De esclava a emperatriz (1: esclava)

E'lari es una joven elfa esclavizada durante décadas por los enanos y cuya vida empieza a cambiar cuando un extraño invitado acude a la corte del gran Reino-Bajo-La-Roca. Si te gusta el episodio, valóralo y coméntalo. Lograrás que E'lari cumpla su destino...

Gran Salón del Reino-Bajo-La-Roca.

Una noche cualquiera.

-¡Puta elfa!

La bofetada fue tan fuerte que lanzó a E'lari contra la mesa de banquetes. Las bandejas de carne asada, decenas de variedades jugosas y grasientas, se desparramaron por la superficie de piedra hasta caer al suelo con un estruendo metálico. Varios cántaros de cerveza siguieron la misma suerte, haciéndose añicos. Los comensales gritaron, indignados unos y divertidos otros. Las cenas en la corte del rey de los enanos siempre contaban con espectáculo.

-¿¡Cómo te atreves a tirar la cerveza de Brokun, hijo de Merkun!?

Antes de que E'lari acertara a incorporarse, una poderosa mano lo hizo por ella agarrándole el pelo y tirando con fuerza. La corta túnica de la esclava chorreaba grasa y cerveza. Sujetó sin esperanza la mano de su opresor, esperando aflojar quizá su presa lo suficiente como para que el dolor se amortiguara. Sabía que era un gesto inútil. Su rostro, delgado y hermoso, se mantenía contraído por el miedo y la desesperanza. Los ojos del color del mar estaban anegados en lágrimas.

-¿¡No contestas, puta elfa!?

-Y-yo no...

-¿¡Cómo osas replicarme!?

Sujeta como estaba, incapaz de hacer nada salvo gimotear y patalear, no pudo evitar el golpe. La mano, una mano acostumbrada a esgrimir hachas de batalla, cruzó su cara con un sonoro chasquido. E'lari sintió sus labios rasgándose y su nariz rompiéndose. Sintió el sabor entre picante y salado de la sangre en su boca. Si no hubiera estado agarrada por la corta melena rubia, el ímpetu del golpe la habría lanzado contra el otro extremo de la mesa. Y, no obstante, sí que sirvió para barrer de la superficie lo que quedaba de manjares, loza y cubertería. El estruendo de las carcajadas martilleó los oídos de la elfa con más fuerza que el de las jarras rompiéndose.

-¡Ja! -rió el guerrero enano-. ¡Todos los elfos sois iguales! ¡Débiles!

Soltó el pelo de E'lari y la elfa quedó finalmente tendida de espaldas sobre la mesa. La túnica de esclava apenas cubría ya su cuerpo desmadejado. Las largas piernas y los delgados pero torneados muslos quedaban a la vista de todos los presentes. Uno de los pechos había escapado de la tela y mostraba a la concurrencia su redondez y su tersura. Bajo la ambarina iluminación de los orbes de luz, la piel pálida de E'lari asemejaba oro líquido.

-¡Sólo valéis para ser usados por los fuertes! -afirmó Brokun, volviéndose hacia el resto de comensales-. ¿No es verdad? ¿Eh? ¿¡Eh!?

La veintena larga de guerreros enanos jaleó las palabras del guerrero. Las manos golpearon la mesa de piedra o las espaldas de los vecinos. Las jarras de cerveza se entrechocaron, la bebida se derramó en los secos gaznates y las barbas trenzadas. Las risas y los gritos resonaron por todo el Gran Salón. E'lari luchó por no incorporarse, por no hacer por cubrirse, por permanecer tendida como estaba, por no mover ni un músculo. Era mejor quedarse quieta y no luchar. Si luchaba, luego vendría la paliza. Y, aún así, se tapó los pechos como pudo.

-¡Los elfos a las minas y las elfas a las cocinas! -gritó el guerrero.

-¡Los elfos a las minas! -corearon los enanos-. ¡Las elfas a las cocinas!

-¡Usados hasta reventar! -exclamó Brokun, alargando la mano y atrapando el tobillo de E'lari.

-¡Usados hasta reventar!

-Y a ti... ¡te voy a reventar usándote! -se mofó entonces el enano, y la ocurrencia se granjeó las risotadas de todos.

E'lari fue arrastrada de vuelta hacia el enano. La túnica se le remangó hasta la cintura, mostrando a todos una entrepierna apenas cubierta por una exigua prenda interior. Gimió y protestó, no pudo evitarlo, lo que no le sirvió para acabar abierta de piernas frente a Brokun pero sí para que éste, riendo, le diera otro bofetón. Las carcajadas aumentaron de intensidad. Entre las risas empezaron a oírse gritos de ánimo hacia Brokun. El enano sonrió con furia, una mueca fiera entre la poblada barba de color rojizo. Se llevó la mano derecha al cinturón y extrajo un puñal de su vaina. E'lari tembló al ver la luz de los orbes haciendo saltar destellos de la hoja de metal. Sus labios temblaron cuando sintió la frialdad del arma contra la piel, subiendo por su muslo izquierdo hasta deslizarse bajo la ropa interior. Un corte brusco, limpio, y la tosca pieza de lino se rasgó en dos, dejando sus intimidades completamente al aire. Brokun levantó las manos con los puños cerrados, victorioso, y los enanos gritaron encantados al ver a su mayor héroe erguido frente a la entrepierna desnuda de una esclava de la raza que más odiaban. El sexo de la elfa, de escaso vello rubio, quedó al descubierto por mucho que, inconscientemente, E'lari intentara cerrar los muslos. Dos años antes habría rezado a Ishara, la Protectora. Ya había descubierto que era inútil.

-N-no, p-por favor...

-¡No protestes, ramera -exclamó con satisfecha anticipación Brokun, llevándose las manos al cinturón, en cuanto la entrepierna de la esclava quedó abierta para él-, que sabes que te va a gustar!

