De la degradación al placer

Tercera y última parte de las viscicitudes de Inés, quien es castigada duramente por su padre, continua siendo humillada pero conoce el amor de otra esclava y huyen juntas.

No es fácil imaginar que tanta dulzura, tanta belleza como la que Inés poseía había quedado relegada a tal estado que ya no le interesaba nada de nada de si misma. La que otrora fuera una muñequita mimada y linda estaba ahora convertida en la esclava de dos animales, violentos, sucios y sádicos. Todo el entorno de ellos era similar, lo que llevó a Inés a experimentar situaciones inimaginables. Tras un año de vivir en ese estado, ya caminaba como una autómata, siempre desnuda en medio de toda la gente, llena de moretones, humillada a tal punto que cualquier animal del establecimiento tenía más rango que ella.

Día a día, con sus bestias que limpiar, y sus amos que servir, ella soportaba estoicamente, nunca se explicaba por que pero así era. Le había encontrado a todo una parte agradable, ya sea un orgasmo, ya sea la excitación de servir, de ser humillada o tal vez sus propios y desconocidos instintos. Su situación en los días subsiguientes fue complicándose cada vez más, aunque no sufría directamente los castigos que la la señora Franchón aplicaba a su esclava, si sufría degradaciones sin límite por parte de todos. Era una sierva que había sido comprada junto a la propiedad, con el status de un animal más, y con la contra que al ser tan atractiva excitaba a todos los hombres, que veían en ella la oportunidad de descargar sus bajos instintos.

Fue así que al poco tiempo de ser vista por su padre en aquel espectáculo tremendo cuando fue violada por uno de los perros que allí había, este hombre, que la había vendido como si fuera un objeto más de su propiedad, llegó al establecimiento con la excusa de ver a su hija, pero ya conseguida la autorización del señor Franchón, sorprendió a Inés en el chiquero, una mañana que estaba limpiándolo con sus manos como única herramienta, y comenzó a insultarla, diciéndole que era una ramera, que no imaginó nunca que una hija suya se degradara de esa manera. Inés, sin saber que contestar, se quedó paralizada ante las apreciaciones de su propio padre, entonces este tomó una vara y comenzó a azotarla violentamente. Ella no sabía que hacer, si huir o hacerle frente, pero acorralada en un rincón, desnuda y débil por el poco alimento que venía ingiriendo, se acurrucó y recibió el castigo que nunca antes hubiera imaginado de su progenitor. Tirada en el piso, rodeada de suciedad, bestias, y moscas, y muy lastimada, su padre sintió deseos hacia ella, pero algo lo contuvo, tal vez remordimientos, tal vez no se animó, y se marchó sin tocarla, dejándola ahí, tirada, lastimada llorando desconsoladamente. Esa fue la última vez que Inés vio a su padre.

Bastante le costo recuperarse de las heridas recibidas, máxime cuando nadie reparó en ellas, y se las tuvo que lavar ella misma con agua y jabón para evitar males mayores. Así y todo siguió diariamente con sus tareas. La clásica llevada del desayuno a sus amos se iba convirtiendo en algo que a Inés le agradaba cada vez más, ni ella mismo sabía por qué pero deseaba que llegara el inicio del día para vivir ese momento. Había algo que le taladraba el cerebro, era la mirada triste de la bella esclava de la señora Franchón. Cada vez que entraba al cuarto esta levantaba la cabeza, como queriendo hablarle, pero jamás lo hizo, hasta un día en que por circunstancias del momento, quedó sola con ella, que estaba encadenada como siempre al pie de la cama. Sus amos no estaban y ella estaba sin comer desde hace dos días, así que Inés le dio parte de la comida que tenía para si.

Ella le agradeció con la primer sonrisa que alguna vez alguien le vio esbozar, ahí Inés se dio cuenta que era una criatura muy hermosa, y que a pesar del estado en que se encontraba tenía aún muchos encantos, un cuerpo hermoso, unos senos bien proporcionados y un cuerpo delicioso, aunque algo delgada debido al hambre que le hacían pasar. Le dijo que su nombre era Michelle, y le contó que era esclava de la familia desde que sus padres la vendieron hace ya varios años, que jamás la habían dejado libre de la cadena, que jamás la habían dejado salir, y que la señora Franchón la castigaba todos los días y la usaba como su objeto de satisfacción y como su inodoro personal, a lo cual ella ya se había acostumbrado. Le agradeció la comida y en forma inesperada, al acercarse una a la otra, Michelle le dio un tierno beso, que Inés recibió muy emocionada y le causó una indescriptible sensación, sensación que la acompañaría por el resto del día con gusto. Había nacido entre ambas algo más que una amistad. Inés quedó muy excitada, y Michelle no le fue en zaga.

