De hombre a mujer
Sigo el tratamiento hormonal prescrito por mi mujer, pero ha aparecido en mi vida un médico que me va a aplicar su propio "tratamiento"
Después de dos años de hormonas, mi feminización estaba muy avanzada. Mis pechos eran muy bonitos y redondeados. Ya no utilizaba ninguna ropa interior de hombre y todo mi armario solamente tenía braguitas, tangas, sujetadores, picardías, corsés, bodys, etc.
Seguía intentando disimular mis pechos vistiendo por fuera ropa de hombre más holgada, pero tenía problemas con las camisas. Yo utilizaba la talla
41, pero me quedaban bien de pecho así que tuve que aumentar la talla aunque de cuello me quedasen demasiado grandes. Con los pantalones pasaba otro tanto igual: mis caderas seguían aumentando pero mi cintura seguía siendo de una talla 46. Realmente me las ingeniaba bien para que no se notase demasiado. Cogí la idea de mi cuñada y me apunté a un gimnasio y desarrollé sobre todo mis brazos y mis piernas, por lo que mis tetas y mis caderas quedaban bastante disimuladas.
El problema vino cuando mi mujer
encontró
un trabajo fuera de nuestra ciudad que la obligaba a estar prácticamente todo el día fuera. No tenía tiempo para hacer las tareas del hogar ni yo tampoco porque, aunque tenía una profesión liberal prácticamente no tenía tiempo de atender amada en la casa. Así que decidimos buscar a una señora que se dedicase a ello. Era una señora de mediana edad muy amiga de mi mujer, de mentalidad bastante abierta, llamada Ceci.
Volvimos a colocar en los armarios aquellos calzoncillos y calcetines que yo había dejado de utilizar para que no notase nada raro. Todo era de locos, porque como Ceci no sabía nada, colocaba las bragas y los sujetadores como le parecía, así que después teníamos que hacer intercambio de prendas mi mujer y yo, puesto que yo utilizaba una talla distinta a ella.
Sin embargo, cierto día que yo tuve que ir a casa a recoger unos documentos todo se destapó cuando Ceci me preguntó si las tragas que tenía en la mano eran de mi mujer o eran mías para poder colocarlas en el cajón correspondiente. Yo me puse rojo de vergüenza, pero ella me dijo con una sonrisa que no me preocupase, que sabía lo que pasaba porque solamente veía
en la colada braguitas, sujetadores, medias,… Aclaramos la situación y le confesé que yo sólo utilizaba ropa interior de mujer desde hacía tiempo y que, por favor, fuese prudente y no dijera nada a nadie. Me prometió que así sería. Le enseñé a diferenciar mis bragas de las de mi esposa por las tallas. La suya era una M y la mía una L. Sin embargo se sorprendió cuando le dije que mis sujetadores eran los de la 100B. Me preguntó entonces sorprendida si también usaba sujetador y entonces le enseñé mi torso. Sus ojos se abrieron como platos y de su boca salió una expresión de exclamación. No podía suponer que tuviese esos senos y me pidió que me quitase el sujetador para verlos bien. Ante ella se presentaron mis hermosas tetas, que, al verses libres del sujetador rebotaron tersas y firmes. Estaba alucinando. Me preguntó que cómo había conseguido esos pechos tan bien puestos. Le expliqué que me estaba hormonando con pastillas anticonceptivas femeninas desde hacía dos años para poder feminizar mi cuerpo. Su respuesta fue: “¡pues estás preciosa!”. El adjetivo femenino que utilizó me llenó de satisfacción y le planté dos besos en las mejillas.
Por la noche le comenté a mi esposa lo sucedido y se rio a carcajadas y me premió con una estupenda follada. Como ya os dije, desde hacía más de dos años yo ya no follaba a mi mujer, era ella la que me follaba el culo y me trataba como a su puta, diciéndome guarrerías como “golfa”, “guarra” y más insultos que a mí me excitaban muchísimo, al mismo tiempo que yo la trataba como “mi macho”. Para entonces mis testículos habían disminuido tremendamente de tamaño. Prácticamente eran como unas bolitas que colgaban de aquello que un día muy mi pene y que ya no era más grande que una bellota. No tenía erecciones ni tenía necesidad de correrme cuando era follado por mi esposa. Sólo pretendía complacerla a ella y que se corriese para yo poder chupar sus fluidos después. Para ello utilizaba arneses de doble o triple pene, de tal forma que al mismo tiempo que me daba por el culo ella también disfrutaba al tener un dildo metido en su vagina y a veces también en su culo.
