De la cam a la cama

Las cosas que hacíamos por cam, de tan indecentes, me cuesta ponerlas por escrito...

DE LA CAM A LA CAMA

Sedoso pelo azabache dejado en melena suelta, esos ojos pardos a juego, de unas facciones entre hermosas y etéreas por lo blanco de su tez, y unas curvas que si no eran escasas, tampoco eran demasiado voluminosas, y una naturaleza que a su edad (30ypico, 40yalgo…nunca he conseguido recordarlo) la hacía retener toda su frescura y juventud. Este es el perfil que, a modo de carta de presentación, ofrezco para hablar de la que fue, durante muchísimo tiempo, el ser más perverso y morboso con el que nunca me había encontrado, que respondía al siguiente nombre: Mariángela.

“¿Quieres ver un show privado solo para tus ojos?”

Esa era la contraseña que teníamos entre nosotros, cuando ya nos quedábamos a solas, para iniciar algo más que una conversación picante. En cuanto me decía eso, yo ya me ponía al rojo vivo porque sabía que me lo iba a pasar bomba. Se daba comienzo a un juego de sumisión y perversión que a los dos nos dejaba al rojo vivo, calientes como motos. Las cosas que hacíamos, que ella me ordenaba o que yo le ordenaba a ella para llegar al orgasmo mientras nos masturbábamos por cam de tan indecentes no puedo ni por asomo ponerlas por escrito, pero baste decir que ella me produjo los orgasmos más viscerales que recuerdo…algo que ni mis ocasionales amantes en vivo lograban.

Conocí a Mariángela en uno de tantos chats en donde la gente merodea en busca de sexo por cam o de quedar en persona y montárselo en plan guarro. Había aprendido a reconocer, con bastante puntería, los que solo buscaban calentar al personal y después largarse de aquellos que en verdad querían algo real, y algún que otro escarceo me había dado con alguien del chat, alguna viciosa guarrilla con ganas de un polvo a lo loco, sin si siquiera saber ni como me llamaba (sí, eso existe, aunque parezca mentira). También me había dado algún que otro porno show por cam, viendo como la tía de turno se hacía unos dedos casi monstruosos en su dilatado coñito mientras yo hacía lo propio, pero lo de Mariángela era diferente. Del todo.

A diferencia de las demás tías, que solo buscaban un orgasmo fácil, mi diablesa del sexo era una adicta a jugar con la sumisión, con la perversión, con la seducción y el morbo antes de llegar al orgasmo. Cuando la conocí pensé para mi error que sería una más de tantas berriondas del “correrse y ya está”, pero justo en el momento en que iba a sacármela de los pantalones, ella me frenó diciendo que si eso era todo lo que aspiraba a darle, se iría y no volvería a saber de ella. Tenía que ganármela, que convencerla (y eso que ella estaba deseando pajearse conmigo). Por primera vez en mucho tiempo, se me proponía un reto, una oposición. Ella se me resistía, y eso hizo que la desease más.

Hice gala de todas mis habilidades para lograr seducirla a través del chat, y no fue fácil convencerla. A decir verdad, no fue distinto de estar en un bar o una discoteca un fin de semana y estar de charla con una tía en la barra del bar o en la pista de baile, e intentando estar a la altura de su desafío, me di cuenta de que aquella morbosidad me la ponía más dura aún. Cuando logré verla desnuda, no caí de espaldas de milagro. ¡Por dios bendito, que cuerpazo tenía la tía!. Realmente bien formado, no sobraba nada ni tampoco faltaba. Sus pezones, que había logrado hacer endurecer, me apuntaban como si se tratase del culpable de algún delito, los tenía a tope: duros, de color fuerte, no muy grandes en areola pero bien marcados, acariciados por las manos de su dueña solo para endurecer mi erección.

Su conejito tampoco se quedaba atrás. Mariángela se lo recortaba con especial cuidado para que aquello no fuese el mato-grosso, pero tampoco lo dejaba como si fuese el desierto del gobi jejeje. Sus labios (verticales, que no horizontales) dibujaban un contorno bien definido, con una pequeña separación permanente que me indicó, con total seguridad, que ella no era de las que se tiraban meses y meses sin sexo. La iba la marcha….cosa que me encantaba. Su cintura y vientre mantenían la esbeltez de antaño, la primera era algo estrecha en silueta, mientras que lo segundo se mantenía casi plano. No era distinto de una chica de veinte años recién cumplidos. Una anatomía y un cuerpo verdaderamente de lujo para follar…si no fuese porque vivía en otro país.

