De esposa ejemplar a ramera empedernida (04)
Lucía no puede evitarlo, y ahora ese Adonis llegará en su cuerpo hasta donde había llegado antes...
De Esposa Ejemplar a Ramera Empedernida IV
El Adonis II
¡¿Cómo pude hacerle eso a mi marido?! ¡¿Cómo pude entregarme a otro voluntariamente de esa forma?! Era un completo extraño, por más guapo y atractivo que fuera, tan solo era un perfecto desconocido. ¡Y yo me dejé llevar por una maldita excitación, me le entregué mansa y sumisamente!
¿Y ahora qué? ¿Qué más podría hacer? ¿Acaso solo ponerme a llorar?
Después de ese día, las cosas se volvieron peor de lo que ya eran, ya no quería salir ni de mi cuarto. La calle me daba miedo por la posibilidad que había de toparme con Esteban o me hicieran algo, y dentro de la posada hacía hasta lo imposible para evadir al adonis, que no era gringo sino británico y se llamaba Spencer. Y también hacía hasta lo imposible para evitar que mis suegros de dieran cuenta, aunque, al final, no logré evitarlo.
Lucía, ¿qué es lo que tiene niña? me preguntó paternalmente mi suegro.
¿Yo? nada
Pero si se le nota a leguas ya no sale ni a la puerta, ya no se ríe, está como apagada, triste, preocupada, ¿qué tiene niña?
Por más que tratara de ocultarlo, ya no me sería posible. No aguanté más y rompí en un llanto profuso, incontrolable. Don Norberto me abrazó y yo apoyé la cabeza sobre su hombro y lloré y lloré. Claro, no le podía decir lo que había hecho, ni que Esteban me violó, ni que me había acostado con Spencer, mucho menos que lo vi coger con su esposa mientras esta estaba encadenada como una perra. Y tan solo logré musitar "Arturo, extraño a mi Arturo me siento sola".
Nor me trató de consolar, me dijo que me haría bien irme a la capital y pasar un tiempo con el, aunque fuera solo un fin de semana, y que ellos me cuidarían a mis nenes. La verdad, eso era algo que si necesitaba, estar al lado de mi esposo, amarlo y dejarme amar por el, como lo hacíamos antes.
Pues bien, la perspectiva de irme el siguiente fin de semana con el me alegró un poco más, pero de todas maneras aun estaba lejos de estar bien. Continué ayudando a mis suegros en lo que podía de la posada. Pues bien, la mañana del jueves, 3 días después de mi encuentro con Spencer, procedí a cambiar las sábanas y toallas de las habitaciones, como siempre hacía.
Pasaba cuarto por cuarto, ese día tampoco había mucha gente (era temporada baja) por lo que el trabajo tampoco era excesivo, y yo estaba distraída en mis pensamientos, por lo que no reparé cuando al abrir y entrar a una habitación me metí a la de Spencer.
Le dejé las cosas como era de esperarse, pero cuando volteé, allí estaba el, pasado detrás de mi.
¡Volviste! me dijo, y yo me quedé estúpida.
¡No!, ¡solo le vine a dejar sábanas y toallas nuevas! pero el no se detuvo a oír razones y, tomándome fuertemente de la cintura, acercó mi cuerpo a el y me estampó un fuerte beso.
Yo lo empujé y lo golpeé con todas mis fuerzas o sea que no le hice ni cosquillas pues siempre he sido medio debilucha. Spencer me arrinconó contra una pared, sin dejar de besarme, tomó mis brazos y los puso sobre mi cabeza, agarrándomelos de las muñecas con una sola de sus grandes manotas.
Con la otra, bajó tocando mi cuerpo y la metió debajo de mi falda, empezando a levantarla hasta llegar a mi calzón blanco. Hábilmente logró colar esa mano por debajo de la prenda y ponerse a acariciar mi indefenso sexo. ¡Qué sensación! Nuevamente mi cuerpo empezó a reaccionar por su cuenta y yo perdí el control de este, y antes de darme cuenta, yo estaba aferrada a sus labios correspondiéndole el beso.
