De inocente a indecente en un verano (parte 1)

Un fin de semana en pandilla, y mi novia y una amiga acaban haciendo realidad el sueño de cualquier tío... En esta primera parte, nuestra amiga común va preparando el terreno.

Si alguna vez había pensado cómo sería la tía más buena que podría llegar a conocer, Ana se acercaba a ese ideal tanto como es posible. Nunca me han gustado las chicas excesivamente delgadas sin nada donde agarrarse, ella tiene la cantidad adecuada de curvas en los sitios adecuados. Unas buenas piernas, torneadas y robustas, capaces de llevarte hasta el mismo cielo si te atreves a remontarlas cuando se pone uno de sus vestiditos, y rematadas con unos preciosos pies que ella se encarga de destacar en verano con su amplia colección de sandalias. Siempre he sido un poco fetichista de los pies, pero cuando vi los suyos decidí que algún día chuparía esos deditos hasta desgastar la laca de uñas con la que se esmera en adornarlos. Un redondo y maravilloso culo con el tamaño perfecto para agarrarlo con ambas manos mientras bota contra mis huevos. Unas caderas generosas que instantaneamente te hacen imaginarte como será ponerla a cuatro patas y agarrarse a ellas mientras desesperadamente taladras su jugoso coño, y unas tetas... vaya tetas. Decir que son grandes sería como no decir nada, lo son, pero sin llegar a ser exageradas, son apetecibles, duras como piedras, y llevan en el lugar perfecto desde la primera vez que las vi, de hecho podría jurar que cada día están mejor puestas, siempre que echo una mirada furtiva en la playa o en un bar, me muero de ganas de comerselas durante horas para luego correrme abundantemente por todo su volumen. Su carita de zorra es el mejor complemento para semejante cuerpo escultural, suele llevar el pelo bastante corto y en los ultimos años se ha decantado por dejar las lentillas y ponerse unas de esas gafas de pasta tan de moda que inevitablemente hacen que me imagine a mi mismo corriéndome en ellas.

La tensión sexual entre nosotros venía de tiempo atrás, mucho tiempo atrás. Nos conocimos meses antes de empezar a salir con nuestras respectivas parejas, e inmediatamente quedé fascinado por ella, por su seguridad, su confianza en sí misma y en su voluptuoso cuerpo. Ella se declaraba abiertamente bisexual, de hecho había estado saliendo con alguna chica que otra. Teníamos y tenemos muchas cosas en común, no solo gustos similares, además compartimos cierta forma de ver la vida que hacía que mi fascinación por ella no hiciese sino crecer día a día, a la vez que la atracción sexual que sentía llegaba a límites nunca antes alcanzados. Me pasé todo un verano fantaseando con sus preciosas tetas, tratando de entrever un pedazo de la aureola de sus pezones mientras se ajustaba el sujetador en la piscina, masturbándome compulsivamente por las noches para después, ya desfogado, meditar un plan que me llevara directo entre sus piernas. El destino se interpuso y ese mismo otoño cuando tenía todo milimetricamente planeado apareció Claudia, mi novia. Jamás hubiera pensado que una chica como ella pudiese fijarse en alguien como yo, de la misma manera que jamás pensé que Ana podría sentirse atraida por mi. Empezamos a salir inmediatamente y más rápido que despacio nos fuimos enamorando, aunque por las noches a veces me despertaba con una terrible erección tras un más que húmedo sueño con Ana como protagonista.

Ese invierno empecé a darme cuenta de pequeños detalles que parecían indicar que la atracción que sentía por Ana podría ser, en alguna medida, mutua. Hubo algún que otro roce aún cuando yo tenía pareja, y ella lo sabía. Lo achaqué al hecho de que ahora que yo estaba saliendo con Claudia, resultaba más atractivo a sus ojos. Nunca llegamos más allá de unos cuantos besos, con sus correspondientes remordimientos al día siguiente, y la firme promesa hecha a mi mismo de que jamás volvería a suceder, y volvió a suceder alguna que otra vez, pero de nuevo sin pasar a mayores. Cuando ella empezó a salir con su actual novio, poco tiempo después, todo esto pareció quedar en el olvido, mas o menos.

