De la Lluvia y todo lo demás. 10.
Que me querías me dijo tú papá.
— ¿Podemos hablar? — Preguntó Mamá interrumpiendo mi lectura en el sillón.—
— Sí. — Dije mientras me sentaba para dejarle lugar a ella. Sonrió.—
— ¿Queres hablar sobre Lena? —
— Ya hablé. — Cerré el libro y lo dejé sobre la mesa de café. Ella solo quedó en silencio.— Nos separamos porque estaba enamorada de otra persona, yo lo sabía. No pasa nada. — Sentí su mano en mi rodilla derecha.— Miriam te manda saludos. — Agregué mirando su mano.—
— ¿Segura que estas bien? —Asentí con la cabeza.— Igual, volvió Paloma. — La miré.—
—¿Qué queres decir? — Tenía una sonrisa pícara pintada en los labios.—
— Vos sabes, sos psicóloga.—
— Y mayorcita también. — Rió.— Te estas juntando mucho con Papá.—
— Hablando de Papá, me contó que anoche andaban de la mano.— Me golpeó con el codo en mi brazo y me causó gracia.— Y hoy a la mañana fui a despertarte y dormian abrazadas.—
— Mamá, no pasa nada con Paloma. No la veía hace casi diez años.—
— ¿Y? — Me encogí de hombros.— ¿Cómo te va en el consultorio? — Me alegré por el cambio brusco de tema.—
— Bien. Supongo.— Mi celualar comenzó a sonar, y la mujer de mi lado miró el aparato y luego otra vez a mi.—
Me levanté y salí al patio. La voz de la profesora se escuchaba un poco entrecortada desde el otro lado.
—¿Dónde estás? Estoy afuera de tú casa.—
— No, no estoy en casa. — Mamá me miraba desde la puerta de vidrio.—
—¿Eh?— Pronunció y la imaginé seria, con la frente arrugada.—
— Estoy en Capital.— Caminé al banco del fondo del pequeño patio verde.— ¿Estás bien? —
— Sí, estoy bien. ¿Vos? — No supe si lo que se escuchó fue viento o su respiración.— Necesito hablar con vos. — Me quedé en silencio.— ¿Cuándo volves?—
— No sé el día exacto, pero antes del lunes que viene seguro.—
— Bien. Te veo el lunes.— Dijo y me puse de pie. Ella cortó la llamada.—
Indio entro a mi lado, caminamos de vuelta al sillón donde Mamá leía la contratapa del libro que había dejado sobre la mesa de café.
— ¿Seguís leyendo las cosas en inglés? — Me miró y sonrió. —
— ¿Olivia es una paciente? — Me senté a su lado.—
— No podes preguntarme eso.— Contesté.—
— Solo pregunté si es tú paciente, no la historia de vida.— Volvió a mirarme después de haber dejado el libro donde yo lo había dejado.—
— No, es la mujer de la que está enamorada Lena. —
— ¿Qué? — Dijo y me causo gracia su mirada.— No entiendo. —
— Olivia es amiga de Lena, amiga de la que está enamorada. — Me encogí de hombros.—
— ¿Por qué te llama a vos? — Preguntó perdida.— No se supone que tendrías que odiarla o algo así. —
— No, si ella no me hizo nada. — Acaricié al viejo perro y volví a mirarla.— No está pasando un buen momento, y no está con Lena. —
— ¿Queres té? — Preguntó y se puso de pie. Asentí con la cabeza.—
Preparó té y no preguntó más nada aunque no haya entendido muy bien. Volvió a abrir el libro de la mañana anterior escrito en frances, pero no leía, los ojos quedaron durante algunos minutos sobre la misma palabra. No quisé preguntar porque estaba segura que era algo para el trabajo.
Papá volvió de no sé donde, entró sonriente, acarició al perro, beso a Mamá y luego mi mejilla derecha. Me pusé de pie para prepararle un té a él y el colgó el abrigo sobre la silla.
