De discreta vecina a puta desorejada.

Una modosa y discreta vecina se transforma, de la noche a la mañana, en una viciosa hembra dispuesta a experimentar nuevas sensaciones. Llegando incluso a insinuarme que quería participar en un trío. María una amiga se apunta.

Tania

Las oportunidades que te da la vida llegan muchas veces de donde menos te las esperas. Este es el caso que os voy a contar hoy, cómo cayó en mis manos una preciosa mujer de veinte y cuatro años. La muchacha en cuestión, llegó a Madrid y a mi vida por un cúmulo de casualidades. En primer lugar tengo que agradecer que la multinacional americana de publicidad, donde ella trabaja, hubiese decidido reubicar las oficinas centrales en España a Madrid. Tania, al ser la encargada de una de las cuentas principales de esta compañía, no tuvo mas remedio que trasladarse con todas sus pertenencias desde su Barcelona natal. La segunda casualidad es que después de cinco años viviendo en un piso, su superior se comprara un chalet en las afueras y viendo que no tenía donde vivir, le aconsejase quedarse con el piso que él tenía para alquilar. Y la tercera fue que además yo viviese al lado de ese coqueto apartamento,

Todavía recuerdo, el día que vino a visitarlo. Era un sábado en la mañana sobre las diez, cuando sonó el timbre de mi casa. Medio dormido por los excesos de la noche anterior, abrí el portal y sin muchas ganas, salí a a ver quién era. Tania, venía acompañada por su jefe. Al verle y debido a que durante esos cinco años, habíamos establecido una estrecha amistad, en gran parte motivada a que ambos estábamos sin pareja, le saludé efusivamente, olvidándome momentáneamente de la mujer:

-¿Qué es de tu vida?, pedazo cabrón-, le pregunté a Rodrigo porque llevaba un mes sin hablar con él.

-¿Así me recibes?-, contestó sonriendo, - además de un golfo, eres un pésimo vecino-.

-Vete a la mierda. No puedes quejarte de lo bien que te traté. Cuando llegaste a Madrid, no tenías a nadie con quien ver siquiera un partido del Barsa y fui yo quien te tuvo que presentar a gente con la cual salir-.

-Eres un geta. Si no llega a ser por mí, estarías todavía llorando por la zorra de tu ex -, respondió y dándose cuenta que a su lado, completamente callada, estaba su empleada y posible inquilina, me la presentó.

Al girarme, vi a una mujer de aspecto aniñado que difícilmente había roto un plato. Rubia, bastante alta y vestida como monja, la muchacha no llamaba la atención. Y para colmo resultó ser  extremadamente tímida, cuando la saludé con un beso, se sonrojó como si no estuviera acostumbrada a que un hombre invadiera su espacio vital. No tuve que ser un lince para darme cuenta que, al contrario que Rodrigo, esa cría iba a ser una vecina discreta.

-¿Qué querías?-, pregunté.

-Solo saludarte e invitarte a tomar una cerveza- respondió mi amigo abriendo la puerta del piso que tenía en alquiler.

Sin hablar, La mujer entró al interior del apartamento y con paso cansino, fue recorriendo las distintas habitaciones y solo cuando terminó, se dio la vuelta diciendo:

-Me lo quedo-.

-Ya te dije que era una monada, verás que se vive muy bien aquí. Además tienes la oficina a cinco minutos andando-, contestó mi amigo.

No le costó cerrar el acuerdo y cuando ya nos íbamos a tomar una cañas, la mujer le pidió que aunque, en teoría, el contrato no empezaba a contar hasta la siguiente semana, si ese lunes podía a empezar a meter sus cosas.

-Por supuesto-, respondió encantado de, en esta época de crisis, alquilar.

Y metiéndome donde no me llaman, le dije:

-Ya sabes que si necesitas algo, estoy en el de al lado-.

-Lo tomaré en cuenta-, dijo sin ser capaz de mirarme a los ojos.

“Menudo coñazo de tía”, pensé mientras se iba, “espero que ni se le ocurra llamarme, seguro que es un muermo insoportable”.

Tal y como dijo, ese lunes llegó un camión de mudanzas con sus enseres, de forma que sin hacer casi ruido, la mujer entró a vivir sin molestar a nadie. Durante los siguientes dos meses, la vi en contadas ocasiones y cuando si de casualidad me la encontraba en el ascensor, era yo quien tenía que saludarla porque ella, mirando al suelo, evitaba cualquier contacto.

Todo ello cambió, un miércoles que previendo que iba a organizar una fiesta en mi casa y con ánimo de evitar que se quejara del ruido, toqué a su puerta. Tania salió vestida con un pijama y poniendo cara de sorpresa, me preguntó qué era lo que quería. Yendo al grano, le expliqué que ese viernes iba a dar una copa en casa y que si quería podía pasarse a tomar una copa.

