De excursión

Un chico descubre los placeres del sexo con otros hombres en una excursión del colegio.

(Publiqué esta historia con otro seudónimo hace algunos años, pero creo que merece la pena que esté en TodoRelatos, la mejor página de relatos eróticos en español).

El verano pasado estuve de excursión con mi colegio. Fue al final de curso, y lo pasamos estupendamente. Además, yo descubrí mi orientación sexual. Os contaré. Yo nunca había sentido antes ningún tipo de interés por los chicos; me hacía mis pajas (tenía entonces 18 años) con las revistas porno que nos pasábamos entre los chicos, y me gustaba sobre todo las fotos de las tías mamando pollas enormes y tragándose con cara de lujuria la leche que le echaban en la cara y en la lengua. Ésas eran las fotos que más me gustaban, cuando las encontraba me imaginaba que yo me corría en esas bocas... La verdad es que también debo reconocer que me excitaban mucho aquellos rabos enormes, pero me autoconvencía de que lo que me gustaba era sólo las tías mamando.

Bueno, el caso es que como final de curso nos fuimos a una excursión a una localidad de la costa (yo vivo en el interior, así que para nosotros era una gozada ir al mar). Cuando llegamos a nuestro destino, nos alojamos en un hostal. Nos distribuyeron a razón de cuatro chicos por cada dormitorio, que tenían dos literas cada uno. Nos acostamos a la hora establecida y, tras las bromas correspondientes, los otros tres se quedaron dormidos. Yo, la verdad, con la excitación del día, no podía conciliar el sueño, así que me quedé despierto; se me vino a la mente, no sé por qué, la última revista guarra que me habían pasado, una en la que había gran cantidad de fotos con corridas en la boca de chicas que parecían alcanzar el paraíso cuando aquella sustancia blancuzca les caía dentro.

Pues estaba yo pensando en esto, con mi tranca lógicamente a cien, cuando observé, en la penumbra de la habitación, que en la litera contigua había un movimiento extraño. El chico de la cama de arriba se estaba bajando, con mucho sigilo. Pensé que iría al servicio, pero cuál no fue mi sorpresa cuando vi que lo que hizo fue acercarse a la cama de abajo y, tras comprobar que el chico tumbado en ella estaba profundamente dormido, le bajó con sumo cuidado el slip (todos dormíamos sólo con esa prenda, y sin tapar, era verano y hacía calor), apareciendo, en la penumbra de la habitación, la polla de mi compañero en semierección. No podía creer lo que estaba viendo, pero por supuesto no hice movimiento alguno.

El chico de la litera de arriba, que se llamaba Quique, acercó la cara a la polla semierecta del de la de abajo, que se llamaba David, y comenzó a lamerla. Mi rabo se me puso a cien, y no tuvo más remedio que acariciármelo disimuladamente. Quique consiguió pronto que el nabo de David se pusiera como una garrota; estaba bien dotado aquel chico para su edad; no menos de 16 centímetros enhiestos entraban y salían de la boca de Quique, que tenía unas tragaderas considerables: cuando se metía el capullo entre los labios, le daba una chupada larga y después seguía engullendo aquel gran pedazo de carne, hasta sepultarlo por entero en su boca.

Después se concentraba en los huevos, metiéndose uno primero, después el otro, y chupándolos con un placer pintado en la cara que parecía no poder haber otro mayor sobre la Tierra. A todo esto David debía tener un sueño a prueba de bomba, porque no se inmutaba; aunque no era exactamente así; pude ver que, entre sueños, se lo notaba una cierta sonrisa en los labios. Seguramente estaba teniendo un sueño erótico, aunque no sabía qué estaba sucediendo en la realidad.

El caso es que, mientras Quique le chupaba los huevos, David se corrió; entonces ocurrió otra cosa que no me esperaba. El chico acudió enseguida al glande y lo sepultó en su boca. Así que David le largó toda su leche en la lengua a Quique, cuyos ojos, según pude ver, tenían la vista perdida en algún punto indeterminado mientras recibía en el cálido aposento de su boca la descarga de semen de su compañero. Todavía le mamó Quique un rato el rabo a David, hasta que ya era evidente que el miembro de éste se puso flácido. Entonces, con el pesar pintado en el rostro (hay que ver las cosas que la vista acostumbrada a la penumbra puede dejarte ver), se separó de él. Yo mantenía los ojos entrecerrados, lo suficiente para ver pero no tanto como para que me pudiera descubrir.

