De ejemplar a infiel en tan solo dos semanas 2

Después de haber dado el salto a la infidelidad con la chica de la limpieza, el máximo deseo de Carlos es tirarse a la negrita de enfrente. Otra vecina, la típica metomentodo, intercederá

Ese lunes por la noche, pese a las tres corridas de la lujuriosa mañana (de la que recordaba sobre todo la excitante mirada de la vecina que le hizo correrse sin necesidad de tocarse), Carlos no sólo no rehúye el sexo con María, sino que su calentura le vuelve a parar su polla. Ya no le importa demostrar su fogosidad, necesita follar y hacerlo con su mujer embarazada tiene doble valor: primero porque sigue enamorado de ella y es su forma de demostrarse que ese amor no se ha agotado (a pesar de que fuera busque y encuentre algo más) y segundo porque hacerlo con una embarazada es hacer realidad una fantasía y no se cansa de ello.

Sin llegar a los extremos de lo de la mañana, el sexo resulta placentero y gratificante. Esta vez se ha puesto encima (hasta ahora, siempre evitaban presionar la tripa), sosteniéndole los tobillos con sus hombros, aupándola y follándola salvajemente. María, medio en broma, dice que los vecinos estarán escandalizados. Carlos se queda dormido con esa idea, pero su agotamiento le impide hasta contestar.

La mañana siguiente es una decepción para Carlos: su vecina no aparece por la ventana y Vesna no viene hasta el jueves. Aunque se sube por las paredes, se conforma con leer relatos eróticos y ver porno, siempre con la esperanza de que su vecina aparezca y pueda correrse delante de ella, cosa que no sucede.

A mediodía, poco antes de comer, Carlos tiene más suerte: su vecina vuelve a rondar las ventanas próximas al estudio. Se le pone la polla tiesa cada vez que la ve, por más que, como ahora, la chica vista una camiseta blanca y le tape la parte de arriba. Eso sí, fantasea con que no lleve más, algo que puede ser cierto porque parece que utiliza esa prenda a modo de pijama. Incluso de lejos, se nota que esa piel de ébano es tersa y suave. Hoy la chica lleva el pelo recogido con una coleta, pero el pelo ondulado y rebelde le cae por los hombros. Incluso desaliñada está preciosa.

Además, está muy sexy con ese atuendo. La camiseta no le llega ni a la mitad del muslo y puede apreciar unas piernas perfectas, bien perfiladas, acabando en un culo que ríete tú de la JLo esa y su culo parado. Y encima, vaya tetas se gasta la muchacha. Sin darse cuenta, se ha bajado los pantalones y, enfrente de la ventana, sin esconderse como otras veces, sin apartar los ojos de ella, se casca una paja. Sus movimientos son lentos porque nota lo mucho que le excita la chica y no quiere acabar antes de lo debido. Ya que su vecina no se digna en mirar al frente, trata de llamar su atención y abre la ventana. Su corazón le late a mil y le gustaría reunir el valor necesario incluso para llamarla.

Cuando está a punto de perder la esperanza, ella, de pronto, se gira y lo ve. Lejos de alarmarse o escandalizarse, no aparta ojo de él. Carlos es el que se sorprende al ver que la chica se lleva la mano a su entrepierna y empieza a tocarse por encima. Esa imagen es la gota que colma el vaso de su excitación y se corre en un estallido bestial. Para rematar la faena, la chica le guiña el ojo y le lanza un beso, para a continuación desaparecer de su vista. Por más que espera que regrese y que le brinde un espectáculo de estreaptease o algo más excitante todavía, no aparece.

Por la tarde, cuando María entra (pasando por el patio común, junto a la piscina), se encuentra con Soledad (Sole, como pide ella siempre que le llamen), el terror del vecindario porque se entera de todo, y en todo mete baza. Después del saludo de cortesía y, una vez que el intento de escabullirse de María se frustra, trata de contestar con amabilidad el interrogatorio de su vecina. Que qué tal el embarazo, el trabajo, su marido… En ese punto, Sole adopta una actitud más socarrona, con una sonrisa malévola y un tono de voz más bajo, en plan confidencial, buscando su complicidad:

Anda que vaya tute os dais últimamente, ¿eh?

María se sonroja y trata de hacerse la tonta. “No sé qué me dices, Sole”. “Nada, nada, que el embarazo se ve que te sienta muy bien. Yo me alegro, ¿eh?, que hay mucha gente que piensa que cuando estás preñada no se puede…”. “Ay, qué vergüenza que nos hayas escuchado”. “Como para no oírlo, jajaja. Di que sí, tú aprovecha ese marido tan bien formado que tienes y sigue dándote alegrías para el cuerpo”. De nuevo María no sabe qué contestar. “Lo que no sé es si vais a aguantar ese ritmo: mañana y noche todos los días os va a dejar reventados”. Vuelve a reírse antes de darse la vuelta y regresar a la piscina y aunque María le sigue la corriente, queda un poco extrañada por el último comentario y se queda con la preocupación ascensor arriba. Prefiere no añadir nada, que Soledad es todo un buitre carroñero de carne fresca y su afición favorita es extender rumores, bulos y noticias.