Aprovechó mi estado pegándose más a mi, poniéndose a restregar su gran paquete contra mi conejito, que a cada minuto palpitaba con más fuerza. Liberó mi boca y se puso a lamerme el cuello, yo abrí los ojos y vi hacia la puerta, aun estaba abierta. Miren, a pesar de lo caliente que me había puesto y de desear eso tanto como el, aun podía pensar con cierta claridad, aun quería escaparme y terminar con eso de una buena vez.
Spencer Spencer ha, ha, ha mmmmm Spencer, la puerta la puerta
¿Qué?
La puerta está abierta y y y apenas si podía hablar un poco nos pueden ver
Que nos vean
¡No!, eso no, ¡por favor! supliqué, así que el se separó de mi y caminó hasta la puerta y la cerró, aproveché que me soltara para arreglarme el calzón y el vestido Yo solo venía a dejarle toallas y jabón ya me voy
Momento, me dijo parándose en mi camino - ¿entonces por qué me besó?
¡Yo no lo besé! ¡Usted lo hizo!
Al principio no, pero luego era usted la que no soltaba mi boca y mi lengua Lucía, le gustó que me la cogiera y quiere que me la siga cogiendo, es solo que no lo acepta
¡Yo soy casada y tengo hijos!
Eso no la detuvo el domingo me tuve que callar, no podía contra ese argumento.
Mire mire Spencer, esto no puede ser, yo amo a mi marido y usted solo quiere un poco de diversión y nada más
¿Y usted no?
No, yo lo quiero a el y a mi matrimonio y no lo quiero destruir por andar de caliente.
Bueno, bueno, no la voy a obligar tampoco, usted es la señora más hermosa que he visto, pero le respeto eso. Claro, no voy a desistir, no estoy acostumbrado a ser rechazado y, quien sabe, tal vez en el futuro usted y yo nos podamos divertir otra vez. dijo eso poniéndose de pié y rodeándome por la cintura.
Spencer suélteme por favor le dije casi sin fuerza.
Entonces deme una última noche, la última, después de esa usted verá qué hace, si seguimos o si paramos vamos, no me lo puede negar.
Volvió a besarme, encontrando mi boca con mucha facilidad, pues yo ya no tenía fuerzas para negármele, nuevamente había perdido el control de mi misma. Pero en un último destello de dignidad y fidelidad, alcancé a decir "bien, acepto" ¡qué mierda conmigo!
Pero bueno, si no le decía eso de todas maneras iba a terminar metida bajo las sábanas con el. Así que, una última vez, solo una última vez, ¿qué más me podía pasar?
Quedamos para el viernes, al día siguiente, pues mis suegros iban a salir a una cena en no sé donde. Casi todos los viernes tenían cena y no regresaban sino hasta ya bien entrada la noche, eran un par de viejitos parranderos. Esa noche, como iba a ser la última, me esforcé en ponerme muy linda pero hasta yo me sorprendí de la forma tan esmerada como me arreglé, como si se tratase de mi marido.
Me puse uno de mis vestidos más sexys, un rojo pasión que se ceñía a mi silueta como una segunda piel, resaltando la turgencia de mis caderas y glúteos y la perfección de mis piernas, pues no era muy largo. Me maquillé, peiné y perfumé, zapatos blancos destapados, cabello recogido, y estuve lista para salir a mi cita, tan solo me cercioré que mis niños estuvieran bien.
Salí de mi habitación como a las 8 p.m. cuando los pocos huéspedes dormían, ya dije que era temporada de turismo bajo. Mientras avanzaba no podía dejar de preguntarme "¿qué estoy haciendo?". ¡Por Dios santo!, era una mujer casada, felizmente casada con un hombre que me amaba y adoraba, con un par de niños preciosos y una vida que, hasta ese momento, había sido muy feliz ¡y ahora me dirigía hacia la habitación de otro hombre con la idea de pasar la noche con el!
Esa noche se respiraba una extraña calma, el aire me parecía liviano y el cielo estrellado como si me mirara, me sentía observada. Subí las escaleras como una autómata y toqué a su puerta. Spencer me abrió y yo entré, el ambiente estaba en penumbra, tan solo alumbrado por el débil destello de algunas velas colocadas por allí. La cama estaba destendida, lista para ser usada por 2 cuerpos tibios y húmedos, en busca de guerra. Ya no había vuelta atrás, ya todo era inevitable. Mi vulva palpitaba como nunca antes, mojándose sola, mis piernas me temblaban y, aunque hubiese querido, me habría sido imposible articular palabra coherente. Y lo único que me consolaba era la idea de que aquello sería la última vez, luego, volvería a ser la mujer amante y fiel de mi marido.