En dos movimientos el enano se deshizo del cinto. Los gritos adoptaron un soniquete rítmico. La pieza de cuero restalló contra la mesa y los ánimos se encendieron aún más. E'lari se encogió de temor. Los pantalones bajaron y revelaron el poderoso miembro de Brokun. Al menos veinticinco centímetros de largo. Tan ancho como el mango de un hacha de guerra. Rojo, erecto. E'lari gimió sin poder apartar la mirada de la verga. El ritmo de los jaleos se aceleró según el glande se acercaba a la vulva de la esclava, para finalmente estallar en un clamor de victoria en cuanto la elfa fue violentamente penetrada.

E'lari se sintió romper en dos. No era la primera vez, pero aun después de dos décadas de esclavitud, de ser violada casi cada día, su sexo seguía sin ser capaz de alojar por completo la virilidad de un enano. Gritó de dolor. Gritó de humillación. Más tarde gritaría de placer. Pero todavía no.

-¡¡AAAAAAYYYYY...!!

-El coño bien húmedo, ¿eh, puta? ¡Jajaja!

Agarrando con fuerza las piernas de la elfa, clavando los fuertes dedos de una mano en la piel de los muslos, Brokun sacó su verga de golpe con la otra. Los comensales, guerreros y guerreras duros y sádicos, gritaron, rieron y animaron. Los más avispados decidieron imitar a su héroe y cazaron a las sirvientas menos ágiles. Elfas, medianas y humanas, todas botín de guerra, fueron despojadas de lo que les quedaba de dignidad y empezaron a ser violadas contra la mesa, sobre las sillas, contra las columnas, en el suelo. Enormes falos y velludas vaginas fueron lamidos y besados a la fuerza. Y en medio de la orgía en ciernes, E'lari era penetrada a un ritmo salvaje. Sus pechos desnudos, grandes y de pezones rosados, se bamboleaban con cada embestida. La elfa, no por pudor sino por evitar una mínima fracción de dolor, se los sujetó con las manos.

-¡Oh, sí, puta! -se felicitó Brokun, malinterpretando el gesto-. Cógete las tetas. ¡Sóbatelas como la guarra que eres!

-¡Ahh...! ¡AHH! ¡Ahh!

Se maldijo a sí misma, pues su sexo estaba totalmente lubricado y el dolor había comenzado a disminuir para ser sustituido por el placer. El miembro del guerrero enano la abría una y otra vez, llevándola cada vez más cerca del éxtasis. Los fluidos vaginales resbalaban hasta sus nalgas, empapando la mesa y empapándola a ella. Se odió. Le odió. No pudo evitar gritar cuando alcanzó el clímax, aullando de placer y odio, de vergüenza y dolor. Eso no detuvo a Brokun, sino que le espoleó aún más.

-¡Eres una perra! -gritaba con cada empellón-. ¡Una jodida puta! Te gusta gozar, ¿eh, ramera? ¿¡Eh!?

-¡AHH...! ¡AHH...! ¡AHH...!

El ritmo de las embestidas se aceleró. E'lari sintió cómo los testículos del enano golpeaban con fuerza sus labios vaginales. ¿Por qué precisamente eso tuvo que excitarla? Los ecos del orgasmo no se habían desvanecido aún y ya sentía cómo el siguiente amenazaba con saltarle encima. La sensación se acrecentó cuando Brokun soltó una de sus piernas y llevó la mano hasta el pecho derecho. Lo estrujó con saña y arrancó más gemidos de labios de la esclava. Pellizcó el pezón, tirando de él, y los gemidos aumentaron de volumen hasta convertirse en gritos. Seguían siendo más de placer que de dolor, y se odió por ello. Le odió por ello.

-¡AHHHH...!

¡AHHHH...!

Se mordió los labios en un vano intento de no satisfacer el ego de su violador. No pudo silenciar su disfrute, y ni siquiera le quedó claro si deseaba hacerlo o necesitaba dejarse llevar. Cada golpe de los testículos contra su sexo, cada vez que el enorme glande se abría paso por sus entrañas, dilatándola a la fuerza una y otra vez, le acercaba a una nueva cota de placer, cada vez más cerca de la cima. Su sexo violado, completamente húmedo, deseoso de ser penetrado, traicionaba a la esclava elfa. El segundo orgasmo le hizo estremecerse con violencia. Recorrió su cuerpo en oleadas de fuego eléctrico. Sus alaridos se juntaron con los gritos de las demás esclavas, una sinfonía de placer arrancado a la fuerza.

-¡Grita, perra! ¡¡SÍ!! ¡GRITAAAAHH...!

-¡¡¡AAAHHHHHHHHHH...!!!

El héroe enano le agarró del pelo de nuevo. Le obligó a incorporarse. No pudo hacer nada para evitar que el guerrero mordiera su boca. La lengua se coló entre sus labios y ella respondió inconscientemente. Se agarró a la ancha espalda, clavando los dedos en los músculos de su violador, aferrándose a él. Las embestidas, ya violentas, aumentaron hasta alcanzar la intensidad de una perforadora. Le ardía la entrepierna, su sexo aullaba de placer. Y, cuando Brokun soltó la boca y devoró los pechos, E'lari deseó morirse.

-¡SÍ! ¡SÍ, PUTAHH...! ¡SÍHH...!

-¡AHHHH...! ¡AHHHH...!

¡SÍIIIIAAAAAHHHHH...!

La verga del enano latió como el corazón de un volcán, descargó todo su contenido al ritmo frenético y poderoso de un tambor de guerra. E'lari gritó cuando el Brokun gimió y la llenó de su simiente. Sintió el semen escapando de su sexo, repleto, manchando los sus tersos muslos y la velluda entrepierna del enano. Brokun mordía con fiereza el pecho de la elfa mientras taladraba a la esclava con su orgasmo.

-¡Jooo-deerrr...!