Entonces sucedió lo que no me podía imaginar: Quique dio la vuelta a la cama y se dirigió hacia la mía. Yo sentí que el corazón se me iba a salir del pecho. Por supuesto, me quedé quieto y manteniendo mi posición como si estuviera profundamente dormido. Claro que en mi slip había un bulto de consideración. Con los ojos entrecerrados, sin moverme, vi como Quique se acercaba a mi rostro, buscando las señales del sueño profundo. Debió encontrarlas, porque enseguida se dirigió hacia mi cintura y allí observó el bulto que aparecía bajo el slip; me miró un momento sonriendo, como diciendo "vaya sueño erótico que tienes", y enseguida me bajó el slip. Mi polla saltó como un resorte y pude verla, con los ojos entrecerrados, en la penumbra. Quique no se lo pensó dos veces.

Se metió mi glande en su boca, y sentí entonces lo que era el paraíso, aquel agujero cálido y húmedo que acogía mi rabo. Tras darme un par de lametones que me pusieron el vello de punta, se metió entero mi carajo (no estoy mal para mi edad, 15 centímetros), enterrándome la nariz en el pubis.

Yo estaba superexcitado, y no pude contenerme. Me corrí dentro de su boca, y noté como la lengua de Quique recibía mi leche temblando; el tío estaba tan excitado que no podía controlar los nervios. Vi entonces de nuevo esa mirada perdida que le observé antes, ahora más cerca.

Tenía los ojos extraviados, como si estuviera bajo los efectos de un alucinógeno, y me mamaba el capullo como si no quisiera hacer otra cosa en su vida. Cuando ya se dio cuenta de que no había más leche que tragarse, se sacó mi rabo de la boca, y de nuevo vi ese pesar que antes intuí entre las sombras. No sabía que hacer, así que simulé dar una vuelta en la cama. Me giré, quizá para prevenir que pudiera darse cuenta de que estaba realmente despierto, y me puse bocabajo. Aquella experiencia había sido sumamente excitante, pero aún quedaba más.

Al parecer, al darme la vuelta, como tenía el slip bajado, quedó mi culo prácticamente desnudo ante él. Entonces Quique hizo lo que no esperaba: noté que no se marchaba, y que de nuevo volvía a acercarse a aquella zona. De repente noté las manos de Quique, con cautela, separándome las cachas del culo. ¿Qué iba a hacer? El corazón volvió a palpitarme como un caballo desbocado. Enseguida supe qué iba a hacer: noté algo húmedo y caliente que me lamía el agujero del culo. Me lo estaba chupando...

Recordaba haber visto algunas fotos en las revistas guarras en las que las tías le lamían el culo a los tíos, y la verdad es que eran muy excitantes. Ahora un compañero de mi edad me lo estaba lamiendo a mí, y lo cierto es que era increíble. Cada lengüetazo que me daba era más profundo que el anterior, y cada vez que lo hacía me subía un escalofrío por la columna, que yo procuraba disimular. El nabo se me estaba poniendo otra vez a tono con aquella mamada de culo.

Quique introdujo no menos de 10 centímetros de su lengua, y comenzó a girarla y lubricarme las paredes de mi culo. Yo estaba a mil por hora, y todo sin poder expresar lo que sentía, lo que me pedía el cuerpo, que era gritar y jadear y pedirle que no parara. Cuando me sacó la lengua de tenerla sepultada en mi culo, tuve que hacer un esfuerzo titánico para no volverme y decirle que la pusiera otra vez donde estaba. El caso es que mi rabo, como digo, estaba de nuevo a tope, y bocabajo como estaba, debía aparecer su cabeza brillante entre las piernas, porque Quique se metió entre ellas y me empezó a chupar otra vez el nabo. No tardé mucho en correrme, tal era la calentura que tenía, y de nuevo Quique me recibió en su cálida boca, manteniendo mi polla un buen rato en su interior. Por fin, se la sacó, me subió como pudo el slip, y se fue a su cama.

