De esposa ejemplar a ramera empedernida (01)

He aquí la historia de mi hermana, de como pasó de ser una amante y ejemplar esposa, a una ramera viciosa y empedernida.

De Esposa Ejemplar a Ramera Empedernida I

La Violación

Bueno amigos, primero que nada debo presentarme. Mi nombre es Lucía Ovalle de Martínez, ama de casa guatemalteca, la ramera sometida y dominada más sucia que puedan encontrar. Me encanta ser vejada y hasta torturada, me he convertido en una adicta a la verga y el semen de mis amos. No lo puedo evitar, ya es muy tarde para dejar eso, para dar la vuelta y regresar.

Pero no siempre fui así

Antes de seguir, quiero detenerme un momento para agradecerle a mi hermana Laura, Garganta de Cuero, por cederme su espacio en esta web, y así poder contarles mi historia. Creo yo que ya saben como fue que ambas nos enteramos que éramos un par de pervertidas (nosotras y nuestros maridos). Si no, los invito a leer sus relatos titulados "Amor de Hermanas".

Pues bien, verán, mis hermanas y yo fuimos educadas para tener a un hombre a nuestro lado, obedecerlo y seguirlo hasta el fin del mundo si fuera necesario. Mi papá se empeñó en darnos esa educación tan rígida, conservadora y machista. Mi hermana Laura y yo tuvimos la suerte de toparnos con hombres buenos que nos amarían y nos cuidarían hasta la muerte, que no se aprovecharían de nosotras.

En mi caso ese hombre era Arturo, el auténtico gran amor de mi vida. Sin el me sentía sola, como castrada, como sin nada más que hacer… inútil y sin valor. Y una mujer con un autoestima así, esa presa muy fácil

Yo solía ser muy inocente y confiada, acomodada en una rutina repetitiva que, lejos de aburrirme y molestarme, me hacía sentir segura y feliz. Mi esposo salía todas las mañanas a su trabajo, regresando por la tarde. A mis hijos, Arturito y Lucy, los iba a dejar al colegio y luego regresaba a hacer las labores del hogar, tener todo listo para cuando ellos regresaran. Cenar en familia y, por las noches, hacer el amor con mi marido. Ya saben, con las luces apagadas y debajo de las sábanas. Era tan inhibida que no dejaba a mi esposo tocar más allá de lo que yo consideraba pudoroso… o sea, no mucho. Y el siempre comprendió y respetó mi excesivo pudor, aun cuando llegaba más caliente.

Ustedes se imaginarán nuestras sesiones en la intimidad como aburridas y monótonas, pues algo así eran pero a mi me encantaban. Sentir el cuerpo grande y robusto, peludo como una oso, de mi marido sobre el mío, delgado y chiquito, me calentaban mucho. Además, el tenía una gran resistencia y estaba muy bien dotado. Pero a pesar de todo eso, yo casi no tenía orgasmos, era bastante frígida.

Pero esa vida sencilla y simple cambiaría drásticamente de la noche a la mañana

Todo empezó el día en que Arturo, perdió su trabajo, yo andaba por los 30. Su jefe, un imbécil, le dio su puesto al inútil irresponsable de su hijo, que solo llegó a hacer cagadales. A sus 38 años, y a pesar de su vasta experiencia y desempeño impecable, mi Arturo no lograba conseguir nada.

Pronto nos vimos contra las cuerdas y nos vimos obligados a pedirle ayuda a nuestras familias. Mi hermana Laura me pasó algo de dinero, a pesar de estar igual de mal que yo. Y deben saber, amigos míos, que en mi papá no podía contar, y ni con mis hermanos Juanca, Majitos y Dulce. En mi hogar nunca hubo unión, mi madre estaba diluida por completo en el férreo control que papá ejercía sobre su vida y las nuestras, y entre hermanos jamás nos llevamos bien.

Gracias a Dios mi familia política no nos dio la espalda, por lo que terminamos viviendo en Cobán con mis suegros. Arturo no quiso venirse, el se quedó a ver si aun podía conseguir algún trabajo… y lo consiguió. Pronto comenzamos a recibir dinero de su parte, parecía que las cosas iban a mejorar. Yo ignoraba de dónde salía ese dinero, pero me bastaba con saber que era fruto del trabajo duro de mi esposo, me sentí muy orgullosa de el.

