De enfermera a puta (1)

Una enfermera cansada de vivir da un giro inesperado a su vida y cambia de profesion

Esta historia no es apta para tres tipos de personas:

1.- Los menores: si lo eres cierra ahora mismo tu sesión o tus padres te acabarán pillando, aunque borres el historial hay otras formas de control.

2.- Los que confunden realidad y fantasía. Todo lo que aquí se narra es pura ficción y así es como debe seguir siendo.

3.- Los impacientes. Me gusta describir los detalles y dar su tiempo a los personajes, por lo que el texto puede ser muy largo. Si tienes prisa mejor busca otra historia.

Dicho esto, empezamos.

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Angela llegó al atardecer al aeropuerto de Santo Domingo. Su semblante sombrío no dejaba lugar a dudas, su ánimo estaba por los suelos. El Océano no era lo bastante ancho para escapar de los fantasmas que la perseguían día y noche desde que seis meses antes recibiera el mayor desengaño de su vida procedente de quien le había jurado amor eterno.

A sus 25 años, y con una brillante carrera como enfermera, ya se sentia como enterrada en vida. Su belleza, pelo castaño y ondulado, ojos marrones, figura esbelta y bien proporcionada en la que realzaban sus tetas, algo mas grandes de lo que se podría esperar por su talla atraían todas las miradas excepto la suya propia que le devolvía el espejo, una mirada critica y dura.

Ni todo este tiempo que llevaba trabajando como voluntaria en una ONG, ni los psiquiatras que la atiborraban de pastillas, ni las botellas que vaciaba a solas en su habitación habían servido para amortiguar ni un ápice su dolor. Tampoco sus eventuales aventuras con jóvenes isleños; solo habían calmado su necesidad de sexo pero el desamor crecía cada día. Su alma estaba rota, su vida acabada. La idea del suicidio que poco a poco se había hecho hueco en su mente, fue arraigando y al emprender el viaje de vuelta ya no había marcha atrás, no había una sola razón para mantener una vida llena de dolores. Solo la había retrasado la necesidad de dejar arreglados antes algunos asuntos legales para no perjudicar a sus familiares mas cercanos (que tampoco lo eran tanto).

El ambiente que se respiraba en la terminal del aeropuerto era variopinto. Cientos de turistas fácilmente reconocibles por el moreno forzado de sus rostros, cientos mas de lugareños huyendo de la miseria en busca del Dorado europeo y un enjambre de oportunistas revoloteando alrededor de todos tratando de recoger los últimos pesos que a nadie le servirían allende los mares.

Ya en la cola de los equipajes se fijó en una joven mulata que irradiaba una profunda tristeza, tal vez esto la inspiró cierta compasión y se preguntó que le sucedería. Aunque a todo emigrante le da cierta nostalgia dejar su tierra en este caso parecía estar conteniendo un mar de lágrimas.

  • Siga por favor – La voz del empleado de facturación la sacó de su ensimismamiento. Facturó su pequeña maleta y recogió su tarjeta de embarque.

  • Buen viaje y regrese pronto – le dijo el empleado con su amplia sonrisa. Ella le dio cortésmente las gracias aunque tenía claro que no iba a regresar jamás.

Ya en la sala de espera buscó con la mirada a la joven que la intrigaba pero no pudo localizarla. Al no tener nada mas en que pensar regresaron los fantasmas que la atormentaban cada vez con mas fuerza. Pidió un café pero lo pensó mejor y lo cambió por un trago de ron. Necesitaba cualquier cosa que le embotara los sentidos.

Después del despegue decidió leer un poco para poder dormir mejor. La oscura noche sobre el Caribe y la cabina a media luz no invitaban a nada mas.

Se acostó de medio lado y entonces la vio. Estaba sentada tres filas delante de la suya. Casi todos dormían a bordo pero ella no podía cerrar los ojos. Sacó un pañuelo y aunque en silencio se puso a llorar. Después de empaparlo, lo tiró y rebuscó en su bolsillo pero no le quedaban mas.

Angela pretendió ignorarla pero después de tres meses escuchando y atendiendo desgracias ajenas, su humanidad era superior a ella.

Se levantó, se acercó a la chica y le ofreció un paquete de pañuelos al tiempo que le preguntó

  • ¿Tan grave es la cosa? Perdona, no quiero ser indiscreta pero si quieres desahogarte y contarme tus penas, estoy a tu disposición.

La chica la miró extrañada como si hubiera visto un extraterrestre.

  • Gracias señora, es usted muy amable. Pero no querría fastidiarla con mis problemas.

  • No me fastidias. Y por favor, trátame de tu. Si vas a España es mejor que te acostumbres, allá el “usted” se usa muy poco. Si quieres ven a mi asiento, el de al lado está libre y podremos hablar mas tranquilamente que aquí de pie.

