De esposa ejemplar a perra sumisa (10)

Con un nudo en la garganta, Elisa me informa que nuevamente el Sr. Davidson me cita para una nueva evaluación. Esta vez podrá comprobar el avanzado estado de perversión que tengo ya, llevándome a los límites de mi depravación y calentura.

Capítulo X

Tras casi un mes en manos de Elisa, acabé disfrutando intensamente de las cosas más sucias y acostumbrada a ser tomada de las formas más violentas y depravadas. Cualquier cosa me excitaba y yo ya no era capaz de controlar la humedad de mi sexo, mi cuerpo me traicionaba constantemente y hasta necesitaba masturbarme varias veces al día para estar tranquila. No diré lo mucho que me costaba continuar el teatro frente a mi esposo, tenía que esforzarme verdaderamente para que no sospechara nada. Y digo esforzarme de veras, porque hasta me costaba pensar con claridad en los momentos de calentura.

Y con ella, las mañanas a su lado se repetían cada vez más a menudo, se nos hizo costumbre tenerla en mi casa, manoseándonos y lamiéndonos en todos lados y a toda hora, cada una actuando con la otra lo más caliente y puta que pudiera. Sin embargo, eso se acabaría un jueves en que la vi muy seria, parca, triste, tenía un anuncio qué darme

El Amo me llamó Pame, – me dijo, se me hizo un nudo en la garganta – quiero evaluarte mañana en la mañana. – guardamos silencio, las 2 sabíamos lo que eso significaba pero no lo queríamos admitir.

Bueno… – dije, tratando de romper el silencio – no te preocupés, te prometo que te haré quedar bien con él

¡Eso es lo que menos me importa Pamela y lo sabés bien! – me espetó, estaba a punto de llorar – No… no es esa la mierda

¿Entonces?

¡No te hagás la inocente conmigo, sabés lo que va a pasar!

¡Pero talvez nos deje vernos, talvez si le hablamos nos deje estar juntas, las 2 a su servicio pero juntas!

No entendés Pame… no entendés… – empezó a llorar sin sollozar, yo también estaba a punto – no somos más que perras, perras de su propiedad… 2 asquerosos pedazos de carne con los que él puede hacer lo que putas quiera. No tenemos derecho a pedir nada, nada… solo podemos aceptar su voluntad

Pero Elisa

¡Nada perra, nada! – me estremecí, no me había vuelto a llamar perra desde la primera vez que nos acostamos – Desde hoy tu camino y el mío se separan a menos que el Amo quiera otra cosa… – se me acercó, me tomó de las manos y me besó suavemente en los labios – gracias, – de nuevo su voz y su tono conmigo volvían a ser lo de antes – estar contigo me hizo recordar lo que fui una vez, me hizo recordar que no siempre fui esta mierda que soy ahora. Pero también me mata, me había prometido no involucrarme con nadie, nunca más, pero no lo pude evitar contigo… mi amor… ojalá… ojalá… – no pudo terminar, el llanto era ya incontrolable, al igual que el mío, me besó de nuevo, se dio la vuelta y se fue, dejándome sola y hecha pedazos.

Nadie vino por mi al día siguiente, ella me mandó un mensaje por cel en donde me daba la dirección a dónde me pasarían a traer. Me presenté puntualmente, nerviosa y devastada, pero muy caliente, mucho muy caliente. Una enorme Suburban se detuvo frente a mi y subía a ella, adelante venían el chofer, Elisa y la otra secretario, Elisa no me volteó a ver en todo el camino. Atrás venían Marvin y el Señor Davidson, vestido con un elegante pantalón caqui, zapatos cafés claro, camisa crema y sacó del mismo color del pantalón.

Buenos días Pamela, ¿cómo está?

¡Amo! – exclamé y no pude decir nada más, mis ojos se perdieron entre su oscura piel.

La señorita Godínez me ha hablado muy bien de tu progreso… aunque a mi me parece lógico, alguien como tu ya estaba predispuesta a esta vida.

