¿De Estudiante a Sumisa? (16)
Se profundiza la degradación de Sofía y muy pronto aceptará su condición de esclava
¿De Estudiante a Sumisa? (16)
Autor: Ricardo Erecto
Capítulo 16. La Degradación de Sofía.
Las dos semanas siguientes Sofía continuó siendo castigada de diversas maneras. Todas las partes de su cuerpo, debieron soportar algún tipo de castigo. Látigos, fustas, varas, picana, agujas, pinzas y ataduras y encadenamientos de todo tipo fueron probados en el cuerpo de la esclava. Por lo menos una vez al día, generalmente por la mañana, era violada en alguno de sus agujeros.
Pasado ese tiempo, debía comenzar la degradación y humillaciones extremas de Sofía. Para ello tomó varias fotografías cuando era castigada de diversas maneras, siempre desnuda y preferentemente exponiendo su concha depilada, para luego ser subidas a Internet y enviadas de manera personal a sus ex compañeras de la Universidad e incluso a familiares. Esta situación se la hizo saber a Sofía, incluso antes de enviarlas.
-Exponiéndote en Internet todos podrán conocer tus fantasías de esclavitud y cómo eres tratada. Además podrán apreciar tu cuerpo desnudo.
-Mi Señor, le ruego que no lo haga. Tortúreme si eso le place pero no envíe las fotos a familiares. Se van a angustiar pensando que soy sometida a semejante trato.
-Para evitar que se angustien, los correos irán acompañados de un texto en el cual declaras que estás viviendo los mejores momentos de tu vida y que ser tratada de esa manera es lo que siempre has querido que ahora lo has descubierto.
-Mi Señor, le pido encarecidamente que no lo haga. Me ha esclavizado, me ha humillado, puede disponer de mí como quiera, no involucre a mi familia.
-Sofía, éste es el primer paso de tu degradación. Falta mucho todavía y serás humillada y degradada hasta límites que no imaginas. Esto es solamente el comienzo. No imaginas en lo que terminarás.
A Sofía ni siquiera se le humedecieron los ojos. Presentía que este camino, como lo había anunciado su amo, recién se iniciaba y le esperaban días de sumisión y humillaciones que no podía siquiera imaginar.
Luego se subir todas las fotos y enviarlas a sus familiares y conocidos, una mañana Mariano la despertó en la celda, portando unas diminutas bragas y un sostén bastante transparente.
-Te pondrás esta ropa que vamos a salir. No quiero que andes desnuda por la calle.
-¿Así deberé salir a la calle? Es casi como estar desnuda.
-No creas, los labios de tu concha quedan ocultos. Completarán tu vestuario esposándote con los brazos en la espalda. Te conduciré con una correa unida a tu collar.
-¿Puedo preguntar a dónde vamos?
-No. Sube al auto y mantente con las piernas separadas.
Mariano condujo durante una media hora y detuvo el auto. Se bajó primero del auto, abrió la puerta del acompañante y tirando de la correa hizo bajar a Sofía. Caminaron cincuenta metros y se introdujeron en la clínica. Mariano, dirigiéndose a la recepcionista, le preguntó por el Dr. Olascoaga.
-¿Es usted el señor Larreta?
-Sí, efectivamente.
El Dr. Olascoaga tiene todo preparado. Pase.
Una vez en el consultorio, Mariano tomó la palabra.
-Como le había adelantado, esta es la esclava. Quiero que coloque algunas anillas para facilitar su manejo.
-¿Le coloco las anillas con o sin anestesia?
-Mejor sin anestesia. Conviene que se acostumbre al dolor.
-En ese caso es mejor amordazarla. No puedo trabajar si se pone a gritar.
-Amordácela con lo que le parezca conveniente. Cualquier método será aceptado.
El Dr. Olascoaga procedió primero a ponerle una esponja sintética en la boca y luego selló sus labios con una cinta. Para comprobar la eficacia de la mordaza, tomó una aguja y se la clavó en el ombligo. Pudo escucharse solamente un tenue quejido.