El enano soltó a E'lari, quien cayó contra la mesa con estrépito. Se separó de ella, ignorando los gemidos de queja y dolor al extraer el gigantesco glande de su interior. Parpadeó y miró a su alrededor. La orgía no consentida alcanzaba en ese momento su punto álgido. Las sirvientas gritaban, no le importaba si de placer o no, al son de las penetraciones, de los azotes y de las risas. Se sonrió y asintió para sí, satisfecho. Bajó la vista hasta la esclava a la que acababa de violar. Apenas se movía, agotada, y se rió de su debilidad. Se acercó hasta ella, la tomó de nuevo de la nuca y le plantó la verga en el rostro.

-¡Limpia este desastre, puta! -gritó, restregándole el miembro por la cara.

E'lari intentó defenderse, apartarse, pero no podía escapar. La verga semi-flácida pero todavía de un tamaño considerable, se introdujo en su boca.

-¡¡Ahgggglll...!!

-¿Creías que habíamos terminado? ¡Ja! -se mofó Brokun mientras ella felaba su miembro-. Eres una puta y una fregona. ¡Así que limpia mi polla y trágate toda mi leche, zorra!

-¡Glglggg! ¡Gllggghlgg!

-¡Y también mis cojones! ¡Eso! ¡Oh, sí, puta elfa!

Ella obedeció. Se obligó a recoger con la lengua tragar el semen del enano, a tragárselo, a introducirse la verga hasta la garganta, a no dejar que las arcadas le hiciesen vomitar. Pero no hizo nada porque sus ojos dejaran de llorar. Debía dar las gracias porque Brokun, el gran héroe enano, la mano derecha del rey, hubiese violado sólo dos de sus orificios. Sabía que no todas las esclavas presentes en el banquete habían corrido la misma suerte. Y que algunas habían tenido que albergar más de una y de dos vergas. Al mismo tiempo. Gracias, Ishara, por nada. Cuando terminó por fin, cuando pensó que ya todo había acabado, separó con cuidado su boca del miembro del enano. Con mucho cuidado, apretando con suavidad los labios en torno a la enorme verga para así no dejar ni una sola gota de semen. No quería ser castigada de nuevo.

-¡Bien, muy bien! ¡Ja!

Y Brokun, mirando la cara llorosa y cubierta de semen y saliva, le acarició con ternura la mejilla. Lo hizo con suavidad. Alzó la vista hasta el estrado, allá donde el rey se sentaba, allá donde el oscuro invitado envuelto en ropajes negros, observaba. El uno con diversión y un muslo de pollo en la mano. El otro con el gesto neutro y sujetando un cuerno lleno de vino. Brokun sonrió, asintió a su rey y bajó una vez más la vista. La esclava acababa de suspirar quedamente, ya tranquila. Así que él, gran héroe, le azotó el rostro con su miembro todavía erecto. El vergazo zurció la piel y restalló con sonoridad, escuchándose incluso a pesar de los últimos ecos de la violación grupal. El guerrero se carcajeó, y había tanto satisfacción como sadismo en la voz. E'lari contuvo los sollozos, retrepándose y tocándose el rostro herido. Cerró los ojos.

-Lo has hecho bien, zorra -le susurró magnánimo el héroe-. Hoy te has ganado el descanso. Recoge las bandejas y vuélvete a las cocinas -y añadió, exultante-: ¡Hay que servir los postres!

E'lari contuvo sus ganas de escupir la espalda del guerrero en cuanto éster se dio la vuelta para proseguir la fiesta. Se tapó los senos, se bajó de la mesa y se arregló la corta y estropeadísima túnica. Buscó sus bragas de lino. Las encontró, rotas y manchadas de grasa y otros jugos. Las recogió. No tenía otras. Las había zurcido como había podido decenas de veces. La prenda era más una colección de costuras que otra cosa. Pero era suya. Era lo único que le pertenecía de verdad, ya que a nadie salvo a ella le importaba. Ató los extremos cortados con un nudo improvisado y se las colocó. Aguantarían.

Ignoró los gemidos y gritos de mujeres y hombres y recogió los alimentos desparramados. Quizá, con suerte, algo llegaría a los esclavos. Lo normal era alimentar con las sobras a los perros de guerra y los jabalíes de monta. Sostuvo un jugoso filete. La boca se le hacía agua. Miró alrededor con gesto culpable. Nadie atendía sus movimientos. Todos los enanos estaban ocupados. Con un rápido gesto, introdujo el filete en su ropa interior. La grasa todavía caliente era menos desagradable que el calor vibrante de la verga de Brokun. Y además, al contrario que ésta última, disfrutaría comiéndosela. Levantó la vista para cerciorarse de que nadie la había visto robar comida y se encontró con dos ojos verdes taladrándola.

Un frío terrible le recorrió el cuerpo.

La mirada de esmeralda del invitado humano, facetas cortantes y frías, estaba clavada en su rostro. Sintió miedo. Sostuvo la mirada. No pudo apartar sus ojos de los del extraño. Se sintió secuestrada y no le importó. Sabía que iba a morir, que la degollarían y se desangraría y...

El humano asintió y sonrió. Una levísima mueca, una inflexión de una de las comisuras, pero lo suficiente como para que su cuidadísima perilla se torciera con el gesto. Y después apartó la mirada.

E'lari respiró. No sabía que había estado conteniendo el aliento. Intentó tranquilizarse y continuar con su trabajo. Debía darse prisa, pues la orgía terminaba, y los enanos y enanas querrían sus confituras, sus helados y sus golosinas una vez los últimos coletazos de sus orgasmos remitieran.

Así que corrió a las cocinas, donde los cocineros y sus pinches ya habían conseguido terminar sus maravillosas obras de arte pasteleras. Los esclavos se habrían dejado la piel para ofrecerles a sus amos un colofón al banquete como debía ser. Y sabían que no habría más agradecimiento que el no ser castigados. Pero sólo eso, en una sociedad de una política tan violenta como la enana, en donde el fuerte o el astuto dominaban a través de la agresión o el miedo a la agresión, ya merecía la pena.

