De la Lluvia y todo lo demás. 14.

— Creo que me gustas. — Dijo apenas su cuerpo se despegó, sin estar lo suficientemente alejada como para mirarme ni mirarla.—

Estábamos en las escaleras subiendo al avión, a punto de meternos dentro y volar la hora y cincuenta minutos para volver a casa, y sentí su mano izquierda apretar la mía. La miré con gesto de dolor, pero ella solo miraba hacia adelante, terminamos de subir los escalones y luego caminamos a los asientos. Nos sentamos y ella seguía tomada de mi mano, un poco más tensa que hace unos segundos atrás.

— ¿Qué te pasa? — Pregunté y la fotógrafa ni siquiera me miró. — ¿Pipi, qué te pasa? — Volví a preguntar y otra vez el mismo gesto.—

Con la mano que me quedaba libre le corrí el rostro hacia mí y ella solo cerró los ojos. La recosté sobre mi pecho, le pedí que soltara mi mano y la abracé durante todo el viaje. Ella no volvió a abrir los ojos hasta que el avión aterrizó.

— Tendrías que haberme dicho que tenías miedo... — Dije mientras esperábamos el equipaje.—

— Te ibas a dar cuenta de todos modos. — Contestó y forzó una sonrisa.—

Una vez que tuvimos las maletas, tomamos un taxi hasta casa, sin sonidos, con su vista pegada al vidrio de la ventana de su lado. Apenas llegamos se metió a bañar mientras yo preparaba té.

— ¿Mejor? — Pregunté desde el sillón cuando se acerco, aún con su pelo mojado.—

— Sí, perdón. — Dijo luego de besar mi cabeza.—

— ¿Perdón por qué? — Dije y le hice seña que se sentará a mi lado. Se encogió de hombros una vez más y se sentó.— ¿Té? ¿Café? —

— Convidame de tú té. — Contestó y probó el líquido caliente de mi taza.— Me gusta tu casa, aunque hay detalles.—

— ¿Qué detalles? — La miré y me devolvió la taza.—

— Fotografías horribles. — Sonrió y yo recordé la única fotografía que tenía con Lena.—

— Estaba convencida que no eras celosa, Pipi.— Esta vez solo sonreí yo y ella me hizo burla.—

Dejé la taza en la pequeña mesa y me pusé de pie para buscar el secador de pelo, y ella me siguió hasta la habitación. La vi agarrar la fotografía que le molestaba y meterla dentro del mismo estante donde estaba el secador.

— Secate el pelo que te vas a enfermar. — Dije estirando el aparato.—

— Gracias.— Dijo y caminó una vez más al baño.—

Volví a la sala, al sillón, pero está vez me recosté en él sin terminar el té que ya estaba frío. Afuera había sol, pero habían más nubes aunque no llovía. Miré la hora en mi muñeca izquierda y todavía no era medio día.

La fotógrafa apareció con el pelo seco y el celular en su mano, lo dejó junto a la taza de té frío y se recostó a mi lado, apoyando su cabeza en mi pecho y sus pies quedaban en el aire.

— ¿Vas a ir a ver a la amiga de Lena? — Preguntó mientras dibuja círculos al rededor de mi ombligo.—

— Sí, tengo que llamarla y preguntarle a que hora deja de trabajar, si es que está trabajando.— Contesté con la mirada fija en su mano.— Me da escalofríos lo que estas haciendo.—

—Pensé que la piel se te había puesto así por el frío.— Miró hacia arriba y sonrió.— Y que raro no tengas cosquillas.—

Fue lo último que dijo y su mano se corrió a mi costado para hacerme cosquillas, y era tan fácil que las sintieras como que me quedará sin aire. Le pedí y le supliqué que dejara de hacerlo, pero me costaba tanto que no entendió una sola palabra. La tenía arriba, sentada sobre mis piernas con la remera y el sweater levantado hasta el pecho. No sé cómo hice para sentarme y quedar de frente a ella, y ella quedó inmóvil.

No sé cómo volví a respirar mejor ni de dónde saqué el aire, pero mis manos la tomaron de los costados terminaron con la distancia que había entre su boca y la mía. El beso fue corto, quizás demasiado, así como me deshice la distancia la volví a marcar.