Sin embargo aquella noche me dejó que le follase su coño. Me había comprado un arnés hueco para que pudiese introducir mi pequeña polla, aunque si tengo que ser sincero, no hubiese hecho falta porque realmente había muy poco que meter en ese hueco. La sensación de follar a mi mujer fue extraña. La imagen era en verdad la de so lesbianas follándose. Ambos restregábamos nuestros pechos y nos los chupábamos, pero el hecho de tener que necesitar de un arnés para follar, me ponía a 1000. Prácticamente se me había olvidado bombear y mis movimientos eran torpes y desacompasados. A pesar de ello conseguí que tuviera un buen orgasmo. Después mi mujer me hizo una mamada en aquella minúscula polla de la que sólo salieron unas gotas de leche.
Por supuesto volvimos a guardar aquellos horrorosos calzoncillos y calcetines en el trastero. Ya no había nada que ocultarle a Ceci. Incluso alguna vez cuando compraba algún vestido o alguna falda para mí, me lo ponía delante de ella para que me diera su opinión. Ella con toda naturalidad que aconsejaba si tenía que cogerle un poco la bastilla o si tenía que entrarle un poco del lateral.
Un día, sin embargo, me preocupé cuando mi mujer, succionándome los pezones haciendo el amor empezó a notar que salía un líquido blanquecino. Los dos nos pusimos un poco nerviosos y decidimos que iría a nuestra doctora al día siguiente.
Yo soy de los que acudo al médico sólo en caso de verdadera necesidad y cuando ya estoy realmente mal. Por eso no sabía que mi doctora ya no estaba y que había sido sustituido por un doctor al que yo no conocía de nada. No sabía muy bien cómo empezar a contarle todo lo que estaba pasando porque no tenía confianza con aquel médico y además pensé que me iba a echar la bronca por haberme automedicado sin control, pero tenía que decirle la verdad, puesto que, de todas forma, se iba a percatar del tamaño de mis pechos. Así que le conté todo.
Él me miraba muy atento y sorprendido, pero cuando terminé no me regañó. Sonrió y me dijo que me echase en la camilla para examinarme. Cerró la puerta de su consulta y me dijo que me quitase la parte de arriba. No dejaba de observarme al desnudarme y cuando me quitaba mi sujetador lo vi de reojo mirar
con una cara que creo que podría calificar de pícara. Me dijo que había conseguido unas hermosas mamas como él llamó a mis ya formadas tetas y que además eran bastante simétricas, lo que no es habitual en tratamientos de este tipo. Palpó mis pechos durante un buen rato (demasiado diría yo) y me dijo que tenía muy desarrolladas las glándulas mamarias y que era consecuencia de la cantidad de hormonas que estaba tomando y que habrían disparado la prolactina que, según me explicó, es una hormona que tenemos los hombres pero en mucha mayor medida las mujeres y que es la que provoca, entre otras cosas, la secreción de leche materna. Habría que hacer un análisis de sangre para ver sus valores, así que me prescribió una analítica inmediatamente. Los resultados estarían en unos días, así que me emplazó para el martes de la semana siguiente.
Volví cuando que me dijo y me hizo pasar para, inmediatamente, cerrar la puerta. Aquello me sorprendió puesto que, en principio sólo iba a recoger los resultados de la analítica y no tendría que examinarme de nuevo. Me invitó a sentarme y me dijo que, efectivamente, la prolactina estaba en unos valores de 90 cuando lo normal es que ronde los 12. Lo que estaban secretando mis pechos seguramente sería leche. Le pregunté que si un hombre secretar leche y, con aquella sonrisa pícara me espetó: “Creo que dejaste de ser hombre hace ya algún tiempo, ¿no crees?”.
Realmente tenía razón, así que asentí y le reí la gracia. Me dijo que me tendiese en la camilla y que me desnudase completamente. Me empezó a magrear (porque aquello no era palpar) mis senos y me dijo que habría que hacer una analítica del líquido que salía de mis pezones. Así que sacó un sacaleches de los que utilizan las madres para poder sacar su leche y almacenarla para después dársela a sus bebés y lo colocó en primer lugar sobre mi pecho derecho. Empezó a succionar primero lentamente y después con más frenesí hasta que empezó a brotar de mi pecho unas gotas de aquel líquido que realmente parecía leche. Primero manó de mi pezón, pero después la leche surgía de toda mi aureola.