La elfa dejó las bandejas recogidas en la pila del fregadero, cogió una de las fuentes con golosinas garrapiñadas y corrió a llevarla al Gran Salón. En la gran sala las esclavas por fin habían sido apartadas y, con cuidado, se apartaban de sus señores para seguir su trabajo, recolocarse las desgarradas prendas y evitar más castigos.

Como E'lari había sido la primera en llegar con el postre, su deber era servir primero al rey y a sus invitados. Así que se dirigió a la mesa principal, en donde el rey palmeaba el hombro de Brokun. Evitó acercarse por el lado del héroe que acaba de violarla -otra vez más-, aunque ello la llevó por lado del humano de piel oscura y ropajes negros. Al pasar por detrás de él le llegó su olor, un olor a limpio y a rosas secas. Los enanos no olían así. Ellos olían a aceites rancios y a lámparas de gas. A punto estuvo de quedarse a disfrutar aquel aroma, pero el deber -y el temor- pudieron más. Dejó la fuente en la mesa, entre el rey y el héroe enano.

-¡... y corrían como animales! -estaba gritando Brokun.

-Una victoria espléndida, por Korm -exclamó el rey Rundor, asintiendo y volviéndose hacia el humano-, ¿no creéis, lord Raven?

El humano sólo alzó una ceja. Apenas dirigió una mirada a su interlocutor, sino que sus ojos fueron hacia la esclava. El rey captó el gesto y se giró hacia E'lari.

-¡Una buena demostración, sí señor! -gritó entonces el monarca, haciendo referencia a la reciente violación de la elfa-. Una esclava complaciente, de tetas gordas y coño anhelante, ¿eh, puta?

Entre las risas del rey y el coreo de Brokun, E'lari sólo consiguió mantener el tipo. Logró mantener el tipo cuando sintió la nudosa y grasienta mano del monarca subiendo por sus piernas debajo de la túnica hasta detenerse en su trasero. Tragó saliva y logró sonreír cuando los dedos levantaron la prenda pellizcaron la piel con saña.

-¿Os apetece húmeda diversión esta noche, lord Raven? -preguntó entonces el rey, volviendo su cara hacia el humano.

-Es una zorra complaciente, mi señor -aseguró Brokun, el laureado héroe, metiendo sus zarpas en la fuente y agarrando un puñado de golosinas-. Chupa con ganas y se traga todo lo que le ponen por delante.

-¡Y por detrás! -rió Rundor, palmeando los glúteos de la esclava.

E'lari ahogó un gemido cuando los rechonchos pero poderosos dedos del rey se colaron por entre su ropa interior. Mantuvo el gesto sumiso y sonriente cuando los sintió acercándose a sus orificios. Ni pestañeó cuando hurgaron con avidez, violentando su dolorida vagina y su sensible ano. Una lágrima se le escapó con suavidad, en silencio.

-Me encanta follar elfas -continuó explicando el rey, metiendo y sacando los dedos del interior de E'lari-. Tienen las tetas grandes y a la altura de tu boca y sus agujeros son siempre tan estrechos y prietos que hacen que te corras en nada. ¡Menos mal que los enanos aguantamos varias tandas, jajaja!

Y el héroe coreó la carcajada de su rey, mascando azúcar y escupiendo restos como perdigones. E'lari aguantó apoyándose en la mesa, dejando que Rundor hiciera lo que quisiera y lamentando con cinismo sus propios pensamientos, los que hacía unos minutos dieran gracias por que su ano fuera respetado en aquella ocasión. Dolía, ardía. Siempre era así. Las callosidades raspaban el sensible interior de su trasero y apenas le provocaba ningún placer. Ni siquiera podía consolarse con eso. Y, si cabía todavía más humillación, el atractivo humano de piel oscura había vuelto a clavar los ojos en los de ella. No sabía por qué, pero se sentía morir al saber que el invitado asistía a su nueva violación con la mirada fija en su rostro.

-¡Joder! -exclamó por fin el monarca-. Como siga metiéndole dedos a esta guarra de orejas picudas me voy a acabar poniendo bruto y esta noche no voy a poder cumplir con mis deberes maritales.

A pesar de sus palabras, Rundor no detuvo su movimiento. E'lari sentía sus fluidos vaginales escapando de su maltrecha vagina, sus labios engordando para satisfacción del maldito rey y su respiración agitándose. Hasta su ano, sin duda enrojecido, había acabado sucumbiendo y, dilatado por fin, permitía la entrada y salida de los asquerosos dedos del enano.

-¡Seguro que tu esposa encuentra igualmente satisfacción, señor! -compadreó Brokun mientras se llevaba a la boca más golosinas-. Su insaciabilidad es coreada entre los clanes, y los jóvenes guerreros ansían que se les elija para mitigar su tedio entre sesión y sesión del Gran Consejo.

E'lari no podía apartar sus ojos de los del extraño. Su mirada era absorbida mientras su cuerpo era violentado sin más razón que el poder hacerlo. Apretaba las mandíbulas, no queriendo ceder ni un ápice más de lo necesario, aguantando las ganas de gemir de placer y dolor.

-Brokun, eres un cabrón -declaró el rey-. Deberías dejar de insinuar a cada ocasión que surge que fuiste elegido por mi reina no una sino dos veces. Si no fueras tan buen guerrero -continuó diciendo el enano- hace tiempo que te habría abierto la cabeza con un hacha, ¡o habría convencido a la reina de que lo hiciera ella misma!

-¡Y habría sido un gran honor, mi rey! -declaró el héroe con solemnidad.

El rey suspiró y dejó de violar los orificios de E'lari con sus regordetes dedos. Los sacó con brusquedad y la esclava casi no logró reprimir un quejido. Mordiéndose los sensuales labios para no emitir ningún sonido, supo que se había herido a sí misma en cuanto notó el sabor de la sangre en su boca.

-Lo que yo diga: un puto cabrón -contestó Rundor, llevándose después los dedos mojados a la boca y chuperreteándolos con deleite-. Una delicia, lo repito. ¿Seguro que no queréis, lord Raven? Mirad que os la he dejado a punto de caramelo...