No me dijo nada el resto del camino, estaba abrumada por, por… por todo. El Amo, James Davidson, aparecía frente a mi imponente y poderoso, incluso más que el día en que lo conocí, más guapo, con una piel aun más oscura, con su elegante cabello, corto casi a ras del cráneo y su pequeña barba en el mentón. Tenía unos 45 años, medía 1.90 y tenía un cuerpo fuerte y bien cuidado, con una musculatura de gimnasio muy desarrollada y marcada. Poseía una descomunal verga de 25 gruesos y duros cm. e iba completamente depilado.

No me dijo nada en todo el camino, yo tampoco me atreví a hablar, iba nerviosa, entre la excitación que me provocaba su sola presencia y entre estar pendiente de Elisa. Sin embargo tampoco estaba sin hacer nada, él no dejaba de tocarme las piernas, primero sobre las rodillas, pero poco a poco iba subiendo hasta acariciar sin ningún pudor mis muslos. Incluso llegó a rozarme la tanga, yo ya estaba ardiendo, sentía claramente como mi sexo se llenaba de líquidos rápidamente, no lo quería admitir, pero sentía una urgencia anormal por estar en sus brazos y dejarme coger como a él se le diera la gana, cada vez estaba más desesperada.

Llegamos, subimos por el elevador, entramos a su departamento y se me fue encima, me tomó de la cintura con firmeza y me atrajo hacia su cuerpo, estampándome un beso profundo y mojado, me empujó al interior hasta dejarme caer sobre un sillón con brusquedad. Fue bastante rudo, pero yo estaba tan caliente que no me importó, es más, me calentó más todavía, tanto que me lancé al suelo olvidándome de Elisa y, muy aprisa y casi con desesperación, le saqué la paloma del pantalón, ese descomunal y grueso falo de 25 cm.

¡Pamela! – me dijo fingiendo sorpresa.

¡Estoy ardiendo Amo! ¡¡ VOY SER SU MARRANA SU PUTA, SU PERRA ASQUEROSA!! – le dije y di la primer lametada a su enhiesto pene.

Si, definitivamente el adiestramiento de Elisa logró sus objetivos, perdí el control enloquecida y de forma irremediable. Nunca me había reducido tanto yo sola, pero eso hizo que la lujuria se me subiera a la cabeza más todavía y se apoderara de mi ser. Por ello no protesté cuando me tomó con fuerza de la nuca y enterró su enorme pene cuanto pudo entre mi garganta. Mis ojos se crisparon ante esa gran invasión y se llenaron de lágrimas, sentí arcadas y empecé a toser. Él no me soltó sino hasta al cabo de un minuto, se alejó un poquito y se me quedó viendo, arrodillada y tosiendo fuerte, la mirada perdida y la ropa descolocada… pero inconmensurablemente caliente.

¡¡¡CÓJAEME AMO!!! – le dije con cara viciosa, poniéndome de pié y quitándome la ropa – ¡¡¡VIÓLEME COMO LA PUTA MARRANA QUE SOY!!! ¡¡¡GRÍTEMELO Y ESCÚPAMELO EN LA CARA!!! ¡¡¡¡MARRANA, PERRA, PUTA!!!!… ¡¡¡¡NO SOY MÁS QUE UNA PUTAAAAAA!!!!

Me puse de verdad mal, en un estado de excitación y depravación que jamás había sentido. Él avanzó hasta ponerse frente a mi, me tomó de la cintura con violencia y me besó furiosamente. Me tomó del pelo y me jaloneó hasta echarme la cabeza hacia atrás.

¡¡¡SIIII, ASÍIIIIHHHHHHH!!! – exclamé extasiada.

¡¿QUÉ ES USTED?! – me preguntó.

¡¡¡UNA PERRA, UNA PERRA PARA QUE MI MACHO PUEDA USAR A SU ANTOJO!!!

¡¡¡UNA PERRA!!! ¡¿Y LA MUJER DECENTE QUE ERA?!

¡Ya no existe!

¡¡¡ENTONCES LA VOY A TENER QUE CASTIGAR!!!