La chica se demoró como sopesando la conveniencia de volcarse con una desconocida pero había algo en su cara que le inspiraba confianza. Finalmente se levantó y la siguió por el pasillo. Se sentó en el puesto contiguo al de Angela y se puso otra vez a llorar. Angela la abrazó y la dejó que se desahogara. Cuando estuvo mas calmada inició la conversación:

  • ¿Cómo te llamas? Si no quieres no me lo digas.

  • Me llamo Sonia – respondió ella – Es la primera vez que viajo fuera del país. ¿Es usted española?

  • Si, lo soy. Si me notas algo de acento dominicano es porque llevo mucho tiempo acá. Soy enfermera y he estado sirviendo en una ONG. Me llamo Angela y estoy de vuelta a casa – “Y de vuelta de casi todo”, pensó.

  • Que casualidad, yo también soy enfermera. He trabajado un tiempo en un hospital pero ahora no tengo trabajo.

  • ¿Y vas por mucho tiempo a España?

Ante esta pregunta, Sonia estuvo a punto de volver a llorar pero se contuvo aunque habló entre sollozos..

  • Tengo una visa para tres meses….., pero usted….es decir, tu….ya sabes como son estas cosas.

  • Entiendo, quieres quedarte allá. No te preocupes, te comprendo perfectamente, cada uno tiene que buscarse la vida donde pueda. ¿Te han ofrecido algún trabajo?

  • Si, mas o menos – dudaba si contarselo pero desde que la vio supo que podía confiar en ella así que prosiguió – No es un buen trabajo, pero necesitaba dinero rápidamente. Es por mi hermano ¿sabes? Tiene una enfermedad muy grave y el hombre que me ha ofrecido el trabajo me ha adelantado un dinero para la operación. Me lo irá descontando de mi trabajo.

Para alguien como Angela que había compartido las desgracias de tantos dominicanos la cosa estaba clara. El trabajo que le hubieran ofrecido era una tapadera. En cuanto llegara la encerrarían en un puticlub y tardaría años en saldar su “deuda”. Tenía que advertirselo pero con mucho tacto.

  • ¿Cuál es el trabajo que te han ofrecido? – le preguntó.

  • De camarera en un pueblo cercano a Madrid. No es que me haga mucha ilusión pero la necesidad – bajó la voz y prosiguió – usted ya sabe.

Sin recordarle que se había pasado otra vez al “usted”, Angela le dijo lo mas suavemente que pudo:

  • ¿El hombre que te ha contratado te parece de confianza?

  • En realidad no me ha contratado el. Solo me ha entregado el dinero de parte de mi futuro jefe. Así que no se quien me ha contratado. Pero lo que si se es que van a querer de mi algo mas. No soy tan tonta como para pensar que solo quieren que sirva copas. Y el hombre que me entregó el dinero…. Bueno, la forma de mirarme de arriba abajo todas mis curvas…parecía que me estaba poniendo precio.

Obviamente sabía a lo que iba. Hacer esto por otra persona la ennoblecía pero para ella sería nefasto. Sonó por la megafonía la voz del comandante que ajeno a la tragedia narraba el itinerario seguido e invitaba a los pasajeros de estribor a contemplar desde las alturas la isla de Saint Croix y a continuación sobrevolarían las Antillas Menores donde esperaban encontrar algunas turbulencias. Finalizaba deseando a todos un feliz viaje, para después repetir toda la retahíla en inglés.

  • Sabes que en España hay muchos bares que en realidad son burdeles encubiertos ¿verdad Sonia? ¿Crees que es en uno de ellos donde quieren que vayas?

  • No lo creo; lo se. Pero no puedo hacer otra cosa. No podía dejar morir a mi hermanito. Es tan pequeño.

La abrazó de nuevo tratando de consolarla pero la realidad era espantosamente cruel. Sonia iba directa al matadero y no parecía tener escapatoria.

  • ¿No has pensado en escabullirte cuando lleguemos a Madrid? – le dijo, aunque solo por decir algo. Sabía que en estos “negocios” no se dejaban cabos sueltos.

  • Ni por asomo. Una ha oído muchos casos. Esta gente no se anda con chiquitas. El hombre que me contactó conocía todos los datos de toda mi familia. Estoy segura de que si no cumplo el pacto les harán daño – movió la mano como tratando de apartar la idea – No, no puedo hacer nada. Iré y que sea lo que Dios quiera.

Angela no sabía que decirle. Sonia se levantó para ir al baño antes de que los últimos resoplidos que da el Caribe antes de convertirse en Océano la obligaran a amarrarse el cinturón.

Durante un rato Angela tuvo tiempo de reflexionar. Para comprender los sentimientos de otra persona hay que utilizar la empatía, ponerse en su lugar. Lo había hecho con frecuencia en los poblados en los que tenía que atender todo tipo de desgracias. ¿Cómo se sentiría ella, Angela, si al llegar en vez de coger el metro al hospital para ponerse al día de todo, alguien la llevara al tugurio que le esperaba a Sonia?