Nos acercamos sin decirnos nada y nos saludamos con un apasionado beso con lengua. Spencer me tomó por la nuca acercando aún más su rostro al suyo, yo le di libertad para hacer conmigo lo que quisiera. Nos separamos un momento, el me condujo, en silencio y de la mano, hacia la cama.
Me apoyó contra la pared apenas estuvimos al lado del lecho y me manoseó por todos lados, palpando principalmente sobre las voluptuosas formas de mi trasero, ahora destacadas por un vestido muy femenino y ajustado. Al muchacho le duró poco el asombro de verme así por primera vez, metió las manos bajo su vestido separándome las piernas y acariciando el contorno de mi ropa interior, normal, nada de lencería sexy, yo no acostumbraba a usarla y no tenía.
Pasó su lengua por mi cuello varias veces, despacio, dibujando figurillas, y yo me derretía como un helado antes un nuevo lengüetazo. Soltó los tirantes de mi vestido, de elegante pero discreto escote recto, y recibió mis no muy grandes, pero nada despreciables, tetas en las manos, no me había puesto sostén pues el tipo de vestido así lo pedía. Las miró algo aturdido por un momento, tomó un pezón entré sus labios y luego el otro, sin prisa y con suavidad, probando mi acaramelado sabor a diosa maya, a hembra de verdad.
Yo temblaba con cada nueva caricia, Spencer me hacía descubrir nuevas sensaciones. En mi memoria se sucedían una tras otra imágenes de mi feliz vidas, de mi amado esposo tocándome con ojos llenos de amor y de ternura, tan solo con las yemas de los dedos, como un niño temeroso de romper su más apreciado tesoro. Me recordaba yo también, siendo violada por Esteban, observando excitadísima a mis suegros tener sexo y luego la primera vez que me entregué a Spencer, me recordaba sucia, tan solo abriendo las piernas y que otro hiciera conmigo lo que se le diera la gana.
Las manos del muchacho bajaron el zipper de mi vestido, acariciándome la espalda al mismo tiempo que me besaba lento, dulce, amoroso, ganoso. Me rodeó de la cintura y terminó de bajarme que quedó sobre el suelo. Yo sabía bien poco o nada sobre cómo desvestir a un hombre. Por lo general, eso lo hacía Arturo solito, mientras estaba ya sobre mi cuerpo entregado y desnudo, conmigo sin hacer mayor cosa.
Pero Spencer, comprendiéndome quizá, me tomó de las manos ayudándome a quitarle la poca ropa que traía encima. Después me soltó para que continuara sola, torpemente, pero terminé de desnudarlo. Y en un loco arrebato de lujuria de mi parte, mis labios se pegaron a su pecho duro, musculoso, lampiño, separándome de inmediato llena de vergüenza, esa no era yo.
¿Lucía?
Perdón, es que ¡esto es nuevo para mi, jamás pensé en encontrarme contigo voluntariamente así
¿Y te arrepientes? me quedé parada un momento, viéndolo a sus hermosos ojos azules, sin saber qué responder.
No terminé diciéndole, experimentando como una especie de liberación, aunque en el fondo sabía que más tarde, esa respuesta me dolería más que lo que estaba a punto de hacer.
Lentamente me fue llevando a la cama, en donde me depositó boca arriba y terminó de desnudarme, sacándome la última prenda que me quedaba. Me dio un largo beso, que inició en mis labios, bajó por su barbilla y cuello, continuó por entre mis senos, entreteniéndose en ellos un rato, para luego seguir por mi abdomen plano hasta terminar en mi sexo al rojo vivo.
Nada me había hecho estremecer tanto en la vida, temblé entera cuando Spencer comenzó a besar suavemente era área oculta y restringida, solo con sus labios mientras yo me derretía más aun. Instintivamente trataba de cerrar las piernas en torno a esa cabeza rubia, que con paciencia me abría por los muslos para hacerse espacio y saborearme mejor.