Nosotros ya no regresamos ese año a la capital, los niños ya habían empezado a ir a un colegio de allá y preferimos con Arturo que terminaran el año escolar… era por su estabilidad más que todo, además el aun no tenía nada seguro según me dijo, prefería que esperáramos allá por el.

Empecé a sentirme sola, aburrida. Además pesaba mucho en mi conciencia no poder hacer nada para ayudar a mi amado esposo. Pero ¿qué iba a hacer yo? Saben, no tengo título de nada, me casé a los 20 con el por salirme de mi casa (además del gran amor que sentía por el) y no pude terminar mi carrera. Y como nunca en mi vida había trabajado, pues mis opciones eran muy pocas. Pero el destino dio un vuelco terrible poco después

Ese día un hombre me abordo en el parque, un maduro bastante guapo, alto, pelo entrecano y muy elegante, además de tener un físico bastante atractivo. Era un conversador hábil, rápidamente supo cómo sacarme plática e inspirarme confianza. Le conté de mis penas y de mi necesidad de hallar un buen trabajo. Y el me dijo justo lo que yo quería oír: yo le puedo conseguir uno sencillo y bien pagado.

Se llamaba Esteban

Me citó a una casa, me dijo que adentro funcionaba una oficina en que solicitaban personal nuevo. Yo fui allí, me metí en la boca del lobo feliz y esperanzada por mi nuevo trabajo, vestida muy elegante. ¡Mierda!, yo era tan inocente que no vi nada de malo en eso… ese día perdí mi inocencia para siempre.

Llegué y lo saludé, olía a Polo y su boca emanaba un dulce olor a menta. De entrada, ese hombre, que se llamaba Martín, me dijo a quemarropa que me iba a dar una buena cantidad de dinero a cambio de ser su puta.

¡Cómo se atreve!

Tu sos la que necesita el trabajo mujer… y yo tengo uno bien pagado.

¡Yo no soy una puta, maldito imbécil! ¡Vaya a ofrecerle dinero a su madre! – gran error, un hombre como el nunca iba a permitir que una mujer lo insultara de esa manera.

¡A mi no me vas a insultar de esa manera, perra! – me volteó la cara de una violenta bofetada que me hizo caer; me asusté mucho, nunca nadie me había golpeado antes – Te voy a enseñar lo que es ser una buena mujer, perra pedazo de mierda

Me agarró del pelo y me puso de pié, me arrinconó contra una pared y me plantó un beso violento. Yo estaba aterrada, pensaba que ya no tenía salvación, pero de pronto el se separó de mi, me tiró sobre un sillón y fue por su billetera.

Mujer, vos solo sos una perra sucia y caliente, todas son iguales, lo único que necesitan es quien las dome. Tomá, – me dijo extendiendo un fajo de billetes – esto te lo vas a ganar hoy, te voy a demostrar lo ramera que sos, que, por más que peleés, al final vas a terminar rogándome que te coja como a un gusano inmundo.

Esteban me tomó de las muñecas y me esposó a la espalda, luego me colocó una bola de hule en la boca, amarrándola por detrás de mi cabeza para ahogar mis gritos. Me llevó hasta su habitación y me tiró sobre su cama. Yo llevaba un traje de falda y saco amarillos, con una blusa corinta debajo. Zapatos de tacón no muy alto, blancos, un collar y el pelo recogido en una cola. Además medias.

Me bajó y sacó la falda y rasgó mis medias, luego desabrochó los botones de mi blusa y brasier, dejando mis senos expuestos. Salió de la habitación un momento y regresó con una vara metálica, con anillas colocadas más o menos a una distancia de 5 cm cada una. Me puso unas pulseras de cuero en los tobillos con una argolla incorporada y las aseguró a las anillas de la vara, una en cada extremo. De esa manera no podía cerrar las piernas por más que quisiera.

Yo trataba de suplicarle, llorando a mares, que no lo hiciera, que por favor tuviera piedad de mi. Pero el hizo oídos sordos a mis gemidos, a mis lamentos, que, de hecho, lo excitaban más. Salió de la habitación otra vez y regresó con una caja. Sacó de ella diversos aparatos, vibradores y penes de gran tamaño que me hicieron temblar. También ganchos y otros artilugios que no conocía. Sin decir ni una palabra, me colocó en los pezones 2 ganchos de madera que me dolieron mucho. Chillé y chillé pero el solo se divertía con eso.