Muchas veces había tenido fantasías en las que se prostituía o era obligada a follar contra su voluntad.  Hombres sin cara y con penes desproporcionadamente grandes la sujetaban, le arrancaban la ropa, la obligaban a abrir las piernas y la penetraban duramente. Ella sentía escalofríos de placer al imaginarlo metiéndose los dedos o lo que tuviera a mano. Pero esto solo eran fantasías, después todo volvía a la normalidad; Era la doble personalidad con su doble moral de Doctor Jekyll y Mr. Hyde. Pero el primero era real y el segundo estaba solo en su cabeza..... ¿o no era así? Lo que ella sabría si hubiese leído la obra de Robert Stevenson es que todos tenemos un lado oscuro que solo espera que le den la ocasión de aflorar. Y que pude llegar a tomar el control.

Lo que mas la excitaba no era la penetración en si, sino el sentirse poseída, utilizada. Ser el juguete de un amo imaginario que la llevara donde el quería y obedecer todos sus caprichos. Era el entregar su voluntad y sentirse reducida a la categoría de objeto. El imaginarlo le producía un intenso cosquilleo en la entrepierna… como ahora mismo. Entrecerró los ojos y muy a gusto se hubiera llevado la mano para frotarse el clítoris si no fuera porque en ese momento las luces estaban encendidas, las azafatas iban y venían preparando la cena que servirían dentro de poco.

Cerró las piernas apretando los muslos provocando con la presión una ligera fricción aunque no consiguió mucho mas. Había demasiada tensión en el ambiente.

Nunca había llevado estas fantasías a la realidad, ni siquiera interpretando el papel de puta con algún compañero sexual ocasional. Y ahora en su último viaje sentía que era una pena irse de este mundo sin probarlo, sin explorar el otro lado, su otra mitad. Volvió a mirar hacia Sonia que esperaba en la puerta del baño.

Era desolador ver como una chica tan joven y bondadosa iba a arruinar su vida para salvar la de su hermano. Una vida a cambio de otra. Eso si que era generosidad. No como ella que iba a suicidarse a cambio de nada. Eso si que era perder una vida. Pero no tenía nada por lo que entregarla….. ¿O si?

Se le encendió una luz. Era una idea tan peregrina que pensó en desecharla al instante. Pero ¿funcionaría?

No, era una estupidez. No había ni que pensarlo siquiera. Miró hacia el baño. Sonia esperaba a que quedara desocupado. Su aspecto de mulata no se parecía en nada al suyo de española y blanca (excepto por el bronceado que le había dejado su viaje). Aunque mirándola bien, tenía sus similitudes. El color del pelo era similar aunque el de Sonia era rizado y el de Angela solo un poco ondulado. Los ojos eran oscuros aunque no del mismo tono. Los labios de las dos eran carnosos. En cuanto al pecho, Angela salía ganando, sus tetas firmes erectas y de tamaño generoso siempre hacían que pocos hombres la mirasen a la cara lo que en este caso jugaría en su favor. El culo no difería mucho y en cuanto a la talla aunque Sonia era un poco mas baja no se notaría demasiado.

Puede que fuese una locura pero un suicida no tiene absolutamente nada que perder y por otra parte tuvo que admitir que la idea le hacía renacer su excitación. La fantasía recurrente volvió a tomar cuerpo. Cierto que no es lo mismo imaginar que llevarlo a la práctica y además en estas circunstancias podía ser extremadamente peligroso, pero como último recurso siempre encontraría la manera de cortarse las venas y acabar con todo.

Estaba decidido: ¡ OCUPARIA EL LUGAR DE SONIA ¡!!!

Con unos ligeros retoques y un intercambio de ropas y pasaportes, le daría a esa chica una oportunidad de oro con la que nunca había soñado siquiera, mientras ella se sumergía en un infierno que acabaría por destruirla, lo cual no difería mucho de sus planes iniciales.

El problema era como explicárselo. Con solo mencionarlo la tomaría por loca o embustera. A nadie en su sano juicio se le ocurriría semejante disparate.

Cinco minutos después Sonia regresó y trajo dos cafés.

  • Pensé que te apetecería algo caliente. Aquí arriba se siente el frío ¿verdad?

  • Si – respondió Angela – sobre todo si no estás acostumbrada. ¿No has salido nunca del trópico?

  • No, y es lo que mas voy a echar de menos. Sobre todo el mar. Siempre he visto el mar desde mi ventana y eso me relaja bastante. Me han dicho que Madrid además de no tener mar es muy frío ¿es cierto?

  • Bueno, hay sitios peores y no es todo el año pero si, básicamente lo que te han contado es cierto. Yo nací allí pero actualmente se ha convertido en un infierno para mi. No por la ciudad, es por mi vida que no ha sido muy modélica. De hecho he decidido cortar por lo sano. He pedido un traslado a otra ciudad para empezar de cero. Vida nueva, amigos nuevos y no quiero saber nada de todo lo anterior. Tampoco me queda familia cercana que me eche de menos así que por ese lado lo tengo fácil.