Se notaba que el doctor estaba disfrutando mucho con aquella escena porque su cara era de completa satisfacción viendo esa leche surgir de mi pecho. Después lo puso en el pecho izquierdo y volvió a repetir la operación. Ambos pechos suministraron una generosa cantidad de líquido que quedó almacenada en el bote del sacaleches. Quitó la parte de arriba, pensando yo que lo iba a preparar para enviar al laboratorio, pero mi sorpresa fue que el doctor empezó a beberla con un deleite que no disimulaba, para terminar diciendo: “No hay duda, es leche de la mejor calidad”.
¡Yo estaba patidifuso!. No sabía muy bien de qué iba todo aquello, pero cuando empezó a palpar mi escroto intentado localizar mis testículos, o lo que quedaba de ellos, vi que aquello estaba tomando unos derroteros imprevisibles. Me dijo que me diera la vuelta en la camilla y me dijo que me tenía que examinar la próstata. “¿Qué tenía que ver la próstata con mi índice de prolactina?”, pensé yo. Pero le dejé hacer. Empezó a introducir un dedo en mi ano. Yo no pude en aquel momento evitar lanzar unos pequeños gemidos de placer que sin duda el doctor percibió. Me dijo que tenía un ano muy dilatado y que no sería difícil hacer el examen, así que aplicó vaselina y poco a poco empezó a sumar dedos a la penetración. Mis gemidos ahogados ya se convirtieron en pequeños grititos porque el placer que me estaba procurando aquel cabrón ya era insoportable. Levanté un poco mi culo buscando que los dedos del doctor me penetraran con más fuerza y él leyó el mensaje. Ya tenía metidos cuatro dedos y giraba su mano para que mi culito dilatase más. El hijo de puta quería follarme con el puño, y yo no estaba dispuesto a renunciar a ese enorme placer que me estaba dando, así que me puse a cuatro patas en la camilla y el doctor aplicó más vaselina para que el puño que estaba a punto de entrar, entrase definitivamente. El placer fue bestial, descomunal, tanto que acabé corriéndome en la camilla del doctor echando unas gotas de semen sobre ella.
El doctor me ayudó a bajarme de la camilla y me colocó apoyado con los brazos sobre ella ofreciéndole mi culo, exageradamente dilatado por su puño. De reojo vi que se estaba bajando sus pantalones y sacando una poderosa polla que se dirigía a mi agujero totalmente empalmada. La introdujo sin ninguna dificultad y empezó a meterla y sacarla rápidamente mientras sujetaba mis caderas para asegurar las envestidas. Durante unos minutos me sentí como una autentica mujer que estaba siendo follada por un hombre. Nunca lo había hecho con otro hombre y, sin embargo, la experiencia me estaba resultando muy excitante porque me hacía sentirme una verdadera mujer.
El doctor acabó corriéndose dentro de mi culo y la sensación de su semen vaciándose en mi interior fue indescriptible. Notaba como salpicaba su polla dentro de mí y yo apretaba mi culo contra su polla para que no se escapase nada. Cuando terminamos me dijo que era una “mujer” fantástica y muy complaciente y me besó en la boca.
Unos golpes en la puerta terminaron bruscamente con nuestros besos. Rápidamente me subí las bragas, me coloqué mi sujetador y me terminé de vestir. Intentamos que todo pareciera normal y me senté en la silla mientras el doctor abría la puerta. Se trataba de una urgencia que debía atender cuanto antes, así que me despidió diciéndome que el viernes próximo tendría que volver para terminar de explicarme el tratamiento que debería seguir. Estaba claro a qué “tratamiento” se refería y yo estaba dispuesto a seguirlo a pies juntillas.
Salí de su consulta, todavía en una nube, e inmediatamente me entraron las dudas de si debía decirle a mi mujer lo que había ocurrido. En esas cavilaciones estaba cuando me di cuenta de que, con las prisas, no me había limpiado y el semen de mi “amante” chorreaba desde mi culo piernas abajo. ¡Hummmm, qué rico debía de estar!