Empezó a restregar mis labios vaginales con un dedo, despacio al principio, pero rápidamente aumentó la velocidad hasta ser un vigoroso frote. Yo me revolvía sobre la cama, desesperada, aterrada. Se ensalivó un dedo y lo empezó a tratar de meter entre mi ano, y para evitar que pudiera moverme más, se subió sobre la cama y se arrodilló encima de la barra.

Con su mano izquierda se puso a manosear mis senos, mientras metía 2 dedos de su manos derecha por mi vagina y el pulgar en mi ano, moviéndolos en forma de tenazas. Sentía como entraba más profundamente cada vez, como mis delicados pliegues íntimos iban dando más de si cada vez.

Muy avergonzada descubrí que poco a poco mi vagina se iba humedeciendo, lo justifiqué diciendo que era por el miedo, mi cuerpo quería que la cosa saliera un poco más fácil. Pero a la vez que aumentaba la humedad de mi intimidad y el sudor comenzaba a cubrir mi cuerpo, mi temperatura subía también y las caricias intrusas iban pareciéndome una poco más placenteras cada vez. No entendía cómo podía ser eso posible, ¡me estaba violando, VIOLANDO!

¡Ya vi que te gustó, perra! ¿Ya vez?, ¡solo tenías que acostumbrarte! – me dijo entre risas.

Pronto mis gemidos ya no eran de terror, ahora este se combinaba con un creciente placer, que aumentó sin que yo lo pudiera detener hasta hacerme estallar en un fuertísimo orgasmo, como nunca había tenido uno.

¡¡¡MMMGGGGMMMMFFMFMMM!!!… ¡¡¡MMMGGGGMMMMFFMFMMM!!!… – gemía sin poder controlarme - ¡¡¡¡¡MMMMMMMMMGGGGGGMMRMRRRRRFFFFFFFFFF!!!! – dije al explotar, con ese grito ahogado por la bola de hule en mi boca.

Me convulsioné en la cama, hasta que los fuertes espasmos dejaron de recorrerme, quedé tendida inerte, ya no recordaba nada, nada más venía a mi mente, nada, estaba en blanco, muy relajada. Y una extraña sensación de bienestar se posó sobre mi, pro primera vez en mucho tiempo me sentía feliz y la tensión por la falta de dinero y de mi esposo desaparecía.

Sin embargo abrí los ojos nuevamente y volví en mi, Esteban me veía con cara lujuriosa y ojos sucios, yo me asusté de nuevo.

¿Ya vez perra?, ¿ya vez? ¡Lo gozaste cabrona, lo gozaste! ¡Puta madre, muy pocas veces he visto putas como voz!

Salió de la habitación, regresando después con una cámara fotográfica, me tomó muchas fotos mientras trataba por todos los medios de esconder mi rostro. No siempre pude, el me agarraba del pelo y me obligaba a estar de frente a la lente. Tomó mis senos mientras me los agarraba, pellizcaba o acariciaba, y a mi vulva siendo penetrada o restregada por sus dedos. Aquellas caricias acabaron por calentarme nuevamente, me mojé otra vez y el lo dejó registrado en la cámara.

¡Vean a esta perra! ¡La estoy violando y se calienta!, miren como está de mojada.

Volvió a salir, esta vez regresó con una cámara de video y un trípode, los cuales colocó a un lado de la cama. Con la cámara encendida y filmando se despojó de su ropa, Esteban era un hombre maduro de unos cincuenta y tantos años, canoso y moreno, alto y corpulento, se notaba que había sido bastante fornido de joven. Al bajarse el calzoncillo dejó al aire una verga muy gruesa, aunque no demasiado larga.

Si te gustó lo de antes, ahorita vas a gozar como una perra de verdad… – me dijo y se trepó encima de mi cuerpo.

Esa vez si entré en pánico, tan solo había sido de mi marido y de nadie más, nunca antes otro hombre me había tocado, y menos un viejo asqueroso como el. Es gracioso recordar a estas alturas que en realidad lo que más temía en ese momento no era la violación en si, sino el hecho de estar con otro hombre que no era Arturo, yo quería guardarme solamente para el. Y me parece gracioso, pues ahora soy más que una gran ramera.