  • Que suerte. Empiezas la vida que quieres. Yo también cambio de vida pero a peor.

Era el momento. Había que arriesgarse. Cambió su expresión por otra mas sombría.

  • La verdad es que no estoy tan segura. Tengo que confesarte que si aún no he ocupado mi nueva plaza es porque no quiero conservar del pasado ni siquiera mi profesión. No quisiera conservar ni mi nombre.

Sonia empezaba a preocuparse por la salud mental de su nueva amiga.

  • ¿Y si renuncias a tu profesión de que vas a vivir? – le preguntó.

  • Bueno, tengo algo de dinero para aguantar un tiempo y luego ya saldrá algo. Siempre sale. Solo lo siento por dejar colgados a mis nuevos compañeros pero ya encontrarán a otra. Lo que sobran son enfermeras sin trabajo – dijo esto último mirándola fijamente a los ojos y esperó su reacción.

  • Enfermeras en paro como yo ¿verdad? Aunque creo que pronto no voy a estar en paro muy a mi pesar. Ojala pudiera trabajar en lo que me gusta pero que le vamos a hacer.

  • ¿Y si pudieras lo harías? A lo mejor no es tan imposible como piensas.

  • ¿Qué quieres decir? Sabes que debo mucho dinero y no me van a dejar salir sin mas.

  • ¿Crees que quien te ha prestado dinero te dejaría libre si se lo devuelves con intereses?

Sonia no sabía que decir, la sorpresa era demasiado grande.

  • No entiendo donde quieres ir a parar. ¿De donde voy a sacar tanto dinero?

  • Como ya te he dicho tengo algo ahorrado. ¿Qué te parecería si fuese a ver a tu contacto y le intentase pagar?

  • ¡Pero como vas a hacer eso! Me espera a mi, no a ti.

  • ¿Y si yo fuese tu y viceversa? No pongas esa cara, si nos ven a las dos es obvio que somos distintas pero ¿Y si solo me ven a mi?

  • No se, el tipo solo me ha visto una vez pero tiene fotos. Y además ¿por qué quieres hacer esto? Es una broma ¿verdad?

Sin contestar inmediatamente, Angela cogió la chaqueta de Sonia y se la puso. Después le quitó la cinta del pelo y se lo arreglo para peinar aproximadamente como ella. Finalmente se puso unas gafas oscuras.

  • ¿Qué te parece? Además tampoco van a mirar mucho a la cara. Y en cuanto a tu pregunta, ya sabes que soy voluntaria, o lo que es lo mismo, no soporto ver el mal ajeno y ayudarte es ahora mismo lo mas importante para mi.

Sonia volvió a llorar pero ahora de felicidad aunque no alcanzaba a ver como podía salir esto. Las dudas eran infinitas.

  • ¿Y qué voy a hacer yo? No tengo a donde ir aparte del bar.

  • Te recuerdo: TU serás YO. Imagina que ya lo eres. Te llamas Angela, eres española y te espera un flamante puesto de enfermera en el servicio de urgencias de un complejo hospitalario.

  • Suena a cuento de hadas. ¿Y donde está el hospital?

  • En León, una ciudad del norte. Te gustará. Es el sitio ideal para vivir. Lo bastante pequeño para disfrutar de una vida tranquila y lo bastante grande para tener todos los servicios.

  • ¿Y tiene mar? – preguntó con un nuevo brillo de esperanza.

  • No, pero está muy cerca. Si sales del trabajo a las tres, a poco mas de las cuatro puedes estar dándote un chapuzón en el Cantábrico, luego tomar unas sidras en el puerto y volver a casa antes de la cena.

  • Pero te esperan a ti.

  • Exactamente. Pero yo soy tu ¿recuerdas? No me han visto nunca así que no conocen mi aspecto. Y por suerte tu también eres enfermera.

  • Pero ¿Y si no aceptan el pago de la deuda? No quiero que a mi hermano le pase nada.

Angela habló con absoluta determinación:

  • Te juro que a tu hermano no le va a pasar nada. Voy a resolver esto aunque sea lo último que haga en la vida. Y ni aunque me maten voy a descubrirte.

Lo dijo con tanto aplomo que Sonia acabó de convencerse, maravillada del giro de 180 grados que acababa de dar su vida.

Intercambiaron su equipaje, sus papeles y sus teléfonos móviles. El que tenía Sonia se lo había dejado su contacto para que pudiera llamarle al llegar al aeropuerto de Barajas.

Sonia no saldría del aeropuerto para evitar ser vista. Allí mismo compraría un billete para el siguiente vuelo a León que pagaría con la tarjeta de Angela. Hasta le había enseñado a hacer su firma.