-¿Dónde quiere que le coloque las anillas?
-Quiero uno en cada pezón, dos en cada labio exterior vaginal, uno en el clítoris y uno en el ombligo.
-Bien, procedamos entonces. Vamos a atarla a la camilla de manera que no se pueda mover y desnudarla completamente. Vamos a filmar lo que le haremos para que usted tenga registro de esto
Sofía temblaba de miedo y de impotencia. Iban a anillarla de la manera más dolorosa y ni siquiera sabía que venía para eso. Un animal sería tratado con más consideración.
Comenzó con la perforación de los pezones. El dolor que sentía Sofía se reflejaba en la expresión de su rostro. Luego de unos veinte minutos, dos anillas de oro adornaban sus tetas. El siguiente fue el ombligo, para pasar finalmente a la concha.
Las piernas extremadamente abiertas permitían visualizar el clítoris perfectamente pero luego de unos masajes, éste se hinchó exponiéndose aun más. Una aguja abridora lo atravesó, instalando allí otra anilla.
Desde que había sido secuestrada, en diversas oportunidades había sufrido castigos muy dolorosos, incluso cuando era azotada directamente sobre la concha, pero el dolor que soportó cuando le perforó el clítoris, no tenía comparación con ninguno sufrido con anterioridad. Las lágrimas corrían en abundancia desde sus ojos.
Luego vinieron las perforaciones de los labios vaginales. Dos anillas en cada labio. Una vez todos colocados, el Dr. Olascoaga, satisfecho por su trabajo, llamó a su asistente para que observara la tarea.
-Lucía, no dejes de ver el trabajo que he hecho. Quiero ponerte también a ti unas anillas en la vulva y el clítoris.
-Deberé pedir permiso a mi marido.
-Yo había hablado con él y quedamos en que probara tu vagina y luego le aconsejara qué anillos colocarte.
-¿Mi marido lo autorizó a cogerme?
-Sí y además que estarías en la recepción con menos ropas. No es acorde que mi asistenta use la ropa que tienes puesta. ¿Has visto cómo llegó esta esclava al consultorio?
-Pero yo no soy una esclava.
-Eso lo veremos después. Tu marido quiere que te haga un examen muy a fondo y le recomiende qué perforaciones debes llevar. Ahora vuelve a tu lugar. Ya podrás ver el video que hemos filmado.
Lucía se retiró desconcertada. No sabía nada de esa conversación con su marido. Regresó a su escritorio de trabajo.
-Señor Larreta, la esclava está anillada como usted quería. Evite cogerla por la concha dos o tres días. Puede usar su boca o el culo. Le recomiendo que permanezca desnuda, que no se ponga la ropa que trajo puesta. ¿Quiere que le saque la mordaza?
-No, mejor déjesela puesta. Se la sacaré yo cuando lo considere conveniente. Le ponemos las esposas y me retiro.
Cuando salieron a la calle. Sofía debió caminar media cuadra desnuda, amordazada y con las anillas puestas mientras Mariano tiraba de la correa de cu collar. Se sentía tremendamente humillada. Algunas personas que se cruzaron con ella, la miraron con curiosidad. Finalmente llegaron al auto y Sofía se ubicó en el lugar del acompañante.
Así, en pelotas, debió realizar el viaje. Las partes perforadas le dolían y ni siquiera podía quejarse. La mordaza comenzaba a dolerle también. Finalmente llegaron a la casa.
-Mira Débora. ¿No está hermosa Sofía con esas anillas?
-Sí, por supuesto que sí y hasta la envidio. Además, así anillada será más fácil manejarla si quiere rebelarse.
-Supongo que debe ser bastante doloroso tirar de la anilla del clítoris. ¿Te imaginas?
-Seguro que sí, no podrá resistirse a las órdenes.
