De esposa ejemplar a ramera empedernida (18)

Lucía empieza un terrible entrenamiento que la llevará a convertirse en toda una esclava sexual... el final está próximo.

De Esposa Ejemplar a Ramera Empedernida XVIII

El Entrenamiento

Me desperté adolorida y llorosa, no quería abrir los ojos, temerosa de no hallarme en mi casa, al lado de mi esposo, con mis niños en sus cuartos. Pero bueno, ¿qué se puede hacer con la inexorable realidad.

Ese día iba a empezar mi entrenamiento, casi no sabía ni qué día era. La idea de ese desgraciado era convertirme en algo peor que mi suegra, quien ya estaba volviendo a su antigua situación de esclava sumisa, de objeto sexual. Por más que me esforzaba, no lograba darle más ánimos y esperanzas, estaba a punto de rendirse.

Buenos días perra, ¿ya estas lista?

¿Lista?

Si, lista, acordate que no hemos hecho más que empezar

¡Pero!… ¡es que!

¿Hay algún problema con esto, perra?

no… ninguno… – terminé diciendo sometida.

Muy bien, más te vale.

¿Qué me va a hacer hoy? – le pregunté asustada.

Eso es cosa mía, vos limitate a obedecerme y a complacerme. Y ya sabés, cómo me gusta verte

Me sentía muy humillada y usada… y eso me excitó. ¡Mierda, ¿cómo pude caer tan bajo? Me rodeo, dio vueltas a mi alrededor para verme, me agarró de las nalgas y me las estrujó. "Estás buenísima" me dijo, no le contesté.

Adentro de esa bolsa vas a encontrar ropa, quiero que te la pongás… ahora

Tomé la bolsa y saqué las prendas, eran una falda, una blusa y calzón. Además zapatos y medias con liguero. El calzón era una diminuta tanga roja de encaje semitransparente, por lo que se podían apreciar perfectamente mis oscuros vellos íntimos. La tanga era apretada y se me metía hasta el fondo por en medio de mis nalgas, por las que Esteban deliraba. La blusa era otra prenda pequeñísima, que constaba solo de un frente que se amarraba detrás de la espalda por medio de 3 pares de pitas entrecruzadas. La blusita a penas si alcanzaba para cubrir mis senos a pesar de que no son grandes, dejando mi ombligo expuesto. Era de tonos rojos.

Me coloqué las medias, oscuras, con el liguero, luego la falda, color negra, que era también diminuta, (hasta las minis estaban lejos de ella) que apenas alcanzaba para tapar el liguero. Los zapatos eran altos y descubiertos, de los que se amarran en los tobillos.

Ahora maquillate perra, pero no como señora, que tu ya no lo eres. Quiero que te maquillés como una ramera de lo más vulgar.

Entré al baño con mis pinturas y lo obedecí. Me maquillé como una verdadera golfa, con exceso de rubor, ojos delineados perfectamente, pintura en los párpados y la boca de un rojo fuego. Me vi al espejo y vi, más claramente que nunca, a la perra en que me había convertido.

Me tomó de la mano y me llevó hasta su carro, un Mercedes del año que no conocía, el vestía casual. Me llevó hasta su finca, allí me esperarían nuevas sorpresas. Entramos, estacionó el carro, pero al querer bajar vi una enorme can amarrado, mirándome. Yo le tengo pavor a los perros desde una vez que me corrió uno, hace ya muchos años. Esteban me vio burlón y se echó a reír, oí que dijo para sus adentros "… si supiera…".

Me tomó de la mano y me llevó adentro de la casa.

Esperate aquí. – me ordenó.

Pero

¡Esperate aquí! – me dijo con los dientes cerrados, no iba a permitir que una ramera como yo le negara algo así.

Esteban entró y saludó a un hombre de aspecto patibulario, barbado y con el pelo suelto, vestido con una gabardina. Se saludaron como grandes amigos e inmediatamente el procedió a señalarme a mi. Yo era ajena a todo lo que ellos platicaban, pero sabía perfectamente que no era bueno para mi. Era una mañana calurosa, pero el clima frío y húmedo de esa ciudad la convertían el calor en un agradable fresco.