Ocho horas después aterrizaron, se despidieron con un falso “hasta la vista” y Angela – ahora llamada Sonia – se dirigió por primera vez en su vida al control de “Ciudadanos no comunitarios”.

Y tambien por primera vez en su vida Mr. Hyde salia de los estrechos limites de su imaginación y se preparaba para competir por la existencia.

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  • Así que te llamas Sonia. ¿Y que se supone vienes a hacer a mi país?

El funcionario de aduanas le hablaba con el desprecio de quien se cree que vale mas por haber nacido en el primer mundo y con la superioridad de quien tiene un cargo que le viene grande. Sonia – ya arrinconado su antiguo nombre en el olvido – le habría mandado a tomar por donde debía pero pensó en el hermano enfermo, se tragó su orgullo y bajó la cabeza respondiendo con un forzado acento antillano:

  • Perdón señor, tengo un contrato para trabajar como mesera en un restaurante.

  • Ya. Está claro, todas venís a servir mesas. Como no.

Aunque la acababa de llamar puta veladamente, no podía hacer nada. Sacó su contrato del bolsillo de la camisa y mientras lo hacía la bajó un poco intencionadamente para dejar al descubierto un poco mas de escote. Sintió como aquel cerdo le clavaba la mirada entre las tetas aunque no pasaría de eso o lo lamentaría.

  • Anda, pasa. Quien sabe, a lo mejor volvemos a vernos en alguna “mesa” de ese restaurante al que dices que vas – remató con sorna mientras le ponia el sello de entrada en el pasaporte.

  • Si señor. Gracias – dijo mientras se alejaba pensando “puto gilipollas”.

Salió del aeropuerto y trató de reinventarse a si misma como una extranjera recién llegada imaginando que no conocía nada de lo que veía. Llamó al número grabado en su móvil como “Juan”. A los pocos minutos, un coche rojo con dos hombres a bordo, aparcó a unos20 metros. El copiloto bajó, miró una foto que llevaba en la mano y paseo la vista confuso. Era un hombre de estatura media, con bigote y tocado con un sombrero tipo Panamá. Le hizo un gesto a su compañero como de que no encontraba lo que buscaba y siguió observando. Finalmente se acercó a ella, miró otra vez la foto y preguntó:

  • ¿Sonia?

  • Hola señor Juan ¿Cómo está?

  • Bien. Y tu ¿Has tenido un buen vuelo? Bueno, ya me lo contarás luego, ahora sube al coche que nos vamos.

Se subió al asiento trasero y Juan se colocó a su lado mientras el chofer iniciaba la marcha.

  • Dame tu pasaporte y el contrato – dijo – Tengo que terminar de arreglar los papeles cuando llegue a la oficina.

El imperativo no dejaba lugar a dudas de que era una orden. Le entregó los papeles que pedía dedicandole una sonrisa.

  • Vale, ya te lo devolveré otro día. Ahora vamos a ver al jefe. Empezarás mañana mismo. Espero que lo hagas bien y el jefe esté contento. Recuerda que le debes mucho.

  • Si señor, lo haré lo mejor que sepa.

  • De puta madre. Oye Mariano – dijo dirigiendose al chofer. ¿Ya has llamado a los del comité de bienvenida?

El interpelado, parecía algo mas mayor que Juan, robusto y con el pelo entrecano. Respondió:

  • Si Juan, vendrán a las siete. También estará Pedro. Ese salido se huele las fiestas a kilómetros.

El “comité de bienvenida” era el grupo de los hombres de confianza del jefe que se encargaban de mostrar a las recién llegadas la cruda realidad para despejar cualquier tipo de dudas. En general cuando una chica descubría que acababa de llegar a un burdel, protestaba, decía que no era a eso a lo que había venido. Entonces, la encerraban en una habitación, le arrancaban la ropa, la daban una paliza y se la follaban salvajemente de todas las maneras imaginables hasta que perdiera el conocimiento.

Se trataba de enseñarle desde el primer momento quien mandaba y lo que se esperaba de ella quebrando cualquier posible intención de rebeldía.

Durante el corto trayecto, ella solo pensaba en como afrontar su encuentro con el jefe. Quería a toda costa desvincular cuanto antes su situación del hermano de la verdadera Sonia. Para ello mejor hablar cuanto menos posible de la deuda. No preguntaría nada al respecto, como si no fuera con ella el control del pago y los plazos. Quería que olvidasen cuanto antes a la familia dominicana y se centraran en explotarla a ella.

Finalmente aparcaron junto a un club detrás de una gasolinera.

  • Bienvenida – le dijo Juan – El despacho del jefe está al fondo del pasillo. Se llama José Luis. Pasa y espera a que llegue. Te recomiendo mucho respeto.