Era el gran escollo insalvable entre nosotros, la distancia, pero por lo demás, la relación que manteníamos de morbo y de vicio era perfecta. Cuando empezábamos el show, ella era quien me decía como masturbarme, yo no podía hacerlo sin más, tenía que obedecer sus instrucciones o de lo contrario, cerraba su MSN (que nos dimos tras esa primera noche de chat) y se iba a dormir. Que ella, a tantísimos kilómetros como estaba de mí, fuese quien me dijese qué tenía que hacer y como hacerlo, me supuso un placer perverso y a la vez embriagador. A cambio, ella se dejaba hacer por mí, me daba el derecho de decirle lo que tenía que hacer con su cuerpo para gozar…y puedo asegurar que dimos mucha rienda suelta a nuestro lado más pervertido.

Había ciertos límites, naturalmente, pues no todo podía pedirle (ni ella a mí). El límite se definía básicamente en “nada que produzca dolor ni sea con brusquedad”. Por lo demás, el cielo era el límite, la imaginación podía volar hasta donde quisiéramos en tanto esa regla fuese respetada. Por supuesto que a veces seguía haciendo mis escarceos con otras que encontraba en el chat,…pero pronto empezaron a saberme a poco, a serme poca cosa. Hasta entonces nunca había apreciado el valor de los juegos sexuales ni de los preliminares, ese coqueteo morboso y seductor antes de entrar en materia. Me hacía falta ese morbo que Mariángela me daba…y que las otras ni siquiera parecían conocer. No tardé en desechar a esas niñatas que solo querían “mete saca” por ser más insulsas que una sopa de babas para centrarme en aquella morenaza diosa de la perversión.

Mi vida fuera de la cam empezó a ser poco valorada, o de escasa importancia. Mi trabajo resultaba anodino, monótono, solo aliviado cuando en mitad de mi tarea se me ocurría alguna fantasía que poner en práctica con ella. Lo malo era que a veces me empalmaba de tal modo que tenía que disimular para que no se me notase…para lo que usaba a Susana, una compañera de trabajo con la que teníamos una especie de acuerdo en plan desfogue. No éramos especialmente amigos ni conocidos, pero en caso de una necesidad extrema, recurríamos el uno al otro para aliviar la aburrida vida de oficinistas. Susana no sabía de Mariángela, claro está, eso me lo reservaba para mí solo, era mía y solo mía, y muchas veces, dominado por la lujuria, tuve que hacer acopio de fuerzas en mitad de un polvo para no llamar a una por el nombre de la otra. Estaba dominado por Mariángela, me tenía comiendo de su mano…y ella lo sabía y disfrutaba con ello.

Un día, mi aparente rutina intrascendente se fue al garete. Estaba en el comedor con los demás cuando la conversación, a la que no hacía ni pizca de caso, hizo que me girase la cabeza.

-¿Perdón, que has dicho-le pregunté a Pedro, un compañero-?.

-Tío, ¿es que estás en Babia-se rió?. Te he dicho que más vale que empieces a mirar ofertas de trabajo, porque si los rumores son ciertos, nos vamos todos a la calle en menos de un mes.

-¿Qué rumores?, ¿de que estás hablando?.

-Lalo-me dijo Susana-, ¿en que mundo vives-dijo ella en voz baja, intentando que los demás no nos oyeran-?. ¿Es que no te has enterado de que se dice por lo bajini que una empresa extranjera está interesada en comprar nuestra compañía?. Si la opa es cierta, nos vamos a la calle, eso seguro. La nueva empresa querrá poner a sus empleados y no le interesará tenernos en nómina. Ándate con ojo. ¡Maldita crisis!.

Realmente me asusté. No podía imaginar que hasta donde yo trabajaba, una más que modesta empresa de servicios, llegase la crisis. La idea de verme sin trabajo me aterraba más por la idea de perder mi piso donde vivía (y por consiguiente, perder mis shows con Mariángela) que por verme sin dinero. Alertado por Susana, comencé a mirar en los periódicos otras ofertas de empleo en caso de necesidad, por si me veía despedido y en la calle. Así hasta que un día, los de arriba me llamaron y tuve que presentarme en el despacho de los jefazos.

-Pase, tome asiento-me invitaron-.

-Gracias. ¿Para que me han hecho llamar?.

-Supongo que se ha enterado de los rumores de fusión que corren por ahí.