Pasaron varios años entre indirectas de índole sexual que nunca supe si estaban dirigidas exclusivamente a mi o eran producto de su forma de ser, mucho más abierta de mente en lo referente al sexo. Tampoco tuve el valor para comprobarlo, mi relación con Claudia iba cada vez mejor, y la suya con Daniel (así se llama su novio) también, de hecho como me confesó una noche de borrachera, él la llenaba en todos los aspectos, especialmente en el sexual, aunque si le achacaba cierta falta de atrevimiento en la cama como por ejemplo su negativa a hacer un trío con otra chica. Esa noche me masturbé frenéticamente aprovechando que Claudia no estaba y no podía quitarme de la cabeza la imagen de Ana desnuda en la cama con otra chica, frotándose, lamiéndose y ofreciéndome el mejor espectáculo que un hombre puede contemplar.

Todos estos antecedentes deberían haberme preparado para lo que ocurrió el verano de 2013, pero sinceramente no lo vi venir. Claudia y yo llevabamos casi cuatro años juntos, y aunque las indirectas de Ana cuando estábamos en grupo no habían cesado, mi obsesión por su maravilloso cuerpo había ido disminuyendo gracias a una estricta regla. Jamás masturbarme pensando en ella, y evitar en la medida de lo posible todo contacto. Realmente era imposible evitarla, pertenecemos a la misma pandilla de amigos y Daniel y yo llegamos a llevarnos realmente bien, así que procuraba cumplir con lo que se espera de dos amigos en las ocasiones en las que estábamos en la misma habitación. Era inevitable mirar su escote, pero procuraba hacerlo sin ser demasiado descarado, aunque dudo que lo consiguiera siquiera la mitad de las veces. Su estilo a la hora de vestir no ayudaba demasiado, y el hecho de que mi novia viajase mucho por trabajo dejándome solo durante semanas enteras, tampoco ayudaba. Como decía, el verano de 2013 fue cuando acabamos dando salida a tanta tensión sexual acumulada durante tanto tiempo, pero el inicio de todo esto tuvo lugar el invierno anterior. Organicé una cena en casa con varios amigos, y obviamente ellos fueron dos de los invitados, cuando la vi aparecer por la puerta supe que se había acabado mi regla de no masturbarme con ella como protagonista. Estaba preciosa, con su pelo corto, sus gafas de pasta y sus enormes tetas apenas contenidas en una camiseta negra con un generoso escote. Los pantalones blancos hacían de su voluptuoso culo el centro de todas mis miradas y me pasé toda la velada tratando de esconder mi erección. En cuanto se fueron decidí escribirle un email realmente subido de tono en el que le confesaba cuanto deseaba arrancarle toda la ropa y encerrarme con ella en la habitación durante horas, días, semanas... hasta que los dos quedáramos totalmente satisfechos, y cómo estaba totalmente claro para mi, y esperaba que para ella también, que algo así jamás sucedería. Los dos teníamos pareja y las cosas nos iban muy bien con Claudia y Daniel respectivamente. Sé que suena más que contradictorio, pero quería que ella supiera que si bien nunca podríamos dar rienda suelta a nuestra pasión, me sentía atraido por su cuerpo como jamás nadie se sintió atraido por nada en este mundo. Quería que supiera que si nunca había dado un paso más para meterme dentro de sus bragas era por lo que significaba para mi mi relación con Claudia y mi amistad con Daniel. Quería que supiera que en otras circunstancias nuestras sesiones de sexo hubieran sido más que épicas.

Viéndolo ahora, no fue una buena idea, no hizo más que incrementar de nuevo el nivel de mi obsesión por ella, pero sentía que se merecía saber que era una auténtica diosa y que si no estaba de rodillas suplicándole que me dejara meter la cabeza entre sus piernas era por terceras personas, nuestros novios más concretamente. La respuesta a mi correo no pudo ser más escueta, me confirmó que lo había leido, y que lo había borrado (como yo le había pedido). Así que pensé que realmente había sido una salida de tono por mi parte e incluso le había parecido más que fuera de lugar. Más tarde comprobé que no había sido así.

Entre vistazos furtivos y pajas nocturnas llegamos al verano donde todo empezó, el verano más caliente de mi vida.