Estaba exhausto, habiendo sido mamado dos veces en apenas un cuarto de hora, y lamido el culo bien lamido, una experiencia realmente extraordinaria. Por fin me dormí, y por la mañana Quique estaba tan contento como siempre (es un chico muy alegre y dicharachero), pero yo sabía algo que apenas 12 horas antes no sabía: que era un maricón redomado, que gozaba chupando pollas y culos. Claro que también sabía otra cosa: a mí me los había mamado, y me había gustado muchísimo.

Durante el día estuvimos en la playa, y estuve fijándome con disimulo en Quique. Siempre que podía jugaba a juegos de contacto físico. Me di cuenta, por ejemplo, que cuando jugaba al voleibol playero, siempre que conseguía un tanto alguno de su equipo, le daba una palmadita, y casi siempre esa mano permanecía algo más de lo normal en estos casos. A veces era en el trasero, un toque como de compañero, pero que yo ya sabía que era algo más que eso. En el agua, cuando jugábamos a la pelota, siempre buscaba el contacto físico, la lucha por el balón, que con frecuencia incluía rozamientos con otros chicos.

Por la tarde, en las duchas, que eran comunales, vi como su verga (que por cierto, entonces me di cuenta, era de bastante consideración) tenía una pequeña erección entre tantos rabos. Seguro que le costaba aguantarse.

Claro que, pensándolo bien, a mí también me costaba... Por primera vez me sorprendí sopesando los distintos nabos de mis amigos, imaginando cómo estarían en erección, cuanto medirían en esa situación y, ejem, cómo sabrían si los chupara. Sí, lo reconozco, me estaba entrando un interés inusitado por saber cómo sería eso de mamar un nabo. Tras ver la vista perdida de Quique chupando y tragándose mi leche y la de David, entendí que aquello tenía que ser fabuloso; de hecho, que te lo hicieran a ti ya lo era, pero me parecía que Quique disfrutó más la noche anterior que yo (y eso que yo había gozado como jamás lo había hecho en todas mis pajas juntas).

Cuando terminamos, me las ingenié para quedarme de los últimos. De hecho, Quique también lo hizo, y era comprensible: quería saborear con la mirada los nabos y los culos de nuestros compañeros, en el vestuario, mientras nos vestíamos. El caso es que yo fui el último en salir y me tocaba vestirme delante mismo de Quique. Tras coger la ropa, me volví de espaldas y me agaché, como buscando los zapatos debajo de las taquillas; le ofrecí entonces, deliberadamente, un primer plano de mi agujero anal a mi compañero. Entre las piernas, disimuladamente, miré hacia donde estaba.

Quique me miraba el culo extasiado. Bajo el slip, que él ya tenía puesto, algo se hinchaba a marchas forzadas. Me demoré todavía un poco más, mientras veía entre mis piernas cómo Quique, aprovechando que yo, teóricamente, no lo veía, y que ya no quedaba nadie en el vestuario, se tocaba el bulto que tenía en el slip, ya hinchadísimo. Por fin me puse de pie. No me puse de frente porque yo también estaba ya bastante calentito, y mi nabo se levantaba a marchas forzadas.

Así que me puse el slip y el pantalón sin volverme, tiempo en el que mi cacharro se aplacó. Cuando me giré le dirigí una sonrisa inocente a Quique, que me respondió igual. Su bulto en el pantalón era ostensible, pero hice como que no me daba cuenta.

Aquella noche, fuimos a cenar al bar de al lado del hostal. Era autoservicio, sin camarero, y Quique se ofreció a traer las bebidas de todos. Pedimos cervezas, colas, en fin, lo habitual. Pero yo, que no quitaba ojo a Quique, me di cuenta de una maniobra extraña que hacía mientras estaba en la barra con las bebidas, y, pretextando que iba al servicio, me situé en una zona desde no podía ser observado por mis compañeros, pero desde donde tenía una visión excelente de lo que hacía Quique. Vi entonces que estaba echando el contenido de un sobrecito en todas y cada una de las bebidas que estaba preparando para llevar a las mesas.

