De esposa ejemplar a perra sumisa (07)

Luego de estar en manos de Marvin, Davidson encomienda continuar con mi proceso de doma a Mariela hasta convertirme en una perra tan sucia y viciosa como ella.

Capítulo VII

Tras esa "evaluación", en la que fui sometida como una perra viciosa por esa puta de Elisa Godínez, Davidson no me molestó el resto del fin de semana, tampoco Marvin, pero sabía que el lunes sin falta recibiría su llamada. Sin embargo me equivoqué en eso, pues en efecto recibí una llamada, pero no era de ellos, fue la misma Elisa la que se comunicó conmigo.

Aló… – contesté con la equivocada certeza que sería Marvin.

Aló, ¿Pamela, perra de mierda?

¿Quién habla? – pregunté alarmada, no reconocí la voz.

Soy yo, Elisa Godínez, la perra que te cogió frente al Amo y a Batres.

¿Elisa? ¿Qué hace usted llamándome? – le respondí furiosa y aun alarmada.

Se ve que te di duro, ¿verdad perra? – su voz sonaba burlona, me molestó mucho – Ni oíste lo que el Amo dijo

¿Qué te encargó de convertirme en una perra como vos? – le espeté de regreso.

Entonces no quedaste tan echa mierda… para la próxima me tendré que esforzar un poco más. Bueno mujer, no perdamos más el tiempo que el Amo es el que me manda, si no te gusta, andá y llamalo y protestale a él.

Pero… no… preferiría que siguiera siendo Marvin el de mi entrenamiento

Él ya terminó contigo… ¡puta madre, que lenta sos, Marvin tenía razón! Mirá pendeja, no voy a andarme con muladas ni babosadas, el Amo quiere que te convierta en una perra sucia y viciosa, adicta al semen y al sexo y lo voy a hacer. No sé que trato hayás hecho con él, pero si sos su esclava él puede hacerte lo que se te de la gana… ¡así que dejate de mierdadas y te me arreglás!… pasó por vos en 30 minutos. – "clanc", me cortó.

"¡MIERDA!" grité desesperada, ¿acaso aquello no iba a tener fin? Pero cuando me calmé caí en la cuenta que no, esa ya no era mi vida, le pertenecía al negro desgraciado, yo misma lo decidí así. Me arreglé rápido, sabía que esa mujer no se andaría con juegos, me puse de la ropa que Marvin me compró, un pantalón pescador de mezclilla, celeste y muy ceñido a mi hermoso trasero, de cintura baja por lo que se veía mi tanga roja, a juego con la blusa también roja que me puse, sin mangas y holgada, semitransparente, y como no me puse sostén se me notaban los pezones.

Me reuní con ella en donde acordamos, Elisa si parecía una puta, vestía una cortísima mini que prácticamente le llegaba tan solo al principio de su enorme culo. Por arriba llevaba una blusa tipo tubo, elástica, que le dejaba el estómago a la vista y un poco más de la mitad de sus tremendas tetas. La verdad, para vulgar nadie le ganaba.

¿Lista perrita? – me dijo cuando me vio.

¿Qué me va a hacer?

Ya sabés eso, te voy a convertir en una perra sucia y viciosa… como yo.

¿Y cómo lo vas a hacer? – le dije medio desafiante.

Mirá muchacha, a mi no me vayás a venir con babosadas, ya te dije. El Amo te va a volver a evaluar cuando menos te lo esperés y mejor si estás lista. Así que hacé lo que te diga… aquí acaban las preguntas tontas… caminá y metete al carro, nos vamos.

Nos fuimos, llegamos hasta un edificio de departamentos, alto y en una zona muy exclusiva. El portero nos veía de pies a cabeza y con geste ambiguo, no nos quería dejar pasar hasta que ella le indicó que llamara a alguien, entonces se quitó del camino.

Es que en un lugar tan caquero como este no dejan pasar a cualquiera… y nosotras somos unas cualquieras, je, je, je… – no le dije nada, no me gustó nada su bromita.

Subimos por el elevador hasta un departamento, enorme, amplísimo, decorado con muy buen gusto. Nos recibió un hombre alto, muy corpulento, de piel blanca y ojos azules, calvo de la frente a la coronilla y de no menos de 45 años. Vestía unas amplias bermudas, sandalias y una playera blanca de algodón. Me dio la impresión de ser europeo.