E'lari aguantó la respiración junto con la mirada del humano. Se odió a sí misma al alegrarse de la respuesta del invitado.

-Sí. Acepto -declaró al fin-. Será... interesante.

Su voz, terciopelo grave y líquido, acunó sus oídos a pesar de la terrible implicación de las palabras. Aquella noche iba a volver a servir de fuente de placer para alguien. Otra vez iban a usarla. Y estaba deseándolo. Gracias por nada, dioses ausentes.

-¡Perfecto! -exclamó el rey, acompañando su satisfacción con una dolorosa palmada en el trasero de E'lari-. ¡Cualquier cosa es poco para nuestro insigne invitado, lord Raven, el Señor de los Cuervos.

-¡El Azote de Demonios! -añadió Brokun.

-¡La Pesadilla de la Noche! -corearon los comensales cercanos.

-¡El Hechicero de Sangre!

-¡El Quebrantador de Reyes!

-¡Y hermano del Reino-Bajo-La-Roca por siempre jamás! -terminó Rundor.

Y todos entrechocaron sus copas y gritaron de conformidad. La alegría y las ganas de juerga volvieron a encenderse por toda la sala. Suerte para las esclavas que habían podido retirarse, así que los enanos ahogarían su ímpetu en cerveza y vómitos.

E'lari logró escabullirse de la mirada del humano y de las largas manos del rey. Se cubrió las nalgas y escapó a las dependencias de esclavos. Prefirió no pensar en nada salvo en cumplir con su deber mientras recorría los estrechos y mal iluminados túneles reservados para los sirvientes. Tenía que lavarse, tenía que cambiarse y tenía que perfumarse. No era la primera vez -ni la segunda, ni la tercera. Ni la quincuagésima...- que tenía que complacer sexualmente a un invitado en la corte enana. Y sabía lo que le esperaba si sus amos recibían otra cosa que no fueran palabras de satisfacción tras una noche de placer. Látigo, palos y tres días sin comer. Amén de tener que seguir cumpliendo con el resto de deberes.

Se llegó a los manantiales inferiores y que hacían las veces de baños para los esclavos. El agua se caldeaba lo suficiente como para no estar helada y no matar a quien se sumergiera en ella por más de sesenta segundos. Esponjas de esparto, cepillos de cerdas ásperas, jabón de sebo de fritura y tiras de lino translúcidas de desgaste. Una delicia.

Saludó a los sirvientes que allí se encontraban. Los enanos no hacían distinción entre varones y mujeres con sus esclavos. La palabra de su idioma que los designaba no poseía inflexiones de género. Eran cosas. Objetos de usar y tirar. Así, en las dependencias se mezclaban ambos sexos y cuatro razas diferentes -humanos, elfos, medianos y ogros. Nunca enanos- sin preocuparse de lo que hicieran o deshicieran. Muy raramente había algo más que compañerismo estoico o un abrazo consolador. Entre otras cosas, todos los esclavos eran propiedades sexuales, así que poco roce placentero buscaban en otros cuando podían descansar y dormir.

E'lari se desnudó rápidamente, dejando cerca y a la vista su escasa ropa -raramente se robaban los unos o los otros, pero podía pasar-, y se sumergió en el frío torrente de agua. Aguantó un gemido cuando se le erizó el vello y su respiración se cortó. Cogió jabón y cepillo y se deshizo como pudo de suciedad y restos secos de un agotador día de trabajo. Enjabonó y frotó con mucho cuidado la entrepierna, dedicando especial delicadeza a su perineo, dolorido y algo escocido. Lavó con suavidad el interior de sus intimidades, no fuera a ser que el invitado al que le habían ofrecido quisiera probar con su propia boca el cuerpo del que disfrutaría. Sus pezones se endurecieron, no por efecto del frío sino como reacción inconsciente al imaginarse la lengua del humano introduciéndose con delicadeza en sus orificios.

Descartó con rapidez la idea y terminó de lavarse con igual velocidad. Se aclaró y dedió algunos minutos a desenredarse el pelo. Suerte tenía de dejarse el pelo corto. Algunas esclavas preferían tener el pelo largo, y los enredos que sufrían hacían que sus cabelleras asemejaran nidos de pájaros. Suspiró. Apenas se acordaba de los nidos de pájaros entre el follaje de los álamos. El sonido del viento, el sol de la mañana en su rostro...

Se secó y se vistió. Despidiéndose del resto de desafortunados. Se frotó la cara interna de los muslos, el cuello y las axilas con aceite aromático -no un gesto gentil de los amos, sino una obligación en sus deberes-. Decidió que que no estaría de más aplicarse algo en la entrepierna, a pesar del leve escozor de su ano. Se pellizcó los pómulos para darles rubor y se encaminó hacia el ala de invitados.

Llegó deprisa. Los corredores de los esclavos minaban el reino alrededor de los inmensos salones y los amplios túneles de los enanos. Minúsculas escaleras, montacargas y sogas permitían subir y bajar niveles con eficiencia y velocidad. La puntualidad granjeaba el jugoso premio de un azote menos.

Los pasillos del ala de invitados estaba suntuosamente decorados. Alfombras larguísimas de hilo y seda y azulejos decorados en los suelos. Tapices, armaduras y bustos de bronce y mármol en las paredes. Lámparas de exquisito cristal iluminaban sin dejar una sola sombra. Y todo el complejo se mantenía a una agradable temperatura de mañana de verano gracias a los conductos de calefacción. Lujos sin par para agasajar a los excelsos enviados a los que había que impresionar.

Los guardias armados, parejas en puertas vestidos con armaduras de gala y gesto solemne, la ignoraron con deliberación mientra ella caminaba hasta el Mayordomo. Encontró al anciano enano allí donde tenía que estar, en el centro del ala de invitados, impartiendo órdenes a los sirvientes. Era un hombre amable que nunca castigaba gratuitamente, y que cuando lo hacía siempre era magnánimo y considerado. A E'lari le caía bien. La única vez que tuvo que compartir su cama fue gentil y acabó en las sábanas, no dentro de ella o, más humillante aún, sobre su rostro.