De los besos, Spencer pasó a las lamidas largas e intensas, sentir su lengua como hurgaba cada recoveco de los pliegues de mi intimidad me estaba elevando rápidamente. Sus labios tomaron mi clítoris de María y lo atacaron sin piedad, presionándolo, jalándolo, lamiéndolo, estrujándolo, hasta mordisqueándolo con delicadeza. A esas alturas yo ya estaba más que fuera de control, ni me había dado cuanta de cuando había empezado a gemir.
Spencer me condujo hasta donde quería, ese punto en donde un poco más de estímulo provoca reacciones enormes. Verme en ese estado lo debió excitar aún más. Se incorporó, arrodillándose en medio de mis piernas abiertas, erguido. Su verga parecía un fusil, tiesa, con líquidos lubricantes en la punta, mirando al techo.
Se tendió sobre mi, dispuesto a penetrarme inmediatamente. Lo hizo lentamente, disfrutando cada sensación que mi conducto vaginal provocaba en su sensible glande. Estaba hirviendo y el lo sintió, mi abundante humedad le hablaban de una calentura más allá de todo lo que conocía e hizo que su miembro, tan largo y grueso, entrara fácilmente hasta el fondo. El muchacho comenzó un lento movimiento de embolo, meneando las caderas en forma circular y rodeándome completa con sus fuertes brazos, haciéndome sentir atrapada y sin posibilidad de escape, ¡vaya que si esa sensación calienta! Desde ese momento, fuimos uno solo el resto de la noche.
Poco a poco, las velocidad y fuerza de sus embestidas fueron aumentando hasta hacerme sentir como si me bombardeara con una bazuca, así de intenso llegó a ser. Su larga vara se enterraba tan profundo en mi ser que sentía como si me llegara hasta el útero. ¡Era delicioso!, todo su peso oprimiéndome, privándome suavemente de aire pero sin llegar a asfixiarme y esa verga deliciosa haciéndome pedazos, literalmente haciéndome pedazos.
Ni me di cuenta de cuando dejé de gemir y empecé a aullar, como una auténtica perra. Pocos minutos pasaron antes que me revolcara como una lombriz en el asfalto, víctima de un orgasmo que me dejó casi inconsciente, más muerta que viva. Me había entregado como no lo había hecho a hombre alguno en mi vida, en cuerpo, alma y mente. Ni aun con Arturo lo había podido hacer claro, eso me mataría lentamente después.
El se salió de mi y se quedó acostado a mi lado, viéndome respirar trabajosamente, cubierta de sudor, desnuda y con las piernas abiertas. Por primera vez en la noche habló, para expresar un pensamiento profundo:
Quiero darte por el culo ¡puta madre, qué manera de romper con la magia!
No no eso no le dije sin fuerza, tratando de reaccionar, lo cierto es que aun no regresaba de mi trance.
Lo sentí levantarse y entró en su cuarto de baño. De reojo logré ver que volvió con una botella de plástico, luego se sentó a mi lado. Me jaló de las caderas como una muñeca de trapo. Colocó algo duro sobre mi ano, hizo presión y luego noté como un líquido frío me entraba hasta el fondo.
No Spencer eso no ¿qué me hacés?
Te pongo un enema te quiero limpita
No por favor te lo suplico mis ruegos daban igual, pues igual no luchaba por salirme de allí, estaba tumbada, flácida, era como si mi cuerpo opinara independiente y distinto a los mandatos de mi cerebro.
Lucia, desde que te vi me volví loco por tu culo. Es tan grande, pero duro y firme a la vez. Redondo y bien parado, es imposible que no sobresalga de tus pantalones o faldas. Y tu, eres una mujer divina, preciosa, me encanta tu cara, cuello, pechos toda tu. esas palabras fueron más que suficiente como para quebrar mi, ya de pos si, débil resistencia. Ya esta, me dijo sacándome el frasquito de mi interior ahora quédate así un poco para que actué bien el enema.
Se quedó a mi lado, sobándome y estrujándome las nalgas, me tenía acostada boca abajo con las piernas cerradas. También se puso a acariciar mi espalda en círculos, con las palmas de las manos abiertas.
Avísame cuando tengas ganas de defecar
Ya tengo
Muchas
Si dije roja de la vergüenza, había empezado a llorar, sollozando suavemente, la resaca moral era tremenda pro aun así, seguía muy caliente y dispuesta a lo que fuera.