— ¿Te vas a volver a ir? — Pregunté. Ella seguía con los ojos cerrados.—

— ¿A dónde? — Contestó luego de abrir los ojos y limpiar, con su lengua, sus labios.—

— ¿Cuando es la exposición? — Ella salió de arriba de mis piernas y las dos nos pusimos de pie.—

— Viernes, sábado y domingo que viene. — Dijo y yo agarré la taza y caminé a la cocina.—

No me siguió ni dijo más nada, ninguna dijo más nada. Busqué mi celular y llamé a la profesora, y acordamos juntarnos a las diecinueve en su casa. Paloma se había acostado en la cama, no dormía, solo miraba el techo. Tenía el pelo revuelto en la olmohada y sus largas piernas cubiertas, cruzadas y los pies descalzos. Me acosté a su lado, a su lado izquierdo y volvió a sonreír, busqué su mano con la mía y las enlacé.

— Así como vos le tenes miedo a viajar en avión, yo también tengo miedo.— Dije sin mirarla. Ella acarició con su pulgar mi mano.—

— Cada vez que tengas ese miedo, voy a hacer lo mismo que vos hiciste. —

Sentí su mirada en mi rostro y de a poco se giró para quedar de frente a mí, sentí su brazo derecho pasar por mi vientre y su cabeza acomodarse se tal manera que la mía quedo sobre su pecho. Me abrazó, no por una hora y cincuenta minutos, pero si un rato largo.

—Tengo hambre. — Dije y ella se despegó de mi.— No tengo nada, ¿Vamos al super o a comer por ahí? —

— Vamos a comer por ahí y después al super. — Contestó y se puso de pie.— Tengo ganas de comer carne. — Dijo y corrió la mirada.—

Me cambié con ella de espectadora y luego salimos. Caminamos para que conociera, caminamos despacio una al lado de la otra, rozándonos los brazos a veces, porque nuestras manos iban dentro de algún par de bolsillo. Se quejó del frió un par de veces hasta que se acostumbró.

Pasamos por fuera del hospital y luego por fuera de mi consultorio, pasamos por la plaza más grande de la ciudad en donde me hizo prometer que algún día íbamos a comer sobre el apagado verde de allí. Encontramos una pequeña confitería, también bar y café, escondido detrás de una chocolatería, donde antes de subir una escalera caracol te encontrabas con una pizarra que decía "Queda prohibido levantarse sin ilusiones, vestirse sin esperanzas, salir a la calle sin fe y andar sin amor.". Almorzamos al lado de una ventana enorme, con música francesa de fondo, sin hablar demasiado hasta que salimos.

Está vez mi brazo paso por entre el de ella, entre el espacio que generaba por meter su mano en el bolsillo de su saco.

—¿Vas conmigo donde Olivia? — Pregunté y la miré sonreír y negar con la cabeza.—

— No, porque no tengo nada que ver y necesitan hablar tranquilas. — Contestó y se detuvo en la esquina por los autos.—

— No molestas. — Ella volvió a negar con la cabeza.— ¿Te quedas sola en casa? —

— Puede ser, o puedo esperarte en la plaza. —

— Te vas a morir de frió, Pipi. — Dije y se detuvo una vez más, pero esta vez no era esquina ni por los autos. Quedó frente a mi y solo me salió sonreír. Besó mi sonrisa rápidamente y volvió a caminar a mi lado.—

— Enana. — Dijo y sonrió.—

— No estás bien.—

Caminamos hasta llegar a casa, pasando por los mismos lados. Al llegar no quiso sacarse el abrigo y me pareció exagerada, se paro al lado de la falsa chimenea y yo caminé a la cocina a preparar café. Miré la hora, y faltaba poco más de cuatro horas para ver a la profesora.

Volví a la sala y ella seguía al lado de la chimenea, pero sin el abrigo esta vez. Nos sentamos en el suelo, muy cerca del falso fuego donde ella se sintiera más a gusto.

Terminamos el café y ella se tiró al suelo y comenzó a quedarse dormida, me sentí obligada a recostarme a su lado, pero no para dormirme, sino para evitarlo.

— No te duermas acá.— Dije y ella se deslizó hasta apoyar su cabeza en mis piernas. — Pipi, te va a hacer mal.— Agregué y corrí su flequillo a un lado.—

— No sos mi mamá, Enana.— Contestó y se abrazó a mi pierna derecha.—

— Dale, vamos al sillón o a la cama.— Volvió a abrir los ojos para guiñarme el izquierdo y sonreír.—

Se puso de pie y estiró su brazo para ayudarme a hacer lo mismo, y luego junto las tazas vacías para llevarlas a la cocina. La esperé acostada en el sillón, donde al volver apoyó su cabeza en mi hombro y su brazo rodeo mi cintura. Nos dormirnos.