-Te agradezco la invitación. ¿No necesitas que te ayude?, soy buena cocinera y cómo no conozco a nadie en Madrid, tengo tiempo de sobra-, contestó y por primera vez, la vi sonreír.

-No, gracias. Al ser un desastre, he contratado un catering- y despidiéndome de ella, le recordé cuando era:- Te espero el viernes a las nueve y media-.

Al día siguiente, acababa de llegar del trabajo cuando escuché que alguien llamaba a mi puerta y al abrir me encontré con Tania. Extrañado al verla, me reí y le dije que se había equivocado de día y que la fiesta era al día siguiente.

-Lo sé pero como ayer me dijiste que eras una calamidad en la cocina, he pensado en traerte algo de cena-.

Mi cara debió de ser de órdago, no me lo esperaba, pero viendo que traía un par de bandejas, decidí no hacerle un feo y dejándola pasar, le pregunté si quería algo de beber. La muchacha me respondió que no y preguntándome donde estaba la cocina, me informó de que quería calentar la comida.

Completamente cortado, se la enseñé. Sin darme tiempo a reaccionar, la muchacha se apropió de la habitación y me dijo que porque aprovechando que ella estaba ocupada, no me relajaba y me tomaba una copa, que ella me avisaría cuando estuviese lista.

Ni que decir tiene, que me causó una extraña sensación su actitud pero viendo que no me quedaba más remedio de hacerle caso, me puse un  whisky y sentándome en un sillón, esperé a que terminara. Diez minutos escuché que salía de la cocina y entraba al comedor. Al ir a ver qué coño hacía, me la encontré colocando la mesa para dos.

-Deja que la pongo yo-, dije bastante azorado. Ya era bastante morro que ella cocinara.

-De eso nada. Tú descansa-, respondió quitándome de la mano los cubiertos que había sacado de un cajón.

Traté de protestar, pero ella insistiendo, me dijo que la dejara, que le encantaba ocuparse de todo. No sé si fue el corte que tenía o, por el contrario, si fue su cara de alegría lo que me terminó de decidir, pero el hecho es que volviendo al salón, la dejé terminar.

Al cabo de un rato, me pidió que pasara. Al volver al comedor, me llevé la sorpresa que no solo había sacado la vajilla de lujo sino que había decorado la mesa con un par de velas.

La situación no podía dejar de ser más ridícula. Una mujer con la que apenas había cruzado unas palabras, se había metido en mi casa y sin darme opción me había preparado la cena sin dejar que la ayudara.

“¡Que tía más rara!”, mascullé mentalmente mientras me sentaba en mi sitio.

Saliendo de la cocina, me sorprendió que fuera uno de mis platos preferidos el que había preparado y no creyendo en las casualidades, nada más sentarse le pregunté:

-¿Cómo sabías que me encantan las cocochas?-

-Me lo dijo Don Rodrigo-, contestó sin darle importancia.

Sin saber a qué atenerme, empecé a cenar sin hablar. Me dio mala espina que hubiese preguntado a su jefe, no en vano mi amigo era un tío muy especial y algo me decía que el haber alquilado el piso a ella tenía alguna motivación extra. Al dar el primer bocado, todas mis prevenciones desaparecieron, estaban riquísimas y levantando mi mirada del plato, la felicité:

-Son las mejores que he probado en mucho tiempo-.

-Gracias-, respondió ruborizada, -como te dije soy una estupenda chef pero casi no tengo oportunidades de demostrarlo. Por eso me he tomado la libertad de venir sin avisar-.

Y no atisbando las consecuencias que tendrían mis palabras, le solté:

-Con manjares como este, siempre serás bien recibida en mi casa-.

Soltando una carcajada, me contestó que tomaba nota. El resto de la cena resultó muy agradable. Tania, una vez vencida la timidez, se mostró como una muchacha encantadora, dotada a la vez de una conversación inteligente. Poco a poco, el ambiente se fue relajando, dejándome percibir que tras las ropas de mojigata, esa mujer era apetecible. Con cerca de uno setenta de altura y unos pechos bien puestos, decidí que no me importaría darme un homenaje con ella. Ya interesado, le pregunté por su vida y así fue como me enteré que su novio la había dejado al venirse ella a Madrid.

-Debió ser duro-, dije tratándola de consolar.

-Para nada, llevábamos mucho tiempo sin hablar. Carles no tenía el carácter que yo necesitaba-.

-Mujer, es comprensible. A tu edad, lo normal es que te guste la juerga. Hiciste bien en terminar, si era un celoso-, contesté creyendo que ese era el motivo de la ruptura.

-¡Era al contrario!-, protestó, -nunca me recriminó nada, todo lo que hacía le parecía bien-.