A mediados del mes de julio habíamos ido a la playa con otros amigos de la pandilla, además de su novio Daniel. Mi chica llevaba mas de una semana en una de sus auditorías en la otra punta de España y no la espereba en otro tanto. Aprovechando las gafas de sol, me había dedicado buena parte de la tarde a admirar su cuerpo cubierto sólo por un pequeño bikini negro, ya lo tenía prácticamente memorizado cuando decidí que ya era suficiente y me tumbé a tomar un poco el sol lo más alejado de ella que pude sin parecer asocial. Al momento ella llegó para colocarse justo delante de mi y ponerse boca abajo, yo recé porque no me pidiera ayuda con la crema del Sol mientras observaba como se desataba la parte superior del traje de baño. No podía creer la suerte que estaba teniendo, al hacerlo dejó por un momento al descubierto todo un lado de una de sus grandes tetas, incluyendo un poco del pezón, cuando se dió cuenta y se tapó, se me escapo un “tarde Ana, tarde”. Esa misma noche cuando me disponía a recuperar de mi memoria esa y otras imágenes suyas que había estado atesorando para una de las mejores pajas de los últimos tiempos, sonó el tono de whatsapp en mi teléfono móvil. Yo ya tenía el rabo fuera y comenzaba a acariciarmelo pensando en ella, y cuando vi su nombre en la pantalla se me bajó la erección de repente, como si de algún modo ella se hubiera enterado de lo que yo hacía por las noches y me lo fuera a recriminar. “Y qué si quería que me vieras esta tarde en la playa???” decía. Automáticamente la erección volvió, más intensa que nunca, y con las manos temblorosas comenzamos una conversación cada vez más subida de tono que acabó en una de las mejores pajas que jamás me he hecho. Las fotos desnuda delante del espejo de su habitación que me envió ayudaron, cierto es, pero aun sin ellas creo que jamás me había masturbado con tantas ganas, ni tantas veces seguidas. Le conté por whatsapp todas las guarradas que me gustaría hacer con ella, y resultó que ella no solo estaba dispuesta a cumplirlas, además me habló de otras nuevas que jamás sospeche que le pudieran gustar, y vaya si le gustaban.

Comenzamos desde ese día una especie de relación sexual virtual que me hizo disfrutar de las mejores sesiones de masturbación de mi vida, impulsadas por su gusto por la dominación y la obediencia a la hora de hacerse fotos en las posturas que yo mandaba. Por fin tenía el placer de ver su increible cuerpo en todo su esplendor, y era aun mejor de lo que me había imaginado todos esos años. “Levantate de la cama, ponte a cuatro patas ante el espejo, métete un consolador en el culo y hazte una foto AHORA MISMO”, y un minuto después la tenía en la pantalla de mi movil junto con un “si amo”.

Los dos seguiamos, obviamente, con nuestras respectivas parejas, y aquello no parecía más que un juego, todo menos inocente, pero un juego al fin y al cabo, hasta el fin de semana de turismo rural que lo cambió todo.

Ultimamente se han puesto de moda las despedidas de soltero/a conjuntas, y fue en una de ellas donde las cosas pasaron al siguiente nivel, o más bien saltaron varios niveles de un golpe. El escenario era perfecto, una preciosa casa rural en un pueblecito de montaña, al lado del río y con la nevera bien surtida de cervezas. El viernes Claudia y yo salimos un poco tarde y cuando llegamos ya no éramos los primeros, Ana y Daniel se nos habían adelantado y habían ocupado una de las habitaciones de la planta superior, y otras dos parejas de amigos habían ocupado las de la planta baja. Solo quedaba libre entonces la otra habitación de arriba, justo enfrente de la de Ana, con las puertas enfrentadas y separadas por un pequeño rellano con un sofá más bien decorativo. Mentiría si dijera que no me alegré al enterarme, el simple hecho de saber que ella estaría en la habitación de al lado, desnuda, follando como una loca aunque no fuese conmigo, ya me ponía terriblemente cachondo.

La tarde transcurrió entre baños en el río, cervezas y canutos, como deberían ser todas las de verano. Pude además apreciar que mi novia, en los quince días que había estado fuera, me había echado mucho de menos, lo que mas me había gustado siempre de ella eran sus enormes tetas, y el haber adelgadazo más de quince kilos en el último año, le había sentado estupendamente a todo su cuerpo excepto a mis queridas “gemelas”. Antes podrían haber sido una digna competencia para las de Ana (aunque hubieran caido derrotadas, como todas las tetas que he visto), pero ahora habían quedado reducidas a algo más de la mitad. No me entendais mal, me seguían gustando, pero ya no me volvían tan loco como antes. Esto acompañado del nuevo bikini de Ana me hizo pasar toda la tarde medio empalmado, ayudado sólo por el agua casi congelada de aquel río de montaña.