¡Carlitos, mi rey, ¿cómo estás?! – lo saludó Elisa melosamente, tirándosele a los brazos.

¡Muy bien, mi dulce perrita! – por su acento no me quedó dudas que era europeo.

¡Guau, guau! – le contestó ella, meneando las caderas para que se le movieras las nalgas como si fuera una perrita moviéndole la cola a su amo.

¿Y ella? – le preguntó el tal "Carlitos".

Ella es tu regalo papi… te dije que te iba a traer un regalito bien lindo… y rico… guau, guau

Mmmmmm… gracias nena, gracias… – la agarró de las nalgas y la besó, luego ella se soltó y se me acercó.

¿Vas a ser buena con Carlitos, verdad Pame? – yo estaba paralizada, no podía moverme – Le dije que le daría un regalito que iba a recordar por siempre… ¿verdad que va a ser así? Tú lo tenés que dejar muy bien servido Pame, ¿verdad perrita linda?

¡Cuánto me molestaba esa mujer!, me acariciaba la cara y me hablaba de esa forma en entre susurros, muy cariñosa y tierna… ¡esa perra destilaba hipocresía! Me había llevado a ese lugar para entregarme a ese hombre, quien seguramente, si es que no estaba al tanto que nosotras éramos un par de esclavas, pensaba que yo era una prostituta contratada por Elisa.

Y yo, ¿qué más podía hacer que asentir con la cabeza? Sabía que si decía que no o trataba de huir, lo lamentaría luego, el Sr. Davidson no escatimaría ningún castigo para "reencaminarme". Además recordé a mi hijo, en lo bien que estaba caminando su recuperación, y en mi marido, mi amado Fernando, yo no hubiera podido aguantar verlo sufrir las mismas vejaciones que estaba sufriendo yo. Así que respiré profundo y me dispuse a ser usada por ese desconocido.

Vení Carlitos, vas a ver lo bien que te va a tratar esta perrita… ¡es tan dura como yo amor!

El hombre me clavó sus penetrantes ojos azules y, despacio, se me fue acercando poco a poco, me sentía desnuda frente a él, observada, deseada pero de una forma animal, superficial, no era más que un pedazo de carne en ese momento y así me iba a tratar. Me sentía nerviosa, con una mezcla de miedo y tristeza, y también de morbo y vicio, lo que me producía un poderosa lujuria.

En ese momento hice algo que nunca en mi vida pensé hacer, decidí seguir con el juego y dejar de luchar contra él, decidí dejarme llevar. Entonces una gran alivio bajó sobre mi, aun estaba el miedo y el dolor, pero el nerviosismo desminuyó mucho y quedó solo la ansiedad de la espera de eso que se desea. Me sentí rara, me sentí como si estuviera en control de todo, cómo si supiera de antemano todo lo que ese tipo me iba a hacer y de qué forma.

Quiero ir al baño… – le solté de golpe cuando estaba a punto de abrazarme, clavé mis ojos en los suyos con una casi imperceptible sonrisa dibujada en los labios, lo descontrolé, a él y a ella, que no esperaba esta reacción mía.

Sin esperar respuesta de su parte caminé al interior del departamento, despacio, sin prisas, como quien no quiere nada en específico, con un lento pero pronunciado meneo de caderas. Me detuve en medio de la sala y me volteé a verlo, no le sonreía, pero mi gesto tampoco era de severidad. ¡Les juro que no sé de dónde me salió ni cómo fue que lo hice, pero la mirada que le eché lo dejó mudo, a él y a Elisa, quien me miraba con la boca abierta y cara de haber hecho alguna cagada, disfruté su gesto especialmente!

Entonces el hombre me sonrió y me señaló una puerta a mi izquierda, sin perder tiempo caminé hacia allí, haciendo otra cosa que no me esperaba y que en mi sano juicio jamás habría podido hacer como lo hice. No le dije ni pío, solo me di la vuelta despacio, como con desgana, y me metí al baño… pero sin cerrar la puerta. Y lo hice sin dejar de esbozar una media sonrisa y sin dejar de verlo con los mismos ojos. Ahora Carlitos no se quedó sin hacer nada, sabía que esa era una clara invitación de una hembra caliente.