-¿Entonces?-.

-No sé. Quizás el problema sea mío. Yo necesito a mi lado a alguien que sepa lo que quiere y que no tenga miedo de tomarlo-.

Al oírla fue como si por primera vez la viera y mirándola con otros ojos, me di cuenta que detrás de ese disfraz, tenía en frente a una mujer hambrienta.  Y arriesgándome a un tortazo, dejé caer:

-Menudo idiota. Yo no soy así-.

-¿Estás seguro?-, respondió mordiéndose involuntariamente sus labios.

-Sí. Hace mucho tiempo que dejé de ser un crio-, y acercándola a mí, forcé su boca con mi lengua.

La muchacha me respondió con una pasión arrolladora y pegando su cuerpo al mido, dejó que la acariciara. Mis manos al recorrer su trasero descubrieron que debajo de esa falda larga, había un culo duro y bien formado. No me hizo falta su permiso, cogiéndola en mis brazos, la llevé hasta mi cuarto y sin  darle opción a negarse, desabroché su blusa. Bajo un sujetador de encaje negro, sus pezones me esperaban completamente erguidos mientras su dueña no dejaba de gemir de deseo. Como un obseso, la despojé del resto de la ropa y separando sus rodillas, pasé mi mano por su entrepierna. Mis dedos completamente empapados dieron fe de la excitación que dominaba a esa cría y sin más prolegómenos, me terminé de desnudar.

Desde la cama, Tania, pellizcándose los pechos, me dijo que no era correcto lo que estábamos a punto de hacer. Comprendí que era lo que esa mujer necesitaba y olvidándome que era su vecino, le ordené:

-Ponte de rodillas-

Ella se quedó pálida e intentó protestar, pero sin hacerle caso, llegué hasta ella y dándole la vuelta, le espeté:

-Has venido a que te folle, ¿no es verdad?-.

-Sí-, me contestó abochornada.

-Pues no te quejes-, le dije mientras me metía en su interior.

Tania gritó de dolor por la violencia de mi estocada pero no hizo ningún intento de separarse, al contrario, tras unos segundos de indecisión se empezó a mover buscando su placer. Lo estrecho de su sexo dio alas a mi pene y cogiéndola de sus pechos, empecé a cabalgarla. Dominada por la lujuria, la muchacha me rogó que la tomara sin compasión.

-Eres una putita pervertida-, susurré a su oído, penetrándola una y otra vez.

Cada vez que la cabeza de mi glande chocaba con la pared de su vagina, berreaba como loca, pidiendo más. Su completa entrega elevó mi erección al máximo y sin ningún reparo, azoté sus nalgas al compás de mis movimientos.

-Sigue, ¡que me encanta!-, chilló al sentir la dura caricia.

El flujo, que manando de su interior, recorría mis muslos, anticipó su orgasmo y acelerando aún más si caben mis movimientos, no tardé en escuchar como la mujer se corría. Con los cachetes colorados y gritando ordinarieces, me dio a entender que no tenía bastante. Eso fue la gota que colmó el vaso, y cogiendo su espesa cabellera como si de riendas se tratara,  forcé su cuerpo con fiereza. La dureza de mi trato consiguió perpetuar su clímax y totalmente desbocada, mi montura me exigió que continuara.

Su calentura era tanta, que no se quejó cuando cogiendo parte del líquido que anegaba su sexo, embadurné su esfínter y casi sin relajarlo, introduje en él mi extensión.

-¡Qué cabrón!-, aulló de dolor al ver invadida su entrada trasera y reptando por las sabanas intentó separarse.

No la dejé y atrayéndola hacia mí, rellené con mi sexo el interior de la mujer. El sufrimiento  de su culo se convirtió en desenfreno y bramando sin parar, se dejó caer sobre la cama. Nuevamente, la incorporé y metí mi pene hasta que sus nalgas no dieron más de sí y con mis testículos rebotando en su sexo, no paré hasta que sacándole un nuevo orgasmo, me derramé rellenando con mi simiente sus intestinos.

Agotado, me tumbé a su lado. Tania me recibió en sus brazos y pasando su pierna sobre las mías, me dijo:

-Eres un mierda, ¿no te da vergüenza haber abusado de mí?-.

-No-, le confesé sonriendo.

La cría me miró muerta de risa y cogiendo mi pene entre sus manos, intentó reanimarlo, mientras me soltaba:

-A mí tampoco, ¿repetimos?-.

El día de la fiesta.

Eran las seis y media de la mañana, cuando el ruido de las cacerolas me despertó. Extrañado de que alguien estuviera trasteando a esas horas en la cocina, me levanté a ver lo que pasaba. Al abrir la puerta, vi a Tania preparando el desayuno. Ataviada únicamente con un delantal,  estaba moviendo el culo al ritmo de la música que salía de sus cascos. Embebida cocinando, no se había percatado de que la observaba.