No hacía falta que se lo dijeran. Entró  y encontró lo que esperaba, un local oscuro con una música suave y varias chicas semidesnudas mariposeando entre los clientes que eran pocos por lo temprano de la hora. Entró en el despacho por así llamarlo. En realidad era un viejo almacén con una mesa llena de polvo un sillón reclinable, varias sillas y una estantería con escasos libros de contabilidad poco usados. Se sentó en una silla que había junto a la pared. En el tiempo que transcurrió se dedico a ordenar los recientes y sorprendentes acontecimientos. Angela, la joven enfermera con una vida anodina y sin ilusión pugnaba en su interior con Sonia, la presa fácil de las redes de la prostitución. Lo decidió muy deprisa, ya había dado el paso y no había vuelta atrás. No había sitio para dos personas y puesto que estaba hastiada de su vida anterior decidió matar al doctor Jekyll. Ella no era Angela ni lo había sido jamás. Angela era una mulatita leonesa que trabajaba en el hospital de su ciudad y visitaba periódicamente a su hermano dominicano. La chica que esperaba en aquel cuartucho era Sonia, una joven dominicana a punto de empezar la carrera de puta. No recordaba si tenia algún hermano y si nadie le preguntaba, pues no lo tendría. Punto.

Esperó media hora. Finalmente se abrió la puerta y entró un tipo de unos 55 años, seguido por Juan. El recién llegado era calvo y gordo. Vestía un traje de lino y se apoyaba en un bastón aunque no parecía impedido.

  • Te presento a José Luis – le dijo Juan.

Sonia se puso de pie y dijo – Hola don José Luis. Es un placer conocerle.

José Luis se sentó detrás de su mesa y se quedó un rato mirándola fijándose en los detalles de su anatomía sin decir nada. Sonia se quedó de pie junto a la silla , con la vista agachada en señal de respeto. Podía sentir los ojos del jefe paseándose por sus tetas y deteniendose en sus pezones marcados bajo la blusa. Después de un rato, José Luis le dijo:

  • Puedes sentarte. Supongo que ya has visto el local y a alguna de tus compañeras ¿verdad?

Disparó esa pregunta a bocajarro como primera salva para comprobar su grado de confusión al ver adonde la querían llevar. Esperaba que le pidiera explicaciones o protestara, pero ella iba preparada.

  • Si señor. Será un placer trabajar para usted. Me ha ayudado cuando mas lo necesitaba y le estoy infinitamente agradecida.

Esto no era lo que habitualmente oía José Luis. No esperaba una aceptación tan rápida así que decidió ser un poco mas duro.

  • Vale. Tu agradecimiento puedes metértelo en el culo. No se si te parezco un filántropo pero no lo soy. He hecho una inversión para recuperarla con intereses ¿sabes? Así que vamos a hablar de tus cuotas, plazos y calcular el tiempo que tendrás que trabajar para cumplir con tu deuda. Te daré un cuadrante en el que iremos apuntando tus servicios. Por cada uno, descontaremos una cantidad para mi, otra para cubrir tu estancia y manutención, otra que te entregaré para tus gastos y lo que quede lo iremos descontando de lo que me debes. ¿Trato hecho?

  • Señor, no es necesario. Por mucho que trabaje nunca será suficiente para pagarle lo mucho que ha hecho por mi familia. No es solo una cuestión de dinero, si no fuera por usted mi hermano no tendría esperanza. Y por tanto prefiero confiar sin que tenga que apuntarme las cuentas. Eso sería desconfiar de usted y una grosería por mi parte.

Esperó un poco para ver el efecto de sus palabras y prosiguió:

  • Estoy a su disposición todo el tiempo que usted necesite, incluso después de que la deuda está pagada. Me quedaré hasta que usted me diga que me vaya. Y haré todo lo que pueda para hacerle ganar dinero. Lo que usted me ordene. Estoy a su disposición. Tampoco hace falta que me de mucho dinero para mis gastos, haré los menos que pueda y si usted quiere, ninguno.

El tipo soltó una risotada.

  • ¿Qué te parece Juanito? Parece que con esta no va a hacer falta el comité de bienvenida. Pero no te preocupes, haremos una fiesta de todos modos. No es cosa de dejar a los chicos empalmados.

A continuación se dirigió a ella.

  • Bueno, pues lo que quiero que hagas es follar y follar hasta que no puedas mas. A mas polvos, mas gano yo y mas contento estaré contigo. Por lo demás, intenta siempre anticiparte a los deseos de los clientes o de nosotros mismos. Será maravilloso si consigues hacer las cosas antes de que te las pidan. ¿Alguna pregunta?

  • Ninguna señor. Haré todo lo que usted me pida.

José Luis se levantó, se acercó a ella y la miró de cerca. Élla también le observó. Su cara decía mucho de la vida que llevaba. La piel grasienta y sudorosa, arrugada y con varias cicatrices, un olor asfixiante a mezcla de tabaco y Barón Dandy.

  • Y otra cosa, deja de llamarme “Don Jose Luis”. Por aquí se estila mas el tuteo ¿sabes? Y no solemos usar nuestros nombres. A mi las chicas me llaman “Papito” y los chicos “Pepe”.

