De exploración

—Mira mi mano, me la has llenado de leche —dije yo...

En los siguientes días, en el instituto, me convertí en una depredadora de pichillas jóvenes. Había un chico gordito, Santi, no hablaba mucho, pero yo sabía que le gustaba y era vecino mío y compañero de clase. Así que un día, me las ingenié para coincidir con él a la salida y para volver juntos a casa caminando.

—¡Hola Santi! —dije yo sorprendiéndole desde atrás.

—¡Hola Clara! —dijo él dando un respingo sin esperarme, poniéndose en guardia primero, pues había unos chicos que lo acosaban y luego, cuando me vió, mostrándome una amplia sonrisa de alivio.

—¿Vas para casa?

—¡Sí! —dijo quedándose cortado algo cortado.

—¡Vale, te acompaño! —dije yo como si tal cosa.

ontinuamos caminando juntos. A él le costaba hablar, así que la situación se puso algo incómoda y decidí llevar yo le peso de la conversación.

—¡Jo, la verdad es que los deberes de mates me matan! ¿A ti te importaría echarme una mano con ellos? —dije con mi sonrisa habitual.

—¡Oh, sí claro, no hay problema!

—¡Vale! ¿Te importa si vamos ahora entonces a mi casa?

—¿Ahora? ¡Oh, bueno! Supongo que podemos estar un rato antes de la comida —dijo él algo más seguro de sí mismo, tal vez alagado por mi oferta.

—¡Perfecto!

Ya quedaba poco hasta mi casa así que continué dándole palique para que no se achantara y poco a poco cogió confianza. Recuerdo que de pequeños éramos amigos, pero desde entonces nos habíamos distanciado.

Entramos en casa. Mi padre tardaría en llegar de su trabajo así que tendría tiempo para experimentar. Le dije que nos sentáramos en el sofá y sacamos los libros y los cuadernos para supuestamente hacer los deberes de mates.

—¿Quieres comer algo?

—¡Oh no sé, mi madre ya tendrá la comida lista! —se excusó él.

—¡Ah bueno! —dije yo acariciando mis grandes pechos sobre el jersey que me los aumentaba en tamaño.

Él me miró y rio nervioso. Entonces yo levanté mi pierna y la crucé por encima de la rodilla, esto hizo que la falda de tablas de mi uniforme se plegara entre mis piernas y dejara a la vista mis muslos desnudos.

Me resultó gracioso ver cómo él intentaba no mirar, pero luego caía en la tentación y me devoraba con sus ojos, ávidos de apetito por mi cuerpo.

—Santi, ¿te puedo preguntar algo personal?

—¿Personal? Bueno sí, supongo que sí —dijo poniéndose nervioso ante mi extraña pregunta.

—¿Tú te masturbas verdad?

Mi pregunta le dejó petrificado, fue un tenso momento y reconocí que me había pasado de frenada con él. Así que puse mi mano en su rodilla y traté de tranquilizarlo.

—¡Tranqui, que sólo es curiosidad! Te confieso que yo lo hago —le dije para romper el hielo.

—¿Tú? —preguntó un tanto extrañado por mi íntima confesión.

—¡Yo sí, la otra mañana mentí a mi padre! Le dije que estaba enferma y me quedé en casa sola, luego me acaricié entre las sábanas y fue muy placentero, pero creo que no logré el orgasmo, yo nunca he tenido un orgasmo, ¿y tú?

—¿Yo? Pues, si, creo que sí —dijo él relamiéndose sus gruesos labios rojos.

Entonces yo me acaricié mi largo pelo y me peiné con mis dedos en un gesto sensual mientras suspiraba.

—Y tú, ¿cómo lo haces?

—Bueno, yo pues… —dijo quedándose parado.

—¿Te tocas tu pilila?

—¡Si claro! —confesó él como si fuese obvio.

—Yo me acaricio mis labios con mis deditos, los hundo en mi surco y… ¡um! —dije mientras me volvía a acariciar un pecho.

—¡Si! Yo me acaricio con mis dedos, subiendo y bajando, ya sabes… —me confesó él.