Vamos entonces al baño. me dijo Spencer.
Spencer prefiero ir yo sola si no te molesta le dije con mi voz más dulce, desamparada y sumisa.
Muy bien Lucía, te espero aquí
Calme mis sollozos, limpie mis lagrimas con el dorso de la mano y me levanté dificultosamente, me ardía mucho la vagina y aun no salía de las secuelas de mi devastador orgasmo. Casi no me dio tiempo de llegar al inodoro pues ya me hacía. Limpié mis intestinos sentada sobre la porcelana, trataba de reflexionar, ¿qué me estaba pasando?, ¿por qué acepté llegar a todo eso, por qué no me pude resistir? Fácilmente habría podido decir no acudir a la cita, o, por lo menos, no aceptar el sexo anal. De hecho aun estaba a tiempo para negarme, vestirme e irme de allí, todavía podía liberarme de ese hermoso dios griego y de sus pretensiones lujuriosas y sucias. Pero puesto que no hacía ninguna de esas cosas, parecía que no quería ser liberada.
Para ser sincera, la idea ser sodomizada salvajemente con esa tremenda verga que colgaba de en medio de las piernas de Spencer me asustaba mucho, mucho de verdad, pero también me llenaba de morbo y curiosidad. ¡Era como si el miedo y la sensación de ser usada como un objeto funcionaran como un poderoso afrodisíaco en mi! Quería sentir esa barra de carne gloriosa dentro de mi como nunca había sentido nada antes. Quería que me llenara el culo, el mi recto, que me lo rompiera. Tenia miedo, sabía que me iba a doler, y a pesar de eso y que en mi mente el sexo anal era solo de putas viciosas, lo deseaba desesperadamente.
Sabia que Spencer me degradaba... pero era eso lo que me calentaba como un horno.
Terminé y me limpié, caminé hasta el espejo y me vi en el. Ya no era la misma, ahora veía a una puta arrastrada, sedienta de perversión, degradación y decadencia. Me pellizque un poco las mejillas para sacar algo de color, me mordí un poquito los labios. Me decidí, ya no valía la pena detener nada, sería la puta que ofrecería el culo en sacrificio.
Abrí la puerta del baño y salí, bajé la mirada llorosa y triste, y le dije a mi macho:
¿Qué querés que haga?
Se puso de pié, duro y erecto, me besó con fuerza y pasión y me empujó hasta pegarme a la pared. Poniéndome de cara hacia ella, apoyó mis manos contra el frío muro y, doblándome un poco hacia delante por la cintura, me hizo sacar ese culazo que lo volvía loco.
Lucía, ¿de verdad quieres que te parta el culo?
-
Respóndeme Lucía, ¿lo querés?
Si le dije con vos débil y llena de vergüenza.
No te escuché
Si Spencer, si lo quiero
Dilo más fuerte Lucía.
Quiero que me rompás el culo
Más fuerte
Quiero que me rompás el culo Spencer
¡Más fuertes!
¡Rompeme el culo Spencer! ¡Tomalo, tomá mi cuerpo, hacé conmigo lo que querrás! empecé a sollozar y a llorar profusamente, la cara de mi amante cambió, de una excitación enfermiza, a una profunda lástima - Rompeme el culo Spencer, rompeme en dos, hazme pedazos, sangrar, lo que querrás de mi cuerpo... snif, snif, buaaaaaa
Como un profesional, se arrodilló y empezó a pasarme la lengua por mi ano, desde el borde posterior de mi vulva hasta el inicio de mis nalgotas. Ese muchacho era todo un artista, sabía muy bien lo que hacía y le gustaba.
Se paró y comenzó a pasar sus dedos entre mi sexo más que mojado. Luego llevaba sus dedos hacia mi ano y empujaba, luego de algunos intentos logró meterme un dedo y sacarme un largo suspiro. La sensación me asustó un poco y traté de levantarme.
Quieta, Lucía, quieta. me dijo como si se tratase de una yegua.
Poniendo una mano en mi nuca y sujetándome al mismo tiempo del pelo me mantuvo doblada mientras ese dedo violaba mi culo virgen. Con destreza lo metía y lo sacaba, giraba, retorcía dilataba.
¡Qué agujero más apretado!
Me va a doler mucho. dije yo a modo de súplica, llorando.