-Por ahora no podré cogerla por la concha, será por dos o tres días, por lo cual prepárate tú Débora que te usaré de manera exclusiva.
-No sabes lo que me alegra que quieras usar mi concha. ¿Me vas a castigar primero antes de cogerme?
-No necesariamente. Veremos lo que me apetece en cada momento. Llévala a la celda y encadénala asegurándote que no pueda tocarse ni la concha ni las tetas.
Débora condujo a Sofía hasta la celda y atándole los brazos en la espalda, además de las esposas que tenía colocadas, la dejó completamente indefensa y sin posibilidades de colmar el dolor con sus manos. Sus ojos, rojos por el llanto, miraban pidiendo piedad y compasión a Débora, que no lo tomó en cuenta.
-Ya está tío. La dejé amordazada y los brazos bien amarrados. ¿Quieres algo más de mí?
-Sí, que vayamos a la cama. Estoy con voluntad de penetrarte.
Tal como ocurría habitualmente Débora presentó su mejor predisposición para ofrecer su cuerpo a Mariano, que disfrutó del polvo. Al finalizar se dirigió a la celda de Sofía. La encontró con lágrimas secas sobre su rostro.
-¿Quieres que te quite la mordaza?
Sofía hizo un movimiento afirmativo con su cabeza. Mariano le quitó la mordaza.
-Señor, agua por favor. Tengo sed.
-Enseguida te alcanzaré un vaso con agua. ¿Cómo te sientes?
-Me duelen las perforaciones y las anillas. ¿Qué más va a hacerme para torturarme?
-Necesitaré hacerte todo lo necesario hasta que estés completamente convencida que eres mi esclava y como tal puedo hacer contigo lo que quiera. Te traeré el agua
-Aquí tienes, te ayudaré porque con los brazos atados no creo que puedas manejarte para beber. Luego te pones en posición porque quiero metértela por el culo.
-Tengo la concha dolorida e inflamada por las perforaciones. Déjeme recuperarme.
-Te duele la concha, no el culo, por lo tanto no tienes impedimento para que te la clave por allí. ¡Vamos! Ponte en posición.
Sofía obedeció. Entendía que no tenía ninguna posibilidad de rebelarse ni impedir ser sodomizada. Sus brazos atados en la espalda no le permitían separar sus glúteos para facilitar la entrada. Esperó a sentir el glande pugnando por entrar en tan estrecho agujero. Sintió como lentamente la pija de Mariano se abría paso en el ano. Luego de algunos movimientos sintió el líquido que mojaba su recto.
-Te permitiré que vengas a comer, puedas darte un baño para que descanses en la noche. Tengo pensadas algunas cosas para mañana.
Sofía entendió perfectamente que quería decir “Tengo pensadas algunas cosas para mañana”.Sin duda era algún castigo nuevo. Luego de bañarse comió con apetito y Débora la condujo nuevamente a la celda encadenándola. Así quedó dormida.
Al día siguiente, luego de despertarla la condujo a la Sala de Degradación. Le ató los tobillos y bajando una cuerda del techo comenzó a levantarla suspendiéndola de los tobillos. Los brazos colgaban hacia el piso y la muchacha ni siquiera intentaba hacer algo para evitar tan incómoda posición
Quedó suspendida de sus tobillos mientras sus manos quedaban a no más de veinte centímetros del piso. Por la posición en que estaba, su culo estaba apretado y cerrado mientras que sus tetas dejaban al descubierto la parte que generalmente está más escondida. Mariano ya había decidido azotar aquel cuerpo indefenso, hacerla gritar de dolor e impotencia y dejar unas buenas marcas. Debía cuidar no azotarle los pezones, los labios vaginales y el ombligo. Lo demás no tenía impedimento para descargar el látigo.
Cada día sentía más la necesidad que Sofía se declara su esclava y obedeciera sus órdenes más allá del contrato firmado (con firma falsificada) que la obligaba a ser su esclava. Quería que fuera como Débora, que se prestaba a sus caprichos con deseos de complacerlo y que la castigara por propio deseo y no para corregir o forzar su comportamiento.