—¡No! No sé, ¡explícate mejor!

—Pues no sé, me la cojo por la punta, debajo del glande y con mis dedos la froto, arriba y abajo.

—¡Um, parece excitante! ¿Lo harías delante de mí? Le propuse.

—¡Cómo! —dijo muy nervioso.

—¡Pues claro tonto! —dije dándole un suave golpe en su hombro con mi puño.

—¡No sé Clara! ¡Es que me da vergüenza! —dijo él poniéndose muy nervioso.

—A mí también, qué te crees, mira lo que voy a hacer para que te pongas.

Entonces me quité la sudadera y le mostré mi sujetador blanco con mi blanco escote entre mis pechos.

—No tengo las tetas muy gordas, ¿no crees? —le pregunté mientras me las juntaba para aumentar intentar aumentar su tamaño.

—¡Oh no, son estupendas! —dijo él con los ojos como platos, clavados en mis pechos.

Santi quedó como extasiado, sus gafas casi se empañaron del susto, yo me reí y tirando de su cabeza clavé su nariz entre mis tetas. La tenía caliente a pesar del frío que hacía fuera, pues Santi era gordito y no debía de pasar frío.

Entonces me saqué un pecho y se lo ofrecí para que me lo chupase.

—Quieres chupármela, ¿eh?

—¡Claro! —dijo él muy cortado.

Me acerqué un poco y él bajó su cabeza hasta ponerse muy cerca de mi pezón. Entonces sentí su cálido aliento en mi areola y me excité un montón. Tuve que ponerle la mano en su cuello y acercarlo hasta que él puso sus labios suavemente en torno a mi pezón y ésto me hizo sentir un profundo escalofrío y exhalé.

—¡Oh vamos chupa! —le ordené, ante su enervante pasividad.

Como si hubiese activado un resorte interior, sus labios succionaron mi pezón y lo lamieron con su lengua, esto casi me hizo dar un salto en el sofá, ¡qué sensación!

—¡Oh qué bueno Santi!

A partir de aquí me desaté y eché mano a su pantalón, palpando su picha a través de su bragueta. Sintiendo la dureza de ésta a través de la tela. Y seguí frotándosela encima de la misma mientras él me comía la teta.

—Enséñamela, ¡vamos, quiero verla! —le ordené severa deteniéndolo.

—¿En serio? —preguntó con cara de tonto, desde luego aquel pobre chico.

—Anda ya la busco yo —dije un poco harta de su pasividad.

Echando mano a su bragueta se la bajé rápidamente, luego introduje mi mano a través de ella y con algo de torpeza palpé su bulto.

—¡Oh, qué gorda la tienes! ¿No? —reí, ahora la que estaba nerviosa era yo.

—Anda, déjame ayudarte —dijo él apartando mi mano.

Con más habilidad que yo, sin duda acostumbrado a cogerla, se la sacó en un periquete a través de su bragueta. Entonces me quedé mirándola, ahora la extasiada era yo. La tenía muy blanquita y aparentaba ser muy suave, con su glande saliendo levemente entre los pliegues de su prepucio.

—¡Vamos tócate! —le ordené con severidad.

Tímidamente sus dedos cogieron su picha por debajo de su glande, como me había dicho, y comenzaron a subir y bajar, haciendo que su prepucio se deslizara por su glande y éste sobresaliera más cuando él lo bajaba.

Pensaba que con lo grande que era tendría una buena picha, no tan gorda como las que había visto en las revistas, pero, aunque no era muy larga, sí era bastante gruesa y su tamaño me impresionó un poco. Pensé en qué se sentiría cuando me la metiera dentro, pero luego me imaginé embarazada y descarté esa idea.

—¡Qué bonita! ¿Me dejas probar? —le dije yo muy emocionada.

—¿Quieres probar? —me preguntó de manera un tanto estúpida.