Cuando volví del servicio ya estaban las bebidas y también cosas de comer. Todos comimos y bebimos (bueno, yo no, me las ingenié para no beber mi cola, después de lo que había visto, porque me imaginaba por donde iban los tiros), y finalmente nos fuimos a dormir, porque al poco rato de terminar la comida a todos (menos a mí, aunque yo también hice como que me pasaba igual) les entró un sueño tremendo.

Quique también parecía estar contagiado de aquel sueño... Estaba claro que había echado algo, un somnífero o algo así, en las bebidas de todos, y ése era el motivo de aquella soñarrera que todos (o casi todos) teníamos.

El caso es que a las doce de la noche ya estábamos todos en la cama, durmiendo como lirones. Como me imaginaba, Quique, al poco rato, se bajó de la litera. En este caso, en vez de dedicarse al chico de debajo de la suya, salió sigilosamente del cuarto. Me imaginé lo que iba a hacer, y lo seguí de cerca. Los cuarenta chicos de la excursión estábamos alojados a lo largo de un pasillo, en varias habitaciones. Vi que Quique se dirigía hacia la última de la derecha, y entraba allí. Estupendo, así yo podría empezar por la última de la izquierda. Me dirigí hacia ésta, con el corazón a punto de salírseme por la boca, pero también con mi rabo totalmente en erección, debajo del slip.

Entré en la habitación, y comprobé que los cuatro chicos dormían profundamente; incluso le di unas tortitas a uno en la cara, a ver si reaccionaba, y era como dárselas a un muerto. Este chico se llamaba Daniel, y en la penumbra vi como bajo el slip se le marcaba un bulto considerable.

Con gran nerviosismo, pero también con determinación, le bajé el slip, y un nabo de exposición surgió en todo su esplendor. Daniel tenía no menos de 16 centímetros de carajo joven, y en el glande, totalmente desplegado, se apreciaban gotitas de líquido preseminal. ¿Qué podía hacer? Primero di un beso sobre aquel capullo entre penumbras, y su sabor me pareció el mejor de los manjares. Me atreví a abrir la boca y meterme el glande dentro. ¡Qué maravilla! No sabría decir cuál era su sabor, pero aquel pedazo de carne grande y caliente ya me latía dentro de la boca.

Lo chupeteé con delectación, saboreando las gotitas que seguían saliendo del ojete, después lamí toda la tranca, hacía abajo, encontrándome con dos grandes cojones, sin un solo pelo, que besé y me metí en la boca. ¡Qué ricos! Eran como dos pelotas de carne, me encantaba tenerlas en la boca. Volví a recorrer el mastil, ahora hacia arriba, y me metí de nuevo el glande en la boca. Quería ahora sentirlo dentro completamente.

Me introduje el carajo cada vez más adentro, hasta que noté la punta del capullo en la campanilla; me dio como una arcada de náusea, pero conseguí controlarla y metí un poco más el rabo, que traspasó limpiamente las amígdalas. Note aquel pedazo de carne vibrante y húmedo llenándome toda la boca, y fui feliz. Tenía la nariz hundida en la pelambrera púbica de Daniel, y con el labio inferior tocaba los huevos.

Tras permanecer un rato con todo el nabo dentro de mi boca, me salí un poco para regodearme con los huevos. Sin embargo, noté unos espasmos en el carajo de Daniel, y me asomé al glande a ver qué era. Un trallazo de leche me cruzó los labios, sorprendiéndome. Un poco de la leche me cayó en la lengua y la saboreé; era lo más rico que había probado en mi vida. El rabo seguía largando leche, y yo lo sepulté en mi boca para no perder ni gota.

Todavía hubo seis o siete corridas más, todas ellas bastante abundantes, y mi lengua se encargó de que no se perdiera nada. Me di cuenta entonces de que había un placer añadido en chupar el nabo bien cubierto de leche, y a ello me dí. Sin tragarme la leche todavía, le mamaba la polla, escudriñando el ojete para buscar las últimas gotas. Cuando ya vi que no habría más, me puse a tragar todo el semen que atesoraba en mi boca. Era un manjar exquisito, algo que nunca pude imaginar; jamás se me había ocurrido, en mis pajas, probar a qué sabía la leche, y ahora comprendía la mirada perdida, los ojos desencajados de Quique cuando se tragaba mi semen. Era como para perder la compostura totalmente.