-¡Ah, mi dulce citrino! -sonrió el anciano al verla, usando el apelativo cariñoso que le dedicaba-. ¿Vienes a alegrarle la vista a un viejo con tus bamboleantes tetas?

-No, noble Mayordomo -respondió ella con sencillez y mirando al suelo-. Su majestad ha visto apropiado que una caliente la cama del noble invitado humano al que su nobilísima persona acoge estos días.

-¡Oh, bien, bien! Gira sobre ti misma -ordenó con suavidad el viejo enano-, que tengo que ver si vas adecuadamente preparada.

E'lari obedeció. Con pasitos muy cortos y despacio, dio una vuelta sobre sí misma. Se agachó levemente para que el anciano viera bien su trasero y junto los brazos para marcar aún más sus ya de por sí grandes pechos. El Mayordomo asintió con su barba blanca y complicadamente trenzada.

-Muy bien, niña, muy bien -la felicitó-. Y además te has ungido bien, por lo que huelo -se agachó y metió su bulbosa nariz entre las nalgas de la joven. Inspiró-. Incluso en ese adorable y cálido culito que tienes. ¡Bien!

-¿Dais a una vuestro visto bueno entonces, noble Mayordomo? -preguntó la joven elfa, adoptando el adecuado tono de deferencia y humildad, por mucho que odiara hacerlo. Incluso puso morritos para que se viera bien la gordura de los sensuales labios.

-Sí, por supuesto. Anda -le palmeó juguetón el trasero a la vez que se recolocaba los pantalones debido a un sospechoso y creciente bulto bajo la tela-, ve a alegrarle la noche al invitado como sólo tú sabes, mi pequeño citrino.

-Gracias, noble Mayordomo -se despidió ella, odiando la amabilidad del azotito.

-¡Y recuerda limpiar bien después de tragar!

Odiaba su vida, pero era la única que tenía. La esperanza de un futuro mejor, después de todo, aún brillaba al fondo del oscuro antro que era su presente.

Anduvo deprisa los metros que le separaban de la puerta del invitado. Los guardias allí apostados no hicieron preguntas. Simplemente abrieron la puerta y le permitieron pasar. Sabían por qué estaba allí. No había ninguna otra posibilidad que servir de entretenimiento nocturno.

La habitación era amplísima. Sólo la cama era más grande que el cuartucho que compartía ella con otras dos esclavas. Una enorme piel de oso cavernario descansaba junto a una chimenea encendida. Las paredes estaban adornadas por tapices de hechos gloriosos y flotaba en el aire un perfume delicado de factura, sin duda alguna, élfica. Se descalzó sólo para sentir la suavidad y el calor en las plantas de sus pies. Suspiró de gusto al caminar hasta la cama. Apartó las sábanas de seda -con la chimenea encendida no hacían falta mantas- y se sentó. Suspiró de nuevo. Dejó las sandalias debajo de la cama y tendió su cuerpo. Apoyó la cabeza sobre la almohada de plumón y adoptó una postura que sabía seductora: de medio lado, con una manga de la túnica lo suficientemente bajada como para insinuar casi hasta el pezón de un pecho a través de la abertura del cuello,una pierna recogida y la otra estirada, con el vuelo de la túnica a unos centímetros de su entrepierna.

Y esperó.

El crepitar del fuego y la suavidad de las sábanas conspiraron entre ellos para conseguir que el sueño venciera a la joven. Soñó con ardillas y cernícalos, con espliego y brezo. Con un otoño dorado y el arrullo de un manantial.

Un crujido la despertó. Parpadeó, asustada, al darse cuenta de que se había quedado dormida. Tuvo que achicar los ojos para enfocar a su alrededor, pues las llamas estaban bajas y apenas creaban una rojiza penumbra.

-Tranquila -dijo una voz.

Se sobresaltó aún más. La voz -profunda y grave- provenía de un rincón. Allí sólo había una armadura de pie con un hacha ceremonial entre las manos, una mesita de madera de rosal muy trabajada y una butaca con un montón de ropa sobre ella. Un punto de luz rojoanaranjada brilló durante un instante en aquel montón de ropa y enseguida exhaló una nubecilla de humo azulado.

-Estabas cansada -sentenció la voz-. No tienes nada que temer.

E'lari se incorporó hasta medio levantarse.

-S-señor, yo...

-Relájate -ordenó la voz-. Quédate tumbada. Descansa. Duerme si quieres.

E'lari parpadeó, confundida. ¿Era aquello una prueba? ¿Debía obedecer unas órdenes que sin duda eran contrarias a las que había recibido de nada menos que el rey de los enanos?

Cuando sus ojos se acostumbraron, se dio cuenta de que el montón de ropa era la figura de un hombre, de que la pequeña luz era el cacillo de una pipa y de que la voz era la del invitado humano. Se sonrojó e, inconscientemente, se tapó su semidesnudo cuerpo con la sábana. Intuyó una leve y torcida sonrisa tras la pipa.

-Tienes miedo -constató el humano-. Duerme. Esta noche no has de temer contrariar a tus amos.

Un sonido de inspiración y el fulgor aumentó, mostrando el brillo de unos ojos verdes y fríos.

-Yo... vos... ¿v-vuestro placer...?

-Ya he asistido a todo el “placer” que la corte del Reino-Bajo-La-Roca ofrece -cortó él con evidente tono de censura-. No deseo presenciar más por hoy.

-P-pero...

-Duerme.

Y E'lari, por primera vez en años, durmió toda una noche en una cama digna de su nombre. Soñó con un otoño dorado, con las ardillas recogiendo frutos secos y con una figura siniestra, oscura y tenebrosa erguida junto a un manantial de agua cantarina.

