de la fotógrafa.
Al terminar con todas las sesiones del día y luego de juntar y guardar mis cosas dentro de mi bolso, salí a la sala de espera donde Luciana no estaba sola.
— ¿Qué haces acá? — Pregunté y tosí. La fotógrafa se acercó para besar mi cabeza.—
— Hola.— Contestó. Luciana a sonrió mientras colgaba su bolso sobre su hombro derecho.— Te vine a buscar para que no tomes más frío. Alquile un auto.—
Volvió a besar mi cabeza y buscó mi mano a mi costado para salir. Luciana solo sonrió y se encargó de cerrar todo. Pasamos por una farmacia y por un mercado, y en ningún lado me dejó bajar del auto.
Llegamos a casa y me obligó a acostarme en el sillón y tomar un medicamento, mientras ella me preparaba un té y ordenaba las compras que había hecho. Cuando volvió a acercarse, con el té con aroma a miel en la mano, sonó su celular. Atendió una vez más con un "Hola Pablo", pero dos segundos después del saludo, caminó a la habitación.
— ¿Todo bien? — Pregunté con la taza media vacía en mis manos cuando la vi volver.—
— Era Pablo.— Contestó.—
— Sí, escuché. — Dije. En sus manos giraba el aparato.— Eso no contesta mi pregunta.—
— Me llamó porque quieren que exponga en España.— Me miró esperando que dijera algo, pero no supe qué.— Es para la apertura de una galería de arte nueva. La próxima semana.—
— Y dijiste que sí. — No dijo más nada.—
Volvió a la cocina y yo caminé a la habitación recordando a mi madre y sintiendo una vez más, la enorme necesidad de ver a mi psicóloga. Llamé a Miriam para saber si existía la posibilidad de adelantar la sesión esa semana.
La fotógrafa entró en la habitación en el momento que yo terminaba la conversación con Miriam, buscó mi mano y me llevó a la cama. Se recostó sobre su lado derecho mientras yo quedaba boca arriba.
— Tenes que entender que yo vivo de esto.— Habló y corrió un mechón de pelo sobre mi pecho.— Es como cuando vos te vas a trabajar.—
— No, porque yo vuelvo a casa. — Contesté y ella se dejó caer para quedar en la misma posición que yo.—
— ¿Vos queres que vuelva? — Preguntó. —
— No quiero que te vayas.— Dije. Mi mirada estaba clavada en el techo blanco.—
— Tengo que hacerlo, pero vuelvo si queres que vuelva.—
— ¿Dentro de diez años? —
Paloma se levantó de la cama y salió de la habitación. Quería llorar, pero decidí esperar a estar con Miriam mañana para hacerlo. Escuché música antes de quedarme dormida.
Me desperté y miré el reloj en mi muñeca izquierda, Veintidós cuarenta y dos. La música seguía en la sala. Me levanté y salí de la habitación, pase por el baño a lavarme la cara. En la sala estaba la fotógrafa acostada en el sillón, dormida con un libro abierto caído sobre su pecho.
Salteé verduras para servir con fideos y llené dos copas, una con vino y otra con agua. Preparé la mesa y volví a la sala para despertar a la fotógrafa.
— Pipi. — Susurré y ella no se despertó.— Pipi, vamos a cenar. — Dije un poco más alto, y ella sin abrir los ojos agarró mi mano.— Dale, se va a enfriar.— Por fin abrió los ojos.—
—¿Me das un beso? — Dijo sin moverse ni soltar mi mano.—
— Dale Pipi, tengo hambre.— Ella negó con la cabeza, pero se puso de pie.—
— No estas contestando mi pregunta.—
Sus ojos miraban los míos y sentí su mano izquierda sobre mi mejilla derecha y a los pocos segundos sus labios estaban sobre los míos. El beso se terminó pronto, quizás demasiado. Abrí los ojos y ella sonreía, y no pude evitar imitarla y acomodar su flequillo.
— No me voy a ir diez años otra vez. — Volvió a hablar. Mi sonrisa desapareció. — Vamos a comer.— Fue lo último que dijo y me llevó a la mesa de la mano.—