-Algo he oído.

-Pues ya no son rumores. La fusión será oficial desde mañana. La nueva gestión se hará desde la sede central en México, y enviarán una delegación para hacerse cargo del traspaso y de la plantilla del personal. Nos han dicho por adelantando que solo van a coger a la mitad de los puestos de media y alta responsabilidad, los otros a la calle…

Suspiré. Yo estaba en el primer grupo.

-….Sin embargo, si quiere mantener su puesto, tendrá que acceder a un par de cambios. A sus otros compañeros les hemos dicho lo mismo que a usted: si acepta seguir en su puesto, tendrá que mudarse.

-¿Mudarme a donde?.

-A la sede central, en México Distrito Federal. Usted decide, tiene 24 horas para darnos el ultimátum si acepta, o su renuncia si se niega.

En otras circunstancias, la idea de cambiar de país hubiera sido como una patada en mis pelotas con una bota de punta de acero. Pero en estas…había algo que mis jefes no sabían y que me hizo quedarme en la encrucijada toda aquella noche: Mariángela era y vivía en México DF. Podía elegir: quedarme y buscar otro trabajo, o arriesgar a irme a otro país y tener a Mariángela, cara a cara, dispuesta a hacerle en persona todo lo que hasta entonces solo se hacía por cam. No había color: tenía que irme a follarla.

Antes de que me diese cuenta de qué pasaba, me encontraba en un avión rumbo a México, dispuesto a empezar una nueva vida. Otro país, otra cultura…y Mariángela lo único por lo que hacer semejante viaje, más de 5 horas de vuelo (trasbordo incluido) hasta que al fin llegué al aeropuerto Benito Juárez. La empresa me había procurado un pisito de empresa bastante acogedor en la ciudad, aunque no sabía si eso me dejaba cerca del objeto de mis deseos. En una ciudad de más de2.000 kilómetroscuadrados de superficie, la proximidad era más importante que nunca. A Mariángela, por cierto, no le había dicho que me habían trasladado allí, pues quería darle una sorpresa…y la sorpresa me la llevé yo.

Cuando le dije que estaba en la ciudad, ella se mostró sorprendida y reservada al mismo tiempo, y me dijo de antemano que la idea de quedar en persona le gustaba, pero que había que ir con cuidado, por motivos que no me dijo entonces…y también que, al igual que había hecho siempre por cam, si quería llevármela a la cama debía ganármela también. Tenía que convencerla, a pesar de todo lo que a lo largo de meses (o años, ya ni me acuerdo bien), de vernos en alguna parte cara a cara para poner en práctica todas aquellas perversiones hechas a través de una web cam. Si el mantenerla encendida en la cam ya era difícil, quedar con ella fue casi imposible (obviamente, lo conseguí con el tiempo o si no, no habría relato).

Ella conocía un pequeño hotelito a medio camino entre su casa y la mía, un lugar apartado en donde poder quedar a consumar nuestras largamente acariciadas fantasías. Sobra decir que me preparé a conciencia para el evento, de acicalé de arriba abajo y me emperifollé como si fuese a la cita con el amor de mi vida. Cuando llegué allí ella ya me estaba esperando en una esquina cercana. Al verme se rió diciéndome que no hacía falta tanto pompón, pero le contesté que una ocasión como esa lo merecía. Ella se encargó de pedir la habitación y subimos a ella dispuestos a consumar pasiones no satisfechas hasta entonces.

Por supuestísimo, y a quien piense lo contrario le llamaría loco, que los juegos de seducción no se terminaron. Incluso entonces debía convencerla de tenerla tal como yo quería. Ni siquiera el haber quedado en un motel para follar me garantizaba el polvo que tantas veces había deseado echarle. Debía seguir insistiendo, una y otra vez. Puede que otro tío ya se hubiese rendido ante tanta resistencia y coqueteos, pero yo soy la clase de hombres que ante un desafío se crece, y cuanto más difícil, más empeño pongo en conseguir lo que me propongo…y ahora lo que quería era ella, la quería debajo de mí gritando de placer en mis oídos, clavándome las uñas en mi espalda, partida en dos por el placer de mis embatidas dentro suyo…y no pararía hasta conseguirlo.