Le subí los slips a Daniel, una vez que le hube limpiado totalmente el nabo (con la lengua, por supuesto), y me pasé a la otra litera. El chico se llamaba Andrés y, como su compañero, también presentaba el rabo en erección bajo el slip. Se lo bajé y me encontré con un hermoso ejemplar de no menos de 18 centímetros, que alojé dentro de mi boca. Lo lamí bien lamido, y después me lo metí hasta adentro; las amígdalas lo dejaron pasar sin mayor problema y el glande se asomó a mi garganta, lo notaba perfectamente. Le mamé los huevos, y cuando le volvía a meter el capullo en la boca, el tío se me corrió dentro. Ahora estaba preparado y no se me escapó lo más mínimo. Fue una corrida larga, como si Andrés hiciera varios días que no se pajeara. Me llenó la boca de leche, y yo embadurnaba el rabo que tenía dentro con su propio semen, saboreándolo con morosidad.

Cuando ya no salía más, me lo tragué, lentamente, saboreando la leche, con auténtico placer. Cuando le tapé con el slip tuve una idea. ¿A qué sabría el agujero del culo? Aunque en principio me parecía algo repugnante, lo cierto es que Quique me lo lamió sin asco alguno, más bien al contrario, estoy seguro de que le gustaba muchísimo. Le di la vuelta a Andrés, le bajé la parte trasera del slip y le separé las cachas. Allí estaba, en la penumbra, un agujerito sonrosado, sin un solo pelo, pidiéndome que lo chupara. No me hice de rogar: abrí bien las cachas del chico, y aproximé mi lengua al agujero.

La metí, primero con precaución, hasta ver qué me parecía. Sabía salado, un sabor como a macho joven, que me volvió loco. Le metí la lengua bien adentro, y comencé a lamer todo lo que pude. Recordé como lo hacía Quique y me puse a lamer las paredes del agujero anal de mi compañero, quien, cosa curiosa, entre sueños levantaba el culo como pidiendo que le metiera más. Hice un esfuerzo y le metí casi 10 centímetros de lengua dentro de su agujero sonrosado. Era delicioso, realmente delicioso, casi mejor que te lo chuparan a ti, y mira que disfruté cuando me lo hizo Quique.

Cuando pasó un rato, dejé, con dolor de mi corazón, de lamer el culo de Andrés. Había más pollas que chupar, y no podía dar ventaja a Quique. Me subí a la litera de encima de Andrés; allí estaba Lucas, le bajé el slip, y me encontré con el mayor nabo hasta entonces, 20 centímetros erectos pidiendo ser engullido. No me resistí, y me lo tragué enterito; me costó un poco de trabajo porque, además de largo, era gordo, y la campanilla se resistía, pero pronto cedió y el glande siguió camino de la laringe. Le chupé los huevos, hermosos, y le hice una pequeña paja, lo suficiente para que Lucas se derramara en mi boca, con una gran abundancia, como correspondía a aquellos grandes huevos.

Pasé a la otra litera, donde dormía José Luis. Su pinga estaba erecta, como todas (más tarde supe por qué) y medía como 17 centímetros. Se la mamé bien mamada, y no me dio tiempo a chuparle los huevos, porque se me corrió pronto.

A todo esto, sentía ya el estómago bastante lleno de leche, y la lengua estaba viscosa de tanto semen, pero quería más.

Salí al pasillo y me introduje en la siguiente puerta. Una vez que había chupado ya el culo de un chico, ahora lo que quería era mamar pollas y sentir su leche en mi boca. En la primera cama me encontré a Raúl, que me dejó ver, cuando le bajé el slip, un nabo de 18 centímetros que engullí con vicio. Se lo estaba mamando con gusto cuando se corrió, diez veces lo menos, este chico no debía hacerse pajas nunca, me dedicó toda su materia pringosa. En la otra litera estaba Julio, con un pájaro de 17 centímetros, que se descargó en mi boca también bastante pronto.

Con la boca rebosando leche me metí el nabo de Javier, que estaba en la parte de arriba de la litera, y le saqué la leche no tardando mucho. Alvaro, en la otra, se me corrió también pronto. Notaba un peso en el estómago, pero aquello iba mejorando conforme iba mamando pollas y sacándoles su preciado néctar.