Avanzó hasta los linderos de la puerta, viéndome fijamente, me volví y me le acerqué mirándolo fijamente a los ojos. Todavía no sé como pude reaccionar de esa manera, pero cuando me di cuenta lo estaba jalando adentro. De ese punto en adelante los acontecimientos se precipitaron como la pólvora con una chispa. El hombre cerró la puerta tras de mí y comenzó a besarme, dejando a Elisa en un segundo plano, yo mantuve una mínima resistencia que pronto cayó por mi creciente calentura y acabé abriendo la boca y ofreciéndole mi lengua. Carlitos, con el camino despejado, deslizó una mano bajo mi blusa para acariciar mis pequeñas tetas y la otra abajo para abrirme el cierre del pescador.

¡Dios mío, ¿qué estaba haciendo?! ¡Actuaba como una puta profesional y me gustaba! Pero no permití que esos pensamientos se apoderaran de mi, ya no era tiempo de ello, no podía echarme para atrás. Cerré los ojos y me empeñé en imaginar que era mi esposo Fer ese hombre y no ese desconocido calenturiento.

Baje mi mano y le abrí la bragueta, le saqué la verga y se la empecé a pajear. Su trozo reaccionó y comenzó a crecer entre mis manos hasta alcanzar una talla considerable y ponerse muy duro. Me separé un poco de él para podérsela ver, quedé muy impresionada, era muy larga y gorda, roja y cubierta por su capucha de pellejo, surcada de venas, le medía 18 cm. Yo estaba ardiendo y con el sexo empapado, con los ojos cerrados sentía a Carlitos besándome apasionadamente al mismo tiempo que me sobaba y estrujaba las chiches con fuerza.

Suavemente me tomó de la cabeza y me fue guiando hacia donde él quería. Primero su cuello, se lo besé y lamí, luego su pecho, peludo y fuerte, lo lamí y besé también, en especial sus tetillas, erectas y muy sensibles, Carlitos jadeo mientras me prendí a ellas como una bebé. Continuó bajándome la cabeza hasta llegar a su ombligo. Hacer eso, dejarme guiar por él tomada de la cabeza, me calentó más todavía, ya era yo acaso una perra muy sumisa.

La cosa siguió así hasta que me hallé de rodillas en el suelo, frente a su hermosa verga que me apuntaba amenazante. Subí los ojos para verlo, y, por un segundo, logré cambiar su rostro por él de mi amado, con su rostro blanco barbado y esa hermosa mirada de ojos verdes que tenía. No dejé que esa fantasía desapareciera, perdida de caliente, abrí la boca y comencé a chupársela, imaginándome que era a mi marido a quien se lo hacía. Y lo hice con tanto ímpetu y esmero que Carlitos empezó a gemir casi de inmediato.

Me sujetó del pelo y quiso guiar la mamada, pero no lo dejé así me jaloneara duro, ya no era él, Carlitos, el desconocido al que Elisa me entregó, se había convertido en Fernando, mi marido, mi amado, el verdadero y único dueño de mi vida. Se la comía mientras le acariciaba y ensalivaba el glande con la lengua, cuando me la metía al fondo le daba una fuerte succión y él me jalaba del pelo para sacármela y volvérmela a meter de nuevo.

¡Si Pamela, si – exclamaba con su fuerte acento – chupámela, así… qué rico! – me decía casi a gritos, lo que me satisfacía pues sabía que Elisa lo podía escuchar todo.

Estuve a punto de hacerlo acabar varias veces, pero Carlitos no quería hacerlo así, de pronto me lo sacó de la boca bruscamente y se desnudó rápidamente. Yo hice lo mismo y los 2 quedamos como Dios nos trajo al mundo. Volví a subir la mirada, nuevamente me encontré con mi Fer, aun era él quien me usaba como una puta. le sonreí feliz y orgullosa de estarle dando ese placer… aunque sabía que no era él quien lo gozaba, pero imaginármelo así me ayudaba a no sentirme tan mal, a él jamás lo dejé usarme de esa manera. Carlitos me puso de pié del pelo bruscamente, me arrastró hasta el retrete en donde se sentó y me obligo a sentarme mi encima de él, con su larga porra apuntando a mis labios vaginales.