Al llegar la noche, todos fuimos a cambiarnos y quedamos en reunirnos en el salón para salir por el pueblo a averiguar cual de los bares del pueblo cerraba más tarde. Yo estaba en el sofá fumándo un porro cuando ví encenderse la luz de las escaleras con uno de esos sensores de movimiento, y al girar la cabeza la vi. Allí estaba Ana con un vestido nuevo (o al menos yo nunca lo había visto), que tenía el mejor escote que jamás han contemplado mis ojos. El saber lo que se escondía debajo gracias a las fotos y vídeos que había borrado de mi móvil unos días antes me hizo darme cuenta que la única forma de no decirle ninguna barbaridad bajo los efectos del alcohol era procurar no hablar con ella en toda la noche. Y lo cumplí, más o menos. Lo cierto es que fue una gran noche, lo pasamos muy bien, bebimos mucho y nos reimos aún más, pero lo único que recuerdo claramente fue lo que ocurrió cuando subí a la habitación a por papel de fumar. Yo había conseguido no pensar en ella a base de evitar incluso el contacto visual, y creia, iluso de mi, que la cosa no pasaría a mayores. Mientras subía las escaleras de la casa rural eché un vistazo hacia abajo para localizar el sitio exacto en el que había dejado mi cerveza, y lo que me encontre fueron los ojos de Ana mirandome fijamente, la mirada se me desvió automáticamente a sus preciosas tetas, que desde arriba eran un espectáculo aún más glorioso. Giré la cabeza justo a tiempo para no chocarme contra la pared, pero aun así pude ver claramente como se pasaba la lengua por los labios mientras me miraba. Resoplé y me fui arriba a buscar el librillo mientras notaba como crecía el bulto de mi entrepierna.

Entré en la habitación dejando la puerta abierta y el maldito papel no aparecía, probablemente las cervezas que me había tomado lo estaban escondiendo. Oí el ruido que hace la luz al encenderse automáticamente pero no le dí importancia, probablemente fuera Claudia que quería ir al baño. Por el rabillo del ojo vi que había alguien en el umbral de la puerta, y cuando me giré me di cuenta que era Ana, con su precioso vestido azul y sus maravillosas tetas asomando, sus preciosas gafas de pasta, y su preciosa lengua recorriendo sus labios. Me quedé paralizado, recordando las fotos de su cuerpo desnudo y quitando mentalmente ese trozo de tela que me impedía verla desnuda. Ella se acercó lentamente, sin prisa, y al llegar a mi lado se arrodilló y sin decir ni una sola palabra bajó mi bragueta y se metió mi polla en la boca. No me lo podía creer, si dijese que pensé en detenerla mentiría, estaba totalmente hipnotizado viendo como mi miembro desaparecía en su boquita, cómo sus uñas pintadas de rojo rodeaban y masturbaban mi pene cuando se lo sacaba para darme lametazos que recorrían toda su longitud desde la base de los huevos hasta la punta. Al hacerlo un hilo de saliva unía su lengua y mi glande como en la más húmeda de mis fantasias. Lo único que podía hacer era disfrutar, y vaya si lo hice. Claudia no era ninguna experta en el sexo oral, pero debo reconocer que lo hacía bastante bien, supliendo su falta de aptitud con entrega y dedicación, pero esto era otro nivel. Ana alternaba movimientos rápidos de cabeza en los que se metía mi polla hasta la mitad en la boca, con otros más lentos en los que apreteba los labios contra ella succionando con tanta fuerza que parecía que el interior de sus mejillas se iba a incendiar con tanto roce. Justo después la sacaba y empezaba con los lametazos, despacio, de abajo a arriba, haciendo círculos al llegar a la punta, saboreando la mezcla de saliva y líquido preseminal que empapaba todo mi miembro. Mientras tanto con una mano masajeaba mis huevos y con la otra trataba de bajar los tirantes de su vestido para dejar al aire sus pechos. Cuando lo consiguió, comenzó a frotar mi abdomen, arañandome al ritmo de su cuello, clavándome las uñas en el momento justo en que su nariz casi tocaba la base de mi pene. Cuando noté que casi toda mi polla desaparecía en su boca miré hacia abajo y vi que ella me miraba fijamente mientras trataba de llegar hasta el final, y justo cuando empezaba a darle una arcada, empezó a respirar por la nariz y se la metió un poco mas adentro, dejando la marca de su pintalabios en mis huevos. Ahí ya no pude aguantar más y empecé a tener unos espasmos que indicaban que llegaba al mejor orgasmo de mi vida. Ella se la sacó y comenzó a masturbarme freneticamente mientras ponía su boquita en la punta para no desperdiciar ni una sola gota. La corrida fue increible, no recuerdo haber eyaculado jamás tanta cantidad , y todo fue a parar a su boca. Ella siguió chupando sin parar dejando mi miembro limpio con el semen asomando por las comisuras de los labios, jugueteando con la lengua dentro de la boca, al final la sacó y empezó a relamer sus labios, sin tragar, recogiendo todo lo que se habia salido como si no quisiera desperdiciar lo más mínimo. Y se lo tragó mientras me miraba a los ojos, después abrió la boca para que viera que no quedaba ni rastro, volvió a meterse mi polla en la boca para acabar de limpiarla y esbozó una sonrisa de zorra que recordaré toda la vida.

