De frío, de calor y papel burbuja
Lo has envuelto cuidadosamente en papel burbuja y lo has metido en una caja de seguridad ignífuga. El domingo por la noche, cuando todo haya pasado, volverás a instalarlo en tu pecho.
De frío, de calor y papel burbuja.
Fotos de paisajes. Paisajes arbolados, paisajes con pueblos al fondo, paisajes con cielos nublados, soleados, cielos anaranjados al atardecer, violáceos al amanecer paisajes con lugareños, personas con papeles cortos en estas escenas de tu vida, seres cuyos nombres no supiste o no recuerdas. Fotos vacías Podrían ser recortes de un folleto de agencia de viajes o láminas de un calendario, o postales de las que vendían en la recepción del hotel.
Ni siquiera te has molestado en imprimir las fotos de este último viaje porque como recuerdos, bien están en tu disco duro. Has seleccionado algunas que son ideales como fondo de pantalla, pero ¿colocadas en un álbum? No
En un par de ocasiones las has mirado para recordar que, aunque fueras solo, el viaje estuvo bien. La primera vez que las repasaste, ya en casa, echaste en falta verte retratado en alguna para inmortalizar tu atuendo veraniego entre tanto paisaje idílico, pero cuando uno viaja sólo no sale en las fotos. Si acaso en alguna que has pedido que te hicieran, y en esa estás con más gente, gente a tu derecha, a tu izquierda, sonriente gente y hasta esa imagen -quizás la que más-, hace que suba la marea en tus ojos, y en un golpe de ola se escape una lágrima que se esconde entre las letras de tu teclado. Por eso no las has impreso, para que no se mojen. Por eso no las miras más a menudo, porque al final te vas a cargar el teclado.
Piensas en el verano que viene e inevitablemente la pregunta acude a tu encuentro. Sí, es muy probable que también viajes solo. No sabes adónde, ni quieres pensarlo ahora. Queda un año por delante y bueno, ¿quién sabe ? Pueden pasar mil cosas, o ninguna.
El invierno es muy largo y muy frío, para ti tremendamente frío. Surgirán oportunidades de viajar acompañado para aliviar tu soledad y caldear tu entrepierna. Y si no surgen las provocarás. Te gustan esas escapadas de fin de semana, de evasión de la rutina, de sentirte vivo. Las planeas con tiempo porque así dan más de sí. Sueles tener dos o tres itinerarios previstos con restaurantes y hoteles recomendados, pero nunca son planes definitivos hasta el jueves por la tarde, momento en el cual reservas hotel y te pones a hacer la maleta para salir el viernes directamente de la oficina, sin tener que pasar por casa. Si para el jueves no hay candidata que te seduzca y que acepte tu propuesta o sugiera algún otro destino, junto al aftershave y los calcetines metes el libro que tienes a medias. Si por el contrario cuaja una invitación y te dispones a compartir el fin de semana, cambias el libro por un par de cajas de preservativos.
Esta semana estás especialmente nervioso. Desde el martes tienes la reserva de hotel hecha. Has dudado mucho porque tienes la sensación de que esta vez, el fin de semana no será el principio, sino el punto y final. Aún así, no dudas en dejar el libro y meter las dos cajas de preservativos porque a fin de cuentas, el invierno es muy frío.
A pesar de que llevas poco equipaje, de camino al aeropuerto lo sientes más pesado que nunca, como si tu trolley fuera un maletín blindado y dentro se hallara tu corazón. No puedes permitirte ponerlo en riesgo, así que lo has envuelto cuidadosamente en papel burbuja y lo has metido en una caja de seguridad ignífuga. En cuanto llegues a la terminal buscarás la consigna para dejarlo en tierra. El domingo por la noche, cuando todo haya pasado, volverás a instalarlo en tu pecho.
