De esposa ejemplar a perra sumisa (05)

Marvin sigue domándome, por segunda vez me vuelve a tomar con lujo de fuerza y salvajismo. Y yo, sin comprender cómo, acabé disfrutándolo intensamente.

Capítulo V

Pasé toda la mañana llorando desconsoladamente, sumida en la desesperación y el miedo, pero ya no había vuelta atrás, no podía decirle que siempre no al Sr. Davidson, temía que dejara de darle el medicamento a mi hijo. No, no me podía derrumbar, ahora que la obra había empezado debía llevarla al final, sin importar las consecuencias para mi. Me puse de pié y empecé a arreglar la casa, los quehaceres estaban atrasados por mi ausencia, pero rápidamente me puse al día.

Al mismo tiempo me preparé para la llegada de mi marido por la noche, encontró nuestro hogar muy bien arreglado y con la mesa hecha como si fuésemos a hacer fiesta. Lo quería compensar, lo tenía que compensar, aunque él no supiera que lo estaba haciendo y yo no se lo dijera. En cuanto nos vimos me tiré a su cuello y lo besé largamente, casi con desesperación.

Fernando, no quiero que esta situación nos vaya a destruir… todavía somos pareja y yo te sigo amando, y seguiré haciéndolo pase lo que pase… – le dije con los ojos mojados.

Yo también amor… yo también… ¿pasó algo Pame? – me preguntó, me conocía muy bien.

No, nada… ya sé que esto parece sospechoso, pero no pasó nada, Davidson no llamó en todo el día. – le mentí – Lo hice por mi propia iniciativa, creo que debemos ofrecernos atenciones extras si queremos llegar hasta el final unidos aun.

Si, tenés toda la razón… – me dijo un poco más tranquilo.

Me esmeré en preparar una cena regia que comimos con deleite, platicamos cosas sin importancia, reímos de sus ocurrencias, en fin, fue una cena romántica como si nada malo pasara a nuestro alrededor. Él se disculpó conmigo por lo de anoche, le dije que no hacía falta, comprendía que para él también era duro. Por la noche tuvimos una sesión de sexo como hacía mucho no hacíamos, entre caricias y arrumacos gozamos como si tuviésemos la certeza de que un destino duro y cruel nos separaría tarde o temprano.

Sin embargo apenas logré dormir, mi mente no dejaba de torturarme con imágenes de lo que había hecho horas antes. ¿Cómo pude estar con ese animal y cómo pude aceptar esta propuesta? Lo peor era que me gustó, me excité y lo gocé. ¿Y ahora qué, qué seguía? No lo sabía, solo tenía claro que no podía echarme para atrás.

A la mañana siguiente todo amaneció igual, Fernando se fue temprano porque tenía algunas entrevistas y yo me quedé sola en mis quehaceres… supuestamente, porque en cuanto se fue corrí a bañarme y a arreglarme. Ese día elegí con más cuidado mi ropa, revolví mi armario en encontré algo que me podría servir. Era un viejo y sobrio traje sastre gris oscuro al que le subí el ruedo a la falda, dejándola hasta medio muslo y se ceñía bien a mis caderas y glúteos; arriba, solo me puse la chaqueta, dibujando un escote de dejaba adivinar que no llevaba nada debajo. Marvin me llamó puntualmente

Buenos días Pamela… ¿está lista?

S… Si… si… – salí y me subí al carro, hicimos el mismo recorrido y de nuevo no me dijo ni una palabra en todo el camino, llegamos y entramos al cuarto.

Bien Pamela, reconozco que en esta ocasión ha sabido prepararse mejor. – sin podérmelo creer me sentí "halagada" con sus palabras – Sin embargo la ropa es un asunto que deberemos ver con mayor detalle.

Usted dijo que el Sr. Davidson me daría la ropa

Así es, de hecho traigo una maleta con algunas prendas que usará de ahora en adelante. Pero antes de proseguir, debo señalarle que de ahora en adelante deberá dirigirse al Sr. Davidson como su Amo, no quiero volver a repetirlo. – asentí con la cabeza – Bueno señora, dejemos las palabras a un lado, vamos a empezar

El hombre me clavo los ojos y cambió de pronto su expresión de la elegante y fría indiferencia del principio, salpicada con una buena cantidad de soberbia, a una llena de calentura y mirada famélica con los ojos a punto de saltársele. Quién iba a decir que detrás de un traje de $400 se escondía un animal salvaje, vulgar y bajo.