Un movimiento la despertó. E'lari, tendida en cama extraña, salió de su mundo onírico gracias a esa capacidad para estar alerta y dispuesta de una esclava cuya meta es sobrevivir día a día. Se sobresaltó pero no se movió. Respiró con lentitud, fingiendo estar todavía dormida, haciendo un rápido examen de su entorno.

La penumbra había menguado hasta ser una oscuridad apenas iluminada por unos rescoldos. Algunos brillos delataban piezas metálicas o de cristal. Un jarra, una armadura, una lámpara...

Junto a ella, calor. El calor de un cuerpo. El miedo estuvo a punto de sobrepasarla y hacerle cometer una estupidez. Analizó la situación. Sin duda alguna el invitado del rey enano, aquel atractivo humano de piel oscura, por fin había sucumbido al cansancio y se había tendido en la cama -su cama, después de todo- para dormir. Su respiración, pausada y profunda, evidenciaba que estaba sumido en sueños. Notaba su cuerpo junto al de ella, cálido, confortable bajo las sábanas. Sonrió. Pequeños placeres en su vida de tragedias diarias.

Recordó la noche anterior, la brutalidad de Brokun al violarla sobre la mesa de banquetes, la desconsideración del rey después al penetrarla con sus asquerosos dedos, la condescendencia del anciano Mayordomo al darle un suave azote en el trasero. Y la humillación de saber que sus debilidad había sido observada con atención por el invitado humano. El mismo al que habían ordenado procurar placer en la cama y el mismo que había declinado los ofrecimientos serviles de la joven y la había pedido -bueno, ordenado. Sin mucha amabilidad, pero al menos con voz suave-, que descansara lo que restaba de noche en la cama, tranquila y a salvo. Sí, a salvo.

La joven suspiró una vez más.

Junto a ella sintió rebullir el cuerpo del humano. E'lari se giró despacio. Muy despacio. No quería despertarle. Miró el rostro de piel oscura, sus atractivos rasgos, su cabeza afeitada, su perilla muy cuidada. Y su ceño fruncido. Algo turbaba su descanso y afeaba sus facciones. E'lari se mordió los labios, dudosa. ¿Qué hacer? Suspiró de nuevo y el hombre se movió. Ella se retrepó, asustada, pero el humano sólo se puso bocarriba. Su respiración era agitada.

Sin pensarlo demasiado, la joven elfa metió la cabeza bajo las sábanas. Se asombró al constatar que el hombre estaba desnudo. Y que su miembro no estaba del todo descansado. Se mordió los labios otra vez. ¿Debía...?

Tomo una decisión. Con cuidado reptó hasta él, acercando su rostro a la entrepierna del humano de piel oscura. Su olor, dulce sin ser empalagoso y algo picante, llenó sus fosas nasales conforme reducía la distancia entre ambos. Se quedó mirando la verga durante unos segundos. Tenía el pubis depilado y no era tan bulbosa como la de los enanos. Más estilizada. Gruesa y larga, sí, pero... elegante. Casi se rió, y aquel movimiento bastó para que el humano se agitara. Sólo un segundo. Después volvió a quedarse quieto.

E'lari rozó con un dedo la piel del miembro, que inconscientemente reaccionó, aumentando levemente de tamaño. La elfa acercó aún más el rostro hasta casi tener el glande en los labios. La suave respiración de la esclava despertó un poco más la verga. La joven vio cómo se alzaba, despacio, y cómo ganaba en rigidez. Estaba segura de que si hubiera más luz, vería cómo la piel oscura se tornaba grana. La tomó en sus manos. Caliente, tersa. Dura. El glande se desplegó por fin, rozando su boca y mojando de líquido preseminal sus labios. E'lari sonrió.

Tenía un juguete para ella sola.

Tenía poder.

Tenía... decisión.

Abrió la boca y lamió con mucha suavidad la piel del glande. Bajó la mano y acarició los testículos. Notó cómo la piel del escroto se endurecía y se hinchaba para hacer reflejo de la verga. Deslizó la lengua por el tronco hacia abajo, y luego ubió de nuevo.

Caliente. Y limpia.

Su sabor era delicado y picante. Se sorprendió al desearlo en su interior. Abrió más la boca y rozó con los labios y la lengua el glande. Lo notó latir. Lo saboreó con cuidado, haciendo círculos suaves. El cuerpo del hombre se movió en sueños y dejó escapar un suspiro. Le gustaba. E'lari le estaba dando placer porque ella quería y le gustaba. Una sensación indescriptible la embargó a la vez que abrió del todo la boca e introdujo aquel miembro dentro. Sólo el glande. Gimió de gusto. Él también.

Poco a poco fue tragándose su longitud, llegando hasta el punto de arcada sin sobrepasarlo. Por primera vez se comía una verga sin que nadie estuviera violando su boca hasta descargar en la garganta.

-Hmmmmm...

Subió y bajó, metiendo y sacando el miembro con delicadeza, apretando con labios y un poco con los dientes, lamiendo a la vez que tragaba. Disfrutó del momento.

-¡Hmmmm...! ¡Hmmmmm...!

Acomodó su cuerpo, arrodillándose y separando las piernas. Gimió de gusto al sentir sus labios vaginales, hinchados y excitados, abriéndose con el movimiento. Eso hizo que decidiera meterse más longitud de verga en la boca. Poco a poco fue tragando. Poco a poco. Sí. Un poco más. Más. Sintió el glande rozar la úvula.

-¡Hngglll....! ¡Hmmppffgll...!

Más. Deslizarse por la parte trasera de la lengua.

-¡¡Hnngggllll...!

Empezar a bajar por su garganta. Despacio, despacio. Aguantando la arcada, sin dejar que duela.

-¡Hnnngggglll...! ¡HHMMMMPPPFFF...!

Sus labios rozaron la base del miembro y se quedó muy quieta. Se la había tragado entera. La sentía latir en su interior, atravesando boca y garganta. Caliente, húmeda y suave. Toda suya.

-¡Hmmmmmmmmmmppffff...!