Era acojonante, la pazguata de los últimos dos meses, tenía un cuerpo de infarto. Sus piernas largas y contorneadas, estaban coronadas por un estupendo trasero con forma de corazón.

“Está buena,  la cabrona “, sentencié mientras pasmado repasaba su anatomía. Su pelo rubio barría su estrecha cintura al vaivén de la canción. Por mucho que busqué un pero, no lo encontré. Más excitado de lo normal, me acerqué a ella y dándole un azote, la saludé.

Al darse la vuelta, me sonrió y dejando lo que tenía en sus manos, se pegó a mí, diciendo:

-¿Cómo has dormido?-.

-Mal, la puta de mi vecina no me ha dejado descansar-, contesté mientras acariciaba las duras nalgas de la mujer.

Tania al sentir mis manos sobre su piel, dio un respingo y restregando su sexo contra mi pierna, susurró:

-No debió de ser para tanto. Recién despertado y tu pene sigue en pie de guerra-, soltó mientras recogía entre sus manos mi extensión y sin más prolegómeno, se agachó, diciendo: -Tendré que hacer algo al respecto-.

Desde mi posición, observé como la cría empezaba con su lengua a recorrer los pliegues de mi glande antes de que su boca se abriera, absorbiendo mi sexo en su interior. Todavía me costaba asimilar que esa tímida chavala se hubiese transformado en una viciosa, cuando sentí sus manos acariciando mis huevos. Era acojonante, si llego a estar con los ojos cerrados, bien podría haber supuesto que era su sexo donde se metía y sacaba mi falo. Imprimiendo un ritmo inusual, esa mujer se lo embutía hasta la garganta para acto seguido casi expulsarlo de su boca, dejando que sus dientes mordisquearan levemente el prepucio antes de introducírselo nuevamente.

-Eres una guarra-.

-Siempre lo he sido, lo único es que no lo sabías-, me contestó.

-Ya veo-, le dije al ver que, tras la breve pausa, se lo volvía a enterrar hasta el fondo.

Los mimos con los que estaba siendo tratado mi sexo, elevaron mi lujuria al máximo y temiendo explotar antes de tiempo, le pedí que se tranquilizara. Haciendo caso omiso a mi pedido, llevó su mano a su entrepierna y separando sus labios, empezó a masturbarse. Hasta las papilas de mi nariz, llegó el olor que emanaba de su vulva, aroma a hembra ávida de caricias que necesitaba correrse. Levantándola del suelo, le di la vuelta y posándola sobre la mesa, la penetré con suavidad sacando de su garganta el primer gemido de esa mañana. Su interior estaba totalmente empapado, de manera,  que sin ningún impedimento mi sexo campeó libremente por su conducto.

-Me encanta-, gritó al percibir que aceleraba mis movimientos.

Restregando sus pechos contra el mantel, mi vecina se corrió aullando como una loba por el placer que la embargaba. Su entrega era máxima, dando a sus caderas un meneo exagerado, buscó que me derramara en su cavidad. Afortunadamente sus maniobras no consiguieron el efecto deseado y alucinado, fui testigo de cómo su cuerpo convulsionando sobre la mesa, se retorcía mientras su dueña chillaba sin parar.

-Córrete, no aguanto más-, me imploró con la respiración entrecortada.

Cogiendo sus pechos, incrementé la velocidad de  mis embistes, prolongando su gozo. Nada se puede comparar en esta vida a la sensación de poseer a una mujer y por eso, embragándome de su emoción, sentí que naciendo de mis entrañas el placer me dominaba. Traté de controlarme pero Tania al sentir que mi orgasmo era inminente, me mordió en el brazo.

Su mordida fue el detonante, y gritándole al oído, me vacié en el interior de su vagina. No contenta con ello, no paró de moverse hasta que consiguió ordeñar completamente mi miembro y entonces, deshaciéndose de mi abrazo, se dio la vuelta, diciendo:

-Solo espero que ahora que conoces mi secreto, no lo aproveches para decirle a Rodrigo que me suba el alquiler-.

Solté una carcajada al oír su descaro y cogiendo su boca con mis dientes, le devolví el mordisco, tras lo cual, me separé de ella y le solté:

  • Lo pensaré después de desayunar-, y viendo lo que me había preparado, no pude dejar de expresarle mi preocupación: -Si cocinas como follas, voy a engordar-.

-Lo hago mucho mejor, pero no te inquietes que te haré sudar lo que te comas-, respondió contoneando el trasero.