¿Por la mañana? Si ella trabaja… Se habrá equivocado, se obliga a pensar. ¿Mi Carlos? Imposible… Será en otro piso, claro. El argumento a su favor es que Carlos está mucho más activo sexualmente. Si todavía fuera de las que no quisiesen tener sexo durante el embarazo o él la estuviera rechazando… De todas maneras, le tantea un poco, tratando de sacar algo en claro. Le pregunta por su mañana, pero él contesta con generalidades. No se le ocurre la manera de indagar de ninguna manera, y pronto se le va olvidando la desagradable conversación con la vecina.

A eso de las seis, mientras se prepara un tentempié, María se enfada por una mancha en la alacena. Cada vez Vesna tiene menos cuidado, comenta en voz alta. Carlos defiende a la chica y trata de quitarle importancia al asunto… Entonces, se le enciende una bombilla. ¿Habrá sido con ella…? No le puede dar crédito. Si esa mujer no es nada atractiva… De todas maneras, aprovecha que Carlos sale al supermecado a comprar una ensalada y refrescos para entrar en el estudio y revisar su ordenador. Echa un ojo a los documentos abiertos recientemente, incluso mira el correo de su marido, que suele dejarlo abierto para mayor comodidad, pero no ve nada. Suspirando de alivio, va al historial de Internet y… ¡Sorpresa! Páginas porno, fotos, vídeos y relatos en cantidades escandalosas. María no se lo puede creer, nunca hubiera imaginado que Carlos recurriese a eso... Se guarda varios en el pendriver para verlos con más calma en otra ocasión. Quiere ver (para poder entenderlo) lo que le gusta leer a su marido, un desconocido por momentos para ella, que nunca pensó que pudiera  desconfiar de lo que pudiera hacer en su ausencia.

Cuando apaga el ordenador, la luz de la ventana de enfrente le deslumbra un poco y ve a la hija de los vecinos desnudándose como si tal cosa, con la ventana abierta y las persianas sin echar. A pesar de que no está ni veinte segundos mirando, le da tiempo de verla completamente desnuda: su culo bien formado, la hinchazón de sus pechos de lado, incluso su coñito depilado. Qué poca vergüenza y qué poco pudor… Y entonces también cae en la cuenta del mucho tiempo que Carlos pasa en el estudio, y le resulta incontrolable sentir una oleada de indignación contra aquella chica desinhibida.

Al regresar de esos recados, Carlos se queda mirando la piscina con la esperanza de encontrarse a su negrita por ahí. El miedo y la excitación, cogidos de la mano, casi detienen su respiración, pero al no verla, una profunda decepción deshace el nudo de su garganta. Al darse la vuelta, se encuentra con la arpía, que es como llama él a Soledad. Va con un pareo de rejilla y un bikini y la imagen le parece un tanto desagradable: una señora de más de cincuenta tratando de vestir como una de veinte es  algo grotesco. Debería dejar esas sandalias con tiras aferradas por detrás de la pantorrilla, esos colores chillones para el bañador y tapar un poco esos kilos de más que le sobran en piernas, culo y tripa y no lucir sujetadores con tiras por el cuello que levanten sus melones.

Soledad va directa a él, y sin prolegómenos le llama campeón, y le dice que tenga en cuenta que no todos tienen la misma suerte que su mujer… A Carlos no le gustan las confianzas que se toma esa mujer, pero no corta desde el principio porque nota que algo no va bien, no sabe por qué está siendo tan directa cuando siempre se había mostrado prudente con él. A la siguiente frase, se encuentra con la respuesta:

Bueno, qué suerte tiene tu mujer, la chica de la limpieza y la vecina que tienes enfrente, ¿verdad? Y le guiña el ojo. Carlos siente que todo se le viene encima, pero procura no descomponerse. A punto está de preguntarle lo que quiere, pero deja que Sole prosiga con su discursito:

Anda, que quién me diría que me iba a dar esos festines viéndote así, delante de la ventana. Te tiene loquito la muchacha de abajo, ¿eh? (Cae en la cuenta de que Soledad vive un piso por encima de la negrita). No es para menos, la verdad es que la niña podría trabajar de go-go…

Ante el silencio y la incomodidad de Carlos, Sole trata de no ser tan brusca. “Oye, que a mí no me parece mal lo que haces, y menos si me alegras la vista de esa forma. Me llevas poniendo cardiaca desde ayer, entre lo que escucho y lo que veo… Jajaja, anda, ¿y ahora te cortas? Yo pensaba que ya te habías vuelto todo un exhibicionista y no te cortarías por tan poca cosa”. Carlos balbucea pidiéndole a Sole que no diga nada por ahí y esta finge enfadarse: “Pero ¿por quién me tomas, Carlos?, si yo sólo quiero ayudarte”.