Me desperté y ella seguía dormida en mi hombro, con su brazo en mi torso y sus piernas enredadas en las mías. Por la ventana se veía el sol yéndose y recordé mi cita con la profesora, miré la hora en mi muñeca y faltaban veinte minutos para las diecinueve. Salí del sillón intentando no despertarla, pero fue inútil, se despertó y volvió a quejarse.

— Voy a despertarte todos los días.— Dijo y se sentó. Solo pude sonreír y caminar al baño.—

— ¡Voy a llegar tarde! — Grité antes de salir.— Perdón. — Agregué al volver y quise besar su mejilla pero corrió la cara. — Para. — Dije.— Prometo no tardar mucho y traer para cenar.—

Volví a besarla y caminé lo más rápido que me permitieron las piernas hasta encontrar un taxi. Llegué a la hora justa, ni un minuto más ni un minuto menos y ella también. Estaba a punto de entrar al edificio cuando yo bajaba del taxi, le grité y ella se giró rápidamente.

— Hola.— Dije una vez que estuve a su lado y ella sonrió.— ¿Cómo estás? — Pregunté y recordé que era una pregunta estúpida.—

— Bien.— Contestó y abrió la puerta.— ¿Cómo te fue a vos? —

— Bien... — -Dije y subimos los escalones previos a su departamento, en silencio.—

Acomodó sus anteojos y su pelo antes de abrir la puerta y entramos. Caminó hasta la mesa de café y dejó unos papeles que sacó de su bolsillo, unos paquetes de caramelos y el encendedor, sin cigarrillos.

— ¿Queres té? — Preguntó al volver a la mesa, donde yo me había quedado sentada.—

— Bueno.— Contesté y ella se perdió por el pasillo hacia la cocina. La seguí.— ¿Cómo vas con el embarazo? —

— No sé muy bien... — Dijo y se apoyó sobre la mesada.— Estoy de tres meses y dos semanas, y va a ser complicado por lo que paso en el embarazo anterior...—

— ¿Hay riesgos? — No sabía bien que decir ni qué preguntar. Ella volvió a girarse para llenar las tazas con agua caliente.—

— Hay.— Corrigió.— Cualquiera de los dos puede morir.— Contestó.—

Volvió a mirarme para entregarme la taza y caminamos hasta el sillón azul, todo se volvió silencio. Ella bebió de a poco su té y varias veces agarró el encendedor solo para jugar con él, se sacó los anteojos y apoyó sobre su rodilla.

—¿No tenes más opciones que la de esperar a ver que pasa? — Pregunté mirando mi taza de té media vacía. Sentí su mirada, pero no quise mirarla.—

— Es la única opción que quiero.— Contestó y volvió a ponerse los anteojos. Terminé mi té.—

— ¿El padre lo sabe? ¿Lena?— Seguí preguntando sin mirarla. No sabía que cara tenía ni si era la correcta para mirarla.—

— Volvió a Francia y no tengo cómo localizarlo.— Dijo y no sentí más curiosidad.— Lena se esta quedando acá conmigo desde que me enteré y se lo dije. Ahora debe estar por llegar de la facultad.— Agregó.—

— Sabes que podes contar conmigo para lo que sea que pueda ayudarte.— Dije y me sentí mal por sentir lástima.—

Volví a mirarla y sonreía, me sentí mejor. Apoyó la taza de té vacía en la pequeña mesa de adelante y volvió a mirarme, se levantó y llevó las tazas a la cocina y yo me quedé mirando por la enorme ventana del balcón. Miré la biblioteca y recordé que no sabía el motivo por el que sonreía al ver la mía y me hizo sonreír.