Como había pavoneado, el desayuno era digno de un rey, de forma que durante quince minutos ni siquiera hablé y solamente cuando me terminaba el café, le informé que en la fiesta habría al menos un par de amigas con las que solía acostarme.

-No te preocupes, no soy celosa. Pero si necesitas ayuda, no dudes en pedírmela-.

-¿No me jodas que le das a las dos aceras?-, pregunté imaginándome ya un trio.

-Nunca he estado con una mujer, pero no por ganas, sino por falta de oportunidad y sé que teniéndote a ti de vecino, no tardaré en descubrir a qué sabe  un coño-.

El desparpajo con el que manifestó su disposición, me hizo reír y prometerle que esa noche, intentaría que una de mis amigas terminara con los dos en la cama.

-¿Lo harás por mí?-, me dijo relamiéndose por anticipado.

-Sí, pero te costara algo-.

Poniendo cara de pícara, me preguntó en que iba a consistir su pago.

-Poca cosa, esta noche, vendrás sin bragas-.

Sonrió al enterarse del precio y, recogiendo el desayuno, se despidió de mí con un beso. Al irse por la puerta, tuve que reconocer que tendría que devolverle el favor a Rodrigo:

“Seguro que no tiene ni puta idea de la clase de mujer que me ha mandado”, pensé mientras decidía no decírselo. “ésta es para mí”.

Durante todo el día, no pude sacarme de la cabeza a mi vecina, solo saber que estaba dispuesta a que esa noche hiciéramos un trio me tenía sobre excitado. Ni siquiera los problemas del día, consiguieron que mi mente dejara de torturarse, pensando acerca de a cuál de mis amigas debía de proponerle el plan. No lo tenía claro, aunque varias eran unas guarras de cuidado, ninguna de ellas se había revelado como bisexual y por eso al aterrizar en casa, seguía en el mismo dilema.

El servicio de catering que había contratado llegó a la hora programada y mientras retiraban un par de mesas y ordenaban las bebidas, me metí a bañar. Bajo el agua, mis dudas, en vez de menguar, se acrecentaron y temiendo fallarle, me vestí para la fiesta.

Los invitados fueron llegando a cuenta gotas y como no podía ser de otro modo, tuve que servir de anfitrión. Al hacerlo no me di cuenta del paso del tiempo y al mirar mi reloj y ver que marcaba las diez y media, pensé que mi vecina se había arrepentido.

“Otra vez será”, mascullé entre dientes, desilusionado.

Metiéndome en la fiesta me olvidé del asunto hasta que vino mi amigo Pedro y separándome de un grupo con el que estaba charlando, me dijo al oído:

-En la puerta, te buscan-.

-¿Quién?-, le pregunté extrañado por su actitud.

-Un pedazo de rubia-.

Al levantar mi mirada, me quedé helado. Tania se había puesto para la ocasión un escotado vestido de cuero negro y subido a unos zapatos de tacón, que dejaban canijos al noventa por ciento de los hombres del festejo. Babeando me acerqué y ella, sin cortarse en absoluto, depositó un beso en mis labios mientras me preguntaba si estaba guapa.

-Preciosa-, tuve que confesar.

Sonrió a mi respuesta y susurrando, me dijo:

-Cómo me sentía rara sin bragas, me las he puesto…. en el cuello-.

Tardé en asimilar sus palabras y no lo hice hasta que me percaté que la cinta roja que llevaba anudada, era un tanga.

-Tendré que castigar tu desobediencia-, le dije con voz seria.

-Eso espero-, respondió pasando su mano por mi entrepierna, -vengo cachonda-.

Temiendo ser observado, la cogí del brazo y fui presentándola a mis amigos. Los murmullos de los hombres de la fiesta me confirmaron lo que ya sabía, que no era otra cosa que mi vecina estaba como un tren. Lo que no me esperaba era que varias de las mujeres posaran sus ojos en ella, devorándola.

“¡Coño!”, me dije sorprendido al ver que María y Gabriela, dos de las mujeres con las que había compartido cama, se acercaban a ella y entablaban conversación. ”¿Serán lesbianas?”.

Sabiendo que pronto saldría de dudas, pedí dos copas y acercándole una a Tania, me incorporé al grupo de esas tres.  Comportándose como una diosa, mi vecina fue trasmitiendo simpatía y soltura mientras apuraba su copa.  Las tenías embobadas, sin darse cuenta, las dos muchachas estaban flirteando con ella sin importarle que estuviera yo presente.

En un momento dado, María le preguntó algo al oído y soltando una carcajada, la rubia contestó en voz alta para que todos se enteraran:

-No salimos juntos, ¡solo nos acostamos!-. y obviando el rumor de mis mejillas, soltó: -Aunque admira mi cocina, prefiere mi conejo-.