¡Muy bien perra, te mirás deliciosa! – me dijo cerrando la puerta tras de si – Ahora puta de mierda, – dijo liberando su enorme verga – me la vas a mamar rico… – no lo hice esperar para no enojarlo, me la metí a la boca y empecé a mamar con fruición – Te gusta, ¿verdad?

Si… me gusta… – le respondí, pero no le dije lo que él quería escuchar.

¿Si qué?

Si… señor

¡¿Si QUÉ perra?!

Si… amo… – ¡ZAP, ZAP, ZAP!, me volteó la cara 3 veces con 3 fuertes bofetadas que casi me tiran al suelo – ¡¿Es que sos estúpida o qué putas, no entendés que amo solo tenés uno, perra de mierda?! – ¡ZAP, ZAP, ZAP! – ¡A mi me decís señor Batres cuando nos veamos, y papito cuando te esté cogiendo, ¿entendiste?! – y ¡ZAP, ZAP, ZAP!, del último golpe me hizo caer.

¡Si papito, lo que tu digás, pero no me sigás pegando!

¡Maldito desgraciado, pegarle a una mujer! Aunque la verdad no sé de qué me extrañaba, no me consideraba más que una mercancía que lo tenía que satisfacer. Se la chupé por unos 10 minutos hasta que sentí sin previo aviso su semen saliéndole e inundándome la boca. A esas alturas conocía bien el sabor del semen pero aun no me acostumbraba y me dio asco, pero extrañamente también me gustó, lo saboreé como si fuera un manjar de la forma más vulgar que podía, sospechaba que eso quería. Y aunque traté de tragármelo no pude, era demasiado, una cantidad exagerada.

Acto seguido me levantó bruscamente del pelo y empezó a tocarme y estrujarme senos y nalgas, diciéndome lo rica que estaba y que no era más que una gran perra en celo. Casi me arrancó el vestido y me tiró sobre la cama, se colocó un condón, para mi sorpresa y asombro su pene no había perdido ni un ápice de su tamaño y dureza. Y esa misma sorpresa no solo se debía a eso, pues a pesar de esos tratos tan duros y degradantes estaba que me quemaba de la excitación.

El hombre me arrancó el calzón y me clavó de un golpe con su poderoso pene y yo comencé a gemir de dolor y placer. Haré una pausa en este momento porque me doy cuenta que a estas alturas aun no he descrito a Marvin Batres. Era un hombre como de 45 años, blanco, de 1.70 y de complexión gruesa, con una gran panza cervecera. Era feo, con una creciente calva en la coronilla, nariz gruesa y aguileña y boca pequeña de labios gruesos. Eso si, tenía una verga hermosa, por lo menos 19 cm de largo y un diámetro de 5, una verga terrible, suficientemente larga y gruesa para hacerme sentir cada centímetro de esta abriéndose paso dentro de mi cuando me la metía.

Empezó a moverse rápido y duro desde el principio, el dolor fue intenso, el hijo de puta no me dio tiempo a mojarme bien, pero ¿para qué se iba a tomar la molestia de preparar adecuadamente a un pedazo de carne como yo para podérsela coger sin dolor? Infeliz. Me sostenía las piernas en el aire clavándome los dedos en los muslos, se divertía mirando estremecer mi cuerpo diminuto ante cada nueva arremetida, como mi senos se zarandeaban de forma violenta y como todo mi cuerpo estaba tensado al máximo y cubriéndose de sudor. Pero también debo admitir que sentí un enorme placer, no me lo explicaba en ese momento, pero al parecer ser maltratada de esa forma funcionó como una especie de afrodisíaco para mi persona, tal y como Menjívar me lo dijo.

¡¡¡AAAAHHHH, AAAAHHHHH!!! ¡¡¡ANIMAAAAALLLLL, ANIMAAAAALLLLGGGHHHH!!!