— Volví con una amiga. — Dije sin levantarme. — Una amiga como Lena tuya.— Agregué y reír sola.—

— ¿Qué queres decir con eso? — Preguntó desde la cocina. Miré hacia atrás, pero no la vi.—

— Nada.— Contesté.— Que se está quedando conmigo y ahora está sola en casa.— Ella apareció con una expresión muy diferente.— ¿Queres venir a cenar con nosotras? — Me puse de pie y ella negó con la cabeza.—

— No, no tengo muchas ganas de salir.— Se miró la panza inexistente y dibujó una media sonrisa.— Siento que todo está grande y me enojo mucho.—

Me puse de pie, me acerqué a ella y la abracé, sus brazos hicieron lo mismo por arriba de mis hombros. Escuché su respiración muy cerca de mi oído derecho y la sentí chocar en mi cuello.

— Creo que me gustas. — Dijo apenas su cuerpo se despegó, sin estar lo suficientemente alejada como para mirarme ni mirarla.— Me gustas porque te preocupas por mi sin esperar nada a cambio, aunque sé que un poco tu trabajo. — Explicó, está vez mirándome. No supe qué decir.— Y entiendo que no es recíproco, lo entiendo perfectamente. Solo me pareció que tenías que saberlo. —

Seguí en silencio, pero sonreí y extrañé a Miriam más que nunca. Busqué palabras para contestar algo, palabras que no fueran perdón porque tampoco lo sentía realmente.

Sentí su mano buscar la mía y sonreír con los ojos húmedos.

— Creo que es por el embarazo. — Volvió a hablar. Cayó una lagrima, pero no dejó de sonreír.—

— Entiendo. — Fue lo único que me salió y me sentí ridícula. Volví a abrazarla por un momento.— Quizás debería decir algo, algo como perdón, pero no lo siento. Tampoco siento lo que vos sentís hacia mí y no puedo hacer nada para cambiarlo. —Intenté explicarme al terminar el abrazo. Ella se quitó los anteojos y refregó sus ojos.— Creo que hice mal en relacionar lo que te pasaba con lo de mi hermana... No sé.—

— No te preocupes, lo entiendo. — Dijo y volvió a ponerse los anteojos. — Si me hubiera pasado con Lena sería más fácil. — Agregó y rió. Sonreí y asentí con la cabeza.—

— ¿Puedo acompañarte al médico la próxima cuando no tengas con quien ir? — Pregunté y dejó de reír. Asintió con la cabeza.— Espero que me avises, ahora tengo que irme.—

— Te esperan en casa. — Dijo y caminamos a la puerta. — Te aviso con tiempo por el consultorio. — Abrió la puerta, beso mi mejilla y sonrió. La imité desde el beso en la mejilla hasta la sonrisa.—

Salí del departamento con la necesidad de volver a terapia duplicada. Bajé los escalones y volví a respirar el aire frío de afuera. Comencé a caminar y me choque con Lena, que venía caminando rápidamente en dirección opuesta sin prestar atención. Sonrió, le devolví la sonrisa y seguí caminando.

Pase por el supermercado antes de volver a casa y encontrarme con la fotógrafa sentada en el sillón, tapada hasta el pecho, con la notebook en las piernas. Rápidamente la dejó a un lado para ayudarme con las bolsas y volvió a quejarse.

— ¿Por qué no me dijiste que ibas a comprar? — Preguntó llevando las bolsas a la cocina.—

— Me acordé que no tenía nada. — Contesté detrás de ella.— Para de quejarte, Pipi.—

— ¿Sigue haciendo frío? — Volvió a preguntar, pero sonrió. — ¿Cómo te fue? —

— ¿Bien? — Contesté y me encogí de hombros. — Es algo complicado y alguna que otra vez voy a acompañarla al médico. —

— ¿No queres hablar, no? — Negué con la cabeza.—

Buscó mi mano y caminamos al sillón. Se recostó sobre mis piernas con la notebook sobre las piernas, otra vez y me hizo mirar las fotografías de exposiciones pasadas.

— ¿Estuviste en pareja allá? — Pregunté. Ella me miró desde abajo.—

— Sí. — Fue lo único que dijo.— ¿Tenes hambre? — Preguntó y yo reí.—

— ¿En serio? — Ella se sentó y dejó la maquina a un lado.—

— En serio. — Sonrió avergonzada. Se levantó y caminó a la cocina.—

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La señorita Artwork no entendió nada o yo no entendí su comentario. Este es un relato totalmente distinto al anterior, ninguno se va a relacionar con el otro. Y tengo el final, pero falta y bastante. Creo. Lo cambié cerca de 5 veces y si no vuelve a pasar, falta.

Gracias por leer.