Así que pasé de responderle y me puse manos a la obra. La cogí tímidamente, casi rozándola y moví su prepucio tal como le había visto hacer a él. Fue la primera vez que cogía una de estas y ante todo admiré lo suave que la tenía, y lo calentita que estaba. Así que me deleité meneándosela y de vez en cuando le echaba una mirada indiscreta mientras él me sonreía.

Tomó la iniciativa y volvió a chupar mis pechos, para facilitar su labor me saqué ambos por encima del sujetador y éste se dedicó a chupármelos alternativamente, poniéndome mis pequeños pezones duros y muy rojos. Haciéndome gozar intensamente mientras mis manos seguían masturbándole.

Entonces vinieron a mi mente imágenes de mi chupándosela, me vi como una guarra haciéndolo, como si mi otro yo, mi conciencia, estuviese viendo la escena desde lo alto del salón y mi cuerpo estuviese allí chupando la pequeña picha de Santi bajo su gran barriga.

De repente me emocioné tanto que agarré con fuerza su picha y se la meneé tan rápidamente que el pobre Santi no lo pudo aguantar y estalló en mi mano. Con enorme sorpresa vi como de su picha comenzaban a salir chorros de semen, mientras ésta palpitaba en mi mano, como si fuese un segundo corazón y él gruñía como si le doliese, hasta me hizo preocuparme por si le había hecho daño la cogerla con tanta fuerza.

Pero no, se corrió en mi mano y se puso el pantalón perdido de leche.

—¡Jo, qué desastre! Ahora cómo voy a mi casa con esto —se lamentó el pobre.

La verdad es que ahí me entró la risa, aunque a él no le hacía ni pizca de gracia el asunto. ¡Qué vergüenza si su madre lo veía así! —debió pensar.

—Mira mi mano, me la has llenado de leche —dije yo apartándola de mí como si no la quisiera.

Me apiadé de él y cogí una toalla pequeña para limpiar mi mano, luego se la pasé a él para que se limpiara ante mis observadores ojos. Ví como lo hacía y me deleite con este simple gesto, viendo cómo limpiaba su picha que aún se mantenía dura.

Cuando casi había terminado se escuchó la llave de la puerta principal. ¡Mi padre estaba de vuelta! Así que corrí a quitarle la toalla y la escondí detrás del sofá mientras éste se la guardaba a toda prisa y se subía la bragueta.

—¡Vamos márchate! —le ordené severa de nuevo.

Así que nos encontramos en el recibidor de casa mientras pensaba en si vería el desastre de sus pantalones manchados de leche. De ahí me premura por que él se fuera.

—¡Hola papá! —dije echándome encima suyo para besarlo y que no viese a Santi.

—¡Hola hija! ¿Quién es este chico? ¡Ah es el vecino! —dijo él reconociéndolo al instante.

—¡Si hemos hecho deberes juntos! Pero ya se iba, ¿verdad Santi?

— Si señor González, ya me voy, mi madre me espera para almorzar —dijo él tan nervioso como yo.

—¡Bueno, pues nada, vuelve cuando quieras! Me alegra que ayudes a mi hija en sus deberes —dijo mi padre sorprendido por el súbito encuentro en nuestra puerta.

Santi salió apresuradamente y yo respire un poco más aliviada, pero, ¿se habría dado cuenta de asunto?


Este relato corresponde al segúndo capítulo de mi novela El Despertar ...

Sinopsis:

Clara es una chica despierta, curiosa, ansiosa... ¡Sin límites!. Dispuesta a explorar un mundo que se le abre como el Sol a la mañana. Cierto día no le apetece ir a clase, de modo que finge estar enferma para quedarse en casa a holgazanear y así librarse del tedio del las clases.

Su cándido padre se traga la bola. Clara es su única hija, vive solo con ella y para ella, la mima y la cuida desde que su madre les abandonó, con el trauma que eso conlleva. De modo que se despide de ella con un beso y diciéndole que descanse y se recupere.

Esa mañana Clara se regocija entre las cálidas sábanas, tan calentita en una fría mañana se entrega a sus sueños húmedos, muy húmedos... Y así comienza su aventura, ¿la acompañarás en su viaje?