¡¡¡TE GUSTA PERRA, YO SÉ QUE TE GUSTA PERRA DE MIERDAAAAAHHHH!!!

Aceleró las embestidas comenzó a revolverme bruscamente sobre la cama, parecía mentira que ese tipejo tuviera la fuerza suficiente para zarandearme como si yo fuese una muñeca inflable. Estaba consciente que ese imbécil estaba fuera de control y que no lo podría detener, y eso fue, para mi mayor vergüenza, un fuerte estímulo gracias al morbo que sentía de verme dominada y sometida, acabé ardiendo sin control. Entre sus fuertes brazos terminé rendida en el piso, toda desmadejada.

Me veía con la mirada desencajada, ávida de carne, yo aun traté de acabar con ese encuentro, pero cuando abrí la boca no salió más que un susurro casi imperceptible que decía "más"… por desgracia el sí lo escuchó. Se me acercó despacio, me levantó de las axilas rudamente y me tiró en la cama, esta vez boca abajo. Me azotó duramente en las nalgas, insultándome, humillándome, y yo cada vez me calentaba más, terminé perdiendo el control y pidiéndole más casi a gritos, no sabía qué me pasaba. Entonces un toque de electricidad recorrió mi cuerpo y sentí la punta de su garrote rozando mi culo, le supliqué que por allí no, que de seguro me iba a destrozar el ano, que me tuviera piedad, pero ni me oyó, solo me abofeteó varias veces hasta tirarme sobre la cama.

Metió sus manos debajo de mi vientre, me paró la cola y me empezó a meter y sacar, rápido y con fuerza, un par de dedos entre el culo. Y como aun me seguía revolviendo, me puso un pié sobre la nuca y me sujetó con fuerza de un brazo con su mano libre. Me sacó los dedos entonces y colocó su poderoso ariete en posición de asedio. Empujó con fuerza y, entre súplicas de piedad y desgarradores alaridos, fui llenada por ese trozo de carne en medio de un terebrante y desgarrador dolor. Sin embargo, ese dolor no tardó en volverse placer, no entendía qué me pasaba.

¡¡¡ESTÁS GOZÁNDOLO PERRA, LO ESTÁS GOZANDO, YO LO SÉ!!!

¡¡¡¡AAAAGGGGGHHHHHHH!!!! ¡¡¡¡MMMNNNFFFFFFGGGGGRRRRMMMMMMM!!!!

¡¡¡DECÍMELO PERRA, ¿ESTÁS GOZANDO O NO!!!

¡¡¡¡SSSIIIIIIIII!!!!… ¡¡¡¡ESTOY GOZANDO!!!! ¡¡¡¡AAAYYY!!!!¡¡¡¡AAAYYYY!!!!… – gritaba.

¡¡¡SOS MI PERRA, MI PUTA SUCIA!!! ¡¡¡SOS MI RAMERA Y SOLO MÍA!!!

¡¡¡¡AAAAYYYYY, AAAAYYYYY!!!!… ¡¡¡¡SIII, SOY SU RAMERAAAAGGGGHHH!!!

Ese desgraciado terminó dentro de su condón mientras me enculaba, cuando me la sacó me jaló con fuerza y me dejó tirada en el suelo, un terrible dolor invadía mis cavidades, y una humillación horrible me envolvía por completo. ¿Cómo me habré visto allí, tirada a los pies de esa cama? Seguramente como una puta esquinera, sudada y decadente. Y peor todavía, ¿cómo me habría visto berreando y pidiéndole más a ese maldito?

Exprimió el condón en mi rostro y luego me regó todo su semen, me la cara toda embadurnada. Y mientras lo hacía, yo, fuera de mis cabales, sacaba la lengua para poder lamer tanto como podía, su esperma me supo a manjar. Luego no supe más de él por un rato, hasta que yo, como sumida en una especie de letargo, me puse de pié y me vestí despacio. Salí y abordé su carro, y mientras me iba a dejar no dejaba de llorar, preguntándome cómo pude excitarme con ese trato salvaje

CONTINUARÁ

Garganta de Cuero.

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