Sus dos contertulias se contagiaron de la geta de mi vecina y provocando aún más mi vergüenza, le preguntaron cómo lo preparaba.

-Hasta ahora al natural, pero le he prometido dárselo a probar en tortilla-, respondió buscando en sus ojos la reacción de las mujeres.

Debió de ver algo en los de Gabriela, porque llevándola a la mitad del salón, se puso a bailar con ella, dejándome solo con la otra. Un tanto desilusionado por la elección porque María era mucho más guapa y mejor amante, traté de darle conversación pero me fue imposible. Atolondrados por su belleza, los dos nos quedamos mirando como mi vecina movía su cuerpo a son de la música. Descaradamente, estaba exhibiéndose ante nuestra atenta mirada mientras su partenaire hacía esfuerzos en seguirla en su sensual baile.

-No me puedo creer lo buena que está-, dije sin darme cuenta.

-Ni yo-, escuché decir a María, la cual se ruborizó al percatarse que involuntariamente se había traicionado.

Asumiendo que la admiración de mi amiga tenía una clara connotación sexual, me hice el loco y le pregunté si quería algo de beber.

-Te acompaño, necesito una copa-.

Haciendo señas al camarero le pedí dos whisky con cocacola. Durante el tiempo que tardó en volver con nuestras bebidas, mi amiga fue incapaz de contenerse y disimulando volvió a observar a mi vecina, la cual al verse objeto de su mirada, le lanzó un beso.

Al tener su copa en la mano, de un solo trago se la bebió y pidiéndole otra al camarero, me preguntó:

-¿Desde cuándo la conoces?-.

-Dos meses más o menos. Vive en el piso de al lado-, le aclaré.

María, venciendo sus reparos, insistió:

-¿Es verdad que os acostáis?-.

-Sí, ahí donde la ves-, dije forzando que volviese a admirarla, -hace lo que yo le pido. Si le dijera de participar en un trio, lo haría-.

-Comprendo-, contestó mordiéndose los labios.

En ese momento, llegó Tania a nuestro lado y alegremente se abrazó a nosotros mientras decía:

-Ya me he deshecho de esa pesada-, y viendo la cara de la mujer, preguntó: -¿de qué hablabais?-.

Ante la mirada estupefacta de mi amiga, respondí:

-Le estaba explicando a María que, si te pidiera que hiciésemos un trio, lo harías-.

-Por supuesto-, contestó dándome un beso, -si para sentirte otra vez, tengo que compartirte, no dudaría en hacerlo-.

Totalmente apabullada por sus sentimientos, mi amiga nos pidió si podía sentarse. Tania cogiéndola del brazo, la llevó hasta el sofá y sentándose a su lado, me pidió que hiciera lo propio. La pobre María nada pudo hacer en cuanto comenzó su acoso. Mi vecina, en cuanto me senté, se quejó del calor y abriéndose un poco el escote dejó entrever el inicio de sus pezones. Mi amiga no se esperaba que ese espectáculo de mujer cogiera su mano y pasándola por su pecho, le pidiera que comprobase que estaba sudando. Instintivamente cerró sus piernas, presa de la excitación que le produjo la tibieza de su piel. Al percatarme, posé mi palma en sus rodillas y llevando mi boca a su oreja, mordí suavemente su lóbulo mientras le decía:

-¿Quieres conocer un secreto?-.

-Sí-, respondió manteniendo su vista fija en la rubia.

-Esta mañana le pedí que viniera sin bragas-.

-No te creo, primero me insinúas un trio y ahora me dices esto. ¡Me estáis tomando el pelo!-, refutó con una mezcla de deseo e indignación.

-Es cierto, mira-, Tania susurró a su oído y antes que ella pudiese decir nada, le giró la cabeza. Una vez fijada su atención de la mujer, disimulando fue levantando su vestido y separando las rodillas, le mostró que estaba equivocada: -Lo ves, no llevo nada-.

Violentando aún más a María, subí mis dedos por su pierna  y en voz baja le pregunté si quería tocarlo.

-¿Puedo?-, escuché que respondía.

Tania no esperó mi contestación y pegándose a la perpleja mujer, llevó su mano a la entrepierna mientras le decía:

-Me tienes cachonda perdida-, y robándole un beso, le musitó: -Si quieres más, tendrás que esperar a que termine la fiesta-.

La cara de mi amiga era un poema, debatiéndose entre la vergüenza y la excitación, quitó sus dedos del sexo de la rubia y levantándose del sofá, me preguntó dónde estaba el baño:

-Primera puerta a la derecha-, señalé.

En cuanto la vimos partir, mi vecina me miró y soltando una carcajada, alegre, me insinuó:

-¡Esa putita va directa a masturbarse!-.