A base de insinuaciones ella fue cediendo en su resistencia, y yo gané terreno poco a poco. Lo primero que logré de ella fueron sus firmes pezones, los mismos que tantos sueños ocuparon en mi mente cuando me iba a dormir. Me los puso en la boca, los lamí y saboreé como un niño que estuviese con su chuchería favorita, pero me los dio con trampa: me obligó a estarme quieto en la cama y ella, encima de mí, se acercaría y alejaría a propósito para provocarme. Si me movía o no obedecía sus órdenes, no me dejaría probar lo demás. Fue una tortura insoportable estar tan cerca y no poder actuar como yo quería. Ella siempre me dominaba y jamás perdió ese control sobre mí. Aún así me di el lujo de saborear y chupetear sus pezones tanto como ella me dejó. Tortura, sí, pero un suplicio tan insoportable como morboso.

Cuando la logré ponerla a tono con tantas lamidas y chupeteos varios, quiso que probáramos otra cosa distinta. En esta ocasión se trató de otro juego que ya habíamos hablado en su día, pero que jamás habíamos podido hacer por la distancia: sentándose en mi cara, me apretó la nuca con sus manos y me apretó contra su entrepierna hasta casi ahogarme (por suerte me dejó la nariz libre para respirar). La idea era que si quería respirar, lo único que respirase fuese el aroma de su coño, y si quería beber, tendría que beberme sus jugos. Solo podía besarle el coño, nada de lengua a menos que ella dijese lo contrario. De nuevo me tenía controlado. Tenía que lograr humedecerla a punto del orgasmo solo con mis labios, cosa nada fácil si la lengua no ayuda, pero no me quedaba otra: si no lo lograba en el tiempo que ella había marcado, se iría. Jamás pensé que el chantaje sexual pudiera ser tan excitante ni divertido.

El resto de la tarde fue más de lo mismo: cuando me chupó la polla, lo hizo de tal manera que creí morirme de placer, me tenía en vilo y yo no podía moverme, ella lo hizo a su manera, sin yo intervenir…hasta que al final llegamos al plato fuerte, y claro está, follamos a su modo, yo me dejé hacer esa primera (ese era el pacto), ya la segunda tomaría yo el mando. Me obligó a follar de una forma tan lenta, pausada y rítmica que el polvo duró el doble o el triple de lo que se tarda normalmente, pero fue una experiencia inolvidable el follado de esa manera, una riada de sensaciones nuevas y desconocidas. Nos pasamos así toda la tarde y la noche hasta que al fin caímos sin fuerzas…y ella me contó el gran secreto del que siempre me había hablado (pero no me había revelado).

El secreto que Mariángela escondía, y el motivo de tanta reserva, recelo y de tantos juegos eróticos era monumental: estaba casada. Y no con alguien cualquiera, si no con un tío de mucha pasta e influencia en el país de que haber sabido lo nuestro, me hubiera mandado fusilar dos veces: era mi jefe. Increíble pero cierto, me había liado con la mujer del que, cuando mi empresa fue absorbida por la suya, se hizo mi nuevo jefe. Vamos, que lo hago adrede y no me sale. Mariángela me contó que él se había casado por la posición económica de la familia de ella, y que sabía de buena tinta que tenía no amantes, si no putas a las que pagaba grandes sumas de dinero por darse un gusto, que a ella ni la tocaba porque no la aguantaba y que al parecer era un vicioso de altos vuelos con ellas y que estaba comentado por todas partes, por eso ella buscaba a veces alguien (como yo) a modo de venganza, que si él era infiel, ella también iba a serlo.

Las cosas como son: no me hizo gracia la situación de convertirme en “el otro”, pero el saber que durante varios meses (o años) estuve coqueteando con la esposa de mi futuro jefe hasta lograr follármela era un morbazo tan grande que ni por asomo iba a dejar escapar esa situación. Además, no he mencionado un pequeño secreto. Cuando me enteré de quien era su marido, a cambio de su silencio me ofreció un premio extra que nunca pensé obtener de ella: me dejó dominarla para después sodomizarla (y vive dios que aquello sí que es un culo como mandan los cánones: sin duda, la mejor enculada que jamás di a una mujer hasta entonces). Mi vida en México es de lo mejor gracias a ella: cuando le viene en gana (y eso suele ser a menudo) me llama para desfogarse a gusto conmigo. Me utiliza como juguete, como esclavo sexual, hacemos toda clase de salvajadas, y ahora sin límite ni distinción entre placer y dolor. Me somete, me tortura, me esclaviza, me obliga a realizar actos de depravación de los que pensé que nunca sería capaz…y no me avergüenza decirlo: he disfrutado con ello.