Me dio una fuerte nalgada que me sacó un gemido y me hizo cerrar los ojos. Me colgué de su cuello, tratando de subirme sobre él, moviendo mis caderas para intentar meterme su pene tieso dentro de mi sexo mojado. Él siguió jaloneando mi larga cabellera negra y azotando mis morenas, suaves, pero duras y firmes nalgas, mientras mis tetas rozaban su pecho depilado, ya se había quitado la camisa. Pegaba un grito a cada nuevo azote, contraía todo mi cuerpo, gesticulaba con una mueca entre sonrisa de placer y dolor de maltrato. Igual disfruté de ese trato duro y eso lo excitó aun más.

¿Ahora qué quiere que le haga perra? – me preguntó, apartándome bruscamente.

Lo que usted quiera… lo que usted quiera

¿Y si quisiera lastimarla?

Lastímeme todo lo que quiera… hoy no soy más que su perra… haga conmigo lo que se de la gana amo… – perdí el poco control que me quedaba cuando, de un violento empujón, me tiró en el sillón – ¡¡¡Hágame y pídame lo que quiera, soy toda suya, soy su perra, su puta, suya y solo suya!!!

Sin perder más tiempo, separó con brusquedad mis largas y torneadas piernas, descubriendo mi sexo oloroso a hembra caliente, cubierto por el frente de una abundante y cuidada pelusa oscura, brillante de excitación. Empezó a meterme los dedos de una forma muy obscena, los ojos se me cerraban, mi respiración se aceleró, esa vejación me daba un indescriptible gozo.

Párese y hágame una paja perra. – me ordenó y me puse a pajearlo, frotándole todo su palo con ambas manos – Ahora métaselo en la boca. – obedecí y empecé a hacerle una gran mamada, lamiéndoselo por todo lo largo, chupándole el glande como un helado – Alto… – me ordenó, pero yo estaba fuera de mi y seguí mamándosela – alto dije… ¡alto! – y me dio una bofetada muy fuerte, que lejos de molestarme me gustó mucho, el brillo en mis ojos se lo confirmaba – ¡Yo soy el que manda, el que dice que se hace y que no! ¿Entendido Pamela?

Si amo… amo… perdóneme, merezco un castigo

¡¡Y SE LO VOY A DAR PERRA DE MIERDA!!

Me levantó violentamente del pelo, se sentó en el sillón y me tiró sobre sus piernas boca abajo. Enredó mi larga cabellera entre sus dedos y me sujetó las muñecas sobre mi espalda con la misma mano, de manera que mi cabeza quedaba levantada y echada hacia atrás, y si la hacía hacia delante, mis muñecas también, lo que me producía dolor. Empezó a azotarme fuerte, duro, mis glúteos se estremecían cada vez que la palma de su mano se estrellaba sobre estos. Mi suave piel morena empezaba a teñirse de un intenso rojo cada vez más, y con su otra mano manejaba mis brazos y cabeza a su gusto, torturándome también allí.

Siguió nalgueándome por un rato, luego se ocupó en hurgar dentro de mi intimidad. Primero 1, luego 2 y hasta 3 dedos se alojaron dentro de mi enrojecido sexo, bajo mis redondas, rojas y maltratadas nalgas. Mis labios menores cerraban mi dulce vulva como si fuese virgen, pero ante el avance de sus dedos se abrieron dándole paso al tesoro que se escondía debajo de esos delicados pliegues, el túnel rojo de mi vagina, coronada con un clítoris mediano.

¡No se pudo contener más, tenía que poseerme! Me levantó y me tiró al suelo, me agarró de un brazo y, como un monigote, me dio vuelta y me puso en 4. Con una fuerte nalgada me obligó a parar el culo al tiempo que me sujetaba las manos y el pelo como me tenía antes, dejándome con la cara y pecho apoyados en el suelo. Así, con su mano libre colocó la cabeza de su ariete en posición de colisión y me penetró con potencia de un empujón hasta el fondo, arrancándome un fuerte grito de dolor y placer. Comenzó a penetrarme furiosamente con su inmenso mazo, sentía las paredes de mi sexo encharcado extenderse por la fuerza de sus acometidas. Apenas podía hacer algo más que gemir, gritar y pujar, derramando gruesas lágrimas y con la cara enrojecida, pero sin poder dejar esa extraña sonrisa de mi faz.