Pese a que todas las alarmas se le encienden, se deja embaucar por lo siguiente que le dice: “Yo puedo conseguir que Jennifer haga realidad todos tus deseos, y sé perfectamente los horarios de sus padres. Sé que te mueres de ganas de tirártela, no me digas que no”. Se lo tiene que reconocer, y al tiempo que le pregunta cómo, se arrepiente y se lamenta de permitir que alguien como Soledad dirija su vida sexual. De todas maneras, sabe que por tirarse a su vecina negrita (Jennifer, ha dicho que se llama), haría cualquier cosa, y no le queda más que aceptar las condiciones de Soledad:

Mañana por la mañana tendrá que ser todo suyo, y así el jueves podrá seguir tirándose a la de la limpieza y el viernes, por fin, a partir de las 12, que es cuando el padre sale hasta las 4, podrá tener para sí a su vecinita. No termina de creérselo y así se lo hace saber: “No será una encerrona, ¿no?”. Y se calla, pero también lo piensa: “a ver si esta quiere echar un polvo conmigo y encima es mentira lo de Jennifer”.

Tengo bien cogida a la niña, descuida, hará lo que yo le diga, más le vale. Le pregunta que cómo es eso, pero Sole se hace la interesante. Simplemente añade que el viernes a las 12 llame a la puerta del 5º C, que no se arrepentirá, que sabe de buena tinta que es una fiera en la cama. “Como tú”, añade, y le estruja el paquete, que, muy a su pesar, ha cobrado vida. “Vaya, qué alegre tienes esto”, añade Sole con una carcajada. Están en el vestíbulo del portal y Carlos teme que alguien los pueda ver.

¿Sabes que tienes un pollón, no?, le dice Sole, guiñándole un ojo. Si tú quisieras, no tendrías que subirte a casa con esta calentura, no vaya a ser que María se extrañe que vuelvas empalmado.

El ascensor llega en ese momento y los dos se suben.

¿Tu marido no está en casa?, le pregunta Carlos, aún incómodo porque la mano de Soledad no suelta su entrepierna. El pantalón corto tiene la tela muy fina y es casi como si estuviera tocándosela directamente. Muy a su pesar, la situación empieza a excitarle más de la cuenta.

Claro que está, eso hace las cosas mucho más interesantes, ¿verdad?

Antes de que pueda contestar, ella se agacha, desabrocha el botón de los pantalones, baja la cremallera y saca la polla de Carlos, dura como una estaca, llena de líquidos preseminales. No hace nada por evitar que Sole se la trague casi hasta la mitad. La situación no puede ser más peligrosa y excitante: por una parte, cualquier vecino (incluso María o el marido de Soledad) puede pillarles; por otra, una de sus fantasías de tener sexo en un ascensor se está cumpliendo.

Por desgracia, el ascensor llega al quinto piso en menos de tres chupadas. Sole se saca la polla de Carlos de la boca y le pide con toda la amabilidad del mundo, como si fuera una mujer respetable y decorosa y no estuviera arrodillada delante de su miembro, que pulse el sexto. Carlos, que en un fugaz pensamiento piensa en el pasillo de la otra escalera que tendría que atravesar para llegar hasta el piso de Jennifer, obedece sin pensar. E incluso deja de ver como un inconveniente que mañana tenga sesión de sexo con la arpía, que se muestra una consumada mamadora, puesto que ahora se afana con sus testículos, chupándolos uno a uno mientras sacude el mango de Carlos desde la base. Se siente ridículo con las dos bolsas en su mano izquierda mientras aquella mujer está de rodillas haciéndole una mamada.

De nuevo, el ascensor se para. El corazón se le pone a mil cuando se abren las puertas automáticas, por si algún vecino espera. “Vamos a salir”, le dice Sole, que de nuevo ha hecho un alto en el camino y se levanta. “Acércate a las escaleras de emergencia”. Atraviesan el pasillo, dejando atrás la puerta de la casa de Soledad y abren una puerta metálica. Carlos, en todo este tiempo, no se ha metido su miembro en los pantalones. Por suerte para él, no se encuentran con nadie y, además, el enrejado de las escaleras de emergencia apenas permite ver algo desde fuera.