Riendo le confirmé que yo era de la misma opinión y cogiendo uno de sus pezones entre mis yemas, lo apreté mientras le soltaba:

-Creo que esta noche, te vas a empachar… de conejo-.

-Eso espero-, respondió.

Justo entonces, llegó mi amigo Pedro para pedirle bailar. La rubia me pidió mi autorización. Comprendiendo que la nuestra no era una relación cerrada, le dije que fuera. Al escuchar de mis labios que tenía permiso, se le iluminó la cara y acercándose a mí, me hizo una confidencia:

-No te preocupes, soy una zorra de una sola polla-.

La burrada me hizo reír y llamando al camarero, le pedí otro whisky.

Estaba apurando mi copa, cuando mi amiga llegó del baño y sentándose a mi lado, me preguntó dónde estaba Tania:

-Bailando con Pedro-.

La buscó con la mirada y al descubrir que estaban en la mitad de la pista y que en ese momento, Pedro le estaba metiendo mano descaradamente, se sonrojó. Creí descubrir un ligero tono de indignación en su pregunta:

-¿No te importa?-.

-¿Porque habría de importarme?, déjala que se divierta. Esta noche seremos nosotros, los que se acuesten con ella-.

Asintiendo, se puso a llorar. No comprendí el motivo de su llanto pero tratando de reanimarla, la abracé. Ella al sentir mi consuelo, buscó mi boca y respondiendo con una pasión desmedida, me besó. Dejándome llevar, la pegué a mí y acariciándola por encima de su vestido, me encontré con que, debajo de la tela, dos duros bultitos la delataban. ¡Estaba excitada!.

-¿Qué te pasa?, le pregunté.

-Deseo hacerlo, pero nunca he estado con otra mujer-.

Su respuesta me dejó anonadado, puesto que había supuesto, viendo como le atraía mi vecina, que era bisexual. Tras unos breves instantes de confusión, posé mis labios en los suyos y acariciándole la mejilla, la tranquilicé:

-Tania tampoco. Sera vuestra primera vez. Estoy seguro que lo vas a disfrutar-.

Le costó asimilar mis palabras, ella creía que la otra mujer tenía experiencia. Al cabo de un minuto, leí en su cara su determinación aún antes de escuchar de su boca la confirmación:

-¿Te puedo pedir un favor?-.

-Claro-.

-¿Podrías estar presente?. Necesito sentir que estás a mi lado-.

-¡No me lo perdería por nada del mundo!-, contesté soltando una carcajada.

El resto de la velada, la pasamos juntos los dos mientras Tania se dejaba manosear por mis amigos. El descaro de mi vecina  con los demás hombres era tal que dos llegaron a insinuarle si esa noche podían acostarse con ella. Los pobres se quedaron con las ganas porque la rubia, muerta de risa, contestó a ambos, para hundirles más en la miseria, que esa noche era yo el único que hombre que posaría las manos en su piel.

Los invitados desaparecieron en manada al ver que el catering recogía las bebidas, de forma que eran las dos y media de la madrugada, cuando despedí al último en la puerta. Al volver al salón, me encontré a las dos muchachas muy nerviosas, incluso Tania estaba acojonada de lo que iba a ocurrir. Llamándolas a mi lado, las abracé al son de la música. Los tres unidos bailamos pegados, dejando que poco a poco nuestras mentes se fueran acostumbrando a la idea. Como os podéis imaginar, el baile fue transformándose lentamente en un roce de cuerpos hambrientos y fue la propia María la que levantando su cara, me besó, dando rienda suelta a nuestra pasión. Mi vecina que ya venía caliente de los continuos magreos recibidos, empezó a desabrocharme la camisa y uniéndose a ella, la morena la ayudó, de manera que me quedé con el dorso al descubierto, mientras ellas seguían con sus vestidos.

Sabiendo que de las dos, Tania era la más dispuesta, separándola un poco, le exigí que se desnudara. Ella se bajó la cremallera y sensualmente fue despojándose de la ropa sin dejar de bailar. Con satisfacción, advertí que su striptease no dejó indiferente a María sino que, involuntariamente, ésta se quedó parada, babeando de deseo, al disfrutar de lo que estaba viendo. Aprovechando su calentura, besé su cuello mientras le bajaba los tirantes del vestido. La muchacha gimió al sentir que me apoderaba de sus pechos mientras veía por vez primera la belleza al desnudo de la rubia. Continuando con el guion prestablecido, Tania se acercó y pegando su cuerpo al de la morena, la empezó a besar.

María estaba tan enfrascada en la unión que ni siquiera se percató que bajándole el coqueto tanga negro que portaba, la había terminado de desnudar.  Decidí no intervenir todavía y alejándome unos metros, me puse a observar a las mujeres. Pecho contra pecho y coño contra coño, las dos reanudaron el baile de apareamiento. Con sus piernas entrelazadas, sus manos no pararon de acariciar el cuerpo de su rival, elevando la fiebre que en ese instante les dominaba.