Su otra mano comenzó a acariciar su clítoris, buscando gozo por sí misma como no lo había hecho en años. Mientras los dedos acariciaban, algo torpes, la hinchada rojez de su sexo, E'lari comenzó a sacarse la enorme verga de la boca. Despacio de nuevo. Despacio.

-HMMMMM...

Cuando por fin logró sacar toda la extensión del miembro, paró un instante para apartarse las lágrimas que, por el esfuerzo se le habían escapado. Falta de resuello pero no obstante satyisfecha, siguió tocándose e incluso se atrevió a bajar hasta la entrada de su sexo. Lo notó tan húmedo, caliente e hinchado que no aguantó e introdujo dos de sus dedos. Aguantó como pudo el gemido, mordiéndose primero los labios y metiéndose la verga de nuevo en la boca.

-¡¡HMMMPPFFF...!!

Comenzó entonces a meterla y sacarla más deprisa. Subió y bajó la cabeza, cada vez a mayor velocidad e intentando abarcar cada vez más extensión. No logró volver a introducírsela entera, pero sin duda le estaba dando un buen repaso. Bajo ella, el humano gemía suavemente y se movía en sueños, dormido, disfrutando de un placer externo en su inconsciencia.

-¡¡HHMMPFF...!! ¡¡HMMMPFF...!! ¡¡HHHMMMPF...!!

Mientras se penetraba con los dedos, lamía, chupaba y comía la verga del humano con verdadera avidez. Los gemidos ahogados se escapaban por fin de sus labios junto a regueros de saliva y fluidos preseminales.

-¡¡HHMMPPFF...!! ¡¡HHMMMMPPFF...!!

No se detuvo ni cuando sintió una mano extraña posarse delicada sobre su nuca. Ella sólo subía y bajaba la cabeza y movía los dedos, penetrándose ella misma boca y vagina con dedicación.

-¡¡HHMMPPFF...!! ¡¡HMPFF...!! ¡¡HHMMPF!!

La mano la acariciaba con suavidad la nuca, acompañando el movimiento de arriba a abajo sin apretar ni empujar. Simplemente estaba allí, y a E'lari no le importó. Ella continuó comiéndose la verga con ganas y sintiendo auténtico placer por primera vez en mucho tiempo. Notaba los muslos empapados de sus propios fluidos, un ardor bullente naciendo en sus entrañas. Sus dedos tenían campo libre entre los pliegues de su sexo y no se detenían ante nada. Dos, tres y hasta cuatro introdujo, abriéndose a sí misma con deleite a la vez que disfrutaba alojando la verga negra en la boca.

Y justo cuando pensaba que podía mantener esa situación por siempre, durante horas si fuera necesario, una corriente eléctrica la sacudió. Su cuerpo se contrajo durante agónicos y exultantes segundos.

-¡¡HHHHHHHHHH...!! ¡¡HHHHHHHHHHHHHHH...!!

En su paroxismo no reparó en que había detenido el movimiento de su cabeza. Disfrutando del orgasmo, de las oleadas de placer intenso que recorrían su interior, había dejado de atender el miembro del humano. Apenas fue consciente de que la mano apoyada en su nuca la ayudó a continuar. Quería gritar, pero tenía la boca tan llena que nada salvo largos gemidos ahogados podían escapar de sus labios.

- ¡¡HHHHHHHHHHHHHHH...!! ¡¡HHHHHHHHHHHHHHH...!!

Su cabeza subió y bajó, incapaz de hacer otra cosa que apretar con su boca el miembro erecto que, contra su lengua, empezaba a convulsionarse. Y justo cuando el orgasmo empezó a remitir, justo cuando su consciencia por fin daba señales de vida, una oleada de esperma surgió del miembro y llenó su garganta de leche caliente y espesa. Agarró con ambas manos la verga y la estrujó, dispuesta a ordeñarla y disfrutando como nunca de hacerlo, pues aquello había sido obra suya, decisión suya, y todo aquel semen le pertenecía por derecho.

-¡¡MMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMM...!!

El gemido del invitado fue tan largo y profundo como abundante su descarga. Bajo E'lari, el humano se contorsionó sin llegar a despertarse. La joven elfa acogió todo el esperma que pudo, pero algunos hilillos acabaron por escapársele a través de las comisuras de la boca e incluso algunas gotas por la nariz. No tosió, no quería desperdiciar nada. Simplemente aguantó y paladeó con la lengua contra el duro miembro.

-¡Hhhhhhhhhhh...!

El humano empezó a relajarse y ella extrajo con cuidado la verga de su boca. Apretando con los labios para no dejar escapar nada, tal y como la habían enseñado, pero esta vez porque ella quería, no por miedo a un castigo. Saboreó el esperma, tan diferente del de un enano. Decidió que le gustaba y tragó con deleite. El líquido espeso y caliente bajó por la garganta como un bálsamo y no pudo evitar que un gemido de gusto se escapara de su boca.

Durante unos segundos se quedó quieta, reparando en lo que había hecho y esperando alguna reacción del humano. La verga, húmeda y limpia, perdía su dureza y se convertía en una serpiente oscura que se ladeaba y dejaba descansar su cabeza contra la cadera de su dueño. E'lari se rió bajito. Cuando un enano se corría, su miembro disminuía de tamaño a tal velocidad para esconderse bajo la barriga que a la elfa siempre le había parecido una tortuga retrayendo la cabeza dentro del caparazón. En cambio la del humano apenas había perdido longitud. Sólo se había vuelto fláccida. Le gustó. Le dio un beso y se retiró.

El humano no reaccionó. Mejor. Ella no quería enfrentarse a él. Había felado su miembro porque así lo había decidido. Y punto. Juntó las piernas -tan empapadas que sus finos muslos se habían vuelto pegajosos-, se dio la vuelta y se tendió de espaldas al hombre. Suspiró, se arropó y cerró los ojos.

No vio la sonrisa de satisfacción en los labios del humano, ni tampoco su fría mirada fija en la nuca. E'lari estaba contenta. Y con eso ya bastaba.