La levanté y puse mis manos en sus enormes tetas mientras le daba un largo beso con lengua, después fui poco a poco bajando la mano derecha hasta el borde de su vestido y separé despacito sus bragas con dos dedos. Estaba empapada, chorreando y más caliente de lo que jamás había encontrado a mi novia. Metí un dedo en su coño, luego otro, y luego un tercero, los saqué y me los llevé a la boca para disfrutar de su sabor. Era lo más delicioso que jamás he probado.

Las ideas se agolpaban en mi cabeza, sabía que en el salon de la planta baja nuestros novios y nuestros amigos podrían oirnos, o echarnos de menos en cualquier momento. Quería hacerle tantas cosas a la vez que estaba paralizado decidiendo cual hacerle primero mientras seguía besándola y sobando sus pechos. En ese mismo momento oí cómo se encendía la luz de la escalera, alguien subía y había activado el sensor de movimiento, teníamos menos de diez segundos antes de que nos pillasen. Ella echo a correr y se metió en su habitación, yo cerré la puerta de la mía y me quedé detrás conteniendo la respiración mientras me subía la bragueta y trataba de recuperar la compostura. Era Daniel que subía en busca de la zorra de su chica. Aprovechando que entró en su habitación, yo abandoné la mía y me dirigí escaleras abajo sin poder quitarme de la cabeza la imagen de Ana, mirándome a los ojos a través de sus gafas de pasta con toda mi polla dentro de su garganta, respirando por la nariz para evitar las arcadas y masajeándo mis pelotas a la vez que me clavaba las uñas en el abdomen.

No volví a verla hasta el día siguiente, al irnos a la cama Claudia y yo lo hicimos salvajemente, aunque a quien yo realmente me estaba follando era a nuestra vecina de al lado, y eran sus piernas las que me imaginaba que me rodeaban mientras se corría en mi cara. Cuando mi novia se corrío ruidosamente, tardó menos de cinco minutos en quedarse dormida. Y fue entonces cuando recibí un whatsapp de Ana. “Ojalá hubiera sido yo la que se acaba de correr en tu habitación” decía.

  • Casi te pilla tu novio con mi polla entera dentro de la boca, esto no puede volver a repetirse. Le dije.

  • Así que después de lo que te he hecho hace un par de horas, me vas a decir que no piensas follarme???

  • Ya me gustaría, pero esto se nos está yendo de las manos, y por hipócrita y rastrero que parezca no quiero hacerle daño a Claudia. Contesté.

  • No tiene porqué enterarse, igual que Daniel no se ha enterado de que su semen no ha sido el primero que me he tragado esta noche.

  • Yo me enteraría, y eso es bastante, voy a tardar años en dejar de arrepentirme de lo de esta noche.

  • Vas a tardar años en olvidarte de cuánto te ha gustado lo de esta noche.

  • Eso no solo es cierto, además no tiene nada que ver, no quiero hacerle daño a Claudia, y aunque no se entere, se lo estaría haciendo, así que lo siento pero no podemos ir más allá.

  • Algo se me ocurrirá, y para cuando te des cuenta, ya será demasiado tarde y tu polla estará otra vez dentro de mi boca.

Ahí se acabó la conversación, y si no hubiera sido por el alcohol y el cansancio, quizá me hubiera pasado un buen rato dándole vueltas a esa última frase, y quizá hubiera adivinado qué tenía Ana en mente, pero sinceramente, no creo que la mejor y más húmeda de mis elucubraciones se hubiese acercado ni lo más mínimo a lo que pasó la noche siguiente...