Tuvieron otras oportunidades de estar a solas, y día a día fueron avanzando en sus relaciones. Nació entre ellas un amor muy fuerte. Ninguna de las dos podía estar mucho tiempo sin ver a la otra. Inés sufría mucho cuando al llegar de mañana veía a Michelle con las huellas de una noche de sufrimiento, y por otra parte también sentía celos de su ama, esa asquerosa mujer que osaba tocar y degradar a su amada. Por otra parte Michelle tampoco quedaba muy contenta con el aspecto de Inés. Al poco tiempo de estar entre los cerdos, tuvo la mala suerte de agarrarse piojos en su hermosa cabellera, y no vieron mejor solución que cortársela y afeitarle la cabeza. Así Inés estaba más desnuda que nunca, calva y totalmente depilada. Sometida a la brutalidad de toda la gente que trabajaba ahí, sucia, y mal alimentada, pero con una luz de alegría cada vez que estaba junto a Michelle..

No les costó mucho a ambas urdir la idea de huir de la estancia. La vigilancia no era para nada estricta, tal vez porque hasta ese momento ambas no habían jamás opuesto resistencia y habían aceptado su forma de vida sin serios reparos, pero, ahora llegó el momento de huir.

Un día la señora Franchón le dijo a Inés que se iban de viaje por cinco días, que su esclava quedaría atada al pie de su cama. Le ordenó limpiar sus necesidades y alimentarla solamente una vez. La señora Franchón ni se imaginaba la relación que ambas tenían. Fue entonces cuando Inés, a solas con Michelle, buscó desenfrenadamente las llaves que aprisionaban el cierre de la cadena, mas no las pudo encontrar. Pero eso no fue obstáculo para la huida. Tras un arduo trabajo con un punzón, arrancó la cadena del piso con gancho y todo, y salieron afuera, en la noche. Es noche llovía torrencialmente, y al principio vacilaron porque no sabía para donde dirigirse, dos muchachas, desnudas, una de ellas con una cadena da casi dos metros a su cuello, mal alimentadas, era difícil para ambas. Ambas se abrazaron afuera, se besaron largamente, felices a pesar de la situación precaria en que se hallaban.

Inés recordaba de su niñez, no muy lejos de ahí, una cabaña abandonada, adentrándose en el bosque, que había sido utilizada por cazadores, caminando estaba algo lejos pero lo intentarían de todos modos. Salieron entonces a campo traviesa, desnudas, no hacía mucho frío pero llovía torrencialmente, tuvieron varias caídas en zanjas repletas de agua y barro, y su estado era totalmente deplorable, casi no se les distinguían sus rostros, pero eran más fuertes las ganas de huir juntas. Anduvieron toda la noche, y por la mañana, extenuadas, llegaron al borde del bosque. Ya estaban totalmente agotadas. La huída no había sido organizada para nada y dependían de lo que podían encontrar en el camino, algunos frutos silvestres, agua de lluvia y poco más.

La lluvia había parado, entonces se acurrucaron contra unas grandes rocas que formaban un techo provisorio, y se dispusieron a descansar ahí. Una vez echadas, comenzaron a besarse largamente, a disfrutar una de la otra. Ambas se entregaron a gozar mutuamente, lamiéndose recíprocamente sus partes íntimas,recorriendo sus cuerpos con sus manos y sus lenguas, besándose los senos, el clítoris y los pezones, luego besándose sin descanso, hasta llegar casi juntas al orgasmo. Agotadas, felices igualmente, desnudas, con Michelle y su cadena, se quedaron dormidas abrazadas hasta casi el anochecer.

Al despertar ya estaba algo fresco, y decidieron emprender el fin del camina hacia la cabaña. Llegaron de madrugada. Aun abandonada conservaba algunos muebles rústicos, daba para quedarse. Parecía que nadie había estado ahí por años, y con la esperanza emprender una nueva vida juntas se instalaron. Fue ahí cuando Michelle, ceremoniosamente tomó su cadena y se la entregó a Inés diciéndole que ella era ahora suya. Inés no quiso aceptar esas condiciones pero Michelle dijo que eso era lo que ella quería, que solo era feliz si pertenecía a alguien, y que deseaba fervientemente pertenecer a ella, que si quería también podría castigarla si así lo ameritaba la situación. Entonces que Inés tomó la cadena y dijo que de ahora en adelante ella sería su ama, pero que no la maltrataría tanto como su anterior dueña., aunque no descartó que si así fuera necesario sería estricta con ella. Ambas sonrieron, se besaron largamente y se auguraron días felices.