No, tu solo relájate de verdad que no te entiendo Lucía, estás llorando como si te estuviera violando, pero su vagina está empapadísima y muy caliente. Te gusta que te fuercen perra, te gusta sufrir
No le respondí, ¿qué le iba a decir? Poco después noté que ahora entraban dos dedos. Los sacaba y pasaba por mi vagina mojada, mas y más lubricante, y los volvía a meter. Sentí que colocó su miembro en posición y me penetró vaginalmente. La sensación mejoró mucho, su pene me cogía y me daba un tremendo placer, mientras sus dedos hurgaban entre mi, hasta ese momento, virgen culito.
Comencé a gemir, otra vez la temperatura de mi cuerpo subía y mi excitación con ella. Me soltó el pelo y llevó esa mano a mi ano, logró meterme los dos pulgares, metiéndolos y sacándolos, también estiraba y dilataba. Apareció dolor, pero pronto dejó lugar a una dulce sensación de bienestar.
Te estás emputeciendo perra, te estás enviciando Lucia, y eso te gusta, te encanta
Me sacó los dedos, separó mis nalgas, sacó su verga de mi vagina y la colocó sobre mi anillo anal. Me agarró del pelo, presionó sobre mi nuca y comenzó a presionar. Sentí cada centímetro de carne que me entró, lo sentí profundo, duro, inmisericordioso. Debo reconocer que esperaba mucho más dolor que el que sentí, pero de todas formas si me dolió bastante. Al final, sentí su vientre chocar con mis nalgas, ya estaba empalada completamente.
Se quedó inmóvil un rato, esperando a que mi anatomía se acostumbrara a ese invasor. Luego, despacio, empezó sus movimientos de mete y saca que me volvían loca. Pero ahora eran en mi culo, la sensación era distinta totalmente, me sentía llena, rebosante pero deliciosa y excitante.
Prepárate, porque ahora me voy a meter completo
¡Mi madre, vaya que si entró completo! Toda la paciencia que había tenido preparando mi culo se había acabado. Con su inmenso ariete abrió mi puerta de atrás y lo hundió hasta los huevos. Yo, la pared y hasta la habitación, se movían y estremecían con sus monstruosos golpes. Sentía mi culo desgarrarse, destruirse antes el paso sin clemencia de ese fierro ardiente. Mañana lo iba a tener en carne viva, pero que placer. Era el placer más enfermo que había sentido desde que Esteban me violó.
Spencer había perdido todo el control, chillaba como un poseso, me insultaba y vociferaba el tremendo placer que le estaba dando. Yo pensaba que me iba a morir allí mismo, pero no podía, y por más que otro demoledor orgasmo me sacudió, no caí inconsciente, seguía sintiendo como ese hombre me hacía pedazos, rebajándome a una condición inferior a la de un animal.
Mientras me sodomizaba me azotaba el trasero, otras veces estrujaba y pellizcaba mis pechos, casi me los quería arrancar; besaba mi nuca, la mordía, hundía violentamente sus dedos entre mi raja y atrapaba mi clítoris. Yo estaba hecha un desorden de emociones. Un intenso dolor por todos lados, pero con oleadas de placer que iban y venían, orgullo y humillación, placer y dolor.
Por fin Spencer gritó: ¡¡¡¡VOY A TERMINAAAAAAARRRRRRRRRR!!!!
La calentura que tuve desde el inicio había hecho que me olvidara de pedirle usar un condón. El se derramó dentro de mis intestinos, lo sentí como un chorro cálido, rico, agradable. Spencer se derrumbó a mis pies, cansadísimo, yo igual. Me sentía saciada, satisfecha, feliz me dejé caer a su lado y acaricié su cabello mientras besaba su cara.
Pero de pronto, reaccioné, ¡¿qué hice?! Cubierta de llanto me levanté y salí corriendo del cuarto, sin reparar en detalles como mi desnudez, el escozor que sentía en mi sexo, y el horrible dolor de mi ano. Solo quería salir corriendo y huir de allí, huir de mi vida, de mi suciedad y degradación. Y lo único que atiné a decir, casi ininteligiblemente, fue "Arturo, mi amor, ¿dónde estás?".
Continuará
Garganta de Cuero ( garganta_de_cuero@latinmail.com ).