— ¿Paloma ya se fue? — Preguntó y sonreí.—
— Sí.— Contesté y me giré para mirarlo y para entregarle el té.— ¿Le vas a contar a Mamá, Pollerudo? — El hombre rió y la mujer sentada a mi lado me miró seria, como siempre.—
— Verónica te decía así.— Dijo ella y algunas lágrimas cayeron por su mejilla, pero sonrió.—
Papá estiró su brazo por arriba de la mesa en busca de la mano de su mujer y la apretó. Yo solo miré. El té se nos acabó en silencio.
Cuando el sol se fue, con Papá nos fuimos al bar con la promesa de llegar a tiempo para desayunar los tres juntos. En el bar me tocó hacerme cargo de la caja otra vez, mientras los demás se ocupaban de cosas con más movimientos. Cambié con uno de los chicos que llevaba los tragos a las mesas para dejar de pensar en el "Necesito hablar con vos" de la profesora. Esperé toda la noche la llegada de la fotógrafa, pero no tuve suerte.
Volvimos a casa cerca de las seis. Mamá nos esperaba con té y su libro cerrado sobre la mesa. Dormité unos minutos sobre su hombro hasta que me dijo que fuera a dormir a la cama, que ya se tenía que ir.
Desperté cuando el sol dio por completo sobre mi rostro, y recordé uno de los motivos por los que no me gusta el calor. Miré la hora, doce treinta y tres. Quisé levantarme pero no pude. Papá golpeó la puerta y entró aún con ropa deportiva y algo transpirado.
—Buen día.— Dijo desde los pies de la cama.— Te esperan abajo. — Sonrió y no hizo falta que dijera quien.— Yo me voy a bañar, así que baja rápido.— Asentí con la cabeza y él salió.
Me vestí mientras agradecía que no la hiciera subir. Lavé mi cara y mis dientes, acomodé mi pelo con las manos y bajé. Paloma estab de espalda, llenando dos tazas de agua caliente.
—Hola.— Dijo mirandome conuna taza en cada mano.— Hice café porque tenía ganas de tomar café y porque estoy segura que te va a venir bien. — Guiñó su ojo.— ¿Me extrañaste? —
— Sí, porque después de casi diez años pasar menos de veinticuatro horas sin vos, es demasiado.— Intentó no sonreír, pero no pudo. Me hizo seña que me sentara.—
— Te desperté. — Contestó y se sentó a mi lado.— Ya te expliqué porque me quedé allá y porque volví.— Sentí su mirada sobre mi perfil izquierdo.— ¿Necesitas que después de diez años te pida perdón? —
— No. — Dije y la miré. Apoyaba la taza sobre su labio inferior.— Entiendo que éramos jóvenes y estúpidas.—
— Qué frase más cliché.— Me miró.— Sí, éramos jóvenes, pero vos no eras estúpida. Vos sabías lo inmadura que era y no soportaba verte mal por la perdida de Verónica y no saber qué hacer...—
— Es absurdo lo que decis.— Contesté y tomé el primer sorbo de mi café.— No, tenes razón. Yo sabía que no tenía que enamorarme de vos.—
— Yo también estaba enamorada de vos.— Abracé mi taza y sentí como corría la mirada.— Y lo sigo estando.— Agregó después de una pausa. No supe qué decir. Miré hacia atrás y Papá nos miraba desde el último escalón de las escaleras.—
— Voy a buscar a Mamá.— Dijo sin dejar de mirarnos.—
Volví a mirar a la mujer que estaba a mi lado y seguía sin saber qué decir. Volvió a tomar café con la mirada clavada hacia adelante. Bajé mi mano a su rodilla y pensé "Debe ser genético". Papá salió de casa y ella también bajó su mano para apoyarla sobre la mía.
—Olvidate. — Dijo sin mirarme. — Disfrutemos los días que vas a estar.—No hablamos más.