Salí de la habitación y me dirigí a la siguiente. No os cansaré con detalles, pero allí fueron Alejandro, Alberto, Darío y Rubén los que se me corrieron en la boca. Notaba cómo la leche se me escurría por la comisura de los labios, pero no podía parar. Sin embargo, cuando salí de esta habitación escuché como se abría la siguiente a la mía. Corrí sigilosamente y me metí en mi cuarto. Me acosté rápidamente. No había hecho más que echarme bocarriba en la cama cuando la puerta se abrió. Entró Quique, claro, y se fue enseguida para mi compañero de cama: le bajó el slip, como la otra vez, le mamó el nabo y puso los ojos extraviados, como ya le había visto hacer la noche antes.

Cuando terminó con él, sin embargo, en vez de irse al de la litera de arriba, se vino a la mía. Yo tenía la pinga como una estaca, y en cuanto me bajó el slip mi cacharro se puso a tono, bien lubricado por jugos preseminales. Me lo mamó, y yo creí llegar al nirvana. Me corrí en su boca, y Quique redobló sus mamazos, como si quisiera comerme, literalmente, el nabo. Después, Quique hizo lo que esperaba. Después de la mamada de culo del día anterior, que debió gustarle cantidad, y del panorama que le ofrecí en los vestuarios, me dio la vuelta, me bajó los slips hasta mitad de los muslos, me separó las cachas y me metió su lengua en mi agujero. ¡Guau! Aquello era tremendo.

Me daban escalofríos en cada lengüetada, así que, sin saber que hacía, empecé a culear, primero disimuladamente, después ya con más descaro. Quique debió pensar que me movía en sueños (teniendo en cuenta el somnífero que nos dio, debíamos estar todos como marmotas) y redobló sus lengüetazos, que me estaban llevando al éxtasis.

De pronto sacó la lengua de mi agujero, y me costó un gran esfuerzo no volverme y pedirle más. Pero, sorpresa, sorpresa, era porque me estaba preparando otro visitante. Noté como se subía en la cama y se ponía a horcajadas sobre mí. Sentí entonces algo grande, caliente y húmedo en la puerta de mi agujero, que estaba bien lubricado; tuve miedo, pero a la vez sentí una excitación tremenda. La cabeza de su rabo entró un poco dentro de mi estrecho agujero, y vi, literalmente, las estrellas. Era algo demasiado grande para un agujerito tan pequeño. Pero, al tiempo, sentí un placer inenarrable, y ese mismo placer hizo que el agujero se distendiera un poco, lo suficiente para que Quique pudiera meter un trozo más de su vergajo caliente y duro como una piedra; dio un golpe de pelvis y me metió su nabo al menos a la mitad. Yo, a todo esto, mantenía mi culo en pompa, como si estuviera en un sueño erótico.

Por fin, Quique me dio un último pollazo y me sumergió su rabo entero en mi culo. Comenzó un suave metisaca, que yo ayudé con el movimiento de mi culo. Me di cuenta entonces que era ridículo que continuara fingiendo, y, volviendo la cara hacia atrás, sonreí a mi amigo y amante, guiñándole un ojo. Quique se detuvo al principio, sorprendido, pero luego continuó, ahora más tranquilo y con más ímpetu. Sus emboladas eran tremendas, y yo me pegaba lo más posible, para sentir el rabo entero dentro de mí y el roce de los huevos en mis cachas, algo que me enloquecía, quería que esos huevos me estuvieran rozando toda la vida.

Metí la mano entre mis piernas y alcancé su polla mientras me perforaba. La agarré con mi dedo índice, como si fuera otro agujero, y fue otro descubrimiento, sentir con la mano cómo entraba aquel vergajo descomunal dentro de mi agujerito sonrosado. Noté entonces que Quique jadeaba más fuerte, y enseguida supe por qué. Se estaba corriendo dentro de mi culo, y sentí una gran riada de leche que me regaba las entrañas.

Se dejó caer sobre mí, y entonces, mientras tenía su oreja al lado de mi boca, le dije, muy quedamente:

-¡Qué lastima, me hubiera gustado tragarme tu leche!