¡¡¡¡AAAAGGHHHH!!!! ¡¡¡¡AAAAGGHHHH!!!! ¡¡¡¡AAAAGGHHHH!!!!

¡¡¡PERRA SUCIA!!! ¡¡¡PERRA DE MIERDA!!! – me insultaba y yo me calentaba más todavía.

¡¡¡¡SIIIIIIIIIIIIIAAAAGGHHHH!!!!… ¡¡¡¡SOY SU PEEEEERRRRRRAAAAGGHHHH!!!! ¡¡¡¡SU PPEEEERRRRAAAAAAGGHHHH!!!! – mi sexo empezó a contraerse con lagos y fuertes espasmos en un orgasmo sumamente intenso y prolongado que casi pierdo el sentido.

¡¡¡¡AMOOOOOOGGGGGHHHH!!!!… ¡¡¡¡AAGGHH!!!! ¡¡¡¡AAGGHH!!!!… ¡¡¡¡DIOS MIIIOOOOOOGGGGGHHHH!!!!… ¡¡¡¡¡¡AAAAUUUUUUUUGGGGGGGGGHHHH!!!!!!

¡¡¡LO ESTÁS DISFRUTANDO PUERCA ASQUEROSA!!! ¡¡¡¡SSSSIIIIII, ORGASMEATE COMO LA PUTA SUCIA QUE SOOOOOSSSSS!!!!

¡¡¡¡SIIIIIIIIIIIII!!!! ¡¡¡¡AAAAGGHHHH!!!!… ¡¡¡¡MAS, DAMEEEEEEEMAAAASSSSSS!!!!

Me revolvía como un gusano bajo su cuerpo, él echó se hacia adelante y dejó caer todo su peso sobre mi espalda, subiéndome los brazos y causándome gran dolor. Ese dolor aumentó sorprendentemente los estertores de mi orgasmo a pesar de las grandes lágrimas que salían de mis ojos. El Amo ya no se quiso contener, y luego de enterrarme hasta el fondo su falo, eyaculó con furia dentro de mi, llenándome de su leche que rebalsó mi vagina. Pegó un fuerte rugido y luego quedó tirado encima de mi cuerpo, ambos cubiertos de sudor, yo agotada y sin saber a ciencia cierta lo que acababa de ocurrir, tirada boca arriba sobre el frío suelo a su lado. Comencé a pensar en lo que había pasado, prácticamente me había violado y maltratado, humillándome de la peor manera. Me usó peor que a una cosa, ciertamente lo disfruté pero yo no era así, jamás pensé llegar a tolerar eso, mucho menos a disfrutarlo.

¡Muy bien hecho Pamela, excelente! – me felicitó – ¡En verdad se ha convertido en una perra viciosa e insaciable, como Elisa! – la volteó a ver a ella, en ese momento recordé que todos los demás estuvieron presentes – ¡Tengo que felicitarla señorita Godínez, impecable trabajo, Pamela está irreconocible! – Elisa le sonrió y le dedicó una reverencia, pero en sus ojos pude ver amargura y vergüenza.

Davidson se quedó mirándome tirada en el suelo, respirando aceleradamente, cubierta de sudor y con mi vagina chorreando semen. De pronto se levantó y salió del cuarto, yo ni me moví, no tenia fuerza. En menos de un minuto estaba de vuelta e introduciendo en mi vagina una cuchara de metal. Sobresaltada lo volteé a ver sonriéndole pícaramente, me ofreció la mano y me ayudó a ponerme de pié, me llevó gentilmente a un sillón en donde me sentó con las piernas abiertas y el cuerpo muy abajo en el asiento, de manera que mis caderas quedaran casi en el aire. Y así, en esa posición, metiéndome la cuchara entre mi sexo la sacó repleta de esperma y me la dio en los labios como a una bebé pequeña que es alimentada con compotas. Cerré los ojos y saboreé esa mezcla de leche de macho y fluidos de hembra como si fuese el manjar más delicioso del mundo. Y él continuó haciéndolo hasta que vació mi vagina. ¿Podría ser, acaso, más depravado? ¿Podía serlo yo?… si, la verdad es que si… y yo no me imaginaba cuánto

CONTINUARÁ

Garganta de Cuero.

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