¡Perra! – me llamó Esteban – Vení para acá… – mansamente caminé hasta donde el se encontraba – Entrá allí y obedecé a mi amigo en todo lo que te diga

¿A quién?

Al hombre con el que estaba hablando

¡No señor, por favor no!… – ¡zap!, me dio un fuerte bofetada que me hizo callar, entonces vi sus ojos, brillaban con odio, como con una lujuria tan grande que no era humana, eran ojos de loco.

Entré calladamente a la habitación, amedrentada y humillada, el era el primer hombre que me golpeaba. Me encontré a ese hombre sentado en un sofá, tenía más o menos 25 años, su expresión era seria, barba de candado, pelo negro revuelto y un cuerpo que se adivinaba bien cultivado, cubierto tan sólo una gabardina. No me saludó ni nada, se limitó a ir directamente al grano:

Tu sos la nueva perra de Esteban

Si… me llamo

No importa como te llamés o cualquier otra cosa de tu miserable e inútil vida. Lo único que vale de ti, de ahora en adelante, es tu cuerpo y qué tan bien lo usés… o el valor que tu amo quiera darte, da igual. – bajé la mirada atemorizada – Me cuenta Esteban que sos un poco rebelde, ¿es cierto?

No señor

¿Entonces mi amigo está mintiendo? – traté de defenderme o decir algo a mi favor, pero no había respuesta correcta posible, era una muestra más que, no importa que fuera, siempre sería yo quien tuviera la culpa y quien cargara las consecuencias de cualquier cosa.

El tipo se puso de pié, mirándome fijamente dejó caer su gabardina, dejando desnudo un cuerpo soberbio, musculoso, con un físico muy marcado y totalmente depilado, (incluyendo sus genitales). Se plantó frente a mi, me sacaba como 2 cabezas de estatura.

Esteban tenía razón, se te nota la calentura… definitivamente sos una ramera nata, una perra de nacimiento. – me agarró fuertemente del pelo y me besó con fuerza.

Cuando se separó de mi, jaloneándome fuertemente del pelo me dijo: "Te quiero ver desnuda". Inmediatamente me lo quité todo, pero cuando iba a quitarme el liguero me detuvo "Quedate con las medias y las ligas perra".

Vamos a empezar, te voy a enseñar algunas cosas que tenés que memorizar, de lo contrario te vana estar rompiendo la madre a cada rato, ¿entendés?

Si

¿Si qué?

amo

¡No, perra estúpida! Amo solo tenés uno y ese es Esteban. A mi, como a cualquier otro hombre, nos tenés que llamar "señor", a menos que tu amo verdadero te indique lo contrario. Decime, ¿Esteban de autorizó llamarme amo?

No señor

Bien, pues ya lo sabés

Empezó a caminar a mi alrededor, mirándome con atención, escudriñando cada rincón de mi cuerpo.

Estás bastante bien, bastante bien… tu trasero duro y firme es delicioso, sencillamente delicioso. Te faltan un poco de chiches, pero eso es gusto mío, no te quita tus condiciones soberbios de puta. Muy bien perra, vamos a empezar, ponete de rodillas. – obedecía, el llegó desde atrás y me colocó un collar de perro – Ahora te voy a enseñar algunas poses de sumisión que tenés que aprender: la primera, en patas, espalda arqueada hacia el frente, parando el culo y hundiendo la cabeza entre los hombros, siempre mirando al suelo a menos que se te ordene, adelante. – me coloqué como me dijo – Siempre que te presentés con tu amo, o vayás a recibir algún castigo, tenés que asumir esta pose, pues deja perfectamente clara tu condición de perra faldera. La segunda: arrodillada, espalda arqueada también hacia delante, rodillas separadas y manos sosteniéndose de los tobillos… si, así. – me dijo cuando me puse como me dijo – Ahora recordá, tu cabeza siempre debe estar gacha a menos que tu amo te ordene lo contrario. A esa pose, vamos a llamarla sumisión 2. Y la última pose: acostada boca arriba, piernas completamente dobladas a los lados de su cuerpo, brazos doblados a los lados de tu cabeza. Con las piernas empujá un poco contra el suelo para elevar tus caderas y mostrar tu sexo en su plenitud… exactamente, así… ¡qué buena pusa tenés perra!