¡¡¡AAAAAAAGGGGGHHHHHHH!!! - me la clavó hasta el fondo y yo pegué un fuerte gemido que no traté de disimular, al contrario, quería que la desgraciada de Elisa lo oyera.

¡Gozalo Pamela, cabalgame y gozá como perra! – empecé a brincar, incrustándome hasta el fondo su poderosa verga, sin parar y a un ritmo frenético, tanto que alcancé un orgasmo delicioso que celebre a berridos.

¡¡¡AAAHHH, AAAHHH!!! ¡¡¡¡AAAAAGGGGGGGMMMMMMMFFFFFFFFF!!!!

¡¡¡DIOS MÍO, – exclamó, junto con una expresión en un idioma que no entendí – SOS UNA MÁQUINA DE COGEEEEEERRRRRRRRGGGGGGHHHHHH!!!

Me daba duro, sabía que yo era una hembra de trato duro y lo aprovechaba. Aparte, mi pequeña estatura y reducido peso, hacían que pudiera levantarme como si nada y dejarme caer de nuevo sobre su masculinidad. Se me prendía a las tetas, me las chupaba y mordía, me volvía loca y así actuaba, estaba desbocada e imaginando que era Fer el hombre que montaba. Movía las caderas en círculos, de atrás para adelante, al mismo tiempo que subía y bajaba con fuerza, logrando así tocar cada parte de mi vagina que estaba hecha sopa. El enorme calibre de su herramienta hacía estragos en mi, forzaba su entrada a mi sexo, estirándomelo y abriéndomelo y yo gritaba y me retorcía de placer. Ya tenía los pezones hinchados por sus fuertes chupadas y mordidas, a la vez dolorosas y placenteras. Igual trato le daba a mis carnosas y duras nalgas, sus dedos se clavaban en ellas como si fuesen garras, también me propinaba fuertes nalgadas, las tenía muy rojas.

Era tanto nuestro frenesí que en una de esas perdí el equilibrio y caí como un costal de papas, su pene hizo "plop" cuando se salió de su cálida y suave vaina de carne. Nos vimos las caras y comenzamos a reír descontroladamente, me sentía ridícula allí tirada en el suelo.

¡Mi amor, me tiraste, ja, ja, ja, ja,!

¡No, tu te caíste, je, je, je, je!

¡Ja, ja, ja, ja, ja, vas a ver Fernando, me las vas a pagar!

¡Je, je, je, ¿quién es Fernando?! – entonces volví a mis cabales y a la realidad, el semental que me estaba partiendo en 2 no era mi esposo, era ese tipo a quien Elisa me entregó.

Se me hizo un nudo en la garganta, bajé la mirada y callé, trataba de tranquilizar mi respiración agitada, me quería morir. De verdad me había mentalizado en que él era Fernando, mi amado Fer, talvez eso me hizo actuar tan impetuosamente. Pero él no me dio tiempo a pensar nada más, súbitamente se paró y me agarró del pelo con violencia y me metió su garrote palpitante adentro, cogiéndome por la boca sin detenerse y como un loco. Poco después pegó un fuerte y ronco bramido y acabó a chorros y sin compasión, lanzando una serie de largos y espesos chorros de leche que inundaron mi boca y la rebalsaron mientras yo me afanaba en tragar.

Luego nos quedamos quietos un rato, poco después él salió, yo aun me quedé ahí un rato más. Pensaba en lo que había hecho, gocé como nunca de ese trato tan duro, y lo peor es que lo hice imaginando que era mi esposo quien me lo hacía, cada día iba peor.

Me puse de pie y salí del baño, sentía mi sexo muy abierto e irritado, me escocía. También me dolían los pezones y las nalgas y tenía la boca y pecho llenos de semen, pero me sentía bien, estaba tan caliente que bien me hubiese podido hacer cualquier otra cosa que hubiese querido. Él estaba con Elisa, le pasaba un sobre y ella trataba de ponerse melosa con él.

No perrita, ya no… tu amiga me dejó vacía y fundido… que puta más buena… – Elisa me volteó a ver y me lanzó una fulminante mirada llena de odio y despecho… y eso me hizo sentir mejor

CONTINUARÁ

Garganta de Cuero

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