No quité ojo a la morena, cuando venciendo sus reparos, con la lengua cogía una de las rosadas aureolas que tenía a su disposición.

-Me encanta-, oí gemir a mi vecina antes de que asiendo con sus manos su otro pecho, lo pusiera en la boca de la ya completamente alborotada mujer.

Al ver que lejos de sentir aversión por estar mamando otros senos, estaba disfrutándolo, María me miró y con voz entrecortada, me pidió:

-¿Podemos ir a la cama?-.

Cogiéndolas del brazo, no me hice de rogar y llevándolas a mi cuarto, mientras me desnudaba, dejé que se tumbaran sin entremeterme. Ya sobre las sábanas, Tanía se puso encima y bajando por su cuello, fue derribando sus defensas, mientras la morena no dejaba de suspirar. Cuando sintió que se apoderaba de sus pechos, casi llorando, me rogó que me pusiese a su lado. Al hacerlo, cogió mi mano y la apretó.

-Disfruta-, le dije al ver que cerraba los ojos.

Tanía, ajena a lo que estaba sintiendo, siguió su andadura y dejando un húmedo rastro con su lengua, se aproximó al depilado sexo de la morena. Ésta gimió cuando los dedos de la rubia separaron sus labios y aunque unas lágrimas brotaron de sus ojos, no dijo nada al sentir que el apéndice de la rubia jugueteaba con su clítoris. Mi vecina no pudo reprimir un suspiro al saborear por vez primera el coño de una mujer y poseída de un fervor casi religioso, buscó con su boca el placer de su compañera. Viendo que lo necesitaba, acaricié los pechos de la morena y, mientras le daba un suave pellizco a uno de sus pezones, la besé. La respuesta de la muchacha fue inmediata. Dando un quejido, se corrió sobre las sabanas.

La rubia no se quedó satisfecha e introduciendo un par de dedos en el interior del sexo de mi amiga, prolongó el éxtasis de mi amiga mientras con la otra mano se empezaba a masturbar. Alucinado, fui testigo de cómo el cuerpo de la muchacha convulsionaba sobre la cama, al experimentar los estertores de un prodigioso  orgasmo. A voz en grito, forzó el contacto, apretando el rostro de la rubia contra su entrepierna. Sus chillidos se convirtieron en alaridos cuando cambiando de postura, Tanía entrelazó sus piernas con las de ella, restregando el coño contra su indefensa vulva.

Nunca había presenciado una unión semejante y menos colaborado en ella. Absorto las acariciaba, mientras las dos mujeres temblaban al sentir la humedad de la otra frotando la suya propia. Dominada por un frenesí asombroso, el cuerpo de Tania vibró al percibir los síntomas del placer y forzando aún más su postura, se metió los dedos del pie de la morena en la boca. La oí explotar dando puñetazos contra el colchón. Su entrega provocó que María saliera de su abrazo y llevando su boca a la entrepierna de la rubia, empezara a lamer su sexo.

Incapaz de mantenerme al margen, me puse detrás de mi amiga y mientras ella daba buena cuenta del flujo de mi vecina, posé la cabeza de mi glande en la entrada de su vagina. Ella al sentir el contacto, me rogó que la tomara. No pude desoír su pedido y de un solo empujón, rellené su conducto. Gritó alborozada e imprimiendo mayor velocidad a su lengua, recogió hambrienta el maná que brotaba de Tania.

Jurando con palabrotas, mi vecina se volvió a correr y deslizándose por las sabanas, buscó la boca de la morena. Ésta recibió sus labios con alegría y moviendo su trasero, me imploró que acelerara. Mis penetraciones se volvieron salvajes y con mis huevos rebotando en su sexo, la asesté fieras cuchilladas. No tardé en sentir su flujo recorriendo mis muslos y preso de la pasión, al comprender que se acercaba mi propio orgasmo, le mordí en el cuello. El maltrato de mis dientes sobre su piel, fue la gota que le faltaba para estallar y desplomándose sobre la rubia, se dejó llevar por el placer. No quedando más que yo, cogí sus caderas y forzando cada una de mis embestidas, me derramé en el interior de su vagina.

Exhausto, me tumbé en la cama con una a cada lado. Las muchachas se abrazaron a mí, mientras descansaban.  Se las notaba satisfechas y alegres por la experiencia pero cuando ya creía que se iban a dormir, Tania me susurró al oído:

-Esto no se ha acabado-, y poniendo cara de viciosa, alzó la voz para continuar, -Me ha encantado que me dieras un coño para jugar, pero ahora necesito sentir: ¡la polla de mi vecino!-.