  • Ok Papito. Yo también te llamare así.

  • Muy bien. Vamos a ver como eres por dentro. Desnúdate.

Desnudarse ante dos desconocidos. Tuvo un instante de duda pero ¿qué importaba? A partir de mañana iría ligera de ropa o directamente en pelotas delante de cientos de hombres que clavarían su mirada y su lascivia en su desnudez. Sonia empezó a quitarse la ropa, pero Juan desde atrás la sujetó las manos.

  • Mas despacio joder. Tienes que hacerlo despacio y muy sensualmente. No estás en un probador de ropa.

Comprendió. Puso cara de viciosa y  empezó a soltarse uno a uno los botones de la camisa que finalmente dejó caer al suelo descubriendo un sujetador negro que aprisionaba sus dos grandes tetas. Después se bajó poco a poco los pantalones mostrando unas bragas también negras y unas medias a juego cubriendo sus largas piernas. Se dejó puestos los zapatos.

Luego, poco a poco se soltó el sujetador y dejó sus tetas moverse libremente al compás de sus movimientos. Desde detrás, Juan se las cogió y se las apretó con fuerza. Luego con una mano le tiró hacia debajo de las bragas hasta dejárselas en las rodillas.

José Luis contempló su coño hundido entre los muslos que se mantenían juntos por las ajustadas bragas que no le dejaban separar las rodillas. El negro triángulo de pelo rijoso lo ocultaba parcialmente mientras Juan le metía un dedo por detrás tanteándolo. Luego la obligó a girar de golpe encarándose a el. La volvió a manosear las tetas pellizcándole en los pezones que ya estaban duros. Entonces pareció contrariado, mascullo un “mierda” y se retiró unos pasos.

Pero los dos hombres no eran los únicos sorprendidos. También ella que no esperaba que la situación pudiera ponerla tan cachonda. Deseaba que allí mismo la probaran, que la pusieran despatarrada sobre la mesa y se la tiraran ambos. El jefe era viejo, gordo y feo pero Juan  no llegaba a los cuarenta y tenía un tipo atlético. Pero de puro caliente, recibiría con agrado incluso la polla del jefe.

Pero ellos no parecían tener ninguna prisa. El jefe se acercó y le palpó las tetas con un propósito mas comercial que sexual. Comprobó su firmeza, se las apretó y se las sobó de varias formas hasta que pareció convencido de la calidad de la mercancía. Luego le pasó las manos por las piernas y el culo dándole un par de palmadas de satisfacción.

Por el rubor que se le apreciaba José Luis comprendió que estaba caliente pero no tenía esos planes para ahora mismo.

  • Desde luego tienes madera, ya comprobaremos luego como estás de técnica. Pero lo que hay que cambiar ya mismo es tu vestuario. Mariano te llevará  mas tarde a comprar algo de lencería. Elige bien y no te preocupes por el precio, que yo pago. ¿Qué te parece Juanito? ¿Crees que hemos hecho un buen negocio?

  • Creo que si. Después recuérdame que te cuente algo que me acaba de venir a la memoria ¿vale?

  • Vale, vale – dijo el jefe un poco preocupado. ¿Qué podía tener que contarle en privado? ¿Sería algo relativo a Sonia?

Dejó de manosear a Sonia y le dijo:

  • Las chicas tampoco usan aquí sus nombres. A cada una nos referimos por un apodo dependiendo de alguna característica física que resalte u otra circunstancia. En tu caso lo que mas llama la atención son tus grandes tetas. Te llamaremos Tetona, pero no eres la única, hay otras dos Tetonas en esta santa casa. Por tanto tu nombre abreviado será “T3”. Ese será también el código que te identifique por ejemplo cada vez que metas o saques dinero de la caja, o para apuntarlo si un cliente reserva una habitación para estar contigo.

  • De acuerdo Papito. Desde ahora soy T3 o Tetona.

Vaya por Dios, Mr. Hyde dejaba otra vez de estar solo y encima acababa de convertirse en el bueno mientras aparecía una nueva faceta mas siniestra aun. Otra vez la dichosa dicotomía. Sonia o T3. La chica que sufre la explotación sexual o la que la disfruta.

  • Vamos a ver el resto. Tiéndete en la mesa y abre bien las piernas.

Ella dudó. La mesa estaba bastante sucia con polvo acumulado, restos de ceniza y whisky y varios ceniceros rebosantes de colillas. Apoyó el culo en el borde y trató de acomodar la espalda donde hubiera menos suciedad. Pero había tanta que comprendió inútil su preocupación, dejándose caer enseguida sintiéndose como una porquería mas de las muchas que cubrían la mesa. Se tumbó boca arriba y notó en la espalda el frío de la madera. Como no cabía, se echó hacia atrás de modo que el culo le quedara apoyado aunque la cabeza le quedaba colgando del otro lado y en esa posición no podía ver lo que le harían. Se quitó las bragas, las tiró al suelo y abrió las piernas dejando el chocho expuesto a sus miradas y a lo que quisieran.