Las primeras horas están marcadas por la tensión. Te repites una y otra vez que no hay de qué preocuparse; conoces las condiciones que hacen de este fin de semana uno de los de especial riesgo y vas preparado para ello. Has tomado tus precauciones y esta vez no vas a permitir que el frío de después te cale los huesos. Conoces bien el ciclo. Se pasa del intenso calor al frío desolador en cuestión de horas. Sientes que el cambio climático se ceba en tu vida, pero esta vez, tú vas por delante, anticipándote a las inclemencias del lunes, tratando de sacar el máximo partido a estas 48 horas.
Las predicciones se cumplen. Las horas se han precipitado y comienzas a sentir ese calor que te enerva, que te transforma y te hace sentir tan bien, tan espontáneo El vino de la cena te cosquillea la lengua, potencia la desinhibición que temías no encontrar y que ahora sientes está de más. Temes perderte algo, distraer tu atención y dejar escapar un solo detalle.
Llegado el momento que tanto esperabas, te sientes confundido. Dudas entre hacerle el amor o follar. Has pensado tantas veces en ello Finalmente y sobre la marcha te decides por lo primero, que es lo que en realidad más te apetece. Dejas los preservativos en la mesilla y te dispones a desnudarla sensualmente, sin prisas, tratando de contener tus ganas y alargar esos preliminares que tanto disfrutas. Besas su cuello y a cambio recibes caricias en la espalda. A medida que tu boca recorre tímidamente su mentón, sus caricias se intensifican, se acelera su respiración. Cada uno de tus movimientos obtiene una respuesta inmediata. Te sientes cada vez más confiado y vas dando rienda suelta a tu excitación hasta chocar con su vientre. Acaricias sus pechos con tu cara, los lames tímidamente, los saboreas. Deslizas tus manos por su cintura hasta alcanzar sus caderas y masajear sus nalgas. Sus leves gemidos y sus ojos entornados te dan señales de aprobación.
Su cuerpo no es muy distinto de otros. Sus reacciones no te sorprenden. Sus manos no dibujan las caricias más placenteras que jamás hayas conocido, y sin embargo, sigues guardando algo de recelo y tratas de no arriesgar más de lo que tenías previsto.
Golpes de cadera e insistentes susurros te piden caricias más profundas que intentabas postergar. Se tumba en la cama con las piernas flexionadas, separadas lo justo para que veas la humedad que brota de su interior deseoso de ser invadido.
Los movimientos se ralentizan. Te acercas, te acomodas entre sus piernas. Te asomas a sus ojos y como siempre, tratas de hacer especial ese momento. Tus labios se entreabren y se disponen a pronunciar palabras que temes dejar escapar, que odias pronunciar, que enmudeces con besos hasta que de repente te das cuenta de que esta vez no hay nada que temer porque no has traído el corazón, así que las palabras se podrán desprender por la boca, pero no salen del corazón.
En mitad de un beso, con tu cuerpo sobre el suyo, a punto de poseerlo, te das cuenta de que no puedes seguir. No puedes hacerle el amor. Falta algo. Te has dejado el corazón envuelto en papel burbuja, dentro de una caja ignífuga, en aquella terminal inhóspita.
No encuentras palabras de disculpa. Vienen a tu mente tantas y tantas escenas encapsuladas en gélidas lágrimas punzantes Nunca te había sucedido algo así. Fuera de toda previsión el frío se avecina sin haber llegado al punto álgido el calor.
Entonces sientes sus brazos rodeando tu cuerpo, su aliento acariciando tu cuello, sus piernas apresando a las tuyas. Y sus jadeos se transforman en besos, y su piel se bebe tus lágrimas Su cuerpo se acopla al tuyo y sus caderas se acompasan con las tuyas. Tienes la sensación de que en el hueco que hay en tu pecho se llena de besos, de deseos, de pasión. Ahora desearías recolocar el corazón en ese hueco y la pasión en la caja ignífuga para que siempre esté a salvo, cobijada de deseos y besos, envuelta en papel burbuja.
Vuelve a ser lunes. El fondo de pantalla de tu monitor sigue siendo un paisaje vacío. Caes en la cuenta de que este último fin de semana ni siquiera has llevado la cámara de fotos. No tienes fotos ni con paisajes ni con personas, y sin embargo, guardas el mejor de los recuerdos impreso en tu corazón.