Quique me miró pícaramente, y me dijo, también en voz baja:

-Todavía podemos recuperar una parte.

Y se bajó hasta mi culo, me abrió las cachas y me metió lo menos diez centímetros de lengua en mi agujero. Estuvo allí lamiendo un ratito y enseguida salió. Yo me dí la vuelta, y Quique se aproximó a mi cara. Me dio un beso de tornillo, y me pasó entonces una buena ración de su leche que había quedado en mi culo. ¿Me creeréis si os digo que fue la leche que más me gustó, mezclado su sabor con el aroma oscuro y masculino de mi agujero más íntimo? Cuánto sería lo que me gustó que mi nabo, que se había corrido un cuarto de hora antes, se puso como una piedra. Quique lo advirtió, me sonrió lindamente y se lo tragó entero. Pero ahora yo quería otra cosa.

-Quique, me gustaría metértela por el culo.

Mi amante asintió levemente con la cabeza, y una vez lubricado mi rabo, se situó a horcajadas sobre mi zona pelviana. Apuntó con el nabo y se lo introdujo de una sola vez, bajándose de un golpe sobre mi verga, que lo empaló limpiamente. Su rostro se contrajo del dolor, pero también de un placer extraordinario. Me di cuenta que me caía algo sobre el estómago, y vi que era la baba de mi amigo, que se le caía de la boca abierta, del placer que sentía. Él sólo se subía y bajaba, follándome prácticamente a mí con su culo, en vez de yo a él. No pude aguantar mucho, y no tardé en correrme.

Cuando ya no me quedó más leche, Quique me guiñó un ojo, se salió de mi nabo y se colocó a horcajadas sobre mi cara. Comprendí en cuanto vi su agujero sonrosado, del que salía un poco de leche, a diez centímetros de mi boca.

Le separé las cachas y le metí la lengua todo lo que pude. Fue impresionante, saboreaba las paredes de su agujero negro mezclado con mi leche, que, poco a poco, caía por la fuerza de la gravedad llenándome la lengua. Cuando comprobé que ya no había más, le di un cachete en el culo a mi amante, que aproximó su boca a la mía: nos dimos un beso apasionado, y nuestras lenguas lucharon por la leche que yo atesoraba en la mía. Cuando terminamos, le pregunté a Quique:

-¿Qué pusiste en las bebidas?

-De algo me tenía que servir ser el primero de la clase en Químicas y tener un padre farmacéutico. Lo que puse era una mezcla de somnífero y Viagra, por eso todos dormían como lirones y tenían un empalme fenomenal. Bueno, todos, menos tú...

Y me dio un beso de tornillo.

-Bueno, todos éstos van a dormir plácidamente toda la noche, y el efecto de la Viagra todavía les va a durar algunas horas, así que... ¿qué te parece si nos damos otro atracón de leche? ¿Te apuntas?

Una sonrisa iluminó mi rostro, incluso en la penumbra de la habitación. Y nos pusimos manos a la obra (o mejor dicho, boca a la polla, para ser más exactos). Aquella noche me mamé otras veinte pollas, además de las doce que hasta entonces me había comido. Cuando, a las tres de la mañana, Quique y yo volvimos, con las caras manchadas de semen y los estómagos rebosantes de leche, a nuestras camas, aún nos hicimos un 69 para terminar la faena. Hubiéramos querido dormirnos juntos, pero no podíamos arriesgarnos a que nos encontraran así por la mañana.

De todas formas, Quique, como buen chico previsor, se había traído una buena provisión de su mezcla de somnífero y Viagra, así que las cinco noches restantes de la excursión tuvimos otros tantos festines.

Cuando volvimos de la excursión Quique y yo nos hicimos inseparables. Yo siempre tenía que estudiar en su casa, o él en la mía, íbamos a la piscina...

Pero cuando el nuevo curso iba a empezar, su padre fue destinado a otra ciudad y ahora sólo podemos hablarnos por teléfono de vez en cuando. Pero este verano ya he conseguido que mis padres me dejen ir a verle, en vacaciones. Y os prometo que no voy a desperdiciar ni un solo día... y, sobre todo, ni una sola noche...