Ellos se acercaron, la examinaron detenidamente y le levantaron las piernas forzándola a abrirlas mas. Papito le metió varios dedos y los movió comprobando su holgura. Luego abrió un cajón y sacó un consolador. Se acercó y se lo metió de un golpe. Ella dio un brinco por la impresión y porque le había dolido. Le afloraban unas lágrimas no sabía si del dolor provocado o de la frustración de que no le hubieran metido una polla de verdad. Los continuos toqueteos solo habían aumentado su excitación y ahora estaba completamente empapada. Le habían dejado el consolador metido pero inmóvil. Inconscientemente arqueó la espalda y levantó las caderas dejando que el consolador le entrara un poco mas.

Los hombres se habían retirado unos metros y estaban charlando tranquilamente mientras ella se había quedado tirada encima de la mesa abierta y con el consolador metido. Los ardores iban en aumento. Además de tener un consolador presionándole el coño, se sentía humillada, estaba abandonada en una mesa en una posición ridícula completamente ofrecida a dos hombres que la ignoraban por completo. O eso suponía porque no podía verlos. Instintivamente se llevó una mano al coño y empezó a meterlo y sacarlo suavemente sintiendo oleadas de placer. La cara le enrojecía también por la vergüenza de estarse pajeando delante de los dos hombres, incluso la puerta estaba entreabierta y cualquiera que pasara por el pasillo podría verla.

Juan se percató, se acercó, le sujetó las manos y le sacó el aparato.

  • Tranquila guarra que vas a tener para hartarte. Ahora siéntate y descansa un poco.

Se incorporo fastidiada y se sentó otra vez en la silla. Sintió la humedad de su entrepierna mojando el asiento. Papito se le puso delante. De pronto, sin mediar palabras, le dio una bofetada. No era muy fuerte, el tipo era un profesional y golpeaba con una fuerza calculada para amedrentar sin producir daños importantes. Las chicas eran su patrimonio y prefería tenerlas sanas y a pleno rendimiento.

Lo inesperado de la bofetada la hizo apartarse a un lado y se cayó de culo al suelo. Le ardía la cara y miró hacia arriba. Los dos hombres la miraban sonrientes sin hacer ningún amago de ayudarla a levantarse. Se incorporó lentamente.

  • ¿Por qué me pegas Papito? ¿He hecho algo mal?

  • No zorra. No has hecho nada malo. Te pego porque me apetece y para que vayas conociendo el tacto de mi mano. Eso no será un problema ¿verdad?

  • Claro que no. Puedes hacerme lo que quieras. Solo lo preguntaba para corregir en lo que pudiera haberme equivocado.

José Luis se acercó a su cara tanto que su olor a cigarro y sudor le provocó una nausea.

  • ¿Sabes? Tu aceptación tan rápida me causa un pequeño problema. Cada vez que viene una chica nueva, les doy a los chicos una “fiesta de bienvenida” para que la domen y le enseñen quien manda. Pero tu ya te has sometido. No es que te lo reproche pero me sabe mal aguarles la fiesta.

No sería ella la que la aguara. T3 iba a ser una máquina de follar dispuesta a todo con tal de complacer a Papito, y no darle lugar a tener que amenazarla a ella o a su supuesta familia. Y esta era una ocasión inmejorable.

  • ¿En esas “bienvenidas” las chicas salen lesionadas? – pregunto.

  • No, como mucho alguna magulladura que se cura rápido. Los chicos saben que si me dañan la mercancía pueden pagarlo caro y son bastante comedidos.

  • Entonces no te preocupes Papito. Si quieres puedo fingir que no he aceptado prostituírme y dejarles que me sometan y se desfoguen conmigo.

El jefe la miró complacido. Decididamente había hecho una buena compra.

  • Genial. Veo que piensas rápido y tienes buenas ideas. Pero no te acostumbres. Aquí el de las ideas soy yo. Tu usa menos el cerebro y mas el culo.

Encendió un purito y se puso a saborearlo con tranquilidad.

  • Ahora vístete que Mariano te va a llevar a comprar trapitos – añadió.

Se levantó medio mareada por la posición forzada que había mantenido en la mesa y con el coño encendido y la cara del mismo modo por no haber podido calmar sus ardores. ¿Por qué coño no se la habían follado?

Entró Mariano y le dijo:

  • Vamos Tetona, te llevo de tiendas.

Ella le siguió mansamente preguntándose por que Mariano sabía su nuevo nombre y si sabría algo mas. Pero no era de su incumbencia, ella era T3, una puta y no tenia por que interrogar a los hombres, solo hacer lo que le pidieran en cada momento.

Una vez a solas con el jefe Juan le dijo:

  • Tenemos un problema.