Antes de volver a introducírselo en la boca, Sole busca la boca de su vecino. Este no sólo no la rechaza, sino que saca la lengua para enroscarla con la suya. Nota los sabores de su sexo y eso le impulsa para aferrar la amplia cintura de Soledad. Está descontrolado y cuando Sole se pone de nuevo de rodillas, no puede evitar empujar su cabeza para que trague cuanta más polla y más rápido, mejor.

Soledad se emplea a fondo. Como una consumada profesional, se la saca por completo y se la mete dando sonoros chupetazos. Chasquidos y lengüetazos resuenan tanto como los ronroneos que emite la garganta de su vecina, que se ha llevado un par de deditos por debajo de la braga del bikini. También está ella a mil y su vagina chorrea. Carlos ha empezado a suspirar y gemir. Sole no tiene que levantar la cabeza para saber que él está con los ojos cerrados, disfrutando como un loco. Por eso no le suelta el pelo y busca que su glande choque contra su campanilla.

Casi se ahoga y tiene que sacársela como puede. La saliva rezuma por los labios de Sole, que reprende a Carlos: “¿No sabes que con este pollón puedes ahogarme? Tómatelo con calma y déjate llevar”. Y saca la lengua y mete un lengüetazo al glande, al tronco, a los testículos. Juega con la punta de la lengua con el glande, lo tortura, succiona con los labios en la parte superior, da algunos mordisquitos, para acabar abalanzándose contra aquel trozo de carne que tanto desea. Ella también reanuda su dedo, aunque de vez en cuando se aprieta un pecho.

Inicia un movimiento frenético con la cabeza tragando y sacando el glande. Deja de agarrarle el mango y se aferra a su muslo. Nota que sus dedos chorrean, así como la hinchazón del miembro de su vecino. Ni cuando le estaba viendo cascarse una paja delante de Jennifer se había imaginado que pudiera ponerse tan gorda. Y el sabor…

Me voy a correr, le avisa Carlos, con una voz medio descompuesta, mitad grito, mitad jadeo. Sin querer, se aprieta con fuerza su clítoris e incrementa la velocidad de la mamada. Adelante, atrás, adelante, atrás, adelante, atrás… Hasta que un estallido viscoso y caliente golpea contra su paladar, y otro contra la parte del fondo de su boca, y otro en los dientes, y otro en los labios, y otro en la comisura de los labios… Vuelve a meterse el falo de Carlos dentro y aprieta con la lengua el glande para exprimir las últimas descargas de semen, que a Sole le encantan: fuertes, amargas, espesas, blancas, con un olor intenso. También le encanta que Carlos se convulsione y gima con cada sacudida. No tarda en venirse ella también y su orgasmo la hace temblar y a duras penas consigue mantener el equilibrio.

Bueno, ahora te irás más tranquilo a casa, ¿no, Carlitos?, le dice una vez recuperada del orgasmo, al tiempo que abre el portón metálico y se asegura de que no viene nadie. “Recoge la bolsa, no te vaya a descubrir tu mujercita de que la arpía del sexto le ha comido la polla a su maridito. Y mañana me devuelves el favor”. Carlos tiene que admitir que el lenguaje franco y brusco de aquella mujer le pone y por eso él mismo es quien toma la iniciativa de despedir a la mujer con un beso de tornillo. Si bien al principio saborear su propio semen le daba arcadas, últimamente se lo toma como una especie de trofeo.

Cuando llega Carlos, María ya se ha serenado después del shock de antes y su agitación le impide ver nada anormal en la actitud esquiva de Carlos, que lo primero que ha hecho ha sido meterse en el baño con la excusa de estar meándose (en realidad, lo que quiere es enjuagarse la boca). Ni siquiera le pregunta por la tardanza de las compras porque en su interior se esfuerza por justificar a su marido. Ver porno tampoco es una infidelidad en sí, se repite una y otra vez. Al cabo de un rato, vuelve a tantearle comunicándole el descubrimiento de la vecina desnudándose, “al pasar por casualidad por el estudio”. “¿Tú te crees, qué poco le importa que puedan verle los vecinos?”. Nota el nerviosismo de su marido a pesar de que trata de quitarle importancia al asunto y al final acaba bromeando sobre al asunto.

En la cama, María le cuenta lo del encuentro con Soledad (salvo lo de la mañana, claro) y Carlos vuelve a sorprenderla con una resolución inusual: “Vamos a darle más carnaza para que se joda la arpía”. El sexo vuelve a ser intenso, aunque en algunos momentos María se siente más como una intermediaria que como la pareja sentimental de su amante, aunque se dice que son imaginaciones suyas (algo que no es, ni de lejos, una tontería, puesto que Carlos está pensando más en el viernes y, aunque trate de negarlo, lo de mañana también).