Entraron Papá y Mamá, y automáticamente mi mano salió de su rodilla. Los dos se acercaron a saludar y Papá susurró algo en el oído de Paloma que la hizo sonrojar. Dejaron unas bolsas en la cocina y subieron al segundo piso.
—¿Qué te dijo? — Pregunté. Ella se puso de pie y agarró las tazas.—
— ¿Quién? — Dijo desde la cocina.—
— Mi Papá. Te sonrojaste.— Caminó de vuelta hacía donde estaba y al quedar de frente a mi acarició mi mejilla.—
— Nada.— Contestó, pero no le creí.— No te prendas a ningún libro que en un rato te vengo a buscar.—
— ¿Para ir a donde? — Ella besó mi frente y se fue.—
Volví a mi cuarto a buscar ropa para ir a bañarme, y volví a mirar la foto del espejo. Desde el baño se escuchaba la televisión de la sala encendida y se sentía el olorcito a los fideos con salsa de Mamá. Antes de volver a bajar tapé la ventana del cuarto con una cortina más para que no pasara tanto el sol.
Estaba llenísima y a punto de sentarme en el sillón al lado de Papá para que me leyera el diario, pero Indio ladró al escuchar que golpeaban la puerta. Paloma volvió a buscarme como había dicho.
— Qué lindo peinado.— Dijo y recordé que no lo había hecho. Sonrió.— Me llevo a la enana.— Agregó mirando a Papá.—
Él le sonrió, yo me despedí y salimos de casa. Afuera estaba el sol que pegaba fuerte sin un poco de viento y el largo auto gris de su madre. Subimos y ella manejó sin hablar, con Queen de fondo y su gracioso inglés acompañando.
—Llegamos. — Dijo sonriente. Estacionó el auto en una de las avenidas más importantes y trancitadas de la ciudad.—
— ¿A qué venimos? — Pregunté y ella se encogió de hombros.—
— Vas a tener la suerte de ser la primera en ver la exposición .—Contestó y bajó del auto. La imité.— No me acuerdo el nombre de la galería.— Agregó en voz baja una vez que llegó a mi lado. Tomó mi mano y caminamos hasta la puerta.— Ya sé, Emilio Saraco. — Leyó el cartel que estaba sobre la puerta. Reí.—
— Era en serio lo de la exposición.— Dije y ella me miró. Metió su mano derecha en su bolsillo y sacó las llaves.—
— La exposición es a las veinte y también tenes que venir.— Dijo y abrió la puerta. Entramos.— Por el pasillo de la derecha hay pinturas y a la izquierda mis fotos.—
— No es casualidad. — Ella negó con la cabeza.—
El piso era negro y las paredes totalmente blancas. Caminamos por el pasillo de la izquierda hasta que el pasillo se agrandó y se convirtió en un cuarto con sus fotografías colgando desde el techo y en el centro cuatro puff del mismo color que el piso. La luz salía de pequeñas lamparas desde arriba de frente a cada foto. Las fotos estaban encuadradas en un marco blanco un poco más grande que las fotos, ordenadas a la misma altura y distancia entre una y la otra. Solo habían una secuencia de cuatro fotos sobre un papel en panorámico y fueron las que más llamaron mi atención. El la primera de derecha a izquierda, en la ventana había una figura, en las tres siguientes eran de ventanas con diferentes vistas y sin figura.
— ¿Le falta una foto? — Pregunté al notar que luego de las tres fotos sin figura quedaba un espacio.—
— Sí. — Dijo detrás de mi.— Una foto que todavía no está hecha.— La miré y ella sonreía.— ¿Reconoces la primera? — Asentí con la cabeza.— Que me querías me dijo tú papá. — Se volvió a girar y caminó hacia la primer fotografía colgada y la acomodó.— Que si ponías tu mano en mi rodilla era porque me querias.—