Me sentía muy humillada, como jamás lo había sentido antes. Y lo peor de todo, me excitaba, esa situación me calentaba incontrolablemente, ¡mierda!

Bien, bien, bien, podés ponerte de pié. Esteban me cuenta que te encanta lamer cosas, quiero que me lo demostrés lamiendo todo mi sudor. – el tipo estaba sudado, seguramente acaba de coger con alguna puta o algo así.

Me acerqué a él llena de miedo, asco y vergüenza, y empecé a lamerle el pecho. Lamí lo mejor que pude, sabía bien que si no lo complacía iba a tener un terrible castigo por parte de Esteban. Pero algo más me pasó allí, ya saben que estaba caliente, pero no pensé en actuar como una verdadera ramera profesional, pues fui mordisqueando sus amplios pectorales, arrancándole gemidos de placer. Lamí sus axilas y sus brazos, ese olor a macho me volvió a embriagar. Bajé un poco y lamí sus piernas y sus pies, y subí para meterme su pene a la boca, pero el tipo me tiró al suelo.

Si no se te ordena no debes chuparla nunca, eso solo es por petición de tu amo o a quien este te preste o alquile. Pero bueno, pasaste esta prueba, me pusiste como un horno… ¡ahora ponete en 4 en el suelo!

Así lo hice, el se hincó detrás de mí. Hasta ese momento no había reparado en el tamaño de su miembro, era más largo que el de Esteban, pero más delgado, muy venoso y duro. Con un movimiento rápido y brusco me lo ensartó. Un terrible ardor me invadió, estaba mojada y todo, pero mi ducto vaginal nunca tenía tiempo de reponerse de una cogida a la otra, y mi amo me dejaba medio muerta siempre. Pero igual que las veces anteriores, el placer me empezó a elevar a otros mundos.

Me cogió muy fuerte como por 15 minutos, me cambió de posición varias veces hasta que me tiró boca arriba sobre el asiento del sillón, elevando mis piernas me empezó a dar con tanta violencia que cada golpe de sus caderas me dolía en mis nalgas, era terrible. Pero como, al parecer, entre peor me traten mejor me siento, acabé aullando como una perra.

¡¡¡¡AAAAAGGGGGHHHHH!!!!

¡¡NO TE AUTORICÉ A ACABAR PERRA!!

¡¡¡¡AAAAAGGGGGHHHHH!!!!… ¡¡¡¡PEEERRRRDOOOONNN!!!!… ¡¡¡¡PEEERRRRDOOOONNN!!!!

¡¡NO ES SUFICIENTE PERRA!!… ¡¡TOMÁ, RAMERA ASQUEROSA!!

Empezó a abofetearme muy fuerte, a retorcerme los pezones y a ahorcarme, pero lejos de parar mi espectacular venida, me excitó hasta niveles nunca vistos, estallé más fuerte todavía y perdí la razón, luego el conocimiento.

Desperté minutos más tarde, estaba tirada en el suelo, no sabía qué había pasado. El tipo me llamó con un dedo y me indicó sus pies. Estaba todo sudado, yo me hinqué y me arrastré, en medio de un dolor desgarrador. Empecé chuparle los pies.

La verdad… sos la mejor perra que ha tenido Esteban, y eso a pesar de no obedecer lo que se te dice… lo vas a hacer muy rico, muy rico

Se puso de pié, agarrándome del pelo me levantó casi colgando y me estampó un beso fuerte y profundo. Luego llegó Esteban y me sacó de la habitación, llevándome del pelo a otra, en done me tiró sobre la cama y cerró la puerta con llave.

Ahora perra, mostrame todo lo que Apolo te enseñó… quiero verlo

Ustedes se podrán imaginar que mi suplicio de aquel día apenas había iniciado con el tal "Apolo". Esteban continuó durante varias horas… horas de dolor, sexo, sudor, humillación… y de un placer malsano que ahora maldigo con el alma

Continuará

Garganta de Cuero

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