Pero mejor no me adelanto a los acontecimientos

Esteban colocó su falo gordo y venoso en la entrada de mi vagina, restregó un poco su gran cabeza de hongo antes de atacar, para lubricarme un poco más y calentarme. Por desgracia logró su objetivo, lo hizo más o menos como minuto y medio, y para el momento antes de la embestida final ya me tenía revolcándome como un gusano sobre el colchón de la cama, ardiendo en las dulces fiebres de la excitación. No lo pude entender, y aun ahora me cuesta, pero esa extraña mezcla entre esa arrebatadora calentura y la profunda vergüenza que por primera vez sentí ese día, es lo que actualmente me sigue volviendo loca, y hace de mi perfecta para cualquier sesión de dominación y humillación.

Por fin empujó su paloma tiesa por el estrecho conducto de mis entrañas, abriéndose paso con violencia y forzando las delicadas paredes. Grité, grité a pesar de tener esa bola entre las mandíbulas, me dolió horrores… pero me dio un gran placer a la vez.

Sentí como sus testículos toparon con mis nalgas, Esteban se detuvo un poco. Se quedó pensando un poco, una idea se le cruzaba en la mente. Súbitamente me la sacó aliviándome mucho, pero eso no duraría mucho tiempo. Lo hizo solo para darme la vuelta y dejarme boca abajo.

¡Qué culo más bueno tenés perra! – me dijo, de verdad que tengo un culo muy bueno, es grandes, duro y bien paradito – Lo vas a mantener paradito o te va a ir muy mal.

Metiendo su mano bajo mis caderas y jalándome de las esposas con la otra, me puso el culo en pompa. Para evitar que lo bajara, enredó los dedos de una mano entre mis largos cabellos negros y con la otra posicionó su grueso hongo en la entrada de mis entrañas, nuevamente.

Empujó sin compasión y se enterró hasta el fondo, yo traté de empujar y estirarme para separarme de el, pero solo conseguí un terrible dolor en el cuero cabelludo, el me tenía agarrada del pelo con tanta fuerza que me fue imposible separarme de su miembro, que se abrió paso casi lacerándome. Luego se quedó quito un momento, susurrándome al oído lo puta que era yo.

¿Ya vez Lucía, ya vez? Tenés la pusa mojadísima y muy caliente, lo estás gozando perra, ¡casi me lo estás suplicando!

Empezó entonces un salvaje mete y saca, sus caderas se estrellaban con mucha fuerza y gran velocidad contra mis nalgotas, enterrándome hasta el fondo toda su virilidad. Me la sacaba despacio, y luego la metía como una ráfaga, arrancándome gemidos casi inhumanos. Yo lloraba y lloraba, las lágrimas rodaban por mis mejillas y el sudor por mi frente y el resto de mi cuerpo… y en mi vagina grandes cantidades de fluidos íntimos. No me lo explico, pero apenas algunos minutos después de empezar a violarme, me sentía en otro mundo, el placer amenazaba con terminar de romper mi débil y frágil defensa… y así lo hizo. Volví a reventar en un potentísimo orgasmo que me dejó sin aliento y casi sin sentido, quedando colgada de los cabellos como una mucha de trapo en manos de su titiritero.

No sabría decir durante cuánto tiempo continuó cogiéndome, solo sé que se dio gusto con mi cuerpo. Al final, el también llegó a su orgasmo. Me clavó con mayor fuerza y salvajismo hasta que soltó sus calientes y abundantes chorros de esperma, inundándome las entrañas hasta el último rincón.

Se quedó encima de mi, jadeando, sudando. Se puso de pié y se vistió, luego me liberó, y me quedé sentada contemplando la pared, pálida, fría, confundida. Aun tenía puesto el saco de mi traje y mi blusa, ambos abiertos al frente. Mi brasier colgaba sobre mi vientre y mis bragas yacían deshechas en el suelo, a la par de mi falda.

Perra, – me dijo Esteban – toma tu dinero y andate a la mierda… pero te lo advierto, nos volveremos a ver

Tomé el dinero, me puse la falda y me cerré el saco. Salí a la calle, ya caía la tarde y hacía frío… o por lo menos yo tenía mucho. Aun sentía las gotas de semen escurriendo entre mis piernas. Vi el dinero, era un billete de 100… ¡un puto billete de 100!, eso era lo único que yo valía, tan solo 10 miserables y putos quetzales, solamente eso

Continuará

Garganta de Cuero

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