El culo, la espalda y la parte de atrás de sus muslos estaban en condiciones de recibir un castigo fuerte y sostenido. Le dejaría algunas marcas que iban a perdurar varios días. Tomó un látigo construido por un alambre revestido de cuero. Era el instrumento más cruel que disponía. Se acercó a la mucha por su espalda.
-Voy a azotarte el culo, la espalda y las piernas. Por ahora las partes anilladas no recibirán castigo alguno.
Dicho esto, levantó el látigo y lo descarga en mitad del culo. El grito de dolor y la marca sobre la piel fueron simultáneos. Sofía no tuvo fuerzas para llevar sus manos al culo y masajearse para calmar el dolor. Tampoco dispuso de mucho tiempo porque casi de inmediato la cola del látigo golpeaba su espalda, cerca de la cintura.
Los gemidos eran tan estremecedores que Débora, a pesar de estar acostumbrada a soportar castigos cruentos, se acercó a la Sala para saber qué pasaba. Al ver a su compañera comprendió que se iban a escuchar los gemidos y lamentos por un largo rato. Estando en esa posición y Mariano con un látigo en la mano, habría un prolongado castigo.
El siguiente azote también cayó sobre el culo. Luego otro sobre los muslos que arrancó un gemido lastimero de la muchacha. Débora viendo la escena no pudo contenerse y se introdujo dos dedos en la concha y comenzó a pajearse. Mientras tanto aumentaban el número de marcas sobre el cuerpo de Sofía
Los azotes se sucedían sin solución de continuidad, uno tras otro, que arrancaban lamentos y quejidos de Sofía cuyo cuerpo se iba cubriendo de marcas. Recibió alrededor de cuarenta azotes, momento en que Mariano dio por finalizado esa parte del castigo. Esperó unos minutos hasta que la muchacha se tranquilizara y se ubicó delante de ella.
Levantó el látigo y el primer azote fue dirigido a los muslos, ahora en su parte delantera. Luego otro en las tetas, justamente en la parte más cerca de la cintura, lugar que raramente era alcanzado por el látigo. Cuidando siempre las partes que estaban anilladas, le descargó no menos de veinte azotes. Sofía estaba exhausta y en esa posición, suspendida de sus tobillos estaba próxima a desmayarse, cosa que advirtió Mariano y procedió a bajarla. Ya en el suelo comenzó a reanimarse. La cargó en sus brazos para depositarla dentro de la celda y cerrar la puerta de reja.
Fue en ese momento que vio a su sobrina con los dedos chorreando de flujo que acababa de sacar de su concha.
-¿Has tenido necesidad de pajearte?
-Pido perdón mi Señor, pero no pude evitarlo. Ver a Sofía cómo era cruelmente castigada me calentó mucho. Pido perdón y me postro a sus pies.
-Te perdono, supongo que era una escena excitante.
-Ya lo creo, muy excitante. ¿Todavía no ha aceptado ser esclava y sumisa como le corresponde a Sofía?
-Aun no, pero creo que estamos muy cerca. El castigo de hoy sumado a las perforaciones para las anillas y la humillación de tener que andar por la calle desnuda y llevada de con una correa hará que no demore en aceptar su condición.
-¿Crees que puedo hacer algo para convencerla?
-No creo que sea conveniente que tú insistas. Ella debe aceptarlo definitivamente.
-¿Has tenido alguna respuesta de los videos y fotos que has subido a Internet?
-Recibí tres ofertas para comprarla como esclava, pero ya he puesto que por el momento no se vende. Eventualmente la alquilaré nuevamente como puta. Salgamos de aquí que no quiero que escuche nuestras conversaciones. Dentro de un rato tráele algo de comida y bebida. Quiero que se recupere pronto para poderla coger.